Pionero misionero en el corazón de África (#128)

 

Frederick Arnot

1858 – 1914

Pionero misionero al corazón de África

 

F.A. Tatford

Echoes of Service, 1981

 

Fue un agradable día de verano aquel 19 de julio de 1881, cuando dos jóvenes se embarcaron en los muelles de Londres rumbo a Durban vía Ciudad del Cabo en lo que llamamos hoy día África del Sur. Sus pensamientos no iban hacia las despedidas que habían recibido, ni la experiencia de un largo viaje marítimo, sino hacia su destino en el corazón del Continente Oscuro. Habían escuchado el llamado de Dios a servirle entre las tribus batongo de África Central, y se ocupaban con visualizar los riesgos y dificultades inevitables que pronto iban a enfrentar y los triunfos del evangelio que iban a presenciar.

Lamentablemente, un quebrantamiento físico le impidió al menor de ellos, Donald Graham, viajar más allá de Durban y le obligó a aceptar el consejo médico de radicarse en aquella ciudad africana. El mayor, Frederick Stanley Arnot, sintió este revés pero prosiguió solo e impávido al interior del continente, para abrir una senda que otros iban a aprovechar. Pionero nato, nada le desviaría del camino que se había propuesto. Años más tarde, pocos días antes de morir, escribiría a su madre: “El misionero, consciente de su llamamiento, puede tan sólo proseguir adelante, sin ser impedido por hombres, mujeres, vida o muerte”.

Poco llamativo en apariencia, este joven hizo más para abrir África Central al evangelio que cualquier otro de su tiempo. La obra misionera en lo que llamamos ahora la Faja Amada [X] donde tantísimo ha sido realizado por misioneros enviados por asambleas del pueblo de Dios que se congrega al nombre del Señor Jesucristo, debe su origen casi de un todo al liderazgo, visión e inspiración de este hombre. Escribiendo en 1914, uno comentó acertadamente que, “después de David Livingstone, África Central debe más a Arnot que a cualquier otro”. Pero el caso es que la inspiración de Arnot vino mayormente de la vida de aquel otro gran misionero-explorador.

[X] “La Faja Amada” es un término que yergue muy alto en la historia de la obra misionera de asambleas que practican los principios del Nuevo Testamento. Es el nombre que nuestros hermanos dan al área comprendida por el sur de Zaire (el Congo Bélgica), Angola y Zambia (antes Rhodesia del Sur). De que es el cementerio de muchos nobles evangelistas, quedará evidente por la historia que sigue. Zaire fue colonizado por los belgas, Angola por los portugueses y las Rhodesia por los británicos. Las políticas y prácticas de colonización diferían grandemente entre un país y otro. Estas repúblicas, como casi todas las de África Central, han vivido tiempos muy tempestuosos, por no decir sangrientos, desde su independencia en los años 60 del Siglo XX. Aun con la persecución habida, y la mucha pérdida de vida en las guerras internas, hay centenares de asambleas hoy día y en algunas partes hay hermanos bien fundados en la doctrina de los apóstoles.

Frederick Stanley Arnot nació de padres cristianos en Glasgow, Escocia, el 12 de septiembre de 1858. Cuatro años más tarde la familia se trasladó a Hamilton, donde vivían los Livingstone, y uno de los primeros recuerdos de Federico era la ocasión cuando David Livingstone presentó los premios en un acto de la escuela cuando Arnot tenía seis años de edad. Su hermana estaba en la misma aula que la hija de Livingstone, y a menudo la familia de éste invitaba a los Arnot visitar en casa los sábados.

Aquí el atractivo principal era la guardilla donde se guardaban objetos que el explorador había reunido en sus viajes, como también sus libros y cartas. Cierto sábado Anna Mary Livingstone leyó al grupo una de las cartas de su papá que describía las barbaridades de los traficantes de esclavos en África y discurría sobre la preocupación que sentía. El joven quedó hondamente impresionado y resuelto que algún día él ayudaría al médico en su obra. Nada le quitó aquella convicción; más bien, iba en aumento con los años.

Terminados sus estudios en la escuela del pueblo, seis meses de empleo en un astillero le enseñaron cómo emplear las herramientas e instrumentos de aquel oficio, y luego un cargo como oficinista en Glasgow amplió sus conocimientos. Con miras a prepararse para la obra por delante, se esforzó a aprender la carpintería, construcción y medicina básica. La muerte de Livingstone en 1883 sirvió de confirmación al joven de su convicción que Dios le estaba llamando, y por fin llegó aquel día cuando él y Graham salieron a enfrentar el reto.

 

Aun habiendo desembarcado en Durban, quedaba por delante un largo y arriesgado viaje para el joven de 23 años hasta Katanga [Y]. Al cabo de cierto tiempo emprendió camino con su caravana de bueyes, los carretes cargados de telas, cuentas (abalorios) y quincalla para negociar en el camino. Ciento cinco días de caminata le llevaron hasta Potchefstroom, la antigua capital de Transvaal, donde ladrones le quitaron su mula y la mayor parte de su vestimenta. Sin perturbarse por las circunstancias, resolvió proseguir, y en esto fue ayudado por un renombrado cazador de leones. Al cabo de treinta y seis días estaba en Shosong, jefatura del cacique cristiano de Botswana. Se quedó tres meses, aprendiendo el idioma sechauana y ocupándose de actividades evangelísticas en la medida de sus conocimientos lingüísticos.

[Y] Katanga, o Garenganze, como se llamaba en aquel entonces, es el área en el extremo sureste de Zaire (el Congo belga) que colinda con Angola y Zambia. Su ciudad principal es Elisabethville. Es la parte más rica en recursos naturales de toda la Faja Amada, ya que abunda en cobre, estaño, uranio, etc. además de buenas tierras agrícolas. Cuando Zaire se independizó de Bélgica en 1961, Katanga hizo lo mismo de Zaire. Las fuerzas Unitas libraron guerra por treinta años, pero Katanga no ha podido quedarse independiente.

