Servicio a tiempo completo (#857)

En la obra del Señor a tiempo completo

 

                                Llamado por el Señor y guiado por el Espíritu

                                Quienes sirven a tiempo completo

                                El siervo del Señor

                                Lecciones que aprendí en el servicio de Cristo

                                El evangelista y la iglesia

                                La distinción entre evangelista y maestro

 

                       Llamado por el Señor y guiado por el Espíritu

 

  1. B. Gilbert, Tennessee, E.E.U.U.;
    Light and Liberty, marzo 1960

 

Si creemos que Dios envía hombres y mujeres a servirle en diferentes partes y de diferentes maneras, tenemos que creer también que tiene un propósito para cada uno de nosotros. Él escoge antes de llamar, y luego el Espíritu guía conforme a su suprema voluntad. Si nuestro servicio no está acorde con esta dirección divina, será inadecuado en el mejor de los casos. Es de temer que demasiado servicio se presta por voluntad propia.

Dos ejemplos bíblicos

Cuando Pablo y Bernabé fueron enviados en una misión especial, el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y Saulo para la obra a que los he llamado”, Hechos 13.1. La dirección del Espíritu se hizo saber “ministrando éstos al Señor”. La lección es que debemos pasar mucho tiempo en la presencia de Dios si queremos conocer la voluntad suya.

Bernabé era creyente antes de Pablo. Nuestras primeras noticias de él son que tenía una heredad y la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles. Él estaba en Damasco cuando Saulo/Pablo fue salvo. Oyendo el testimonio del creyente nuevo, le presentó a la asamblea en Jerusalén, y después a la asamblea en Antioquía.

Antes de salvo, Saulo era enemigo de Cristo y perseguidor de los cristianos, quien conoció al Señor en el camino a Damasco y le entregó su vida de un todo, preguntándole: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Desde aquel día se llamaba a sí mismo el siervo o esclavo de Jesucristo. El Señor le dijo a Ananías, quien le bautizaría: “Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre … porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”, Hechos 9.

Pablo y Bernabé sirvieron al Señor en tres iglesias locales —Damasco, Jerusalén y Antioquía— y este aprendizaje les preparó para servirle en lugares distantes y campos nuevos. Enseñaron a otros, y no debemos dudar de que aprendieran de otros también. La aplicación práctica de las verdades en su lugar de residencia les capacitó para servir después entre otros pueblos.

 

La senda que nos es marcada    

Una vez convertido, el cristiano tiene que ser enseñado que Dios tiene un propósito para su vida, e incumbe a cada cual discernir qué es ese propósito. Mientras tanto, debe prepararse para cada buena obra mediante los dones que el Señor ha dado a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio.

Tenemos que aprovecharnos de la sana instrucción en la Palabra de Dios, el evangelio y la vida cristiana, sea ésta instrucción la de nuestra asamblea, de conferencias y otras actividades similares entre el pueblo del Señor, o los buenos libros y revistas de enseñanza bíblica. Aprender, servir y crecer es el proceder que corresponde a cada creyente.

Aprender que no somos nada

Es importante que cada creyente pase mucho tiempo en la presencia del Señor para descubrir su propósito para uno. Cuando Isaías vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, él exclamó: “¡Ay de mí! … siendo hombre inmundo de labios …” Luego escuchó una voz que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Isaías respondió: “Heme aquí, envíame a mí”.

Cuando Job fue llevado a la presencia del Señor, dijo: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”, Job 42. Después de esta experiencia Dios pudo encomendarle el doble de lo que había tenido antes.

Pedro pudo pescar a los hombres una vez que se había caído de rodillas ante Jesús y clamado: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”, Lucas 5.8.

Pablo, realizada ya su experiencia en el camino a Damasco, escribió: “La comisión me ha sido encomendada”, 1 Corintios 9.16. Su servicio no fue al azar, ni debe ser el nuestro cuando Dios ha planificado nuestra vida.

Leemos que el conocimiento envanece, pero la verdad aprendida en la presencia de Dios producirá la adoración. Debemos llevar en mente siempre las palabras del Señor Jesús, quien dijo: “Apartados de mí, nada podéis hacer”.

La adoración conduce al servicio

Las dudas que tenía Tomás desaparecieron cuando vio al Señor resucitado y le reconoció como su Señor y Dios. Saulo de Tarso fue conducido a presentar su cuerpo en sacrificio —su “culto racional”, o devocional— cuando vio el rostro del Señor Jesús ascendido y vivo. Esteban se regocijó ante la muerte al ver los cielos abiertos y Jesús que estaba sentado a la diestra de Dios. Clamó, diciendo, “Señor Jesús, recibe mi espíritu”.

