Una lección del Gran Mariscal (#9633)

9633
Una lección del Gran Mariscal

D.R.A.

Valentín Matos era un teniente coronel en el glorioso ejército Libertador de Colombia, y sirvió en la Batalla de Ayacucho, en Pichincha y en otros triunfos bajo el mando del ilustre venezolano Antonio José de Sucre. Pero cuando las guerras de independencia terminaron, Matos no halló cómo vivir en tiempo de paz. Se prestó a una intriga política, de las cuales había muchas en Bolivia. Le fue asignada la funesta tarea de matar a Sucre, ahora Presidente, ya que ambos vivían en la pequeña ciudad de Chuquisaca.

Una noche en 1825 Sucre caminaba solo en el palacio presidencial cuando Matos sacó de debajo de su capa el puñal con que mataría a ese que ningún mal le había hecho. Los edecanes llegaron en el momento justo y tomaron preso al criminal. Un consejo de guerra le sentencia a Matos a morir, pero, a sorpresa de todos, Presidente Sucre negó confirmar la condena. El Congreso Nacional de Bolivia confirmó la pena y devolvió los documentos al Presidente para su firma. Sucre insistió en valerse de sus poderes constitucionales y cambió la pena en diez años de destierro: el menor castigo que las leyes le permitían.

Matos eligió partir al Perú. La noche antes de su partida, Sucre hizo poner en las alforjas del reo doscientos pesos, sabiendo que su antiguo compañero de armas había gastado toda su pensión. Solamente el mayordomo del Presidente sabía que Sucre había obsequiado dinero al hombre que quiso matarle, y no lo hizo saber hasta después de muerto el venezolano. Matos creyó que algún compañero en la intriga le había hecho el regalo. Se marchó y por un tiempo vivió a expensas de aquel a quien traicionó.

En 1827 Bolivia celebró el aniversario del primer grito de independencia, y el Presidente se valió de la ocasión para indultar a Matos. Perdonado por la magnanimidad de Sucre, el boliviano volvió a su pueblo natal para agradecer la bondad del hombre que él había pensado matar.

¿Por qué se comportó así Antonio José de Sucre? Fue por lo que uno de sus generales iba a escribir cincuenta años más tarde: “General Sucre era un hombre justo, afable con todos, sagaz, inteligente y sabio; infatigable en el trabajo, esclavo de la ley y de la equidad, muy instruido, noble, generoso, humanitario en extremo”. Estas palabras de elogio fueron escritas por un miembro de la Legión Británica con referencia a su jefe en guerra, en paz, y en el gobierno de un país convulsionado.

Ojalá que usted haya podido leer en la Santa Biblia la historia de otro hombre noble, justo y sabio, quien también perdonó a los que pensaban matarle, y metió dinero en sus valijas cuando ellos salían de viaje. Ese fue José. Su historia está en Génesis capítulos 37 al 45.

Había gran hambre en Canaán, donde moraban los hermanos y el padre de José, pero ellos oyeron decir que había víveres en Egipto. José era señor de aquella tierra, a donde había llegado años antes cuando sus hermanos iban a matarle pero optaron por venderle como esclavo. Llegaron los hermanos de José y se inclinaron a él, rostro en tierra, sin saber ante quién estaban. José los conoció mas hizo como que no.

De una manera muy sabia exigió que volviesen a su tierra los visitantes para luego regresar con su hermano menor, aún desconocido a él. Después, ordenó que otros llenaran sus sacos de trigo y que devolviesen el dinero de cada uno, poniéndolo en su saco, y que les diesen comida para el camino.

Los diez hermanos no sabían qué había acontecido pero les molestó la conciencia. A su tiempo volvieron ante el gran gobernador. Finalmente José exclamó “Yo soy su hermano José, el que ustedes vendieron a Egipto; pero, por favor, no se aflijan ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido pues Dios me mandó antes que ustedes para salvar vidas … Cuenten a mi padre acerca de todo ..”.

Pero, siga leyendo.

Hay otro mayor que Sucre y aun mayor que el patriarca José. Quien más perdonó y más ha dado es Dios. El manifestó su amor para con nosotros en que, siendo nosotros pecadores, Jesucristo murió por nosotros. Siendo enemigos, podemos ser reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo. Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.

El pecado entró en el mundo por uno: Adán en el Edén. Por el pecado entró la muerte, tanto espiritual como física. La muerte pasó a todos por cuanto todos pecamos. Con todo, nuestra actitud ante Jesucristo ha sido como la de los que gritaron “Crucifíquele, no queremos que este reine sobre nosotros”.

Pero, sepa con toda seguridad, como dijo San Pedro a los judíos y otros en Jerusalén, que a este mismo Jesús a quienes nosotros crucificamos, Dios lo ha hecho Señor y Cristo. Y Dios quiere perdonar. Quiere dar. Él quiere recibirle a usted, y a tal fin ha dado a su Hijo, Jesús. En el Calvario Dios estaba poniendo al mundo en paz consigo mismo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres. Así, pues, en nombre de Cristo le rogamos que usted se ponga en paz con El.

Matos aceptó la enorme bondad de Sucre. Los diez hermanos se humillaron ante José, a quien antes querían matar. Pero, ¿usted ha recibido el perdón que el santo Dios le ofrece? Vuelva ahora en amistad con Él y le vendrá bien. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. Es la sangre de Jesucristo que nos limpia de todo pecado.

 

 

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