Una clara explicación de la salvación (2) (#324)

Ver también:

(323) Una clara explicación de la salvación (1)

(325) Una clara explicación de la salvación (3)

 

 

La obra de Dios por un pecador

J. H. Brookes, 1830-1897,

St. Louis, Estados Unidos.

del libro How to be saved

 

 

Cristo murió por nuestros pecados

 

Ahora, la lectura de la Biblia le convencerá que la obra de Cristo se relaciona directamente con la ley que estábamos considerando en el escrito anterior [número 0159]: “Si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo”. Gálatas 2.21

Hemos visto que usted ha quebrantado los preceptos de una ley santa y espiritual que no admite cambio, y está expuesto justamente a su pena temible. “Ciertamente yo sé que es así”, dijo Job, “¿y cómo se justificará el hombre con Dios?” Job 9.2 Cómo enfrentar esta dificultad es una cuestión que la sabiduría humana nunca podrá resolver. Pero veamos qué dice la palabra de Dios acerca de su plan de redención concebido por amor infinito—

*   Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley. Gálatas 4.4,5

*   Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición. Gálatas 3.13

*   Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne. Romanos 8.3

Observamos que el apóstol no dice que la ley en sí es débil, sino que, debido a nuestra corrupción, o naturaleza pecaminosa, ella no puede producir la santidad que Dios exige. Y luego él agrega—

*   La justicia de Dios [es] testificada … por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.

*   [Somos] justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre. Romanos 3.21 al 25

Usted puede ver que la fe nos vincula con Cristo quien ha hecho expiación por nosotros.

En la Biblia muchos textos muestran claramente que—

*   Cristo entró en el mundo para satisfacer las demandas de la ley divina, y lo ha hecho a plenitud.

*   Para redimirnos (es decir, lograr nuestra libertad de la maldición de la ley), Él tuvo que sufrir la maldición que había sobre nosotros.

*   Al pagar este rescate, Él fue hecho propiciación* por nuestros pecados, obteniendo para nosotros el favor de Dios de una manera acorde con su carácter santo, ya que satisfizo las exigencias de su ley inmutable. *Es decir, sufrió en lugar nuestro.

*   A cambio del sacrificio de Cristo, Dios puede perdonar y justificarnos, con todo derecho contándonos como sin haber pecado nunca.

Cuando un hombre enfrenta el juicio de un tribunal humano, es porque no se ha sustanciado las acusaciones en su contra; posiblemente él será declarado inocente. Bien, lo que es la inocencia personal de ese hombre ante un tribunal humano, Cristo lo es para nosotros ante la corte suprema del cielo. Se ha pronunciado a favor nuestro una sentencia de “no culpable”, no porque somos inocentes, ni porque faltaba evidencia en nuestra contra, sino por lo que Jesucristo ha hecho para satisfacer las demandas de la ley. Esta es la respuesta triunfante que el apóstol da: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Romanos 8.34

En la historia antigua se cuenta de Aeschylus, un célebre poeta griego, que fue aprendido, juzgado, condenado y sentenciado a muerte. Pero un hermano suyo, quien se había distinguido en el servicio de la patria, y había perdido una mano en una batalla con los persas, se dirigió a los jueces y alzó su brazo mutilado sin pronunciar palabra alguna. Este ruego tan afectuoso conmovió a los jueces, y como gesto de reconocimiento al héroe, le dieron a Aeschylus su libertad. Obsérvese, no fue por nada que él había hecho para merecer su favor, sino por lo que su hermano había hecho.

No digo que esto sea una ilustración precisa de la obra de Cristo en beneficio de nosotros, por cuanto el hermano del poeta no había hecho nada para satisfacer los reclamos de la ley que condenaba a Aeschylus a morir; pero si los jueces absolvieron a este último por la simpatía que tenían por el primero, y por su admiración de sus hazañas patrióticas, ¡cuánto más la obra de Cristo asegurará la absolución del creyente, cuando Él levante ante el trono eterno sus manos una vez horadadas y alega que Él mismo ha satisfecho las demandas de la justicia!