María de Betania se sentaba a los pies de Jesús, y oía su palabra. Supo qué hacer, y lo hizo sin contar el costo. El apóstol Juan fue puesto en la presencia del Señor y cayó como muerto a sus pies, Apocalipsis 1.17, antes de escribir su visión.

El mismo Señor nos ha prometido: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”, Juan 14.18. Dijo: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré a él, y me manifestaré a él”, Juan 14.18,21. No son palabras huecas, y mientras más conozcamos al Señor personalmente, más podremos hablar de y para Él.

El Señor no cambia con el tiempo. La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto, Salmo 25.14. “Vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra”, Hebreos 2. 9. Nos fortalecemos “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Él sufrió la cruz, menospreció el oprobio y se sentó a la diestra de Dios.

Pablo pudo decir que le conocía a Él y al poder de su resurrección, Filipenses 3.10, y que sabía a quién había creído, 2 Timoteo 1.12. En la medida en que andemos por fe, y no por vista, nos sostendremos como viendo al Invisible.

Hemos sido y somos llamados por el Señor. Que seamos guiados, cada uno en su servicio, por el Espíritu Santo.

 

Quienes sirven a tiempo completo

 

  1. S Loizeaux, Nueva York;
    Light and Liberty, marzo 1958

La calificación

Hay dos requerimientos para que uno sea mantenido económicamente por el pueblo del Señor: un don especial y una devoción palpable. No puedes esperar que los creyentes costeen tus gastos si no puedes hacer la obra del Señor de una manera más amplia o más efectiva que los que trabajan en su empleo y también dedican tiempo a servir en las cosas espirituales.

Un predicador que gana almas para Cristo es un verdadero evangelista; un maestro que construye asambleas, o un pastor que realmente cuida al pueblo del Señor. Es claramente uno llamado por Dios, y son estas personas las que deben ser mantenidas por las ofrendas de los santos. El Señor enunció el principio que aplica: “El obrero es digno de su salario”, 1 Ti-moteo 5.18.

La preparación

Algunos han pensado que todo lo que se requiere es una facilidad de expresión y un deseo de predicar. Ellos hablan de los apóstoles como “hombres sin letras” pero se olvidan de que aquellos hombres recibieron instrucción personal por tres años bajo el más dotado de los predicadores, el propio Hijo de Dios. Se olvidan también de que los maestros que han dejado hermosos legajos doctrinales y devocionales para la Iglesia eran hombres que se dedicaron con gran disciplina propia a los estudios, tanto en lenguas y otras especialidades como la Palabra de Dios.

Dirás que ha habido excepciones. Sí, pero éstas han sido entre hombres que se limitaron a una evangelización rudimentaria o han suplido su falta de preparación mediante esfuerzos extraordinarios en la lectura de las Escrituras. Aparte de todo lo demás, ¿sabes usar bien tu propio idioma? Si aspiras a servicio en la obra del Señor, pregúntate cómo te has preparado.

La aprobación

Es contraproducente emprender esta forma de servicio sin el beneplácito de tus hermanos en la fe. Es cierto que “a Cristo el Señor servís”, Colosenses 3. 24, pero es igualmente cierto que somos miembros el uno del otro, Efesios 4.25. Bernabé y Saulo fueron separados o desprendidos por la asamblea en Antioquía para la obra que el Espíritu Santo les había asignado.

La autoridad para predicar la Palabra viene del Señor y no de una ordenación humana, Juan 15.16. Es evidente a la vez que un legítimo llamamiento de Dios encuentra, tarde o temprano, cierto eco en creyentes de discernimiento que conocen la trayectoria de aquel que el Señor quiere usar.

Si eres sabio, vas a ganar el respeto de tus hermanos en la fe y escuchar los consejos que te ofrezcan. No pocos de los que han salido a la obra sin contar con este respaldo, han resultado ser obreros insatisfactorios, bien por encontrarse en disputas frecuentes, o bien por el poco fruto que ven en su labor.

La dependencia

Hemos venido comentando el lado humano del asunto. El lado divino es que nada lograrás si el Espíritu no obra en ti. Nuestro Señor fue enfático: “Separados de mí, nada podéis hacer”, Juan 15.5. Una verdadera dependencia del Señor y en la dirección del Espíritu Santo es esencial en esta obra que haces o aspiras hacer. La oración habitual caracteriza a cada siervo que es usado grandemente de Dios. La razón es sencilla: la obra es de Dios; no es tuya ni mía. Él emplea medios humanos (si quiere) pero es Él quien obra.

