Los ángeles: un breve estudio bíblico; 36 páginas (#840)

Los ángeles: Un breve estudio bíblico

 

 

 

James B. Currie; Tokio y Vancouver

 

 

Contenido

 

Prefacio del autor

Capítulo 1          Introducción

Un esbozo

Capítulo 2          La identidad de los ángeles

Su creación

Las estrellas del alba

Los hijos de Dios

Sus nombres excelentes

Los querubines

Los serafines

Capítulo 3          La dignidad de los ángeles

El Señor preencarnado se identifica con ellos

Están vinculados con el santo trono de Dios

Son agentes autorizados por Dios

Su ministerio al Señor en la tierra

Capítulo 4          El ministerio de los ángeles

Instruidos por la obra de gracia

Agentes en la obra de juicio

Participantes en los cantos de alabanza

Capítulo 5          El destino de los ángeles

‘Visto de los ángeles’

‘A los ángeles’

‘Por causa de los ángeles’

‘Delante de los ángeles’

Capítulo 6          El juicio final de los ángeles

‘Los ángeles que pecaron’

‘Prisiones de oscuridad’

Capítulo 7          Los demonios

La identidad de los demonios

La actividad de los demonios

El propósito de los demonios

El destino de los demonios

Capítulo 8          ‘Los hijos de Dios’ (Génesis 6)

Dos explicaciones

¿Los ‘hijos de Dios’ eran ángeles?

Objeciones adicionales a la explicación como ‘ángeles’

Una explicación contextual

Otras Escrituras relevantes

Conclusión

Bibliografía

Prefacio del autor

 

Es triple la revelación que Dios ha dado de sí a la humanidad. Primeramente se ha revelado a la vista de todos en la creación. “Las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo” (Romanos 1.20). Segundo, Dios ha hablado a la humanidad en la persona de su Hijo, Jesucristo. Hace aproximadamente dos mil años que, en la persona de su Hijo, fue manifestado en un cuerpo humano sin pecado y en todo detalle perfecto. Aquella revelación es plena y perfecta. Tercero, en el registro escrito de estas manifestaciones divinas en las Santas Escrituras, Dios ha dado su última palabra a los hombres de toda época. Junto con el testimonio del universo material acerca del poder y la sabiduría del Creador, y el registro de la vida de Cristo sobre la tierra, las Escrituras nos proporcionan una comprensión auténtica del mundo de los espíritus que no se encuentra en otra parte. Por lo tanto estas Escrituras incluyen mucha información acerca de aquellos magníficos seres espirituales que llamamos los ángeles.

Hasta hace poco, a menudo la mayoría de los incrédulos, y especialmente aquellos que se jactan de su intelecto, trataban este tema con escepticismo. No era un tema que llamaba la atención a la mayoría de los cristianos. Pero los ángeles de Dios ocupan un lugar importante en lo que Dios nos dice. El papel que desempeñan es una parte integral de la historia de la redención. Aun cuando Dios ha tenido a bien limitar lo que podemos saber acerca de ellos, lo que ha sido revelado debe provocarnos a doblarnos humildemente en adoración ante su Creador y el nuestro.

A lo largo de una vida dedicada a ministrar la Palabra de Dios a creyentes en todo Japón, era preciso enfrentar y responder a preguntas acerca de los ángeles. Se llegó a escribir una serie de artículos para una revista para creyentes conocida como La Palabra. Redactados en japonés, éstos fueron publicados en forma de un libro en 1994. Han encontrado también una aceptación grata en holandés y en chino, y es de esperar que hayan sido de provecho a sus lectores.

El lector atento pronto se dará cuenta de que su origen fue el de artículos de revista, posiblemente descoyuntados y repetitivos en la forma como aparecen en este pequeño libro. Algunos amigos han intentado bondadosamente corregir estas debilidades, tal vez sin gran éxito, pero el problema reside con el autor y no con los revisores. Confío en que el Señor intervendrá en gracia para que estas deficiencias no resten de ninguna manera de cualquier beneficio espiritual que el lector reciba. Sea como fuere, que toda la gloria sea para Dios, por medio de nuestro Señor Jesús, el Capitán de las huestes del Señor.

 

Tokio, Japón, septiembre 1999

 

 

Capítulo 1  Introducción

 

El tema bíblico de los ángeles es interesante e informativo pero por regla general desatendido en círculos evangélicos. En tiempos remotos, hombres tales como Tomás de Aquino y Juan Calvino discurrían ampliamente sobre el tema, pero en años más recientes no se ha escrito mucho de mayor autoridad. A veces se ha tocado de manera pasajera este tema en ministerio oral, pero, en términos generales, sin hablar o escribir con el fin de ofrecer una comprensión de la amplitud de la revelación divina que se encuentra para nuestra enseñanza en las Escrituras. El poco material escrito que está disponible, muchas veces experimental y subjetivo, no aporta mucho para comprender esos personajes que ostentan una posición elevada ante su Dios. De que los ángeles sí gozan de una estación de grandeza majestuosa y de privilegio se puede apreciar por el hecho de que se dice que el hombre, la gloria de la creación física de Dios, fue hecho “un poco menor que los ángeles” (Salmo 8.5).

Cualquier concordancia confiable hará ver que los ángeles se mencionan de una u otra manera aproximadamente doscientas setenta y cinco veces en las Escrituras. Nosotros que creemos que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3.16,17) debemos estar conscientes de esto. Un tema que el Espíritu Santo trata tan a menudo no puede ser desatendido por los santos sin que incurran en gran pérdida espiritual.

Quizás una de las razones principales de esta falta de atención, y a veces ignorancia, a este maravilloso tema es que a lo largo de las edades las nociones humanas han incluido mucha superstición acerca de estas huestes celestiales. Esto ha dado lugar a toda suerte de representaciones grotescas de los ángeles con el resultado que muchos no creyentes han pensado que se trata de una ignorancia e irracionalidad medieval. Ellos afirman hacer esto con base en una investigación inteligente. En vista de las muchas nociones extrañas que los religionistas han propagado en otros tiempos, difícilmente se les puede culpar de esto. Pero la Palabra de Dios se centra en Cristo, y el creyente, al leer y estudiar la revelación que Dios hace de sí, intenta encontrar a “Cristo en todas las Escrituras”, como lo expresa el título de cierta obra existente. Sin embargo, los seres intermediarios ─ porque así son los ángeles de Dios ─ también exigen un estudio diligente de parte del pueblo del Señor, aun cuando su aspecto sea ínfimamente menos importante que la del Hacedor encarnado.

Con base en lo que las Escrituras han revelado, todos los cristianos aceptan la existencia de los ángeles pero muchos sienten que tienen poco que ver con nuestra situación inmediata en la esfera física. Por cierto, hay aquellos que, aun después de una cuidadosa búsqueda de la Palabra de Dios, opinan que los ángeles nada tienen que ver con nosotros en la dispensación presente por estar ella caracterizada por la presencia especial y las actividades del Espíritu Santo. Estos maestros nos dicen que el ministerio angelical se limita a las edades cuando “el Reino” se manifieste de diversas maneras. Veremos más bien que las referencias bíblicas a estos sobresalientes siervos de Dios se encuentran más en el Nuevo Testamento que en el Antiguo, dando a entender que son una parte esencial del trato divino con los hombres aun en nuestros tiempos cuando “el Reino” se ve en forma de misterios (Mateo 13.11).

Los estudios que siguen de ninguna manera son exhaustivos pero posiblemente resulten provechosos para hacernos más conscientes de la relevancia y el vasto alcance del ministerio angelical, aun en la era presente. Este día de la gracia es, sin duda alguna, de una manera especial el día del Espíritu Santo. Tenemos la confianza de que el Espíritu valida todas las bendiciones espirituales que Dios nos ha concedido y, siendo así, casi parece que el ministerio angelical fuera superfluo para el creyente en la edad de la Iglesia. Somos reacios a permitir que cualquier persona o cualquier cosa intervenga en la bendita obra y las prerrogativas del Espíritu de Dios, y con razón. Por ejemplo, es causa de confusión en algunas mentes ver ángeles empleados para hacer conocer la mente de Dios a los hombres de la manera que se registra en Lucas capítulo 1, donde Gabriel se presentó a Zacarías y a María con los anuncios del nacimiento de Juan y del Señor Jesús. En Mateo 1 fue el ángel del Señor que se le apareció a José con un anuncio parecido, y a la vez parece haber sido el Espíritu Santo quien, al llenar a Elisabet, le reveló que María sería la madre de su Señor (Lucas 1.41). Es necesario tomar en consideración estos hechos y otros también.

La Biblia es básicamente la Historia de la Redención. Por lo tanto, los ángeles se ven solamente en relación con los propósitos de Dios para con el hombre en este contexto. La mitología religiosa en el mundo entero tiene mucho que decir acerca de los ángeles, o los seres espirituales, y casi todo con base en una imaginación profana. Por contraste, la Biblia es bastante reservada en lo que revela acerca de ellos, no obstante sus muchas referencias a estos seres, aunque sí da muchos vistazos a su origen, su ministerio hoy día y lo que tienen por delante en los propósitos eternos de Dios. Pero en vista de la disposición humana a adorar criaturas como estas (Apocalipsis 22.8), Dios ha tenido a bien permitirnos solamente un poco, por muy instructivo que sea, sobre un tema que toca la eternidad pasada y la futura.

Un esbozo

Debemos abordarnos ordenadamente el tema. Con el fin de apreciar en cierta medida las diversas facetas de la verdad encerrada en algunas de las referencias bíblicas a los ángeles, emplearemos el esquema siguiente:

  1. Los ángeles ─ su identidad
  2. Los ángeles ─ su dignidad
  3. Los ángeles ─ su ministerio
  4. Los ángeles ─ su destino

 

Capítulo 2  La identidad de los ángeles

 

Su creación

Aun cuando hay muchas tradiciones judaicas acerca de la creación de los ángeles, se puede confiar en solamente la Palabra de Dios para un informe verídico sobre este estupendo acontecimiento. Si bien la curiosidad humana no quedará satisfecha con la información relativamente escasa que las Escrituras proporcionan, hay más que suficiente para permitirnos darnos cuenta del lugar exaltado que ellos ocupan en el orden divino de la creación. Algunos escritores de la antigüedad afirmaban que fueron creados en los seis días de Génesis 1. Algunos de aquellos que entienden que Salmo 104.2,3 se refiere al primer día de la creación sugieren que el versículo 4 de aquel salmo, “el que hace a los vientos sus mensajeros, y a las llamas de fuego sus ministros”, señala su creación en el segundo día. Pero cualquier secuencia que haya en esos versículos no se encuentra en las palabras que siguen de inmediato: “El fundó la tierra sobre sus cimientos; no será jamás removida”. Esta afirmación debe ser vinculada con lo que se revela en Génesis 1.1, “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

De que fueron creados por Dios se afirma claramente en las palabras de los levitas al repasar la bondad de Dios a Abraham y su simiente: “Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército” (Nehemías 9.6). Se podría tomar estas palabras como referidas a todas las estrellas y todos los planetas del reino físico, pero lo que se afirma en seguida, “la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos”, debe referirse a las criaturas vivas de ese ambiente que son preservadas por el Señor. De una manera similar, “los ejércitos de los cielos te adoran” puede referirse tan sólo a los ángeles. A menudo se habla de los ángeles como “el ejército de los cielos” o “las huestes celestiales” (p.ej. 2 Crónicas 18.18, Lucas 2.13).

Las estrellas del alba

El Señor Jesús mismo le dijo a Job que “alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios” al echarse las bases de la tierra (Job 38.7). Si vamos a buscar en Génesis por la ocasión de su creación, posiblemente lo más indicado sea satisfacernos con la declaración ya citada, “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”, pero no hay certeza de que haya sido en esa ocasión. Cualquiera que sea la interpretación que demos a este versículo y los que siguen, tenemos base para creer que los ángeles estaban presentes con sus cantos de regocijo y alabanza cuando Dios actuó en su poder creativo, adornando los cielos y la tierra antes que Adán fuese hecho ser viviente por el soplo de su Creador. La conclusión de que fueron creados junto con los cielos de Génesis 1, posiblemente quede inferida en Salmo 33.6: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca”.

Los hijos de Dios

A los santos de esta dispensación y de una anterior se les llama “hijos de Dios” (Oseas 1.10, Gálatas 4.6). Esta posición privilegiada le corresponde al creyente como consecuencia de la obra de redención, pero los ángeles son “hijos de Dios” en virtud de su creación. Las palabras del Señor Jesús en Mateo 22.30 hacen ver que no se casan ni son dados en matrimonio. No se registra ningún caso del nacimiento o la muerte de un ángel. Parece que cada uno de estos seres, quienes pueden diferir el uno del otro en rango y función, procede de una creación única y directa de la mano de Dios. La existencia angelical es netamente espiritual, en contraste con la del hombre, que se compone de espíritu, alma y cuerpo (1 Tesalonicenses 5.23).

La forma en que existen es un misterio para nosotros por ahora, pero en ocasiones, y conforme con su comisión puntual de parte de Dios, ellos pueden presentarse en forma humana. Estas manifestaciones no significan la apropiación permanente de una forma humana. “Un espíritu no tiene carne ni huesos” (Lucas 24.39) son las palabras del Señor Jesús resucitado que hacen ver que la naturaleza espiritual de los ángeles difiere aun de la que asumirán los santos en resurrección. Pablo nos recuerda que un día “nuestro cuerpo miserable” (Biblia Textual) será cambiado y formado como aquel del cuerpo de gloria del Señor (Filipenses 3.21).

