Siete “ismos”, o teologías perversas (#874)

Siete  ismos  viles

La serie So many kinds of voices (“Tantas clases de idiomas”)
en la revista Truth & Tidings, 2001 *

 

I                               El humanismo                              Eugene Higgins

II                              El nacionalismo                           Paul Robertson

III                             El hedonismo                               Lloyd Cain

IV                            El plualismo                                   A. J. Higgins

V                             El naturalismo                              A J. Higgins

VI                            El conductismo                            A. J. Higgins

VII                           El relativismo moral                    A. J. Higgins

 

* El Movimiento Nueva Era, una parte de esta serie sobre ideologías, figura aparte como el documento 320.

 

I – El humanismo

 

“Cada ser humano tiene un valor especial – sus pensamientos, anhelos y aspiraciones son significantes”.

¿Qué cristiano podría discrepar de eso? Desde el Renacimiento en adelante, mucha gente, cristianos entre ellos, se han llamado, o han sido descritos como humanistas. Han enfatizado la dignidad humana, no ajena a Dios sino derivándose de que la humanidad fue creada en la imagen de Dios.

Pero el humanismo secular es una forma de humanismo caracterizada por una percepción del mundo completamente naturalista. La religión y Dios son irrelevantes a la vida y los criterios del humanista secular. Su credo es el del filósofo griego Protagoras: “el hombre es la medida de las cosas”. Por consiguiente no hay nada ni nadie más significante que los humanos.

 

En esta filosofía el hombre ha reemplazado a Dios: “El humanismo es la creencia que el hombre determina su propio destino. Es una filosofía constructiva, una religión no cristiana, un estilo de vida”. [1] Y: “Empleo la palabra humanista para señalar a una persona que cree que el hombre es tanto un fenómeno natural como lo es un animal o una planta; que su cuerpo, mente y alma no fueron creados sobrenaturalmente sino son productos de una evolución, y que él no está bajo el control o la dirección de algún ser sobrenatural o de seres, sino que tiene que depender de sí mismo y de sus propias fuerzas”. [2]

El primer Humanist Manifesto (1933) fue firmado por 34 filósofos y pensadores, entre ellos 17 clérigos liberales. Declaró que la ciencia y las condiciones nuevas requerirán que la religión se desarrollara en una dirección nueva y humanista. Afirmó que el universo “existe de por sí y no fue creado” y que los humanos evolucionaron como parte de la naturaleza.

El Humanist Manifesto II (1973) fue firmado por 114 personas y ratificado posteriormente por 148 más, todos en cargos influyentes en la educación, religión, gobierno e industria. Asumió una posición enteramente naturalista, afirmando que “no podemos descubrir un propósito divino o una providencia por la especie humana” y “las promesas de una salvación inmortal o el temor de una condenación eterna son tanto ilusorias como dañinas”. En lo que se refiere al progreso y futuro de la raza humana, agregó: “Ninguna deidad nos salvará; debemos salvarnos a nosotros mismos”.

Todo esto pareciera irrelevante para el hijo de Dios, y sería de interés tan sólo desde un punto de vista histórico, si no fuera cierto que para todos los seres humanos – salvos o no – las creencias inciden en la conducta; el credo sí tiene influencia en el comportamiento. En un libro publicado en 1979 los autores [3] profetizaron que las cosas consideradas inconcebibles en los años ’70 serían muy aceptables en los ‘90, porque “el consenso de nuestra sociedad no reposa ahora sobre una base judía-cristiana, sino más bien sobre una humanista”.

Acertaron de un todo. Por cuanto los humanistas perciben la gente como productos de la casualidad, y no criaturas de Dios, ellos rechazan todo pensamiento de normas trascendentes y divinas. En lo que se refiere a la conducta del individuo, el Manifesto II insiste que cualquier idea de una ley divina sea rechazada. “La ética es autónoma y circunstancial, sin necesidad de aprobación teológica o ideológica”. Por cuanto no hay ni cielo ni infierno, “intentamos la buena vida aquí y ahora”.

Entre otras cosas, esta buena vida quiere decir que se debe reconocer “el derecho del control sobre la natalidad, el aborto y el divorcio”. Es incorrecto “prohibir por ley o censura social la actividad sexual de común acuerdo entre adultos”. Se demanda como regla general la tolerancia para toda suerte de conducta que en un tiempo se consideraba inmoral o aun ilegal. “Los individuos deben ser permitidos a expresar sus proclividades sexuales y practicar sus estilos de vida conforme se declaren”.

Estas filosofías destructivas han penetrado completamente el sistema educacional de muchas naciones y han llegado a ser las creencias aceptadas por legiones de educadores y los valores absorbidos por estudiantes sin número. John Dewey, quien con otros evolucionistas del mismo parecer formó la Humanist Association en 1933, fue el arquitecto de la educación pública norteamericana. Él creía que la moralidad no se basaba en principios invariables de un Dios eterno, sino que estaba sujeta a la ley implacable de la evolución. Por lo tanto, la eticacidad en sí estaba evolucionando constantemente. Él reconoció la importancia de implantar el pensamiento humanista en las mentes juveniles si las generaciones posteriores iban a estar libres de las “restricciones” de la moralidad bíblica.

Medio siglo después, estos métodos y metas perduraban sin cambio, ya que en 1983 la revista American Humanist decía: “La batalla por el futuro de la humanidad debe ser librada y ganada en el aula de la escuela pública por maestros que perciben correctamente que su papel es hacer proselitismo de una nueva fe … el aula debe ser y será la arena de conflicto entre el cuerpo de la cristiandad que se está pudriendo y la nueva fe del humanismo”. Una declaración igualmente alarmante fue: “La educación es la aliada más poderosa del humanismo … ¿Qué pueden hacer las escuelas dominicales teísticas, celebrándose por una hora en la semana y enseñando a sólo una fracción de los niños, para detener la marea de un programa de cinco días de instrucción humanista?” [4]

 

Efectivamente, ¿qué podemos hacer? La cristiandad se vuelve más y más margenada y parece que van en aumento dramáticamente los números de los que profesan “la nueva moralidad”. Al intentar llevar el evangelio a nuestros vecinos, encontramos que casi inconscientemente han absorbido los postulados del humanismo, sin necesariamente conocer la palabra siquiera, ni pensando describirse como humanistas. Los padres y los maestros de escuela dominical notan constantemente y con profunda preocupación los efectos sobre las mentes jóvenes que tienen estas filosofías promulgadas por los medios.

