Una clara explicación de la salvación (3) (#325)

Ver también:

(323) Una clara explicación de la salvación (1)

(324) Una clara explicación de la salvación (2)

La necesidad de fe en el Salvador

J. H. Brookes, 1830-1897,

St. Louis, Estados Unidos.

del libro How to be saved

 

 

En el tercer capítulo del Evangelio de Juan encontramos la primera entrevista registrada entre nuestro Salvador y una persona sinceramente interesada en conocer la verdad. Leemos que, habiendo mostrado a Nicodemo la necesidad de un nuevo nacimiento, o de ser renovado por el Espíritu Santo, nuestro Señor explica cómo se realiza este gran cambio, y cómo se salva uno—

Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3.14 al 16

El capítulo termina con estas palabras: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. Juan 3.36

De acuerdo con estos pronunciamientos solemnes y positivos al comienzo de su ministerio, el gran propósito de sus discursos y milagros fue el de inducir a los hombres a creer en Él como el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

Cuando preguntaron aquellos que escucharon sus prédicas, “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” Jesús les respondió, “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”. Juan 6.28,29.

Cuando los enfermos y abatidos acudían a Él para ser sanados, nada sino fe les era exigido para concederles lo que pedían. “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”. Marcos 9.23

Conforme con declaraciones como estas, que caían a menudo de sus labios durante su ministerio personal antes de ascender al cielo, Él comisionó a sus discípulos de la manera siguiente: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. Marcos 16.15,16

Entonces, cuando los apóstoles salieron entre las naciones a proclamar las buenas nuevas, y un pecador convicto se presentó a ellos, diciendo, “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” ellos respondieron, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Hechos 16.31 La doctrina de las Epístolas, que exponen las bendiciones disfrutadas por los santos [los creyentes en Cristo] se basa siempre en la fe en Él. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Romanos 5.1

“Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado”. 1 Juan 3.23 Uno no debe sorprenderse, pues, al enterarse que la incredulidad es un pecado grave. Es más que una aberración intelectual; es un crimen contra Dios y nuestro Salvador, y será castigada como tal. “El que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Juan 3.18

 

Preguntas clave

 

Nuestro Salvador, al explicar a sus discípulos la obra del Espíritu Santo en relación con la redención humana, declaró que Éste primeramente convencerá al mundo de pecado. ¿Pero de qué pecado? Pues, el de la incredulidad. “De pecado, por cuanto no creen en mí”. Juan 16.9

La incredulidad ofende a la Majestad en las alturas al negar, o al menos al descontar, todo lo que Él ha dicho y hecho por nuestra salvación. “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo”. 1 Juan 5.10 Por esto está escrito, “Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Apocalipsis 21.8

El hecho de que se incluya entre semejantes compañeros tan viles a los que rechazan a Cristo muestra claramente que usted ni remotamente puede ser salvo mientras guarde este pecado, no importa cuán amable y recto sea en su propia estima o en la de sus amigos. Pues, es por demás evidente que la fe —la fe en Jesucristo— es el punto decisivo en el rumbo de su alma.

La pregunta que usted debe hacerse no es alguna en cuanto a su vida pasada, ni sus calificaciones para ser cristiano, ni acerca de las tentaciones a las cuales pueda estar expuesto, ni de las doctrinas difíciles de la Biblia, ni acerca de los hipócritas en la iglesia, porque estas cosas no tienen nada que ver con la gran cuestión que usted tiene por delante ahora.

Y esta sola cuestión que debe considerar en este momento es la siguiente: ¿Deposita su fe en Cristo, cosa que la Biblia declara tan positivamente como esencial a su libertad de la condena de la ley, y sin la cual “es imposible agradar a Dios”? Hebreos 11.6 Caso que sí, toda estará bien con usted en vida, en muerte y en la eternidad. Caso que no, la Biblia establece que “el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. Juan 3.36

 

Para estar en condiciones de responder por sí mismo a esta gran pregunta, es importante que tenga claro—

¿Qué significa la fe en Cristo?

 

En la primera entrega de esta serie [número 0159] dijimos: “La fe, en su sentido más sencillo, es el hecho de creer un testimonio”. La fe salvadora constituye la confianza en Cristo como nuestro Redentor, y confiamos que Él cumpla sus promesas que en gracia hace a los pecadores.

