Salomón (#483)

Salomón

N. R. Thomson

 

 

Salomón era el rey más glorioso de Israel, pero desgraciadamente se degeneró para dejar un ejemplo muy lamentable. Era el más sabio y preparado de todos los hombres (1 Reyes 3:12). Pero después, él no puso por obra su conocimiento. Habiendo enseñado a otros el camino de la sabiduría, él mismo se apartó de ella. Los tales serán pequeños en el reino futuro (Mateo 5:19).

El contenido de los mismos libros escritos por él indica que él escribió Cantar de los Cantares en su juventud, antes de contaminar la pureza de su amor. Escribió el libro de Proverbios durante los siguientes años de buen testimonio que culminaron con la venida de la Reina de Sabá a Jerusalén. Luego él se enredó en los pasatiempos, placeres y vanidades de este mundo, los cuales le condujeron al pecado. El malgastó veinte de los mejores años de su vida viviendo perdidamente. Al fin se restauró y Dios le usó para escribir el libro de Eclesiastés como una confesión de la vanidad de sus años derrochados.

 

Su vida es ilustración de los que conocen la sana doctrina pero no la practican. En su juventud, Salomón no pidió riquezas sino sabiduría (2 Crónicas 1:7-12). Dios le dio tanto conocimiento que él llegó a ser más sabio que todos
(1 Reyes 4:31). Escribió tres mil proverbios. ¡Qué consejos tan claros nos da, para guiarnos en el buen camino! ¡Qué advertencias tan llamativas nos presenta para guardarnos de las concupiscencias, la borra-chera, la ociosidad, etcé-tera! El recibió también el diseño del templo, el cual fue revelado a su padre David por el Espíritu
(1 Crónicas 28:11-13,19). Salomón cumplió debidamente estas instrucciones en la hechura de la Casa de Dios (2 Crónicas 3:3). Pero luego se descuidó en su vida personal, y progre-sivamente se entregó a las cosas mundanas y pasionales hasta desamparar aquella casa.

Dos cosas principales le condujeron a la insensatez. Primero: se enredó en las cosas “inocentes”. “Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría” (Eclesiastés 2:1). ¡Cuidado con los placeres de este mundo! No basta decir que no hay ningún mal en eso. Las cosas mundanas le pueden enredar y robar el tiempo precioso que usted debe dedicar al Señor. Segundo: “Engrandecí mis obras … me hice huertos y jardines … tuve posesión grande … me amontoné también plata y oro … me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música” (versos 4-8). Estas cosas le condujeron a la gratificación de la carne y pronto cedió a las con-cupiscencias. Luego sus mujeres le llevaron a la idolatría.

 

Nos llama mucho la atención el desliz de Salomón, considerando su gran conocimiento. Dios había aconsejado a otro líder, Josué: “No se apartará de tu baca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito”. ¿Faltó Salomón en hacer igual? En Deuteronomio 17:16-18, Dios dio cuatro mandamientos especiales al rey. La Biblia relata cómo Salomón quebrantó las tres prohibiciones.

El multiplicó caballos, multiplicó la plata y el oro, y también multiplicó mujeres. Su desobediencia en estas cosas pone al descubierto su descuido en la cuarta cosa: “Cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas” (El original estaba guardado al lado del arca).

(Deuteronomio 31:24-26). Era el deber del rey poseer su propio ejemplar de la Palabra de Dios, escrito con su propia mano. Sin duda, Salomón descuidó la meditación diaria en él.

¿Qué de nosotros? ¿Estamos en la asamblea meramente por seguir la costumbre, sin tener convicción personal por el estudio de las Escrituras? Entonces fácilmente nos extraviaremos a asistir a cualquiera congregación desordenada, diciendo, “lo mismo da”. ¿Estamos enre-dándonos en los asuntos de la vida, del trabajo, de la familia, de los pasatiempos y distrac-ciones? ¿Estamos faltando en la lectura diaria de la Biblia y en la oración? Entonces todo el conoci-miento de la sana doctrina no nos guardará de las tentaciones. Fácilmente cederemos a las pasiones. Cuando Salomón cedió a la carne, entonces sus amores le llevaron a la idolatría. Sus mujeres desviaron su corazón (1 Reyes 17:3). Nadie debe citar la concupiscencia de Salomón como licenciar para seguir su mal ejemplo. La Biblia declara categóricamente que el Señor se enojó contra Salomón por apartarse de la santidad (verso 9).

 

Después de años de munda-nalidad y pecado, Salomón volvió en sí. Sintió la vanidad de todo. Los últimos capítulos de Eclesiastés revelan que Salomón se restauró al Señor, aunque no pudo recobrar los años perdidos ni enderezar el camino torcido (Eclesiastés 1:15). Acuérdense al leer este libro que el Espíritu le inspiró a escribir los pensamientos humanos (los terrenales debajo del sol) para que podamos distinguir los pensamientos divinos dados por revelación de Dios.

Hubo una ocasión cuando Salomón se destacó como tipo del Señor Jesús en su reino milenario. Aproxi-madamente a los treinta años de edad, él fue victorioso sobre la tierra prometida; ya había paz universal y prosperidad (1 Reyes 4:21-24). El tiempo estaba en su gloria, tanto que su luz resplandeció a todas las naciones. La reina de Sabá oyó de, la fama de Salomón en cuanto al Nombre de Jehová. Esta condición es ilustración de la gloria, paz y pros-peridad del reino de Cristo. ¡Qué triste que Salomón manchó su testimonio! Nosotros espe-ramos la venida de Cristo, El mayor que Salomón, cuya gloria nunca se manchará.

 

 

 

Comparte este artículo: