Pedro (#412)

Pedro

 

Cinco pasos en la negación de Pedro

Marcos Cain

 

 

Muchas veces en nuestras vidas llegamos a fallar en diferentes maneras. Es llamativo que la Biblia no esconde las fallas de varios santos, tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento. Obviamente el Espíritu Santo inspiró a los escritores para que incluyesen estos detalles para así ayudamos en nuestras vidas diarias.

Pedro fue un hombre muy usado por Dios, pero hubo una experiencia muy oscura y triste en su vida. En el momento de crisis, cuando Cristo estaba siendo juzgado, Pedro llegó a negar a Cristo.

Queremos examinar su negación para ver lo que podemos aprender con el fin de evitar, no solamente el peligro de negar a Cristo, pero también varios otros pecados. Veremos que hubo cinco pasos que le llevaron a negar a Cristo.

 

1) Su jactancia al compararse con otros

En Mateo 26:33 Pedro le dice al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”.

Cristo acababa de decirles a los discípulos: »Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche”. Pedro se ve a sí mismo como un creyente invencible en comparación con los otros.

Deberíamos evitar este peligro de comparamos con otros creyentes y llegar a la conclusión de que somos más fuertes que ellos. Tristemente Pedro no es el único caso de un creyente que se pone a criticar a otros para que uno se vea mejor. Pedro no es el último creyente que ha dicho: Yo nunca haría tal cosa, aunque otros sí la hagan.

 

 

2) Su insistencia en rechazar la advertencia:

En Mateo 26:35 Pedro también le dijo al Señor: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”. Cristo se había dirigido a Pedro en manera específica y clara: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Fue una advertencia muy obvia dirigida a Pedro, pero no la quiso aceptar.  ¿Seremos nosotros así?

Pablo, cuando escribe a los Corintios, da ejemplos del Antiguo Testamento de pecados cometidos a pesar de las muchas bendiciones que Dios les había dado. En 1 Corintios 10:12 Pablo añade: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. Si somos ciegos al peligro, vamos a caer en la tentación.

 

3) Su negligencia en la oración:

Dice Mateo 26:40 que Jesús “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo”. Cristo les había dicho que se quedaran allí velando (Marcos 14:34), mientras iba más adelante para orar, postrado en tierra. Al regresar, Cristo ve que los discípulos no pudieron velar, y los anima: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. (Mateo 26:41)

Tal vez lo que aflige al creyente más que nada en nuestros días es su negligencia en la oración. ¿Será que no pensamos que es importante? ¿Será que no creemos que Dios conteste? Cristo entendía la gran necesidad de orar, ¡cuánto más debemos nosotros!

 

 

4) Su dependencia de armas carnales:

En Mateo 26:50 dice que “uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada”. ¿Pensaría Pedro que con dos espadas podrían los discípulos contra la ‘mucha gente con espadas y palos’ que venía con Judas Iscariote? Cristo sabía del gran poder espiritual que estaba a su entera disposición – “¿no me daría más de doce legiones de ángeles?” (v. 53) Pero Pedro, habiendo fallado en cuanto a la oración, ahora no veía otra opción – su única arma era carnal, no espiritual. Armas carnales no funcionan contra el Enemigo. Necesitamos poder espiritual en nuestras vidas. Cristo había dicho en v.41 “la carne es débil”, y mientras más rápido entendamos esta verdad, mejor. Pablo exhorta a los Efesios: »Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo”. Cuando llega el día malo ya no hay tiempo – ¡hay que empezar hoy!

 

5) Su confianza en un lugar de peligro:

En Mateo 26:69 dice que “Pedro estaba sentado fuera en el patio”. No reconocía el peligro de estar en el lugar donde todos eran enemigos de Cristo. Los otros que se estaban calentando alrededor de aquella fogata esperaban ver el fin de Jesús. Es muy cierto que uno tiene que trabajar con puros incrédulos, y es probable que uno esté estudiando en una institución con muy pocos creyentes, pero si al menos reconocemos el peligro, estaremos alertas. El mundo trata de tener influencia en mi vida, pero tendrá mucha más influencia si no tengo la costumbre de reunirme con mis hermanos en la fe lo más que pueda. Pedro, parece ser, no consideró el gran peligro de estar separado de sus hermanos en la fe. El contacto cuidadoso con incrédulos nos da la oportunidad de compartir nuestra fe, pero, como en el caso de Pedro, vemos que negó en vez de declarar lo que él sabía de Cristo.