Sin embargo, Batonga le quedaba lejos todavía, y la peor parte de la ruta estaba por delante. El no estaba en condiciones de proveer los regalos que esperaban recibir los caciques en la zona de Matabele, y por consiguiente tuvo que tomar una circunvalación a través del espantoso desierto de Kalahari para alcanzar el río Zambesi. Sus guías eran sólo los nativos de la selva, cuyas peculiaridades Arnot había aprendido por experiencias amargas. En partes su ruta atravesaba densos bosques y a menudo el viajero tuvo que abrir paso con machete. Llevaba pocos alimentos y perdió una parte a causa del calor, pero de vez en cuando la caza sirvió para reponer la existencia.

Tanto bueyes como hombres sufrieron grandemente de sed, y tuvieron que valerse de las habilidades poco higiénicas de los nativos, quienes chupaban pequeñas cantidades de agua de pozos escondidos de la vista. La extraían por cañas largas y la escupían en conchas de tortuga. No obstante las penalidades, Arnot se encontraba contento porque se presentaban oportunidades de evangelizar por interpretación en los caseríos.

Parecía que los contratiempos iban en aumento. Al alcanzar Pandamatenka, un comerciante británico le avisó que no le sería permitido entrar en Batongas sin el permiso de Liwaniki, el rey barotse. Esto quería decir un desvío de veintidós días por el Zambesi. No había canoas disponibles y la alternativa era hacer el viaje a pie. Afortunadamente encontró a un comerciante que le acompañara parte del trecho, y luego a otro señor europeo que se comprometió a solicitar al rey permiso para que Arnot le visitara. El misionero interpretó estos detalles como intervención divina a su favor y los anotó como ejemplos de la dirección y fidelidad de Dios. Conviene que citemos:

“Dios ha hecho grandes cosas conmigo y para mí. Haría falta un libro para anotarlas todas. Tuve mucho ejercicio en cuanto a los jesuitas y sus grandes esfuerzos a cerrar todo el país contra los mensajeros del evangelio. En una o dos semanas más, hubieran logrado su propósito. Ya tenían en orden sus regalos y plan de acción, pero les faltaba maíz para lo que, humanamente hablando, hubiera sido una empresa exitosa. ¿Fue por mera casualidad que llegué en este momento a Padamatenka? ¿Y que dos días después, muy en contra de su propia voluntad, el señor Blockley tuvo que cruzar el río en busca de maíz, llevándome consigo? Entonces el señor Westbeeck fue demorado veinticinco días en espera de una lancha. Era el único en toda esa área que ha podido servirme de intérprete, y fue tan sólo que había cumplido esa función que le llegó la lancha, ya que no sabía que todo ese tiempo estaba amarrada entre la caña brava a pocos millas río abajo. El mismo reconoció que mi llegada había preservado acceso al reino baotse, y por cierto el territorio en derredor, para todo sincero predicador del evangelio de Dios”.

 

Mientras esperaba una respuesta de parte del rey, Arnot volvió a Pandamatenka, donde cayó debilitado ante una fiebre. Los buitres daban vueltas en el cielo en espera de su defunción, mientras el joven se quedaba postrado bajo un sol abrasador, padeciendo una sed estremecedora. Al cabo de cinco semanas de enfermedad, resolvió volver a Shesheke, pero al llegar cayó al suelo por lo débil que estaba. Parecía que estaba más allá de la esperanza, ¡pero se levantó en seguida al escuchar sus portadores discutir dónde enterrar sus restos! Poco después fue transportado por canoa —frío, cansado y hambriento— para presentarse ante el rey.

Aquí en Leului se quedó dieciocho meses, la mayor parte del tiempo en una húmeda choza de caña. Cada tres o cuatro días fue postrado por fiebre, y a menudo no estaba en capacidad de comer ni dormir. Para añadir a su aflicción, hubo ceremonias de hechicería cada día frente a su choza, llevando a cabo allí mismo las sentencias de muerte que el hechicero pronunciara. ¿Sería éste el fin emocionante de una corta carrera misionera? Le parecía irónico a este joven que los hombres mayores que habían conocido a Livingstone, le nombraran a él Monare, el nombre que le habían dado al explorador. Arnot pensaba que en nada se parecía a aquél.

En su estadía entre los barotse él organizó una pequeña escuela, restringido a instruir sólo a los hijos del rey y sus amigos aprobados. Con todo, algo se lograba y hubo oportunidades para hablar de Cristo. Y, Dios la había utilizado para guardar la puerta abierta. Un tiempo antes François Coillard había recibido permiso de Liwanika a realizar actividades en su país. En estos días llegaron noticias que Coillard y una delegación de misioneros estaban por llegar, y por esto el rey estuvo de acuerdo que Arnot se marchara. Le negó permiso para navegar río arriba por el Zambesi y así visitar las tribus que vivían al norte, de manera que tuvo que viajar hacia el oeste a Bihé y Benguella.

El viaje no fue nada placentero. El pequeño grupo tuvo que subir de los llanos del valle de Barotse a la vertiente de los ríos Congo y Zambesi, a 2300 metros del nivel del mar. Pero dondequiera que acampasen, los bakuti y otros aldeanos se reunían en multitudes para oir el evangelio. A sesenta kilómetros de la costa del Atlántico Arnot se enfermó con un caso extremo de disentería, pero por fin llegó llegar a Benguella y la costa.

Tuvo que esperar por meses, pero, nada disuadido, prosiguió rumbo a Batonga con una renovada existencia de suministros. Pero al llegar de nuevo a Bihé, el viejo cacique hizo todo posible para bloquear su progreso. Un hombre de carácter más débil hubiera pensado que no era la voluntad de Dios que prestara servicio en Garenganze, pero Arnot no era de ese timbre. Varios grupos de comerciantes indígenas se juntaron a la caravana y juntos continuaron la marcha, atravesando los territorios baluimbe, bachokwe, balovale y balunda. En el trayecto él descubrió un dato importante: el nacimiento del Zambesi no era Lago Dilolo, como se presumía, sino un riachuelo cerca de la Colina de Kalene. Por esto el Royal Geographical Society le honraría posteriormente.

Por fin la caravana cruzó el Lualaba y alcanzó Mukuru, la capital del reino Garenganze, del rey Msidi. Fue el 14 de febrero de 1886, cinco años después de haber dejado Inglaterra. En octubre del año anterior Arnot había recibido confirmación —si es que le hacía falta— que estaba en línea con la voluntad divina. Msidi le había enviado una invitación insistente a venir a Garenganze. Obviamente esto presentaría grandes posibilidades para una obra misionera, no sólo en aquella zona inmediata sino en tierra barotse, donde los batonga estaban todavía sin luz alguna.

 

Msidi era rey del gran territorio que se conocería más adelante como Katanga, pero que él llamaba Bagarenganze. No era oriundo de allí; era moyeke, nacido en Unyamwesi, al este del Lago Tanganyika. Los banga fundían cobre y hierro, y el padre de Msidi negociaba en cobre. Cuando trabajaba con su padre, el hijo manifestaba habilidad como diplomático y guerrero. Logró dominio de los basanga y también derrotó a los basamba y baluba, permitiéndole imponerse sobre toda Katanga.

Para la sazón él había gobernado por treinta y seis años. Es llamativo que pueblos de diversas tribus hayan vivido en paz bajo un mismo gobernante. Para lograr esto, Msidi tenía que ejercer gran habilidad, y era evidente que sabía manejar los muchos asuntos que se presentaban, producto de los perennes celos entre tribus. Antes que asumiera el mando, las acusaciones y los juicios por hechiceros eran muy comunes y mantenían al país en zozobra y guerra entre tribus. Msidi había puesto fin a todo eso, declarándose ser el único hechicero, aunque en realidad él personalmente empleaba a varios.

Tenía quinientas esposas, muchas de ellas empleadas como funcionarias de su gobierno o responsables por determinados distritos. Había caciques subalternos en los centros poblados, normalmente familiares de las esposas, y por ellas se comunicaban con el gran jefe. Así, la administración estaba razonablemente bien organizada. Las mujeres tenían igual voz que los varones, disfrutando de varios derechos y privilegios.

El rey había fortificado las poblaciones a la periferia y a la vez se aprovechaba de cada oportunidad para extender sus fronteras. Logró establecer comercio con la costa al occidente; su sobrino y otros constantemente abrían paso de entre las tribus opuestas que quedaban en la ruta, transportando pólvora y otra mercancía. En la capital Arnot se encontró con comerciantes indígenas de Uganda, Unyamwesi, Ungala, Luba, Zambesi, Zumbu, Bihé y Loanda, además de mercaderes árabes del Lago Nyassa y Zanzibar. Observó que el cobre, sal, marfil y esclavos eran vendidos por fusiles, pólvora, telas y abalorios.

Los habitantes cultivaban grandes volúmenes de maíz, arroz, batata, ñame, cebolla, maní, casabe, etc. Las mujeres realizaban las tareas menos arduas, pero Msidi insistía en que los hombres tenían que atender al trabajo fuerte en el campo, dando ejemplo él mismo con labores manuales. La sal se encontraba en pailas a las orillas del Lufira, permitiendo un comercio constante en este recurso. La paila propia de Msidi se abría una vez al año y en estas ocasiones se sacrificaban dos vidas humanas para apaciguar los espíritus de caciques difuntos.

El rey era temido sobremanera en países vecinos, y no sin razón. Cráneos humanos adornaban cada estaca de la cerca de su jardín y en el medio del gran patio había un lago al cual, según él decía, iba a lanzar el cráneo del primer blanco que se atreviera penetrar su territorio. Se contaba de cómo literalmente caía a látigos él mismo a los caciques que le habían ofendido, y a vez dejaba ver de otras maneras una crueldad extrema.

Con todo, exigía conducta por demás cortés y respetuosa entre los suyos. Prohibía fumar tabaco y cáñamo. Sus hijos, quienes le rendían gran respeto, estaban obligados a aprender un oficio útil. Era en muchos aspectos un gobernante de amplia visión, pero, como tal vez era de esperarse, la inmoralidad abundaba y el tráfico en esclavos era parte del modo de hacer.

Este era el hombre que Federico Arnot iba a conocer ahora. Pero, sor-prendentemente, pasaron diez días antes del encuentro. Primeramente Msidi reunió a sus adivinos y sabios para decidir si el corazón del misionero era tan blanco como su piel. Por fin se quedaron satisfechos en cuanto a su sinceridad e integridad, y el rey le comunicó una formal bienvenida a su país.

 

Casi cinco años habían transcurrido desde que Arnot dejó su hogar, y por fin había alcanzado la tierra a la cual Dios le había llamado tiempo atrás. Acompañado de sus ocho asistentes, todos vestidos de la mejor manera posible, entró a la villa real montado sobre un buey; “un saco de huesos gastado”, dijo. Al llegar, se dio cuenta que el rey era un hombre viejo, con rostro de aspecto agradable y sin arrugas, adornado de barba blanca. Cuando se acercó, el rey vino hacia él y le abrazó en estilo paterno. Le presentó a un numeroso grupo de esposas y familiares, conversando en umbundu, un idioma que Arnot dominaba con cierta facilidad.