Una ilustración más satisfactoria de la obra de Cristo a favor nuestro se encuentra en la vida de Carlota Elisabet. Esta dama eminentemente piadosa asumió la instrucción de un pobre muchacho sordomudo llamado Jack. Al principio él se mostró ignorante y con pocas posibilidades, pero, por la bendición de Dios sobre las labores de su maestra devota, él llegó a ser un cristiano fervoroso y feliz.

Ella dice, “Jack me dijo que, cuando ya estuviera en el sepulcro un tiempo, Dios le llamaría en voz alta, ‘¡Jack!’ y él respondería, ‘¡Sí, yo, Jack!’ Con esto se levantaría y vería a multitudes paradas junto, y Dios, con un libraco en la mano, le mandaría a ponerse en pie ante Él mientras abría el gran registro, examinando las páginas hasta llegar al nombre de Jack. En aquella página Dios había anotado todos los ‘malos’ — todo pecado que había cometido en toda su vida— y la página estaba repleta. Así, Dios intentaría leerla, exponiéndola al sol para luz, pero … ‘No, no, nada, nada’“.

“Le pregunté, algo asustada, si acaso él no había hecho ‘malos’. ‘Sí, muchos malos. Pero cuando oré a Jesucristo, Él le quitó el libro de la mano de Dios, encontró esa página, dejó salir sangre de sus heridas, y pasó la mano sobre la página. Ahora Dios no puede ver mis malos, sino sólo la sangre de Cristo’“.

“Jack explicó que, por no encontrar nada en su contra, Dios cerraría el gran libro. Parado él allí, llegaría Jesucristo, quien diría, ‘Jack mío.’ Le abrazaría, y le mandaría a pararse con los ángeles”.

En su sencillez el muchacho quería decir que Dios le aceptaría aun cuando él no tuviera virtud, ya que el Salvador había hecho lo necesario para satisfacer la justicia de Dios.

 

Veamos más de cerca la obra que Cristo ha realizado, para así entender mejor cómo se logra nuestra redención—

 

Cristo era sin falta ante la ley

 

Él era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores”. Hebreos 7.26

Él “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca”. 1 Pedro 2.22. Él era el “cordero sin mancha y sin contaminación”. 1 Pedro 1.18,19

Su testimonio acerca de sí era, “yo hago siempre lo que le agrada” [al Padre]. Juan 8.29 A los judíos podía decir, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Juan 8.46 Aun cuando ellos le habían observado ávidamente, buscando alguna base para acusarle, ninguno podía decir que era culpable de la más mínima falta. Pilato, el gobernador romano ante quien Él fue juzgado, preguntó de sus enemigos, “¿Qué mal ha hecho?” Mateo 27.23, y dijo a sus acusadores, “Inocente soy yo de la sangre de este justo”. Mateo 27.24 Y, “Ningún delito hallo en este hombre”. Lucas 23.4

Tal fue el testimonio de aquellos que, no obstante todo, le dieron la muerte. Poco antes de su crucifixión, Él mismo declaró, “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”. Juan 14.30 O sea, Satanás nada podía reclamar como suyo; nada que había sugerido; nada de lo que ama ver; nada de simpatía con el pecado.

En síntesis, a lo largo de toda su vida en la tierra nuestro Señor Jesús nunca hizo nada que ha debido dejar sin hacer; nunca dejó de hacer algo que ha debido hacer; nunca pronunció una palabra que no ha debido decir; la ternura celestial de su alma nunca fue corrompida por un solo propósito o deseo malsano; Él siempre obedeció los preceptos de un todo —todos los preceptos de la ley divina— en pensamiento, dicho y hecho; y los obedeció en la naturaleza humana, la naturaleza en que Adán le había desobedecido.

Cristo fue hombre de veras, en todo respecto semejante a nosotros, pero no había pecado en Él. Cual hombre, amaba a Dios con todo su corazón y alma y fuerza y mente, y amaba al prójimo como a sí mismo. Tan así fue que “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Romanos 5.8 La ley, entonces, fue honrada y cumplida por su obediencia inmarcesible; no podía exigir una mayor conformidad a sus mandamientos, ni una justicia más amplia, porque Él era santo como Dios es santo.

 

Pero las Escrituras no sólo declaran que Cristo, en su naturaleza humana, rindió una obediencia absoluta a los preceptos de la ley, sino declaran también que—

 

Cristo purgó la pena de la ley
que nosotros habíamos desobedecido

 

Él sufrió plenamente la pena de la ley. Al satisfacer de un todo las demandas de la justicia divina, abrió el camino para que el Dios santo puede justificar al impío sin perjudicar su propia santidad.

Leemos en la historia antigua de Zaleucus, un gobernante en el sur de Italia, quien promulgó una ley que prohibía el adulterio. El castigo especificado fue la pérdida de ambos ojos. Se cuenta que su propio hijo estuvo entre los primeros que desobedecieron la nueva ley, y que el padre resistió firmemente las rogativas del pueblo a eximirle de juicio. Él amaba a su hijo, pero estaba resuelto mantener la ley y defender el gobierno. Para lograr ambas ambiciones, ideó el plan de quitar a sí mismo uno de sus ojos y también a su hijo un ojo.

Usted ve, se cumplió el objetivo de aquella ley; podemos decir que fue logrado de una manera mejor de que si hubiera castigado tan sólo al hijo. Aquel gobernante realizó su propósito; la comunidad fue impresionada por el propósito inflexible de aquel hombre a preservar la rectitud de su carácter y el honor de su gobierno. Y lo logró más que si hubiera castigado tan sólo al hijo culpable.

Es cierto que el Señor Jesucristo no sufrió la pena de una muerte eterna, pero también es cierto que, considerando la dignidad del Sufriente, Él purgó las demandas de la ley. Él satisfizo las demandas de la justicia divina tan enteramente como si toda la raza humana hubiera sido encerrada para siempre en un mundo de aflicción.

Tengamos presente que Él era el despliegue de la gloria del Padre y la imagen misma de su persona, sosteniendo todas las cosas con la palabra de su poder. Hebreos 1.3 No hubiera sido un arrebato que Él se manifestara igual a Dios, pero “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2.6 al 8

Entonces, llevando en mente siempre que la Biblia en todas partes afirma que Él era Dios además de hombre, poseído de todos los atributos, nombres y títulos de la Deidad, Colosenses 1.15 al 20, y digno de adoración divina, Hebreos 1.6, confío que usted estará dispuesto a creer que sus padecimientos no sólo evidenciaron una condescendencia asombrosa, sino también eran de valor infinito.

 

La vida de Jesús fue sin tacha

 

Usted está familiarizado con los hechos que Él nació en un pesebre, que Rey Herodes intentó contra su vida cuando era niñito, y que una vez que sus padres terrenales habían regresado de Egipto a su terruño, Él pasó su juventud en el pueblo despreciado de Nazaret y era conocido como el carpintero y el hijo del carpintero. Marcos 6.3, Mateo 13.55 Luego, a la edad de treinta años, cuando los sacerdotes entraban en su servicio según la ley levítico, Él fue presentado por Juan el Bautista; “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. Juan 1.11

Fue para ellos como raíz en tierra seca; no veían hermosura en Él, sino uno sin atractivo para que le desearan. Era despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondieron de Él el rostro, fue menospreciado. Le tuvieron por azotado, por herido de Dios y abatido. Isaías 53.2 al 6 La gente le despreciaba como “amigo de publicanos y pecadores”. Mateo 11.19. “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. Mateo 8.20

Leemos que a menudo Él se retiraba de las multitudes que le seguían, para estar solo en oración a Dios, y que “pasó la noche orando a Dios” Lucas 6.12, como si estuviera oprimido por una carga que no encontraba alivio excepto en comunión con su Padre. El apóstol relata que en los días de su humanidad aquí Él ofrecía “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte”, Hebreos 5.7, y parece que tenía la muerte en mente todo el tiempo que estuvo aquí en la tierra. Le escuchamos exclamar, “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” Lucas 12.50

En otra ocasión, cuando cierta gente de los gentiles dijo a Felipe, “Señor, quisiéramos ver a Jesús”, y su iniciativa parecía ser una señal del evangelio alcanzando a todas las naciones, su espíritu se animó ante este pensamiento.