La gran parte del conocimiento que tenemos viene por fe; aceptamos algo que leemos o recibimos de una persona de confianza. Por ejemplo, puede ser que usted nunca haya visto la ciudad de Roma en Italia, pero está enteramente persuadido de que hay tal lugar, y si tuviera interés en visitarla, no titubearía de antemano por dudas de que si existe. ¿Por qué entiende usted que Roma existe? Es porque amerita confianza la abundancia de testimonio acerca de aquella ciudad.

Probablemente usted nunca ha determinado por sí mismo el tamaño del sol, de la luna y de otros astros en nuestro sistema solar. Pero creo que al leer qué han calculado especialistas en la materia, usted acepta su testimonio sobre este tema, en vez de decir de buenas a primeras, “No, así no es”.

Por cierto, por necesidad estamos obligados a recibir y actuar con base en testimonio acreditado con tanta confianza como respondemos a la evidencia de nuestros propios sentidos. Si una persona a quien conoce desde la niñez, y conoce como estrictamente confiable, llegara a usted mientras lee estas palabras para decirle que acaba de desplomarse cierto edificio y que un íntimo amigo suyo está atrapado en sus ruinas, ¿no se apuraría a llegar a la escena de la tragedia, preocupado y angustiado? No sólo aceptaría aquel testimonio como confiable, sino que lo dicho provocaría sentimientos en su corazón y respuesta en su conducta.

Si usted fuera comerciante en una situación donde no puede cancelar un giro por vencerse, ¿acaso no acudiría a un amigo a pedir el préstamo necesario? Él responde, “Vayamos a la oficina, y le daré el cheque de una vez”. Usted se siente aliviado. ¿Y por qué? Claramente, porque confía en aquel, que va a sacarle del apuro. Usted cree que él dispone del dinero y está dispuesto a adelantarlo; por esto, al creer sencillamente en lo que él ha dicho, su mente queda en paz.

O supongamos que va a cierto poblado. Ha caminado por largo rato, y ahora tiene la sensación de haber perdido el camino. Se acerca la noche, y usted está turbado. Un desconocido se acerca y ofrece conducirle a su destino, pero le entran grandes dudas. Quién sabe si ese señor quiere robarle o hacerle algún otro mal. Pero supongamos que de repente usted se da cuenta que se trata de un buen amigo de años atrás. Ahora siente alivio; ahora le sigue con gusto.

Ahora, ¿cómo explica ese cambio de actitudes? Obviamente, es por la fe que tiene en su guía. Usted cree que él puede hacer lo que ofrece, y que está dispuesto a hacerlo; por esto confía en él, aun en los lugares oscuros, y agradece su bondad.

Bien, apliquemos esto al asunto de la salvación suya. Ya he dado por sentado que usted cree que la Biblia es la palabra de Dios y por consiguiente es veraz. Por supuesto, puede leer en ella muchos relatos históricos acerca de naciones e individuos. La impresión que ellos producen no difiere grandemente de la que produce las historias patria, ya que usted no está involucrado o afectado íntimamente por aquellos sucesos.

 

Asombro y alivio

 

¿Pero qué de leer lo siguiente?—

* Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios. Salmo 9.17

* El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Apocalipsis 14.11

* Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. Hebreos 9.27

* ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! Hebreos 10.31

Si usted cree de verdad estas declaraciones, el resultado inevitable será ansiedad y temor debido a su propia pecaminosidad.

En su aflicción usted encuentra otros trozos sagrados, y lee—

* Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. 1 Timoteo 1.15

* [Jesús] puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios. Hebreos 7.25

* La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. 1 Juan 1.7

* A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad
y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. Isaías 55.1

* Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Mateo 11.28

* Al que a mí viene, no le echo fuera. Juan 6.37

¡Y qué alivio al que lo cree de veras!

Y hay muchas invitaciones y garantías como estas en la palabra de Dios, haciéndonos ver la disposición de Cristo a salvar a los pecadores — y a salvarle a usted, aunque sea de los pecadores el primero. Es “palabra fiel y digna de ser recibida”.

¿Qué le estorba?