Msidi había oído de los viajes y muerte de Livingstone, y ahora escuchó con interés el relato de los viajes y objetivos de Arnot. Luego conversó de manera inteligente sobre la naturaleza y realidad de Dios y escuchó una explicación del evangelio. Le animó a Arnot quedarse en Garenganze y le ofreció elegir entre sitios cercanos a su gran Bunkeya Mukurru. Por lo tanto, el hombre blanco visitó varios caseríos, aparentemente abiertos a la evangelización. El escocés observó que aparentemente había un suministro adecuado de animales silvestres para la caza, como también productos del campo.

Era obvio, sin embargo, que estando solo él no podía hacer mayor cosa en el corazón de ese vasto continente; la necesidad de más obreros era obvia. Pero primeramente tuvo que despachar sus porteros a Bihé para más suministros. Con un buen fusil y quinientos cartuchos, ocupó una parte del tiempo en la cacería y en curar carne, proveyendo para su reducido grupito. La vianda curada sirvió también para adquirir otros alimentos. En la cacería el misionero encontraba aborígenes poco civilizadas, algunos de ellos moradores en cuevas, y quedó impresionado por la gran y variada necesidad espiritual del territorio. Leones acechaban su campamento de tiempo en tiempo, y Arnot vivió momentos de gran peligro. Había amenazas de otros animales silvestres también; una vez fue despertado por el aliento caluroso de una hiena que le soplaba en el rostro.

Para el gran gozo suyo, uno de sus porteros, a quien había dado el nombre Dick, fue convertido en octubre 1886 y bautizado en febrero del año siguiente, el primer trofeo en ese mundo oscuro.

A lo largo de 1886 Arnot sufría severamente de reumatismo y otras enfermedades, pero continuaba con denuedo. Había visitado mucho a los enfermos y por fin tomó la decisión de construir un “caney hospitalario” cerca de su propia casita. Escribió: “Parece ser el tipo de actividad secundaria a la cual El me está conduciendo. He tenido éxitos notables con toda suerte de enfermedades desde que llegué; por lo menos el 90% de los casos han sido curados en lapso corto”. Antes, cuando pasó dieciocho meses en Lealui, atendiendo mucha gente, incluyendo al rey.

La extensa capital estaba llena de toda clase de enfermedad; llegaron a su clínica muchos que padecían por diversas causas. Msidi empezó a interesarse por la obra médica del misionero y tomó medidas para mejorar la higiene. Sus métodos eran eficaces pero a veces drásticos; por ejemplo, una vez mandó a matar una pareja que padecía de viruela, y a quemar sus cadáveres de una vez.

Se hizo manifiesto que la atención médica era una gran ayuda en la obra misionera, ya que abría puertas del evangelio a los enfermos y sus amigos. Pero, bien podemos entender que los adivinos y hechiceros se oponían; más de una vez mandaron a traspasarle con lanza.

Pronto este hombre encontró otro apoyo para el evangelio; el comercio en esclavos era alarmante. Frecuentemente se fomentaba guerra con el solo fin de adquirir presos para ser comercializados. De tiempo en tiempo había también ataques relámpagos en poblaciones distantes, de nuevo para conseguir gente a ser vendida. Los intermediarios eran por lo general árabes de Zanzíbar o los ovimbundu de Bihé. Sin misericordia alguna, echaban los infantes a un lado y a veces abandonaban los chicos en el camino para ser consumidos por hienas u otras fieras. Arnot se sentía obligado a rescatar algunos de estos pequeños, otros le fueron obsequiados, y todavía otros él compró. Poco a poco desarrolló un orfa-nato, o, como lo llamaba, un “alber-gue de rescate”, y de esta manera manifes-taba el amor de Cristo en la sociedad.

¿Pero cómo ganar para Cristo esta gente de Garenganze? Eran animistas y espiri-tistas a la vez; era común que revirtieran a sus antiguas prácticas aun siendo convertidos. Creían de veras que las fieras eran hombres, quienes, por los poderes de magia que poseían, habían sido transformados en leones, panteras o tigres que andaban en busca de venganza contra los que suscitaban sospecha. Por esto la gente tomaba medidas para protegerse y confiaban en fetiches y talismanes. En un país donde abundaban leopardos y leones, era común que los indígenas llevaran collares de dientes, uñas, labios y barbas de esos animales, así como el cazador de elefantes llevaba la punta de un cuerno para protegerse de los elefantes. ¿Cómo librar este pueblo de sus temores supersticiosos a la fe en Cristo? Quieta y pacientemente Federico Arnot trabajó entre ellos, enseñando las verdades del evangelio.

 

Era evidente, sin embargo, que si se iba a lograr algo, él tendría que contar con ayuda. A este fin buscaba el rostro de Dios para que la necesidad urgente fuese atendida. Al final de 1884 había orado intensa-mente por ayu-dantes para acompañarle en su viaje al reino de Msidi; pero, tardó unas semanas en Benguella, esperando contra esperanza que alguien llegara. El barco atracó sin respuesta a sus oraciones, pero él escribió confiadamente: “Creo firmemente que la persona idónea llegará en el momento oportuno”. Ahora, tres años más tarde, la necesidad era aguda y en reposada confianza él elevó su corazón a Dios. La obra era suya, y El tendría que atenderla.

Una mañana entró un mensajero con una paca de correo. Una carta avisaba que Charles A. Swan y W.L. Faulknor habían llegado a África y esperaban juntarse con él en un futuro cercano. El 16 de diciembre de 1887 los tres se encontraron y de inmediato unieron las manos y cantaron, “Cristo reinará dondequiera que el sol …” Arnot escribió con una indebida modestia que, “Podemos decir que diciembre 1887 marcó el verdadero comienzo de la obra en Garenganze”.

