Un minicomentario sobre 1 Juan (#118)

Un mini comentario sobre 1 Juan

 

Jack Hay, Escocia
Believer’s Magazine, 2013, 2014

 

 

I           Verdades eternas                                            1.1 a 4

II          Limpieza, confesión y mandamientos            1.5 a 2.6

III         La palabra desde el principio

y la palabra que pasa                          2.7 a 17

IV         La unción y la manifestación                          2.18 a 28

V         Características de la familia                            2.29 a 3.12

VI        El amor percibido y el amor probado  3.13 a 24

VII       Percepción y afecto                                        4.1 a12

VIII      El amor perfeccionado y el amor perfecto     4.13 a 21

IX        Creyendo que Jesús es el Cristo                    5.1 a 12

X         Aliento y exhortación   al cierre                       5.13 a 21

 

I   Verdades eternas
1.1 a 4

 

Los lectores habían visto a algunos de los suyos marcharse, 2.19. Estos hombres se habían asociado con el pueblo de Dios, pero el paso del tiempo dejó claro que nunca habían sido genuinos. Entre otras cosas, su predicación negaba la auténtica humanidad del Señor Jesús, 4.1 a 3, un error que se ha tildado de “gnosticismo doecético”. Una parte de su enseñanza era el argumento que todo lo material o tangible es malo, ¿así que cómo podría el santo Hijo de Dios ocupar un cuerpo físico? Lo proyectaban como una suerte de ser fantasma, y no el Jesucristo hombre (el hombre Cristo Jesús, Versión Moderna), 1 Timoteo 2.5.

Junto con sus herejías ellos estaban afirmando haber alcanzado un nivel de espiritualidad equivalente a no pecar, ¡una cumbre al alcance de solamente aquellos iniciados en sus misterios! Todo esto habrá perturbado a los creyentes. El retiro de estos hombres habrá dado cierto alivio, pero ellos habían dejado un legado que Juan se consideraba obligado a ventilar.

No hay ninguna estructura definida en la epístola y a veces el apóstol se refiere a cuestiones que ya ha mencionado. Sin embargo, un hilo que sí corre a lo largo de la carta es el pensamiento de la familia de Dios. Por ejemplo, se menciona el Padre a menudo y hay numerosas referencias al nuevo nacimiento. Juan se dirige a ellos como “hijitos”, un término de cariño que se podría traducir “queridos niños”. Una y otra vez expresa afecto caluroso en la familia.

Esta epístola tiene intercaladas declaraciones que expresan el propósito que Juan tenía al escribir, la primera de ellas en el 1.4. Sin embargo, la razón mayor está descrita como, “para que sepáis que tenéis la vida eterna”, 5.13. El Evangelio de Juan fue escrito para animar a la gente a creer para recibir la vida eterna, 20.31; ¡esta epístola fue escrita para darles confianza que ya la tenían!

Visto y oído, 1.1,2

Sin preámbulo o saludos, Juan se lanza en su tema. Los anticristos habían predicado cosas nuevas; él estaba comunicando lo que había oído y enseñado desde el principio. Este comienzo, “el principio”, es muy probablemente el comienzo de la era cristiana como en 2.7, o aun el comienzo de su propia experiencia cristiana como en 2.24. Lo que habían aprendido acerca de la humanidad de Jesús desde los primeros días había sido objeto de ataque, pero ahora Juan lo reafirma con base en su asociación personal con el Salvador en los días de su carne. Él asevera la verdad fundamental acerca del Señor Jesús.

► Él es “el Verbo de vida”, y Juan combina dos ideas del prólogo de su Evangelio. Cual Verbo, el Señor Jesús es la encarnación de toda comunicación del cielo. En Él el Padre ha hecho saber la suma total de lo que precisamos saber acerca de Él, 14.9. Cristo es también la fuente de toda vida, sea física o espiritual, pero en su propio ser es la vida, 14.6. Algunas traducciones del v. 2 rezan: “la Vida se nos manifestó”.

► “El Verbo era Dios”, Juan 1.1, y aquí Juan da evidencia del uso de aquel vocablo “eterna” y el concepto de manifestación con el Padre, no con Dios como en Juan 1.1, aunque el Padre es Dios. Al referirse a la intimidad antes de encarnado con Uno descrito como el Padre, hay evidencia secundaria de que era siempre Hijo. En las relaciones humanas un padre existe antes de su hijo, pero no es un padre hasta que nazca su primogénito. En la Deidad, tanto Padre como Hijo son eternos sin haberse originado y por lo tanto nunca hubo un momento en la historia cuando comenzó su relación Padre / Hijo. Es una realidad eterna. Si el Padre era Padre en lo que llamamos la eternidad pasada, el Hijo era Hijo porque estaba “con el Padre”.

►“El Verbo fue hecho carne”, Juan 1.14. (vino a ser carne, Besson; se hizo carne, Biblia de las Américas). Fue la manera de Juan de expresar la encarnación en su Evangelio. Aquí en la Epístola nos explica que la vida fue “manifestada”, un término que va a figurar en la carta en varios contextos, dos veces como “apareció”. Los gnósticos habían negado una sustancia corporal en aquella manifestación. Esto fue el asunto en juego, de manera que en estos primeros versículos Juan enfatiza que el Señor era hombre en verdad. Era audible,
y solamente este autor registra haberle oído hablar de “mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”, Juan 6.51. Él había venido “en semejanza de carne de pecado”, Romanos 8.3, y era visible al extremo de ser examinado de cerca: “vimos su gloria”, Juan 1.14.

Pero también era tangible. Simón, la suegra de Pedro, la hija de Jairo, un leproso, un hombre nacido ciego, los niños a quienes bendijo: estos y muchos otros han podido testificar que Aquel que había morado en luz inaccesible ahora se había venido tan de cerca que ellos experimentaron contacto físico con Él. ¡Qué de gracia condescendiente! Pero sin duda el “nosotros” en este versículo se refiere específicamente a los apóstoles con su constante interacción ante la realidad de su humanidad. Juan sabía que Él no era ningún fantasma; el Señor había servido pan y pez de su propia mano a la de Juan. Había tomado en sus manos los pies de Juan para lavarlos. En esa misma tarde, Juan se había acostado sobre su regazo. Este era hombre en verdad, audible, tangible. La Vida se había manifestado.

Comunión con nosotros, 1.3,4

Juan deseaba compartir su conocimiento y comprensión del Señor Jesús. No era una verdad para solamente el grupito de apóstoles; él quería para otros “comunión” con ellos en el disfrute de estos hechos fundamentales acerca del Salvador. Hay la sugerencia que la verdadera comunión con cada cual tiene una base doctrinal. Es cierto que hay un factor común en la vida de cada miembro del cuerpo de Cristo en el hecho de que el Espíritu Santo mora en cada uno. “Un cuerpo, un Espíritu”, Efesios 4.4.

El Espíritu ha creado la unidad vital en el cuerpo, v. 3. Pero una expresión visible de comunión puede ser exhibida solamente con base en la uniformidad doctrinal.Es significativo que antes de la mención de un cuerpo de creyentes primitivos que perseveraban en la comunión, hay una referencia a la doctrina de los apóstoles, Hechos 2.42. Por cuanto todos se suscribían a la doctrina de los apóstoles, su comunión era cementada y evidente.

Por esto Juan quería que sus lectores gozaran de comunión con él de una manera evidente, sin que su comunión fuera perjudicada por cualquiera de las irregularidades doctrinales a las cuales habían sido expuestos. Él, entonces,comparte con ellos su conocimiento a primera mano con Cristo. Eran gente que no habían visto pero con todo creían, Juan 20.29. No habían visto, pero amaban, 1 Pedro 1.8. Juan había visto, Juan 19.35, y ahora habla de su experiencia personal para fomentar una comunión mutua.

Sin embargo, la comunión es más extensa que la que existe entre creyente y creyente. “Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”. Consecuencia de su muerte, gente una vez alejada y enemiga disfrutan de intimidad con Personas de la Deidad. Ahora tienen la naturaleza divina y comparten intereses comunes con el Padre y su Hijo. En este contexto, el disfrute práctico de la comunión puede ser experimentado solamente cuando nuestro enfoque sobre estas cuestiones coincide con la revelación divina. Es por esto que Juan desea compartir la verdad que él mismo había visto.

►  “Comunión … con el Padre”, y el creyente es beneficiario de una relación con deidad que asigna un flujo constante de afecto tierno, cuidado y comprensión de Uno que es un Padre, Salmo 103.13,14.

►  “Su Hijo Jesucristo”, y con una precisión deliberada Juan describe al Salvador. El Hijo de Dios es Jesús, un verdadero hombre, porque fue en su nacimiento que primero fue conocido como Jesús, Mateo 1.21. Es también Cristo, y el uso del título mesiánico, el Ungido, es un golpe contra otra enseñanza de los gnósticos, que de alguna manera Jesús y Cristo no eran uno y el mismo. Su idea era que “El Cristo” era una emanación divina que vino sobre Él en su bautismo y lo dejó antes de su muerte, posiblemente en Getsemaní. Juan insiste aquí que el Hijo de Dios es Jesucristo y nosotros tenemos una relación viva con Él.

Así es que Juan escribe, porque una comprensión clara de la identidad verdadera de su Salvador ampliaría el gozo de la salvación, v. 4. Nada se compara con oír acerca del Señor Jesús para promover gozo en el corazón del cristiano. La Reina-Valera habla en el v. 4 de “vuestro gozo”, pero hay versiones que hablan de “nuestro gozo”. Si usted acepta esta segunda traducción, ¡alegrará el corazón suyo y del predicador también!

II   Limpieza, confesión y mandamientos
1.5 a 2.6

 

El carácter de Dios, 1.5 a 7

Juan había oído a Cristo, 1.1, y ahora él anuncia la verdad que el Salvador había expresado: “Dios es luz”, 1.5, seguida por una afirmación negativa para dar énfasis. No está registrado que el Señor haya dicho esto, pero el tenor de su enseñanza y su carácter santo dejaron esta expresión indeleble en el apóstol. “Dios es luz”. Es intrínsecamente santo, impecable sin pecado, enteramente santo.

Fue necesario imprimir esta realidad fundamental en las mentes de los creyentes, porque era relevante a su situación existente. ¿Eran o no eran creyentes genuinos aquellos cuya enseñanza les había perturbado?  Decían tener comunión con Dios,  estar sin pecado, y haber dejado de pecar, 1.6,8,10, ¿pero todo esto cuadraba con la realidad? Juan demuestra enfáticamente que no. Tres veces, en 1.6,8,10 otra vez, él escribe, “si decimos”; tristemente, sus palabras y sus hechos no correspondían. Su conducta contradecía sus dichos.