Como si alguna visión temible se había presentado repentinamente, Él exclamó, “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora”. Juan 12.27

Y cierta vez cuando subía a Jerusalén con sus discípulos, Jesús tomó la delantera, “y ellos se asombraron, y le seguían con miedo”. Marcos 10.32 Había algo en la misma apariencia del manso y humilde Jesús que suscitó este miedo en sus compañeros íntimos. “Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará”. Marcos 10.32 al 34 Hacia el final de su vida, entrando en la sombra de los sufrimientos por venir, su anticipación de la Cruz se hizo más y más evidente.

Llegó por fin la hora por la cual Él había venido al mundo, y al sentarse con sus discípulos para participar de la última pascua, dijo, “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” Lucas 22.15 al 19 Tomando el pan y la copa de vino, para representar su cuerpo herido y su sangre derramada por la remisión de pecados, Él instituyó la santa cena, diciendo, “Haced esto en memoria de mí”.

Entonces se levantó y salió con los suyos al Getsemaní. Llevando consigo a Pedro, Jacobo y Juan, comenzó a entristecerse y angustiarse en gran manera. Dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” Mateo 26.37 al 40 Y, “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Lucas 22.44

Uno de los discípulos suyos le había traicionado por treinta piezas de plata; ahora otro negó haberle conocido; y todos le dejaron y huyeron. Solo ahora, Él fue arrastrado ante el sumo sacerdote, donde, una vez realizado una farsa de juicio, fue condenado a morir, escupido, escarnecido y sujetado a vergonzosa indignidad. La mañana siguiente, muy temprano, Él fue llevado ante Pilato, el gobernador romano, quien declaró que no hallaba falta en el acusado, y violando a su propia conciencia, pronunció la sentencia de muerte, habiendo ordenado que el preso fuese azotado. Entonces, una corona de espinas sobre su cabeza y la cruz a cuestas, Él fue sacado a ser crucificado.

Ahora, yo deseo que usted observe de manera especial que en su agonía a muerte el Señor no fue sostenido como hubiera sido el más humilde de sus seguidores en su postrimería. Ellos, sostenidos de Dios, han marchado al potro, a la cruz y a la estaca como conquistadores, mientras cánticos de victoria salían de su boca y un santo gozo quedaba reflejado en su rostro, pero nada de esto marcó el Impecable en su traslado al Calvario.

Allí fue clavado a la cruz entre dos ladrones y fue escarnecido por sus verdugos. Tres horas pasadas ya, una oscuridad de medianoche apagó toda luz del sol, y al cabo de tres horas más de tristeza inconcebible un clamor de angustia penetró la penumbra como llanto de desespero: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27.46 Él fue al Calvario, varón solitario

¿Me he extendido innecesariamente acerca de los padecimientos del Redentor? Ah, amigo, cuán necesario es que usted sea impresionado por esta solemne realidad, que el único Santo Ser que jamás vivió sobre esta tierra fue a la vez el mayor Sufriente. Él era el Príncipe de Vida, el Señor de gloria, quien poseía absoluto dominio sobre su vida de modo que podía decir, “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo”. Juan 10.18

Fue Él “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”, 1 Pedro 2.24. Fue Él que “sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo”, Hebreos 12.3. Fue Él que recibió el odio y desdén del mundo a cambio de toda su bondad, y, mientras el reproche le partía el corazón, fue negado el resplandor de la faz del Padre, como si hubiera sido culpable de pecados imperdonables y merecía ser abandonado de Dios y hombre.