De una vez Faulknor se responsabilizó por el orfanato y Swan se ocupó en mejorar las instalaciones en general. Pronto este último dominaba suficiente chiluba para conversar con el cacique y su pueblo. Los dos colegas mejoraron grandemente las condiciones en las cuales Arnot había vivido y trabajado, de manera que dentro de dos meses él decidió que podía dejar la obra en sus manos y ausentarse para visitar Gran Bretaña, cosa que poco antes parecía imposible. A la vez reflexionaba sobre la necesidad de más obreros para mantener y extender la entrada que se había logrado, y de contar con estaciones de operación a lo largo de la ruta al interior. Aun a estas alturas se percibe lo acertado de su visión y estrategia. Veía mucho más allá de aquel reducido centro para la conquista del continente para Cristo.

Al llegar a Inglaterra el 18 de septiembre de 1888, se asombró ante la fama que había ganado. Sus exploraciones, y en particular su descubrimiento del nacimiento del Zambesi, habían despertado el interés de la Royal Geographic Society, de manera que aquel ente le pidió un discurso sobre la geografía que conocía. Se hizo evidente que su viaje desde la costa del Atlántico hasta Garenganze fue por una ruta que ningún otro europeo había conocido, y sus anotaciones detalladas aportaron información valiosa. Fue nombrado miembro de aquella academia, pero explicó con sencillez que sus logros se debían a su reconocimiento de la presencia de Dios con él y el poder suyo de día y de noche. La princesa y miembros de la alta sociedad asistieron un banquete ofrecido para honrarle.

Pero a Federico Arnot no le apelaba ni la fama ni la alta sociedad. Por cuanto estaban limitados los recursos de sus colegas, él quería volver a África lo antes posible con suministros suficientes. Fijó un límite de seis meses para su estadía en las Islas Británicas. Se agotó de una vez la impresión de cinco mil ejemplares de su primer libro, “Garenganze, o la obra misionera en África Central”, y dentro de pocas semanas hubo dos impresiones más.

Garenganze necesitaba obreros además de materiales, y Arnot no tenía reticencia en hacerlo saber. Varias personas sintieron que Dios les estaba llamando a este servicio, y trece [1] ya habían sido encomendados a la obra por sus respectivas asambleas. Las oraciones del pionero encontraron respuesta. Desde luego, tanto aquellos creyentes como sus asambleas querían conocer al misionero, y él consideraba que esta actividad estaba ocupando mucho de su tiempo valioso. Uno de los candidatos, Srta. Harriet Jane Fisher, se comprometió más allá de otros, a saber, casarse con Frederick Arnot.

[1] Harriet Fisher, su hermano Walter (un cirujano joven y brillante), Daniel Crawford, George Fisher, Frederick Lane, Archibald Munnroch, R.B. Gall, Thomas Morris y señora, Robert John Johnston, Hugh B. Thompson, Jennie Gilchrist y Mary Davies.

Debido a dificultades para obtener cupos y hacer los demás arreglos para un grupo de este tamaño, cuatro de los varones zarparon para Lisboa y Benguella antes que los demás, el 22 de marzo de 1989. Federico Arnot y Harriet Fisher contrajeron matrimonio el 26 de marzo y se unieron con el primer grupo en Lisboa el 22 de junio. Esta delegación llegó a Benguella el 9 de mayo, esperado allí por Dick, quien había caminado desde Garenganze con este fin.

 

En una conferencia en la ciudad de Leominster antes de la salida de los misioneros, un hermano oró tres veces de una manera llamativa: “Señor, si el grupo es demasiado numeroso para que Tú obraras con ellos, que sea disminuido”. Cuando se le mencionó esto posteriormente, él no se acordaba haber dicho tal cosa, y se entristeció profundamente por haberla expresado. Pero su oración resultó ser profética.

Arnot volvió a Benguella con ciento cincuenta porteros para esperar el segundo grupo, dejando su esposa en Bailunda con ciertos misioneros americanos. Recibió la noticia que uno de los nuevos estaba muerto. Dos más iban a morir dentro de poco y tres volverían a Inglaterra. Aseguradamente, una mano divina había disminuido el grupo.

[2] R.J. Johnston había muerto de fiebre en la travesía. En la larga y ardua marcha por las montañas de Benguella la fiebre alcanzó a Mary Davies, Jeannie Gilchrist, Thomas Morris y R.B. Gall; el 19 de octubre los dos últimos pasaron de este mundo. Señora Morris decidió volver a sus cuatro hijos en las Islas Británicas; le acompañó Mary Davies, quien posteriormente se casaría con C.A. Swan. Por cuanto requerían ser acompañadas, George Fisher regresó a Inglaterra con ellas.

Por fin los sobrevivientes entre las dos delegaciones fueron reunidos en Kwanjulula cerca de Bailundu el 31 de diciembre de 1889. Era obvio que el tamaño de la expedición, incluyendo porteros y bagaje, llamaría la atención y podría estimular un ataque y matanza. Porteros de confianza emprendieron viaje con una menor parte de la carga para Swan y Faulknor, pero Arnot, quien había pensado continuar de una vez como relevo en el interior del país, se dio cuenta de que tendría que quedarse en vista de los peligros. Thompson, Lane y Crawford prosiguieron hasta Bunkeya con suministros tan desesperadamente esperados por Swan y Faulknor. Al llegar supieron que Faulknor estaba enfermo desde un año atrás y debería volver a su país en seguida.

Los demás misioneros se quedaron en Kwnjulula y construyeron casas allí. Posteriormente, esta base fue reubicada en Chilonda.