 

 

Cinco pasos
en la restauración de Pedro

 

Hemos visto que la negación de Pedro no fue algo instantáneo, sino un proceso. Así también queremos ver que su restauración al servicio del Señor no fue inmediata, sino que tardó un poco de tiempo.

Sabemos que cuando llega un pecado a nuestras vidas la comunión con nuestro Padre se rompe, y sentimos que hay una nube entre nosotros y el cielo. Estoy seguro que en el lapso de tiempo entre su negación y su restauración Pedro se sentía bastante triste, no solamente debido a su pecado, pero también pensando en la razón por la cual tuvo que morir Jesucristo.

Pero, como sabemos, ¡la historia no termina así! Pedro llegó a ser bastante útil en la obra del Señor. Predicó el día de Pentecostés y vio el poder de Dios manifiesto en salvación.

¿Cómo es que empezó Pedro a reaccionar después de haber negado a Cristo? Bueno, primero hubo la MIRADA PENETRANTE de Cristo. Lucas 22:61 dice: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro”. Estoy convencido de que no fue una mirada condenadora, ni dura, sino una mirada de compasión y dolor.

Comprendamos que nuestro Dios y Salvador no es duro, sino que nos ama y quiere ver nuestro bien. ¡Qué bueno es cuando nos fijamos en Él y entendemos que nos ve! Hebreos 12:2 “Puestos los ojos en Jesús”.

Pero cuando Cristo le miró, empezó a funcionar la MEMORIA PROPIA. Dice Mateo 26:75 que “entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. Sé que estamos viviendo en diferentes días, pero ocupamos tener la Palabra de Dios, no solamente en nuestra memoria, sino también en nuestro corazón. Es la Palabra de Dios que nos va a ayudar cuando hayamos cometido un pecado y buscamos el camino de regreso a Dios. Salmo 119:49 “Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar”.

Temo que muchas veces la fuente de nuestras fallas es la falta de tener la Palabra en nuestro corazón, pero a la vez la falta de restauración se debe a lo mismo: tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación”. (2 Corintios 7:10) Lo mismo aplica a la restauración después de pecar. Hay tristeza que no lleva al arrepentimiento, pero así no fue el caso con Pedro. Pedro reconoció, como nosotros tenemos que reconocer, lo grave que es el pecado. El mundo no ve el pecado como Dios lo ve, pero si vamos a ver restauración en nuestras vidas, veámoslo como algo grave que ofende la santidad de nuestro Dios.

Interesante es notar que antes de ser totalmente restaurado al servicio, hubo una MANIFES-TACION PRIVADA de Cristo a Pedro. No sabemos nada de los detalles de ese encuentro, pero Pablo es el que comenta “y que apareció a Cefas (Pedro), y después a los doce”. (1 Corintios 15:5) La restauración es algo privado que sucede entre el creyente que haya pecado y su Padre. David pudo orar “límpiame de mi pecado… reconozco mis rebeliones… contra ti, contra ti solo he pecado… vuélveme el gozo de tu salvación”. (Salmo 51) El reconocía que en el caso de su pecado no hubo sacrificio acepto, pero fue directamente a Dios y habló con Él. Cristo, en su abundante gracia, apareció a Pedro en el camino y los dos hablaron.

Seguramente corrieron lágrimas de parte de Pedro en la confesión de su pecado, pero Cristo le manifestó su gracia de nuevo en aquel día inolvidable.

