Preguntas que hace todo católico (#316)

Preguntas que hace todo católico

O. J. S.; Toronto, Canadá

 

Tengo sobre mi mesa de trabajo una Biblia “católica”. No me gusta hablar así, porque da a entender que hay una Biblia que es de la iglesia romana y otra Biblia diferente que es de los protestantes. No es así. Pido que mis lectores lean el Apéndice 1 donde hablamos de las diferentes traducciones de un solo Sagrado Libro.

La edición que estoy usando es la de Nácar y Colunga, autorizada por el an­tiguo obispo de Madrid. Como explico en el Apéndice 2, es una buena traduc­ción de la Santa Biblia, una que más se usa entre los amigos católicos, aun cuando el lenguaje parece un tanto an­tiguo. Hay otras versiones buenas, así espero que usted tenga una en su casa. Es más, espero que la lea, y que la use para averiguar todo lo que voy a decir.

Quiero formular y contestar diez pre­guntas de las que la gente hace a menudo; es probable que usted haya hecho algunas de ellas. Las respuestas las voy a con­seguir únicamente en mi Biblia “católica” y en ninguna otra parte.

1. ¿Dijo Jesús que Él iba a edificar su iglesia sobre San Pedro?

Lo que dijo Jesús, según leemos en esta Biblia que tengo por delante, es lo siguiente: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia”, San Mateo 16.18. Pero no dijo que edificaría su iglesia sobre Pedro.

La palabra traducida Pedro es petros que quiere decir piedrita. La palabra para expresar piedra o roca es petra. Lo que Jesús dijo fue que Él edificaría su iglesia sobre la roca. ¿Quién es la roca? Es Jesús mismo. Nunca dijo que edificaría sobre Pedro, un piedrita, y ciertamente un fun­damento de esa clase sería muy defec­tuoso.

En 1 Pedro capítulo 2 San Pedro mismo se refiere a los cristianos como piedras y a Jesús como la roca. Jesús es la piedra angular, el fundamento y la roca. La iglesia, pues, no está edificada sobre San Pedro ni sus sucesores, sino sobre la Roca que es Jesucristo mismo.

2. ¿Debemos adorar a las imágenes de los santos
y de nuestro Señor, arrodillándonos ante de ellas
cuando rezamos?

Encontramos que el segundo manda­miento de la ley de Dios, dada a Moisés en el Éxodo capítulo 20, dice así: “No te harás imágenes talladas, ni figuración alguna de lo que hay en lo alto de los cielos, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, y no las serviréis”. En el libro de Deute­ronomio, capítulo 4, leemos en esta mis­ma edición católica: “Guardaos bien de corromperos, haciéndoos imagen alguna tallada, ni de hombre ni de mujer … Guárdate de hacerte imagen esculpida de cuanto … tu Dios te ha prohibido”.

En el capítulo 44 de la profecía de Isaías los religiosos Nácar y Colunga intercalan un subtítulo, Variedad de los Ídolos. El texto es: “Todos los hacedores de ídolos son nada, y sus vanas hechuras no sirven de nada”. Habla el profeta de los árboles que luego de cortados sirven de leña y además “con el resto se hace un dios, un ídolo que adore, postrándose ante él, y a quien suplica, diciendo: Tu eres mi dios, sálvame. Pero ellos no sa­ben, no distinguen; porque están cerra­dos sus ojos y no ven, está cerrado su corazón y no entienden”.

3. ¿Cuál es la que tiene autoridad: la tradición
de los hombres o la Palabra de Dios?

Cuando Jesús estaba sobre la tierra, “le preguntaron pues, fariseos y escribas: ¿Por qué tus discípulos no siguen la tra­dición de los antiguos?” He citado de San Marcos capítulo 7. Veamos cuál fue la respuesta de Jesús. Nácar y Colunga la traducen así: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi, pues me den un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos hu­manos. Dejando de lado el precepto de Dios, os aferráis a la tradición humana. En verdad que anuláis el precepto de Dios, para establecer vuestra tradición”.

Vemos que Jesús condena la tradi­ción y ensalza la Palabra. La Biblia —la sola Biblia— insiste en que tienen auto­ridad únicamente los mandamientos de Dios tales como se encuentran en su Palabra.