En 1891 llegaron otros refuerzos [3], quienes habían propuesto de corazón abrir una base en la capital de Nana Kandunda, reina-madre de Ba-Luvale. Después de mucha discusión recibieron permiso para construir en Kavungu, a ochocientos kilómetros en el camino a Garenganze, donde Thompson se juntó a ellos. Estaba tomando forma la visión de Arnot de dotar debidamente una cadena de bases misioneras.

[3] Cyril Bird, Anna Darling (quien se casaría luego con Walter Fisher), Friz Schindler, Joseph Lynn y George Murrain y señora.

Poco después él supo con asombro que Msidi había muerto a manos de un funcionario del Estado Libre de Orange. Uno de los más poderosos de África Central había sido eliminado por esto bien podría correr sangre. Afortunadamente el gobierno era lo suficientemente fuerte como para mantener orden. Mwnda, hijo de Msidi, fue nombrado sucesor, aunque con poderes severamente limitados, y un funcionario belga fue designado juez.

Los viajes agotadores y el stress de los años estaban comenzando a mostrar sus efectos sobre Arnot. Se enfermó de tal manera que el médico Fisher insistía que debería descansar por largo en Gran Bretaña, y el donativo de un amigo lo hizo posible desde el punto de vista financiero. Le costó mucho a Harriet de Arnot dejó su pequeña escuela y otros ministerios, pero varios de sus alumnos iban a ser cristianos destacados en la madurez. Así, los esposos Arnot viajaron en 1892.

En julio 1894 H.B. Thompson y Daniel Crawford decidieron radicarse cerca de Lago Mwesru, llevando consigo a varios más. Al oír de esto y varios problemas que habían surgido a raíz de la muerte de Msidi, Arnot decidió visitar le escena de sus labores. Dificultades se habían presentado en el transporte de suministros los 1800 kilómetros desde Benguella en el occidente hasta Luanza, y él resolvió investigar la posibilidad de alcanzar Garenganze con mayor facilidad desde la costa oriental del África. Acompañado de un colega nuevo, B. Cobbe, él desembarcó en Chinde a la boca de Rió Zambesi.

Viajaron río arriba por vapor, cruzaron Lago Tanganyika y Lago Mweru, y llegaron en Luanza el 28 de diciembre de 1894. La salud de Arnot fue tal que pudo quedarse sólo veinticuatro días, pero el éxito de sus diligencias y el progreso en la obra le sirvieron de estímulo. Además, tuvo gran gozo cuando estaba por marcharse, ya que fue convertido Mishe-Mishe, quien había sido un principal verdugo de Msidi. Con el tiempo, llegó a ser fiel predicador del evangelio en los pueblos.

El pionero volvió a su terruño una vez más, pero su corazón estaba en África. Dos años más tarde supo que dos parejas misioneras de Demarrara [4] se habían radicado en África. Nuevas posibilidades llenaron su mente. El no era uno para desperdiciar una oportunidad de más ayuda. Así, acompañado de G.F. Bergin y señora, visitó Georgetown en América del Sur en 1897. Así como esperaba, encontró que muchos de los creyentes, o sus padres, eran oriundos de partes de África que él conocía bien. Algunos entendían cuando les hablaba en Umbundu. Se despertó más interés misionero, de tal manera que varios creyentes guayaneses salieron para servir al Señor en Angola.

[4]  Hoy día parte de Guyana, colindando con Venezuela. Debemos llevar en mente que hubo una muy grande obra entre las asambleas en aquella colonia en la segunda mitad del siglo 19.

 

Acatando consejo médico, Arnot se quedó unos años en Liverpool y Bristol, donde su promoción de las misiones foráneas tuvo un profundo impacto. Se ocupó también en la adquisición y despacho de suministros para el campo misionero. Pero el llamado de África era demasiado fuerte para ser desatendido, de manera que en la primavera de 1904 él se juntó al “grupo Chokwe” en Lisboa, rumbo a África. Los señores Louttit y Maitland, junto con los esposos Agard, serían los primeros a ocupar el campo vacante que se extiende al este de Bihé.

Desembarcaron en St. Paul-de-Loanda y viajaron a la planicie de Bihé en el sureste, donde multitudes al lado de la ruta los recibieron calurosamente con cantos y disparos al aire en Ondulu y Bihé. En Ohualonda, donde los esposos Murrain habían trabajado por años, encontraron una asamblea de sesenta personas en medio de un amplio círculo de gente que profesaba fe.

En Ochilonda, a donde se había reubicado la base que estaba en Kwanjulula, los esposos Swan y los esposos Lane había echado una fundamento sólido, y los hermanos Sanders y Figg habían extendido la obra grandemente. Ahora había caminos que unían las aldeas en un diámetro de veinte kilómetros en torno de la estación central. Había veinticinco salones de escuela, construidas por los oriundos de ese sector. El salón principal para las reuniones en Ochilonda acomodaba más de ochocientas personas y en ocasiones especiales se encontraba llena.

Arnot despidió el núcleo de Chokwe que salió para abrir una estación en Mboma, y luego conversó con los Lane la apertura de una estación nueva en Okapango al noreste. Fue aquí que tres años más tarde él visitaría al doctor J.E. Sparks cuando éste estaba en su postrimería.

En más de una ocasión cuando transitaba la ruta de los esclavos, Arnot había observado una elevación grande a unos dieciséis kilómetros al norte. Sería conocida posteriormente como Colina Kalene. Era el sitio obvio para un hospital, y por esto él lo señaló a los Fisher cuando buscaban dónde construir un sanatorio. Aquella pareja se ubicó en la Colina en 1906, y la historia de las actividades para Dios en ese lugar llenarían un libro.