En 1.6,7 Juan muestra que la gente está ubicada en una de dos esferas espirituales. Los creyentes auténticos son aquellos que andan en la luz; los pecadores, en tinieblas. Como siempre, lo que una persona es posicionalmente será evidenciado por su práctica. Los creyentes que en un tiempo estaban “en tinieblas”· y ahora son “luz en el Señor” andarán como hijos de luz y producirán fruto de la luz, Efesios 5.8,9. De manera que una persona irregenerada, andando en tinieblas pero diciendo tener comunión con Dios (como hacían aquellos errados), está mintiendo. Las tinieblas de su esfera natural son incompatibles con la luz de la santidad de Dios. Él no les conoce.

La limpieza de la sangre, 1.7

Por contraste, los creyentes genuinos que están andando en luz no solamente tienen comunión con Él, sino también comunión unos con otros. Tienen intereses mutuos y deseos comunes acorde con el carácter santo de Aquel que es la luz. Esto no da a entender una perfección en el creyente, pero la sangre de Cristo ha provista para su limpieza. El sacrificio del Salvador que basta para la necesidad del pecador tiene una eficacia perpetua; trata los fracasos de los santos. Como en 1.3, es significativo que Juan emplee un surtido de nombres para el Señor Jesús. Por cuanto es Jesús, un verdadero hombre, Él podría derramar su preciosa sangre; por cuanto es “su Hijo”, verdaderamente divino, el valor de lo que hizo es inmensurable; es eficaz para “todo pecado”.

La confesión de pecado, 1.8 a 10

La profesión de los anticristos a ser libres de la raíz misma del pecado les dejó auto decepcionados, porque aun en el creyente hay la tensión constante entre la carne y el Espíritu; por ejemplo, Gálatas 5.17. Su postura evidenciaba que negociaban en el error; la verdad no estaba en ellos, 1.8. En contraste, el creyente que confiesa su pecado recibe perdón parental del Padre. En nuestra conversión fuimos perdonados judicialmente “por su nombre”, 2.12, pero fallar como hijo de Dios demanda una confesión que trae el perdón de parte del Padre.

Él es fiel a la sangre que hizo posible aquel perdón. Es justo con base en la sangre. David restauró a Absalón injustamente, 2 Samuel 14; no hubo expresiones de arrepentimiento ni palabras de confesión a Dios. Dios no puede hacer eso. La sangre le permite perdonar al creyente sobre una base justa, y la confesión lo hace una realidad.

Ser como los anticristos y negar actos de pecado es insinuar que Dios, que no puede mentir, Tito 1.2, es un mentiroso, 1.10; es prueba de que “la verdad no está en nosotros” en el sentido que no se ha aceptado su veredicto de la culpabilidad universal, Romanos 3.23. Entonces, resumiendo la sección de una manera práctica, la persona que afirma tener comunión con Dios, como uno andando en la luz, mantendrá el gozo de aquella relación por confesar el pecado, aceptando que el Padre lo ha perdonado legítimamente, y regocijándose en el hecho de que la preciosa sangre ha hecho posible la transacción.

El cuidado del Abogado, 2.1,2

En 2.1, por primera entre siete ocasiones en esta epístola, Juan emplea el término de cariño traducido “hijitos”. No es de confundirse con los “jóvenes” en el v. 13 y en el v. 18, aunque en v. 18 la Reina-Valera vuelve a usar “hijitos”. Los “hijitos” son creyentes inmaduros, a diferencia de los “jóvenes” y “padres”. Juan quiere que los creyentes se aseguren del afecto genuino que tiene por ellos. Una de sus razones por escribir es, entonces, “que no pequéis”. Él intenta disuadir a los creyentes a pecar, y su comunicación inspirada debe surtir ese efecto, así como debe cualquier parte de la Escritura. “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”, Salmo 119.11. Juan deja claro que, para el creyente, el pecar debe ser anormal, no una cosa normal.

Sin embargo, él es realista. Sabe que nunca lograremos la perfección este lado del cielo, y por esto agrega: “si alguno hubiere pecado …”  Los tiempos de los verbos son importantes, y aquí Juan se refiere a hechos aislados de pecado, y no a la práctica constante del pecado referida en 3.9. Pecar habitualmente como un estilo de vida demuestra que un hombre nunca ha renacido. Esto es lo que descubrió a Simón el mago; Pedro dijo: “en prisión de maldad veo que estás”, Hechos 8.23. Era todavía un esclavo del pecado.

¿Pero que de si peca un creyente genuino? “Abogado tenemos para con el Padre”.
Es vital notar que todavía se refiere a Dios como el Padre. ¡El hijo errante está en su familia aún! En términos humanos, no se puede revertir una relación padre / hijo. El disfrute de la relación puede ser destruido y un muchacho perverso puede ser apartado del hogar, pero nada puede alterar el hecho de que es hijo de su padre. Así, cuando un creyente peca se lesiona el disfrute de la relación con el Padre, pero no se rompe el vital vínculo familiar. Dicho claramente, un creyente genuino nunca se pierde. La doctrina de salvo-antes-pero-ahora-no contradice de frente la enseñanza de este pasaje.

Sin embargo, es obvio que si un creyente peca, hará falta la restauración si va a disfrutar de la vida familiar. El Señor Jesús está al alcance como “un abogado” (parákletos en griego, un ayudante, traducida “Consolador” con respecto al Espíritu Santo en Juan 14.16). Su actividad ayuda al creyente errante al volver a la comunión con el Padre. De nuevo, se enfatiza el hecho de que esto se puede realizar justamente. Quien lo efectúa es “Jesucristo el justo” y lo hace con base en su obra de propiciación. El tiempo presente, “es la propiciación”, es otro indicio de lo que Él realizó en la cruz para satisfacer la justicia divina surte efecto permanentemente para el hijo de Dios.

Con base en su sacrificio, los creyentes que pecan pueden ser restaurados al favor del Padre. Por supuesto, su obra propiciatoria es adecuada para “todo el mundo”, aunque es claro en las Escrituras que el concepto de universalismo debe ser rechazado. Solamente los creyentes reciben el beneficio de lo que fue realizado en la cruz. Débiles, entonces, que todos seamos sensibles a la obra del Ayudante de estimularnos a volver al pleno disfrute de pertenecer a la familia de Dios.

El llamado a la obediencia, 2.3 a 6

Como se ha indicado, pecar no es lo normal para un creyente, pero ahora Juan hace ver que la obediencia sí lo es. Una vez más, los tiempos de los verbos son importantes. Parafraseado, el v. 3 puede leerse: “de esta manera sabemos siempre que hemos venido a conocerlo, si …”

Juan se ocupa de la obediencia que algunos profesan: “El que dice …”, vv 4,6,9. Él insiste en que lo que profesamos sea respaldado por hechos claros. Aquí, diciendo “yo le conozco” debe ser evidenciado por guardar sus mandamientos, los mandamientos que están consagrados en “su palabra”. En aquellos que manifiestan una sumisa disposición de obediencia, su amor ha sido “perfeccionado”.

Dios tenía un propósito al amarle a usted. No fue tan sólo para rescatarle del infierno; su deseo fue contar con gente en este mundo diferente de la mayoría, “los hijos de desobediencia”, Efesios 2.2. Esta meta ha sido alcanzada en creyentes obedientes y el amor de Dios ha sido “perfeccionado”.

El mayor Exponente de obediencia fue el Señor Jesús mismo, “obediente hasta la muerte”, Filipenses 2.8. Juan señala ahora que saber que estamos en Él y decir que permanecemos en Él se ratifica por ese mismo espíritu sumiso, andando como Él anduvo. Juan lo percibe como una deuda nuestra, porque así es el sentido de “debe” en 2.6. Su obediencia hasta la misma muerte de la cruz coloca a los beneficiarios bajo la obligación de exhibir el mismo espíritu de cumplir sin cuestionar. Que Dios ayude a todos a decir, “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, Lucas 22.42.

 

 

III   La palabra desde el principio y la palabra que pasa
2.7 a 17

 

Un mandamiento antiguo, 2.7, 8

Un tema mayor en la epístola se introduce en el v. 7, un tema que encontramos varias veces hasta el final de la carta. Trata de amar a nuestros hermanos. Los gnósticos se jactaban de cosas que eran nuevas, pero esta directriz de amar era un mandamiento viejo, “desde el principio”. En el aposento alto el Señor Jesús lo había introducido como “un nuevo mandamiento”, dando una nueva dimensión a las exigencias de la ley. “Un mandamiento nuevo os doy: Que améis unos a otros”, Juan  13.34. El paso de los años lo había hecho un mandamiento antiguo, pero era nuevo todavía, fresco, v. 8, porque era relevante aún. No había pasado la necesidad de él; su verdad no era redundante; el afecto caluroso seguía una necesidad entre los santos.

Cristo encarnó la verdad de este mandamiento, el cual encontró en Él su suprema manifestación, pero Juan otorga reconocimiento a sus lectores por cumplir con sus demandas también: “es verdadero en él y en vosotros”. ¿Juan habrá podido escribir a nosotros diciendo, “es verdadero en ustedes”?

 

 

Luz y tinieblas, 2.8 a 11

El resplandor de “la luz verdadera” es sin duda una referencia a la intervención del Señor Jesús en los asuntos de este mundo, Juan 1.9. Sucedido esto, las tinieblas de ignorancia y pecado “van pasando”. Al ser los hombres llevados a la luz en conversión, las fronteras de las tinieblas están obligadas a retroceder. La Biblia no enseña en ninguna parte que paulatinamente el Señor pondrá el mundo bajo su mando por la extensión del evangelio. A la postre impondrá su autoridad por conquista militar, Apocalipsis 19.11 a 16. Sin embargo, cada alma que es convertida “de tinieblas a la luz”, Hechos 26.18, contribuye a que pasen las tinieblas. Estas preciosas almas que están en la luz ahora demuestran la realidad de su experiencia al amar a sus hermanos.

Por tercera vez Juan escribe: “el que dice”, v. 9. La gente que dice estar en la luz y odia a sus “hermanos” está en tinieblas todavía. No ha sabido nada de la actividad alumbradora de salvación. No tiene la vida eterna, 3.15. Por contraste, las personas que aman a sus hermanos dan evidencia de que permanecen en la luz, v. 10, y en ellos “no hay tropiezo”. Esto podría significar que su afecto genuina asegura que nunca tropezarían a otro creyente deliberadamente, pero la interpretación más viable es que su disposición les deja menos expuestos a tropezar personalmente. Esto está en contraste con aquellos cuya amargura les hace inconscientes de que están en tinieblas todavía, y por cuanto es así ellos no están enfocados, no tienen visión, dan bandazos de un fracaso al próximo. Son perpetuas bajas morales; en otras palabras, nunca han sido emancipados del apretón del pecado.

Toda la familia de Dios, 2.12 a 17

Juan estaba promocionando el amor y fue el amor que lo estimuló a escribir a sus concreyentes. De nuevo se dirige a toda la familia de Dios en términos de afecto: “hijitos”, queridos niños, v. 12. Eran gente que permanecían en la luz y lo hacían saber por su estilo de vida, de manera que él dice confiadamente: “vuestros pecados os han sido perdonaos por su nombre”.