¿Y esto por qué? ¿Cómo ha podido ser que el Hijo de Dios, quien no conocía pecado, haya sufrido esta muerte tan cruel y vergonzosa? Fue una muerte que ha debido deshonrar el carácter del Todopoderoso y destruir el fundamento mismo de su gobierno, al no ser que se ofrezca una explicación de ella en la palabra de verdad.

Veamos pues qué dicen las Escrituras, la Santa Biblia, acerca de esta muerte tan llamativa—

*   Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros … por la rebelión de mi pueblo fue herido … Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo. Isaías 53.5 al 10

*   El Hijo del Hombre … vino … para dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20.28

*   Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5.8

*   Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras. 1 Corintios 15.3

*   Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición. Gálatas 3.13

*   Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. 1 Pedro 2.24

*   Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. 2 Corintios 5.21

*   De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3.16

Ahora, si el lenguaje sirve para comunicar verdad alguna, estos pasajes —y muchos otros parecidos— enseñan claramente que Jesucristo canceló de veras la cuenta por el pecado. Él no solamente obedeció los preceptos de la ley santa de Dios, cosa que toda la humanidad ha violado, sino a la vez padeció el castigo de aquella ley a que toda la humanidad estaba expuesta. Él “se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”. Hebreos 9.26

Así fue que satisfizo las demandas de la justicia divina. “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla”. Isaías 42.21 Cristo guardó en alto el gobierno divino, exhibiendo los atributos de su Padre a la mira del universo entero. Su persona y su obra manifestaron que “la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”. Salmo 85.10 Es evidente, entonces, que Cristo asumió el lugar de un sustituto por aquellos que confían en Él; es decir, jugó el papel de uno que interviene para cancelar las obligaciones de otro.

Supongamos que yo le debía a usted una suma grande pero no podía pagarla, y por esto usted tenía la posibilidad de verme encarcelado hasta satisfacer la cuenta. Supongamos también que un amigo mío dice, “Aquí tiene; yo estoy pagando todo por cuenta de mi compañero”. Seguramente usted está de acuerdo con que en este caso yo debo salir libre. Usted recibió plena satisfacción, y por esto, y no por nada que yo había hecho, yo me quedo inmune.

Se cuenta de Paulinas, Obispo de Nola en el siglo 5, que él sacrificó su gran hacienda para redimir a sus conciudadanos de los godos que les habían subyugado. Cuando ya había gastado todo, se le presentó una viuda con el informe triste que su único hijo, de quien la anciana dependía, había sido deportado a África como esclavo. La historia es que Paulinas dejó su hogar, encontró al joven y pactó con su amo tomar el lugar suyo y hacerse esclavo, todo bajo la condición que el amo devolviera al joven sano y salvo a su madre. Él, entonces, satisfizo la obligación del otro, obedeció y sufrió en su lugar, y todo, se dice, con el fin de redimirle de su servidumbre.

Esto es lo que hace Jesucristo, el divino, eterno y co-igual Hijo de Dios, a favor de aquellos que confían en Él. Él ha sido el sustituto del pecador en la cruz, y puede librarle de toda su deuda ante la ley, y restaurarle a comunión con Dios. Él, y sólo Él, puede hacerlo, y por esto el apóstol dice, “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Hechos 4.12 Y, “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, Romanos 8.1 Por el otro lado, como he probado adecuadamente, y en toda la naturaleza del caso, no hay nada sino condenación para aquellos que no están en Cristo Jesús.

 

 

Todo aquel que cree

 

Se presenta, entonces, una cuestión de importancia capital, y pido su atención especial. ¿A quién se dirige estas ofertas tan abundantes, y quién se beneficia de la obra sustitutiva de Cristo?

Que responda la Biblia, como la Biblia responde a todas las otras preguntas que han surgido en el curso de nuestro planteamiento: “El fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Romanos 10.4

Obsérvese, Cristo es el fin de la ley. O sea, Él la satisface, Él quita la pena por cuenta de todo aquel que crea, y únicamente por el creyente. Llegamos, pues, a la conclusión y afirmamos que la fe en el Salvador es necesaria para la salvación.

De esto hablaremos ahora en el documento 325.

 

 

 

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