Exactamente qué quiere decir existir en una forma netamente espiritual es algo que no nos es dado saber experimentalmente, pero las Escrituras dejan ver que los seres de esta índole no están limitados por los fenómenos de la esfera física. Obsérvese cuán velozmente llegó Gabriel en respuesta a la oración de Daniel (Daniel 8.21). El hecho de que un solo ángel haya dado muerte a ciento ochenta y cinco guerreros en una noche destaca el gran poder con que están revestidos en ocasiones (2 Reyes 19.35). Imaginemos los estragos que se habrían causado si el Señor hubiera convocado a “más de doce legiones de ángeles” que estaban preparados para obedecer su llamado cuando estaba en el huerto de Getsemaní (Mateo 26.53). Doce legiones, o más de sesenta mil ángeles (según el diccionario de Vine) acudiendo de una vez al socorro del Señor, hubieran dejado no sólo el Imperio Romano, sino el mundo entero, arruinado en desolación.

Qué escena habrá sido para esos ángeles ver a su Señor someterse voluntariamente a la burla y las torturas de sus enclenques criaturas y adrede entregándose a la muerte misma ─ todo esto con el fin de que sus mismos perseguidores tengan la esperanza de ser salvos. Era un despliegue de asombrosa gracia que sobrepasaba cualquier cosa que los ángeles hubieron podido imaginar.

No obstante los razonamientos de los filósofos mundanos, parece necesario que la creación como la conocemos requiera una clase de seres al estilo de la que las Escrituras presentan como ángeles. En el reino vegetal cada árbol o planta tiene las mismas características que todos los demás de su especie. “Una rosa es una rosa”, y así ad infinitum. En el reino animal el instinto de seguir al rebaño prevalece como norma mayoritaria, pero a veces cada animal manifiesta rasgos propios. Por el otro lado es evidente que en el hombre el instinto de seguir a la masa está muy subyugado y la individualidad muy pronunciada, aunque casi todo el mundo reaccionará de exactamente igual en un determinado conjunto de circunstancias; p.ej. el grito de ¡incendio! en un edificio. La Palabra de Dios presenta a los ángeles como creados individualmente por su Creador sin el más mínimo instinto de masa o comunidad. Por lo tanto se puede decir que, para que la creación sea completa, es casi imprescindible que existan seres como ellos.

Hemos notado que aparentemente no se puede insistir en el cuándo de su creación, pero no es así en cuanto al porqué. El apóstol Pablo declara sin lugar a dudas que el Señor Jesús era tanto el agente como la razón de su creación. “… su amado Hijo … el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten [a saber, se sostienen]” (Colosenses 1.13 al 17).

 

Sus nombres excelentes

Se dice, o al menos se insinúa, que los ángeles tienen un nombre excelente (Hebreos 1.4). Es casi seguro que las palabras de Salmo 97.7 son referidas a ellos: “Póstrense a Elohim todos los dioses”. Se nombran sólo cuatro ángeles en la Palabra de Dios pero el significado de sus nombres  enfatiza la excelencia de su posición o su poder.

El que fue designado de Dios como “querubín grande, protector” (Ezequiel 28.14) es llamado también “LUCERO, hijo de la mañana” (Isaías 14.12). Si bien es cierto que estos dos capítulos presentan problemas para el expositor honesto, a la vez casi con unanimidad los maestros piadosos de la Palabra de Dios no perciben en las palabras de los profetas una mera hipérbole, sino una descripción excepcional de un ser cuya excelencia sobrepasa por mucho la de los reyes terrenales de Babilonia y Tiro. Se afirma en Ezequiel 28.12 que Lucero, cuyo nombre quiere decir “estrella matutina”, “sella la medida de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura” [J. N. Darby]. Su hermosura era tal que solamente la magnificencia de las más preciosas joyas podía comunicarla a la mente humana. Perfecto en su proceder desde el día en que fue creado, su vínculo original con el santo trono de Dios queda ilustrado por los dos querubines que cubrían la tapa del arca. Su elevada posición era la de “los querubines que cubren” (véase Éxodo 25.20).

Pareciera que este “hijo de la mañana” era el sobresaliente entre todos los seres creados. El hecho de que se haya hallado en él maldad (Ezequiel 28.15) como consecuencia de su gigantesco orgullo (1 Timoteo 3.6) de ninguna manera resta del “nombre excelente” que ostentaba. Lucero se enalteció a causa de su hermosura (Ezequiel 28.17) y, con una declaración quíntuple de voluntad propia, buscaba ser el gobernador de “las estrellas [los ángeles] de Dios”, y de esta manera ser “semejante al Altísimo” (Isaías 14.13,14). Tremendo es el contraste con Aquel que, siendo en la forma de Dios, no insistió en ser igual a Dios, sino que se despojó y tomó forma de siervo y nació de hombre. Él se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2.7,8).

MIGUEL, el arcángel, cuyo nombre significa “el que es como Dios”, y GABRIEL, “el poderoso de Dios”, son otros dos ángeles nombrados en la Palabra de Dios. Tienen “nombre excelente”, no sólo en un sentido literal, sino en las comisiones divinas encomendadas a ellos. En menor grado, cada uno de “la compañía de muchos millares de ángeles” (Hebreos 12.22) lleva un nombre excelente también. Impresos con y portadores de una semejanza a su Creador, ellos son los “santos ángeles” (Mateo 25.31), los “ángeles escogidos” (1 Timoteo 5.21) y, probablemente, las “santas decenas de millares” (Judas 14).

El cuarto ángel que se nombra en las Escrituras es ABADÓN o APOLIÓN, quien figura en Apocalipsis 9. Él está en una categoría diferente a los ya nombrados. Existe una diferencia de opinión sobre si es Satanás. Parece que es, cuando menos, un príncipe de los bajos fondos, un personaje impío inspirado por Satanás. Pero en un caso u otro nada resta del hecho que su nombre significa “destructor” y que, contando con huestes de criaturas con el aspecto de langostas a sus órdenes, él es una potencia asombrosa. En realidad pertenece a otra parte de nuestro estudio.

Por contraste, leemos del Señor Jesucristo que “heredó más excelente nombre que ellos (los ángeles)” (Hebreos 1.4). Ellos son “hijos de Dios” en virtud de su creación, así como lo era Adán (Lucas 3.38) pero la declaración divina tocante a nuestro Señor Jesús es “Mi Hijo eres tú” (Hebreos 1.5) en su calidad de Hijo eterno y en virtud de lo que se ha denominado su generación eterna. Esta frase no bíblica no debe ser entendida erróneamente en el sentido de “descendido de” como si se tratara de un engendramiento. Es un modismo que el teólogo emplea para dar expresión a la relación sin paralelo y eterna que ostenta el Señor Jesús en su calidad de “Hijo unigénito” (Juan 3.16).

Se ofrecen otras explicaciones de estos términos difíciles en Salmo 2, pero el caso es que nunca hubo un momento en toda la eternidad cuando la declaración divina “Mi Hijo eres tú” no fuera la expresión exclusiva de la relación entre el Padre y el Hijo. Si el término queda corto para expresar lo que intenta comunicar, se puede decir que es la mejor que tenemos. Al limitar las palabras “Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”  a “la crisis de la encarnación” ─ es decir, a la encarnación misma, a la resurrección y a la consagración sacerdotal del Señor ─ parece que no se da expresión a la estupenda verdad que encierra. Sea como fuere, ningún ser creado, independientemente de cuan exaltado sea su carácter y su posición, puede afirmar lo que el Señor Jesús afirmó, “glorifica a tu Hijo, para que también [el] Hijo te glorifique a ti” (Juan 171.1) (Los signos gramaticales en la Biblia de Newberry justifican este énfasis). Las palabras “tu Hijo” y “el Hijo” hablan de una intimidad y un vínculo sin paralelo con el Padre que tan sólo el Señor Jesús tiene y tendrá por siglos sin fin.

El autor divinamente inspirado a los Hebreos habla mucho de los ángeles en el primer capítulo de su epístola. Lo hace para mostrar que por su “generación eterna” (v. 5), en su adoración universal (v. 6), en su regia manifestación (v. 8) y en su declaración final (v. 13) el Señor Jesús tiene “más excelente nombre” que cualquiera de los ángeles de Dios.

El nombre MIGUEL aparece cinco veces en las Escrituras. Es designado “el arcángel” y aparentemente tiene una responsabilidad especial para con la nación de Israel, mayormente en lo concerniente a su defensa (Daniel 10.13, 12.1, Apocalipsis 12.7 al 12). No obstante su posición suprema entre los ángeles, él manifiesta una dependencia absoluta de su Dios al contender con Satanás (Judas 9). En esto le da a Satanás el respeto que merece, no obstante su condición caída.

GABRIEL se nombra cuatro veces y sus responsabilidades especiales tienen que ver con revelaciones al pueblo de Dios. En Daniel 8 su mensaje versa sobre “los tiempos del fin” y en el capítulo siguiente él es el agente por quien se revela la gran profecía de “las setenta semanas” en la historia de Israel. En el Nuevo Testamento Dios le emplea para instruir a Zacarías y María acerca del nacimiento de Juan el Bautista y del Señor Jesús mismo (Lucas 1.11). Aun cuando hay un hiato de quinientos años entre el final del Antiguo Testamento y el comienzo del Nuevo, él reanuda donde había dejado su ministerio en Daniel y es enviado por Dios para comunicar información acerca de los propósitos divinos en la redención.

Varias referencias a lo largo de las Escrituras revelan lo siguiente. Hay “los ángeles de juicio” (Génesis 19) y hay “los vigilantes” celestiales (Daniel 4) que tienen autoridad sobre los gobiernos y los gobernadores de este presente mundo. El “ángel del abismo” (Abadón), como hemos comentado, figura en Apocalipsis 19; hay un “ángel de las aguas”; leemos de un ángel que controla el derramamiento de fuego (capítulo 16) y también de los “ángeles de las iglesias” en los capítulos 2 y 3. Este conjunto de referencias escriturarias nos conducen a la conclusión que los seres angelicales funcionan de diversas maneras con autoridad cual agentes de Dios en la gobernación y en gracia en el control del cosmos y en lo referente al pueblo de Dios.

 

 

 

Los querubines

No son meramente simbólicos

Los ángeles se identifican también por los diversos rangos o posiciones que ocupan. Los primeros de esos seres que aparecen en las páginas de las Sagradas Escrituras son, por supuesto, los querubines de Génesis 3. El vocablo “querubín” aparece muchas veces en el Antiguo Testamento, especialmente en Ezequiel donde está usado veinticuatro veces (en la Reina-Valera) en el primer capítulo. Lo encontramos una sola vez en el Nuevo Testamento (Hebreos 9.5), donde tenemos una frase significativa, “los querubines de gloria”.

No es fácil determinar el sentido de la palabra en sí. Una sugerencia es que significa “arar” y posible-mente conlleva la idea de su servicio para Dios. Tanto Ezequiel en su profecía como Juan en su revelación se refieren a estas magníficas criaturas como “seres vivientes” (Ezequiel 1, Apocalipsis 4). Lo dicho acerca de ellos significa que con toda la energía entusiasta de la vida misma, ellos cumplen su servicio para Dios sin interrupción. Muchos escritores aceptan la opinión de que son simbólicos en vez en verdad seres del más elevado rango. Aunque sí encierran en sus personas mucho que es representativo o simbólico, parece más acorde con lo que ha sido revelado entender que son realmente seres vivientes. Como ya se ha manifestado se habla de Satanás como el “querubín ungido” antes de su caída. Esto subraya el hecho de que los querubines son superiores y tienen personalidad propia. Es poco probable que se hable de uno como “ungido” si fuera apenas simbólico.

Lo que está registrado en las Escrituras acerca de ellos debe ser motivo de asombro al considerar el ministerio y la posición que les han sido asignados. Se habla de Dios como morando “entre los querubines” y “sentado sobre los querubines” (Salmo 80.1, 99.1). Esto queda ilustrado por la cubierta y los velos del tabernáculo. Entretejidas en la tela misma había representaciones de los querubines, de suerte que la morada de Dios en medio de la nación de Israel se caracterizaba por una sobresaliente presentación de su posición. Esto se ve también en la tapa del arca donde dos querubines, que formaban una parte integral de aquella tapa, se identifican con la absoluta santidad de Dios simbolizada en el arca del pacto. Los querubines ─ aparentemente cuatro de ellos ─ prestan servicio ante el trono de Dios mismo (Apocalipsis 4.6). En sus personas ellos expresan el proceder inescrutable de Dios en gracia y gobierno en lo que al hombre se refiere, “porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas” (Ezequiel 1.21). En la esencia de su ser los querubines protegen el trono de Dios (Apocalipsis 4) y señalan la obra divina de la redención (Éxodo 25).

Siendo cuatro, su representación de los atributos divinos se percibe como universal. Se ha interpretado de diversas maneras el hecho de que cada uno posea cuatro caras. Si es porque personifican los atributos divinos, como hemos sugerido, entonces la “cara de hombre” hablaría de una inteligencia superior, la “de león” la soberanía entera, la “cara de buey” nos haría recordar la paciencia de Dios que no conoce límite, y la “cara de águila” sería una figura de la actividad celestial realizada a favor del hombre. Conforme con Ezequiel 1, Juan escribe también de estas cuatro características (Apocalipsis 4.7). Él está de acuerdo con el profeta también en mostrar que estaban “llenos de ojos” (Ezequiel 1.18, Apocalipsis 4.8). Es decir, se caracterizaban por una omnisciencia casi divina.

Pero debemos recomendar cautela. Tal es la superioridad incomparable de los querubines como inteligencias creadas que Ezequiel, al discurrir sobre su relación con las “visiones de Dios” que le fueron dadas, se veía obligado a emplear vez tras vez en el capítulo 1 palabras como “semejanza”, “aspecto” y “como”. Es evidente que las palabras de ninguna manera pueden acercarse a la gloria trascendente que Ezequiel vio, pero los hechos que él registra concuerdan con la experiencia de Pablo cuando él también, cual hombre llevado al Paraíso, tenía que decir que “fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12.4). Pero es por demás significativo que el profeta registre: “Esta era su apariencia: había en ellos semejanza de hombre” (Ezequiel 1.5).