En contraste con el humanista y su “libertad” moral, los cristianos son vistos como puritanos y reaccionarios. La confianza propia del hombre moderno ve con una mezcla de lástima, ridículo y diversión la antigua imagen del creyente en oración que vive en dependencia de su Dios. La enseñanza bíblica de un Dios trascendente, ante quien la criatura es responsable, se considera poco más que mitología atávica.

 

Pero nada de esto es nuevo ni peculiar a nuestra generación. Siglos ya, el apóstol Pablo afrontó las mismas filosofías destructivas y sabía cuál era su origen; eran parte de las “maquinaciones” de Satanás, 2 Corintios 2.11. No pasó por alto su poder ni los peligros que presentaban: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”, Colosenses 2.8. Y, nos recordó del gran recurso que tenemos como creyentes: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, 2 Corintios 10.4,5.

En Josué 6, cayó la fortaleza imponente de Jericó, no ante un oficial de formación propia, sino ante un humilde “siervo de Jehová” que dijo: “¿Qué dice mi Señor a su siervo?” El orgullo glacial y la importancia propia de Nabocodonosor se derritieron ante la actuación del Dios de los cielos. Belsazar, tan confiado en sí mismo, aprendió de una manera muy dolorosa que era un mero hombre mortal, y que su desdén por el Dios viviente había conducido tan sólo a su propia destrucción.

Guiado por la verdad inerrante de las Escrituras, el hijo de Dios sabe que el hombre no es supremo, pero Dios sí lo es. El cosmos del creyente, su mundo, su vida no giran en torno de sí, sino de Cristo. La comprensión acertada del valor humano — aparte de que el individuo sea sano o enfermizo o feto — es apreciada solamente por aquellos que están conscientes del valor que cada persona tiene para Dios. Y la manifestación del avalúo del humano nunca es más evidente que cuando un creyente, al estilo del Buen Samaritano, es inspirado por amor divino a aliviar la miseria presente y eterna de un prójimo.

Se han levantado otras filosofías a lo largo de la historia, abrazadas fervorosamente por el hombre natural y proclamadas a voz en cuello por incrédulos como cosa que va a destruir a Dios. Se han lanzado furiosamente contra la muralla de la Palabra de Dios, y vencidos por su propia locura, se han quedado sepultados bajo las arenas del desierto, no obstante los gritos de sus partidarios. [5]

Aun cuando el humanismo probablemente perdurará hasta los postreros tiempos, y será una pieza clave en la plataforma política de la bestia de Apocalipsis 13.1 al 8, tanto el ismo como la bestia serán llevados a su destrucción absoluta y eterna por el Rey de Reyes y Señor de Señores. “De aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz”, Salmo 37.10,11.

 

[1] El folleto What is humanism? de Humanist Membership

[2] Julian Huxley, 18871975

[3] Whatever happened to the human race?                                                                                                  C Ernest Koop y Francis Shaeffer

[4] Charles Francis Potter, autor de un libro titulado

Humanism: A new religion y firmante del Humanist Manifesto

[5] La alusión es a Ozymandias, el soneto más famoso de P. B. Shelley

 

II – El  nacionalismo

 

El “orgullo de nación” es una de las pocas ideologías que encontramos aceptables y tolerables, pero tiene el potencial de dividir y achicar.

 

“La aldea global” es un término de moda en este milenio. La frase significa una cosa para cierta gente y otra cosa para otra gente, pero en esencia visualiza un orden mundial sin linderos, libre de las barreras políticas, sociales, económicas y religiosas que están a la raíz de los conflictos y las erupciones de la historia. Semejante estado de cosas es imposible hasta que nuestro Señor Jesucristo asuma el trono del dominio universal para reinar sobre la tierra milenaria.

Ciertamente, deben desaparecer todas las insignias y distinciones donde reina Cristo. Bajo su señorío, sus ciudadanos se deleitan en desplegar la gloria y el valor del Soberano solamente. Si somos salvos, estamos en el reino además de en la Iglesia, y a lo largo de la historia, dondequiera que se olvide esta verdad, hay descontento, fraccionamiento y desorden.

Al seguir la pista del progreso y éxito del evangelio en Hechos de los Apóstoles, lo vemos filtrando a través de las divisiones en el mundo romano (capítulo 2), el mundo racial (capítulos 8 al 10, descendientes de Cam, Sem y Jafet) y el alcance máximo del mundo gentil conocido (capítulos 13 al 28). Gentiles quiere decir “naciones” y encierra una multitud de divisiones políticas y nacionales aparte de las divisiones judías.

El orgullo nacionalista asociado con estas distinciones que habían existido fue introducido en la vida de las asambleas y causó problemas que amenazaban la salud de estas congregaciones. En Hechos, afectó la manutención de las viudas (capítulo 6) y la comunión de los apóstoles (capítulos 10, 11 y 15). Dio lugar a la necesidad de epístolas a los gálatas, efesios y colosenses. Hay sugerencias en Tito que las características encontradas en los cretenses obrarían en perjuicio de las asambleas allí.

Y, nos permitimos sugerir que en el mundo de habla inglesa el hecho de ser irlandés, italiano, escocés, inglés, norteamericano, canadiense, australiano o neocelandés ha recibido a veces una importancia en el quehacer de las asambleas del pueblo de Dios, cuando la mente suya es que hay ahora sólo “judío, gentil y la iglesia de Dios”, 1 Corintios 10.32.

 

Nuestro tema, el nacionalismo, tiene que ver en primera instancia con la ciudadanía.

Entre las muchas bendiciones de la salvación, hemos sido hechos ciudadanos de un país celestial: “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”, Colosenses 1.13.

Lo celestial toma precedencia sobre cualesquier derechos terrenales que profesamos. La ciudadanía terrenal puede ser nuestra por nacimiento o adopción, y puede o no ser de nuestro agrado. Es por providencia divina y por esto milita contra el orgullo. Estemos en la más avanzada o la más regresiva de sociedades, cualquiera que sea la forma de gobierno, vivimos en un escenario que está sin Dios y bajo condenación. Por ahora, “el mundo entero está bajo el maligno”, 1 Juan 5.11.

La recepción el uno del otro como creyentes se hace en virtud de que recibimos “un reino inconmovible”, Hebreos 12.28, y declaramos fidelidad a la misma “bandera” y el mismo Soberano. “Nuestra ciudadanía está en los cielos”, Filipenses 3.20. La ciudadanía terrenal tiene que ver con una escena pasajera donde ganamos nuestro sustento, pero la dejamos a la puerta al reunirnos con el pueblo de Dios.

También, el nacionalismo tiene que ver con las distinciones culturales, que pueden involucrar la vestimenta, el orden social, los alimentos y la higiene, para nombrar unas pocas. Algunas de ellas pueden ser preferibles o “positivas”, otras perjudícales o “negativas” y todavía otras meramente “neutrales”. En este mundo móvil, los creyentes que viajan o emigran tienen que llevar en mente que estas diferencias culturales que uno tiene pueden estar a la vista en las asambleas que visitan. Pueden ser valoradas positivamente como aportes al funcionamiento espiritual de la asamblea adonde van, pero no se agradecerán declaraciones o actitudes que imparten el mensaje: “Es mejor donde yo vivo”.

 

La Palabra de Dios define principios y prácticas divinos y normas morales aplicables a toda raza y sociedad, y en toda edad, pero su puesta en práctica puede diferir de alguna manera debido a estas distinciones sociales. Es evidente en Hechos de los Apóstoles que posiblemente se celebraba la cena del Señor en la tarde del primer día de la semana, dado que no se respetaba el día del Señor en sociedades paganas. Por lo menos así fue en Troas (capítulo 20). ¡Pablo no cambió el horario al de Antioquía! El que escribe estas líneas visitó un domingo en Perpignan, Francia donde en la fiesta memorial se usaron un “palito francés” y vino blanco. Fue culturalmente diferente, pero la reunión en torno del Señor fue de mucho agrado.

Pero, el nacionalismo nos hace recordar que se espera algo en cuanto a nuestra conducta. Aun cuando somos celestiales por nacimiento, esperanza y destino, estamos sobre la tierra y en la práctica somos ciudadanos de la nación de nuestro domicilio y tenemos ciertas obligaciones. El Señor Jesús les dijo a sus seguidores: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. La sumisión a leyes y ordenanzas del país, el cumplimiento con los impuestos, el reconocimiento de los gobernantes y oficiales y una vida ajustada a las costumbres ordinarias – todo esto es la voluntad de Dios para nosotros.

El creyente debería ser un ciudadano modelo, señalado por la manera que manifiesta a Cristo. La justicia, benevolencia y bondad deben ser evidentes en nosotros, de manera que el testimonio del evangelio sea aceptado. Algunos lectores de estas líneas tal vez vivan donde la cristiandad no es reconocida, ni bien recibida ni legal, pero el reproche debe ser por ser de Cristo y no por una conducta deficiente, 1 Pedro 4.14 al 16.

Así que estamos en el mundo pero no somos del mundo, y debemos poner a un lado, al circular entre el amado pueblo del Señor, toda distinción terrenal que nos daría categoría y preferencia en los ojos de las naciones. Que nuestra comunión social en la comunidad de cristianos se base solamente en nuestra unión con el Varón que murió por nosotros, que vive por nosotros y que volverá para llevarnos a nuestro hogar.

 

III   El  hedonismo

 

“Hedonismo” es tomada directamente de la palabra griega hedone, que quiere decir “placer”. El hedonismo es una de las principales filosofías de los hombres en nuestros tiempos y está expresado a perfección por el lenguaje del mundo citado por Pablo en  1 Corintios 15.32 para ilustrar el modo de pensar que podría ser suyo, según dice, al no haber resurrección: “comamos y bebamos, porque mañana moriremos”. El rico de Lucas 12 fue hedonístico en su filosofía, ya que dijo: “Repósate, come, bebe, regocíjate”. Para él, el placer era lo máximo del bienestar. La viuda en 1 Timoteo 5.6 que “se entrega a los placeres, viviendo está muerta”, es un ejemplo trágico de un creyente que se ha enfriado tanto y está tan lejos de Dios que la filosofía del mundo, y no los principios de la Palabra, fijan su manera de vivir.

¿Por qué nosotros, siendo creyentes, tenemos que considerar la filosofía del hedonismo? ¿Es meramente para que seamos informados acerca de la manera cómo piensa el mundo? No. El mundo está caracterizado por un sistema de comunicación masiva, alimentada por y a su vez alimentando el materialismo y la sensualidad. Sin duda afectará de alguna manera el modo de pensar, los valores y luego la conducta del creyente.

 

Esto es lo que Pablo quiere decir al escribir que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres, 1 Corintios 15.33. Si no nos cuidamos, impactarán sobre nosotros las personas con quienes andamos y las filosofías a las cuales estamos expuestos de cualquier medio que empleemos. La locura por la gratificación hedonística, sensual ha impulsado la sociedad a lanzar al bordo sus normas de conducta, y la consiguiente condición inmoral ha sumergido a la humanidad más y más en la depravación, porque sin un Dios ante quien los hombres y las mujeres han de rendir cuenta, no hay valores absolutos.

En contraste, ¡el creyente tiene un código de valores absolutos! La norma para la conducta moral es la Palabra de Dios. Esto está en acusado contraste con la generación emergente en el mundo que dice que el mayor estímulo al comportamiento inmoral es el conjunto de imágenes que recibe a través de los medios. Dios ha llamado a su pueblo a la santidad y no a ser conformado “a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia”, 1 Pedro 1.14,15.

Este énfasis sobre el materialismo y la lascivia por el placer del sistema mundano vigente, que el diablo ha diseñado para tener la gente feliz en su camino al infierno, puede penetrar a menudo el alma expuesta del creyente. Hace posible que el diablo logre su objetivo de tener al creyente infeliz en su camino al cielo. El mundo nunca puede satisfacer la ansia interior del alma que ha conocido la expresión de sacar “con gozo aguas de las fuentes de salvación”, Isaías 12.2, 3.

El preservativo del hijo de Dios es su retorno a la presencia de Dios y la comunión con él. El salmista sabía que al no conocer por experiencia propia y persistente lo que era oir la voz de Dios, él se volvería “semejante a los que descienden al sepulcro”, 28.1. Es impresionante esta exhortación a nosotros a asegurarnos que nuestro modo de pensar esté siendo moldeado en su presencia y que no estemos siendo moldeados por la filosofía de aquellos que de veras descienden al sepulcro.

¡El Maestro nunca se ocupaba de la satisfacción propia! Cual Siervo humilde, no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos, Marcos 10.45. Hoy en día algunos de los mayores impedimentos al desarrollo y una vida fructífera de parte del creyente son el ocio y el placer. Estas gratificaciones de la carne, que consumen tiempo, no eran las metas del Apóstol, quien expresó su sistema de valores con las palabras: “Para mí vivir es Cristo”. Tampoco eran los objetivos de Timoteo, porque él, en contraste con la gente de su entorno, no buscaba lo suyo propio, sino lo que es de Cristo Jesús, Filipenses 1.21, 2.21.

Considere los espinos en la parábola del sembrador, la semilla y las tierras. ¿Qué son los mayores impedimentos a dar fruto? Ahogar el desarrollo es la consecuencia insidiosa de “los afanes y las riquezas y los placeres de la vida” y como resultado ningún fruto se madura. El llamado es a no conformarnos a este mundo, y la manera de evitar que el mundo nos derrame en su molde es transformarnos por la renovación de la mente, Romanos 12.1.2

 

IV – El  pluralismo

 

Pocos de los ismos que están de moda y controlan la percepción del mundo de parte de muchos son tan representativos de la sutileza y la capacidad de destruir como lo es el ismo que vamos a considerar ahora.

Su sutileza es a una misma vez cruel e intencional. Su capacidad de destruir es de largo alcance y crítica, ya que está empeñado a socavar todos los valores que emanan del concepto de moralidad judía cristiana.

Siga los pasos en el argumento y fíjese en cuán imperceptiblemente avanza de lo obvio a lo que es fatal para las virtudes.

Su apariencia benigna

El primer paso en el argumento suele comenzar con lo que se llama corrientemente el multiculturalismo. Dicho sencillamente, es la idea que cada cultura tiene sus valores y debe ser respetada. Cada cultura tiene algo peculiar que ofrecer a la gran familia de naciones, sean orientales u occidentales, primitivas o tecnológicamente avanzadas, ricas o tercermundistas. Como mínimo, tenemos que apreciar y aprender las diferencias.

La prédica de Pablo en Atenas, Hechos 17, apoya el concepto que Dios, cual soberano sobre las naciones, ha fijado los tiempos y límites de las naciones y culturas. Si esto fuere la suma del argumento, encontraríamos poco con que discrepar. Pero no termina allí.

Su asociación mala

El pluralismo está vinculado con el multiculturalismo como un próximo paso inevitable. Este segundo ismo lleva el concepto de todas-las-culturas-tienen-valor al próximo nivel arriba (¿abajo?) – por cuanto todas tiene valor, todas las ideas y los valores entre las culturas tienen importancia y deben ser tolerados. ¿Qué derecho moral tenemos nosotros como occidentales a ver una cultura primitiva y tratar con desdén sus costumbres y maneras de vivir?

La tolerancia ha venido a ser el dogma de nuestro día. La única cosa que el hombre moderno no puede tolerar es la falta de tolerancia en otro. No tenemos que escudriñar mucho en las Escrituras para ver el valor de la tolerancia. Nadie toleraba las debilidades como el Señor Jesús, pero, como veremos, la tolerancia de las debilidades es bíblica y la tolerancia de la iniquidad es otra cosa.

Su afirmación franca

Siga el argumento a su próximo nivel. Por cuanto tenemos que apreciar los valores de todas las culturas, entonces todas ellas son iguales y no tenemos derecho a condenar nada en otra cultura. Por cuanto el siglo 21 ha encontrado a la mayoría de nosotros viviendo en sociedades multiculturales en el Occidente, se nos instruye que debemos reconocer que los valores y la conducta de otras sociedades son tan “correctos” como los nuestros. Sea que hablemos de prácticas religiosas, valores familiares, estilos de vida o preferencias, el campo de juego ha sido nivelado. Nadie está “errado”, todo el mundo tiene la razón.

Su acusación amarga

Pero hay otra pieza en el rompecabezas. No basta nivelar el campo de juego y rebajar toda conducta cultural al mismo nivel; ahora se ataca la cultura occidental. Se nos dice que en realidad la cultura occidental es inferior, habiendo construido su tecnología y riqueza sobre las espaldas de otras culturas. Su agresividad, imperialismo, opresión y avaricia han perjudicado a otros y beneficiado al Occidente.

Por supuesto, con ligereza se da la vista gorda a la contradicción inherente en esto. Si todas las culturas son iguales, ¿entonces qué importa que una sea más avanzada que otra? ¡Nuestro imperialismo, agresión y avaricia son simplemente expresiones de nuestra “cultura” y deben ser valorados!

Su ambición audaz

El motivo subyacente se hace aparente sin demora cuando usted reflexiona sobre lo que ha sucedido en el Occidente. Si la cultura y los valores occidentales pueden ser “neutralizados”, entonces la base para los valores, leyes y moralidad del Occidente se ha reducido en efecto a estar a la par con todo otro fundamento moral.

¿Qué es la base para ley, moralidad y cultura en el Occidente? Aun cuando algunos discrepen y sientan que ahora la brecha es demasiado amplia como para permitir una asociación, es aparente todavía que el fundamento de nuestra cultura y nuestros valores es la herencia judía cristiana que emana directamente de la Palabra de Dios y su moralidad.

El odio inherente, incesante y agresivo del hombre hacia Dios y sus normas ha encontrado una vía de enfoque “lógica” y aparentemente tolerante para concentrarse en su objetivo. Su meta es nada menos que la de dejar la Palabra de Dios sin ningún efecto y mostrar que debe ceder paso al Corán, el Humanist Manifesto, el panteísmo y Buda. El gurú místico, el hechicero, el visonero y el conductor del talk show radial (estas anclas de los programas de opinión pública son los sumos sacerdotes de la América moderna) – todos han alcanzado “sabiduría” y deben ser oídos. Sea que coree su karma o encuentre a Dios en la naturaleza, ¿qué importa?

El acierto bíblico

La cultura es el resultado de los valores y de un sistema de creencia. Si aquel sistema de creencia ha sido basado en una revelación divina que manifiesta la dignidad del hombre y el valor de la vida humana, ¿no es esperar que esté más cerca de la verdad que un sistema basado en el pensamiento humano? Esto no quiere decir que el modo de pensar occidental sea superior a cualquier otro, pero sí quiere decir que en la medida en que este enfoque se base en revelación divina, entonces está vinculado con “la Verdad” y no con la opinión.