 

Ahora, si usted cree esto, ¿por qué no está regocijándose en tan bendita salvación? Si Cristo Jesús vino a salvarle, y declara que puede hacerlo, y que desea hacerlo, y que le salvará si tan sólo le acepta, aseguradamente usted debe confiar en Él en este mismo momento, y entonar un cántico de gratitud. Recibir como un niño esta gracia divina es lo que honra a Dios quien dio a su propio Hijo para nuestra salvación, y honra a Cristo quien se dio en expiación por nuestros pecados.

La fe es, entonces, el sencillo reconocimiento de que lo que Dios dice es veraz, y lo que Cristo ha prometido es seguro. Que acepte de corazón esta gracia a favor suyo, con calma y confianza absoluta en Él de que tendrá la salvación.

No le llamamos a hacerse digno de la oferta. La confianza propia está al fondo de todos estos intentos de “hacerse apto”, y el orgullo está al fondo de toda esta aparente humildad que aleja al alma de su Redentor. La promesa no es para aquellos que han alcanzado una cierta condición para satisfacerse a sí mismos, por cuanto “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Mateo 9.12 Tampoco la promesa es para mañana; más bien, “ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. 2 Co-rintios 6.2.

Hace años un misionero entre los indígenas fue visitado por cierto cacique pretencioso que había sido convencido profundamente por el Espíritu Santo de Dios. temblando cargado de un sentido de culpa, pero indispuesto a aceptar libremente el agua de vida. El hombre ofreció su wampum (una cadena de conchas, empleada como dinero) para hacer la paz con Dios. El varón de Dios meneó la cabeza en señal de rechazo, diciendo: “No, Cristo no puede aceptar ese sacrificio”. El cacique se marchó. Todavía perturbado, volvió con su rifle y las pieles que había conseguido en la caza. De nuevo: “No, Cristo no puede aceptar ese sacrificio”. Otra vez se marchó, pero el Espíritu de Dios no le dio paz. La tercera vez quiso negociar a su mujer y sus hijos. “No, Cristo no puede aceptar ese sacrificio”. El indígena se quedó parado un rato, cabeza agachada. Levantó su mirada al cielo, y exclamó en rendición absoluta: “Señor, toma a este pobre hombre que soy”.

Amigo mío, esta es la posición que usted debe asumir. Tiene que llegar ahí si va a experimentar el gozo de saber que sus pecados son perdonados y disfrutar “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”. Filipenses 4.7 Filipenses 4.7

Recuerde que no puede amar a Dios primeramente, y después creer. No va a arrepentirse primero (por mucho que piensa que debería), y después creer. Usted no va estremecerse primero para tener buenos sentimientos, y después creer. Usted va a echarse en los brazos de Jesús, exclamando, como si fuera, “Señor, toma a este pobre hombre que soy”.

Usted nada tiene que ver con el pasado, el futuro o las cosas secretas de Dios. Nada con los falsos profesores de religión. Nada con sentir una cierta sensación, o lograr orar más; nada de eso. Si antes de creer en Él, Dios le diera las sensaciones que busca, o las experiencias que quiere, o más sentimientos, u oraciones más fervorosas, lo cierto es que usted no confiaría en Él para alcanzar consuelo, sino en sus emociones y experiencia.

Es obra de Satanás esta negación a creer hasta sentir algo, u orar mejor, o experimentar más amor por Dios; él persigue desviar su mente de Cristo. Sin estar consciente de ello, es sólo mérito propio; es simplemente confianza en algo de usted mismo.

Es solamente con Cristo que tiene que ver ahora — dónde y cómo está; en salud o en enfermedad. Crea en el Señor Jesucristo ahora, ahora mismo, tal como está. Renuncie su amor propio y sus intentos por mejorarse, y, encomendando en manos de Cristo su alma culpable y todos sus intereses, dígale de corazón, “Toma, Señor, me entrego; es todo lo que puedo hacer”.

Si lo hace, le digo que el cielo y la tierra pasarán antes de que su alma se pierda. Hágalo, y recibirá la paz que anhela, el amor que ha querido sentir, y las gracias y delicias que emanan de una fe como la de un niño.

 

… será salvo

 

Al concluir lo que he dicho acerca de la fe, sólo deseo llamar su atención a las palabras del apóstol acerca de la salvación—

La justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.

 

Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. Romanos 10.6 al 13

Pues, bien. Clame a Él sinceramente. Hágalo cual pecador impotente a punto de perecer, y Él ha dado en prenda su palabra eterna que le salvará.

 

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