Conocí de cerca a cierto cirujano en la ciudad de Baltimore que gozaba de mucha estima en su profesión por ser un pionero en técnicas de cirugía. El diseñó varios instrumentos y cambió radicalmente la forma de otros. Eran finos y llamativos. El punto que quiero enfatizar es que eran inútiles en las manos de sus colegas hasta que les instruyó en su uso.

Pablo describe de esta manera lo que debe ser la ambición tuya: “Será instrumento para honra; santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra”, 2 Timoteo 2. 21.

La medida

Cada uno de los siervos de Dios está dotado de uno u otro don, pero cuenta con solamente una determinada medida de don y una determinada medida de fe para usar el don que Dios le ha encomendado. La sabiduría de un siervo se manifiesta en su reconocimiento de los límites de su don y en no intentar lo que no puede o lo que su medida de fe no le permite.

Tu don irá en aumento a la par con el uso del mismo. “Al que tiene le será dado”, de manera que la medida no debe ser fija. El servicio para Dios no es estático ni mecánico; es una parte viva y creciente de la personalidad del obrero.

No debe haber descontento ni celos en tu servicio para Cristo. Cada uno tiene su lugar ordenado por Dios, quien “ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba”,
1 Corintios 12.24. Un siervo del Señor me dijo: “Tengo paz y gozo en la obra, ahora que he desistido de intentar ser una gran cosa”.

El nicho

Cada cristiano ha sido encomendado por Dios para llevar a cabo una cierta obra que tiene una importancia eterna. Tú debes descubrir lo que ha seleccionado para ti, y es esencial que te ocupes en aquello. Los resultados serán eternos, y es necesario que canalices hacia otros los beneficios recibidos.

Dios no tiene favoritos. Somos todos igualmente preciosos ante Él, y cada uno ha sido creado en Cristo Jesús para buenas obras, para que anduviésemos en ellas, Colosenses 2.10.

¿Estás haciendo lo que Dios tiene planeado para ti?

 

El siervo del Señor

 

  1. L. Norbie, Estados Unidos de América;
    Light and Liberty, enero 1958

 

Todo creyente es un siervo [doulus, esclavo] de Dios, Romanos 6.22, y uno siente esta relación de una manera especial si dedica todo su tiempo a la obra de Dios. Encontramos a Pablo refiriéndose a sí mismo como un siervo de Jesucristo, Romanos 1.1; Pedro llamándose un siervo y apóstol de Jesucristo, 2 Pedro 1.1; y, Juan diciendo que era “su siervo Juan”, Apocalipsis 1.1. Ellos se gloriaban en su esclavitud, rehusando la servidumbre de hombres, Gálatas 1.10. Lejos de halagar los oídos de hombres, se dirigían al corazón, 2 Timoteo 4.3, Hechos 2.37.

El llamamiento

El llamado a esta obra debe venir del Señor a quien uno servirá. Tal vez esto parezca obvio, pero para muchas personas es asunto de escoger una carrera, algo como uno decide ser carpintero o abogado. Algunos son atraídos “al ministerio”, o disuadidos, por la remuneración, el prestigio o el estilo de vida.

El siervo de Dios debe ser llamado por Dios. Sería un desatino emprender una labor acongojante, 1 Corintios 4.9 al 13, sin haber oído resonar en el fondo del alma las notas de la trompeta de Dios. Faltando una convicción profunda de la voluntad de Dios, uno llegará a abandonar la labor emprendida.

Pueden variar las circunstancias de entre las cuales Dios aparta a sus siervos. Moisés apacentaba ovejas, Gedeón sacudía el trigo, Samuel atendía silenciosamente en el tabernáculo y Eliseo araba en el campo, pero cada uno escuchó el llamamiento a servir de una manera superior al Dios vivo.

Esta convicción fue tan firme que Moisés pudo resistir a Faraón, Gedeón y los suyos pudieron derrotar a un ejército, y Amós pudo negar doblegarse ante el rey y su religión organizada. Las palabras de Amós expresan esto vigorosamente: “No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres. Y Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Vé y profetiza a mi pueblo Israel”, 7.14,15.

Dios puede confirmar este llamado suyo por señales como en los casos de Moisés y Gedeón. El llamado puede ser fortalecido por el consejo piadoso de un Pablo a un Timoteo, Hechos 16.3. Sin embargo, puede ser que no haya señales confirmatorias, sino sólo este reconocimiento interior de la voluntad de Dios como en el caso de Jeremías: “Había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”, 20.9.

Bienaventurado el siervo de Dios que está seguro de su llamamiento, tan así que puede hallar su origen en la eternidad pasada en los consejos de Dios. Pablo pudo decir: “Dios … me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia”, Gálatas 1.15. El tal siervo se gloriará juntamente con Pablo en las adversidades por amor a Cristo, 2 Corintios 12.10.