En el Antiguo Testamento, Israel fue instruido acerca de su trato con otras culturas y muchas de ellas tenían que ser destruidas debido a conducta basada en creencias erróneas. Se destruyeron culturas que sacrificaban los hijos a ídolos, sumergidas ellas en inmoralidad y ocupadas con “soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad”, Ezequiel 16.49. Fueron objetos del juicio de Dios las culturas que no mostraban benevolencia al pobre, compasión para el menesteroso y amor por otros.

Sin embargo, tenemos que ejercer cuidado, distinguiendo entre opiniones y convicciones. Podemos tener preferencias que se relacionan con costumbres y comportamiento culturales, pero si no se basan en la Palabra de Dios, son sólo preferencias y no convicciones. Tenemos que ser flexibles en nuestras costumbres pero fieles en nuestras convicciones. Que uno coma sentado en el suelo o sentado a una mesa, no es un asunto bíblico ni de moralidad.

Al quitarle la máscara al pluralismo, uno ve que es otra forma de relativismo moral que socava todos los valores y normas. Si bien insistimos en la igualdad entre personas, también predicamos que no hay una igualdad de ideas. Algunas creencias y conductas son antibíblicas y por ende erradas.

Tengamos presente, sin embargo, que por ahora no estamos construyendo un reino sobre la tierra. La agenda nuestra no es política sino espiritual.

La actitud del creyente

Quizás el asunto más crítico en todo esto sea nuestra actitud hacia los que tienen valores diferentes de los nuestros. La tolerancia de personas, sin aceptar filosofías y valores, es crucial. Para muchos la verdad es cosa “subjetiva” y cualquier intento a decir que tenemos “la verdad” les parece orgullo e ignorancia. Es importante fusionar nuestra postura con la humanidad y con paciencia en nuestro trato con otros. No es nuestro intelecto ni son nuestros logros personales que nos han llevado a la luz de la verdad de Dios, sino la gracia divina.

 

V   El  naturalismo

 

¡Natural! Suena bondadoso, inocente; sugiere la normalidad, lo mayor de la realidad. Y, ciertamente, nada siniestro ni malo podría ser vinculado con esto; ¡sólo un paranoico severo podría encontrar aquí algo que objetar!

¿Qué es el naturalismo? ¿Cómo llegó a estar en boga y ser una pieza clave en el concepto del mundo de tanta gente?

Desarrollo

Había un tiempo cuando la mayoría creía en un Dios personal e inmanente. No quería decir que eran verdaderos “creyentes” en el sentido de las Escrituras, sino que aceptaban la realidad de un Dios que había creado el mundo y reinaba supremo. Para ellos, el mundo era un mundo moral que iba rumbo a ciertos fines que un Dios soberano había planeado.

Pero una generación nueva de pensadores, conocidos como deístas, rechazó el concepto de un Dios que estaba involucrado en el universo. Si existía, era como un relojero que había creado un reloj, lo había dado cuerda y dejado que funcionara y por fin se parara. En su modo de pensar, Dios no estaba “dentro” del universo sino sin interés en él y de un todo afuera. Teníamos que proceder por nuestra cuenta.

Fue solo un viaje corto a la próxima fase del pensamiento. Si Dios está afuera, ¡quizás no está allí de verdad! Quizás la única cosa real es lo material o natural. De manera que hombres tales como Carl Sagan declararon: “El cosmos es todo lo que ha habido o habrá”. Lo único que es real es la materia, lo que se puede palpar, tocar, manejar, analizar y entender.

El naturalismo enfatizaba el lado “material” de la vida. Para el intelectual y el pensador, esto comunicaba el concepto de un universo material como la realidad de última instancia, pero para el hombre común se traducía en encontrar valor en las cosas naturales. Algunos posiblemente cuestionarán el “salto” del naturalismo al materialismo como una acusación injusta, pero sigamos la pista de causa y efecto por un momento.

El naturalismo, por su propia naturaleza, enseña que nosotros como seres humanos somos meramente cosa material. No tenemos alma ni espíritu, y la muerte es la cesación de todo. No hay nada trascendental en el universo ni en el hombre; somos un mero conjunto de átomos. Somos el gran chiste práctico, cósmico, de la evolución. Estamos aquí por un accidente de la evolución y en nosotros mismos no tenemos valor ni sentido. En realidad, la vida no tiene “sentido”. Nagel dijo: “El destino humano es un episodio entre dos olvidos”.

El naturalismo le quita del hombre todo valor y de la vida todo sentido; no tenemos ni meta ni propósito para estar aquí. Si bien el hombre es una máquina compleja, no es más que máquina. Habiendo desprovisto a la humanidad de valor y visión, lo ha dejado como un náufrago en bancarrota en las playas del pensamiento humano.

Pero algo en el hombre se rebela ante el concepto mismo de una vida sin sentido y rumbo. El hombre busca sentido y tiene que tenerlo para existir mentalmente en un mundo que continuamente fija valores para todo. Dejado a que se las arregle solo, el hombre empieza a crear “valor” para sí por diversos medios. Algunos lo hacen por el poder y otros recurren al placer para su sentido y valor. Pero el destino mayor que muchos alcanzan en su búsqueda por crear valor es en poseer bienes materiales. Acumular posesiones, juntar riquezas y tener lo físico y tangible se convierte en la búsqueda del materialista en su intento a crear valor y visión en medio del caos de un mundo “natural”. Impera la observación del cínico: “¡Gana el que tiene más juguetes!”

Dilema

¿El naturalismo resuelve de veras las preguntas de la vida? ¿Es la verdad definitiva? Considere algunos de los dilemas que presenta el materialismo y algunas sus contradicciones inherentes.

¿Nos da una razón satisfactoria por pensar que el hombre tiene algún valor? ¿Explica algún sentido a la vida, o nos obliga a “crear” artificialmente un valor y una visión de ella?

De vital importancia, ¿proporciona una base para la ética, para lo correcto y lo incorrecto en la vida? Si no, entonces la humanidad está consignada a ser como una nave a la deriva en un vasto océano de barcos sin brújula y sin sentido de responsabilidad por su rumbo.

¿Pero una persona cuyos orígenes son tan “accidentales” puede confiar en su propia capacidad para conocer la verdad? Si no hay nada “allá” como una norma para la verdad de última instancia, ¿podemos nosotros, siendo un mero conjunto de átomos, tener la confianza de “saber” qué es la verdad? ¿Aquellos que abrazan esta enseñanza encuentran seguridad y satisfacción en ella?

Liberación

Debemos recordar siempre que no fue por gimnasia intelectual ni complejidades apologéticas que hemos sido liberados y preservados de este modo de pensar. Fue gracia divina y la revelación de la Palabra de Dios que nos trajo a la verdad. Hemos aprendido por ella que la vasta creación material ha servido de trasfondo dramático contra el cual se ha efectuado el maravilloso plan divino de la salvación. No despreciamos lo material, pero lo reconocemos por lo que Dios propuso que fuera: el medio para un fin.

Mucho del ministerio del Señor Jesús fue dirigido a la búsqueda y preocupación del hombre por lo material. Él enfatizó la naturaleza pasajera de todo lo que es material; todo está sujeto a la polilla, el orín y el ladrón. Nos recordó de los tesoros en el cielo y su permanencia, Mateo 6.24 al 34. Nos enseñó que la preocupación con lo material resulta en oportunidad perdida ahora para servir y honrar a Dios, Lucas 16. Pablo nos recuerda que los ricos deben emplear su riqueza para fines espirituales y eternos, 1 Timoteo 6.17 al 19.

La búsqueda de la humanidad para sentido fuera de Dios está condenada al fracaso y por esto todo ismo debe ceder el paso a otro más novedoso, más popular por el momento en estos tiempos modernos. Sólo Dios puede impartir sentido a la humanidad y la historia.

 

VI – El  conductismo

 

¡Pavlov! Probablemente su respuesta al nombre sea tan segura como lo fue la de sus perros. (¡No pavalova! Es ella un plato que hace fluir los jugos gástricos de algunos lectores). Todo lector se acuerda haber aprendido lo de los perros de Pavlov y las respuestas condicionadas. Después de haber sido expuesto repetidas veces al mismo estímulo, un perro respondería de una manera predecible. Iván Pavlov encontró que si montó un estímulo en la forma de un timbre que indicaba comida para los perros, podía provocarlos a salivar en anticipación de comida con tan sólo tocar el timbre.

Después de la primera guerra mundial y su lección solemne acerca de la naturaleza humana, la psicología norteamericana abandonó el modo de pensar europeo y abrazó un enfoque más orientado a la conducta [1]. Los pioneros en la materia fueron influenciados por la teoría de Pavlov.

Su teoría

Para extrapolar al ser humano las conclusiones sobre los perros de Pavlov, es esencial llegar al meollo del problema: el hombre es simplemente “otro” animal. Es material no más, sin alma ni espíritu. Los seres humanos pueden ser enseñados a responder acorde con ciertos patrones predecibles debido a una conducta impartida. Usted puede lograr que una persona responda conforme escoja al condicionarlo a un estímulo en particular.

Tal vez usted no se haya dado cuenta, pero lo que esos señores surgieron es lo que se está viendo ahora en la escuela de su vecindario, o en la librería más cercana. Las técnicas para la crianza de niños deben mucho a esta teoría y los seminarios sobre las relaciones humanas han absorbido este principio como una pieza angular de su metodología.

Su falacia

Aun cuando se puede esperar cómo los seres humanos responderán a ciertas situaciones, hay siempre un elemento de incertidumbre asociado con la conducta humana, porque el hombre es más que “otro” animal. Es importante recordar que lo que todos los psicólogos especializados en la conducta muestran en sus trabajos es que ellos pueden lograr que un animal en particular reaccione de una manera en particular. Pero ni siquiera se puede extrapolar los datos de un ensayo de una especie a otra, y mucho menos presumir que aplicarán universalmente a los seres humanos.

La gran falacia es, por supuesto, que el hombre es más que un animal. La dimensión adicional es que el hombre tiene una voluntad, la capacidad de escoger. Es esto que eleva el hombre. Hecho en la imagen de Dios, es un agente libre. A veces su conducta es muy predecible pero otras veces todo lo contrario.

Pero si usted persiste en analizar el argumento del conductista, encontrará una falacia adicional en el corazón de su enseñanza. Llevado a término, el conductismo significaría que todo es predeterminado. Estamos actuando en cualquier momento según hemos sido “condicionados” por experiencias previas en la vida para actuar de esa manera. El hombre se encuentra encajonado y no puede escapar. Esto nos quita toda responsabilidad. Puede que haga cómodo a algunos, pero también da mucho a pensar al reconocer que elimina hacer una elección y experimentar un cambio. Cada humano se hace víctima de su acondicionamiento. Aun la teoría de aquellos investigadores es predeterminada y puede ser imprecisa o aun inútil.

Su tragedia

¡Deja vu Romanos 1! El hombre ha sido rebajado de la imagen de Dios a la de un cuadrúpede. En su intento vano a “elevar” el hombre y liberar la humanidad de las esposas de religión y tradición, en conductismo nos ha rebajado al nivel de una bestia bruta que saliva por su comida y brinca cuando se toca el timbre.

Aun cuando puede haber a veces cierta medida de predictabilidad de la conducta humana, nunca debemos olvidarnos de que el hombre sí tiene libre albedrío. Ninguno de nosotros tiene el derecho moral de culpar a otro por lo que nosotros mismos hacemos. El niñito que protesta: “Él me hizo hacerlo” está expresando la enseñanza del conductismo.

Que nosotros los creyentes nunca caigamos tan bajo como para hacerlo. Somos responsables ante Dios por nuestras acciones, y es malo permitir que otro controle nuestro comportamiento o utilice su trato de nosotros como una excusa para nuestra respuesta. Santiago tocó esto en el 4.17: “… al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.

 

[1] Fue introducido inicialmente por J. B. Watson y refrendado
luego por B. F. Skinner, ambos en Harvard.

 

VII   El  relativismo  moral

 

Muchos, durante el proceso de su educación, han tenido que leer literatura clásica y posiblemente habrán conocido Los Hermanos Karamzov [1] y su conocido capítulo El Gran Inquisidor, tal vez uno de los más grandes jamás escrito en la literatura secular, donde Iván, el hermano brillante pero ateo, sostiene que Dios no existe. La conclusión de su argumento es: “Si no hay Dios, todo es legal”.

En esta declaración sencilla pero perceptiva resume la enseñanza del relativismo moral.

Esta visión del mundo comienza con el supuesto que no hay Dios ni ningún agente “afuera” imponiéndonos una norma del bien y el mal. Toda la moralidad y la verdad dependen de la persona y las circunstancias. Decir que algo es bueno o es malo no dice nada acerca de la acción en sí, sino de cómo usted se siente acerca de ella. Similarmente, dos personas pueden gustar un mimo helado y la una decir que es bueno y la otra que no lo es. El bien y el mal son simplemente un asunto de criterios personales.

Por supuesto, si este es el caso, entonces no tenemos la capacidad de imponer nuestras normas sobre otras, y nunca debemos pensar que “sabemos” qué es correcto o incorrecto. Sería el colmo de la intolerancia arrogante.

Uno escribió [2] recientemente: “Cualquier forma de autoridad superior debe acomodar sus exigencias a las necesidades de gente auténtica”. Esto reduce la moralidad, el bien y el mal y la ética a cuatro normas igualmente humanas:

  1. Lo que se practica Si la mayoría de la gente lo están haciendo, entonces los números por sí solos inclinan la balanza al lado de “correcto”. Esto ha impulsado mucha de la moralidad sexual de la cultura occidental en los siglos 20 y 21. Los novelistas y otros magnates de los medios proyectan la más crasa inmoralidad con la excusa que están simplemente comentando acerca del mundo como es. Pero es muy corto el salto de esta experiencia del “mundo real” a lo que se llega a aceptar como “normal”.
  2. Lo que es popular La moralidad cambia con los gustos cambiantes del día. Así como cierta ropa es la moda y luego no lo es, también los valores morales de los hombres y las mujeres cambian para ajustarse a los vientos del sentir popular. Requiere tan sólo un modelo popular del mundo de la diversión o del deporte para introducir un nuevo modo de pensar o comportarse, y pronto está de boga y es “lo que se hace”.
  3. Lo que es pragmático ¿Resulta? No importa si es inherentemente correcto o incorrecto; eso es un concepto obsoleto. El asunto ahora es si da resultados. “Resultar” puede significar cualquier cosa desde sentirse bien o ganar dinero, cualquier cosa desde el éxito en una carrera o mejorar su imagen propia. El modismo de boga, “¡A mí me resultó!” refleja este modo de pensar.
  4. Lo que es provechoso Lo provechoso está vinculado estrechamente con lo pragmático. ¿Qué provecho me trae a mí esta creencia? Si tengo que sacrificar, si tengo que “perder” algo, entonces no vale.

“Todos los juicios morales no son más que expresiones de preferencia, expresiones de actitudes o sentimientos”. [3]  Cómo nos sentimos acerca de algo dicta si es bueno o malo.

El ataque del relativismo moral sobre la moralidad y las mentes de hombres es crucial, ya que no sólo socava el fundamento mismo de la sociedad, sino que también intenta contra el primer paso en la predicación del evangelio: decir al oyente que ha pecado contra una norma absoluta promulgada por Dios mismo, y que debe rendir cuenta ante ese Dios. Es esencial entonces que veamos esta enseñanza y examinemos sus supuestos y conclusiones.

A.  Las afirmaciones estridentes del activista

Para el que aboga por el relativismo moral, es una sugerencia ridícula que “por ahí” hay una norma absoluta del bien o el mal. Se identifica con la mentalidad dinasaura, o en el mejor de los casos con el pensamiento victoriano. Hemos progresado mucho desde ese punto, quitándole a Dios su universo; ahora no tenemos que molestarnos con ideas caducas y reglas de moralidad. Dicho sencillamente: “¡Los valores absolutos son obsoletos!”

 

  1. La extraña conveniencia para sus proponentes

El relativismo moral le permite a cada individuo ser quien fija el bien y el mal. Por cuanto no hay una norma absoluta con que juzgarme, estoy libre para decidir por mí mismo. Pero, lo que es más: usted no tiene derecho de juzgarme. Yo puedo decidir por mí y usted sólo por sí mismo. Por cuanto las circunstancias determinan “la moralidad”, de un acto, un mismo acto puede ser bueno o malo para mí en circunstancias diferentes.

Así, puedo decir que tengo principios fuertes, pero también actuar en contradicción de esos principios cuando la ocasión lo requiere. Alguien ha opinado con razón: “Los americanos tienen principios fuertes, pero reservan para sí el derecho de no aplicarlos en circunstancias difíciles. Aquellos que suscriben al nuevo orden moral se aprovechan en la ida y en la venida, o sea, principios fuertes con una válvula de escape incorporada”.

No se debe subestimar la conveniencia de este modo de pensar para la humanidad, ya que le permite a la gente explicar o justificar una iniciativa cualquiera que sea. Requiere simplemente que perciban sus circunstancias como una necesidad para lo que hacen. ¿Quién entre nosotros no es experto en este tipo de gimnasia mental? Somos capaces de justificar a nuestra propia satisfacción todo lo que hacemos. Fue sólo el poder de la Palabra de Dios que nos alejó de esa locura.

C. Las consecuencias que dan mucho que pensar

En vista de que toda idea o enseñanza tiene sus consecuencias, ¿cuáles son las consecuencias inevitables del relativismo moral?

Primeramente tenemos que evitar un extremo peligroso. No todos los individuos que abrazan esta filosofía son ciudadanos descarados y rebeldes, sino que hay mucha gente muy concienzuda que procura vivir según una norma de moralidad alta. Pero esto no justifica la enseñanza. Si bien algunos viven con arreglo a una ética bien razonada y uniforme, el resultado de la enseñanza es muy diferente.

El primer resultado del relativismo moral es la defunción de la verdad. Deja de existir en su forma pura e inmutable. No tenemos “el derecho” de imponer nuestra percepción de la verdad sobre otra persona porque para él o ella la verdad puede ser muy diferente. Permitimos que cada cual defina lo que es correcto para sí y no tenemos derecho de considerar nuestros valores más justos que los suyos.

Decir que la verdad es subjetiva es reconocer que cualquier declaración sobre el tema no dice nada acerca del mismo, sino sólo exterioriza lo que yo pienso. Decir que la pena capital es mala no revela nada sobre la pena capital. Por cuanto yo he determinado que es mala con base en lo que siento del asunto, solamente se han revelado mis pensamientos, no los hechos, acerca de la pena de muerte.

Si el único criterio para “la verdad” es la honestidad de quien habla y su propio “gusto” u “opinión”, entonces piense en la genocida de Stalin o la matanza de una generación entera de parte de Mao, hechos que sobrepasan aun la solución final de Hitler. Piense en el racismo y todo otro grupo que fomenta el odio. ¿Con base en qué los llamamos “viles”?