Las cuatro caras que se ven en los Evangelios

Desde tiempos antiguos se han relacionado las caras de los querubines con los cuatro Evangelios: la del león con Mateo, el Evangelio del Rey; la cara del buey con el Evangelio del Siervo, que es Marcos; la de un hombre a la historia que da Lucas del “Hombre Cristo Jesús” en toda su perfección; y el Evangelio según Juan, que hace ver de manera particular el origen celestial del Hijo de Dios, con las características del águila.

Entonces estos querubines, o seres vivientes, manifiestan en su esencia a la creación entera muchos de los atributos divinos, pero en realidad ninguna mera criatura, no importa cuán magnífica, puede aspirar a ser una perfecta manifestación del carácter divino. Los cuatro Evangelios son un recuerdo de que solamente una Persona divina puede revelar a Dios en toda su gloria. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1.18). Sólo del Señor Jesús se puede hacer semejante declaración.

Es interesante que en el primer capítulo de Ezequiel una de las caras es la del buey pero en el 10.4 está cambiada a la de un querubín. En la segunda referencia a este primero de los querubines, es el único de los cuatro que se menciona. Simbó-licamente, los significados probablemente son muy similares. En el capítulo 1, en el contexto del llamamiento del profeta, se nota el buey que sugiere el servicio paciente, como es también la apariencia en general “una semejanza que parecía de hombre” (1.6,26). En el capítulo 10 el contexto es el de la gloria que se aleja de la Casa de Dios en la tierra. El cuadro del servicio paciente queda reemplazado por aquel que sugiere un ministerio celestial y glorificado.

De nuevo, los superlativos usados para describir estos magníficos “seres vivientes” están allí para demostrar la infinita superioridad del Hombre que posee todos los atributos divinos y los manifestaba “corporalmente”, bien sea en la tierra o ahora cuando glorificado en el cielo (Colosenses 2.9).

Los serafines

Diversos rangos de seres

Desde la antigüedad se han reconocido hasta nueve clases diferentes de seres angelicales con base en el uso de diversas designaciones que se les dan en las Escrituras. Se ha hablado ya de aquella jerarquía llamada “el querubín”. Otro rango de estos seres se llama “el serafín”, uno que también ocupa un lugar de gran privilegio y dignidad. Muchas de sus características son similares a las de los querubines y por esto se afirma frecuentemente que son los mismos seres.

La palabra “serafín” figura sólo dos veces en las Escrituras (Isaías 6.2,6) pero lo dicho acerca de esta clase conduce a la conclusión que también gozan de una identidad distinta y de una comisión otorgada divinamente. Tanto el querubín como el serafín dan expresión a la santidad de Dios. Los primeros no reposan de día ni de noche al exclamar “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apocalipsis 4.8) y los postreros claman el uno al otro diciendo, “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6.3). Si estas descripciones deben ser entendidas literalmente, entonces Ezequiel 1.6 presenta un dilema, ya que dice de los querubines que tienen “cuatro alas” mientras que los “seres vivientes” en Apocalipsis tienen seis. Si, por otra parte, el número de alas que se especifica debe entenderse simbólicamente, entonces el problema desaparece, como también la necesidad de identificar estos dos grupos de seres como uno mismo.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! La inmensa muchedumbre
de ángeles que cumplen tu santa voluntad
ante ti se postra, bañada de tu lumbre,
ante ti, que has sido, que eres, y serás.

Como ya se ha sugerido, las cuatro alas de Ezequiel capítulo 1 simbolizan la universalidad de la representación que los querubines hacen de la deidad, mientras que las seis alas de Isaías 6 y Apocalipsis 4 simbolizan el sentido de asombro, la humildad y la energía con que estos seres sirven a su Creador. Grande es la lección que  aprendemos en esto nosotros los meros mortales que, aun en el servicio para Dios, nos caracterizamos a menudo por el orgullo y la confianza propia. Los serafines y los querubines comparten las características sobresalientes mencionadas. Ambos se cubren el rostro en la presencia de la gloria refulgente. Sintiendo su propia deficiencia, se cubren los pies al apresurarse a cumplir los mandatos de su Señor y Creador. Oh que nosotros pudiéramos ser más como ellos al servir a nuestro Maestro aquí.

Las características de los serafines

Las características especiales de los serafines los señalan como diferentes, si no en rango, ciertamente en su ministerio. Los querubines tienen que ver con el trono de Dios y, de alguna manera, como protectores de su santidad, pero los serafines tienen que ver con el altar en Isaías 6.6. Relacionados con su servicio al trono divino, los querubines exigen que el pecador se acerque a Dios por la vía del sacrificio. De una manera similar, el ministerio de los serafines ilustra la necesidad de la limpieza para aquellos que pretenden servir a un Dios santo.

El nombre “serafín” quiere decir “seres ardientes” y la misma palabra se emplea para describir las serpientes ardientes de Números 21.6 donde ellas administraban la santidad consumidora de Dios. De esto concluimos que, así como el nombre “seres vivientes” se usa para dar a entender la intensidad y el celo insaciable que los querubines manifiestan en su servicio para Dios, también el nombre “seres ardientes” muestra la intensidad y celo insaciable que los serafines manifiestan en su ministerio designado por Dios mismo en conformidad con aquella santidad.

Ellos están, como un escritor lo ha expresado, “ardiendo de amor por Dios” y se caracterizan por una humildad reverente que no permite que nada impida o interrumpa la obediencia inmediata a la comisión que les ha sido encomendada. Una vez más nos proporcionan un excelente ejemplo como siervos del Altísimo. Nosotros, que estamos marcados por la mortalidad y por la debilidad en todo lo que hacemos, debemos estar aun más conscientes que ellos de la reverencia y humildad que conviene manifestar al servir al Señor por pura gracia en la esfera nuestra, como hacen ellos en la suya.

Tanto los querubines como los serafines proclaman, “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso”. Sin duda esto indica el carácter trino del Dios de quien hablan. La repetición también tiene el propósito de expresar la honda perfección de la santidad de Dios, y puede ser a la vez una expresión de aquella santidad que caracteriza al Señor Dios Todopoderoso en (1) su trato soberano con  los seres angelicales en la esfera espiritual, (2) su obra poderosa en la creación material, y (3) su proceder en gracia con los hombres aquí en la tierra. Comoquiera que expliquemos este reconocimiento reverente de la santidad divina, debemos estar mucho más conscientes de nuestras propias imperfecciones y fallas en el servicio para Dios al contemplar el amor y el santo celo de estos seres celestiales.

Un pensamiento adicional debe ser notado en relación con el ministerio de los serafines. El agente purificador usado para quitar las deficiencias de las cuales Isaías estaba plenamente consciente era “un carbón encendido, tomado del altar”. De nuevo, la acción debe ser entendida como simbólica. El altar y los carbones encendidos son figuras de la obra de Cristo y todos sus efectos. Esa obra gloriosa no sólo trae perdón para el pecador, sino también quita la contaminación personal y hace al creyente apto para servir al Dios de su salvación. En vista de lo que representa “un carbón encendido, tomado del altar”, y la confianza que ha debido dar al siervo de Dios, no es de sorprender que Isaías haya respondido: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6.8).

Otras designaciones

Como ya se ha señalado, los ángeles se llaman “LAS ESTRELLAS DEL ALBA”  (Job 38.7) en el contexto de su creación singular. El título es una declaración del resplandor de la gloria que les ha sido dada. En esto despliegan el carácter de su Señor infinitamente más glorioso que es llamado “la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22.16).

Hay también los “VIGILANTES” de Daniel 4.13 al 17 que están en la misma categoría que los “GUARDAS” de Isaías 62.6. Estos ángeles desempeñan funciones administrativas para su Dios en lo concerniente a la esfera política aquí en la tierra, especialmente en lo que se relaciona con el pueblo de Dios. Daniel 4 deja entrever cuán estrecho es su vínculo con los sucesos políticos de este mundo. Uno de los “vigilantes” lleva el edicto del “Altísimo” con la orden, “Cortad el árbol y destruidlo”, y en consecuencia Nabucodonosor, posiblemente el mayor potentado conocido hasta ese entonces, es despachado al campo para hacer el papel de una bestia muda. De esto se puede inferir que los acontecimientos políticos son dirigidos por Dios a través de instrumentos como estos.

Adicionalmente, parece que algunos ángeles guardan una relación especial con ciertas naciones en el auge y la caída de los imperios mundiales. Se llaman “PRÍNCIPES” (Daniel 10.13,20, 12.1). A Satanás se le llama el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2.2), “el príncipe de los demonios” (Mateo 9.34) y “el príncipe de este mundo” (Juan 14.30). Todos estos títulos, sin duda, reflejan la posición majestuosa que Satanás ocupaba originalmente en su creación, y señalan la relación que guarda todavía con los acontecimientos en el mundo. Pero, de nuevo y en gran contraste, al Señor Jesús se le llama “el Príncipe de vida” (Hechos 3.15) [traducido el título así en algunas versiones y como “el Autor de vida” en otras].

Otros seres se identifican como “TRONOS, DOMINIOS, PRINCIPADOS y POTESTADES” (Colosenses 1.16), especificando, según entendemos, varios rangos entre los ángeles. Estos títulos señalan posiciones elevadas, poder, autoridad y más que todo la capacidad de gobernar como delegados de su Señor divino. Tal es entonces, en parte, la identidad de estos gloriosos seres, quienes, en su absoluta perfección, nos presentan lecciones ilustradas de un celo incansable en su servicio para Dios con la debida reverencia y humildad.

 

Capítulo 3  La dignidad de los ángeles

 

La dignidad fundamental de las huestes celestiales puede ser apreciada de cuatro maneras. Ya se han tocado algunos de estos puntos pero posiblemente admitan más comentario.

El Señor preencarnado se identifica con ellos

Están vinculados con el santo trono de Dios

Son agentes autorizados por Dios

Ellos ministran al Señor en la tierra

1.  El Señor preencarnado se identifica con ellos

No cabe duda razonable de que por regla general las palabras “el Ángel de Jehová” o “el Ángel de Dios”, que se encuentran casi setenta veces en el Antiguo Testamento, se refieren claramente a un individuo específico y especial. Aunque hay quienes discrepan, la mayoría de los expositores perciben que las manifestaciones del “Ángel de Jehová” son Teofanías, o representaciones de Dios al hombre antes de la encarnación del Señor Jesús. Esta creencia explica muchas porciones de las Escrituras que de otra manera parecerían enigmáticas y difíciles.

Las condiciones en torno a las catorce Teofanías encontradas en el Antiguo Testamento conducen a la conclusión que “el Ángel de Jehová” es realmente una Persona divina. La primera ocasión se encuentra en Génesis 16 cuando “el Ángel de Jehová” se le apareció a Agar  quien “llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?” (16.13).

Es “el Ángel de Jehová” quien, jurando por sí mismo, le dice a Abraham: “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto (yo) te bendeciré, y (yo) multiplicaré tu descendencia” (Génesis 22.16,17). El escritor a los Hebreos atribuye este juramento a Dios quien no miente (6.17,18). “El Ángel de Jehová” que habló a Jacob en Génesis 31 toma para sí la designación de “el Dios de Bet-el” (31.13) y él “Ángel de Jehová” que se le apareció a Moisés en Horeb “en una llama de fuego” también se identifica como “el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3.2 al 6).

Dice “el Ángel de Jehová” a los hijos de Israel: “Yo os saqué de Egipto … No invalidaré jamás mi pacto con vosotros” (Jueces 2.1). Otros incidentes similares se encuentran en las experiencias de Balaám (Números 22), Gedeón, (Jueces 6), Manoa (capítulo 13), David (2 Samuel 24), Elías (1 Reyes 19), Ornán (1 Crónicas 21), Isaías (Isaías 37) y Zacarías (Zacarías 1).

Aquí nos hemos limitado a las ocasiones cuando se emplean las palabras “el Ángel de Jehová”, pero hay otras donde se hace presente una Persona divina en la forma de ángel o de humano, dando a entender de nuevo que el Ángel de Jehová no es simplemente uno de su clase sino el Único de su clase. Así el propio Creador Todopoderoso dignificó la habitación de los ángeles al revelarse a los suyos como “el Ángel de Jehová”.

Con estas referencias bíblicas delante de nosotros, qué profundidad de sentido se encuentra en el texto de Salmo 34.7,8: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él”.

El “Ángel de Jehová” posee todos los atributos de la deidad. En Éxodo 23.21 Jehová el Señor de Israel afirma, “mi nombre está en él”. Todo lo que expresa el inefable Nombre de Jehová se encuentra en uno que Dios llama “mi Ángel” (Éxodo 23.23). Es denominado también “el ángel de su presencia” (Isaías 63.9). El que había derramado gran bondad sobre la casa de Israel dice allí de él: “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad”.

Hay dos más títulos interesantes que se le asignan al Ángel de Jehová. En Job 33,23,24 el Señor dice: “Si tuviese cerca de él ─ cerca de los hombres que van al sepulcro ─ algún elocuente mediador muy escogido ─ un ángel ─ que anuncie al hombre su deber ─ el del ángel ─ que le diga que Dios tuvo de él misericordia, que lo libró de descender al sepulcro, que halló redención”. Puede que algunos encuentren dificultad con la manera en que hemos parafraseado el versículo, pero es probable que haya poca discrepancia en cuanto al sentido en el fondo del propio texto. En Malaquías 3.1 es llamado “el ángel del pacto”, Aquel que cumplirá el pacto, purificando a los hijos de Leví y haciendo que sea de agrado al Señor la ofrenda de Judá y Jerusalén. Estos dos títulos ─ “la Redención” y “el Ángel de Jehová” ─ señalan los dos advenimientos del Señor Jesús y nos ayudan a identificar al que tan a menudo se llama el “Ángel de Jehová”. Él vino en primera instancia a dar su vida por muchos (Mateo 20.28) y viene por segunda vez para cumplir todas las promesas del pacto (Hebreos 9.20,28).

Tal es la dignidad de estos seres santos que el Señor mismo, antes de ser hecho carne y “tabernacular” entre nosotros (Juan 1.14), se dignó revelarse como “el Ángel de Jehová”.

2.  Están vinculados con el santo trono de Dios

La dignidad de su posición se ve también en su relación estrecha con el Trono de Dios. Aparte de la relación singular que los querubines tienen  con el Trono (Apocalipsis 4.6), Gabriel le dice a Zacarías, “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios” (Lucas 1.9). El drama de la Redención, como el Nuevo Testamento lo revela, abre con un hombre en la tierra introducido a las intimidades del cielo por un ministerio angelical. Quinientos años antes, Gabriel se le apareció a Daniel en circunstancias similares; es decir, a la hora del sacrificio de la tarde, para anunciar las setenta semanas determinadas sobre Israel para terminar la transgresión e introducir la santidad de las edades. Esto se efectuaría al ser cortado el Mesías de Israel (Daniel 9). En Lucas 1, Gabriel anuncia el nacimiento del Mesías, poniendo en marcha el proceso de traer la salvación que había sido anunciada mucho antes.

De manera parecida a la de Gabriel, los siete ángeles de Apocalipsis 8, responsabilizados de llevar a cabo los siete juicios de las trompetas, también están “en pie ante Dios”, y “otro ángel”, a saber, uno de la misma clase que los siete (8.2,3). Muchos perciben que este postrer ángel es el Señor Jesús mismo, pero dado que el pronombre quiere decir “otro de la misma clase” y que no se habla del Señor Jesús como un ángel en ninguna otra parte del Testamento, parece más apropiado verlo como un servidor angelical que posee características como las de Cristo.

Sea como fuere, este “ángel” fortalece las oraciones de los sufridos santos de aquel período. El resultado es que cuando los siete ángeles se preparan para sonar sus trompetas de juicio y “las siete plagas postreras” se derraman sobre los moradores de la tierra, el clamor de aquellos que decían, “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero?” (6.10), recibe respuesta por medio del ministerio del ángel que arroja sobre la tierra fuego del altar. Luego, mientras el último de los ángeles arroja su copa de ira sobre la tierra, “voces y truenos, y un gran temblor de tierra” (16.17,18) acompañan su acción. Reza Daniel 7.9,10: “Fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve … Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”. Ciertamente es asombroso considerar que cuando el Señor se revele en su gloria, será acompañado de estos “ángeles de su poder” (2 Tesalonicenses 1.7).

En el libro del Apocalipsis, uno de estos ángeles reta el universo (capítulo 5), otro ángel ejerce su autoridad sobre la tierra caótica (capítulo 10) y todavía otro toma venganza sobre Babilonia por la sangre de los mártires y los santos (capítulo 18).

3.  Son agentes autorizados por Dios

Su fuerza no es intrínseca, sino delegada, pero no por eso es menos asombrosa. Actuando por cuenta de Dios, son agentes de gracia y de gobierno. Con base en las palabras del autor de la Epístola a los Hebreos, y en conformidad con otras Escrituras, podemos concluir que el cosmos hoy por hoy está sujeto a una administración angelical. Pero en los propósitos redentores de Dios, el mundo venidero no ha sido puesto en sujeción a ellos de esta manera (Hebreos 2.5). Es concebible que los vastos alcances del espacio, poblados por billones de estrellas y planetas, estén de alguna manera administrados por los ángeles para Dios. Esto es lo que C. S. Lewis concibe en su libro Out of the Silent Plane. Posiblemente sea mera especulación, pero es difícil creer que esas innumerables esferas hayan sido creadas sin un propósito y carentes de una administración ordenada.

Como hemos visto, los ángeles controlan toda la naturaleza, por lo menos en lo que a este mundo se refiere. Los ángeles de fuego, agua, viento, etc. de Apocalipsis 16 se ocupan de asegurar la realización del final propósito de Dios. En Sinaí no menos de “diez millares de santos” actuaron en la entrega de la ley (Deuteronomio 33.2, Hechos 7.53, Gálatas 3.19). La ley, ordenada así por medio de ángeles, revelaba el carácter santo del Dios de Israel. Además, en su calidad de “Vigilantes”, ellos supervisan los movimientos de las naciones y de esta manera hacen cumplir las prerrogativas santas de Dios (Daniel 4.23, 12.1). Esto lo veremos en mayor detalle más adelante en nuestro estudio.

4.  Ellos ministran al Señor en la tierra

Parece que la actividad angelical aumentó durante la peregrinación del Señor sobre la tierra. Tenemos el anuncio de su nacimiento (Lucas 2), el ministerio a favor suyo en el desierto (Mateo 4), la atención a los eventos de su pasión (Lucas 22), la proclamación de su resurrección con un completo desdén hacia el poder de la muerte (Mateo 28) y su incorporación en su séquito al ascender Él en gloria (Juan 1.51). En este último pasaje se ven “a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. Es decir, están bajo su control absoluto y a su disposición. Su ministerio a favor suyo se hace aun más interesante por las palabras de Pablo, “visto de los ángeles” (1 Timoteo 3.16).

 

 

¡Qué maravilla!  Ya en el desierto,
entre fieras visto, está el solo Dios.
Hambre le acosa, Satanás le tienta,
ángeles asisten, siguiéndole en pos.

Es precisamente de estas maneras que se enfatiza la dignidad de estos seres santos. Son llamados tanto hijos como siervos. Lo que disfrutan en virtud de las obras de su Creador, nosotros disfrutamos como consecuencia de la redención. Por cierto, nuestra posición en Cristo es más dignificada e íntima que la de ellos. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3.2). De nuevo, estos sobresalientes siervos de Dios ofrecen un ejemplo para los redimidos, quienes también son llamados a servir con la dignidad de “los hijos de Dios”.

 

 

Capítulo 4  El ministerio de los ángeles

Instruidos por la obra de gracia

Hay dos afirmaciones acerca de los ángeles para ser consideradas en mayor detalle en páginas posteriores. Son las palabras “visto de los ángeles” (1 Timoteo 3.16) y “a los ángeles” (Efesios 3.10). No hay duda en cuanto a la profundidad de su sentido a la luz de su nexo con la humillación voluntaria del Señor Jesús y la obra divina de asombrosa gracia manifestadas en la formación de la iglesia que es el cuerpo de Cristo. De modo parecido, otra frase que es digna de una cuidadosa evaluación es la de 1 Corintios 11.10, “por causa de los ángeles”. Tristemente, esta frase ha sido considerada como de poca importancia por muchos que han emprendido una exposición de la Primera Epístola a los Corintios.

Por cuanto son vistas por muchos como meramente la costumbre del día las palabras de Pablo en relación con las mujeres en la asamblea corintia, acerca del cabello “cada vez más largo” y la cubierta de la cabeza, ellas son puestas a un lado por regla general y consideradas como de poca relevancia para la presente era cristiana. Es llamativo que tantos creyentes de esta última parte del siglo veinte puedan tratar con tanta ligereza lo que ha sido la costumbre uniforme de “las iglesias de Dios”, casi sin excepción, por 1900 años. En los días del apóstol, como en los nuestros, se exigía a los varones cubrirse la cabeza en la sinagoga judía, pero era opcional para las mujeres hacerlo, aunque era la práctica casi universal. En los templos de los ídolos, no era obligatorio para el varón ni para la mujer cubrirse, de manera que, lejos de seguir la costumbre del día, Pablo estaba introduciendo algo nuevo, y por “mandamiento del Señor”. Este hecho merece más reconocimiento del que se le da.

Además, una cuidadosa consideración de las palabras de Pablo sacará a relucir que la enseñanza y práctica reconocida universalmente por los creyentes en toda época salvo la nuestra no puede ser descartada sin perjuicio espiritual a quienes lo hacen. La asamblea en Corinto, y por inferencia la de todo otro lugar, representa la obra divina de restauración. Lo que se perdió en el huerto de Edén como consecuencia del pecado del hombre, Dios desea que sea restaurado en las filas de los redimidos. El orden natural de la creación material, de la cual el Señor Jesús es designado el solo y soberano Señor, está de un todo descoyuntado en la sociedad pecaminosa del hombre. Este trastorno estriba del engaño por parte de Eva de parte de Satanás (1 Timoteo 2.14), cuando ella fue conducida por la astucia de la serpiente a salir del lugar que Dios había señalado para ella. De su pecado, del cual Adán participó voluntariamente, se podía decir también que “no guardaron su dignidad”.

En las congregaciones de los santos llamadas “las iglesias de Dios”, se ve el diseño original restaurado, el Señor Jesús recibiendo su debido lugar en medio de los suyos. Las expresiones externas de esta gran verdad se encuentran en la conducta y la vestimenta de tanto los hombres como las mujeres. Si bien en “la iglesia que es su cuerpo” ─ el de Cristo ─ “no hay varón ni mujer” (Gálatas 3.28), estas distinciones están muy a la vista en las reuniones locales de los santos. Por lo tanto, a los varones se les enseña a guardar su cabello corto y su cabeza descubierta para participar en el privilegio de la oración pública y el ministerio. A la mujer creyente se le enseña a guardar su cabello largo y cubrirse en todas las reuniones de la asamblea, cualquiera que sea el propósito, y que “aprenda en silencio, con toda sujeción”, porque, prosigue Pablo, “no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre” (1 Timoteo 2.11,12). Esta interdicción se extiende aun a las oraciones públicas: “Quiero, pues, que los hombres ─ los varones ─ oren en todo lugar”.

En 1 Corintios 11 el apóstol da cuatro razones claras para estos mandamientos.

(1) Deshonra a su cabeza la mujer que esté descubierta durante la oración o la profecía (v. 5), la “cabeza” referida al varón en su esfera natural pero divinamente establecida. La mujer, “que ora o profetiza con la cabeza descubierta” no está reconociendo la dirección asignada al varón por Dios.

(2) La naturaleza misma enseña que es repugnante que adrede el hombre exhiba cabello largo y la mujer cabello corto (vv 14 al 16).

(3)  Ninguna de las iglesias de Dios tenía otra costumbre diferente a la que Pablo expone aquí (v. 16).

(4)  Por último, pero no por esto menos importante, e íntimamente relacionado con el tema bajo presentación, se afirma que estos símbolos de sencilla e incondicional obediencia y reconocimiento de parte de los hombres y las mujeres redimidos son “por causa de los ángeles” (v. 10).

En vista de lo que se está exponiendo aquí, ¿sería una exageración del sentido sugerir que el ministerio angelical en gracia y gloria se torna aun más solemne y glorioso por lo que les corresponde observar de la obra divina de redención y sus consecuencias?

Se dice con mucha justificación escrituraria que los ángeles son “guardianes de la creación” y “espectadores interesados” del proceder de Dios con los hombres. La obediencia voluntaria del pueblo de Dios, efectuada por la gracia de Dios en salvación y vista en los símbolos externos de la cabeza cubierta y el cabello creciente de las hermanas, es un medio adicional por el cual los ángeles son instruidos en los propósitos divinos.

Acaso haya objeciones, se debe notar que Pablo escribe del “cabello cada vez más largo”, o “el cabello creciente”. El Linguistic Key to the New Testament interpreta el término kamao como “dejar que el cabello crezca”, y el diccionario griego que complementa Strong´s Exhaustive Concordance to the New Testament da como el sentido “vestir cabellera” (palabra número 2863). En los tiempos paulinos algunos varones expresaban su homosexualidad por medio de una cabellera. En nuestros tiempos, muchos, es triste decirlo, tienen esta práctica contraria a la naturaleza (aunque sería incorrecto acusar a todo hombre que porta cabello largo de estar involucrado en esta práctica poco natural y antibíblica). Dado que los ángeles, cual testigos oculares interesados, se instruyen por la obra de la gracia de Dios entre los hombres, todo creyente espiritual, sea hombre o mujer, reconocerá que lo que Pablo escribe es, como ya hemos afirmado, “mandamientos del Señor” (1 Corintios 14.37).

Agentes en la obra de juicio

Apocalipsis 14 tiene un mensaje solemne. No obstante la gracia infinita y la paciencia divina, el hombre continúa en su rebelión, la cual encontrará su expresión en el liderazgo del gran rebelde, el Hombre de Pecado. Cae un juicio espantoso sobre “los moradores de la tierra”, y los ángeles actúan como los agentes divinos (Apocalipsis 6 al 9). Aquellos que adoran a la bestia y a su imagen, y reciben la marca en su frente o en su mano, serán atormentados con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero (14.9,10).

Aparentemente los ángeles se asociarán con todos los grandes acontecimientos que tendrán lugar después de la venida del Señor al aire para arrebatar a los suyos para estar con él. Vendrá “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel (literalmente, ‘con voz como la de arcángel’), y con trompeta de Dios” (1 Tesalonicenses 4.16). En el tribunal de Cristo ellos van a estar presentes como observadores, según se insinúa en las palabras de Lucas 12.8. Acompañarán al Señor cuando venga al mundo de nuevo y serán llamados a adorarle en esa ocasión (Hebreos 1.6). Pero será en la misma presencia de los santos ángeles que se administre venganza sobre todos los adoradores de la Bestia, proporcionando así más instrucción para ellos del proceder divino.

Quizás es con esto en mente que Pablo escribe a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad” (1 Timoteo 5.21). Ni los nexos de familia ni de amigos, ni por cierto ningún otro motivo oculto, deben interferir con la fiel exposición de “la sana doctrina” y con la necesidad de una respuesta apropiada en la conducta correspondiente. Tal es el peso de la responsabilidad que incumbe sobre aquellos que ministran públicamente la Palabra de Dios que ellos deben estar siempre conscientes de los “santos ángeles” que se interesan intensamente en, y son observadores de,  la obra de gracia en estos tiempos. Aun más se requerirá la presencia de los ángeles en aquel gran día de revisión cuando “cada uno recibirá su recompensa” (1 Corintios 3.8).