La recomendación

El esclavo de Dios sale conforme su Maestro le dirija. No hace falta la autorización de sus prójimos. Moisés no solicitó el permiso de los ancianos de Israel; les dijo simplemente que Dios le había llamado y Dios les iba a liberar, Éxodo 4.29,30. A lo largo de los años los siervos de Dios han seguido este mismo patrón de conducta. El siervo entrega su mensaje y realiza su misión con la autoridad de Dios tras él. Las Escrituras desconocen una ordenación de hombres para oficiar en asuntos eclesiásticos.

Es bueno cuando el pueblo de Dios reconozca este llamamiento y lo apoya, como cuando los ancianos de Israel creyeron a Moisés, Éxodo 4.31. El pueblo de Dios debe conformarse con los propósitos que Él tiene, y dejar que el siervo se dedique a su servicio con la comunión suya, Hechos 13.3. Pablo salió con Silas, “encomendado por los hermanos a la gracia del Señor”, 15.40.

Los siervos del Señor no tienen autoridad alguna de por sí. No hay un status “oficial” asociado con su obra. El mensaje que entregan, si es de Dios, vibra con una autoridad que es de Dios y no del portavoz. El siervo es simplemente “la voz de uno que clama en el desierto”. Como dijo Pablo: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”, 2 Corintios 4.7.

Al viajar de lugar en lugar, los cristianos portaban cartas de recomendación para identificarse ante otros cristianos, 2 Corintios 3.1. El siervo del Señor llevaba carta también, y ésta en nada se distinguía en carácter de la carta de otros. No le otorgaba alguna autoridad, ni obligaba a otros a darle sostén. Como era para otros, le era una carta de presentación, Hechos 18.27, y a lo mejor contenía referencia a lo provechoso de su labor, Romanos 16.1,2.

El control

La dirección y el control del siervo son de parte de su Maestro. El que llama es el que dirige y capacita también. Este hecho, desde luego, hace que el siervo dependa de un todo del Dios viviente, y es contrario a la carne. La carne clama por cosas tangibles en las cuales puede depender; es su naturaleza propia. La fe, al contrario, goza de lo invisible y de las realidades espirituales.

La carne considera necesario contar con una organización, una junta coordinadora, un grupo de patrocinantes y muchas cosas más. La fe se agrada por contar con Dios, el Dios de los cielos y la tierra, el Todopoderoso. Es a Él que la fe se dirige para dirección, poder espiritual y las cosas necesarias de esta vida.

La asamblea no controla al siervo del Señor, sino que él mira a Dios para su orientación. ¡Cuán impropio hubiera sido si Pablo, comisionado por el Espíritu Santo, Hechos 13.4, hubiese escrito a Antioquía para pedir instrucciones sobre sus viajes misioneros! ¿Acaso el Dios que le llamó no sabría dirigir los pasos de su hijo dependiente de Él? ¿El Dios de Israel que sacó a su pueblo de Egipto no sería también la guía de ese pueblo hasta la tierra prometida?

Pablo experimentaba la delicia de la orientación divina mientras se desplazaba, Hechos
16.6 al 10. Hubo flexibilidad en su servicio; él emprendía actividades a medida que Dios se las revelaba.

Una asamblea debe juzgar los pecados morales, 1 Corintios 5.11, como también la falsa doctrina fundamental que se halle en cualquier creyente, 2 Juan 9 al 11. El siervo del Señor que cae en pecado debe ser disciplinado como los demás creyentes también. El mensaje de uno que está en la obra del Señor no debe ser aceptado a ciegas. Abundan los falsos profetas y uno debe medir el mensaje a la luz de la Palabra de Dios, Isaías 8.20, Hechos 17.11.

Otros siervos del Señor no están autorizados a dar órdenes ni directrices a uno que está en el servicio de Dios. No hay jerarquía ni rango entre ellos; todos son simplemente “hermanos”, Mateo 23.8. Deben trabajar en armonía, esforzándose cada cual al fin de agradar al Maestro y atento cada uno a captar directamente de él las instrucciones para sí. Pablo hace referencia a Tito como su “compañero y colaborador”, 2 Corintios 8.23. Este espíritu de cooperación y compañerismo debe prevalecer entre los siervos.

Es posible que uno menor en edad pero mayor en experiencia se encuentre obligado a exhortar a otro, como cuando Pablo resistió la iniciativa de Pedro, Gálatas 2.11. La exhortación es positiva cuando está respaldada por las Escrituras, pero no hay cabida para la autoridad humana.

