Hijos e hijos (#546)

Hijos e Hijos

DRA

 

El español tiene sus virtudes y bellezas como un medio para presentar las Sagradas Escrituras pero, como todo idioma, tiene sus defectos. Lamentablemente, emplea el vocablo “hijos” para expresar dos palabras e ideas diferentes en el griego, y no nos damos cuenta cuando debemos.

Un uiós es un hijo en el sentido que fue engendrado por su padre. Un téknon es un hijo en el sentido que pertenece a un círculo familiar. Aun en nuestra sociedad, hay hijos en ley que realmente no están en la intimidad de una familia, y hay miembros íntimos de un círculo familiar que no fueron engendrados por el padre de familia.

El creyente en Cristo es ambos ― un uiós y un téknon ― pero, repetimos, en sentidos diferentes de “hijo de Dios”. [En Strong´s, whyos, 5207, y teknon, 5043]  Que el lector no se desespere, por favor. También al que escribe le cuesta captar todo esto como quiere.

Nuestras hermanas son “hijos”, así como en muchos pasajes son “hermanos”, “hombres”, etc. Por supuesto, son “hijas de Sara” si su vida se ajusta a las normas de 1 Pedro 3. Una sola vez se habla de ellas como hijas de Dios, en una semi-cita de Isaías 43: “No toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todo-poderoso”.

Es un tema totalmente diferente, y no lo tenemos en mente aquí, el uso de “hijo” para describir el carácter o destino de uno: hijos de desobediencia, hijos de ira, hijos de la resurrección, hijos de luz.

Los nacidos

Un uiós es prole de quien lo engendró y la palabra expresa este nexo inquebrantable. En el plano natural, los padres de aquel hombre ciego de nacimiento respondieron a los fariseos: “Sabemos que éste es nuestro hijo, y nació …”

Por esto, somos hijos de Dios; hemos nacido de nuevo. Nos aplican las palabras de Gálatas 3.26: “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. La disciplina divina que limita y orienta nuestras vidas en benevolencia se debe a que “Dios os trata como a hijos”, Hebreos 12.7. Es más: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”, Romanos 8.14.

Nuestro Padre tiene en mente un gran futuro para sus hijos, uiós. Su Hijo padeció (entre otras razones) para poder “llevar muchos hijos a la gloria”, Hebreos 2.10. Y este pobre mundo que gime bajo los efectos del pecado no va gemir siempre. La creación misma está aguardando los años deliciosos del milenio, libertada de la esclavitud de la corrupción, y en particular “la manifestación de los hijos de Dios”, Romanos 8.19. Estos son los que habrán salido de la gran tribulación, y habrán lavado sus ropas (así como nosotros) en la sangre del Cordero, Apocalipsis 7.14.

Pero no podemos seguir citando muchos otros trozos que hablan de “hijos de Dios” en este sentido, porque no los hay.

Los adoptados

Nuestra Biblia en español habla de “hijos” más como los miembros de la familia de Dios que de los “hijos” engendrados de Dios. Somos su téknon, no por nacimiento sino por adopción. Adoptar es considerar a uno ser hijo cuando nunca nació como tal. Esto lo pone en una posición de dependencia ― porque la necesita ― y aquella dependencia deviene en responsabilidad y privilegio.

Vamos a hablar por un momento de la adopción en el Nuevo Testamento. La palabra figura cinco veces y en tres escenarios.

(1) Israel fue adoptado de Dios y una y otra vez leemos de “los hijos de Israel”. Romanos 9.4 habla de: “Israelitas, de los cuales son la adopción … y las promesas”. Pero ellos no estaban a la altura de este privilegio: “Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos …”

(2)  Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo para permitirnos a nosotros recibir la adopción de hijos, Gálatas 4.4 a 6. Es que habíamos sido “predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”, Efesios 1.5. Hemos recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! Romanos 8.15.

¡Efectivamente, somos parte de la familia de Dios! Traídos de afuera, Juan en su primera epístola nos hace sentir el calor de la adopción cuando nueve veces nos llama “hijitos”. Los hijos nacidos reciben de hecho genes de su padre, con o sin el debido amor, pero siempre con la seguridad de ser hijos. Los hijos adoptivos no reciben esos genes, pero un motivo de su adopción fue precisamente querer transmitirles amor y criarlos en la admonición del Señor. Estas realidades del nacimiento y la adopción en la vida natural sirven de excelente ilustración de nuestra dual relación espiritual.

(3)  Lo mejor está adelante. “Gemimos, esperando la adopción, la redención de nuestros cuerpos”, Romanos 8.23. ¡Maranata! el Señor viene a llevarnos a la casa del Padre.

Hijos de Dios

Tenemos que volver a nuestro tema. Hemos explorado el uso de “hijos” como aquellos que nacieron, y hemos citado dos referencias a “hijos” que fueron adoptados, pero tenemos que explorar más esa palabra téknon en el sentido de nosotros los creyentes que hemos sido adoptados para formar parte de la familia de Dios.

“Hijos” no es una palabra adecuada, ni “niños” tampoco, aunque aportan a la idea. Somos también dependientes, parientes, familiares. Vimos que lo somos “por el puro afecto” de la voluntad de nuestro Padre, y que le llamamos no sólo Padre sino también el más afectuoso Abba.

En cuanto a nuestra conversión, “a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser llamados hijos de Dios”, Juan 1.12. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”, 1 Juan 3.1.

Es que Dios está en nosotros y quiere que seamos “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa”, Filipenses 2.15. Pedro quiere que esperemos “como hijos obedientes” que Cristo sea manifestado, 1.18.

Desearíamos hablar de “la libertad gloriosa de los hijos de Dios”, Romanos 8.21, pero sería extender el escrito demasiado. Terminamos notando que si somos hijos, también herederos, Romanos 8.17; precisamente, coherederos con Cristo, para que juntamente con Él seamos glorificados. Si nos es permitido sacar un trozo de su contexto y darlo una aplicación muy amplia, el Padre quiere “congregar en uno a los hijos de Dios que [están] dispersos”, Juan 11.52. ¡Gloriosa, eterna reunión familiar!

 

 

 

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