Recuerde que en cierta manera la negación de Pedro fue pública. Lleguemos a la playa unos días después y veamos a Cristo manifestándose a los discípulos por tercera vez. Les da a comer y mira a Simón Pedro. “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Tres veces Pedro escucha la misma pregunta. Tres veces contesta que sí. Ahora Cristo le está dando un MANDATO PUBLICO, delante de los otros apóstoles:

“Apacienta mis ovejas”. (Juan 20:15) Creo que esto fue el último paso, y muy necesario, para que no solamente Pedro, pero también sus hermanos en la fe, supieran que Cristo le estaba dando un encargo especial, habiéndole perdonado por su pecado.

Obviamente hay casos cuando la restauración no es tan pública, porque el pecado no fue público y no afectó en manera grave al testimonio de la asamblea. Pero, debemos de recordar que Cristo perdona y quiere que sigamos en su servicio.

Más allá de los límites de esta meditación está la tarea de buscar en las Escrituras otros ejemplos en los cuales vemos cómo hombres y mujeres de la antigüedad le fallaron al Señor, pero también descubrieron la dicha de que se les concediera una segunda oportunidad. ¿Qué de Abraham, Jacob David, Noemí, Jonás o Juan Marcos?

Después de haber recordado las palabras de Cristo, Dios es rico en misericordia y él nos perdona. No viva, hubo en Pedro una MOLESTIA PROFUNDA. Mateo querido creyente, sumergido en la zozobra de que 26:75 nos informa que “saliendo fuera, lloró alguna vez le falló a Dios. ¡Levántese! y, como Pedro amargamente”. Podríamos llamar esta molestia el ya restaurado al Señor, empiece hoya vivir para Dios arrepentimiento. Pablo dice a los Corintios: “Porque la como nunca lo ha hecho antes.

 

 

 

 

 

Un hombre sobresaliente

 

Héctor Alves

 

En el primer capítulo de Juan aprendemos acerca del encuentro entre Pedro
y el Señor Jesús.


El Cefas

Andrés, hermano de Simón Pedro, había pasado cierto tiempo con el Señor en el lugar donde Él moraba. Tanto le impresionó la visita que Andrés “halló primero a su hermano Simón … y le trajo a Jesús”. Cuanto hay en este breve anuncio, se revela en todo lo que sucedió en los años subsiguientes. Esta presentación al Señor transformó la vida de Simón, capacitándole a servir al Hijo de Dios y, según cuenta la historia seglar, esa vida terminaría en martirio.

Leemos en esta introducción: “Y mirándole Jesús …” Es una palabra fuerte; no quiere decir que Jesús vio lo que estaba allí, sino que le contempló cuidadosa e intensamente. Pronunció su decisión: Tú eres Simón (una piedrita), pero serás llamado Cefas (una piedra). Nuestro Señor percibió por poder divino el carácter del hombre.

Comentaremos más de una vez en estas reseñas que Él no tenía necesidad de que nadie diese testimonio, pues sabía lo que había en el hombre; Juan 2.25. Así era, y así será. Viene día cuando nuestro Señor aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; los nuestros, por ejemplo; 1 Corintios 4.5.

Sólo por el nombre de Simón Barjonás (“hijo de Jonás”) se conocía a este hombre antes de su presentación al Señor, pero de allí en adelante se refiere a él a menudo como Simón Pedro, el nombre que emplearía también en su segunda epístola.

En el Evangelio según Juan leemos diecisiete veces de Pedro y otras tanto de Simón Pedro. No leemos que el Señor le haya llamado Simón Pedro, pero al reprenderle le llamó Simón y en otra

ocasión dijo, Simón, Simón. En Lucas 22.34, cuando nuestro Señor le advirtió de la terrible negación que él haría en breve, le dijo: “Pedro, te digo …”, empleando el nombre que simboliza fuerza y estabilidad.

El comisionado

Así, es la pluma de Juan que cuenta la primera mirada y la primera declaración del Señor a Pedro. Simón nunca se olvidaría de la una ni de la otra. Sólo Juan relata este incidente por demás interesante, y tenemos que buscar en otra parte para el próximo encuentro registrado para nuestra instrucción. Fue otro momento que el pescador galileo no olvidaría; a saber, su comisión al servicio del Señor.