Los recursos

Las finanzas constituyen un instrumento de control sobre las personas. Si una asamblea o un hombre se compromete a proveer todos los fondos para determinado individuo, ese siervo tiende a servir a aquella congregación o aquel hombre. Él llega a confiar en ese grupo o aquel creyente y a complacerles para que el flujo de dinero se mantenga. O sea, la tendencia es de agradar al prójimo.

La senda bíblica es que el obrero salga a la obra sin acuerdos en cuanto a la provisión de fondos, confiando sólo en Dios para su sostén. Dios puede ejercitar a su pueblo para que atienda a las necesidades profanas o materiales de su siervo. Si a veces éste se encuentra obligado a trabajar con las manos, no hay estigma asociado con esta alternativa, Hechos 18.3. Tampoco conviene al siervo quejarse por “una falta de apoyo;” una actitud de esta índole da a entender que él confía en sus semejantes para el suministro de sus recursos

Pablo recibía de individuos, Hechos 16.15, y de asambleas, Filipenses 4.15. Nunca solicitaba fondos y nunca se quejaba por no tenerlos. El obrero del día de hoy hace bien en imitarle.

Bienaventurado el que sirve con una convicción vibrante del llamamiento de Dios y la feliz comunión del pueblo del Señor a la vez, dependiendo del Dios viviente para su dirección, capacitación y manutención. Él podrá decir: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio”, 1 Timoteo 1.12.

 

Lecciones que aprendí en el servicio de Cristo

 

 Henry Fletcher; nació en Hamilton, Canadá

 

Enrique Fletcher llegó a Venezuela en 1916 y sirvió por doce años en la obra del evangelio en el Yaracuy, en Carabobo y otras partes. Fue él, por ejemplo, quien construyó la residencia en Avenida 105 (Calle Anzoátegui) en Valencia. Se esposa y él estuvieron otro tanto de años en Puerto Rico, hasta que asuntos de salud les obligaron a restringir su servicio al Canadá. En 1950 él añadió las observaciones siguientes a un escrito sobre cómo fue salvo:

En mi servicio para Cristo he aprendido estas lecciones, entre otras, y humildemente las resumo para el provecho del lector:

 

1   Dios honra las oraciones y la influencia piadosa de los padres.

2   La obra de la escuela dominical, y otros esfuerzos entre niños y adolescentes, no son en vano. Esta forma de ministerio exige sacrificio; muchos creyentes lo tienen en poco; pero a su tiempo da su fruto.

3   Dios entrena sus servidores en el hogar, en su empleo diario y en la asamblea. Oportunamente, abre el camino para que le sirvan a tiempo completo, o de otra manera, si Él lo desea.

4   Dios sostiene en lo económico a los que le sirven a diario en su obra, sin que perciban salario ni hagan saber a los demás su necesidad. Su oído está atento. Salí a la obra del Señor sin nada, y mi testimonio ahora es que Él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.

5   Dar al Señor proporcional y sistemáticamente es la regla bíblica, y trae gran bendición a quienes la practican. Las manos de un evangelista, u otro servidor del Maestro, se fortalecen en más de una manera cuando recibe un aporte personal y directamente de otro creyente.

6   La juventud es la época para los esfuerzos pioneros. Si uno no lo hace cuando joven, es muy dudoso que lo haga cuando las fuerzas sean debilitadas. Yo contaba con veintiún años cuando comencé a evangelizar lejos de las sendas conocidas a mi asamblea.

7   No hay por qué apresurarse en cuanto al matrimonio. El casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer. Particular-mente, probé al Señor por cuatro años en su servicio antes de tomar este paso crucial en mi vida.

8   Uno debe servir al Señor, andando bajo el ojo suyo y sujeto a la Palabra suya, y no al hombre. Recién entrado en el ministerio del evangelio, recibí de un hombre mayor el consejo de huir de cuestiones partidistas, de ser sincero en mis actuaciones, de observar a los piadosos entre el pueblo de Dios. Comparto ahora lo que dijo: “Lo demás no importa”. No hagamos nada por contienda ni vanagloria; miremos cada cual también por lo de los otros.

9   El Espíritu Santo está empleando la predicación sencilla de su Palabra para salvar las almas y para establecer y mantener sus testimonios. Es una falacia pensar que el patrón del Nuevo Testamento no basta, o no es de un todo aplicable, para ciertas razas o algunas clases de gente. Prediquemos la Palabra; practiquemos la Palabra; dejemos los resultados con Dios.

 

El evangelista y la iglesia

 

Assembly Testimony, número 101,
tomado de un número viejo de The Believers Magazine

 

El evangelista no es el servidor de la asamblea, ni confía en ella para su sostén, ni recibe de ella sus órdenes para el trabajo. Es siervo del Señor no más, y a Él tiene que rendir cuenta. Con todo, tampoco es un agente libre, un hombre sin obligación a nadie, yendo dondequiera y haciendo lo que quiera sin considerar a los demás. El evangelista, como todos los otros ministros de Cristo, está en la iglesia de Dios y es de la iglesia, sujeto a su gobierno y, si tal llegue a ser el caso, sujeto a su disciplina.

Si su servicio se realiza según Dios, saldrá del seno de la iglesia local con su sincera comunión, Hechos 13.4; seguido por sus oraciones; y volverá a ella una vez realizada sus labores del momento, para compartir con ella sus experiencias, contando lo que el Señor ha hecho con su ministerio, Hechos 14.27.

Al respetar estas pautas sencillas, dejadas ellas para nuestra dirección, no habrá gran peligro del aislamiento, o de una falta de comunión, ni carencia de comunión con el evangelista en sus labores. No habrá falta de interés en sus convertidos, y menos será la posibilidad de que el mismo evangelista se desvíe a modalidades de servicio y asociaciones que no concuerdan con las Escrituras.

El evangelista, al asociarse con la asamblea, está al mismo nivel que sus hermanos como adorador y comparte con ellos los privilegios y las responsabilidades de la asamblea local de la cual forma una parte. Pero no le corresponde intervenir en las cuestiones internas de una asamblea, o en asuntos de disciplina y afines, en los lugares donde labora por una temporada. Si esto fuera observado con mayor cuidado de parte de hermanos que visitan en uno y otro lugar en el servicio del evangelio y en la enseñanza, habría menos contención y disputas, y posiblemente más poder en la Palabra para santo y pecador.

Tampoco debe sobrepasar en su deseo de ver bautizados a los que han creído, contándoles como fruto de lo que él ha hecho. Aquellos que tienen la responsabilidad pastoral en la respectiva iglesia local pueden responder por esto mejor, y con más equilibrado discer-nimiento, de lo que puede el hombre que los ve por escasas semanas y sabe poco de sus vidas en el hogar y en el mundo.

 

 

 

 

 

 

La distinción entre evangelista y maestro

 

            Norman Crawford, Estados Unidos
 Truth & Tidings, junio 1986

 Un problema: El ministerio pobre

Sufrimos por una gran carencia de hermanos con capacidad de dar enseñanza.

Se oye a menudo de deficiencias en el ministerio dado en nuestras conferencias, y tenemos que reconocer que las hay. A la vez, debemos tomar ánimo por lo bueno que se oye también. Con todo, han habido ocasiones cuando las personas responsables por una conferencia han confesado al final de la misma que dudaban que haya justificado el trabajo y costo involucrado, tanto para la asamblea anfitrión como para los creyentes que viajaron para asistir a la misma. Sabemos que Satanás es presto para aprovechar cualquier desaliento como herramienta que pueda usar en perjuicio nuestro, pero a la vez nos es conveniente enfrentar estos problemas, por dolorosos que sean.

Muchos creyentes se reúnen en las conferencias en busca de alimento espiritual, estímulo, crecimiento, exhortación y consuelo, pero son demasiado frecuentes las veces que estas necesidades quedan insatisfechas. Sin embargo, hemos aprendido que lo que parece ser inapropiado a uno puede ser de ayuda a otro. Por esa ayuda, damos gracias a Dios. Hay hombres que cuentan con una larga carrera de fidelidad al Señor y a su pueblo, y por esto sus palabras tienen peso.

Tenemos que ser justos en nuestras evaluaciones, y no pintar de negro todo el cuadro. Esta es una tendencia peligrosa cuando intentamos corregir un mal. Es más, nosotros que somos mayores tenemos que cuidarnos de pintar dorado todo lo que sucedió en el pasado y decir que todo es negro ahora. Nuestra tendencia es de recordar lo mejor del pasado lejano y olvidarnos del resto. Hay mucho que nos anima hoy en día, y mucho por lo cual debemos alabar a Dios y tomar aliento. Más son las bendiciones que los problemas, pero con todo estamos en el deber de enfrentar la realidad.

 

La vasta necesidad no puede ser atendida por sermones que muchas veces resultan ser deficientes en su contenido espiritual; meros temas tópicos, generosamente condimentados con opiniones personales y anécdotas que han sido contadas múltiples veces. Estos sermones, por demás inadecuados, parecen haber sido ensamblados al estilo de un mensaje para el culto de predicación del evangelio y a la vez carecen de exposición bíblica.

Es trágico cuando no hay alimento espiritual para fortalecer al pueblo del Señor, hay poco para alcanzar nuestra conciencia y menos aun sobre el Señor Jesucristo que toque el afecto de los oyentes. A menudo en las conferencias se usan las Escrituras sin prestar atención al contexto o el sentido del pasaje, dando lugar a dudas de que si el que habla sabe qué quieren decir los versículos que emplea.

Todos sabemos que este estado de cosas dista mucho del estándar de enseñanza de la Palabra de Dios como lo encontramos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. En los tiempos de Esdras los levitas leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que los oyentes entendiesen la lectura; Nehemías 8.8. Timoteo procuraba con diligencia presentarse a Dios aprobado, como obrero que no tenía de qué avergonzarse, usando bien la palabra de verdad.

Otro problema: Una clerecía

Un aspecto más grave de este problema es que está tomando cuerpo entre nosotros una tendencia hacia la clerecía. Hemos optado por ser ciegos y sordos. Todos deploramos la idea de oficiales y funcionarios entre el pueblo de Dios, negando que aceptamos que algunos asuman puestos de honor, criticando acerbamente el concepto de cleros y laicos, el cual el Señor aborrece. [La referencia es al Apocalipsis 2.6,15; nicolaítas significa “conquistadores del pueblo”.] Pero estamos en peligro de desarrollar un esquema clérigo. Esto queda evidente en conferencias grandes cuando hay presentes varios hombres que han sido encomendados a la obra del Señor.

En algunos lugares ha llegado ser la costumbre que estos evangelistas —aun sin prestar mucha atención a su edad, experiencia o don— se levantan a tomar parte en las reuniones de ministerio, cada uno en su turno. No estamos diciendo que de hecho un predicador del evangelio no tiene don de enseñanza; hay ejemplos en el Nuevo Testamento donde un mismo hombre contaba con ambos dones. Pero vamos a dejar muy en claro que se tratan de dones distintos.

Hay en nuestro medio hombres que gozan de respeto y son pastores y maestros calificados que ministran la Palabra de Dios en sus respectivas asambleas y en congregaciones vecinas. “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: “No pondrás bozal al buey que trilla …”, 1 Timoteo 5.17 al 19.

¿Por qué pensar que un hombre menor en edad tendrá precedencia sobre otros de mucha experiencia y mayor don, sólo porque él fue recomendado por su asamblea a desempeñar la obra de evangelista? ¿Acaso el hecho de estar en la obra del evangelismo le otorga un puesto o cargo que lleva consigo el derecho de acceso a la plataforma en una conferencia? Algunos lectores pensarán en este momento que intento abrir la puerta a cualquiera, pero pido que prosigan en su lectura.

Hacia una solución

Si nuestro problema admitiera una solución sencilla, no hubiera perdurado tanto ni causaría tantísima preocupación entre ancianos a lo ancho del continente.

Primeramente, tenemos que rechazar cualquier pensamiento en torno del oficialismo. Con el Nuevo Testamento abierto ante nuestros ojos, no podemos aceptar la noción de una clase autorizada de “predicadores” (o “siervos”, como dicen en algunas partes).

Hay tres cualidades que sí reconocemos de todo corazón: la santidad, la experiencia y el don. Sin embargo, por cuanto abundan hermanos que cuentan con buen testimonio y larga experiencia en la escuela de Dios pero carecen de capacidad para la instrucción pública, mucho gira en torno de este asunto del don. Conforme no creemos que cualquiera puede ministrar, tampoco creemos que uno solo puede ministrar.

¿Quién reconoce el don en su hermano? Esta es una pregunta clave. Ninguno es juez de su propia capacidad. Uno puede ser de vida sana, tener ejercicio, trabajar con celo y ver la bendición de Dios sobre sus labores, pero no ser aceptable como maestro de los creyentes. El don de uno lo evalúan otros que tienen don; 1 Corintios 14.29 al 33. Los pastores calificados, que aman a las ovejas, pronto se dan cuenta de que si otro está en condiciones de alimentar al rebaño.

Aquellos que, actuando en su capacidad de ancianos, organizan conferencias y tienen un ejercicio profundo que éstas sean ocasiones de rica bendición para el pueblo de Dios, deben evaluar el don de los hombres que intervienen en las reuniones. Si ven que el tiempo ocupado por un hermano no es provechoso, en parte o de un todo, entonces estos ancianos tienen la responsabilidad delante de Dios de informar al ofensor de una manera cortés.

Posiblemente tendrán que decirle que ocupe menos tiempo, o que sería preferible que su ministerio fuere dado en conferencias pequeñas o en otro tipo de reunión. Posiblemente tendrán que decir a uno que su ministerio es de un todo carente de provecho, o decir a un hombre joven que Dios le está preparando para mayores cosas más adelante pero por el momento le conviene ir poco a poco.