Participantes en los cantos de alabanza

El ministerio de los ángeles es a la vez celestial y terrenal. Es uno de gracia, gloria y gobierno.

Hacia Dios, es indicativo de su persona y su propósito (Salmo 103.12 al 21). “Alabadle, vosotros todos sus ángeles” (Salmo 148.2). Ninguno guarda silencio y su oración es continua por cuanto “no cesaban día y noche” (Apocalipsis 4.8) en su ofrenda de alabanza que es de alcance universal (Isaías 6.3). Cuando la gloria de Dios llenó el Templo de Salomón, “no podían los sacerdotes estar allí para ministrar” (2 Crónicas 5.14), pero, no obstante la gloria refulgente y la ira por caer, se ve que los ángeles “estaban en pie ante Dios” y ante el altar que está en los cielos (Apocalipsis 8.2,3).

El orden presente del cosmos está bajo su control y mientras ellos ministran a todos los que “están por heredar la salvación” (traducción literal de Hebreos 1.14) se cumplen las promesas de Dios para los suyos, por lo menos en cuanto a la protección física. También, en relación con la estadía del Señor aquí sobre la tierra, ellos desempeñaban un ministerio atento y extenso a partir del momento en que anunciaron su nacimiento. Le velaron en el Getsemaní, supervisaron la tumba vacía y confirmaron su ascensión; adicionalmente, le acompañarán en su regreso en Gloria.

Aun cuando el suyo es un estado tan exaltado, y aun cuando son agentes de la ira y venganza divina, en un día venidero van a estar subordinados al hombre. Apocalipsis 5.11,12 deja en claro que van a participar en las alabanzas de los redimidos; desde luego, su participación será diferente, pero con todo tendrán su parte en los beneficios que fluyen de la obra gloriosa del Señor Jesús. En Hebreos 12.22 al 24 leemos que son una “compañía de muchos millares de ángeles reunidos en un despliegue festivo” o están “congregados para celebrar una fiesta”, como sugieren algunos traductores. Se habla de ellos como “sus ángeles escogidos” (1 Timoteo 5.21). Cuando “la gran ciudad santa de Jerusalén” descienda del cielo, de Dios, doce ángeles estarán a las puertas (Apocalipsis 21.12). De esta manera se deja en claro que los ángeles, si bien no son beneficiarios directos de la gracia de la redención, no están excluidos de las bendiciones que fluyen de la obra de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

Uno de los resultados de aquella obra gloriosa de la redención que es menos conocido pero extenso es la garantía que el Calvario proporciona; a saber, que nunca más el pecado y la rebelión volverán a contaminar o interrumpir las filas de los santos seres. Suponer otra cosa es insinuar que todo el proceso de la redención posiblemente requiera ser repetida, y semejante pensamiento es grotesco en extremo. Lo que el Señor realizó en su muerte es una salvación eterna para todos aquellos que creen. Una confianza igualmente eterna se extiende a los ángeles escogidos, que aquellos que nunca han sido puestos a un lado en los propósitos soberanos de Dios nunca conocerán de nuevo el pecado devastador que se introdujo una vez en su medio. Por ende, esta reunión festiva de los ángeles es eterna en su naturaleza.

El nuevo cántico de los redimidos, que nunca se envejecerá, será, “Digno eres … porque con tu sangre nos has redimido para Dios” (Apocalipsis 5.9). El trasfondo de aquel himno será un vasto coro, la voz de una compañía innumerable de ángeles y de seres vivientes alrededor del Trono. Se ve que su coro de alabanza está en armonía con “los veinticuatro ancianos” quienes, a juicio de quien escribe aquí, representan a los redimidos de esta edad de gracia y presentan las oraciones de los santos en aquel escenario celestial.

Estas “oraciones de los santos” incluyen, entonces, el canto redentor de alabanza (v. 9) y también los himnos de la vasta hueste celestial que se mencionan en los versículos 11 al 14. La cuantía de esta multitud no admite expresión en lenguaje humano. A gran voz ellos (los ángeles, los seres vivientes y los hombres redimidos) dicen, “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”. Junto con la creación entera, consignarán alabanza sin fin al Dios de su creación por la poderosa obra que Él realizó en redimir al hombre para sí, y por la preservación eterna que los ángeles disfrutan.

Nosotros, como creyentes, siempre hemos estado perjudicados por una visión limitada, y más que nunca en la prosperidad de los días en que vivimos. Una comprensión clara de la magnificencia de estos seres sobresalientes en su carácter y su servicio para Dios debería ayudarnos a apreciar más profundamente el valor de las cosas espirituales. Los “muchos millares de ángeles”, que nunca han gustado y nunca gustarán los preciosos frutos de la salvación, sirven a su Dios en la plena energía de todo su ser. Su ejemplo de celo y fidelidad está allí para que lo imitemos.

Capítulo 5         El destino de los ángeles

 

Hasta ahora hemos notado que las Escrituras identifican a los ángeles de dos maneras por lo menos. Se ven como adoradores en el santuario celestial y en calidad de “espíritus administradores” ellos actúan como mensajeros o agentes de Dios en tareas de gracia y gobierno. Adicionalmente, su dignidad es la de “Santos Seres” quienes probablemente, y aun más que los reyes y profetas ungidos, en calidad de compañeros de Cristo (Salmo 45.7) pero siempre como siervos suyos, comunican la mente de Dios, ejecutan la voluntad de Dios y administran el juicio de Dios. Nada saben de las experiencias de un nacimiento, enfermedad, muerte o deterioro. No obstante, también están sujetos a la disciplina divina con miras a realizar el eterno propósito de la Deidad en cuanto a su destino.

En el Nuevo Testamento se dicen ciertas cosas acerca de los ángeles que nos ayudan a entender cómo se están instruyendo hoy por hoy en cuestiones divinas. Merece especial atención notar cuatro declaraciones, tres de las cuales se han mencionado en el Capítulo 4:

‘visto de los ángeles’ (1 Timoteo 3.16)

‘a los ángeles’ (los principados y potestades) (Efesios 3.10)

‘por causa de los ángeles’ (1 Corintios 11.10)

‘delante de los ángeles’ (Lucas 15.10, Apocalipsis 14.10)

Estas escrituras presentan, respectivamente, a los ángeles en general como (1) espectadores interesados, (2) observadores curiosos, (3) estudiantes instruidos, y (4) testigos inteligentes de la actuación de Dios con los hombres en la tierra.

‘Visto de los ángeles’

Es interesante notar que, entre las afirmaciones más profundas acerca de Cristo que hace Pablo en el Nuevo Testamento, hay las de Filipenses 2.5 al 11 y 1 Timoteo 3.16. En ninguna de las dos el propósito del apóstol era doctrinal sino práctico. En la primera es que la mente de Cristo sea formada en los santos filipenses y en la postrera es que los hombres sepan cómo conducirse en “la iglesia del Dios viviente”.

La frase “visto de los ángeles” en 1 Timoteo 3.16 es por demás amplia, abarcando la encarnación en todos sus diversos aspectos. Desde el momento en que anunciaron su venida en humanidad ellos tenían el privilegio de ministrar a su Señor de algún modo, aun hasta fortalecerle de alguna manera misteriosa en la ocasión de su agonía en el Getsemaní. (Véanse Mateo 1.20, 4.11, Lucas 22.43). Parece que cada paso desde la encarnación hasta la ascensión del Señor fue atendido por uno o más de estos seres. La única ocasión cuando no procedía un ministerio suyo fue cuando el Señor fue dejado solo en la cruz. No obstante el hecho de que doce legiones de ángeles estaban a su disposición, el Señor no  los utilizó en esa ocasión.

Con qué respeto reverencial y asombro la hueste angelical ha debido observar todo lo que significaba para su Señor despojarse de la manifestación exterior de su gloria para tomar forma de siervo y ser hecho semejante al hombre mortal. El hecho de que el Creador se haya rebajado hasta asumir humanidad habrá sido sobremanera maravilloso, pero le vieron humillarse también de suerte que, en obediencia a su Padre, él gustara la muerte, y muerte de cruz. En esto observaron un derramamiento único de amor y gracia que jamás habrán podido ver de otro modo. Pero la historia no terminó allí. Vieron también su resurrección triunfante de entre los muertos y su ascensión gloriosa de regreso al trono del Padre. Nada en la experiencia colectiva de estas huestes innumerables ha podido prepararlas por lo que para ellos ha debido ser enteramente inexplicable, el Dios Todopoderoso permitiéndose ser “hecho un poco menor que los ángeles” para que “gustara la muerte por todos” (Hebreos 2.9).

Eres el Verbo eternal, Hijo único de Dios;
su manifestación final, Hijo de su amor.
Ni ángel puede comprender misterio tan veraz,
el Padre sólo de tu ser es de entender capaz.

‘A los ángeles’

A Pablo le fue dado el privilegio inestimable de llenar la revelación divina (Colosenses 1.25). La piedra cumbre, como si fuera, se encuentra en la Epístola a los Efesios y, en cierta medida, en Colosenses también. El tema de la primera de estas dos cartas es “la iglesia, la cual es su cuerpo ─ el de Cristo ─ la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 2.23). De entre las multitudes de aquellos que estaban “muertos en delitos y pecados … hijos de desobediencia y de ira”(Efesios 2.1 al 3), bien sea judíos o gentiles, Dios en amor ha predestinado a los creyentes de esta edad presente para ser adoptados hijos (Efesios 1.5). “Según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo” (Efesios 1.9), Él ha creado para sí un eterno himno de alabanza (Efesios 2.10), “un templo santo” del cual el Señor Jesús es la principal piedra del ángulo (Efesios 2.20,21). La poderosa obra de gracia abundante concuerda con el eterno propósito de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor, “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades”(Efesios 3.10,11).

La sabiduría de Dios es polifacética; hay profundidades que nunca habían podido ser comprendidas por un ángel, ni por todos ellos juntos, si no fuera por la obra del Calvario y el multiforme propósito de Dios para el hombre en ello. Es “para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2.7), pero aun ahora “a los principados y potestades”, es decir, “a los ángeles”, se está manifestando la magnitud de la multiforme sabiduría divina en gracia en la iglesia que ha sido constituida “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”.

Sin duda con pensamientos similares en mente, Pedro escribe: “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1.12). Los medios por los cuales Dios da forma a este eterno monumento de su gracia y su sabiduría es la predicación del “evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo”. Probablemente no se exagera al decir que los seres angelicales prestan plena atención a la predicación del evangelio, aun cuando los hombres no lo hacen. Esto agrega brillo a las palabras de Pablo en Efesios 3.8 cuando habla de predicar “el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”.

‘Por causa de los ángeles’

Así como la iglesia que es “cuerpo de Cristo” es el medio por el cual la multiforme sabiduría de Dios se hace conocer “a los ángeles”, de una manera similar se emplean “las iglesias de Dios”, las asambleas de los santos, como un salón divino para la instrucción de los ángeles en cómo Dios trata a los hombres. En 1 Corintios 11 Pablo discurre sobre el orden divino en la creación material y, conforme con lo que ya había enseñado a los creyentes en Corinto, escribe: “Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (v.3). Estas palabras se relacionan con el propósito original de Dios en la creación del Hombre, cuando el varón, cual regente de Dios, fue puesto a cargo de todo el dominio físico y la mujer fue puesta a su lado como una “ayuda” apropiada  (Génesis 2.20 al 23).

En concordancia con este orden divino en la esfera física, la mujer fue puesta en sujeción al hombre. En exactamente del mismo modo, el varón, aunque dotado de suprema autoridad en su propia esfera, también fue puesto en sujeción, esta vez a Cristo. Se nos informa que “todo fue creado por medio de él y para él”, el Señor Jesucristo (Colosenses 1.16). Pero el orden divinamente constituido en el cosmos material fue perturbado cuando Eva, cuya responsabilidad era la de ser una ayuda idónea para el varón, fue engañada por la infame calumnia de su Creador de parte de Satanás. Así el pecado entró en la sociedad humana en precisamente la misma manera en la esfera angelical, es decir, por vía de la rebelión contra Dios y su Palabra.

Allí termina la semejanza. El resultado de la rebelión angelical fue un juicio instantáneo e irrevocable. “… los ángeles que pecaron … arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2.4). En un contraste de gracia, la ocasión del pecado original del hombre se hizo un vehículo para desplegar la misericordia amorosa de Dios. La desnudez de tanto el hombre como la mujer en el huerto fue cubierta por medio de una muerte expiatoria, y se dio el primer indicio del propósito de Dios a redimir. Los ángeles bien han podido preguntar en asombro, “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites?” (Salmo 8.4 al 6, Hebreos 2.6).

El proceso de la redención, instituido así en el huerto de Edén, alcanza su clímax en lo que los ángeles fueron mandados a observar, su Creador y Dios humillándose para asumir la responsabilidad por el pecado y la culpa del hombre. Su propósito era que la transgresión de esta criatura fuese borrada, y de esta manera el pecador atraído a él en lazos de un amor inexplicable. El resultado de esta “salvación tan grande” efectuada por Personas divinas es maravillosamente único. Estaban involucradas todas tres personas de la Deidad, como expresan sucintamente las palabras de Hebreos 9.14: “Cristo … mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”.

El pecador creyente, dejando su senda de pecado y rebelión, se sujeta ahora de buena voluntad a la mente de Dios, tanto como un particular como en compañía con otros que también son santos. De esta manera se da una expresión externa al orden divino ya restaurado; esto en la esfera donde es endémico el desafío a Dios y a su palabra.

Esta expresión externa de sujeción a la mente de Dios asume tres formas en la conducta y el deporte de creyente, tanto hombre como mujer. Para el varón, se ve en su cabello corto y, en todas las reuniones públicas del pueblo de Dios, su cabeza descubierta; además, en su privilegio concedido por Dios a participar a viva voz en los ejercicios espirituales de la asamblea. Por estas demostraciones externas él reconoce que “Cristo es la cabeza de todo varón”. Para la mujer creyente, su cabello largo y, en las reuniones de los santos, su cabeza cubierta junto con su silencio en sujeción, son para ella los símbolos externos de la veracidad de las palabras apostólicas, “el varón es la cabeza de la mujer”.