D. El credo sinistro que apoya este sistema

Hemos visto que el fin trágico del relativismo moral es que nada es malo si la gente cree que es aceptable. El corolario es que tenemos miedo de decir que algo es vil. Hay por lo menos tres bases para el relativismo moral:

  1. La filosofía detrás del sistema  Existe un intento a equiparar la incesante búsqueda para conocimiento en las esferas científicas y técnicas con la búsqueda para la verdad en la esfera moral y ética. Por cuanto constantemente estamos descubriendo “la verdad” en la ciencia, y luego dándonos cuenta de que no es cierta o es cierta sólo en parte, nunca podemos estar seguros de tener “la verdad”.
  2. La alabanza de la mente abierta Necesariamente, en vista de esto, hay que ser tolerante. La tolerancia es de estimarse encima de la verdad. Hoy día la gente opina que la convicción y la certeza son evidencias de estrechez de pensamiento y fanatismo. Se ha escrito [4] que la mente de la mayoría de los estudiantes americanos ha llegado a estar tan abierta que es como una cloaca que recibe toda y cualquiera basura que flota aguas abajo, pero con todo está cerrada a la verdad.
  3. La penetración por parte de la educación y de los medios La mayoría de las materias en la instrucción sobre la ética enfatizan las áreas grises de la toma de decisiones. De esta manera sutil, comienzan a sembrar duda e incertidumbre en las mentes de los jóvenes y a la vez hacen un truco. La moralidad se relaciona ahora con “temas de la actualidad” como el aborto, la eutanasia, la energía nuclear, la protección de los animales y la protección del ambiente. Obsérvese qué ha sucedido. La ética se ha convertido en algo “por ahí” acerca de las noticias del día; usted es una persona moral si sus opiniones son políticamente correctas. No importa si yo abuso el ambiente con tal que esté en contra de la polución del mundo. La ética, la moralidad, ha sido transferida del individuo a temas acerca de la sociedad en general.

E.  Las señales de contradicción

Hay debilidades en tanto la conducta como las creencias de aquellos que proclaman la causa del relativismo.

El comportamiento normal de aquellos que creen en el relativismo no es una de verdadera tolerancia. El hecho es que son muy intolerantes de cualquiera que no abraza sus criterios sobre temas sociales. Si usted tiene convicciones, si asume una postura acerca de la verdad y los valores absolutos, su intolerancia se hace ver. No es un enfoque de vivir y dejar vivir antes varias opiniones.

Hay un instinto moral incorporado aun en aquellos que creen sinceramente en el relativismo. Considere el aborrecimiento casi universal de la nación ante la tragedia de las torres gemelas en la ciudad de Nueva York. Observe la conducta del relativista cuando se le cierra el paso en el tráfico o cuando no es ascendido en su empleo porque su supervisor tiene sus propias ideas de lo que es “un empleado bueno”.

La conciencia humana también testifica en contra del relativismo. Sí, algunas personas tienen una conciencia tan cauterizada que nada les molesta, pero la mayoría se excusan, racionalizan o echan la culpa sobre otros cuando se les confronta con su propio mal.

Pero en realidad nadie vive uniformemente como si creyera en el relativismo moral. Nadie quiere ser la víctima de la subjetividad de otro. Sin embargo, es la debilidad en los argumentos por el relativismo que a fin de cuentas atesta un golpe mortal a este modo de pensar. Dos afirmaciones subjetivas pueden ser “ciertas” pero contradecir la una a la otra. Según este razonamiento, nada es falso.

Si la moralidad es subjetiva y yo la determino, entonces el hombre ha dejado de descubrir el bien y el mal, sino él mismo decreta qué es bueno y qué es malo. Cada cual se convierte en su propio dios.

Al decir que no hay ningún valor absoluto, uno está afirmando que hay por lo menos un absoluto – a saber, ¡que no hay tal cosa! Uno se contradice a sí mismo. Si permitimos uno solo, una verdad no contradicha, ¿entonces quién va a decir que no hay más?

Si el relativismo es cierto, entonces el aprendizaje ha llegado a su fin. Para aprender, usted tiene que reconocer que necesita saber algo. El aprendizaje corrige ideas y creencias erradas (pero usted no las tiene).

Un intento a circunvalar el tema de sólo un valor absoluto fue aquella iniciativa fallida de Joseph Fletcher y otros al introducir el amor como el único absoluto. Esto dio lugar a la idea que el amor es la ley suprema y otros principios pueden ser descartados si no aportan a ese fin. ¿Pero con qué base se escogió el amor como el solo valor absoluto? Tiene que haber alguna otra norma con la cual juzgar que el amor es la ética definitiva. Si la hay, entonces aquella norma es superior al amor. Y así el argumento pica y se extiende.

F.  La confirmación bíblica de los valores absolutos

Los valores absolutos no pueden existir sin Dios. No pedimos excusa por creer en la ética revelada; Dios nos ha revelado qué es el bien y qué es el mal. Esto no niega que hay áreas grises y áreas donde puede haber un dilema o una dificultad moral. No permita nunca que un número minúsculo de dilemas morales ofusquen la realidad de directrices y ética claras de la Palabra de Dios. El problema no está en la revelación de Dios sino en nuestra capacidad para entender y aplicar lo que Dios ha revelado.

  1. El caso de Génesis 1 Dios contempló la creación y dijo que era buena. Mucho antes de haber hombres para pronunciar juicio, o comités para estudiar, o moralistas para postular sobre el asunto, Dios dijo que había ciertas cosas buenas y ciertas cosas que no eran buenas. Se ve que la evaluación definitiva era de parte de Dios y no de hombres. El bien es, en un sentido, una extensión de la naturaleza de Dios. Es lo que se conforma con su voluntad y su Palabra.
  2. Las afirmaciones de Cristo No se puede dar una razón mejor para los valores absolutos y la verdad que la del hecho que el Señor Jesús declaró ser “la verdad”. La verdad no debe admitir cambio si va a ser incorporada en una persona que no cambia. Es algo que se puede conocer, no algo nebuloso que uno nunca puede esperar captar. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, Juan 7.17, 8.32. Esto no quiere decir que alguna vez vamos a saber todo la verdad, sino que podemos saber con certeza la verdad como está revelada en él. “No habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús”, Efesios 4.21.

Negar la evidencia de los valores absolutos, de la verdad, es negar lo que Cristo dice, y en el fondo negar su Persona.

 

[1] Fyodor Dostoyevsky

[2] Alan Wolfe, Moral freedom

[3] Alasdair MacIntyre, After virtue

[4] Allan Bloom, The closing of the American mind

 

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