¿Los hermanos pueden hacer esto?

Deben hacerlo; si no, no están llevando a cabo la Palabra de Dios. Los ancianos son responsables ante Dios para apacentar la grey de Dios, 1 Pedro 5.2 al 6. Ellos mismos deben apacentarla y deben estimular a otros hacerlo, 2 Timoteo 2.2. Les incumbe animar a quienes son capacitados y refrenar a aquellos que quisieran adelantarse pero no cuentan con la espiritualidad o capacidad. Esta prohibición es aplicable a todos: siervos en la obra a tiempo completo, y otros; mayores y jóvenes. Es una responsabilidad solemne, y es un reto para los ancianos en vista de la magnitud del problema hoy en día.

Otro enfoque

Los hermanos que ministran la Palabra al pueblo del Señor no son una ley para sí. No hay tal cosa como decir uno que él está bajo la dirección del Espíritu Santo y por esto puede hacer caso omiso del consejo de los ancianos. Cuando no se trata de un asunto de doctrina, debemos estar sujetos. Las instrucciones sobre el servicio del diácono, 1 Timoteo 3.8 al 13, aplican a nosotros que estamos dedicados a la obra del Señor. Aun cuando Pablo y Bernabé estaban tan lejos en Antioquía de Pisidia, ellos todavía iban a dar cuenta a su asamblea en Antioquía de Siria, y en Jerusalén.

Voy a hacer una sugerencia. Si la aplicamos correctamente, podría ser una manera de enfrentar el problema. Cada uno de nosotros es propenso a pensar que el problema está con algún otro y que nuestro propio ministerio es muy aceptable. ¿Cómo lo sabremos?

Si uno suele tomar parte en el ministerio en conferencias, preguntemos al comienzo de cada conferencia si sería conveniente o no intervenir en los cultos por delante. No debemos preguntar a un amigo quien sin duda dirá que sí; debemos preguntar a los ancianos en conjunto. Mejor, esos ancianos de la asamblea o las asambleas responsables, harían bien en decírselo a uno. Si ellos no toman esta iniciativa, preguntémosles: “Creo tener un mensaje del Señor. ¿Conviene o no que yo intervenga en los cultos de ministerio?”

Preguntemos y esperemos respuesta. Nunca debemos levantarnos a tomar parte porque pensamos que nos toca el turno. Es hora de considerar todo este tema de la dirección del Espíritu Santo. Si uno piensa que la tiene, y hermanos espirituales piensan que no la tiene, algo está mal.

Dos prácticas

Una solución es la del estudio bíblico en las conferencias, y éstos han resultado provechosos. Cuando un hermano capacitado abre la discusión, un estudio puede servir para realmente señalar el sentido del pasaje o tema. Ningún hermano puede sentirse excluido de participación en el intercambio de ideas, si es que tiene buen testimonio en su propia asamblea.

Por supuesto, algunos estudios han resultado ser demasiado teóricos, careciendo de una aplicación práctica de las verdades bajo consideración. Cualesquiera las causas de las deficiencias en algunos estudios bíblicos, busquémoslas y hagamos un esfuerzo unido para vencerlas.

En algunas partes se limita el ministerio a los hermanos previamente invitados. O sea, se practica en las conferencias la llamada “plataforma cerrada”.

Generalmente esta práctica de participación sólo por invitación es consecuencia de abusos sufridos en el pasado: o sea, tiempo de los creyentes malgastado y su confianza abusada por algunos hombres que no han debido intervenir en el ministerio público. Los hermanos responsables han llegado a la conclusión que la decisión de varios debe contar con más dirección del Espíritu que la de uno solo.

Es un razonamiento sano, ¿pero es bíblico? Lo dudo. En vez de asumir los ancianos la sola responsabilidad para quiénes van a ministrar, mejor sería conversar con cualquier ofensor. En el continente norteamericano, la historia de “la plataforma cerrada” es negativa; parecía ser una solución feliz, pero con el correr del tiempo esas conferencias se han degenerado. Reconocemos, sin embargo, que en muchos otros países este proceder ha resultado satisfactorio. Tal vez la razón porqué los resultados en este continente no han sido mejores es que confiamos mucho en el hombre y no en Dios.

Algunos piensan que la plataforma cerrada va en contra del principio de una entera dependencia en Dios para un ministerio guiado por el Espíritu Santo. Durante muchos años hemos gozado de conferencias de alto calibre y con evidente dirección del Espíritu. Como consecuencia, fuimos fortalecidos y animados. Muchas conferencias, quizás una mayoría, manifiestan estas características todavía y oramos humildemente que así sea mientras seamos dejados aquí para llevar un testimonio a nuestro Señor ausente.

 

 

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