Específicamente, Pablo dice con respecto a la cubierta de la mujer: “por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad (del varón) sobre su cabeza, por causa de los ángeles” (1 Corintios 11.10). De esta manera se dicta otra lección a los observadores angelicales. Al tratar en gracia con el hombre pecador, Dios ha efectuado un cambio completo de actitud y conducta de manera que, enteramente aparte de exigencias legales, el hombre mortal se dobla voluntariamente en sujeción a su Señor. Una lección ilustrada  como esta para los ángeles es inestimable y ha podido ser impartida solamente por la obra redentora de Dios en las almas de los hombres. La muerte de nuestro Señor Jesucristo la realizó.

Es difícil entender por qué tantos cristianos hacen caso omiso de este simbolismo o lo toman ligeramente, ya que está tan lleno de significado y hermosura, y hasta años muy recientes era aceptado por creyentes de toda afiliación cristiana.

‘Delante de los ángeles’

Sin duda con pensamientos como estos por delante, Pablo responsabiliza solemnemente a Timoteo, su amigo joven y colaborador: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas (relativas al orden eclesial) sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad” (1 Timoteo 5.21). Como ya se ha sugerido esta encargo solemne exige que Timoteo aplique las enseñanzas a todos los creyentes sin perjuicio, en vista de que los ángeles se interesan en, y son observadores de, los resultados de esta salvación para la gloria de Dios.

No sólo esto, sino que los apóstoles que sufrieron tanto por la causa de Cristo, y sin duda otros con ellos, son presentados como la retaguardia de la procesión triunfal y como un espectáculo al cosmos entero. Se mandan a fila tras fila de tanto hombres como mujeres a observar la respuesta fiel en los corazones y las vidas de estos siervos de Dios a la gracia suya en salvación. No obstante ser “sentenciados a muerte” y hechos “la escoria del mundo” (1 Corintios 4.9 al 13), estos devotos ministros de Dios ofrecen a los ángeles (y al mundo de la humanidad) una ilustración más de lo que Dios ha realizado por gracia y en la muerte de su Hijo.

El propósito divino es que los ángeles nunca sean partícipes de su salvación. Aun en las varias doxologías ellos no le ofrecen a él ninguna nota de agradecimiento por salvación, en contraste con el hombre que puede entonar, y entona, el nuevo cántico: “Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios” (Apocalipsis 5.9). Sin embargo, ellos si aprecian, en alguna medida por lo menos, lo que significa. El Señor Jesús nos informa que “hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15.10). Posiblemente “delante de los ángeles” sean palabras sinónimas con el versículo 7 donde el Señor dice, “habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente”, pero sin duda la insinuación es que los ángeles no están excluidos del regocijo celestial por la salvación del hombre.

Con respecto a la disciplina o instrucción de los ángeles, hay otro punto que se debe mencionar y es uno por demás solemne. En Apocalipsis 14.9 al 11 se registra acerca de todo aquel que adore a la Bestia que “beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero”. La gracia y la longanimidad de Dios en medida infinita han sido desatendidas y rechazadas por aquellos que reciben la marca de la Bestia. En el juicio de estos “moradores de la tierra”, de nuevo se hacen entender a los ángeles la profundidad del odio santo y la indignación de Dios hacia el pecado. De esta manera se instruyen a los ángeles acerca de no solamente su amor y misericordia infinita, sino también su santidad inmutable. Las palabras de Pablo en Romanos 11.33, dirigidas a tanto los hombres como a los ángeles, están llenas de gran emoción y significado: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”

 

 

Capítulo 6         El juicio final de los ángeles

 

Tanto Pedro, en su Segunda Epístola, como Judas nos dan un espantoso ejemplo triple del santo odio que tiene Dios al pecado y su juicio. Algunos han sugerido que uno u otro de estos autores bíblicos usó la carta del otro escritor como la base para su obra, dando por resultado una mera duplicación. De que hay muchas semejanzas en las dos cartas cortas, nadie va a negar, pero las diferencias son igualmente numerosas, como se puede ver en los ejemplos de juicio ya referidos. Una diferencia básica es la de los puntos de vista disimilares que tienen los autores con respecto a los falsos maestros. Pedro advierte a quienes escribe: “Habrá entre vosotros falsos maestros” (2.1) y “en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias” (3.3). Judas, en cambio, relata a sus lectores que los tales ya se han presentado: “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu” (v. 19). Esto, dice, concuerda con “las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” (v. 17). Es evidente que Judas se refiere a condiciones que existían cuando él escribía, mientras que Pedro las veía como futuras.

‘Los ángeles que pecaron’

Además, Pedro por su parte usa “los ángeles que pecaron”, el “mundo antiguo” y “las ciudades de Sodoma y de Gomorra” como ejemplos de juicio (2.4 al 6), pero para su ejemplo en tres partes Judas habla de la destrucción de la Israel incrédula en el desierto, “los ángeles que no guardaron su dignidad” y “Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas” (vv 5 al 7). Para nuestros fines, el punto de contacto entre las epístolas es el de los ángeles, su pecado y su posterior juicio. Es cierto que ambos autores se refieren a los mismos eventos.

Se encuentran muchas series de tres en la Epístola de Judas. Una de ellas ─ los israelitas incrédulos, los ángeles que abandonaron su morada original y las ciudades que fueron en pos de vicios ─ se emplea para mostrar el carácter y el juicio a la postre de los “hombres impíos” que “niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (v. 4). Así como hacen ver sus tres ejemplos, ellos se caracterizan por incredulidad, rebelión e inmoralidad. Pedro también tiene por delante un propósito doble. Al referirse a “los ángeles que pecaron”, “el mundo antiguo” de la era prediluviana, y “las ciudades de Sodoma y de Gomorra”, Pedro destaca que “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y (a la vez) reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2.8). Hay diferencias en el objeto de los autores, la secuencia que emplean y las ilustraciones que usan.

En cuanto a los ángeles, tanto Judas como Pedro hacen tres afirmaciones. Pedro habla de ellos como “los ángeles que pecaron”, lo cual corresponde a “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada” en la Epístola de Judas. Absolutamente nada hay en estas dos afirmaciones para sugerir que se trata de algo que no sea el pecado original de rebelión que Satanás y sus ángeles cometieron. Les fue asignada una “dignidad” y una “morada”. Es decir, se les había asignado una autoridad y un lugar exclusivamente suyo donde existir, y lo abandonaron. Lo hicieron al ser envueltos en el intento de Satanás a ser “semejante al Altísimo” (Isaías 14.14). A Satanás se le dice en Ezequiel 28.28, “con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario”. J.N. Darby lo expresa como “la impiedad de su tráfico”. Todo lo que dicen Pedro y Judas acerca del pecado de los ángeles queda explicado directamente por los escritos de Isaías y Ezequiel.

El resultado de su impiedad es que Dios “los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas” (Judas 6), o, en las palabras de Pedro, “Dios … los entregó a prisiones de oscuridad” (2.4). En la Reina-Valera figura “prisiones” en ambos pasajes. Otras traducciones al castellano emplean “abismos”, “calabozos”  y “cadenas”. El sentido es de ataduras. En Filipenses 1.7 (“en mis prisiones”) Pablo emplea exactamente la misma palabra “figurativamente, para indicar una condición de encarcelamiento”, (W. E. Vine, Dictonary of New Testament Words). Por cuanto son llamadas “prisiones de oscuridad”, debe estar claro que se usa lenguaje figurativo.

La explicación de Pedro que “Dios … arrojándolos al infierno” representa un solo vocablo, tartarosas, que es, según todas las autoridades, un verbo que indica una acción que tiene lugar en un momento específico. En la mitología precristiana se emplea como un sustantivo para describir el lugar donde se encarcelaban a los “dioses rebeldes”. Llegó a significar lo más profundo del Hades. Por ser esta la única ocasión cuando la palabra figura en el Nuevo Testamento, no sería prudente darla un sentido restringido a un origen extrabíblico y supersticioso. La declaración de Pedro se podría expresar, con poca elegancia por cierto, “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino los tartarizó, entregándolos a cadenas de tinieblas, para ser reservados al  juicio”. De esta manera las palabras “entregó a prisiones de oscuridad” explican el uso que Pedro hace de tartaroo, que Judas habrá reconocido si tenía acceso a la otra epístola por delante de nosotros. Judas parece estar de acuerdo con lo que Pedro enseña; la tercera parte de los escritos respectivos concuerdan entre sí. Pedro, por su parte, escribe, “los ángeles … reservados al juicio” mientras que Judas informa que Dios “los ha guardado  … para el juicio del gran día” (v. 6).

‘Prisiones de oscuridad’

El hecho de que se acepte como metafórica la expresión “prisiones de oscuridad” de ninguna manera resta de lo espantoso del juicio divino impuesto sobre los ángeles que pecaron. Las “prisiones” hablan de la terrible condición a la cual fueron arrojados Satanás y sus seguidores tan pronto que cometieron el pecado de una apostasía rebelde y en la cual pertenecen atados hoy por hoy. Tal es el estado oscuro en el cual están guardados que ni el más mínimo rayo de luz, ni de esperanza, puede jamás penetrar su penumbra. Subyugados de esta manera, ellos esperan el gran día de juicio en el inevitable conocimiento de que su destino es el lago de fuego. Obsérvese el terror insinuado en las palabras de los demonios al Señor Jesús: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mateo 8.29). Pocos verán por qué dudar que estas palabras se relacionan con la rogativa de los demonios en el pasaje paralelo de Lucas 8.31: “Y le rogaban que no los mandase ir al abismo”.

Adicionalmente, su oscuridad es tan intensa que ni Satanás mismo puede darse cuenta en lo más mínimo de la gracia de la salvación que permite a un hombre confiar en su Dios, cualesquiera las consecuencias, en esta vida presente. El libro de Job ilustra este punto ampliamente. En misericordioso contraste con el juicio que de una vez sobrevino a los ángeles que pecaron, el pecado original de Adán y Eva provocó una respuesta de parte de Dios que, aun cuando apenas perceptible externamente, era una hermoso cuadro de sus propósitos y su plan para la humanidad. Se ofreció un sacrificio y se cubrió la desnudez como modo de prever, típicamente, cómo se efectuaría la obra de la redención. La presentación típica iniciada de esta manera en Edén ha sido llamada el “protoevangelio”, o “el primer evangelio”, y fue continuada a lo largo de todo el Antiguo Testamento, culminando en el Calvario, el Señor Jesucristo hecho “un poco menor que los ángeles a causa del padecimiento de la muerte”. Esto lo hizo voluntariamente, no para socorrer a los ángeles en redención, sino para socorrer a la simiente de Abraham y cumplir en ellos los propósitos de la salvación (Gálatas 3.9,10).

Es de los redimidos de entre los hombres que él llama “mis hermanos” (Hebreos 2.9 al 16). De entre sus propias filas, los santos ángeles vieron un sinfín consignado a las hondas prisiones de oscuridad para esperar el temible día de juicio y ser lanzados al eterno lago de fuego. Ven también, en asombro, cómo la multiforme gracia de Dios puede abrazar al hombre mortal y levantarle, en Cristo, a un lugar de cercanía que ningún ángel jamás conocerá. Estos seres majestuosos desean, con una curiosidad santa, sondear la hondura de la gracia de Dios al hombre, pero nunca pueden experimentar en sí mismos las maravillas de ella.

Espero acompañarles en el cielo allá,
pero cómo cantaré, ninguno de ellos podrá.
Cuando entone la historia de redención,
ninguno habrá sabido qué trae mi salvación.

 

 

Capítulo 7         Los demonios

 

Ningún estudio de los ángeles, por corto y selectivo que sea, puede considerarse completo sin incluir alguna referencia a “los ángeles caídos”. Desde luego, esa expresión no se encuentra en las Sagradas Escrituras, pero otras declaraciones del Espíritu Santo acerca de las huestes de seres rebeldes justifican ampliamente el uso del término para describir las criaturas que se estilan como ángeles del diablo (Mateo 25.41, Apocalipsis 12.9).

Hay opiniones divergentes, pero por lo general se acepta que los ángeles que en un principio se juntaron con Satanás en su desafío de Dios son los “demonios” a los cuales se hace tanta referencia en el Antiguo y el Nuevo Testamento. “Los ángeles que pecaron” (2 Pedro 2.4) están en aterrador contraste con “los ángeles de Dios” (Génesis 28.12) en su carácter, actividad y destino definitivo.

En capítulos anteriores ha sido necesario referirnos a estas criaturas impías, pero, de nuevo, estamos ante un tema que ocupa una muy amplia parte en las Páginas Sagradas pero no se entiende adecuadamente. Amerita una mayor consideración.

Para ser conciso y a la vez ordenado, emplearemos los cuatro encabezamientos siguientes como ayuda para comprender este tema complicado.

La identidad de los demonios

La actividad de los demonios

El propósito de los demonios

El destino de los demonios

La identidad de los demonios

La Palabra de Dios da mucho más información acerca de Satanás y su carácter que de los ángeles que le han ofrecido su fidelidad. El Señor le llama a Satanás “Beelzebú” (Mateo 10.25) y como tal “el príncipe de los demonios”. También se describe como un “hombre fuerte” que debe ser “atado” antes de que se entre en su casa para saquearla (Mateo 12.29).

Ya se ha llamado la atención a dos títulos que tiene: “él príncipe de este mundo” (Juan 12.31) y “el dios de este siglo (mundo)” (2 Corintios 4.4). Combinadas, estas escrituras hacen ver el alcance de la autoridad e influencia que tiene. Está a su mando un número incalculable de ángeles impíos de los cuales él es su “príncipe” y que forman por lo menos una parte de su “casa”. Su influencia para mal afecta el mundo entero porque “el mundo entero está bajo el maligno”, o quizás mejor la traducción literal, “está en el regazo del Impío” (1 Juan 5.19).

Mucha gente quiere negar la existencia de tanto el diablo como de sus ángeles y, por regla general, estos individuos no reconocen nada perteneciente al mundo de los espíritus. Pero no se puede negar que en toda tierra y toda época se creen en seres maliciosos y viciosos, designados generalmente como “demonios”. No sólo esto, sino que la experiencia del hombre le enseñan que su mundo no es lugar feliz y benigno que él quiere que sea. Parece que por todos lados hay fuerzas que no puede explicar y son por naturaleza destructivas. Estas creencias y experiencias universales persisten, no obstante el peso de tanta filosofía religiosa que niega aun la existencia del mal en los hombres o en su sociedad. Demasiada gente en demasiadas tierras y por demasiado tiempo han aceptado la existencia de los seres que llamamos demonios, para que sean meramente un producto de pensamientos desalumbrados.

Pero las Sagradas Escrituras aportan un testimonio inequívoco a su origen. Lucero buscaba para sí el lugar más elevado en el universo (Lucas 14.13). En su intento a usurpar lo divino, llevó consigo una hueste innumerable de seres angelicales, posiblemente la tercera parte de la hueste de número desconocido que había sido creada con el solo fin de servir a su Señor (Apocalipsis 12.4). Estos seres, dando la espalda a la obediencia santa a su Creador, le dieron a Satanás su plena cooperación para la realización de su ambición infernal. La finalidad era de deponer, tarde o temprano, el Hombre designado por Dios para el Trono del Altísimo. Ni Satanás ni ninguno de sus secuaces es omnisciente ni omnipresente, pero ciertamente se puede reconocer aquí el principio de que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11.29), de manera que los ángeles, aunque caídos, siguen siendo muy superiores a los hombres en sus poderes e intelecto. Ellos fueron creados en santidad para servir en perfección, pero por su desbordado orgullo y su desobediencia los demonios se han convertido en los ángeles de Satanás y comparten con él un odio absoluto de todo lo que es santo.

La actividad de los demonios

La idolatría, en buena parte, le parece a la mente occidental algo que proviene de otra cultura y es en el mejor de los casos algo inocuo y en el peor de los casos algo simplemente supersticioso. Sin embargo, las Escrituras de Verdad dan una perspectiva más realista de esta adoración falsa. La idolatría en fundamentalmente una continuación del deseo de Satanás de abrogar para sí lo que le corresponde sólo a Dios. El apóstol Pablo va al meollo del asunto en 1 Corintios 10.20 al escribir: “Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios”. Desde tiempos antiguos, y universalmente, la adoración de ídolos ha tenido su origen en la actividad demoníaco. La “doctrina de demonios” consiste en mentiras hipócritas, la apostasía, el aflojamiento del lazo matrimonial, la religiosidad superficial y una conducta que es producto de una conciencia cauterizada y marcada.

Otra consecuencia es la supuesta capacidad de ciertos hombres y mujeres a incursionar en el mundo de los espíritus (1 Timoteo 4.1 al 3). Pero esta capacidad de entrar en la esfera espiritual ciertamente no ha sido dada al hombre de parte de Dios, ni Él la permite. La adivina de Endor, quien aparentemente practicaba aquellos oficios, se quedó atónita cuando Dios permitió que Samuel realmente volviera del otro mundo para aparecer a Saúl (1 Samuel 28.7). Parece que estos últimos años del siglo veinte se caracterizan por una actividad que, si es genuina, las Escrituras asignan a “Satanás y sus ángeles”.

Se ha notado que las actividades de los espíritus malignos eran especialmente pronunciadas durante los días de la peregrinación de nuestro Señor entre los hombres. Los Evangelios abundan en casos que hacen ver que las diversas enfermedades eran obra de estos seres maliciosos. No se puede atribuir toda enfermedad al poder de ellos, pero una cosa es cierta, y es que, en su afán de interrumpir y destruir, ellos emplearán cualquier medio a su alcance. Su hondo deseo de “poseer” cuerpos de carne y sangre, aun al extremo de pedir que sean enviados a entrar en un hato de cerdos (Lucas 8.32), enfatiza el hecho de que no cuentan con la capacidad de cambiar su propia naturaleza básica. Su deseo de poseer cuerpos de esta índole no es para fines sexuales, sino para facilitar y ensanchar su obra destructiva.

En relación con este tema surge la pregunta de que si hay quienes poseen demonios hoy en día. Pocos lectores inteligentes de la Palabra de Dios dudan de que la respuesta es que sí, y de diversas formas. Pero es enteramente cierto que ningún creyente auténtico puede ser poseído de un demonio. El cristiano puede ser influenciado y presionado por ellos desde afuera, quizás al extremo de una depresión severa en un grado extremadamente insalubre y autodestructivo, pero por ser un templo donde mora el Espíritu Santo, el creyente queda mucho más allá del alcance de estos seres que desean poseer un cuerpo para sus propios fines malvados. Están a su disposición poderes destructivos, pero no el éxito a la postre.

El propósito de los demonios

Su objetivo es demasiado claro. Es doble. Primeramente ellos estorbarían el propósito divino por toda manera posible; y, también extenderían la autoridad de su príncipe con todo el poder que poseen. El designio eterno de Dios es que un Varón reine eterna y universalmente. “¿Sabéis quién es? … Señor de Sabaoth”, para citar el magnífico himno de Lutero. El decreto celestial en este sentido ha sido pregonado: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Salmo 110.1). No obstante toda su actividad diabólica el Señor Jesús reinará hasta que todos sus enemigos estén debajo de sus pies, y una trompeta anunciará la declaración universal: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11.15). En aquel día las notas del “Coro de Aleluya” de Handel, que hoy en día pueden conmover el corazón del creyente hasta lo más adentro, sonarán en alguna medida como un intento de amateurs a expresar lo inexpresable.

El destino final de los demonios

Para seres de tan grande potencial, su destino a la postre es motivo de profunda tristeza. Acordémonos de cómo el Señor dijo, muy triste, “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas 10.18). No es nada claro si estas palabras pueden ser interpretadas como referidas a la historia pasada de Satanás o a la ocasión futura cuando él será lanzado del cielo. Posiblemente aplican aun al momento entonces presente en el ministerio de los apóstoles cuando los demonios habían sido sujetados a meros mortales. Comoquiera que se las interpretan, el patetismo que las palabras del Señor invocan sirve para enfatizar lo espantoso de lo que espera a Satanás y sus seguidores: el “fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41).

Desde las alturas de una grandeza creada a las profundidades del eterno desespero; sin reposo, sin paz, sin luz, sin felicidad y, peor de todo, sin esperanza para siempre jamás. Salvo por la gracia ilimitada de nuestro Dios, nosotros también hubiéramos participado en su aquella terrible suerte en el infierno y el sempiterno lago de fuego.

Pero no será así. El Señor nos recuerda:

Cuando atado te libré, cuando herido te sané;
cambié tu oscuridad por la luz de la verdad.

Y uno responde:

Mi lamento es, Señor, que tan frío es mi amor.
Yo deseo amarte más, esta gracia me darás.

 

 

Capítulo 8         ‘Los hijos de Dios’ (Génesis 6)

 

Pocos pasajes en las Escrituras se prestan a controversia como los primeros versículos de Génesis 6. Hombres espirituales y capacitados se han ubicado por ambos lados del argumento que no es nada reciente en su origen. Cuando difieren hombres buenos y bien intencionados, el crudo dogmatismo de ninguna manera conviene. No obstante, una declaración positiva del sentido de un pasaje como este no está fuera de lugar en este estudio breve, haciéndose necesario un acercamiento a este problema de manera justa y, si es posible, sin prejuicio.

Dos explicaciones

Una de las dos explicaciones ampliamente aceptadas de estos versículos bien conocidos es que “los hijos de Dios” (Génesis 6.2) eran ángeles que, siendo atraídos por la hermosura de “las hijas de los hombres”, a saber, mujeres en el sentido común de la palabra, entablaron una relación sensual y antinatural con ellas. El resultado de estas relaciones ilícitas fue que “había gigantes en la tierra en aquellos días”, que eran el prole de los ángeles y sus consortes. Los nacidos de esta cohabitación se designaban “los valientes que desde la antigüedad … varones de renombre” (Génesis 6.4).

En apoyo de este criterio, sostenido por no pocos eruditos, se citan tres referencias en el Nuevo Testamento, dos de las cuales ya se han mencionado con un intento a explicarlas. Debemos verlas ahora a la luz del párrafo precedente. La primera de estas referencias se encuentra en 2 Pedro 2.4 donde Pedro habla de los ángeles que pecaron: aquellos a quienes Dios no perdonó “sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio”. Segundo, en la Epístola de Judas estos mismos ángeles se designan como “no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, (el Señor) los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (v. 6). Finalmente, se recurre de nuevo a palabras de Pedro en apoyo de esta opinión: “Cristo  … siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé” (1 Pedro 3.19,20).

Tomadas en conjunto, estas tres porciones de la Palabra de Dios se explican de la manera siguiente. En los tiempos de Noé, en el período anterior del diluvio, ciertos ángeles agravaron el pecado original de Satanás y sus seguidores, y, probablemente a título propio, cometieron un mal devastador; peor, se dice de ellos que “abandonaron su propia morada (principado)”. Esto lo hicieron al cohabitar con mujeres de su elección. El temible resultado, presentado como un ejemplo asombroso en los escritos de Pedro y Judas, fue que fueron consignados a un encierro especial, a saber arrojados “al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2.4). Como sea que se entienda lo de ser arrojado a tartaroas,  su entrega a estas “prisiones de oscuridad” es sin duda un solemne ejemplo del juicio del pecado de parte de un Dios santo. Se explica que el Señor Jesús se acercó a estos seres en su encarcelamiento, durante los tres días en que su cuerpo estaba en el sepulcro, y en espíritu les proclamó su poderoso triunfo sobre el pecado y Satanás en la cruz.

Creemos que lo antedicho es un resumen razonable, aunque breve, de lo que muchos enseñan acerca de estos versículos en Génesis 6 que estamos considerando. No todos los partidarios de este criterio van a estar enteramente a gusto con la explicación en su totalidad, y esto es comprensible.

Opuesto a este criterio es el de que “los hijos de Dios” eran los descendientes de Set que, siendo atraídos físicamente a “las hijas de los hombres”, a saber las mujeres de las familias de los descendientes de Caín, “tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas” (Génesis 6.2). En términos amplios, los dos grupos del prole de Adán ya habían marcado una clara línea de distinción, el uno al seguir en las pisadas impías de Caín (p.ej. Génesis 4.17 al 24), y el otro al seguir en las pisadas de Abel y Enoc,  e “invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4.26).

Pero la línea que les distinguía fue borrada al mezclarse estos dos grupos familiares. Era así especialmente debido a que “los hombres” de la línea que en términos generales era temerosa de Dios se infatuaron en tal extremo de las hijas de los impíos que se casaban con todas cuantas querían. En esto imitaban a Lamec quien dio inicio a la práctica de la poligamia (4.19) contrario a la revelada voluntad de Dios (Génesis 2.24). Esto dio por resultado un alejamiento aun mayor y más generalizado de Dios y de sus principios. El hombre corrompió la tierra con su impiedad y posteriormente fue destruido por el diluvio.

Esta explicación parece estar más acorde con el contexto como lo encontramos en Génesis 6, y especialmente así si el contexto del comienzo del capítulo 6 se relaciona directamente con las últimas palabras del capítulo 4. Por esta razón, esta segunda explicación es la que se apoya aquí, pero hace falta una consideración mayor.

¿Los ‘hijos de Dios’ eran ángeles?

No se puede negar que esta opinión tiene muchos defensores antiguos, inclusive los traductores de la Septuaginta (griega) versión del Antiguo Testamento. Los responsables (72 eruditos judíos) aun consideraban apropiado usar la interpretación “ángeles de Dios” para expresar las palabras originales bene elohim. Su antigüedad se ve también en que el escritor del libro apócrifo de Enoc, junto con el historiador Josefo, eran de este parecer. Por cuanto la Septuaginta era la versión en uso en los días del Señor Jesús, se ha sugerido que a lo mejor era el criterio sostenido por tanto los comentaristas judíos y por los primeros escritores cristianos.

Resta de la fuerza de este argumento aparentemente muy fuerte el hecho que desde tiempos mucho más antiguos existían mitos y leyendas que sugerían una unión entre “semidioses” (ángeles u otros seres espirituales) y mujeres humanas. Es muy posible que toda una generación de hombres piadosos en lo demás haya podido ser influenciada en su modo de pensar por ideas que habían gozado de aceptación casi universal en la sociedad de su día. (A título de ilustración obsérvese cómo, desde la introducción del pensamiento evolucionario darwiniano en el siglo 19 hasta muy recientemente, un muy gran número de escritores en el Occidente apoyaban lo que creían ser un acomodo bíblico a esta filosofía tan difamatoria de Dios). Además, una interpretación correcta de este o cualquier otro pasaje de la Palabra de Dios debe tener acceso a las Escrituras originales y no meramente a una traducción, especialmente una como la Septuaginta, caracterizada como es por diversas interpretaciones mediocres.

La frase precisa bene elogió se encuentra tres veces en Job (1.6, 2.1, 38.7) donde claramente se tratan de los ángeles de Dios. Es evidente que este hecho aporta a la creencia que en Génesis 6 las palabras también señalan seres supra naturales. Para superar esta dificultad, algunos escritores han intentado, sin mucho éxito, a explicar que estos ‘hijos de Dios’ en Job 2 eran hombres piadosos que se presentaban ante Dios en adoración. Nadie menos que el exegético Sido Baxter expone esta explicación detalladamente, pero la referencia en Job 38 no parece permitir la interpretación.

Sin embargo, frases similares referidas a una humanidad creyente se encuentran a lo largo del Antiguo Testamento con el equivalente exacto en el lenguaje del Nuevo Testamento en griego. De ninguna manera se debe pensar que es cosa extraña que se emplee la misma frase para describir los ángeles en su relación con su Creador y a la vez exponer la relación íntima y privilegiada que el creyente goza con su Dios en virtud del proceso redentor. Quizás la razón por qué se les dio a los santos del Antiguo Testamento el título despejado bene elogió era que su plena posición de libertad y gracia esperaba la revelación mayor del Nuevo Testamento mientras que los ángeles ocupaban ya su posición en virtud de su creación. El uso del término en Génesis 6 se explicaría, entonces, por el hecho de que, por vez primera, los hombres ─ hombres buenos, por cierto ─  invocaban abiertamente el nombre de Dios en adoración colectiva y pública.

Es muy clara que la interpretación de estos versículos en Génesis 6 depende del sentido de la frase “hijos de Dios”, pero es necesario considerar otras Escrituras para llegar a su verdadero sentido. Más adelante nos referiremos a algunas de éstas con el fin de ver su sentido claramente.

Cualquiera que desea exponer este tema, o tratarlo con otro fin, debe enfocarlo con tolerancia, pero debemos hacer sonar una nota de cautela a cualesquiera que ven en “los hijos de Dios” de Génesis 6 una adquisición milagrosa de alguna forma de humanidad de parte de los ángeles para permitirles cohabitar con mujeres. ¿Acaso esta explicación no cercena algo de la absoluta unicidad de la encarnación del Señor? Si, después de todo, meres seres creados, como son los ángeles, pueden prácticamente asumir humanidad para fines nefandos, entonces la incorporación de humanidad en Deidad de parte del Señor Jesús no amerita asombro, ya que docenas de ángeles supuestamente han conseguido para sí mismos, por voluntad propia, cuerpos de carne y sangre.

Sin el proceso de nacimiento que era la experiencia especial del Señor, la Encarnación no puede ser considerada como única. No obstante lo que Pablo escribió, “Grande es el misterio de la piedad, Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3.16), no hay (según ese modo de pensar) nada sobresaliente en que la Deidad se haya hecho hombre, ya que los ángeles habían sido capaces de hacer algo muy similar. Pero nos estamos anticipando lo que sigue.

Objeciones adicionales a la explicación como ‘ángeles’

Enseñar que, en una etapa de la historia del mundo, los ángeles cohabitaron con mujeres es asignarles a ellos una capacidad que no es dada a criaturas, por exaltadas que sean, sino reservada para solamente el Creador; nos referimos a la capacidad de cambiar su naturaleza esencial o crear una nueva para sí mismos. Hablando del estado de resucitados, el Señor Jesús afirmó tajantemente: “Ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22.30). Estas palabras que describen negativamente el estado de resurrección e igualmente el de “los ángeles de Dios en el cielo” son exactamente las mismas que el Señor empleó de la gente en los días de Noé, “casándose y dando en casamiento” (Mateo 24.38). Al referirse a aquella generación y su impiedad, el Señor no insinuó en lo más mínimo una incursión de otros seres terrestres en la sociedad humana. Tampoco se puede usar las palabras “los ángeles de Dios en el cielo” para debilitar la objeción que proponemos. ¿Los “ángeles que pecaron” no estaban “en el cielo” (o eran de una morada celestial) antes de tomar alguna forma humana, si es que la tomaron? ¿No eran en ese entonces “ángeles de Dios”? Si lo eran, entonces se puede decir de ellos, y de todos sus compañeros, que “ni se casan ni se dan en casamiento”.

Los ángeles se han presentado en forma humana en varias ocasiones, como es evidente a todo lector de las Escrituras, pero estas manifestaciones no eran más que manifestaciones. Los ángeles en sus comisiones divinamente ordenadas no se hicieron hombres. Esto difiere por mucho de lo que se enseña acerca de “los hijos de Dios” en el pasaje bajo consideración.

Hay un pasaje paralelo que mitiga aun más contra esta enseñanza. Si afirmamos que “el Ángel de Jehová”, quien se presentó varias veces en forma humana, era Cristo previo a su encarnación, ¿esto quiere decir que el cuerpo, o la forma corporal, que Él tomaba momentáneamente ha podido ser capaz de sufrir la muerte? De ninguna manera. Al ser que sí, entonces estas manifestaciones de Cristo preencarnado le hubieran conducido a una plena humanidad, cosa que claramente no es el caso. Los ángeles, entonces, comisionados de Dios para atender a los hombres en su servicio para él, apenas asumieron de la misma manera, por comisión divina, una pasajera apariencia humana para los fines de revelarse.

Aun muchos de aquellos que consideran que estos “hijos de Dios” eran ángeles son prontos a reconocer que no es fácil comprender la idea de cambiar su naturaleza básica en algo que el Creador nunca proponía. Si hicieron lo que se dice que hicieron, entonces de hecho crearon para sí un modo de existencia enteramente nuevo. Parece que uno sobrepasa los límites de una interpretación sana al apoyar un acontecimiento tan imponente con base en argumentos dudosos. Reconociendo esta dificultad imposible de erradicar, algunos escritores se valen de una teoría de que se trata de hombres que estaban poseídos de demonios. Esto significa que los “hijos de Dios” eran hombres en verdad pero los demonios se apoderaron de ellos con el propósito de eliminar la simiente santa. De nuevo, no se puede negar que en cualquier época ha habido la intención nefanda de hacer precisamente esto, pero la afirmación en este contexto no está justificada por las Escrituras relevantes.

Las palabras del Señor Jesús a las cuales ya nos hemos referido dan a entender que lo que sucedió en los días de Noé se repetirá en los días inmediatamente antes de la venida del Hijo del Hombre. Si tomamos las palabras literalmente (¿y por qué no hacerlo?), entonces seguramente las condiciones a ser duplicadas al final de la era requieren una nueva incursión de seres angelicales para  tomar “para sí mujeres, escogiendo entre todas”, si es que en realidad los ángeles estaban involucrados en el original “casando y dando en casamiento”.

No sólo esto, sino si los “gigantes” resultaron de estas uniones ilícitas, como se enseña, ¿hubo otras ocasiones cuando se efectuaron semejantes “casamientos” impíos? Si no, ¿de dónde proceden los “gigantes” de los períodos posteriores? Nótense, por ejemplo, Números 13.33 y Deuteronomio 2.10,20,21. “Gigantes” figuran en diferentes épocas en la historia, tanto bíblica como secular. Pero obsérvese que el texto en Génesis 6.4 no requiere de ninguna forma que su existencia sea explicada por una alianza antinatural entre los ángeles y “las hijas de los hombres”.

Una explicación contextual

Génesis 4 contiene el registro del asesinato de Abel por su hermano Caín. Luego se presenta la genealogía de Caín, que abarca apenas siete generaciones desde Caín hasta Tubal-caín, y finalmente el nacimiento de Set para asumir el lugar de Abel, y debemos notar el comentario interesante: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4.26). El asesinato de Abel se narra para poner de manifiesto que Caín era un hombre violento. La genealogía subraya el hecho de que “lo que es nacido de la carne, carne es”, mientras que las palabras de Lamec (vv 23,24) son prueba de que los descendientes de Caín también están señalados por la crueldad y violencia. Estas son precisamente las cosas que caracterizan los días prediluvianos y por las cuales el juicio de Dios envolvió la tierra.

Pero, separados del linaje impío, había hombres que invocaban el nombre de Jehová en el comienzo de su acercamiento a Dios en una forma de adoración más ritual. El capítulo 5 traza esta línea en los hijos de Set. Decir que cada uno de estos descendientes era piadoso sería ir más allá de lo que las Escrituras han revelado, pero en contraste con violencia que caracterizaba el prole de Caín y se hizo característica del mundo de aquel entonces, esta otra línea de descendientes, como se nota en el capítulo 5, estaba tipificada por “invocar el nombre de Jehová”. Esto se ve en el sentido de los nombres desde Adán hasta Noé como se los registran allí. Da la impresión que se presenta un código del trato del Dios de Gloria con el débil hombre mortal para su salvación y bienestar. De manera que se distinguen claramente dos familias, la una infame en su desenfreno y la otra con indicios de reverencia ante Dios.

Se descartan estas distinciones de una vez al comienzo del capítulo 6, ya que “viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas”. De los hijos de estas uniones se nos informan que “los valientes que desde la antiguedad fueron varones de renombre”. Eran hombres señalados por la impiedad quienes, aparentemente, llenaron la tierra con violencia conforme con el carácter de algunos de sus antepasados. Génesis 6.4 no afirma que esto hijos eran los gigantes, sino que “había gigantes en la tierra” en ese entonces, “y también después que”. Es decir, después de la cohabitación entre las dos familias, había hombres valientes, hombres impíos de renombre.

Luego el autor de Génesis nos comunica un detalle adicional acerca de aquellos días prediluvianos. Había gigantes en la tierra en ese entonces. Cuando, en edades posteriores, aparecían gigantes de tiempo en tiempo, sería el resultado de la reserva natural de genes encontrada en la humanidad que produce a veces hombres de esa índole aun hasta el día de hoy. Génsis 6 afirma meramente que estaban más en evidencia en aquellos tiempos inmediatamente antes del diluvio. Esto, dicho sea de paso, está de un todo de acuerdo con lo que se sabe ahora del mundo antes de Noé. El registro de los fósiles muestra que el “gigantismo” prevelecía en tanto la esfera animal como en la vegetal. No hay la necesidad de proponer una cohabitación entre ángeles y mujeres para explicar el hecho de los “gigantes en la tierra en aquellos días”.

Otras Escrituras relevantes

Las palabras de Judas, “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada”, bien pueden ser aplicadas a cualquiera de los criterios que hemos considerado aquí. Si “los hijos de Dios” en Génesis 6 se interpretan como ángeles, entonces fácilmente se puede vincular estas palabras con ellos. Pero también pueden ser usadas con igual fuerza con respecto a los ángeles que se identificaron con Satanás en su rebelión original. De él se dice en Ezequiel 28.18 que “profanaste tu santuario”, una acusación que se relaciona con igual facilidad con las palabras “no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada”.

Pedro identifica este grupo como “los ángeles que pecaron” (2 Pedro 2.4). Es poco probable que haya querido decir en esta descripción sucinta aquellas criaturas que, en un sentido, cometieron la transgresión menor, cuando en su rebelión original “los ángeles que pecaron” juntamente con Satanás en realidad abrieron las compuertas para toda suerte de iniquidad, inclusive la de una inmoralidad extrema, en la creación de Dios. Por supuesto, se ha sugerido que “siguiendo la carne” de la misma manera que Sodoma y Gomorra, los ángeles dejaron en realidad su “señorío”. Nótese, son los ciudadanos de estas ciudades, se nos informa, que “siguieron la carne”, y no los ángeles. Estas palabras están en conformidad con el tipo de iniquidad  de sus comunidades pero no encajan en la esfera de los espíritus  que “no tiene(n) carne ni huesos”, (Lucas 24.39), salvo que hayan sido capaces de crear cuerpos físicos para poder satisfacer su propio concupiscencia.

A título de contraste, se puede comentar que los deseos de Satanás apuntaban hacia arriba. Él dejó su propio señorío al aspirar a uno mucho más elevado y más allá de su alcance en el trono del Altísimo. Las Escrituras registran varios casos de ser poseído de demonios (ángeles caídos) pero ni uno solo con fines de la gratificación sexual. Aun en su estado de caídos, los “ángeles” aparentan no tener tendencias a este mal, pero pueden animar a los hombres a satisfacer sus deseos carnales ilícitamente, sencillamente porque los hechos de esta índole, junto con toda piedad parecida, constituyen desobediencia a Dios y rebelión contra él.

Judas 7 no se refiere al pecado original de Sodoma y Gomorra. No dice que fueron en pos de vicios de la misma manera que los ángeles. Al contrario, se refiere al hecho que ellas, junto con los ángeles que pecaron, están puestas como ejemplos temibles del inevitable juicio de Dios contra toda suerte de iniquidad. Un texto corregido que expresa claramente el sentido sería: “Aun como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, entregándose a la fornicación y yendo en pos de vicios, están expuestas de la misma manera que estos ángeles, sufriendo el castigo del fuego eterno”. En 2 Pedro se puede ver el mismo propósito, el del ejemplo del pueblo en los días de Noé, las ciudades de la llanura, y los ángeles pecaminosos en los juicios que cayeron sobre ellos.

Repetidas veces en Génesis 6 se perciben a los hombres como causantes de que la tierra haya estado llena de violencia y que ellos no más son responsables por la catástrofe que esto trae. Así que, sería extraño si, de veras, los seres angelicales fueran quienes iniciaron tan gran maldad, y esto no obstante una mayor posición y más privilegio. Parece aconsejable aceptar la interpretación que han dado muchos estudiantes conservadores de la Palabra en diferentes edades y culturas, en el sentido que estos “hijos de Dios” eran la progenie de la familia de Set, quienes, abandonando una senda caracterizada en buena medida por el temor de Dios y obedeciendo su propia lujuria, derrumbaron la línea divisora y en esto provocaron la ira de Dios contra el pecado. La historia del hombre, como todos sabemos, siempre ha sido caracterizada por esta clase de alejamiento y pecado.

Conclusión

Al trazar, aun superficialmente, lo que la Palabra de Dios dice acerca de los “ángeles”, nos encontramos ante dos hechos de importancia fundamental.

(1) La santidad inflexible de Dios exige que el mal sea quitado, bien por sacrificio o por juicio.

(2) Con base en su santidad sin medida, Dios ha establecido un medio de redención “para no alejar de sí al desterrado” (2 Samuel 14.14).

El cántico de alabanza ya comenzó en la tierra; no uno de ángeles sino de hombres redimidos. Resonará por las edades interminables de la eternidad, y es:

“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amen” (Apocalipssis 1.5,6).


 

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