En los dos años siguientes el pionero visitó muchas de las bases misioneras en la Faja Amada. Volviendo a Koni después de una ausencia de veinte años, encontró que la escuela de Sra. de Antono era todo un modelo y vio que las residencias y otras construcciones testificaban a mucha habilidad y dedicación. F.M. Zentler estaba ocupado en Mulongo, la base más alejada en Lubaland. Con Daniel Crawford, Arnot viajó por canoa en Lago Mweru para visitar a otros obreros, bajando luego al Salto Johnston donde había una obra grande y creciente.

Viendo el progreso bajo la mano de Dios en una y otra estación, su corazón se llenó de agradecimiento. ¿De veras todo eso tenía su comienzo en aquel reducido esfuerzo de años atrás? La visión se estaba haciendo realidad; el evangelio de Cristo había penetrado el corazón de África en una medida que pocas décadas antes parecía casi imposible.

 

Federico Arnot volvió a Inglaterra, pero no para quedarse. El corazón de su esposa, como el suyo propio, estaba en África. Deshicieron el hogar en Bristol y se volvieron, con su familia de siete, en Johannesburgo al Sur África. Dentro de poco el hombre estaba de viaje de nuevo. Temprano en 1909 él y Fisher se encontraron en Colina Kalene y procedieron a Kulanda. Se acordó de la ocasión cuando una colonia de leones rondaba Kulanda cada noche. El médico le contó cómo tuvo que desalojar de las cuevas de Kalene un núcleo de ladrones y traficantes en esclavos. Y así de recuerdos.

El año siguiente le encontró en Rhodesia [hoy día Zambia] y una visita a Rey Liwanika en el valle de Barotse. Cuando el misionero le recordó de su prohibición de atravesar el valle de Kabompo veinticuatro años antes, el rey le aseguró que estaba en libertad de hacerlo ahora y que le ayudaría de cualquier manera necesaria. La invitación no pudo ser desatendida. Así que, después de un reposo de pocos meses en Johannesburgo, Federico y Harriet Arnot emprendieron viaje en enero de 1911 para Kabompo.

En Shesheke se encontraron con Litia, el hijo mayor de Liwanika, quien había hecho una profesión de fe. El buen tiempo les permitió un viaje placentero por el Zambesia con sus cataratas, playas de arena blanca, aves silvestres en abundancia y centenares de islotes cubiertas de palmas y guamos hasta la ribera. Ha podido ser un paraíso, salvo por uno que otro hipopótamo “irregular” o cocodrilo con apetito por carne humana. Por fin llegaron a Sekufelu, la capital, donde las viviendas campestres se extendían hasta donde el ojo alcanzaba. Abundaban artesanos en mimbre y arcilla, y uno encontraba casi todo tipo de alimento típico de un país indígena.

La pareja mandó a construir una vivienda de tres piezas, con miras a visitar en derredor con el evangelio y explorar también el río Lungebungu, el cual era navegable a lo largo de 480 kilómetros. Pero, Arnot se enfermó repentinamente y tuvo que volver a Johannesburgo. Al cabo de unos meses de reposo ellos intentaron volver a Kabompo, pero una vez más su salud falló.

Una consulta con especialistas le dio esperanza de continuar con sus labores, aunque algunos médicos se oponían. George Suckling vino de Kalene para encontrar al incansable Arnot en Johannesburgo y ellos emprendieron viaje a Kabompo acompañados de un obrero nuevo, T.L. Rogers. Al llegar a su destino el 11 de enero de 1914, encontraron íntegra la casita construida dos años antes. Arnot se ocupó por unos pocos días en poner todo en orden, enseñar los muchachos y ayudar sus colegas en la búsqueda de un sitio apropiado para establecer una obra. Sin embargo, el 25 de enero se rompió su bazo, que le había impedido por años y estaba sobrecargada con los desechos de muchas fiebres, llenando su abdomen de sangre. Con todo y el dolor, no había nada que hacer sino volver de una vez a Johannesburgo, un viaje tedioso de seis semanas.

Después de semanas de sufrimiento, fue sometido a cirugía y encontró algo de alivio. Pero, un ataque cardíaco trajo aun más dolor, y poco a poco el gran misionero iba perdiendo terreno. Dio su último suspiro el 14 de mayo de 1914 y sus restos fueron enterrados en Johannesburgo.

 

Arnot tenía solamente 55 años al morir, pero había realizado una obra asombrosa. Había abierto vastas áreas antes desconocidas al evangelio además de ser una inspiración a un gran número de obreros. Había asesorado en la constitución de unos cuantos centros de evangelización y el medio que el Maestro usó en la salvación de centenares. Era apropiado que la Escuela Memorial Arnot haya sido erigida en Chitokoloki; centenares de muchachos y muchachas han estudiado en ella, no pocos sirviendo luego en la administración pública.

Un varón de carácter noble y paciencia ilimitada, Federico Arnot no hablaba mal de sus consiervos. Un gobernador anglosajón [5] le describió como “el más sencillo y sincero de hombres, quien vivió en gran adversidad bajo el gran rey de los barotse”. “He visto a muchos misioneros en diversas circunstancias”, prosiguió, “pero nunca a otro tan solitario que existía de día a día, casi sin hogar, sin las pertenencias que hacen la vida tolerable. Estaba posesionado de un solo deseo, cual era el servicio a Dios. No miraba a derecha ni a siniestra, ni se consideraba a sí mismo si podía lograr que uno solo creyera. Desde el primer día le he considerado tan cerca del Maestro como cualquiera que he conocido”.

[5] Ralph Williams, How I became a governor.