En 2 Tesalonicenses 2 no hay refe­rencia alguna a la tradición. Dice: “Manteneos … firmes, y guardad las enseñan­zas que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta”. Pablo al hablar de “enseñanzas” se refiere al evangelio que el había predicado y escrito en sus cartas.

Así también habla en forma parecida en el capítulo 3 del mismo libro: “En nombre de nuestro Señor Jesucristo, os mandamos apartaros…”. Y así en 2 Timoteo 2: “Y lo que de mi oíste ante muchos testigos, encomiéndalo a hom­bres fieles”.

Cuando él escribió estas palabras, no existía tradición eclesiástica alguna, de modo que no podía referirse a la tradición católica o a la de los padres de la iglesia. Estos vinieron más tarde. Pero una vez terminadas las cartas apostólicas, todo lo demás fue prohibido y se pronunció una maldición sobre los que añaden a la Palabra escrita. Está en Apocalipsis 22: “Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía de este libro que, si alguno añade a estas cosas, Dios aña­dirá sobre el las plagas escritas en este libro; y si alguno quite de las palabras del libro de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están escritos en este libro”.

Nada escrito por los padres de la iglesia fue inspirado. Pero lo que dijo y escribió San Pablo, con otros, es en ver­dad la Palabra de Dios.

4. ¿Es necesario todavía el sacrificio de la misa?

Volvámonos en esta edición católica de la Santa Biblia a la infalible y autorizada Palabra de Dios. Encontraremos la respuesta a esta pregunta en Hebreos 10. Leamos lo que dice: “Todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sac­rificios, que nunca pueden quitar los pecados …” Así que, según esta edición autorizada por las autoridades católicas, es vano e inútil ofrecer una misa diaria, ya que Dios dice que “nunca pueden quitar los pecados”.

Pero continuemos. “Este [Jesús], ha­biendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios … De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados … pues donde hay remisión, ya no hay oblación por el pecado”. ¡Qué cosa maravillosa! ¿Qué hizo Jesús? Él ofreció un solo sacrificio. ¿Cuál habrá sido? Se ofreció a sí mismo. Si, Jesús se ofreció en la cruz del Calvario como sacrificio por tus pecados y por los míos.

Ese sacrificio nunca tendrá que ser ofrecido de nuevo. Dios dice que fue para siempre. Ese único sacrificio, dice, es suficiente para la remisión del pecado. Añade Él: “Ya no hay oblación [o sea, sacrificio] por el pecado”. Gracias a Dios, ya no hacen falta más sacrificios. Desde la cruz clamó el Señor: “¡Consumado es!” Consumada es tu redención y la mía; la obra está efectuada, la expiación hecha, la deuda pagada. Si, Jesús pagó todo.

Según la fuente citada ya, no hace falta otra misa. Jesucristo ofreció el único sacrificio que era necesario. ¿Por qué tratar de agregar algo a una obra ya terminada? Dios dice que no puede haber ahora “oblación por el pecado”. En el pan y la copa de la comunión, recordamos su supremo ofrecimiento de sí mismo para nosotros, pero no le ofrecemos a Él de nuevo.

5. ¿Pueden ser mediadores María, el sacerdote o los santos?

Leemos en 1 Timoteo 2 estas pala­bras significativas: “Uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús”. Bien, si hay un solo mediador, como Dios afirma en el libro que estamos leyendo, no puede haber dos. La Biblia “católica” dice que hay uno y es Jesús. De todos modos, ¿cómo pueden seres pecadores servir de mediadores para otros pecadores? Si la mediación de Cristo sin pecado no es suficiente, ¿cómo pueden ayudar a mediar hombres y mujeres pecadores?

En efecto, dijo la virgen María: “Mi alma magnifica al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador”, San Lucas 1. Si ella no hubiese sido pecadora, no hubiese necesitado un Salvador.

El hombrecillo mencionado en Lucas capítulo 16 le rogó a Abraham, quien era uno de los santos más destacados, pero ni Abraham podía ayudarle. ¿Por qué en­tonces recurrir a un santo menos impor­tante? ¿Por que ir a María o alguno de los santos, si podemos ir a Cristo? Leemos en San Lucas 11: “Mientras decía estas cosas, levantó la voz una mujer de entre la muchedumbre y dijo: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste. Pero Él [Jesús] dijo: Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. Como puede verse, se nos cita un caso en que Jesús dio mayor impor­tancia a la Palabra de Dios que a su madre, y reprendió a la mujer que alabó a ésta.

En San Mateo 12 Él hace caso omiso a una solicitud de su madre. Mientras hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban afuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte”. Él, respondiendo, dijo al que hablaba: “¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?” Y extendiendo su mano sobre sus discípulos dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quien­quiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana, y mi madre”.

En Apóstoles capítulo 1 se mencio­na a María por vez última en la Biblia: “Todos estos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús, y con los hermanos de éste”. ¿Por qué no les dijo San Pedro a aquellos convertidos por su intermedio, que María intercedería por ellos? ¿Por qué no hace mención de ella en ninguna de sus cartas? Es inconcebible que no lo hubiera hecho si ella realmente hubiese tenido influencia con su Hijo resucitado y glorificado.

No hay un solo versículo en la Biblia que nos enseña que aquellos que dejan este mundo pueden rogar por nosotros. Es solamente en esta vida que podemos interceder los unos por los otros. En 1 Juan 2 leemos: “Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo. Él es la propiciación por nuestros pecados”. ¿Quién es nuestro abogado? ¿María? No. ¡Es Jesucristo!

¿Quién es la propiciación nuestra? ¿María? ¡No! Jesucristo. ¿Por qué no hay mención alguna de María si ella puede interceder? Esto, amigo, resuelve en definitiva el asunto.

6. ¿Puede el sacerdote perdonar los pecados?

Estoy leyendo en esta Biblia una pregunta formulada en cierta ocasión por los escribas: “¿Cómo habla así este? Blasfema. ¿Quien puede perdonar peca­dos sino solo Dios?” (San Marcos 2) Jesús acepto la pregunta. Los hombres tenían la razón. Sólo Dios puede per­donar los pecados, y que un hombre pretenda hacerlo es blasfemia. Jesús respondió diciendo:
“El Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados”. De allí que Él no era mero hombre; era Dios.

Ningún hombre puede perdonar, pero Él sí, siendo Dios. Pero los sacerdotes o los ministros de religión no pueden per­donar los pecados, porque son hombres. Podemos ir directamente a Dios por nuestro mediador, Cristo Jesús, y ser perdonados.

Pero usted me preguntará: “¿Qué de San Juan capítulo 20? “Recibid el Espíritu Santo: a quien perdonareis los pecados les serán perdonados: a quienes se los retuviereis les serán retenidos”. Estas palabras, amigo, fueron habladas a los apóstoles, y nadie más. Ni siquiera a sus sucesores. En la actualidad, el hombre no tiene poder de perdonar.

7. ¿Vamos al purga­torio cuando morimos?

Podríamos leer esta Biblia  desde la primera página hasta la última, y no encontraríamos un solo versículo que se refiere al purgatorio, ya que no se menciona en ninguna parte del Sagrado Libro. No hay purgatorio en la Biblia. Entonces debe haber sido inventado por los hombres, ya que Dios no habla de él. Busque en la Biblia, y verá que es así. Por otra parte, esta Biblia sí dice que si somos hijos de Dios, vamos directamente al cielo al morir.

Permítame leer en Filipenses 1: “… morir para estar con Cristo, que es mucho mejor”. Como usted ve, cuando partimos de esta vida no vamos al purgatorio, pues Cristo no está allí. Si somos hijos de Dios, vamos a estar con él donde Él está. “… partir del cuerpo y estar presentes al Señor”, 2 Corintios 5. El momento que dejamos el cuerpo, estamos en la presencia de nuestro Señor. Esa es la enseñanza clara e inequívoca de la infalible Palabra de Dios, la Biblia.

Todo esto significa que el verdadero cristiano nunca tendrá que sufrir por sus pecados.
El juicio ya pasó. Otro trozo precioso está en Juan capítulo 5: “El que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene la vida eterna y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la vida”. De allí, pues, que no puede haber ningún lugar como el purgatorio.

¿El ladrón en la cruz no fue in­mediatamente a estar con Cristo? La promesa de Jesús fue:
“En verdad te digo, hoy serás conmigo en el Paraíso”, San Lucas 23. Nótese que no dice: “… en el purgatorio”, sino “en el paraíso”. Y si el ladrón no sufrió por sus pecados al arrepentirse y buscar a Cristo, ¿por qué ha de sufrir usted por los suyos? No, mi amigo; usted no irá al purgatorio, porque no hay tal lugar. Si usted es salvo, irá directamente al cielo para estar con su Salvador. Jesús soportó todo el sufrimiento necesario. Él expió cada uno de los pecados de quien ponga fe en él.

Ningún sufrimiento suyo podría con­tribuir de manera alguna. Es la sangre del Salvador que limpia de todo pecado, y no el sufrimiento suyo: “… la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado”, 1 Juan 1.

En 1 Corintios 3 San Pablo habla de nuestras obras, y no de nuestra salvación. Esta hablando acerca de las recompenses por el servicio fiel, las cuales el creyente recibirá en el tribunal de Cristo. Este pasaje ni siquiera insinúa la existencia del purgatorio, y la Biblia en ninguna parte dice que Dios haya creado tal lugar.

8. ¿Hace falta nacer de nuevo?

Esta pregunta también la contesta la Biblia “católica”, esta vez en el Evangelio según San Juan capítulo 3: “En verdad, en verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios … No te maravilles de que te he dicho: Es preciso nacer de arriba”.

Así vemos que si uno no ha experimentado un segundo nacimiento, no llegará al cielo. Así dice la Biblia. Le ruego que no confunda este nuevo nacimiento con el bautismo de agua, pues éste no tiene nada que ver con el asunto. El segundo nacimiento es la implantación de la vida divina, la de Dios, en el corazón del hombre. Es por medio del Espíritu Santo y de la Palabra —“el agua”— según Juan 3. “Respondió Jesús: En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos”.

En Efesios 5 leemos: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el la­vado del agua con la palabra”. Y en Santiago 1: “De su propia voluntad nos engendró por la palabra de la verdad”. Por su parte San Pedro explica: “… como quienes han sido engendrados no de se­milla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios”.

El ladrón en la cruz no fue bautizado. Cornelio fue salvo antes de que se bau­tizara.
El bautismo tampoco le salvará a usted. “Es preciso nacer de arriba”.

9. ¿La salvación se consi­gue por medio de
la iglesia o por medio de Cristo?

Muchas personas creen que la iglesia salva, y que se perderán si no pertenecen a ella. Ellos confunden la iglesia con Cristo. Pero, ¿que dicen las Sagradas Escrituras? ¿Cómo contesta a esta pre­gunta de fundamental importancia la inspirada Biblia “católica?” Dice: “A cuantos le recibieron dió­les poder de venir a ser hijos de Dios”, San Juan 1. ¿Qué dice? ¿Cómo llegamos a ser hijos de Dios? Recibiéndole a él, a Jesucristo, como nuestro Salvador. Nada dice de la iglesia, ¿verdad? Todo aquel que creyere en Él tiene vida eterna, lee­mos en el capítulo 3. ¿Cómo tendrán la vida eterna? ¿Por pertenecer a la iglesia? No. Por creer en el, en Jesucristo.

“Tanto amó Dios al mundo que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna”, Juan 3. Nuevamente, no encontramos una sola palabra acerca de la iglesia; es sólo Cristo. Todos los que confían en él tienen la vida eterna. Prosigue el mismo pasaje: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre el la cólera de Dios”. Depende toda la relación que usted tenga, no con la iglesia sino con Cristo. Es Cristo Jesús quien salva; la iglesia ni se menciona.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”, Juan 14. Estas palabras las pronunció Jesús. Note usted que no dijo que la iglesia es el camino, ni que nadie viene al Padre sino por la iglesia. No, amigo, mío, Él proclamó: “Yo soy el camino”. El Señor Jesucristo es el único camino hacia Dios. “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tiene la vida”, 1 Juan 5. Nuevamente la misma respuesta, ahora de los inspirados labios del apóstol Juan. No es la iglesia, sino Cristo: “El que tiene al Hijo…”

“En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos”, Apóstoles 4. Estas palabras son de Pedro, y la voz que escuchamos es la del gran apóstol mismo. ¿Qué nos dice? Nos dice que la salvación se encuentra en Cristo y en ningún otro. “Ningún otro nombre bajo el cielo …” Ni el nombre del protestantismo, ni del ca­tolicismo. Ni el pastor, ni el sacerdote, ni el papa, ni la misma virgen María, ni ningún santo.

“Ningún otro nombre bajo el cielo”. La salvación, según San Pedro, es por medio de Cristo y únicamente por medio de él. Entonces, por cuanta esta mara­villosa Biblia “católica” nos dice que no es la iglesia sino Jesús quien salva, ¿por qué no volver hacia Cristo?

10. ¿Somos salvos por las obras o por la fe?

Algunos dicen que somos salvados por la fe, las obras y los sacramentos. La Biblia, inclusive la traducción según Nácar y Colunga, dice que somos salvados por la fe. ¿Quién tendrá la razón? Si es por obras, no puede ser por la fe. O sus obras le salvan a usted, o Dios le salva a base de su fe. ¿Va a martirizar su cuerpo y rezar el rosario en un esfuerzo vano para salvar su alma por medio de las obras?

¿Va a tratar de granjear mérito en el cielo mediante lágrimas y oraciones, largos ayunos y la observancia de los ritos de la iglesia, las peregrinaciones, la vida monástica o convental y los sacramentos? ¿Va a sufrir todo esto cuando Dios nos dice en la Biblia, inclusive en las versiones católicas como ésta, que la salvación no es por obras? ¡No lo haga! Pero, leamos ahora una vez más en este libro precioso: “Pues sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin obras de la Ley”, Romanos 3. “Al que no trabaja, sino cree en el que justifica al impío, la fe es computada por justicia”, Romanos 4. “Dios impute la justicia sin obras”, Romanos 4.

“… no se justifica el hombre por las obras de la Ley, sino por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley; pues por estas nadie se justifica”, Gálatas 2. “De gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe”, Efesios 2. “No por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó …”, Tito 3.

Esas, amigo, son las cosas que dice la Biblia “católica”. ¿Qué va a hacer con ellas? Todos los versículos que acabamos de leer le dicen en lenguaje claro e inequívoco que uno no es salvo por obras sino por fe. Entonces, ¿cuál es el papel de las obras? Santiago contesta esa pregunta cuando dice: “Muéstrame sin las obras tu fe, que yo por mis obras te mostraré la fe”, Santiago 2. Las obras siguen a la fe; la fe produce obras. Si uno es salvo, su vida ha de demostrarlo. Uno trabaja para Dios porque es salvo, y no para llegar a ser salvo.

“La fe sin obras es muerta”. Si no hay cambio en la vida suya, si todavía sigue en los mismos pecados, si no ha sido libertado, entonces no hay ninguna evi­dencia de que usted sea salvo. “De suerte que el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva y lo viejo ya pasó, se ha hecho nuevo”, 2 Corintios 5.

¿Qué hará? ¿Creer la Palabra de Dios según está escrita en su propia Bi­blia? Deje toda confianza en sí mismo o en sus esfuerzos, obras y sacramentos. Abra su corazón a Jesucristo. Recíbale como su Salvador personal; confíe en su sangre vertida; ponga toda su confianza en él para la salvación eterna. Él dice: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré”, Mateo 11. El Señor nunca ha rechazado a nadie que haya acudido a él. “Al que viene a mí”, promete, “yo no lo echaré fuera”, San Juan 6. ¡Oh que venga a Él! Hágalo ya.


APENDICE 1

“LA BIBLIA CATOLICA” Y “LA BIBLIA PROTESTANTE”

 

Se habla de “la Biblia católica” y “la Biblia protestante” como si fuesen dos Biblias distintas. En realidad no es así. Los sesenta y seis “libros” que están en las traducciones de uso corriente entre protestantes también están en las de uso corriente entre catolicorromanos.

Traducciones o versiones de la Biblia, las hay muchas, algunas efectuadas por sacerdo­tes de la iglesia romana y otras por no católicos. (La Biblia fue escrita originalmente en hebreo y griego). Claro está que el estilo del lenguaje difiere de una traducción a otra, pero no por el hecho de que los traductores hayan sido de la iglesia romana o de otra.

Además, hay Biblias con notas al pie de la página y hay ediciones sin notas, tanto de las así llamadas “Biblias católicas” como de las mal llamadas “Biblias protestantes”. Otra vez, estamos hablando de diferentes ediciones, y no de diferentes textos originales. Es importante tener presente que las notas y subtítulos no son de inspiración divina sino de redacción humana. Por lo tanto, pueden ser acertados o errados, cualquiera que sea la versión.

Ha sido la iglesia romana la que, por ra­zones más políticas que doctrinales, añadió libros que nunca fueron considerados como divinamente inspirados. Esto se hizo en el siglo XVI en el Concilio de Trento. Estos libros, llamados apócrifos, nunca se incluían en el canon hebreo. Ellos son Tobías, Judit, seis capítulos agregados al libro de Ester, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Macabeo 1, Macabeo 2 y una parte del libro de Daniel. Estas añadiduras falsificadas suman a siete libros completos, partes de dos más, y un total de 4360 versículos. Representan una parte mínima de aun las ediciones sancionadas por la iglesia romana.

En el Nuevo Testamento —la segunda de las dos grandes secciones de la Biblia— hay seiscientas citas textuales del Antiguo Testa­mento, pero ni una sola viene de los libros apócrifos. Ni Cristo ni los apóstoles —he­breos de procedencia— reconocieron estos libros como inspirados. Flavio Josefo, un renombrado historiador judío y contemporáneo de Jesús, no los incluye en su lista de los libros sagrados. Más aun, al hablar de ellos, los rechaza.

Los primeros padres de la iglesia, como Melitón, Epifanio, Hilario, Orígenes, Cirilo, Anastasio y Rufino, no incluyen estos escritos en sus exposiciones sobre el canon sagrado. San Jerónimo tradujo la Biblia al latín pero no incluyó a éstos. Es más, los calificó de humanos.

Esto no quiere decir que los tales libros apócrifos carecen de valor piadoso, histórico y literario. Por esto, algunas ediciones de la Biblia los incluyen como un apéndice pero no como parte de la revelación divina.

 

APENDICE 2

LA VERSIÓN NACAR- COLUNGA

 

Al preparar este escrito, me he limitado a la traducción de la Biblia conocida como la Nácar-Colunga.

Posiblemente esta sea la traducción de la Biblia de mayor uso entre los feligreses de la fe romana de habla española. Es una buena traducción. (No así todas las notes al pie de las páginas, las cuales expresan opiniones de los traductores; algunos de estos comentarios son acertados y otros enteramente insatisfac­torios). Otras traducciones incluyen la Bo­ver-Cantera, la de Straubinger y la de Torres Amat. Versiones modernas incluyen la de Ediciones Paulinas y la “Biblia de Jerusalén”.

Pero volvamos a esta “versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar Fuster, canónigo lectoral de la S.I.G. de Sala­manca, y el muy reverendo P. Alberto Colunga, profesor de Sagrada Escritura en el Convento de San Esteban y en la Pontífica Universidad de Salamanca”.

El prólogo lo escribe “el excelentísimo y reverendisimo Sellor Don Gaetano Cicognani, Nuncio de Su Santidad en España”. El ejemplar en mi poder se publicó en Madrid en 1955 con el imprimátur del obispo católico de Salamanca, Fr. Franciscus, O.P.

En el prologo leemos como “San Juan Crisostomo se quejaba amargamente de que los fieles … no conocieran bastante ni leyeran los Sagrados Libros … Él hubiese querido que existiese en cada casa cristiana una Biblia y que sus fieles supiesen de memoria al menos algunos salmos o algunos trozos escogidos del Santo Evangelio”.

Más adelante se cita a San Agustín: “Leed las Escrituras; leedlas para que no seáis ciegos y guías de ciegos. Leed la Santa Es­critura, porque en ella encontraréis todo lo que debéis practicar y todo lo que debéis evitar. Leédla porque es más dulce que la miel y más nutriva que cualquier otro alimento”.

Luego del prólogo, aparece en esta edición la encíclica Divino Afflante Spiritu, del papa Pío XII. Es “sobre promover oportunamente los estudios de la Sagrada Biblia”. Entre las muchas cosas interesantes que contiene este documento, leemos que se debe “procurar con todo ahínco se haga bien y santamente, la lectura cotidiana de las Escrituras en las familias cristianas”.

Toda esta encíclica insiste en que los católicos deben leer la Palabra de Dios.

 

 

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