La gente religiosa acusa a los creyentes de ser presuntuosas cuando afirman ser salvos y disfrutar del perdón. Serían presuntuosos si hubiera algún elemento de mérito personal, pero el perdón ha sido otorgado “por su nombre”. “Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”, Efesios 4.32. Juan había mencionado la sangre preciosa y la propiciación, y allí está la base de nuestra bendición, así que hay la segura afirmación  de perdón. Aquel perdón es la posesión de toda la familia de Dios en toda etapa de su carrera cristiana.

Juan está a punto de destacar tres fases de desarrollo entre los hijos de Dios. Algunos son “hijitos”, recién salvados y todavía inmaduros, vv 13,18. Algunos son “jóvenes”, santos que se han desarrollado espiritualmente, vv 13,14. Algunos son “padres”, v. 13, creyentes con largo tiempo en la senda que han alcanzado madurez. Una lección en la superficie es la de preguntar si el paso del tiempo nos ha visto pasando de un grado de desarrollo al próximo, o si estamos  estancados y truncados como los corintios,
1 Corintios 3.1.

Padres y jóvenes

Juan no tiene mucho que decir a los creyentes maduros, excepto que por un tiempo considerable ellos habían conocido al Señor. Es decir, habían llegado a conocerle en una relación salvadora, vv 13,14. Nunca debemos tener por entendido que llega un momento cuando hayamos alcanzado todo en lo espiritual, que hemos llegado a la cumbre. Más bien, podemos entrar en una etapa cuando pensamos que necesitamos menos exhortación. Es maravilloso saber que creyentes ancianos “aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes”, Salmo 92.14.

Con respecto a los varones jóvenes, lo que más animaba a Juan era que habían vencido al maligno, vv 13,14. Poseían fuerza espiritual, la primera de tres cualidades. ¿Por qué? ¿Cómo habían vencido al maligno? La declaración central da la respuesta: “la palabra de Dios permanece en vosotros”. Permitir que su Palabra saturare sus mentes, llenare sus corazones y regulare su conducta; les capacitaba para estar firmes ante las embestidas de Satanás.

Nunca podemos sobreestimar el valor de las Escrituras. Hacer caso omiso de ellas nos deja vulnerables. “El día malo” de la tentación con su ataque satánico puede encontrarnos en pie todavía, una vez despejado el humo de la batalla, si la espada del Espíritu ha sido usada eficazmente, Efesios 6.10 a 17.

El mundo, 2.15 a 17

Habiendo hablado de la victoria de los jóvenes sobre el maligno, Juan pasa a precisar otro de los enemigos del creyente: “el mundo”. Él está consciente de que aun el que fue victorioso en las batallas puede ser seducido por los encantos del mundo, v. 15. A veces el vocablo “mundo” tiene el sentido del planeta o la gente del mundo, Hechos 17.24, Juan 3.16, pero hay veces cuando quiere decir una cultura, un estilo de vida, un sistema que los hombres han desarrollado para hacer tolerable la vida sin Dios. Satanás es su príncipe, Juan 16.11, y sin querer los hombres del mundo son manipulados por él: “el mundo entero está bajo el maligno”, 1 Juan 5.19.

El impacto sobre sus filosofías, gustos, y actividades es todo anti-Dios y con todo adornado de tal manera como para hacerlo magnético, y por esto la solemne advertencia de Juan: “No améis al mundo”. Los miembros de la familia no pueden amar a su Padre y al mundo a la vez, v. 15. Dios nunca está satisfecho con los afectos compartidos; Él demanda la lealtad absoluta que le corresponde. El Padre y el mundo son incompatibles.

Nada relacionado con “el mundo” toma su carácter del Padre, v. 16, y Juan especifica tres características del sistema mundial que pueden dejar inválido el creyente. Como en el v. 14, los apartes 1. y 3. parecen girar en torno del 2. Los deseos de los ojos alimentan los deseos de la carne, y los deseos de los ojos incitan el deseo de la ostentación de la vida.

Fue el deseo de los ojos que estimuló el deseo de la carne en Sansón. Él “vio en Timat una mujer” y en Gaza “vio allí una mujer ramera”, Jueces 14.1, 16.1. Fue el deseo de los ojos que atrapó a David; él “vio desde el terrado  una mujer”, 2 Sa-muel 11.2. En una edad cuando las imágenes visuales juegan un papel tan importante en el entretenimiento, conviene la actitud de Job 31.1: “Hice pacto con mis ojos”. En su enseñanza el Señor Jesús vinculó el mirar y el codiciar, Mateo 5.28, y por esto la necesidad de evitar material de lectura, videos y sitios de internet sugestivos y provocativos.

Los anunciantes saben el valor de promover sus productos por medio del ojo, y ellos presentan su usted-debe-tenerla mercancía de una manera llamativa que apela a la vanidad de la vida. Lo que vemos, lo codiciamos, no porque lo necesitamos sino porque somos pretenciosos. Nuestras posesiones ostententosas dan un sentido ilusorio de un petulante contentamiento que Juan ve como mundanalidad.

Su declaración subsiguiente debe echar por tierra estas ilusiones de grandeza: “y el mundo pasa”, 2.17. Todo está destinado para las llamas, 2 Pedro 3.10 a 13. Pero aun antes de ese clímax trascendental, viviendas palaciales se caen en ruinas, vehículos lujosos en chatarra oxidada y estilos flamboyanes en nociones anticuadas. ¿Para qué amar al mundo cuando es tan obviamente transitorio? Es mucho mejor estar entre aquellos que hacen la voluntad de Dios y permanecen para siempre, v. 12. Una vez que el sistema mundial haya sido liquidado de un todo, un cuerpo de gente estará todavía en el disfrute de las cosas que son perdurables y eternas.

¿Amamos al mundo o hacemos la voluntad de Dios? ¿Para cuál mundo estamos viviendo?

 

IV   La unción y la manifestación
2.18 a 28

 

Habiendo escrito a los padres y los jóvenes, Juan se dirige ahora a los hijitos, los creyentes inmaduros. Los ve como más vulnerables a los errores que son los padres maduros o los jóvenes bien versados.

El anticristo y los anticristos, 2.18 a 23

Estos creyentes habían sido enseñados que el anticristo aparecerá en algún día futuro. Una parte de su agenda será prohibir toda religión pero en particular él odiará el Dios de la Biblia. Es el Inicuo, pero el espíritu dominante de insubordinación que culminará en su aparición está con nosotros hoy y está en acción el misterio de la iniquidad, 2 Tesalonicenses 4 a 8. Todos los escritores del Nuevo Testamento creían en la inminencia de la venida del Señor, y la manera como Juan la expresa es: “es el último tiempo”, v. 18. Él señala que aun en los últimos días las condiciones se estaban manifestando, evidenciadas por la proliferación de los precursores del anticristo, los “muchos anticristos”.

Los anticristos, 2.19 a 23

En un tiempo los anticristos se habían disfrazado de genuino pueblo de Dios, pero ahora se habían separado de los creyentes. “Salieron de nosotros”. Su defección puso de descubierto su condición verdadera, mostrando que “no todos son de nosotros”. Aquellos que son “de nosotros”, compartiendo la misma vida y las características del pueblo de Dios, son gente que han “permanecido con nosotros”. La perseverancia prueba la realidad; los de Hechos 2.42 “perseveraban”. Leemos en Hechos 14.22, “exhortándoles a que permaneciesen en la fe”, y en Colosenses 1.23, “si en verdad permanecieses fundados y firmes en la fe”. Aquellos que se alejan del pueblo de Dios, abrazando y promoviendo el error, dan una señal clara de que nunca han sido salvos en verdad.

Juan califica estos errados como mentirosos que niegan que Jesús sea el Cristo, v. 22. Como siempre, el diablo estaba asaltando la verdad acerca del Señor Jesús. Al atacar sus cualidades de Mesías e Hijo, los falsos maestros estaban detractando también del honor del Padre. Le estaban negando, excluyéndole de sus vidas, vv 22,23. Su error estaba de un todo en contra de las declaraciones del Padre acerca de su Hijo, de manera que su pleito era con Él, ¡aun cuando le percibían como de mayor rango que el Hijo! La norma escrituraria es que “todos honren al Hijo como honran al Padre”, Juan 5.23. Negar el Hijo es negar al Padre.

El torrente de error que comenzó a chorrear en el siglo 1 está fluyendo todavía, Diversos cultos ridiculizan la perspectiva cristiana de la Trinidad. Probablemente el más agresivo y voluble es de aquellos que se llaman Testigos de Jehová. Ellos quieren pensar que están promoviendo la causa de Jehová al negar la deidad del Hijo, haciendo caso omiso de, y aun tergiversando, las referencias bíblicas a su carácter de Dios. Como los anticristos de antaño, su postura demuestra que no tienen al Padre, v. 23.

Los hijitos, 2.24 a 27

Los anticristos consideraban que estos nuevos convertidos eran blancos fáciles y así su meta era seducirles; es decir, desviarles, v. 26. Para estos creyentes inmaduros, un resguardo mayor fue el hecho que tenían la unción del Santo, v. 20. El espacio prohíbe una consideración de los varios nombres y funciones del Espíritu Santo, pero es muy instructivo el hecho que sea visto aquí como uno que unge por medio del Señor Jesucristo, el Santo.

►  La frase nos ayuda a entender que en la Escritura el aceite es un emblema del Espíritu Santo; véase Zacarías 4. ¡No es imaginario el nexo entre el aceite y el Espíritu!

► Tengamos en mente que, aun cuando las personas en referencia aquí son nuevos creyentes, ellos habían sido ungidos. Esto contradice la noción que corre un tiempo entre la conversión y la recepción del Espíritu. La enseñanza de la Escritura es que el Espíritu viene a morar en uno en el momento que cree, Juan 7.39, Gálatas 3.2, Efesios 1.13 (“al creer en Él, fuisteis sellados”). Uno que no posee el Espíritu Santo no es de Cristo, Romanos 8.9.

► Frecuentemente se ve al Espíritu Santo habilitando creyentes para la vida cristiana y para el servicio cristiano. En este contexto se le ve como esclarecedor. Por cuanto eran ungidos, ellos podían conocer todas las cosas, v. 20. Es decir, tenían la capacidad de discernir entre la verdad y el error. El Espíritu les enseñaba la verdad y por esto no tenían necesidad de que otro les enseñara, v. 27. Esto no quiere decir que los maestros de la Palabra dotados de Dios son innecesarios, sino que en el contexto de la referencia es a los gnósticos quienes pretendían impartir novedosos conocimientos superiores, cuando en realidad su enseñanza era gravemente  defectuosa.

A un nivel práctico, Juan está diciendo que, por cuanto los creyentes nuevos tienen el Espíritu Santo, ellos saben intuitivamente cuando algo es erróneo, aun cuando debido a su infancia espiritual posiblemente no sepan encontrar un versículo en la Biblia para refrendar lo que están diciendo.

► Otra verdad importante en esta sección es que el Espíritu Santo mora en el creyente, v. 27. Hay una permanencia en su actividad esclarecedora. El Consolador mora con los creyentes “para siempre”, Juan 14.16. Nunca hay una situación en que un cristiano tendrá la experiencia de 1 Samuel 16. 14, cuando “el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl”. Nunca tenemos que orar como lo hizo David: “No quites de mí tu santo Espíritu”, Salmo 51.11.

 

Junto con la actividad esclarecedor de la unción, tiene que haber la determinación de parte del creyente de asirse de la sana doctrina que le fue impartida en su conversión: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros”, v. 24. Una resolución a no abandonar la conocida verdad original y fundamental es evidencia de que uno permanece “en el Hijo y en el Padre”, y en aquella unión con Personas divinas hay la promesa de vida eterna, v. 25. Ceder un centímetro a los falsos maestros pone un signo interrogatorio sobre la realidad de cualquier profesión de fe.

Parece que Juan tenía confianza en la estabilidad de estos creyentes jóvenes. Prosigue en su enseñanza sobre la unción – la progresiva comunicación de la verdad de parte del Espíritu Santo – que fortalecería lo que ya había enseñado, como hace ver la doble mención de “enseñar” en el v. 27. Cumplir con esto sería suficiente para confirmar que ellos estaban entre los que “permanecían” en Él.

De nuevo, desde un punto de vista práctico, tenemos que permanecer en Él para cultivar comunión con Él, con propósito de corazón fiel al Señor, al decir de Hechos 11.23. El v. 27 termina en la Reina-Valera con “permaneced en él” y de esta manera amplía la enseñanza para abarcar a toda la familia de Dios en v. 28.

Toda la familia, 2.28,29

Con el v. 28 Juan se revierte a dirigirse a la familia entera: padres, jóvenes e hijitos. Al usar el término “hijitos” él está volviendo a la palabra de afecto que abarca a todos y el llamado a permanecer en Él. Con el trasfondo, incluye obviamente la necesidad de estabilidad doctrinal, pero sin duda hay la exhortación de conservar los eslabones de comunión con nuestro Señor.

En la práctica, involucra la lectura regular de la Escritura para oír su voz. Requiere la rutina de oración disciplinada que conlleva nuestra dependencia de Él. Significa seguir fielmente al Señor como había hecho Caleb, Deuteronomio 1.36, en vez de seguir de lejos como hizo Pedro en la víspera del Calvario, Marcos 14.54.

El efecto de permanecer se verá cuando Él se manifieste, o aparezca. En este contexto, la manifestación parece referirse a cuando venga por los suyos en el Rapto, y no a su manifestación al mundo al venir en poder y gran gloria. Aparentemente Juan tiene en mente el tribunal de Cristo. Aquellos que pertenecen tendrán confianza en esa ocasión. (Juan habla de la confianza en tres ocasiones más en esta epístola: en relación con la oración en 3.21 y 5.14, y en relación con el día de juicio, 4.17). La palabra encierra la idea de libertad de expresión. Aquellos que permanecen no se quedarán mudos en una silenciosa vergüenza bajo el escrutinio del Juez de los vivos y los muertos.

Junto con aquella confianza positiva, habrá una ausencia de vergüenza. ¿Dejar de permanecer significa que yo tendré vergüenza de mi mundanalidad, mi carnalidad, mi superficialidad, mi falta de semejanza a Cristo?

Es interesante que Juan emplee el “nos” en este versículo. Él hace entender que en el venidero día de repaso, si ellos han dejado de permanecer, van a perjudicarle a él como su mentor espiritual. Hoy no hay apóstoles para asumir responsabilidad por nosotros e instruirnos, pero sí hay hombres descritos como “quienes han de dar cuenta”, Hebreos 13.17. Su deber es velar por nuestras almas. ¿Es posible que nuestra mundanalidad sea causa de vergüenza a nuestros ancianos cuando se les exige rendir cuenta por su mayordomía?

V   Características de la familia
2.29 a 3.12

 

Es común ver en los miembros de una familia los mismos rasgos faciales, gestos, temperamento y conducta. En un sentido espiritual los rasgos familiares son la pista de que si uno es un hijo del diablo o un hijo de Dios. La conducta y el carácter “manifiestan” a quién pertenece una persona, 3.10.

La justicia de los hijos de Dios, 2.29

Al destacar las características de la familia de Dios, Juan habla varias veces de  “nacido de él” o “nacido de Dios”. La primera referencia es 2.29 donde se ve la justicia de Dios como replicada en las vidas de sus hijos: “todo el que hace justicia es nacido de él”. El tiempo del verbo señala que este es el tenor de la vida de uno; la tal persona es adicta a hacer justicia. Valiéndonos de sentimientos del Sermón del Monte, tienen hambre y sed de justicia, aunque perseguida por causa de la justica, Mateo 5.6,10.

¿La justicia del Padre figura en el carácter suyo? Tenemos que estar claros sobre esto, porque “los injustos no heredarán la justicia de Dios”, 1 Corintios 6.9. Habiendo hablado de los que son nacidos de él, Juan procede a mencionar su Padre, 3.1.

El afecto de su Padre, 3.1

Ahora Juan habla no tanto del amor de Dios por el mundo, Juan 3.16, sino del amor del Padre por sus hijos. [Nota del traductor: Lamentablemente, el español traduce como “hijo” tanto la palabra griega uiós como la palabra griega téknon. La enseñanza de la Escritura distingue entre estos dos términos usados con frecuencia, pero no nos damos cuenta. Un uiós, sea masculino o femenino, es un hijo de su padre biológico. Un téknon, sea masculino o femenino, es uno reconocido como miembro, o “hijo”, de la familia. Aun en nuestra sociedad hay hijos en ley que en la práctica no forman parte del círculo familiar, y hay miembros íntimos de aquel círculo que no fueron engendrados por el padre de familia. El creyente en Cristo es ambos – un uiós y un téknon – pero, repetimos, en sentidos diferentes de “hijo”. Aquí en 1 Juan el “hijo de Dios” es un téknon, uno que disfruta de la intimidad familiar].

“Cuál amor nos ha dado el Padre”, o, ¡qué manera de amor! Versión Moderna. La palabra indica que el amor que nos ha puesto en la familia de Dios es algo ajeno a este mundo. Es exótico; es diferente de cualquier cosa común o conocida. Es único. Si la frase denota la calidad del amor, la palabra “dado” sugiere la cantidad del amor. Sin embargo, ser amados del Padre, tener el privilegio de ser sus hijos, exhibir los rasgos de su familia, nos deja mal vistos por “el mundo”. Un mundo injusto no puede tolerar una conducta justa que lo condena, y por esto hay una reacción violenta, y los hijos de Dios experimentan la desaprobación que el Señor conoció cuando aquí: “el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. Aquella actitud glacial ya se ha tornado en odio en el v. 13.

Dos manifestaciones del Hijo, 3.2 a 6

“Cuando él se manifieste”, v. 2; “él apareció”, v. 5. Nuestra posición actual es entendible perfectamente: “ahora somos hijos de Dios”. Pero en cuanto a los detalles completos de nuestro estado eterno: “no se ha manifestado lo que hemos de ser”. Ignoramos todavía algunas cuestiones, pero una cosa es clara: cuando Él sea manifestado a los suyos como en 2.28, nosotros seremos como Él, porque le veremos como Él es.

El parecido a Cristo en aquel día venidero será en una conformidad moral a Él; vv 3,5. Seremos como Él, toda traza de imperfección quitada. En el contexto de Filipenses 3, seremos semejantes a Él físicamente, quien “transformará en cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”, v. 21. Todo esta experiencia es la culminación del gran, eterno propósito de Dios, que seamos hechos “conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”, Romanos 8.29. ¡Moral y físicamente seremos como Él! “Traeremos también la imagen del celestial”, 1 Corintios 15.49. ¡Glorioso aquel día!

Tenemos entonces esta esperanza en Él, 3.3, y la expec-tativa de estar con Él cuando aparezca debe hacernos entusiastas por ser más parecidos a Él aquí y ahora. Él es intrínsecamente puro y nunca alcanzaremos la pureza absoluta que le caracteriza, pero sí estamos en el deber de purificarnos. Dios lo ha facilitado al darnos su Espíritu y su Palabra. “Consérvate puro. Sé ejemplo de los creyentes … en pureza”, 1 Timoteo 5.22, 4.12. Que Dios nos ayude a limpiarnos “de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”, 2 Corintios 7.1.

Descuidar la pureza da lugar para que otro dude de nuestra profesión de fe, porque ahora Juan trata el tema del pecado y dice claramente que los hijos de Dios no persisten en pecar. El tiempo del verbo que emplea lo hace ver, “todo aquel que peca” en 3.6 es “que practica pecado” en algunas versiones. Por otro lado, en 2.1 el tiempo indica actos de pecado, “si alguno hubiere pecado”, y no el pecar habitualmente.

Al introducir el tema, Juan ofrece una definición del pecado: “es infracción de la ley”, 3.4. El pecado es el producto de un espíritu de insubordinación. Es rebelión a propósito, y si esa actitud está muy arraigada ella revela la ausencia de la naturaleza divina. Los creyentes son aquellos que han experimentado la remoción de sus pecados, v. 5. Una de las razones porque el Salvador “apareció” fue para quitar nuestros pecados. Su vida impecable nunca ha podido salvarnos, pero fue un prerrequisito necesario para su muerte expiatoria. Si Él hubiera sido imperfecto, su sacrificio no hubiera tenido valor. Por consiguiente, aquellos que son beneficiarios de aquel sacrificio, y que permanecen en Él, lo demuestran por una ausencia de una rutina de pecar. En cambio, aquellos para quienes el pecar es normal nunca le han visto ni le han conocido en un sentido salvador, v. 6.

Frustrando al diablo, 3.7 a 12

La enseñanza de Juan gira en torno del v. 10, donde especifica dos características de los hijos de Dios: la justicia y el amor. La justicia ha sido el tema principal hasta este punto y ahora el énfasis cambia al amor. Cualquier sugerencia que permite relajamiento de conducta es un engaño satánico, v. 7. La verdad es que la justicia judicial, la justificación, se muestra por “hacer justicia”, con el énfasis otra vez en que es un reflejo del carácter del Padre: Él es justo. La conducta justa concuerda con los valores de la familia.

Por contraste, cometer pecado en un sentido habitual hace ver que el perpetrador es “del diablo”, v. 8. Satanás ha sido uniformemente impío “desde el principio” y los miembros de su familia demuestran la misma propensión. Su ambición era atrapar la humanidad entera en aquella cultura de iniquidad, pero vino el Hijo de Dios para deshacer las obras del diablo. Es el caso que la obra de la cruz ha dado el golpe de muerte al diablo, Hebreos 2.14,15, y ha frustrado toda intención malvada que él tenía, pero el contexto aquí parece ser que el sacrificio de Cristo ha deshecho su obra de encajonar el pueblo en un estilo de vida perpetuamente perversa.

Maravillosamente, ahora hay gente en el mundo que son apasionadas por la justicia en vez del pecado. Ya no son “hijos del diablo”. Para ellos, las obras del diablo han sido deshechas; es decir, han sido liberados de su nefasta influencia y ahora son hijos de Dios. Una vez más, se subraya el hecho que nacer de Dios significa que, siendo su hijo, uno no está subyugado al pecado, sus hijos no cometen pecado de esa manera repetitiva, v. 9. Por cierto, “no pueden pecar” de esa manera y por esta razón “la simiente de Dios permanece en él”, v. 9. Se le ha impartido un principio de vida divina, capacitándoles para hacer lo correcto y aborrecer el pecado. La vida santa no es una cuestión de determinación y esfuerzo propio, sino está facilitada  por el hecho de poseer la naturaleza divina, 2 Pedro 1.4.

 

Habiendo hablado de hacer justicia, Juan se ocupa ahora del afecto familiar, otro factor exigido de los creyentes “desde el principio”, 3.11. La conducta de Caín fue la antítesis de este ideal para el pueblo de Dios. “No como Caín”. Se declara que los dos hermanos eran muy diferentes. Caín “era del maligno” y por esto odiaba todo lo que era justo y santo en Abel. Sus obras eran malas, inclusive su sacrificio inadecuado que no fue acepto a Dios, Génesis 4.5. Aquella condición acostumbrada de rebelión, puesta al descubierto por la acostumbrada justicia de Abel, está citada como la razón por su feroz descarga mortal.

Juan prosigue a mostrar que un creyente profesante que demuestra la misma animosidad contra “su hermano” hace ver que es del estirpe de Caín, un hijo del diablo y desprovisto de la vida eterna, v. 15. La enseñanza es retadora. Quizás no tiene nada de creyente aquel miembro de la asamblea que es amargado, criticón, agresivo y abusivo. ¡Posiblemente él, como Caín, sea “del maligno”, un infiltrado que no sabe nada de la gracia de Dios!

 

 

VI  El amor percibido y el amor probado
3.13 a 24

 

Amor y odio, 3.13 a 15

En su enseñanza en el aposento alto el Señor Jesús puso el amor y el odio lado a lado. “Esto os mando: Que os améis unos a otros. Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros”, Juan 15.17,18. En el pasaje que estamos considerando, de nuevo Juan pone estas características en yuxtaposición. Por cuanto el mundo era hostil a nuestro amado Señor, no es una sorpresa si trata a su pueblo severa y desagradablemente. Si los creyentes están expuestos a un soplo frío de animosidad en su lugar de trabajo, o en el hogar, o al testificar, ellos deben recibir en compensación el calor y afecto familiar de sus concreyentes. La asamblea debe ser un verdadero remanso, o un oasis en un desierto árido.

La gente que no aporta a esta atmósfera de compañerismo tierno nunca han sido salvos; “permanecen en muerte”. Aquellos que sí exhiben ese amor tienen la confianza personal de haber sido trasladados de la esfera de muerte a vida, v. 14. El amor genuino transmite una señal al mundo que somos los discípulos de Cristo, Juan 13.35; el amor genuino nos da la confianza personal que poseemos la vida eterna.

Juan no sólo había escuchado la enseñanza en el aposento alto, sino que su mente retuvo las instrucciones del Sermón del Monte. En su predicación, el Señor Jesús había ligado el enojo casual y el homicidio, Mateo 5.21,22. Ahora Juan amplía ese pensamiento y tilda de homicida al hombre que aborrece a su hermano, agregando que “ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”.

Juan había venido hablando de “el maligno”, v. 12, que era un homicida desde el principio, Juan 8.44, y también había aludido a Caín, el primer homicida humano. Ahora él asigna a la misma categoría a aquel que aborrece a su “hermano”. El odio es el homicidio en embrión. “Esaú aborreció a Jacob” y su resolución ardiente era: “Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob”, Génesis 27.41. La amargura arraigada, los arremetidos ofensivos y el egoísmo crónico confirman la calidad de un hombre como un creyente falso que nada sabe de la gracia salvadora.

Amor y sacrificio, 3.16 a 18

Como siempre, el Señor Jesús es el ejemplo supremo de la verdad que se está exponiendo. El mayor despliegue del amor se observa en la cruz: “él puso su vida por nosotros”, v. 16. La frase indica que lo hizo voluntariamente; puso su vida. Fue vicario también, fue por nosotros. El hecho que haya sido voluntario quiere decir que el patrón que Él expuso nos anima a expresar manifestaciones de amor en bondad que no necesitan ser sugeridas u obligadas.

Pero el punto principal de lo que Juan está presentando es este – por cuanto fue vicario, los beneficiarios están obligados a asumir la misma actitud: “debemos poner nuestras vidas”. Es una deuda que tenemos, pero Romanos 13.8 reza: “No debáis a nadie nada”. El Calvario demanda el abandono del egocentrismo.

Juan habla de que pongamos nuestras vidas el uno por el otro, pero no literalmente, aunque algunos como Aquila, Priscila y Epafrodito sí arriesgaron sus vidas por otros, Romanos 16.3,4, Filipenses 2.30. El versículo siguiente explica el concepto. Ponemos nuestras vidas por nuestros hermanos al vivir por los intereses de ellos. Tomamos en cuenta sus necesidades y ministramos a ellos. Es para evitar sacrificar sentimientos compasivos sobre el altar del interés propio.

El amor de Dios no permanece en el tacaño Ebenezer Scrooge en la novela de Charles Dickens que echa un vistazo a las necesidades de un hermano y apaga la llama parpadeante de lástima, v. 17. Evita ser como Nabal que ofreció una fiesta “como banquete de rey” en sus propios intereses pero negó darles a David y sus fugitivos un pedazo de pan, 1 Samuel 25. Ni es cómo el levita de Lucas 10, quien vio al desamparado y se fue.

Años antes de que Juan escribiera, Santiago advirtió de la actitud que “simpatiza” con los necesitados sin hacer nada para ayudar: “calentaos y saciaros” (2.16). Juan hace ver que el amor auténtico no se expresa en estas trivialidades huecas. “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”, 3.18. La simplista, “Te amo”, nunca pondría comida en la boca de un hambriento ni ropa sobre un niño tintando. Tiene que haber el hecho; la acción positiva prueba el sentimiento de estar “en verdad”; es genuina, no nebulosa.

Amor y confianza, 3.19 a 24

Una vez más, v. 19, Juan hace ver que semejantes demostraciones de amor rinden un beneficio para el benefactor: “En esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él”. Hemos sido enseñados acertadamente que la confianza de la salvación viene con tomar la palabra de Dios tal cual como dice. Otra dimensión es esta: un espíritu generoso da confianza adicional que quien lo posee es un creyente genuino. Esta confianza es “delante de él”. Uno está consciente de que aun bajo el escrutinio no hay sospecha de que seamos falsos.

Puede haber ocasiones cuando nuestros corazones “nos condenan”. Quizás hay situaciones cuando no recibimos la expresión de amor que es de esperar, v. 20. ¡Una consciencia sensible protestará ruidosamente! Sin embargo, el Dios omnisciente es mayor que nuestros corazones y ha hecho provisión por nuestra falta, como la epístola ya ha indicado con sus referencias a la sangre de Cristo y la propiciación.

Pedro confiaba en el hecho de que aun cuando sus acciones recientes no habían armonizado con sus expresiones verbales de lealtad, su Señor que sabía todas las cosas, sabía que le amaba de veras, Juan 21.17. (El hecho de que Dios sepa todas las cosas es una gran declaración de uno de los atributos de deidad – la omnisciencia de Dios).

El santo con un cielo despejado entre sí y el trono puede tener confianza en Dios en su acercamiento a Él en oración, v. 21. La palabra para confianza aparece cuatro veces en esta epístola y en el 5.14 se la emplea de nuevo en relación con la oración. Esta confianza está engendrada por la obediencia y por “hacer las cosas que son agradables delante de él”, v. 22.

En el contexto inmediato, el mandamiento de obedecer es de doble punta.  Supone creer “en el nombre de su Hijo Jesucristo”, y también dar evidencia de fe genuina en Él por amar el uno al otro, v. 23. Él está por advertir que hay aquellos que niegan aspectos de la verdad expresada en aquella descripción comprensiva de nuestro Salvador. Algunos gnósticos negaban su deidad y calidad de Hijo. Algunos negaban que era Jesús, un verdadero hombre. ¡Algunos veían “El Cristo” como una emanación que vino sobre Él y luego se fue! Juan descubre estos anticristos al comienzo del capítulo 4.

El creyente que obedece el mandamiento de amar a su hermano tiene confianza para especificar sus peticiones osadamente en la presencia de Dios en la expectativa que Él accederá a estas solicitudes, v. 22. Por contraste, “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”, Salmo 66.18.

Las consideraciones prácticas en estos pocos versículos no deben escapar nuestra atención. ¿Nuestro amor es simplemente palabras sin sustancia? ¿Un afecto práctico fortalece nuestra confianza? ¿Podemos acercarnos al Padre en oración con una conciencia sin ofensa? ¿Hay respuesta a lo que pedimos? ¿Nuestro amor por la familia de Dios ratifica nuestra fe en el Hijo de Dios?

 

El capítulo concluye con la repetición de una palabra que sazona la epístola, la de “permanecer”, o morar, v. 24. Ahora Juan destaca otra característica de los que permanecen en Él y con quienes Él mora. Son las personas que guardan sus mandamientos. Ha venido hablando del mandamiento específico de amar, pero parece que lo amplía aquí, señalando que la actitud general de sumisión a Dios y obediencia a sus mandamientos son evidencias de que uno está viviendo en comunión con Él, y que Dios a su vez se complace en morar con él.

La persona divina que mora en todo creyente es el Espíritu Santo, pero también es Él que nos hace conscientes de que estamos viviendo en unión íntima con Dios. Juan habla de Dios habiendo “dado” el Espíritu a nosotros. Se emplea el tiempo aorista, mirando atrás a un momento específico cuando aquello sucedió. Aquel momento fue la ocasión de nuestra conversión cuando por fe en el Señor Jesús el Espíritu vino a morar. “El oír con fe”, Gálatas 3.2, trajo el Espíritu Santo y Él nos selló cuando creímos, Efesios 1.13. Así, “sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”, v. 24.

 

VII  Percepción y afecto
4.1 a 12

 

Discernimiento, 4.1 a 4

El afecto que tenía Juan por sus lectores nunca estaba en duda. En cinco ocasiones se dirigió a ellos como “Amados”, y tres de ellas en el espacio de estos pocos versículos. En v. 1, porque les amaba; le dolía pensar que posiblemente fueran ingenuos, de manera que les instaba a tener discernimiento ante todo lo que oían. El pueblo de Dios nunca debe ser crédulo para tragar todo lo que oyen y leen. Peligros modernos son los sitios de internet que uno posiblemente encuentre inadvertidos. Por esto la advertencia: “no creáis a todo espíritu”.

Juan acaba de referirse al Espíritu Santo, 3.24, y los creyentes dependían de la actividad suya para alumbramiento de los profetas del Nuevo Testamento y capacidad para comunicar sus mensajes al pueblo, Efesios 3.5, 1 Corintios 14.29 a 33. Pero otros espíritus estaban activos, espíritus seductores que propagaban “doctrinas de demonios”, 1 Timoteo 4.1. En ese entonces, como ahora, estos poderes demoníacos contro-laban hombres para promover cuestiones que de ninguna manera eran la verdad divina. Para distinguir entre la verdad y el error, tenemos la ventaja de las Escrituras completas, un lujo que los creyentes del primer siglo no disfrutaban.

Por esto Juan apela a ellos a ser cautelosos, una advertencia parecida a la que Pablo dio a los tesalonicenses a no estimar ligeramente las profecías, sino probarlo todo, 1 Tesalonicenses 5.20,21. ¿Cómo podían sus lectores diferenciar entre un profeta genuino y uno falso, entre un mensaje dado por el Espíritu y uno que era producto de un espíritu de error? La piedra de toque era la actitud de un hombre al gran tema teológico de su tiempo, la negación de la auténtica humanidad del Señor Jesús de parte de los gnósticos.

Aceptar  o rechazar el hecho que Jesucristo haya venido en carne, con todas las ramifica-ciones de ello en la expiación, era la prueba ácida de autenticidad. Los mensajes que reconocían este hecho eran promovidos por el Espíritu de Dios; un sermón que lo negaba daba evidencia de que su fuente no era de Dios, sino “del espíritu del anticristo”.

Este asunto específico tal vez no sea de mayor interés entre los creyentes profesantes hoy, pero encierra un principio importante; cualquier cuestión que incide sobre la verdad bíblica acerca del Señor Jesús es por demás importante y puede dejar entrever el hecho que su exponente no es un creyente genuino. Una estrofa escrita por Juan Newton lo expresa bien:

¿Qué piensas de Cristo? es la prueba;
demuestra tu actual condición.
Si de Él estás mal, Dios reprueba
cualquier otra noble opinión.

El empleo de parte de Juan de la palabra “vencer” señala que los anticristos eran proactivos en promover el error y era necesario repelar sus acometidas. Los que eran de Dios, creyentes genuinos, los vencerían así como los jóvenes habían vencido al maligno, 2.14, y así como nuestra fe vence al mundo, 5.4,5.

La capacidad de vencer a los sembradores del error se basa en el hecho que los creyentes cuentan con el Espíritu de Dios morando en ellos; “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”, v. 4. Notamos en el 2.20 que aun los creyentes inmaduros tienen la unción del Santo, de manera que todos poseemos la facultad dada de Dios para detectar y refutar la enseñanza malsana y de esta manera “vencer” a sus promotores.

Anticristos y apóstoles, 4.5,6

Ahora se contrasta a Juan y sus colegas, “nosotros”, con los anticristos, “ellos”. Ellos son del mundo, pero nosotros somos de Dios. Por cuanto los anticristos asumían el carácter del mundo, su enseñanza tenía una perspectiva mundana: “por eso hablan del mundo”, o como el mundo, v. 5. Comunicaban conceptos mundanos, aplicando mundana lógica humana y expresándola en el lenguaje del mundo para que los mundanos la absorbieran con gusto; “el mundo los oye”.

Era religión por cierto, pero al diablo no le preocupa que la gente transforme el pecaminoso placer mundano en religión mundana, ¡y de todos modos los dos se llevan bien! Los creyentes no tendrán por qué envidiar los adeptos que afirman ser miembros de “la religión del más acelerado crecimiento en el mundo”. Los corazones mundanos son un campo fértil para nociones religiosas. “Son del mundo … y el mundo les oye”.

Por contraste, Juan y sus coapóstoles eran “de Dios”, v. 6, y aquellos que habían llegado a conocer a Dios por salvación les oirían. La enseñanza saludable, acertada, era atractiva a la mente espiritual, pero no apelaría esta presentación fiel a los que no eran de Dios. Esta era otra prueba de la validez de la enseñanza, si correspondía a la categoría del “espíritu de verdad” o al “espíritu de error”. Su aceptación entre un cuerpo de creyentes genuinos aportaría credibilidad a que era del “espíritu de verdad”.

La fuente del amor, 4.7,8

“El amor es de Dios … Dios es amor”. Habiendo declarado que “Dios es luz”, 1.5, un indicio de su esencia y santidad, hay esta revelación adicional del carácter divino: Él es amor. Es fundamentalmente benigno y compasivo, y aquellos que exhiben rasgos de este carácter están reflejando la naturaleza suya; “el amor es de Dios”. Cualquier amor que podamos expresar es amor que hemos recibido, v. 19.

Después de hablar de un mundo que es susceptible a las maquinaciones de charlatanes religiosos, Juan se dirige de nuevo a la necesidad de un afecto sincero, caluroso, entre el genuino pueblo de Dios. “Amados, amémonos unos a otros”. La epístola ha enfatizado ya que el amor no es habladuría hueca, 3.18, y recalcará que tampoco es un vaga y piadosa protesta de amor por Dios, 4.20. El amor que toma su carácter de Dios es puro y demostrativo. La gente que ama así dará prueba de que son nacidos de Dios, y Juan se ocupa de nuevo de uno de sus temas principales, la evidencia del nuevo nacimiento.

Todo ente es igual a sí mismo, y si “Dios es amor”, entonces los que son “nacidos de Dios” demostrarán esta característica familiar. Aquellos que carecen de tal amor nunca han llegado a conocer a Dios para salvación, v. 8. Es muy desafiante. Amar el uno al otro significaría que deseamos compartir con otros en las reuniones y no seremos intermitentes en nuestra asistencia. Conlleva la benignidad, la consideración y el sacrificio. Estas son características de los que son nacidos de Dios, pero están ausentes en los que no conocen a Dios.

La manifestación del amor, 4.9,10

Habiendo hablado de que Dios es en esencia amor, Juan pasa ahora a hablar de la manera en que Él expresó su amor para con nosotros al enviar a su Hijo unigénito al mundo. Su Hijo unigénito fue enviado, un indicio del inmenso costo a Dios. Aquel que fue enviado era absolutamente singular, habiendo experimentado el afecto del Padre antes de la fundación del mundo, Juan 17.24. Era “mi vida”, Salmo 22.20; éste fue el enviado; ¡amor sin límite!

Contextualmente, hay tres razones por haber sido enviado, vv 9, 10 y 14:

►  “para que vivamos por él”

►  “en propiciación por nuestros pecados”

►  para ser “el Salvador del mundo”

La declaración central establece legitimidad para las otras dos. Por cuanto era la propiciación por nuestros pecados, satisfaciendo la justicia de Dios y apaciguando su ira, Dios con justicia ha impartido vida espiritual a los que estaban “muertos en delitos y pecados”, Efesios 2.1. Igualmente, aquella propiciación ha hecho la salvación una posibilidad legítima para un mundo que perece, por Aquel que es el Salvador del mundo, 4.14.

Aquel amor no fue solicitado ni merecido; “no en que nosotros hayamos amado a Dios”. La realidad es que éramos hostiles a Él, “enemigos en (nuestra) mente, haciendo malas obras”, Colosenses 1.21, y con todo nos amó. ¡La palabra bíblica que aplica es “gracia”!

La deuda de amor, 4.11,12

El amor de Dios por nosotros nos deja endeudados: “debemos también nosotros amarnos unos a otros”. El hecho que Él haya estado dispuesto a enviar a nadie menos que su Hijo unigénito; el hecho que fue para impartir vida a nosotros; el hecho que implicaba el dar la sangre suya como una propiciación por nuestros pecados; todas estas cosas, encerrados en la declaración, “Dios nos ha amado así”, nos dejan sin ninguna otra opción que amar el uno al otro. ¿Respondemos? ¿O puede ser que no obstante ser inundados en amor divino, es escuálido nuestro amor por nuestros concreyentes?

El Dios invisible ha sido dado a conocer por su amado Hijo, Juan 1.18. Pero el Señor Jesús está en el cielo de nuevo y ahora no es visible a los hombres en la tierra. Sin embargo, cuando los creyentes exhiben verdadero afecto ellos están dejando entrever un poco del carácter de su Padre, el Dios invisible, v. 12. Es una expresión de lo divino en nosotros, y “su amor se ha perfeccionado en nosotros”. En otras palabras, Dios tenía un propósito al amarnos. Se ha realizado ese propósito cuando, cual hijos suyos, su pueblo redimido ama los unos a los otros. ¿El amor de Dios ha sido perfeccionado en usted y en mí, o nos quedamos muy cortos de su ideal para nosotros?

 

VIII   El amor perfeccionado y el amor perfecto
4.13 a 21

 

Morando en Él, 4.13 a 15

Los creyentes son los que están en Dios; están en unión eterna con Él. Él está en nosotros, queriendo decir que Deidad reside en nosotros, y que la unión es evidente si amamos el uno al otro, v. 12.

Ahora se nos dicen que tenemos la confianza de esa verdad asombrosa en que Él nos ha dado de su Espíritu. Previamente, Juan había hablado del espíritu que no has dado, 3.24, y que esto sucedió cuando fuimos salvos; el creer resultó en que fuimos sellados con el Espíritu Santo de la promesa, Efesios 1.13.

Aquí se nos están diciendo que Él “nos ha dado de su Espíritu”. Esto no puede afirmar que hemos recibido una parte de Él, con la expectativa de entregas adicionales en el progreso de la experiencia cristiana. Él es un ser divino y la gente tiene lo tiene o no lo tiene. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, Romanos 8.9. Por esto la frase “de su Espíritu” debe significar que Dios nos ha dado las características del Espíritu Santo, la cualidades morales que se originen en su acción en nuestras vidas, inclusive la capacidad de amar a nuestros hermanos. Estar consciente de tan benéfica actividad conforma nuestra propia convicción “que permanecemos en él, y él en nosotros”.

El amor perfeccionado, 4.16,17

Ahora Juan expresa una confianza nacida de experiencia personal (conocer y creer) de que Dios tiene amor en nosotros, v. 16, Besson, Biblia Textual. Cierto, Dios ha desplegado su amor a nosotros, pero la preposición griega en parece indicar que, por cuanto Dos es amor, y por ende permanece en nosotros, entonces el amor asociado con Él reside también dentro de nosotros. Inevitablemente, aquel amor fluirá a otros, y así nosotros amamos, porque Él nos amó primero, v. 19.

En el v. 17 “se ha perfeccionado el amor con nosotros, Besson, etc. Es decir, la idea es que Dios tenía un propósito, una meta, al amarnos y aquella intención ha sido hecha realidad, perfeccionada, cuando los objetos de amor divino aman el uno al otro, v. 7.

Cuando el amor de Dios es perfeccionado de esta manera en individuos, hay un beneficio considerable para ellos, porque tienen confianza en el día de juicio. Se ha llamado la atención ya a la repetición de la palabra confianza en la epístola. En esta ocasión parece que la expresión del amor de parte de los creyentes les da confianza respeto al venidero día de juicio. O sea, el hecho de que hayan evidenciado la realidad de su salvación quiere decir que se ha disipado cualquier temor que sentían alguna vez ante el prospecto de juicio.

Otro aporte mayor a esta confianza es el pensamiento que “como él es, así somos nosotros en este mundo”. Él ha pasado por juicio en la cruz, y ahora en la gloria está más allá del alcance del juicio; es “cómo él es” ahora mismo. “En cuanto murió al pecado murió una vez por todas”, Romanos 6.10. Todavía estamos en este mundo, ¡pero ahora mismo somos como Él es! “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, Romanos 8.1.

De este temor que la tumba me da,
vengo, Jesús, vengo, Jesús,
a la alegría y luz de tu hogar
vengo, Jesús, a ti.

De la indecible profundidad,
a tu redil de tranquilidad;
a ver tu faz por la eternidad,
vengo, Jesús, a ti.

Temor quitado, 4.18,19

La mención del día de juicio en el v. 17 sugiere que el tema referido en el v. 18 es el temor del juicio; el “perfecto amor” lo disipa. Obsérvese la secuen-cia de eventos. El amor divino logra su propósito cuando sus beneficiarios aman el uno al otro. Esto a su vez les da a estos individuos la confianza de salvación y por consiguiente se ha ido cualquier temor de juicio que había. “El temor lleva en sí castigo”. Temor de ser castigado resultará si está ausente el amor por otros que proporciona con-fianza respecto al día de juicio. Así que, “el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”.

La expresión del amor es consecuencia de ser amado de Dios. Nosotros amamos (sin a él, Versión Moderna, Biblia Textual, etc.), v. 19. Cualquier amor que tengamos, sea por el Señor o por su pueblo, es el resultado de haber sido amados por Él.

Amando y aborreciendo, 4.20,21

Una vez más Juan destaca las cosas que la gente dice, v. 20, y no hace concesiones por la contradicción o hipocresía de uno que alega que ama a Dios y a la vez aborrece a su hermano. En lenguaje que no admite compromiso, él tilda de mentiroso al que hace esta profesión. La contradicción entre las palabras de un hombre y su conducta le parece obvio a Juan: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”

Es incongruente afirmar afecto por deidad no vista sin expresar amor por alguien visible, alguien cuyas necesidades son obvias, santos cuya carencia puede ser apreciada y cuya pobreza puede ser aliviada en genuinas expresiones prácticas de amor. Aparentemente Santiago ve la misma disparidad en el hombre que dice tener fe, cuando aquella fe no es visible en un auténtico interés por otros, demostrado por generosidad, Santiago 2.14 a 17. Las palabras son baratas y las trivialidades no cuestan, pero el verdadero amor y la genuina fe pagan un precio alto en términos de sacrificio propio.

De nuevo, Juan enfatiza que la responsabilidad de amar a nuestros hermanos no es opcional sino un “mandamiento”, v. 21. Sobrellevar los unos las cargas de los otros, Gálatas 6.2, es cumplir la ley de Cristo. Santiago describe la obligación de amar como “la ley real”, 2.8. Este es un precepto vinculante para el hijo de Dios. Amar a Dios y amar a nuestros hermanos deben ir mano en mano. El segundo es la expresión y evidencia del primero. Cuando Pedro juró su afecto por el Señor Jesús, el Salvador indicó que el amor de Pedro por Él tenía que ser canalizado hacia aquellos que llama sus corderos y sus ovejas, Juan 21.15 a 17.

Aunque la próxima referencia es a una edad futura, el principio aplica; los actos de benevolencia a su pueblo son reconocidos como actos de benevolencia a Él, Mateo 25.40.  ¿El amor suyo por “el rey de los siglos, inmortal, invisible, (el) único y sabio Dios”,
1 Timoteo 1.17, está expresado en su actitud y benignidad hacia sus súbditos, gente que son criaturas del tiempo, mortales, visibles y a veces hasta necias? ¿Su afecto profeso por el Padre está demostrado en su cuidado de todo corazón por los hijos de su familia, sus hermanos y hermanas? Es absurdo profesar amar al Uno y a la vez despreciar o hacer caso omiso del otro.

 

IX  Creyendo que Jesús es el Cristo
5.1 a 12

 

Una mención del trasfondo de la Epístola podría ser una manera de acercarnos al capítulo 5, porque nos ayudaría a aclarar algunas dificultades si podemos llevar en mente el marco.

Los lectores de Juan habían estado en la mira de los filósofos gnósticos, quienes, entre otras cosas, sugerían que “El Cristo” era una especie de emanación divina que vino sobre Jesús en su bautismo y lo dejó antes de su muerte, posiblemente en el Getsemaní. Llevar esto en mente nos permitirá entender los vv 6 a 8 como una referencia al agua de su bautismo y la sangre como una referencia a su cruz. Tomar en cuenta que estos hombres eran anticristos y apóstatas nos ayudará a captar el carácter del “pecado de muerte”, v. 16.

Amando a Dios, 5.1 a 3

Hasta ahora Jesús ha estado explicando la evidencia del nuevo nacimiento en términos de la conducta de uno: hacer justicia, no pecar habitualmente, amar, 2.29, 3.9, 4.7. Ahora él se enfoca sobre la que uno cree, porque la fe y la conducta deben ir mano en mano, v. 5. Aquellos que son nacidos de Dios son gente que cree y nunca dejan de creer que Jesús es el Cristo, creen que es el Hijo de Dios, v. 5. La genuina fe salvadora en Cristo arroya una sólida adhesión a “la doctrina de Cristo”, 2 Juan 9, y el compromiso con esa doctrina es una característica de la familia de Dios.

Esta gente ama al Padre y por consiguiente ama “también al que ha sido engendrado por él”, sus concreyentes. “Hiram siempre había amado a David” y por esto su interés en y apoyo a Salomón, 1 Reyes 5.1, quien era “engendrado de él”. Es incoherente amar a un padre y hacer caso omiso de su hijo, así que en realidad Juan prosigue con el argumento que comenzó al final del capítulo 4: afirmar amar a la Deidad invisible y a la vez aborrecer a su Hijo visible es totalmente contradictorio.

¿Cómo podemos discernir si nuestro amor por los hijos de Dios es apropiado y válido? Necesariamente, irá mano en guante con un amor por Dios que se expresa en obediencia,
v. 2. El amor por el pueblo de Dios nunca justificará su pecado ni les ayudará a violar los mandamientos de Dios. Por ejemplo, aprobar un yugo desigual, conformarse con la participación en la cena del Señor de uno que no es bautizado, confraternizar con uno que está bajo disciplina de la asamblea — estas son expresiones de sentimentalismo y no de amor. El amor por el pueblo de Dios está entrelazado con el amor por Dios y la obediencia a sus mandamientos. El amor se goza de la verdad, 1 Corintios 13.6.

“Si me amáis, guardad mis mandamientos”, Juan 14.15. Juan lo había oído en el aposento alto y estaba grabado indeleblemente en su mente. Ahora el Espíritu le inspira a expresar estos mismos sentimientos. La enseñanza de los vv 1 y 2 debe significar que el amor a Dios es nuestro amor por Dios. ¿Cómo se expresa? Una vez más el énfasis está en actos y no dichos, en andar y no hablar. En 2.3, guardar sus mandamientos prueba que “nosotros le conocemos”, pero aquí guardarlos prueba que le amamos.

La palabra “mandamientos” suena muy exigente, pero Juan nos asegura que “sus mandamientos no son gravosos”. Gra-voso encierra la idea de algo pesado. El Señor emplea el término al decirles a los fariseos en Mateo 23.4 que ellos atan cargas pesadas y difíciles de llevar. Pero Él invitó a los “cargados” de aquellos reglamentos insignificantes a venir a Él para descansar y tomar su carga, Mateo 11.28. Ayuda para poner por obra los mandamientos divinos está disponible siempre a aquellos que andan conforme al Espíritu y no conforme a la carne, Romanos 8.4. Ellos pueden decir con David: “en guardarlos hay grande galardón”, Salmo 19.11. La obediencia arroja gran placer.

Venciendo al mundo, 5.4,5

Otro rasgo de aquellos que han nacido de Dios es que vencen al mundo. Los jóvenes vencieron el maligno, 2.14. Creyentes enseñados por el Espíritu vencieron a los anticristos, 4.1 a 3; gente renacida de veras vence al mundo. El 2.15 explica qué quiere decir “el mundo”, pero el tiempo del verbo vencer indica que no hay fin a la guerra con el mundo; el conflicto es constante. El mundo nunca ha guardado los mandamientos de Dios, v. 2, pero la persona que “cree que Jesús es el Hijo de Dios” se somete a esos mandamientos y por esto discrepa del mundo. Moral y éticamente, y en el estilo de vida, usted es diferente, y a ellos “les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan”, 1 Pedro 4.4.

Esta hostilidad puede traducirse en un aliciente a comprometerse y conformarse, pero la fe legítima no cede terreno y rehúsa doblarse ante los encantos del mundo: “esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”, v. 4. Tristemente, es posible que alguien que se percibe como “un cristiano mundano” no sea nada de eso, sino simplemente una persona mundana desprovista de la fe salvadora. El Hijo de Dios declaró: “Confiad, yo he vencido al mundo”, Juan 16.33. La fe genuina en Él nos permite entrar en el disfrute de su triunfo.

El agua y la sangre, 5. 6 a 9

Una vez más, se afirma que el objeto de nuestra fe es Jesús, el Hijo de Dios. Esto le inspira a Juan a refutar las declaraciones anticristianas de que Él era tan sólo el hombre Jesús que había muerto y que la emanación divina que vino sobre Él en su bautismo se había ido antes de su muerte. No, dice Juan: “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre”. Nuestro autor enfatiza que fue el Hijo de Dios quien fue bautizado en agua al comienzo de su ministerio público y fue este mismo Hijo de Dios que derramó su sangre preciosa al final. Estos dos eventos fueron los dos extremos de su ministerio público. En su bautismo la voz del Padre testificó a su filiación. En la cruz su control absoluto de las circunstancias testificó a su filiación y deidad; ningún mero hombre ha podido declarar lo que resultó ser cierto: “Nadie me la quita”, Juan 10.18 – a saber, su vida. Así, el agua y la sangre testifican a que era el Hijo.

Ahora se introduce un tercer testigo, vv 7,8: el Espíritu Santo. Él es un contribuyente confiable al debate, porque “el Espíritu es la verdad”. Al inspirar la predicación acerca del Hijo, el Espíritu Santo aportó peso al testimonio de los eventos en su bautismo y muerte, de manera que “estos tres concuerdan”. Se establece la verdadera identidad de Jesús como el Hijo de Dios en boca de tres testigos. Nosotros no estuvimos presentes para oír la voz del Padre en su bautismo, ni estuvimos presentes cuando su sangre fue derramada, pero tenemos el testimonio vigente del Espíritu Santo, lo cual es relevante a la enseñanza del v. 10.

Tomado en conjunto, se describe este testimonio triple como “el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo”, v. 9. En las relaciones humanas tenemos que tomar a valor facial lo que está dicho, o para usar el término oficial, “de buena fe”. ¡El testimonio de Dios es mayor! Su palabra es 100% confiable. Los creyentes aceptan sin cuestionamiento su declaración en cuanto a la verdadera identidad de Jesús y por ende el valor inestimable de la sangre que fue derramada por el Hijo de Dios.

Si tuviéramos certeza de que el v. 7 estaba en el texto original, sería una maravillosa declaración de la posición Trinitaria. El que escribe aquí no tiene ninguna experticia en los manuscritos antiguos;       ninguna. Algunos abogan por su inclusión en la Escritura y lo ven como relevante al argumento de Juan, pero parece que la mayoría de los traductores y comentaristas sienten que fue insertado en los manuscritos en algún punto posterior al siglo 4.

 

 

El Hijo de Dios y la vida eterna, 5.10 a 12

El testimonio a la identidad del Señor Jesús como el Hijo de Dios no ha podido ser más firme, como está expresado en los tres versículos anteriores, porque “una cuerda de tres dobleces no se rompe pronto”, Eclesiastés 4.12. Para aquellos que creen aquel registro, Dios les da confianza adentro. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”, Romanos 8.16. Es obvia la insolencia de negar creer un historial que Dios ha dado; es afirmar que el Dios que no miente, Tito 1.2, es un mentiroso. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”, Romanos 3.4.

Esta confirmación interna es un testimonio al hecho de que Dios nos ha dado vida eterna, una cualidad y medida de vida que está inexorablemente vinculada a su Hijo, y por esto “el que tiene al Hijo, tiene la vida”, v. 12. De nuevo, hay ecos del Evangelio según Juan: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”, 3.36. La verdad contraria debe ser alarmante para el pecador incrédulo: “el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida”.

 

X   Aliento y exhortación al cierre
5.13 a 21

 

Confianza, 5.13 a 15

Juan se acostumbra a dar sus razones por escribir. El propósito de su Evangelio fue “que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”, 20.31. El propósito del Apocalipsis fue “para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”, 1.1. El propósito de esta Epístola fue “para que sepáis que tenéis vida eterna”, 5.13. Aquellas que creen que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, poseen este conocimiento confiadamente.

Entonces, el Evangelio de Juan está enfocado a promover la fe que trae la vida eterna, y la Epístola está escrita para dar a los creyentes la confianza de que la tienen.

Juan nunca sugiere que las sensaciones exultantes dan esta confianza, sino que lo que está “escrito”. La sangre de Cristo salva, pero la Palabra de Dios asegura. Los escépticos han sido preguntados a menudo: “¿Por qué dudan?” Las promesas de Dios son confiables, “la Escritura no puede ser quebrantada”, Juan 10.35. Confiar en lo que Dios dice es racional; aceptar lo que Él emprende quita las nubes de duda.

Juan no está en desacuerdo con la gente que afirma que tienen la vida eterna, habiendo escrito ya, en 2.12: “vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre”. Algunos incrédulos religiosos acusan al pueblo de Dios de presunción por decir que son salvos. Decirlo sería osadía si la salvación dependiera de aportes nuestros. El hecho es que el perdón es “en su nombre”, queriendo decir que el pecador que cree puede identificarse con Pablo y hablar del “Dios quien nos salva”, 2 Timoteo 1.8,9. Dudarlo es cuestionar la veracidad de su Palabra.

Confiados de que nuestra relación con Él es acertada, hay adicionalmente “la confianza que tenemos en él”, 5.14, en la cuestión de la oración. De nuevo, la confianza aquí conlleva el concepto de libertad de expresión. El versículo presupone sensibilidad en la oración, pidiendo “conforme a su voluntad”. Es posible pedir mal, Santiago 4.3. Las peticiones egoístas y carnales no serán oídas con simpatía. Por lo general se discierne la voluntad de Dios de la Palabra suya, aunque hay asuntos de circunstancia personal por los cuales no hay ninguna directiva bíblica. Precisamos de dirección para la cuestiones de mayor importancia en la vida: el matrimonio, el empleo, dónde vivir, etc. Al buscar la voluntad de Dios es vital llevar en mente el principio de Proverbios 3.5,6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócele en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.

La disposición de reconocerle a Él, asignando prioridad a los intereses suyos, permite que su voluntad se realice, y así es que oramos: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, Mateo 6.10.

Intercesión, 5.16,17

Un aspecto de la oración es la intercesión, la oración por los intereses de otras personas. Cam vio que su padre estaba pecando y lo contó a sus hermanos, Génesis 9.22. Aquí Juan reconoce la posibilidad de que veamos a un hermano pecar, ¡y lo decimos a su Padre! Se reconoce una excepción cuando no debemos orar por tratar de un “pecado de muerte”. Aparentemente Juan tiene en mente de nuevo a los anticristos, los apóstatas, y para ellos no hay camino de retorno. La Epístola a los Hebreos deja en claro que hay gente que asienten intelectualmente a la verdad acerca de Cristo y pretenden que esto sea la fe salvadora. Con el correr del tiempo, revierten su opinión, repudian su posición anterior y agresivamente promueven sus nociones erradas. Así eran los anticristos que Juan conocía. De la gente como ellos la Escritura declara: “Es imposible (que) sean renovados para arrepentimiento”, Hebreos 6.4 a 6. Es “pecado de muerte”.

Algunos abogan por el criterio que el que comete “el pecado de muerte” es un “hermano”, y al ser así, un creyente genuino y no un apóstata. Sin embargo, de debe llevar en mente que a lo largo de la epístola el término hermano se emplea para describir a los que dicen ser de la familia. Por ejemplo, Juan dice en 3.15: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. Por fuera, parece haber una relación hermanable entre las partes, pero obviamente no es la realidad, porque uno de ellos no posee la vida eterna.

Por lo tanto, concuerda con el temor de la epístola sugerir que “el pecado de muerte” es cometido por un apóstata y no por un auténtico “hermano”. La oración no sería conforme a su voluntad si pedimos a Dios la restauración de tal persona.

Sin embargo, por lo regular al observar que uno está pecando hoy en día, nuestro deber es orar por él. Samuel lo dijo al pueblo descarriado que intentaba marginarlo: “Lejos sea de mí que peque contra Jehová cesando de rogar por vosotros”, 1 Samuel 12.23. Merece la pena orar, porque si bien todo aspecto de injusticia, deshonestidad, mentira, inmoralidad e injuria es pecado, no es “de muerte”, 5.17. El fracaso no tiene que ser definitivo; uno puede recuperarse y experimentar la restauración.

Sabemos, 5.18 a 21

En una epístola que habla mucho del conocimiento, tenemos ahora una pequeña serie de cosas que sabemos, 5.18,19,20. Primeramente, Juan repite verdad que había explicado en 3.9; aquellos que son nacidos de Dios no cometen pecado por hábito. Él acaba de señalar que tal vez veamos que un hermano está pecando, pero de nuevo enfatiza que no es lo normal que un creyente lo haga. La gente renacida no es adicta al pecar.

Cierto, ellos están bajo la presión del maligno, pero pueden estar insensibles a sus atenciones: “no practica el pecado”. En aras de la uniformidad, “todo aquel que ha nacido de Dios” debe referirse todavía al creyente, ¿pero es concebible que el creyente de por sí no practique el pecado? [La Reina-Valera reza, “Dios le guarda”, pero varias son las versiones que rezan, “guarda a sí mismo”]. En última instancia, somos guardados por el poder de Dios, 1 Pedro 1.5, pero Él ha provisto para nuestra preservación espiritual. Por ejemplo, hay “toda la armadura de Dios”, Efesios 6.13, y valerse de los recursos disponibles aporta a que nos guardemos.

Es más, “la simiente de Dios permanece en él”, 3.9, y tenemos la naturaleza divina,
2 Pedro 1.4. Somos guardados por el Espíritu de Dios, Romanos 8.14. Así que, aun cuando es inconcebible que un creyente pueda guardarse del pecado por sus propios esfuerzos, se le ha dado todo apoyo para que lo haga. Por esto, el maligno no puede apoderarse del hijo de Dios [“no le daña”]; este es el sentido de “no le toca”.

La segunda área de conocimiento es el hecho de que hay dos canales de humanidad, 5.19; “somos”, los creyentes, y “el mundo entero”, la gente todavía irregenerada. Los creyentes son “de Dios”, engendrados por Él y asumiendo el carácter suyo. El maligno es el príncipe de este mundo, Juan 12.31; es “el dios de este siglo”, o esta edad, 2 Corintios 4.4. ¿Quién dicta las modas del mundo, orquestra sus modalidades, promueve sus actitudes y estimula la adoración de las estrellas de pantalla y deporte? Es el maligno. La cultura del mundo está impregnada de la impiedad y él es quien manipula el sistema. Pero, como señala el v. 18, el creyente puede estar fuera de su esfera de influencia e inmune a sus atenciones.

Otra cosa que sabemos es que el Hijo de Dios ha venido, v. 20. Juan ha mencionado ya que Él apareció, dando a entender una existencia previa. El propósito de aquella manifestación fue de quitar nuestros pecados. Nos dice también que fue enviado, insinuando obediencia a la dirección del Padre. La finalidad fue de ser el Salvador del mundo, 4.14. El verbo usado ahora es “ha venido”, dando a entender un acto voluntario. El propósito fue de darnos entendimiento. Su venida ha traído alumbramiento, conduciendo a los lectores de Juan a un conocimiento salvador de Dios, el Dios verdadero. Esto contrasta con su antigua devoción a deidades como Diana de los Efesios, envueltas ellas en mitología y superstición.

El conocimiento salvador del Dios verdadero los condujo a una unión viva con aquel Dios y con su Hijo, acerca de quien hace otra afirmación inequívoca: “Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”, v. 20. “Su Hijo Jesucristo” antecede de inmediato el pronombre él, de manera que Cristo está identificado como el Dios verdadero. ¡Estamos ante una declaración de su deidad! De nuevo, la vida eterna está vinculada con aquella vida. Él es la personificación de aquella vida, 1.2, su fuente y su canal, ya que “el que tiene al Hijo, tiene la vida, 5.12.

 

El penúltimo versículo ha podido ser un clímax apropiado, pero, habiendo magnificado a Cristo, Juan termina con un corolario: “guardaos de los ídolos”. Si es que él se refiere a la idolatría intelectual de los apóstatas, o a una tendencia más generalizada de desplazar a Cristo del primer lugar en nuestras vidas, el mensaje es claro en ambos casos; es el magnetismo del Dios de la gloria, Hechos 7.2, lo cual debe alejarnos de todo lo que es falso, pasajero y secundario.

 

 

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