Lucas relata que el Maestro estaba “junto al lago de Genesaret”, 5.1. Después de las escenas narradas en el primer capítulo de Juan, estos pescadores volvieron a sus redes y barcas. Mucho había sucedido en el ministerio del Señor desde que Juan, Andrés, Pedro y otros tuvieron sus respectivos encuentros iniciales con Jesús. Lucas repite la orden dada a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Y también la confesión: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. La respuesta fue: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Al traer a tierra las barcas, Pedro y los hijos de Zebedeo dejaron todo y siguieron a Jesús.

La historia de Pedro llega a estar asociada íntimamente con la de su Maestro. Participa de su humillación, los viajes pesados de día y la soledad del campo de noche. A veces padecían hambre, no llevando consigo comestibles para el camino, bolsa para dinero, ni una segunda túnica. Todo esto estaba en contraste con la comodidad del hogar de un hombre casado y la libertad de acción de un pescador.

Sus epístolas están repletas de referencias a sus experiencias, o las frases que escuchó en sus años formativos; se las han llamado las reminiscencias del apóstol. Por ejemplo: “ceñid vuestros lomos”, “piedra viva”, “testigo de los padecimientos de Cristo”.

El líder

Entre los doce apóstoles ninguno estaba tan a la vista como Pedro. En Mateo 10.2 leemos de “primero Simón”. Él no era el primero; tanto Juan como Andrés fueron llamados antes de él. La idea es que era el más prominente a causa de su carácter. Por lo general el Señor se dirigía a él como representante de los doce, y a menudo Pedro contestaba como portavoz de todos. Posteriormente, cuando se hace mención de los apóstoles como un conjunto, el lenguaje empleado es “Pedro” o “Pedro y los once”. Cuando Saulo de Tarso viajó a Jerusalén, fue “para ver a Pedro”, Gálatas 1.18.

Él era presto a hablar, y a veces de una manera impetuosa. Cuando cierto joven se acercó al Señor pero hizo ver que no estaba dispuesto a vender todo lo que tenía y seguir a Jesús, Pedro se adelantó a decir, “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido”. La respuesta de nuestro Señor fue que muchos primeros serían postreros, y los postreros, primeros. Este pronunciamiento le dejó al discípulo con algo que meditar. Esta irreflexión dejó a Pedro expuesto a riesgo más de una vez, y algunas de sus declaraciones imprudentes se debían a la confianza propia. Por ejemplo:

  • Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Mateo 26.35
  • Aunque todos se escandalicen, yo no. Marcos 14.29
  • Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Lucas 22.33
  • Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Juan 13.37.

Creemos que Pedro era sincero. La hipocresía era ajena a su naturaleza; la raíz de su problema estaba en que confiaba en su propio corazón. Dios dice que el hombre que hace eso es necio; Proverbios 28.26

De nuevo el atrevido Pedro comete un grave error en el monte de los Olivos. Tan contento estaba por ver al Señor en su gloria y rodeado de personajes distinguidos, que de una vez propuso: “Hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. Pobre Pedro quiso poner a su Señor al mismo nivel de sus criaturas.

En el Getsemaní encontramos a Pedro en el acto de cometer otro hecho disparatado. “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó”. Fue arrogancia y gran descuido.

Su impulsividad se ve también en el aposento alto. Pedro no puede ver a su maestro hacer en él la tarea de un criado, y exclama: “No me lavarás los pies jamás”, Juan 13.8. Una cosa loable en cuanto a este discípulo en este relato es que, al darse cuenta de su error, estaba muy deseoso de corregirlo. Pero fue al otro extremo. Su torpeza emanó de la profunda reverencia que tenía hacia el Señor.

¿Por qué escribió Juan el capítulo 21 del evangelio que lleva su nombre, cuando parece haber terminado su narración con el capítulo 20? Cual quiera que sea la razón, él nos ha mostrado el eslabón que había entre la terrible negación de parte de Pedro y su vida tan cambiada una vez resucitado el Señor.

Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le dijeron: “Vamos nosotros también contigo”. Los apóstoles habían ido a Galilea en respuesta a la orden que el Señor les había dado, y ahora siete de ellos se encuentran juntos cuando Pedro hizo saber su propósito.

Algunos dirían que hizo bien, pensando que sería correcto buscar sustento por trabajo honesto. Otros opinan que mejor fue ocuparse en la pesca que quedarse ocioso. Pero estas ideas no apuntan al blanco. Lo que sucedió fue que los discípulos se cansaron de esperar. Pedro no había sido restaurado aún, y él revirtió a su actividad de antaño. Dijo, “Voy”, y otros, “Vamos”. El líder conduce los demás por sendas del alejamiento. El Señor no estaba en el asunto, y nada lograron.

Y con esto, la restauración del gran hombre.

El restaurado

La vida de Pedro se divide en dos capítulos mayores, por lo menos: antes y después de la ascensión del Señor. En la primera parte le vemos como el apóstol impetuoso, aunque a la vez un seguidor bien intencionado. Luego hubo el tiempo que él pasó a solas con el Señor después de su resurrección. No sabemos dónde ni exactamente cuándo esto tuvo lugar, pero sí sabemos que, “Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón”. No obstante, podemos afirmar por qué se realizó la entrevista: fue la restauración de Simón, y el Espíritu ha tenido a bien correr el velo para que no sepamos los detalles.

Los apóstoles ocuparon el período entre la ascensión y el Día de Pentecostés en el aposento alto, donde perseveraban unánimes en la oración y ruego. De nuevo, Pedro asume el liderato: “En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos”.

El propósito de su discurso fue el de recomendar medidas inmediatas para llenar el vacío causado por la muerte de Judas. Él habló de la calificación necesaria para ese oficio sagrado: haber estado juntos con los demás todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre ellos. Algunos piensan que este precedente carecía de autorización; que si hubiera esperado, Dios hubiera llenado el cargo vacante con el nombramiento de Saulo de Tarso. No lo creemos; Pablo era un apóstol, pero su comisión como tal fue de un todo diferente a la de los doce.

El liderato de Pedro se manifiesta de nuevo en el Día de Pentecostés. En Hechos capítulo 2 le encontramos puesto en pie con los once, dando su primer discurso público. Él responsabilizó a sus oyentes con la muerte de Jesús de Nazaret y dio testimonio al cumplimiento de las Escrituras en la resurrección y ascensión del Señor Jesucristo. Son palabras de un Pedro enteramente restaurado y nos impresiona la sabiduría de este pescador convertido. Su discurso fue agudo y valiente; nada de vacilación vemos ahora.

¿A qué se debe el cambio? El hombre que antes estaba lleno de sí, está lleno del Espíritu Santo, y el resultado es un clamor entre sus oyentes: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Ellos “recibieron su palabra”, y unas tres mil almas fueron añadidas a la Iglesia recién formada.

Pedro y Juan continuaron juntos, prominentes en el servicio apostólico después de Pentecostés. Leemos “Pedro y Juan …” cinco veces en los primeros capítulos de Hechos, y de veras formaron una pareja digna. Criados en el mismo pueblo, habiendo sido socios en su oficio —Lucas 5.10— ellos eran amigos antes de ser discípulos de Jesús. Fueron Pedro y Juan que el Señor seleccionó para reservar el aposento alto para la celebración de la última pascua. Luego los dos estaban juntos en la casa del sumo sacerdote. A la orilla del lago fue Pedro quien se interesó por el bienestar de Juan, preguntando, “¿Y qué de éste?”

Pedro y Juan corrieron juntos al sepulcro para encontrarlo desocupado. Alguien ha dicho que Pedro era la Marta entre los apóstoles y Juan era la María. Es decir, Pedro era dinámico, activo y demostrativo; Juan era cauteloso y pensativo. Juan, por ejemplo, llegó primero al sepulcro pero dejó a Pedro entrar antes que él. Sus características opuestas hacían buen equilibrio.

El apercibido

El milagro a la entrada del templo proporcionó la oportunidad para el segundo discurso registrado. No fue menos poderoso que el primero, y el denuedo de Pedro queda evidente en las palabras, “… a quien vosotros entregasteis y negasteis”.

Se ha obrado un cambio en Pedro desde que él mismo negó a su Señor. Él no fue menos valiente al ser llevado ante los gobernantes y escribas. He aquí dos hombres sin letras pero desafiando a los líderes de la nación: “Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel … vosotros crucificasteis … Dios resucitó … La piedra reprobada por vosotros … ha venido a ser cabeza del ángulo”.

¡Qué sorpresa para estos inescrupulosos funcionarios ser acusados de haber rechazado la Piedra que Dios había puesto en Sion! Los presos se convirtieron en acusadores, y los jueces se quedaron convictos de un nudo hecho. Pedro y Juan reservaron para sí la última palabra: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”. Pedro tenía esta respuesta preparada, y al entregarla él no sólo expresó el sentir de sus consiervos sino expuso a la vez un principio para nuestra conducta.

El capítulo 8 de Hechos relata la visita de Pedro y Juan a Samaria y la manera en que fue usada de Dios para revelar la verdadera condición de Simón el mago. El denuedo típico de Pedro queda evidente por la manera en que denunció al hombre impío. El poder del Espíritu Santo en Pedro detectó la falsedad en Ananías y Safira, como también el engaño en Simón, quien aparentemente había hecho una profesión de fe sólo con miras a una ganancia monetaria. También hoy en día la Iglesia precisa de la percepción espiritual que discierne a los hijos extraños.

En el capítulo 10 nuestro protagonista se encuentra en la casa de Cornelio, donde emplea la segunda llave que el Señor le había dado, esta vez para abrir la puerta de la fe a los gentiles.

El capítulo 12 narra el relato de su encarcelamiento y luego su libertad por obra de Dios. Llegamos al capítulo 15 y aprendemos de la reunión en Jerusalén que fue convocada para considerar la controversia sobre la circuncisión. “Después de mucha discusión, Pedro se levantó”. Jacobo refrendó las palabras de Pedro, y los judaizantes quedaron reprendidos.

El anciano

Es en Gálatas 2.11 al 16 que leemos de lo que era tal vez la única actuación negativa de este gran hombre una vez ascendido el Señor. No mucho después del acuerdo en Jerusalén, Pedro fue culpable de levantar lo que él mismo había derrumbado, negando en efecto lo que había convenido con sus hermanos en Hechos 15.

Posterior a la reunión en Jerusalén y el incidente mencionado en Gálatas, nada leemos de este apóstol hasta llegar a sus dos epístolas. En ellas nos damos cuenta de su gran firmeza. El que 27 años antes cayó en la zaranda del diablo, pudo escribir ahora: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Seis años más adelante, sus palabras son: “Oh amados, … guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza”.

Si nada específico leemos en las Escrituras de sus viajes en los años de madurez, tampoco debemos dejar de observar dos detalles. (1) Su primera epístola fue dirigida a los creyentes expatriados en diversas provincias del imperio, y lleva salutaciones de parte de la iglesia en Babilonia. (2) Años antes, Pablo había empleado a Pedro como ejemplo, preguntando si él no tenía derecho de viajar con una esposa, como hacía Pedro; 1 Corintios 9.5. Parece que la asamblea nueva en Acaya conocía a este apóstol, o por lo menos sabía de su ministerio en diversas partes).

Citamos las palabras de otro, y las aplicamos a Pedro: “Los defectos de uno se encuentran a menudo en la vecindad cercana a sus excelencias”.

No hay relato inspirado de la muerte de Pedro. Refiriéndose a Nerón, Jerónimo contó que: “Por este emperador él fue crucificado y coronado del martirio, su cabeza volteada hacia la tierra y sus pies en el aire, protestando que era indigno de morir al estilo de su Señor”. Cuando Crisóstomo leyó esto, dijo: “Bienaventurado el varón”.

 

 

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