En su entierro, uno de los oradores dijo [6] : “Después del doctor Livingstone, África central debe más al señor Arnot que a cualquier otro. Tal vez más que a cualquier otro, sobre él cayó la capa del gran pionero de misiones de este continente. Traer a la memoria que Arnot estaba entre los barotse antes que el venerable Coillard viviera entre ellos; que tenía algo que ver con lo que resultó en el regreso de Coillard al territorio de Liwanika; que Daniel Crawford —quien últimamente se ha presentado después de veintidós años continuos en «la hierba larga» y que ha recibido una bienvenida tan notable en Gran Bretaña y los Estados Unidos— fue establecido en su obra por Arnot; que sus viajes fueron tan numeroso y tan extensos; que tantas localidades para misiones fueron recomendadas y planificadas por él; que tantos misioneros recibieron de él su orientación; digo, traer todo esto a la memoria es darse cuenta de que hoy estamos rindiendo homenaje a uno de los grandes de África. Federico Arnot era uno de los dones que el Señor ascendido dio a un mundo perdido”.

[6] Ernest Baker, de la iglesia bautista en Johannesburgo

 

Es que tenía un solo propósito en su vida: divulgar el evangelio en toda África. A esto se entregó sin reserva. Tan pronto que veía que la obra evangélica estaba establecida en una parte, buscaba una base de donde realizarla en otra. En la última carta que escribió, citó al apóstol Pablo: “Todos los que habitaban en Asia oyeron la palabra”. Prosiguió: “Fácilmente podemos contentarnos con alcanzar ciertos lugares, como Karrungu o Koni, pero «todos los que habitan en África» requeriría una constante extensión al este, oeste, norte y sur, antes de aun comenzar nuestro ministerio”.

No se dejaba ser engañado por una mera profesión. Dijo en una ocasión que la conversión del africano parecía ser cosa sencilla, por cuanto era celoso de leer, escribir y absorber todo cuanto le fuera enseñado. Pero, dijo, probablemente en ningún otro campo misionero del mundo las cantidades de personas tenían tan poco significado. Eran palabras significantes, revelando verdadera percepción.

Era uno que se descontaba a sí mismo y exaltaba a su Maestro, pero con todo los africanos le tenían en mucha estima. Por ejemplo, cuando era difícil conseguir porteros, todas las dificultades se derretían cuando se sabía que quienes los necesitaban eran amigos de Arnot. El africano discernía la sinceridad y realidad del hombre.

Más que todo, era varón de fe. En cierta ocasión su rudimentario sillón se volvió pedazos. Aun buscando con qué reconstruirlo, él comunicó la necesidad a su Padre en los cielos. Pocos minutos después un muchacho se presentó, llevando sobre la cabeza un sillón más grande que quería vender. ¡En el corazón de África! Resulta que el dueño había comprado un caballo que luego murió.

En otra ocasión estaban gastadas tanto las botas que eran compradas como las que había hecho él mismo. Le dolían los pies. Parecía imposible, pero el sobrino de Msidi poseía un par que no usó en años, y de un momento a otro decidió enviárselas a Arnot. Le llegaron el día siguiente a aquél en que había llevado el problema al trono de la gracia.

Atravesando la llanura de Chansamina con sus porteros y otros, veía que no había vegetación donde cazar animales silvestres. El grupo padecía hambre y los hombres estaban provocándole con, “¿Dónde está su Dios ahora?” Arnot mandó a parar la marcha y, en medio de ellos, clamó a Dios por alimentos. Los porteros tomaron sus cargas y continuaron. De repente una gacela venía corriendo a toda velocidad hacia ellos. De inmediato Arnot la alcanzó con su rifle, apenas cinco minutos después de haber orado.

En una conferencia muy asistida algunos abogaron por una mayor organización y la eliminación de la costumbre de confiar sólo en Dios por los suministros. Arnot se levantó y habló de la importancia y la dicha de esa senda, diciendo que creía que “todo lo que Dios era para su pueblo en las edades pasadas, y todo lo que ha prometido ser por la eternidad, El lo es ahora para nosotros”. Terminó la discusión. No había nada que decir, porque había hablado uno que había probado a su Dios y sabía que podía confiar en él.

 

Pero no era ningún débil. Una vez sus hombres estaban quejándose por falta de alimentos y él tomó su rifle para cazar una bestia. El arma disparó y le quitó la punta del dedo mayor de su mano izquierda. Con toda calma, allí mismo amputó con lanceta el dedo cerca del nudillo superior. Cenó y durmió bien aquella noche.

Otra noche estaba por caer en sueño cuando escuchó un prolongado movimiento sospechoso en la hierba y hojas que formaban su litera. No prestó más atención al asunto hasta despertarse en la mañana, cuando vio una mortífera serpiente mamba negra deslizándose para escapar.

En una marcha el misionero entró en medio de cinco leopardos y escapó. Un león apareció en la ventana abierta de su cabaña. Y se marchó. Se podría llenar páginas con sus experiencias, las cuales él percibía como sin mayor trascendencia. Su vida estaba en las manos de Dios y él confiaba que la protección divina sería suya mientras el Maestro tenía una obra que él debería realizar.

Podía manejar al difícil Daniel Crawford, y podía mostrar ternura al niño sufrido; podía reír ante lo absurdo de que le habían enviado una imprenta inútil, y a la vez dar gracias a Dios por haberla vendido por unas pocas libras. Podía compadecer con los de poca experiencia en sus errores y podía proferir sabio consejo a los que requerían orientación.

Probablemente el misionero más destacado de su tiempo, él hubiera sido el último en darse cuenta de su estatura. Dios tenía a los suyos en el Siglo XIX; eran hombres y mujeres que se habían entregado sin reserva a él. Uno de ellos era Arnot.

Ahora, ¿quién sigue en su séquito?

 

 

En este escrito se han empleado los nombres de lugares, ríos, etc. como figuran en los libros sobre la vida de Arnot. Los respectivos gobiernos han cambiado algunos desde aquellos tiempos.

Comparte este artículo: