Notas sobre Esdras, Nehemías, etc. (#779)

Notas sobre Esdras, Nehemías y otros libros de la época

William Rodgers

Título original  Back from Babylon

Publicado en inglés como una serie de artículos en el The Believers  Magazine en 1934

La historia del regreso a Jerusalén del remanente de los judíos al cabo de los setenta años de cautiverio en Babilonia, según se relata en los libros de
Esdras,  Nehemías,  Ester,  Hageo,  Zacarías  y  Malaquías

 

Contenido

1        El regreso de Babilonia

El paralelo entre los tiempos post cautiverios y los nuestros

2        Un avivamiento a lo antiguo

El ejercicio de Daniel y otros

3        La mano de Dios

Esdras 7 y 8

4        Los adversarios

Zacarías 1, Esdras 4

5        Diversidad de dones

Hageo

6        Otro testigo

Zacarías

7        El tratamiento del pecado

Esdras 9 y 10

8        Tres oraciones de Nehemías

Nehemías 4, 6, 13

9        Cinco oraciones de Nehemías

Nehemías 5, 6, 13

10        La construcción del muro

Nehemías 3

11        Habladores, traidores y conspiradores

Nehemías 4, 5, 6

12        Un gran estudio bíblico

Nehemías 8

13        El hombre que no se arrodilló

El libro de Ester

14        El mensaje de Malaquías

Malaquías

15        El fracaso del sacerdocio

Malaquías

16        Un sacerdocio real

2 Samuel 8 y 20

 

 

Capítulo 1   El regreso de Babilonia

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron,1 de manera que ninguna parte de la historia de Israel en el Antiguo Testamento puede carecer de instrucción para el pueblo de Dios en el día de hoy. Quizás ninguna otra parte de aquella historia sea más apropiada para ser enseñada en vista de las necesidades actuales que aquélla sobre

  • Esdras
    ●  Nehemías
    ●  Ester
    y dada también en los escritos de
    ●  Hageo
    ●  Zacarías
    ●  Malaquías,
    quienes eran profetas en aquellos tiempos. Es llamativo el parecido entre las circunstancias de aquella época y las de nuestros tiempos.

La historia de los cautivos que volvieron de Babilonia para restablecer el templo y reedificar la ciudad de Jerusalén refleja la historia del pueblo de Dios que durante los últimos cien o más años ha salido de un cautiverio babilónico en las cosas espirituales para poder ocupar el lugar requerido por la Palabra de Dios y andar en obediencia a sus mandamientos.

Cada uno de estos movimientos comenzó en los corazones de determinados creyentes que fueron movidos por la Palabra de Dios para averiguar cuál debería ser su posición delante de él. Eran, en palabras de Esdras, aquéllos cuyo espíritu despertó Dios.2 Cada uno de estos movimientos —el regreso de los judíos de Babilonia, y el movimiento restaurador de los últimos cien años— se caracterizó por el celo espiritual de sus primeros líderes, un reconocimiento franco de su propia debilidad, y su confianza en la ayuda que Dios les brindaría.

Nota del traductor:  El autor se refiere, por supuesto, a la gran obra del Espíritu Santo que empezó en el sur de Irlanda y de Inglaterra en la década de los 1820 y rápidamente se extendió por Escocia y el resto de las Islas Británicas, a Suiza, Francia y otras partes de Europa, a la Guyana aquí en Sur América, y así por la redondez del mundo.

Creyentes que fueron levantados en iglesias sectarias se interesaron por conocer las verdades del Nuevo Testamento sobre las instrucciones del Señor para la congregación de los suyos en su nombre. El Espíritu les reveló, paso por paso, muchas verdades que hoy día algunos consideran cosa bien sabida, pero que poco habían sido entendidas o expuestas públicamente durante siglos. Fue casi un recomienzo de las prácticas apostólicas en cuanto a la iglesia local o asamblea bíblica.

 

Desde el primer siglo hasta el Siglo XIX siempre había en una u otra parte algunos grupos de creyentes que practicaban estas verdades según la luz que tenían. Pero el reavivamiento al cual nos referimos fue una poderosa obra de Dios en los corazones de miles —generalmente sin que un grupito supiese que otros tenían estas mismas convicciones— que nos dejó la herencia doctrinal que es nuestro deber guardar en este siglo XX.

En cada caso no se limitaban simplemente a salir de algo malo. Más bien se buscaba de una manera decidida el centro de Dios para su pueblo, o sea, el lugar donde Él había puesto su nombre. En el primer caso era un lugar geográfico, Jerusalén; en el segundo caso era un centro en el sentido espiritual: una iglesia o asamblea formada de acuerdo con las enseñanzas del Nuevo Testamento y obediente a las Sagradas Escrituras en relación a la manera de congregarse de acuerdo a la voluntad divina.

Los dos movimientos se asemejaron también por su interés en estudiar las Escrituras y un sincero intento de cumplir a toda costa lo que se encuentra escrito en ellas. Hay algo de parecido en las verdades descubiertas en cada caso, y en los efectos producidos en las vidas de los que se interesaron en la Palabra. Por un lado ellos generaron cuidado en el cumplimiento escriturario de las fiestas o ceremonias requeridas en sus respectivas épocas, y por otro lado vieron la necesidad en todo tiempo de una separación definida de los impíos en derredor.

En ambos casos los grupos sobrepasaron los mejores y más destacados líderes de períodos anteriores. Más allá de Samuel, David, Salomón y Ezequías. Más allá de Lutero, Calvino, Knox y Wesley. Por ejemplo los cautivos que regresaron de Babilonia guardaron la fiesta en las pequeñas cabañas o tabernáculos, tal como se mandó en Levítico 23.40 al 42, aun cuando «desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel”. 3 Y, cuando Nehemías invocaba el pasaje en Deuteronomio 23.3,4 para condenar el matrimonio con personas paganas, él agregó: «¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Bien que en muchas naciones no hubo rey como él … aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras”. 4

Como era de esperar, en ambas épocas, a los que buscaban obedecer a la Palabra de Dios en estos asuntos les correspondió sufrir la persecución y burla. Al desarrollarse cada uno de estos movimientos, surgieron problemas a consecuencia de la perversidad y mundanalidad de algunos entre sus propias filas. La culminación entre los exilados que volvieron a la tierra prometida fue aquel abandono casi general de las cosas espirituales del cual habla Malaquías. Hasta qué punto ha de imperar la misma tendencia en el movimiento espiritual de nuestros tiempos, es algo que deben discernir los que tienen la mente del Señor.

Considerando estas cosas, conviene observar la secuencia en los libros de Esdras y Nehemías. El uno contiene el relato de la construcción de la casa de Dios, el segundo templo, y el otro el relato de la construcción del muro en torno de la ciudad de Jerusalén. Es correcto que la casa haya precedido al muro. El templo sugiere que había la debida actitud delante de Dios, mientras que el muro habla de la debida actitud en cuanto a los paganos en derredor. En la primera instancia se da a Dios el lugar que le corresponde y en la otra se lo da a los moabitas, amonitas, etc. el lugar suyo.

Ambas iniciativas ponían de manifiesto un mismo ejercicio de corazón, pero en dos aspectos: el interior y el exterior. El aspecto interior viene primero, como hemos observado ya; y si no, entonces la otra iniciativa se vuelve mero sectarismo. Es decir, no podemos lograr una relación correcta con los inconversos si no tenemos primeramente una relación correcta con Dios.

Pero, por otro lado, si nos satisfacemos con sólo nuestra posición delante de él, y descuidamos la separación de aquellos que no le conocen, entonces esta profesión de una buena relación con él se torna en simple hipocresía. O sea, tanto en aquellos tiempos lejanos como en nuestra época, la amistad con el mundo es enemistad contra Dios. 5

También es interesante notar que la necesidad del muro no parecía ser tan patente al principio como lo era más adelante cuando habían fallecido muchos del grupo original que regresó del cautiverio. Esto no quiere decir que era menos una obra de Dios. Los hombres que levantaron el muro estaban llevando a cabo la voluntad de Dios para sus tiempos en la misma medida que aquellos que antes habían construido el templo nuevo. Ellos también tenían escrituras que apoyaron su iniciativa; los profetas dijeron:

Se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.

La ciudad será edificada a Jehová, desde la torre de Hananeel hasta la puerta del ángulo.

… edificaron la puerta de las Ovejas … edificaron hasta la torre de Hananeel. 6

Además, sus propios adversarios «conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra”. 7

Sin embargo, no nos es difícil imaginar que algún crítico le dijera a Nehemías, «Hombre, es fanatismo y sectarismo este afán suyo por construir un muro. Los que vinieron antes de usted no hicieron tal cosa. Usted está metiendo al pueblo de Dios en servidumbre”. Sabemos que realmente existían estos criticones, mayormente entre los judíos bien acomodados y los nobles cuyas familias habían entrado en alianzas con los paganos. Ellos estorbaron la construcción del edificio y luego intentaron anular su efecto una vez construido.

¿No hay un paralelo a esto hoy en día? Aquellos hermanos que primeramente, en cualquier lugar en particular, salieron de los sistemas religiosos de los cuales Babilonia es el prototipo en las Escrituras, se ocuparon con encontrar de nuevo el centro de reunión que Dios ha señalado. Ellos tenían poca necesidad de preocuparse por la construcción del muro, por cuanto el reproche y la persecución que encontraron todos ellos en aquellos tiempos eran de por sí un muro que guardaba afuera al que no compartía sus convicciones.

En aquellas circunstancias se podría decir de esos hermanos lo que se dijo de la iglesia primitiva de Hechos de los Apóstoles: «De los demás, nadie se atrevía a juntarse con ellos”. Ellos tuvieron que comprar la verdad a un precio caro para sí mismos.8 Por lo tanto, estaban poco dispuestos a venderla para volver a construir lo que habían derribado, o sea, los sistemas religiosos que habían conocido primeramente.

Pero los tiempos cambian. Las asambleas del pueblo de Dios crecieron en número y tamaño. Se construyeron edificios cada vez más grandes. Con el correr del tiempo, en la mayoría de los lugares ahora da lo mismo a los demás que uno tenga nexos bien con el salón evangélico o con alguna congregación de otra naturaleza.

En muchos casos los hijos de los creyentes también llegaron a ser realmente salvos, por la misericordia de Dios. Se bautizaron y fueron recibidos en la comunión de la asamblea respectiva, pero por regla general no tuvieron el mismo ejercicio en cosas espirituales que tenían sus padres. Esta generación nueva no tuvo la experiencia de abandonar una organización religiosa para congregarse de una manera diferente, ni tuvo que pagar un precio elevado para andar en la senda de la obediencia. Y, como dice el refrán viejo, «ligero vienen, ligero van”. Los pastores entre las asambleas saben a su pesar que es así.

Como consecuencia de estos y otros acontecimientos, se hace muy necesario «construir el muro”. Esto no se hace por reglas que establecen que «usted no puede hacer eso”, o «no puede asistir a tal parte”, ni menos se hace por un corte de comunión a granel para con cualesquiera que no concuerdan con uno en cada detalle. Lo construye el ministerio al corazón del creyente al enfatizar aquellas verdades de la Palabra de Dios que tienen que ver con la senda de separación que Dios ha señalado para su pueblo, y con los peligros que encierra el yugo desigual en asuntos religiosos, políticos, sociales o de cualquier otro tipo.

Se dice a menudo que este tipo de ministerio —supuestamente negativo— no será necesario si uno se limita a hablar a los creyentes acerca de Jesucristo. Y suena lógico. Pero si buscamos en las Epístolas del Nuevo Testamento veremos que contienen ministerio de ambos tipos. Y, es más: veremos que en las postreras epístolas se destacan las exhortaciones a la piedad y la separación de lo malo. Este hecho sugiere que en los días de los apóstoles las tendencias siguieron el mismo rumbo que en los nuestros.

Veamos entonces los detalles que nos dan los libros post cautiverios. Hagámoslo con la expectativa de recibir una verdadera ayuda frente a la necesidad actual entre las asambleas del pueblo de Dios.

1 Romanos 15.4            6  Daniel 9.25,

2 Esdras 1.5                       Jeremías 31.38,

3 Nehemías 8.17                            Nehemías 3.1

4 Nehemías 13.26          7 Nehemías 6.16

5 Santiago 4.4                8 Proverbios 23.23

 

Capítulo 2  Un avivamiento a lo antiguo

La historia del regreso de los judíos de su cautiverio en Babilonia es el relato de un gran avivamiento. Como es el caso con otros movimientos restauradores de tiempos más cercanos, se plantea la pregunta: ¿Dónde se originó tal movimiento? Por ejemplo, si preguntamos acerca del gran despertamiento que hubo en mi país en 1859, nos hablan del ejercicio y oración de cuatro varones jóvenes, o quizás nos llevan atrás a la historia de cierta dama piadosa cuya vida tuvo influencia sobre aquellos cuatro. No obstante, ignoramos quiénes más estaban ejercitados, y qué otras oraciones ascendían a Dios en esa misma época. De eso no sabemos, pero estamos seguros de que Dios sí sabe.

Nota del traductor:   El avivamiento espiritual que sacudió las Islas Británicas en 1859 y 1860 es toda una historia en sí. Comenzando en el norte de Irlanda, el evangelio se apoderó del país al estilo del Día de Pentecostés. Se vieron obreros arrodillados en las vías públicas, clamando a Dios por la salvación de sus almas. Miles y miles fueron convertidos.  Hoy día sus descendientes forman una gruesa parte del pueblo del Señor de habla inglesa (y de otras culturas).

El hecho es que todo verdadero avivamiento tiene su origen con Dios mismo, y en la mayoría de los casos Él mueve los corazones de varias personas para lograr lo que Él propone. Pocas de éstas llegan a un punto de prominencia en el desarrollo del movimiento, y muchas pasan al olvido —si acaso fueron reconocidas— pero su obra perdura y su hoja de servicio está guardada en lugares celestiales.

Tal vez nunca ha habido un avivamiento cuyos comienzos podemos discernir tan acertadamente como aquel que ocurrió en los días de Zorobabel, Hageo, Zacarías, Esdras y Nehemías. Contamos con una historia de ese movimiento relatada por el mismo Espíritu de Dios en las Sagradas Escrituras. Por ellas sabemos que Dios había hecho saber por medio de los profetas, aun antes de que los israelitas fuesen llevados a cautiverio, cómo sería el fin del movimiento.

Isaías, por ejemplo, anuncia el nombre del rey de Persia que más adelante sería el instrumento en la mano de Dios para efectuar la restauración de su pueblo. 9 Esto lo hizo el profeta más de un siglo antes del nacimiento de ese hombre. Es más: él describe la fiesta de Belsasar y su terrible fin, y todo con la precisión de un testigo ocular. 10 El acontecimiento estaba todavía en el futuro, pero él dice: «Se pasmó mi corazón, el horror me ha intimidado; la noche de mi deseo se me volvió en espanto. Ponen la mesa, extienden tapices; comen; beben”.

Un tiempo después, Jeremías dice claramente en más de una de sus profecías que el cautiverio se extendería por setenta años, 11 y que después el pueblo volvería a poseer sus casas, campos y viñas en su propia tierra. A la luz de estas y otras escrituras, bien podemos decir que el avivamiento, cuando sucedió, tomó una forma muy bíblica. Esto no se puede decir de algunos movimientos modernos que han tomado para sí el nombre de un avivamiento.

A medida que se acercaba el tiempo señalado, Dios efectuó grandes cambios entre las naciones, todo con miras a la realización de su propósito. Un período relativamente pacífico fue seguido por un brote de guerras nuevas y de luchas, pero los participantes no tenían sino una pequeña idea de que Dios les estaba usando para el cumplimiento de sus promesas a Israel.

En Zacarías 1 tenemos la primera de una serie de grandes visiones dadas al profeta, todas ellas sobre el regreso del cautiverio. En esta visión aprendemos qué influencias estaban obrando detrás del telón en aquellos tiempos. Ciertos agentes misteriosos presentan un informe, ya que el Señor les había enviado a recorrer la tierra. 12 Ellos decían: «Hemos recorrido la tierra, y he aquí toda la tierra está reposada y quieta”.

Este aviso provoca intercesión inmediata de parte de Uno llamado el Ángel del Señor. Él aboga: «Oh Jehová de los ejércitos, ¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén, y de las ciudades de Judá, con las cuales has estado airado por espacio de setenta años?» A esta oración el Señor respondió, según nos dice el profeta, «buenas palabras consoladoras”, y algunas de estas son comunicadas a Zacarías en los versículos siguientes.

«Celé con gran celo a Jerusalén y a Sion, y estoy muy airado contra las naciones que están reposadas”. Aquí tenemos el secreto de por qué se interrumpió aquella tranquilidad, y por qué se presentó tanto conflicto. En esta turbación Ciro fue levantado para llevar a cabo la voluntad del Señor. Él diría a Jerusalén, «Serás edificada”, y al templo, «Serás fundado”. 13

Fue en esa ocasión que sucedió otro acontecimiento, pero de una naturaleza muy diferente. El Señor había vencido naciones para el logro de sus designios, y a este fin los persas conquistaron el reino de Babilonia. Él puso un ejercicio en el corazón de su anciano siervo Daniel para ocuparse del sentido de ciertos eventos que sucedieron en derredor suyo. 14

En su perplejidad Daniel hizo lo que todo siervo del Señor debería hacer. Él buscó en la Palabra de Dios. Leyendo en las profecías de Jeremías, él se fijó atentamente en una cierta afirmación divina: «Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar”. 15

Mientras Daniel leía estas palabras, su mente corrió atrás a aquel tiempo mucho antes cuando en su niñez él y otros habían sido llevados presos a Babilonia. ¿Qué tiempo hacía? Casi setenta años. ¡Seguramente debe estar cerca el tiempo cuando Dios cumplirá su promesa, y visitará a su pueblo con bendición!

En vista de esta verdad preciosa que Daniel había aprendido, ¿qué debería hacer él? Ya era demasiado viejo como para tomar una parte prominente, o siquiera activa, en la tan anhelada restauración de su pueblo. Pero el pasaje mismo contesta la pregunta que no está escrita: «Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”.

Una cosa él podía hacer. Podía orar. Y Daniel oró.

Su oración sobresaliente está en Daniel 9. Hay confesión de pecado contra la ley de Dios, pecado en rechazar el mensaje dado por medio de los profetas, pecado de parte del pueblo y de sus reyes y demás líderes. Nada menos de cuatro veces él dice, «Hemos pecado”. 16

Él oró no sólo en esa ocasión sino que perseveró en la oración, como el capítulo siguiente nos hace ver. Mientras oraba, Dios le revelaba mucho en cuanto a sus propósitos. Le informó sobre el futuro de Israel y sobre las fuerzas que estaban en operación a favor de y en contra de estos propósitos. Se observa especialmente: «El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme”. 17 Este pasaje no puede dejar de recordarnos de lo que ya hemos visto en Zacarías sobre aquellos que Jehová había enviado a recorrer la tierra. 18

Este mismo ejercicio del alma que se vio en las oraciones de Daniel también debe haber sido manifestado en otras maneras. Sólo el Señor sabe en qué medida Daniel fue responsable por el interés que Ciro tomó en la restauración de los judíos, y quizás aun por el celo manifestado por Josué y Zorobabel. Lo que leemos es que «despertó Jehová el espíritu de Ciro el rey de Persia”, 19 y que «despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo; y vinieron a trabajar en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios”.20

Si Él hizo esto por medio de la influencia de Daniel, o en qué medida se debió a Daniel, no podemos decir. El Señor sabe, y Él está al tanto de todo servicio secreto de los fieles suyos. Podemos estar seguros de que «los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que enseñan justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”. Es más, a Daniel fue prometido: «Tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días”. 21

9 Isaías 44.28, 45.1 al 5

10 Isaías 21.1 al 9                      15 Jeremías 29.10

11 Jeremías 25.11,12,                16 Daniel 9.5 al 15

29,10, 32.15                          7 Daniel 10.12,13

12 Zacarías 1.11                                     8 Zacarías 1.7 al 16

13 Isaías 44.28                           9 Esdras 1.1.

14 Daniel 9.1,2                          0 Hageo 1.14

1 Daniel 12.3,13

Capítulo 3   La mano de Dios

En nuestro capítulo anterior vimos que Dios fue el agente primario en todos los acontecimientos que condujeron al regreso del cautiverio de parte de algunos de Israel. Ocurre más de una vez la cláusula, «El Señor despertó el espíritu» de uno u otro, todo para ayudarles a llevar a cabo su santa voluntad.

Sin embargo, no fue sólo que el movimiento tuvo su origen en él, sino que Él fue su guía y defensor en las pruebas y dificultades que se presentaron de tiempo en tiempo en su desenvolvimiento. Todos los libros del post cautiverio nos muestran esto. Nos referimos a Esdras, Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías.

Esto se nota especialmente en Esdras 7 y 8, donde el autor trata de su propio viaje de Babilonia a Jerusalén en los días de Artajerjes, acompañado de un grupo de desterrados. Él habla seis veces de «la mano de Dios sobre nosotros”. Es interesante notar las circunstancias variadas en las cuales él emplea esta expresión, ya que ellas indican de una manera acentuada con cuánto cuidado Dios estaba vigilando y protegiendo.

El pasaje clave en este sentido —aunque no el primero— está en Esdras 8.22, donde Esdras dice, «Tuve vergüenza de pedir al rey tropa y gente de a caballo que nos defendiesen del enemigo en el camino; porque habíamos hablado al rey, diciendo: La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan, mas su poder y su furor contra los que le abandonaron”.

Es evidente aquí que Esdras había enfatizado, al formular su petición ante Artajerjes, el poder de Dios para proteger a los suyos y vencer a los enemigos de su pueblo. Por lo tanto, al describir su viaje en los dos capítulos, él se regocija una y otra vez al recordar que en varias ocasiones se había probado la veracidad de este testimonio suyo ante el rey. Efectivamente, la mano de Dios había estado con ellos en cada etapa.

No deja de ser llamativo el efecto que el testimonio de Esdras había tenido sobre sí. «Tuve vergüenza de pedir al rey tropa”. ¿Y por qué le daría vergüenza? Porque, como él nos dice, ese acto hubiera echado a perder el testimonio acerca del cuidado divino que él había dado ante el rey pagano. ¡Oh que nosotros, el pueblo de Dios hoy día, tuviéramos tanto temor de comportarnos de una manera que podría dañar el testimonio de nuestros labios! Por ejemplo, una parte de nuestro testimonio es el hecho de haber sido apartados de este mundo, ¡pero hay ocasiones cuando nuestro comportamiento no es nada celestial!

El testimonio de Enoc en la antigüedad fue que Dios es, y quien le busca recibirá galardón. 22 Pero, desde luego, él vivió trescientos años como uno que creía esto. Pablo tenía el mismo espíritu de cuidado que tenía Esdras; así él dijo de sí y de sus consiervos que ellos no querían dar a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que el ministerio no fuese vituperado.23

Hubo otro efecto sobre Esdras, producido también por su propio testimonio ante el rey. Lo vemos en el mismo capítulo 8, en los versículos inmediatamente anteriores al que hemos comentado. Vemos que todo esto le condujo a la oración sincera, pidiendo que Dios otorgara la dirección y protección de las cuales Esdras había hablado al monarca. De que esa oración fue contestada positivamente, sabemos con certeza por las cinco referencias restantes a «la mano de Dios”.

Aprovechemos el ejemplo de Esdras en este sentido. Nosotros tampoco podemos mantener un testimonio para Dios sin pedir continuamente que Él nos dé poder para hacerlo. El enemigo está en el camino todavía. 24 Todavía tenemos que confesar, como hizo Josafat, que «en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos”. 25

Pero, tenemos que ver dónde más se encuentran referencias a «la mano de Dios”.

Esdras 7.6 habla de la concesión que hizo Artajerjes a Esdras, y dice que «la mano de Jehová su Dios estaba sobre nosotros”. Eso fue un buen comienzo, y muestra cuán fácilmente el Señor puede influenciar las autoridades superiores a favor de su pueblo y su obra.

Luego, en el 7.28 Esdras nos cuenta que fue fortalecido por la mano de Dios sobre él en su próximo paso, que fue el de reunir a los principales de Israel a subir con él. Esto fue muy necesario, ya que era preciso contar con hombres idóneos. Él quería que le acompañaran hombres que serían una bendición entre el pueblo de Dios, y no un estorbo, como al efecto eran algunos cuyos nombres encontramos en Esdras y Nehemías.

Otro uso de la frase se encuentra en el 8.18, y es algo parecido al que hemos comentado. Dice: «Nos trajeron según la buena mano de Dios sobre nosotros, un varón entendido.”. Enseguida él hace mención de algunos otros varones capacitados.

Pasando al 8.31, él testifica que, en cuanto al viaje en sí, «la mano de Dios estaba sobre nosotros, y nos libró de la mano del enemigo y del asechador en el camino”. Y, finalmente, en el 7.9 la marcha termina con las palabras, «llegó a Jerusalén, estando con él la buena mano de Dios”.

Vemos, pues, que los que comienzan con Dios y continúan con él, para ellos el fin de la carrera será bueno.

22 Hebreos 11.6                                     24 Esdras 8.22

23 2 Corintios 6.3                      25 2 Crónicas 20.12

 

Capítulo 4   Los adversarios

Hemos visto que este movimiento de «Volvamos de Babilonia» tuvo su origen en la voluntad de Dios, y que Él guió y guardó a sus siervos en el desenvolvimiento del mismo. Veamos algunas de las fuerzas opuestas.

No debemos olvidarnos de que algunas de estas fuerzas eran ocultas, aun antes de que se manifestara la oposición visible. Esto había quedado claro por ciertos pasajes ya citados, como Zacarías 1. Lo vimos especialmente en Daniel, donde la respuesta a la oración de Daniel fue obstaculizada por veintiún días por un poderoso agente desconocido, el cual se denomina como el príncipe del reino de Persia. 26

La verdadera fuente de toda la oposición al regreso de los desterrados se ve más claramente en Zacarías 3, donde el profeta recibe una visión de Josué, el sumo sacerdote. [Por supuesto, éste no es el Josué sucesor de Moisés, quien vivía siglos antes.]  El pontífice «estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano para acusarle”. Así es siempre. Dondequiera que la obra del Señor esté en marcha para cumplir su voluntad, se encontrará el diablo haciendo todo cuanto pueda para estorbarla.

Pasemos sin embargo a ver la oposición más evidente.

La primera referencia a ella está en Esdras 4, donde los adversarios se presentan como si fueran amigos. Ellos ofrecen su ayuda, diciendo a Josué y Sorozábal, «Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios”. Fue una gran afirmación, ya que este asunto de buscar a Dios implica dos cosas que el mismo Esdras nos dice. (i) Los que buscaron a Jehová Dios de Israel «se habían apartado de las inmundicias de las gentes de la tierra”. 27 Y (ii) «Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla”. 28

Todavía en nuestra época debemos buscar estas características en los que ofrecen su colaboración en las cosas del Señor, o que solicitan la nuestra. Por un lado, les corresponde apartarse de la inmundicia, y por el otro cumplir con la Palabra. Quizás nosotros no lo hacemos como debiéramos.

Estos dos voluntarios no tenían ninguna de las dos evidencias. Su origen verdadero quedó expuesto en la parte restante de su oferta. Des cubrimos que ellos eran descendientes de los emigrantes que los reyes de Asiria habían colocado en las ciudades de Samaria una vez que los israelitas habían sido llevados al cautiverio. Esto queda confirmado en 4.10, 17 y Nehemías 4.2.

Si queremos saber qué clase de religión tenía ese pueblo samaritano, y cómo llegaron a abrazarla, podemos buscar en 2 Reyes 7.24 al 41. Es un pasaje muy interesante, y su tema es que ellos «temieron a Dios pero sirvieron a sus propios dioses”. ¡Se parece mucho a las religiones del pueblo en nuestros propios tiempos! En una época anterior, otro Josué y sus asociados fueron engañados por los gabaonitas bajo pretextos similares. 29 Pero en el caso de los desterrados que volvieron de Babilonia, sus líderes están entre aquellos pocos y nobles en las Escrituras que supieron cuándo y cómo decir No. Lo dijeron con énfasis: «No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios”.

Tan firme fue la posición que asumieron estos líderes que dejó una impresión honda en la mente del pueblo. Aun en los tiempos del Nuevo Testamento, cuando la adoración de los propios judíos había caído en mero formalismo, se decía, «porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí”. Este mismo hecho, sin embargo, sugiere un peligro. Es que nosotros podríamos encontrarnos repitiendo los dichos, e imitando los hechos, de hombres que en su tiempo eran valientes por la fe, pero sin que nosotros contáramos con verdadero ejercicio en nuestras almas sobre los asuntos en cuestión.

La negativa de los judíos ante la oferta de los samaritanos sacó a la luz enseguida el verdadero carácter de estos últimos. «El pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara. Sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos.”. 30 En el libro de Nehemías, que trata de un tiempo muchos años después, encontramos que todavía hacían eso, dirigidos ahora por Sanbalat, Tobías y Gesem.

Con todo, es dudoso que este hostigamiento activo de parte de los adversarios haya sido la peor cosa contra la cual los regresados tuvieron que contender. ¿No será que el peligro mayor estaba en la amistad que algunos de los mismos judíos los ricos en especial— cultivaron con los paganos, llegando al extremo de casarse con mujeres de la tierra?

Esta es, por supuesto, una de las tácticas más antiguas que emplea Satanás. La ha usado a menudo con éxito para amarrar al pueblo de Dios. En los días que precedían al diluvio, «los hijos de Dios tomaron a las hijas de los hombres”, y esta maldad contribuyó a la calamidad que sucedió en el tiempo de Noé. Cuando los israelitas estaban en el desierto, Balac actuó conforme al consejo de Balaam, usando este mismo plan, y el resultado fue juicio sobre el campamento. 31 Dice el Señor32 que Balaam enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel y a cometer fornicación. Salomón y otros reyes cayeron en la misma red unos siglos después.

Ahora, no obstante la lección severa de los años de cautiverio en Babilonia, el mismo mal se presenta una y otra vez. Esdras tuvo que luchar contra él. 33 Nehemías tuvo que enfrentarlo. 34 Malaquías lo denunció en su profecía. 35

Hay este mismo peligro en nuestros propios días. Debemos hacer caso de las lecciones solemnes en estos pasajes y otros. Por cierto, el Nuevo Testamento hace uso de los acontecimientos ya mencionados, aludiendo a Baal-peor y Balaam.36 ¿No es cierto que entre nosotros haya habido cierta reanudación de las amistades mundanas? ¿Y no es cierto que esta amistad ilícita con los mundanos es más evidente entre los creyentes con ciertos recursos económicos? ¿Y no es verdad que a veces estos nexos han tenido por resultado uniones matrimoniales entre creyentes e inconversos?

Es interesante un puntito que se nota en esta conexión. Nehemías nos cuenta 37 que algunos de los líderes judíos que hacían estas cosas contaban ante él «las buenas obras» de Tobías. Luego, ellos contaban a Tobías la reacción de Nehemías. Esto es típico de las tales personas. Siempre están alabando a los de afuera, pero difícilmente pueden decir algo bueno en cuanto a sus propios hermanos.

26 Daniel 10.12,13                    33 Esdras 9 y 10

27 Esdras 6.21                           34 Nehemías 6.17 al 19;

28 Esdras 7.10 capítulo 12

29 Josué 10                                35 Malaquías 2.11 al 16

30 Esdras 4.4,5                          36 1 Corintios 8.10,11

31 Números 25.1 al 4 Apocalipsis 2.14

32 Apocalipsis 2.14                   37 Nehemías 6.17 al 19

 

Capítulo 5   Diversidad de dones

Hemos trazado la obra de Dios en los acontecimientos que permitieron el regreso de su pueblo del cautiverio en Babilonia y hemos observado como Él les guió y protegió después. Hemos visto también algunas de las formas que tomó la oposición que Satanás ofreció. Veremos ahora el apoyo que les fue dado por medio del ministerio de la palabra de Dios por boca de los profetas, ajustado a la necesidad de los que regresaron.

El primer revés que recibieron se debió a trabas puestas por los adversarios, y tal fue el impacto que ellos dejaron por un tiempo la construcción del templo. Pero es en esta ocasión que encontramos a Hageo y Zacarías presentándose como enviados de Jehová y hablando por mandato suyo.38 Sus palabras fueron de reprensión, pero mayormente de consuelo.

El caso de estos dos señores llama la atención por la diversidad de sus dones. Lo mismo se ve en los dones y el servicio de los demás que Dios levantó en la misma época como líderes entre su pueblo. Zorobabel, Josué, Esdras, Nehemías, etc.: cada uno tenía su lugar propio a ocupar y su servicio propio a desempeñar. Ninguno fue una simple réplica de otro. De la misma manera, si colocamos las palabras de Hageo al lado de las de Zacarías, veremos que los dos tenían diferentes dones según la gracia dada, como lo expresa Pablo.39 No era necesario ni apropiado que fuera de otra manera.

Los mensajes de Hageo fueron sencillos; los de Zacarías profundos. Quizás esto era de esperarse, ya que Hageo parece haber sido una persona poco conocida cuyo parentesco e historia ignoramos. El otro hombre, Zacarías, parece haber pertenecido a una gran familia sacerdotal, bien conocida en ese entonces.40 Con todo, no había discordancia; su ministerio se encajó felizmente para el bien del pueblo del Señor.

Si esta gente era parecida a nosotros, es de suponer que algunos estaban diciendo, «Nos gusta más a Zacarías, porque nos habla cosas profundas”, mientras otros afirmaban, «Por mucho prefiero a Hageo, porque es fácil entender lo que está diciendo”. Pero Dios vio la necesidad de los dos, y por lo tanto Él dio una diversidad de dones. Hoy día, hace lo mismo «a fin de perfeccionar a los santos”. 41

Debemos siempre proseguir la unidad entre los siervos del Señor, pero es una pérdida de esfuerzo el intentar imponer la uniformidad. Pablo dice a los corintios que el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Por esto, el pie no debe asumir una humildad falsa, diciendo que por no ser la mano, no es del cuerpo. 42 A la vez, Pablo escribe que «son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo”. Así, el ojo no puede jactarse y decir a la mano, «No te necesito”. 43 No podemos estimar los estragos hechos entre el pueblo de Dios a lo largo de los siglos a causa de estos pequeños celos y jactancias.

Tenemos en nuestra Biblia cinco mensajes de Hageo, dados en el espacio corto de cuatro meses.

El primero 44 es de reprensión y advertencia. El pueblo había descuidado su responsabilidad para la obra del Señor, aun cuando atendía cuidadosamente a la suya propia. Su templo se había dejado medio construido mientras que ellos estaban cómodos en sus casas artesonadas. Probablemente las habían forrado de cedro, como hizo Joacim inmediatamente antes del comienzo del cautiverio. 45

Para esto, por supuesto, ellos tenían una excusa a la mano. Habían sido impedidos y por lo tanto decían que «no ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Dios sea reedificada”. Este es un razonamiento pobre, pero es común todavía. Ellos deberían haber pensado, «Si no hubiera oposición, ¿sería la voluntad del Señor?» El mismo rey que había mandado parar el proyecto ya había perdido su trono antes de cumplir un año en el poder. (Este hombre es Artajerjes en la Biblia 46 y en la historia seglar es conocido como Seudo-Esmerdis).

Los judíos deberían haber visto la mano de Dios en esto. Además, ellos mismos habían sido castigados con hambre y con fracaso en todos sus intentos. Dos veces Hageo en su primer capítulo les manda a «meditar» sobre sus caminos. Dios dice que si ellos cambian de actitud, Él pondrá en el proyecto su voluntad y Él será glorificado.

Tan pronto como el pueblo respondió a este llamado, y aun antes del recomienzo en sí, el Señor les dio un segundo mensaje por medio de Hageo. Corto pero amplio, dice: «Yo estoy con vosotros, dice Jehová”.47 Animados por estos mensajes, los constructores reanudaron el trabajo, y antes del fin del mes el proyecto estaba en marcha de nuevo.

Sin embargo, cuando estaban trabajando con nuevo ánimo, se tropezaron contra más oposición, pero no de afuera. El trabajo en sí presentó dificultades, y algunos de los señores mayores de edad comenzaron a comparar este templo con la gloria de aquel que Salomón había construido. A lo mejor fue una imprudencia haber criticado éste al alabar aquél de antaño, pero Dios dio otro mensaje a Hageo para animar a su pueblo.

Este tercer mensaje 48 es una ampliación del primero. Dios conduce a su pueblo más atrás de los recuerdos de esos ancianos, y les hace recordar su pacto con los padres de la nación cuando Él sacó su pueblo de Egipto. «Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis”. Pero Él no sólo une el pasado con el presente, sino también el presente con el futuro: «Vendrá el Deseado de todas las naciones, y llenaré de gloria esta casa”.

Parece que dos meses después, el pueblo se desanimó de nuevo. Ahora no fue por lo inadecuado de su proyecto sino por su propia disposición a faltar. Hageo, entonces, recibe su cuarto mensaje, 49 el cual contiene dos ilustraciones: una en cuanto a cosas santas y otra de cosas inmundas. Ellos nos ayudan a entender cuál fue el problema.

Estas ilustraciones enseñan que la inmundicia se extiende más fácil y ampliamente que la santidad, y con un resultado que parece contaminar hasta el servicio para Dios que le hace su pueblo. Tres meses habían pasado desde que comenzaron de nuevo la construcción del templo, pero todavía ellos no habían visto una evidencia tangible de las bendiciones que Dios les había prometido. Bien podrían preguntarse si su propia indignidad y contaminación estaban impidiendo la bendición. Por esto, Hageo recibe la comisión de decirles que desde ese mismo día en adelante, ellos iban a recibir bendición.

Su quinto y último mensaje fue dado el mismo día que el anterior. Fue dirigido a Zorobabel, el líder entre los expatriados que habían regresado. Zorobabel era descendiente de Jeconías, 50 pero Dios había pronunciado una maldición sobre Jeconías, llamado también Conías.51 Aun si fuera él anillo en la mano de Dios, Él le arrancaría de allí, dijo el Señor.

La maldición termina con decir que ninguna de su descendencia lograría sentarse sobre el trono de David, pero aquí está Zorobabel frente al remanente en Jerusalén. Así que, Hageo termina su libro con decir en el último versículo: «Te tomaré, oh Zorobabel … y te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos”.

38 Hageo 1.13                            45 Jeremías 22.13 al 19

39 Romanos 12.6                       46 Esdras 4.7 al 23

40 Zacarías 1.1;                          47 Hageo 1.19

Nehemías 12.1 al 4,                 48 Hageo 2.1 al 9

12.16; Hageo 1.1.                    49 Hageo 2.10 al 19

41 Efesios 4.12                          50 1 Crónicas 3.17 al 19

42 1 Corintios 12.14,15 Mateo 1.12

43 1 Corintios 12.20,21                         51 Jeremías 22.24 al 30

44 Hageo 1.2 al 11

 

Capítulo 6   Otro testigo

No podemos tratar tan extensamente las profecías en los catorce capítulos de Zacarías como hemos hecho con los mensajes cortos de Hageo. Sin embargo, sí podemos señalar que las visiones —con sus fechas señaladas— que forman la primera mitad del libro de Zacarías enfatizan una unanimidad de criterio con Hageo. El estilo es diferente pero el testimonio es el mismo en lo que se refiere al resultado inmediato que los dos perseguían.

Fue mucho después que otro escribió, «El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación”.52 Estas tres palabras describen el efecto que las profecías de estos dos mensajeros tuvieron sobre sus contemporáneos.

Al hablar de estos mensajes en su aplicación a los días en que fueron dados, no queremos desconocer ni minimizar el hecho de que ellos señalan también mayores cosas para Israel en un tiempo todavía futuro. Pensamos, en cambio, que algunos estudiantes de temas proféticos van al otro extremo, haciendo caso omiso de las circunstancias en las cuales las profecías fueron pronunciadas. Un poco de atención prestada a la aplicación inmediata de una profecía puede servir de resguardo contra una aplicación errónea del mensaje al futuro.

Se observará que la primera profecía escrita por Zacarías fue dada en el octavo mes del segundo año de Darío. Vemos así que ella cae entre el tercer y el cuarto mensaje de Hageo. Todas las visiones subsiguientes, las cuales encontramos entre Zacarías 1.7 y el final del capítulo 6, parecen haber sido vistas por el profeta en una misma noche. Esa fue la noche del 24 del mes décimo primero, o sea, exactamente dos meses después del cuarto y quinto mensaje de su consiervo.

Zacarías comienza en los primeros seis versículos con una nota de advertencia, como había hecho Hageo. Luego hace saber la primera visión nocturna, la cual tenía que ver con los agentes escondidos que recorrían toda la tierra. Como hemos visto, ellos obraban ya sea en pro o en contra de la restauración del pueblo de Dios.

El capítulo 2 de Zacarías, con sus promesas de gracia, es como una ampliación del corto mensaje de Hageo cuando Dios había dicho, «Yo estoy con vosotros”. Obsérvense en particular los versículos 5 y 10: «Yo seré para ella muro de fuego en derredor» y, «Moraré en medio de ti …”.

En el capítulo 3 se trata la cuestión de su condición ante los ojos de Dios. Josué, el líder sacerdotal, es usado como representante de la nación. En el capítulo 4 se echa una luz sobre el testimonio en un tiempo de debilidad; se hace referencia especial a la obra del otro dirigente, Zorobabel.

El profeta habla de «los que menosprecian el día de las pequeñeces”,53 haciéndonos pensar en el tercer mensaje de Hageo: «¿No es [esta casa] como nada delante de vuestros ojos?» 54 Cuando Hageo escribe, «mi Espíritu estará en medio de vosotros”, 55 nos hace pensar en el mensaje dado a su consiervo,56 «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu”.

Ahora, en Zacarías 5 tenemos dos visiones. En la primera se mantiene la autoridad de la ley de Dios y se anuncia maldición sobre los transgresores; en la segunda se toma un símbolo de la transgresión babilónica, transfiriéndolo de la tierra del Señor a la tierra de Babilonia (llamada aquí Sinar), donde le corresponde estar. 57 Estas dos visiones se pueden comparar con el cuarto mensaje de Hageo,58 el cual tiene que ver con la inmundicia. Lo mismo se puede decir de las vestiduras viles en Zacarías 3. La serie de visiones termina en Zacarías 6, donde el profeta ve coronas como galardones para Josué y sus colaboradores. Esto corresponde, por supuesto, al mensaje final de Hageo, que trata de bendición sobre Zorobabel.

Nos hemos referido muy brevemente a estas visiones, pero ellas premian cualquier estudio que el lector las conceda. Por un lado, nos muestran cómo Dios trató con los desterrados que volvieron a su país en un tiempo pasado; por el otro, encierran lecciones prácticas para nosotros. Son lecciones sobre el cuidado amoroso que tiene Dios para los suyos; nuestra justificación y posición delante de él; la obediencia y separación que Él espera de su pueblo; el servicio y testimonio que Él busca en «el día de las pequeñeces;» y, por último, lecciones sobre el galardón que nuestro Señor traerá consigo en su venida, cuando dará a cada uno según haya sido su obra.

Quiera Dios que no sólo aprendamos estas lecciones sino que las vivamos también. Estamos en espera de buenos tiempos por delante, como aquellos que se presentan al final del ministerio de Zacarías. 59

En aquel día no habrá traficante en la casa de Jehová. La inmundicia no prevalecerá sobre la santidad; habrá purificación del pecado y la inmundicia. 60 La santidad a Jehová no será sólo para la mitra del sumo sacerdote, como en el 3.5, sino para todo el pueblo de Dios. O sea, en el lenguaje más sublime del Nuevo Testamento, en aquel tiempo y aquel lugar no entrará ninguna cosa inmunda sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero. Sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. 61

52 1 Corintios 14.3        57 Zacarías 5.5 al 11

53 Zacarías 4.10                         58 Hageo 2.11 al 14

54 Hageo 2.3                  59 Zacarías 14.20,21

55 Hageo 2.5                  60 Zacarías 13.1,2

56 Zacarías 4.6               61 Apocalipsis 21.27,  22.3,4

 

Capítulo 7   El tratamiento del pecado

Hasta aquí nos hemos ocupado de las primeras etapas del regreso del cautiverio en Babilonia. Hemos visto el origen del movimiento y los primeros años en Jerusalén bajo el liderato de Josué y Zorobabel y el ministerio de dos profetas.

Hemos hecho mención del viaje de Esdras de Babilonia a Jerusalén en el cual se hizo patente el cuidado que Dios tiene para su pueblo. Ahora bien, este viaje marcó el comienzo de un período nuevo. Hay un lapso de más de medio siglo entre el final de Esdras 6, con el templo ya construido, y el comienzo de Esdras 7, donde Esdras se hace conocer y habla de la autorización que él recibió de Artajerjes.

Las cosas habían cambiado, y no para bien. Los repatriados en Jerusalén se habían casado con los extranjeros y en algunos casos se habían casado con mujeres paganas. El testimonio para Dios se había deteriorado.

En estas circunstancias Dios levantó dos líderes nuevos como ayuda y bendición a su pueblo. Primeramente Esdras, y trece años después Nehemías. La historia de estos dos hombres, y de las reformaciones efectuadas por medio de ellos, ocupa los últimos cuatro capítulos del libro de Esdras y todo el libro de Nehemías. Hay más nexos entre los cuatro capítulos finales de Esdras y el libro de Nehemías que entre las dos partes del libro de Esdras.

Esdras viajó durante cuatro meses, llegó a Jerusalén, 62 y enseguida se veía confrontado por el estado triste de alejamiento espiritual en los suyos. El pueblo, los sacerdotes y los levitas no se habían separado de los pueblos de la tierra. Los príncipes y gobernantes, quienes deberían haber sido los primeros en corregir este pecado, fueron los primeros en cometerlo. Esdras toma cartas en el asunto, y en los dos últimos capítulos de su libro él cuenta los resultados. Podemos aprender mucho para nosotros mismos en los dos capítulos, como en todos los escritos sobre la época post cautiverio.

La narración comienza con una lista de los pueblos vecinos con quienes los judíos se estaban asociando, y cuyas abominaciones ellos imitaban. Se nombran ocho naciones, y cada una de ellas había causado problemas para Israel desde sus primeros tiempos. Aquí están los egipcios. Dios libró a su pueblo de la esclavitud egipcia al principio, pero alianzas con sus reyes constituyeron una trampa más adelante. Aquí también los moabitas y amonitas, quienes enredaron al pueblo de Dios varias veces, y se habían regocijado sobremanera a causa del cautiverio de los israelitas. 63

Y, lo más extraño del caso, están también cinco de las siete naciones que poseían la tierra de Canaán cuando los israelitas la ocuparon por vez primera. El mandato divino fue de destruir a esos pueblos de un todo y sin misericordia a causa de las abominaciones que ellos cometían. Pero mil años después encontramos la mayoría de ellos en pie. Habían sido un tropiezo para Israel,64 y lo son de nuevo.

En toda la superficie del relato nosotros encontramos dos lecciones: una sobre la persistencia del pecado y otra sobre la persistencia de sus efectos.

La primera es que ninguna cantidad de experiencia previa con las consecuencias de la amistad del mundo, o de cualquier otra forma del pecado, basta para garantizar que no volveremos a caer en la misma tentación. La segunda es que la desobediencia a los mandatos de Dios no sólo trae aflicción a corto plazo sino que tiene consecuencias duraderas. En el caso que estamos estudiando, las alianzas con los pueblos paganos arrastraron una cola de mil años.

Al estudiar los dos capítulos que relatan esta mala conducta, nos damos cuenta de que las personas involucradas se dividen en cuatro grupos. Son:

  • Esdras
    ●  los que temieron
    ●  la gran congregación
    ●  cuatro opositores.

Esdras se destaca como la única persona con poder espiritual suficiente como para atender al asunto. Le dijeron, «Levántate, porque esta es tu obligación”, 65 y tenían la razón. Se requería capacidad especial para asumir el liderato en una ocasión como esta, y es probable que él haya sido el único que la tenía. Sin duda hacía falta cierto don de mando, pero el caso requería más que esto.

Tenía que ser una persona absolutamente fiel a la Palabra de Dios, sin culpa propia en el asunto, pero con un concepto claro de cómo veía Dios este pecado en su pueblo. A la vez, esta persona tenía que ser compasiva, con un corazón que le permitiría ver las faltas de sus hermanos como las suyas propias. No sería admisible la actitud de los que decían, «Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú”.66 De que estas cualidades se encontraban en Esdras, sabemos por la manera como él condujo el asunto 67 y por la manera en que oró al final del capítulo 9.

El segundo grupo temió el mandamiento de Dios. 68 Se hace mención de ellos en el 9.4 cuando se juntaron con Esdras porque «temían las palabras del Dios de Israel”. Tal vez ellos no tenían la fuerza necesaria para hacer frente a la cosa por sí mismos, pero parece que se habían guardado sin mancha, y sin duda fue un gran estímulo para Esdras poder contar con la comunión de esos hombres, tanto en la oración como en la iniciativa a tomarse.

La «muy grande multitud» se menciona al comienzo del capítulo 1, y es el tercer grupo. Esta gran mayoría entre el pueblo del Señor manifestó que al fin y al cabo no era tan difícil alcanzar sus corazones y sus conciencias, una vez que hombres idóneos les mostrasen las cosas de una manera correcta. De buena gana se sometieron al consejo de Esdras y sus hermanos, y a las exigencias para reformarse.

Finalmente, encontramos un grupo reducido. Nos complace decir que consistía en solamente cuatro personas, ya que «se opusieron a esto”. 69 Su oposición fue inútil, sin embargo, porque la reforma comenzó y fue llevada a feliz término.

Viendo las características de estos grupos, ¿no nos parece haberlos conocido antes? ¿No será que en nuestros propios días hay estos mismos entre nosotros cuando se presentan los problemas? En una u otra ocasión, hemos conocido en nuestro medio a:

el hombre o los hombres espirituales, con capacidad para «hallar el bien”. 70 ¡Que su número fuera mayor!

«los hombres que gimen y claman»71 a causa del mal, cualquiera que sea, no siendo ellos mismos los culpables sino deseosos de ayudar en cualquier esfuerzo bíblico a remediar la situación

la generalidad del pueblo del Señor, cuyos corazones se pueden alcanzar cuando se procede debidamente, mostrándoles la verdad en la Palabra de Dios

los pocos irreconciliables, quienes se opondrán todo el tiempo que puedan.

Dado que esta semejanza sí existe, nos conviene buscar las lecciones de la antigüedad, como hemos intentado hacer, para que aquellos problemas nos ayuden a confrontar los nuestros.

62 Esdras 9.1,2                          67 Esdras 9.3, 10.6

63 Jeremías 48.27; Ezequiel 36.3           68 Esdras 10.3

64   Jueces 3.1 al 7                      69 Esdras 10.15

65 Esdras 10.4                           70 Proverbios 16.20

66 Isaías 66.5                             71 Ezequiel 9.4

 

Capítulo 8   Tres oraciones de Nehemías

Doce o trece años han pasado desde los sucesos tratados en el capítulo anterior, o sea, la llegada de Esdras a Jerusalén y la reforma que él efectuó en la cuestión de los matrimonios mixtos. Ahora de repente Dios levanta otro ayudante y líder para su pueblo en la persona de Nehemías.

Es dudoso que Esdras se haya quedado en la ciudad durante el intervalo. La comisión que le dio el rey de Persia sugiere más bien que su estadía haya sido temporal. 72 Además, si él hubiera estado todo el tiempo en Jerusalén, no esperaríamos leer que «el remanente estaba en gran mal y afrenta”. 73 Él no aparece de nuevo a nuestra vista hasta el capítulo 8 de Nehemías, cuando ya se había construido el muro de la ciudad. Es muy posible que se haya presentado a Artajerjes en Babilonia y que luego regresó con Nehemías o solo, un poco después.

Cuando pensamos en estos dos hombres, observamos esa diversidad de dones que vimos en el caso de los profetas Hageo y Zacarías. Esdras era sacerdote, como Zacarías. Nehemías posiblemente era de buena posición social o aun de la realeza, pero sus escritos y hechos muestran que era un hombre sencillo en su modo de pensar. Poseyó una habilidad práctica, y al realizar una obra él tenía capacidad para persuadir a otros e impartirles su propio entusiasmo y energía.

Su sencillez de carácter se nota en varios detalles, pero quizás esta cualidad brilla mayormente en sus oraciones breves y espontáneas que ofrecía en ocasiones tan variadas, cuando quiere que le viniera el impulso. Varias de estas oraciones figuran en su libro, interpuestas abruptamente de tiempo en tiempo en la narración, y no hay nada exactamente igual a ellas en todas las Sagradas Escrituras. Nos muestran un hombre que podía buscar la presencia de Dios en cualquier circunstancia, tratando las cosas con uno que siempre estaba a su lado.

El incidente descrito en los primeros seis versículos de Nehemías 2 sirve de ilustración. A diferencia de otros pasajes, este relato no incluye las propias palabras del siervo de Dios, pero con todo sirve de ilustración de otros casos donde sí leemos lo que él dijo. El gran rey de Persia había preguntado a Nehemías, y en la presencia de ese personaje de nada convendría una demora en contestar. No obstante, el hombre encontró tiempo para orar al Dios del cielo sobre la cuestión. El resultado fue que Nehemías pudo contestar de tal manera que obtuvo de una vez de Artajerjes lo que él quería.

Indudablemente el secreto del éxito de Nehemías se debía a la facilidad con que él pudo buscar el rostro de Dios, no sólo en esta ocasión sino en todo momento. Con toda su sencillez, él lograba la victoria sobre los conspiradores y manipuladores que buscaban su derrota y querían echar a perder su obra. Por esto, debe ser muy provechoso para nosotros el considerar en cierto detalle las circunstancias que provocaron cada una de sus oraciones, para aprender comportarnos así cuando estemos en apuros. Sin embargo, es posible que hagamos referencia más adelante a algunas de ellas, y por esto nos limitaremos a verlas brevemente por el momento.

Hay por todo ocho de estas oraciones breves en el libro de Nehemías, y ellas se dividen en dos grupos. Hay tres en las cuales él habla a Dios acerca de otras personas, y hay aquéllas donde habla de sí mismo y de su obra.

Veamos las tres:

En el 4.4 él cuenta al Señor acerca de la burla de los enemigos. «Oye, oh Dios nuestro, que somos el objeto de su menosprecio”.

En el 6.14 él le cuenta de las maquinaciones de ellos. «Acuérdate, Dios mío, de Tobías y Sanbalat, conforme a estas cosas que hicieron … que procuraron infundirme miedo”.

En el 13.29 le recuerda de la mala conducta de los sacerdotes. «Acuérdate de ellos, Dios mío, contra los que contaminan el sacerdocio”.

Ahora, para nosotros, al igual que para Nehemías, no puede haber un mejor proceder que hablar con Dios sobre los problemas que se presentan cuando nos desanimamos a causa de las contrariedades. Estos contratiempos se vuelven pequeños a medida que los tratamos con él, y obtendremos nuevo coraje y ánimo a continuar no obstante todos ellos. No es poca cosa ser despreciado y burlado, ya que el escarnio a veces duele más que un golpe. Además, es especialmente desagradable recibir este trato en un momento cuando hemos procurado dar lo mejor de lo nuestro al servicio del Señor y de su pueblo, y quizás pensamos haber hecho muy bien.

Nehemías y sus compañeros se habían comportado con toda sinceridad y diligencia, pero los seudo-arquitectos se presentaron a criticar: «¿Qué hacen estos débiles judíos? Lo que ellos edifican del muro de piedra, si subiere una zorra lo derribará”.74 Peor, algunos de los mismos constructores comenzaron a hablar en el mismo tono. «El escombro es mucho, y no podemos edificar el muro”. 75 Era para desanimarse uno, y muchos se hubieran dado por vencidos. Pero Nehemías sólo tomó un momento, cuchara en mano como si fuera, a encomendar el asunto a Dios, y siguió trabajando sin mayor inconveniente.

La próxima oración, que está en el 6.14, fue provocada por algo más diabólico que la burla. Hubo un complot contra la persona de Nehemías, y estaba involucrada gente de lado adentro como de lado afuera del muro. Su recurso fue el mismo: clamar a Dios. Sus enemigos tenían su maquinación, pero esta no bastó contra el arma única que tenía Nehemías. En su sencillez él fue superior a ellos en su astucia.

En la última de estas tres oraciones, el problema que él presentó a Dios es de otra índole. Es la conducta antibíblica y el comportamiento mundano de gente quien debería haber sido su mayor apoyo, los sacerdotes. El hecho de darse cuenta de que la familia del sumo sacerdote se había enlazado por matrimonio con la de Sanbalat, el líder de los enemigos, le habrá sido una aflicción mayor que la burla del capítulo 4 y la conjura del capítulo 6. Poco nos sorprende que Nehemías, en su estilo tan directo y sencillo, dice, «La ahuyenté de mí”. 76

Es triste pero cierto que mucho de un carácter parecido se encuentra entre el pueblo de Dios en el día de hoy. Hay aquéllos cuyas familias parecen haber sido criadas y educadas con el propósito preciso de aliarse con los Sanbalat y Tobías de nuestros tiempos. A veces los padres parecen asustarse y afligirse una vez hecho el mal, cuando ya no pueden hacer nada, pero bien podrían darse cuenta de que sólo están cosechando lo que ellos mismos sembraron. En verdad no nos trae ningún crédito que uno de nuestros hijos sea yerno del gran Sanbalat, general del ejército samaritano, o que nuestra hija tenga por suegro a Tobías, el teniente suyo.

Nehemías tuvo que enfrentarse a esta condición de cosas, y nosotros también. ¿Puede algo ser más doloroso que darnos cuenta de que uno que teníamos por colaborador, o aun líder en la obra, se haya alejado tanto como para aliarse con el mundo como dé lugar? Será para nuestro bien si sabemos hacer como Nehemías, y contarlo todo a Dios en oración. Cuéntele del fracaso y el pecado; cuéntele de cómo nos debilita a nosotros mismos. Hable con él hasta que nuestras almas estén ocupadas con él y que nos demos cuenta de que Él no nos desamparará, aun cuando otros sí.

Así seremos fortalecidos como Nehemías para seguir adelante en la senda del testimonio para él, aunque a veces solos. Como dijo Pablo, «Demas me ha desamparado, amando este mundo. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas”. 77

73 Nehemías 1.3                        76 Nehemías 13.28

74 Nehemías 4.2,3         77 2 Timoteo 4.10,17

75 Nehemías 4.10

 

Capítulo 9   Cinco oraciones de Nehemías

Hasta ahora hemos visto sólo aquellas oraciones cortas en las cuales Nehemías habla a Dios acerca de otras personas. Miraremos ahora las restantes, que son cinco, donde se ocupa de sí mismo y su ministerio. En ellas él presenta ante el Señor:

 

su cuidado para el pueblo de Dios, 5.19

su cuidado para la casa de Dios, 13.14

su cuidado para el sábado de Dios, 13.22

su cuidado para el servicio de Dios, 13.31

su propia necesidad de fortaleza de Dios, 6.9

Al leer estos pasajes, vemos que Nehemías no tenía inconveniente en hablar de sus propias obras buenas. Pero mientras algunos de nosotros tal vez contaríamos los detalles a nuestros hermanos, buscando aprobación de ellos, él hizo algo más prudente: las contó a Dios. Parece que Nehemías nunca esperó mayor cosa de sus hermanos, aunque de buena voluntad él se gastó a sí mismo en bien de ellos, y en esto es digno de que le imitemos.

La próxima vez que usted se siente acreedor de felicitaciones por algo que ha hecho, no cuente nada del asunto a sus hermanos. Es muy posible que ellos le reprendan en vez de alabarle, o que, por otro extremo, le den mucho más crédito de lo que usted merece. Más bien, cuente el asunto al Señor, y dile qué ha hecho usted a favor de su obra. Actuando así, no hará daño a sí mismo ni a otros. Y, si como resultado se pone a descubrir la verdad acerca de su propia persona, a lo mejor se dará cuenta de la realidad de una manera mucho menos dolorosa que la que sus hermanos hubieran usado al decírsela.

Pero, ¿qué eran esas buenas obras suyas que Nehemías contaba a Dios en oración? ¿Usted y yo tenemos algunas parecidas?

Primeramente, había su cuidado para el pueblo de Dios. Si leemos lo que dijo en 5.8 al 18, nos daremos cuenta que su servicio entre ellos no fue por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto. 78 Para Nehemías era cuestión de dar todo y no pedir nada, ni siquiera lo que le correspondía. ¿Es así con nosotros? ¿Podríamos nosotros contar al Señor de los esfuerzos y recursos que hemos gastado en pro de los creyentes? Nehemías habla de cómo él ayudó a los hermanos cuando ellos estaban afligidos. ¿Lo hacemos nosotros, o meramente nos paramos al otro lado de la calle y les echamos un sermón sobre sus imprudencias que dieron lugar a sus problemas?

Su hospitalidad luce en 5.17,18. Supongo que ninguno de nosotros podría competir con Nehemías en cuanto a los números y cantidades citados aquí, pero la regla divina en este respecto es que demos «según lo que uno tenga”.79 No podemos hacer caso omiso de que el Nuevo Testamento nos insta a menudo en cuanto a la hospitalidad, de manera que haríamos bien en preguntarnos cuánto cumplimos en este sentido. ¿Permitimos que los extraños vengan a nuestra asamblea y se vayan con sólo un anuncio cuando mucho, o sólo un saludo formal? En muchas de las asambleas pequeñas, especialmente en zonas rurales, el caso no es así, pero hay otras iglesias locales que tienen mucho que aprender en este sentido.

Llegando ahora al 13.14, encontramos a Nehemías hablando con Dios sobre el cuidado del templo. En el capítulo 6 alguien intentó persuadir al siervo del Señor que profanara al templo, usándolo para sus fines propios. Pero Nehemías tenía demasiado respeto para ese lugar, y poco concepto de sí mismo, como para caer en esa trampa. Ahora resulta que otros lo habían hecho en su ausencia, y aun habían introducido allí a Tobías el amonita. Así es que Nehemías se da la tarea de limpiarlo, arrojando todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la cámara. 80 Nos hace recordar lo que Cristo hizo en el templo unos siglos más tarde, cuando su celo por la casa de su Padre le impulsó a sacar a los cambistas y sus pertenencias.

¿Hemos experimentado nosotros las convicciones que impulsaron a nuestro bendito Señor y a su siervo Nehemías en este sentido? ¿Estamos nosotros conscientes de la reverencia que merece la presencia de Dios manifestada en las reuniones de las iglesias, y nos horrorizamos ante cualquier cosa que parece ser una falta de reverencia? La Epístola que declara que tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo es la misma que nos exige a servir a Dios con temor y reverencia porque Él es fuego consumidor 81

Hemos visto, pues, que Nehemías tenía cuidado para el pueblo de Dios y celo para la casa de Dios. Ahora vemos en el 13.22 que su ejercicio llega también a la cuestión del tiempo de Dios, el sábado. La casa de Dios y el reposo —el sábado— están relacionados en varias escrituras; por ejemplo, «Guardad mis días de reposo, y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová”. 82

Nehemías entendió que hay que dar a Dios el tiempo que le corresponde. En esta reforma él no tenía una tarea fácil, por cuanto se estaban aprovechando todas las maneras disponibles para realizar un poco de negocio mundano en el día sábado. La gente traía un poco de pescado al mercado para venderlo los sábados, pensando tal vez que sería admisible negociar así en un alimento tan presto a perderse. Y con el pescado intentaron meter un poco de mercancía más. Cuando el siervo cerró el paso a la ciudad para estos comerciantes, ellos intentaron realizar sus ventas fuera de los portones. Pero Nehemías cumplió bien su cometida, y el comercio tuvo que cesar. 83

Ahora, ¿qué podemos decirle al Señor sobre este tema? ¿Cuánto tiempo recibe Él de nosotros? Un poco el domingo en la mañana, por supuesto, y quizás otro tanto en la tarde, pero ¿qué más? A Dios le corresponde el primer lugar en la distribución de nuestro tiempo, al igual que en el reparto de nuestro dinero. Esto es tan cierto en cuanto al empresario cristiano con su negocio a atender, como lo es para nosotros que no tenemos tales preocupaciones. Hermanos, reflexionemos honestamente en qué podemos decir a Dios sobre nuestro celo para darle a él el tiempo que le corresponde. No podemos corregir a otros, como hizo Nehemías, sin estar seguros de que estamos libres de culpa en este sentido.

La oración en el 13.31 viene después de una referencia a su preocupación sobre la separación y pureza del pueblo del Señor, especialmente en lo que se refiere a su servicio por él. De nuevo, hay algo que podemos aprender de Nehemías. Una verdadera separación del mundo no es tan característica de los creyentes en estos tiempos como lo era antes. Los resultados lamentables se hacen patentes de diversas maneras y especialmente, como hemos señalado, en la esfera familiar.

No se puede enfatizar demasiado que si somos amigos del mundo, vamos a levantar a nuestros hijos para el mundo; y, si orientamos a los hijos hacia el mundo, los estamos levantando para ir a la perdición eterna. Obsérvese con cuidado lo que dice de aquella generación: «La mitad de sus hijos … no sabían hablar judaico, sino que hablaban conforme a la lengua de cada pueblo”. 84 ¿Y qué lenguaje hablan nuestros hijos? ¿Es el idioma de las reuniones evangélicas, o el de los medios de diversión y entretenimiento del mundo vil?

Nehemías se dio cuenta de otra cosa. Si la familiaridad con los inconversos echa a perder el hogar del creyente, también impide su servicio para el Señor. Se había perdido la costumbre del diezmo, las primicias, la ofrenda de la leña y el ministerio de los levitas. Él tuvo que hacer frente al descuido de estos deberes. Era de esperarse que aquellos que se interesaron tanto por amistarse con Asdod, Amón y Moab tuvieran poco interés en una cuestión tan humilde como la ofrenda de la leña. Pero si algo tenía que ver con el servicio del Señor, no era demasiado pequeño como para interesar a Nehemías. Lamentablemente, la falta de interés hizo más pesada la carga de éste mientras él se esforzaba a corregir la situación.

Convenía, por lo tanto, que él reconociera su propia debilidad, clamando a Dios por ayuda. Y esto es lo que hace en nuestro último ejemplo, que está en el 6.9. Rodeado de enemigos sin escrúpulos y amigos sin convicciones, su único recurso estaba en el Señor. Tanta fue la comunión con él que mantuvo Nehemías, que el siervo podía consultarle en cualquier ocasión y pedir el oportuno socorro.

Cuando Moisés exhortó a Israel a la obediencia al final de su vida, él recalcó que la grandeza de ese pueblo consistía en dos cosas: «Esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos del pueblo, los cuales dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?» 85 Nehemías se valió de este privilegio de acceso en todo cuanto podía. El mismo privilegio glorioso es nuestro hoy en día, y aun en mayor grado. Mantengamos, pues, una condición de alma que nos permita valernos de él.

78 1 Pedro 5.2                82 Levítico 26.2

79 2 Corintios 8.12        83 Nehemías 13.15 al 22

80 Nehemías 13.8          84 Nehemías 13.24

81 Hebreos 10.19,          85 Deuteronomio 4.6 al 8

12.28,29

 

Capítulo 10 La construcción del muro

Habiendo visto cómo Nehemías oraba, veamos cómo él trabajaba. La oración y las obras están muy vinculadas en las Escrituras. Los discípulos oyeron del Maestro, «Orad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”, y la próxima cosa que sabemos de ellos es que han sido enviados a la obra. Y es así todavía. Si nuestras oraciones a favor de la obra del Señor son producto de un verdadero ejercicio de alma, este hecho se manifestará seguramente en que nosotros hagamos todo cuanto podamos para promover el trabajo correspondiente.

Nehemías había venido a Jerusalén con un propósito específico, el de reconstruir el muro de la ciudad. Este estaba en ruinas desde que Nabucodonosor había mandado a destruirlo siglo y medio antes. Tanto Jeremías como Daniel habían profetizado que sería levantado de nuevo, y es evidente que la iniciativa en esta ocasión fue según la voluntad de Dios. 86 Dice que lo puso en el corazón de Nehemías, y aun los adversarios «conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra”. 87

Fortalecido por su convicción de que Dios estaba guiando en el asunto, Nehemías había presentado su proyecto ante sus hermanos. La respuesta animadora había sido, «Levantémonos y edifiquemos”. 88 Hubo acción sin demora. En el capítulo 3 tenemos una lista de los constructores y con ella unas historias interesantes del celo y la utilidad de varios individuos y familias entre ellos.

Los comentarios sobre esta gente nos recuerdan que cada diligencia emprendida para Dios es vista por él. Leyendo el relato, nos acordamos de otras listas parecidas. Por ejemplo, pensamos en el cántico de Débora, donde algunos arriesgaron sus vidas pero otros no hicieron nada. 89 Hay también la lista de los nobles de David, en la cual se describe cada hecho valiente de tal manera que pensamos ver por detrás el motivo que lo originó. 90

Algo parecido a esto lo tenemos también en el Nuevo Testamento en Romanos 16, donde el apóstol se acuerda de los aportes a la obra del Señor de parte de ciertos hermanos y hermanas quienes de otra manera nos serían desconocidos. Una había ayudado a muchos, otra había trabajado mucho; uno se había manifestado aprobado, y así sucesivamente. Todos estos pasajes parecen ser proyecciones anticipadas del día cuando nuestro historial será abierto ante el tribunal de Cristo. En esa ocasión cada uno va a recibir según haya hecho en el cuerpo, sea bueno o sea malo. 91 Tal vez las obras meritorias, como nosotros las estimamos, resultarán ser pecado, mientras que los pequeños hechos, olvidados tiempo atrás, saldrán a la luz como de estima en los ojos del Señor.

Viendo más de cerca el relato registrado en Nehemías 3, no podemos dejar de ser impresionados por el hecho de que cada uno quería hacer algo más en bien de la obra, salvo los principales entre los tecoítas. 92 Sin duda unos eran más idóneos que otros, y algunos capaces de responsabilizarse por una mayor o menor parte de la pared. Pero así espera Dios, ya que su norma es «cada uno conforme a su capacidad”.93 Además, algunos se encontraron en condiciones de hacer más de lo que habían aceptado originalmente, y se ofrecieron para el trabajo original. Entre estos estaban Meremot 94 y los tecoítas.95

Otro detalle muy evidente es que los obreros procedieron de toda clase. Había sacerdotes, levitas y gobernantes, y no les parecía cosa contraria a su dignidad el ocuparse en la construcción del muro. Los plateros 96 trabajaron en la albañilería mientras el perfumero preparaba la mezcla. Las damas aportaron su parte. 97 El celo que se manifestó en aquella ocasión debería avergonzar a los flojos y aquéllos entre el pueblo del Señor que son demasiado pretensiosos como para prestar servicio en algo sencillo. «No es mi trabajo”, claman ellos cuando se les señala una tarea. Pero sería difícil saber qué es su trabajo, salvo que sea aquél de criticar a los que procuran hacer lo que pueden.

Figura varias veces en nuestro capítulo una frase que puede servir de guía a cualquiera que realmente quiere saber qué es el trabajo que a él o ella le corresponde. Es la frase «frente a su casa» que está en 3.10,23,28 etc. Esta parece sugerir que el Señor quiere que por lo regular nos ocupemos primeramente de las tareas que están a la mano.

Quizás todos hemos conocido a alguno que decía sentir el llamado del Espíritu a la obra evangelística en una tierra lejana, pero nunca ha mostrado ni celo ni capacidad para lo que puede hacer en su propio pueblo o su propio hogar. ¿Es de suponer que la tal persona sería menos carga a sus consiervos en aquella otra tierra que es ahora para el pueblo del Señor en su propio vecindario?

Leyendo de nuevo el relato, nos damos cuenta que uno de los trabajadores recibe mención especial. Es Baruc, quien trabajó «con todo fervor”. 98 Podemos estar seguros de que había algo fuera de serie en la diligencia de este señor, porque se dice esto de él solamente. El caso nos hace pensar de nuevo en Romanos 16, donde el apóstol hace mención de dos hermanas que «trabajaron en el Señor» y enseguida habla de una tercera, «la cual ha trabajado mucho en el Señor”. 99 Con esta misma exactitud nuestro celo por las cosas espirituales será medido ante el tribunal de Cristo.

En otra parte de la lista se omite algo cuya falta nos llama la atención tanto como lo hace la mención especial ya comentada. Se habla en el capítulo de la reparación de seis puertas, y se usan casi las mismas palabras al describir el trabajo hecho para cinco de ellas. Dice que «la enmendaron, y levantaron sus puertas, con sus cerraduras y sus cerrojos;» véanse 3.3,6,13,14 y 15. Pero no así con la primera puerta mencionada. Dice el primer versículo del capítulo 3 que ciertas personas «edificaron la puerta de las Ovejas”, pero nada de cerraduras ni cerrojos.

Ahora, puede ser que esta omisión parezca poca cosa, pero conviene darnos cuenta de que el encargado aquí fue Eliasib el sumo sacerdote, y leemos más adelante que él «había emparentado con Tobías» 100 y «había hecho una gran cámara» en el templo mismo. No podemos dejar de sospechar que Eliasib no quería cerraduras para asegurar esta entrada, ya que le interesaba dejar el paso libre. Esta sospecha queda fortalecida cuando nos damos cuenta de que él ni siquiera construyó el tramo de muro frente a su propia casa, sino que fueron Meremot y el celoso Baruc que efectuaron esa labor, además de otras ya realizadas. 101 Sea como fuere, es evidente que Eliasib encontró la manera de introducir su amigo Tobías, aun cuando se había levantado el muro.

Todavía otro punto significativo se ve en el caso de Mesalam.102 Los demás construyeron «frente a su casa» pero él restauró la pared «enfrente de su cámara”. Ahora, ¿qué podemos aprender de este hombre? Resulta que su hija se había casado con el hijo de Tobías.103 Parece que Mesalam era buen hombre, ya que se le ve trabajando en dos tramos diferentes, 104 pero quizás tenía tan poco dominio en su propio hogar que sólo consideraba suya la cámara donde dormía. Si así fue, el suyo no fue el único caso en la Biblia. Este mismo mal —la falta de control paterno en el hogar— fue lo que trajo ruin a la casa de Elí, y es de temer que hay muchos Mesalam y Elí entre nosotros hoy día.

 

86 Nehemías 2.12                      95 Nehemías 3.5,27

87 Nehemías 6.16                      96 Nehemías 3.8,32

88 Nehemías 2.18                      97 Nehemías 3.12

89 Jueces 5.15 al 18, etc                        98 Nehemías 3.20

90 2 Samuel 23,                                     99   Romanos 16.12

1 Crónicas 12, etc        100 Nehemías 13.4

91 2 Corintios 5.10                    101 Nehemías 3.4,20,21

92 Nehemías 3.5                                    102 Nehemías 3.30

93 Mateo 25.15                          103 Nehemías 6.18

94 Nehemías 3.4,21                   104 Nehemías 3.4,30

 

Capítulo 11 Habladores,  traidores  y conspiradores

La empresa a la cual Nehemías se dedicó tuvo su origen en los propósitos de Dios, como vimos en nuestro capítulo anterior. Por lo tanto, uno bien puede haber pensado que su marcha sería próspera y sin contratiempo. Pero no fue así. Es cierto que él contó con varios ayudantes bien dispuestos, pero hubo oposición en abundancia. Es más, veremos que había quienes querían engañarle y así echar a perder todo el intento.

En el capítulo 3 de Nehemías encontramos la lista de los trabajadores, pero al continuar a los capítulos subsiguientes leemos de otros cuyos expedientes son muy diferentes. En resumidas cuentas son:

los habladores del capítulo 4

los traidores del capítulo 5

los conspiradores del capítulo 6.

Vamos a considerar las actividades de cada grupo en secuencia. No es difícil encontrar los habladores.

4.1  Sanbalat

4.3  Tobías

4.10 Judá

4.11 «nuestros adversarios»

4.12 «los judíos»

Hablaron bastante, y para mal. Como dijimos antes, es difícil llevar el escarnio y la furia. Pero quizás lo que más dolería a los fieles fue que algunos de los mismos trabajadores participaron en los chismes. 105 Sin duda esto repercutió en sus labores, además del efecto que tuvo sobre otros. Los más insistidos en perjudicar a sus hermanos eran de un grupo de judíos que habitaban entre los mismos enemigos. 106 Diez veces ellos proclamaron: «De todos los lugares vuélvense contra nosotros”. Nota del traductor: Así lo traduce Bover-Cantera, y así lo entiende el autor de este escrito.

Leyendo esto, parece que nos acordamos de algo muy parecido en nuestra propia experiencia, pero de boca de algunos que profesaban ser cristianos sin tener el coraje y el corazón de emprender «el viaje de tres días» 107 entre sí mismos y el mundo. La gente de esta índole no tiene simpatía para la construcción de muros, ya que los muros ponen a descubierto lo erróneo de su propia posición. El consejo que ellos dieron en los tiempos de Nehemías, lo dan todavía, y es lo que se puede esperar de personas que guardan amistad con los enemigos de Dios y de su pueblo.

Sin embargo, su «vuélvense contra nosotros» tiene poco peso con los Nehemías, ya que éstos han «comido» las palabras del Señor, y le han oído decir: «Fueron halladas tus palabras y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón. Sabes que por amor de ti sufro afrenta”. 108 Promover la unidad entre el pueblo el Señor es un propósito noble, pero una uniformidad lograda a expensas de la fidelidad a Dios no es unión.

La burla y las amenazas de estos habladores no lograron parar el proyecto, ya que «el pueblo tuvo ánimo para trabajar”, 109 como dijo Nehemías. Más bien, los trabajadores supieron cuidarse de los contrariados, y por lo tanto portaron armas mientras construían, montando guardia todo el tiempo.

Judas fue uno de los escritores de las Epístolas enfocadas a los postreros tiempos. Parece que él tenía esto en mente cuando nos advirtió de los burladores. Ellos blasfeman de las potestades superiores, blasfeman cuantas cosas no conocen, hablan cosas duras y hablan cuántas cosas infladas. 110 En vista de esto, Judas nos da dos exhortaciones: Contender por la fe, y edificarnos sobre nuestra santísima fe. 111

Pasando ahora a los traidores, como los hemos llamado, aprendemos en el capítulo 5 que ellos provocaron una crisis interna, la cual resultó más grave que las dificultades externas que trajeron los habladores. Este segundo grupo de hombres se aprovechó de sus propios hermanos que trabajaban, enredándoles en deudas y subyugación.

En este capítulo quien más habla es el propio Nehemías, y sus acusaciones contra los prestamistas y oportunistas fueron sumamente graves. Los acusadores no pudieron responder. 112 Es placentero observar que el discurso surtió efecto, ya que los culpables consintieron a la devolución de un poco de sus ganancias ilícitas, y a descontinuar sus prácticas.

Se notará que los más prominentes en estos yerros eran ciertos ciudadanos bien acomodados, llamados aquí los nobles, y en otras partes los grandes. No menos de nueve veces Nehemías les da estos títulos y en la mayoría de las veces ellos quedan mal parados:

Algunos de ellos no se prestaron para ayudar en la obra del Señor.113

Algunos de ellos exigían usura de sus hermanos. 114

Algunos de ellos cruzaban correspondencia con los enemigos del pueblo de Dios.115

Algunos de ellos profanaron el día de reposo.116

Bien podemos nosotros quedarnos sin «nobles» de este tipo. Más «nobles» eran los de Berea,117 ya que tenían solicitud para escudriñar las Sagradas Escrituras, averiguando qué había en ellas y obedeciendo lo que encontraron escrito. Esta clase de nobleza no puede sobrar.

El tercer grupo que estorbaba era los conspiradores en el capítulo 6. A ellos les vemos como prestando atención a Nehemías personalmente, procurando desviarle de la senda correcta con el fin de echarle a perder.

En este respecto Nehemías participa de la misma suerte que todos los que en cualquier tiempo se destacan en su servicio para Dios. Como Benhadad instruyó a sus capitanes a poner todo su esfuerzo en derrumbar al rey de Israel,118 así los líderes de hoy son blanco especial de Satanás. Y, triste es decirlo, él muchas veces tiene más éxito de lo que tuvo en el caso de Nehemías.

En vista de esto, el capítulo 6 podría ser llamado «La tentación de Nehemías”. Esta tentación fue como la de nuestro Señor en Mateo 4 en el sentido que consistió en tres fases y tenía un carácter algo parecido:

Cristo fue tentado a desconocer el cuidado de su Padre y hacer pan por sí mismo, valerse de una vía corta y presuntuosa a ratificar su reino y doblegarse ante la autoridad y poder de Satanás

Nehemías por su parte fue tentado a justificarse ante informes mentirosos 119, tomar medidas para su propia protección, actuando por miedo,  y desconociendo el cuidado que Dios tenía para él 120

«las buenas obras» de Tobías 121

Hay otro punto de semejanza. La tentación de Cristo sucedió inmediatamente después de la declaración, «Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia”. La tentación de Job tuvo lugar inmediatamente después de haber declarado Dios que «no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Así, la tentación de Nehemías sigue a la declaración de 5.14 a 19 que pone de manifiesto lo honroso, desinteresado y bondadoso que era Nehemías. Al leer estos versículos uno diría que el carácter de Nehemías no necesitaba vindicación alguna, y que un hombre de su talla no requería artimañas para lograr una seguridad propia ni para fortalecer su popularidad.

Las tentaciones en el caso de Nehemías eran, entonces, a sucumbir al miedo, a justificarse a sí mismo, y a buscar la popularidad ante los demás. Ellas no lograron derribar a ese siervo, pero no obstante figuran todavía entre las artimañas más exitosas que emplea Satanás, y han sido eficaces ante muchos en el pueblo del Señor.

¡Cuatro cartas y una circular pública! Confrontado con semejantes pruebas de las acusaciones en su contra, ¿quién no descendería a la llanura de Ono a defenderse? Nehemías, no. Él respondió, como si fuera, que no, y siguió con su «gran obra”. Luego algunos profetas y una profetisa participaron en el juego. ¿Por qué perder su vida, Nehemías? dicen ellos. ¡Puede salvarla con sólo esconderse en el templo! Pero su respuesta fue igualmente tajante como antes: «No entraré”.

Lo que le hizo difícil de tentar fue su sencillez. Él tenía un concepto humilde de sí mismo, y un alto concepto de Dios,122 y por encima de todo le era fácil buscar el rostro de Dios para pedir ayuda.123 Venció a los conspiradores.

105 Nehemías 4.10                    114 Nehemías 5.7

106 Nehemías 4.12                    115 Nehemías 6.17

107 Éxodo 5.3                           116 Nehemías 13.17

108 Jeremías 15.16 al 19                       117 Hechos 17.11

109 Nehemías 4.6                      118 1 Reyes 22.31

110 Judas 18,8,10,15,16                        119 Nehemías 6.1 al 9

111 Judas 3 y 20                                    120 Nehemías 6.10 al 14

112 Nehemías 5.8                      121 Nehemías 6.17 al 19

113 Nehemías 3.5                      122 Nehemías 6.4,11

123 Nehemías 6.9,14

 

Capítulo 12           Un gran estudio bíblico

Como hemos encontrado antes, el libro de Nehemías no hace mención de Esdras hasta el capítulo 8. Tal vez él estaba ausente de la ciudad y llegó tan sólo cuando ocurrieron los acontecimientos narrados en el capí
tulo 8.

La falta de mención de Esdras no constituye prueba absoluta de que estaba ausente, ni tampoco es evidencia de que él, estando en Jerusalén, estaba en desacuerdo con la construcción del muro. Si estaba presente, sería otro caso de diversidad de dones. 124 Cuando es asunto de construir el muro, el líder muy apropiado es Nehemías, el hombre práctico en el trabajo; pero cuando en el capítulo 8 es cuestión de leer las Sagradas Escrituras y exponerlas al pueblo, el ministerio le toca a Esdras, el escriba que había preparado su corazón para inquirir en la ley de Jehová y para cumplirla.125 El Maestro, quien dirige los obreros, pone al lado una herramienta y recoge otra como mejor le parezca, ya que cada una tiene su función propia.

Desde todo punto de vista hay algo muy llamativo en esta gran reunión del pueblo del Señor en Nehemías 8, todos ellos juntos para oir la Palabra de Dios. Uno no puede dejar de ser impresionado por la espontaneidad de su reunión, su paciencia reverente durante la lectura de las Escrituras, y la obediencia que resultó en los oyentes después de la reunión.

Unos noventa años antes de esto, poco después de la llegada a su propia tierra de los primeros que regresaron del exilio, ellos habían acudido como un solo hombre a Jerusalén para levantar el altar de holocaustos, y así dar tributo público y adoración a su Dios.126 En el mismo mes, el séptimo, habían celebrado la fiesta de tabernáculos. Ahora, después de un intervalo tan extenso, se emplea127 de nuevo la misma expresión con referencia a ellos. Es llamativo que en ambas ocasiones ella figura inmediatamente después de una lista larga de nombres de personas que regresaron de Babilonia.

La lista se da por vez primera en Esdras 2 y ahora se repite con pequeños variantes en Nehemías 7, copiada de un registro preparado por Nehemías. Al final de la misma encontramos de nuevo las palabras, «se juntó todo el pueblo como un solo hombre”, 128 pero esta vez fue para oir la lectura del libro de la ley. Aquí, como en el caso anterior, hay un relato sobre cómo guardaron la fiesta de los tabernáculos. En esta ocasión lo hacen de una manera como nunca se había hecho desde los días de Josué hijo de Nun. La celebraron conforme habían sido enseñados en su gran estudio bíblico.

La lectura pública de las Escrituras debería haber sido una práctica normal en Israel bajo la ley129 pero parece que este no fue el caso. Se habían ordenado que el libro de la ley fuese leído cada séptimo año en la fiesta de los tabernáculos, pero sabemos que estos sábados septenios no fueron observados.130 Además, dice que el cautiverio de setenta años sería hasta que la tierra gozara de sus sábados.131

Setenta multiplicado por siete nos lleva atrás 490 años al comienzo del reino de Saúl, su primer rey. Es posible que cualesquier fracasos en este sentido hayan sido vistos como expiados ya en aquellos períodos de cautiverio tan comunes en los días de los jueces.

Sea como fuera, si no se guardaron los sábados especiales cada siete años, es razonablemente seguro que la ordenanza de la lectura de la ley sería descuidada también. Sin embargo, leemos de dos ocasiones cuando se había efectuado la lectura pública de la Palabra. Uno de estos estudios bíblicos se realizó en el tercer año del reinado de Josafat, cuando ciertos levitas fueron despachados a las ciudades de Judá para enseñar con el libro de la ley de Jehová en la mano.132 La otra ocasión fue en el año décimo octavo de Josías, cuando todo el pueblo fue traído a Jerusalén para oir la lectura del libro que se había perdido pero fue hallado.133 Ambos proyectos tuvieron por resultado una cierta restauración a Dios.

En el caso que estamos considerando, la lectura pública del Libro en el día primero del mes séptimo dio al pueblo tanto gusto por él que se repitió el ejercicio. 134 A medida que leyeron, ellos encontraron escritos varios mandamientos de Dios que nunca habían cumplido, y ahora intentaron ponerlos por obra.

No será posible, dentro de los límites de esta obra breve, tratar adecuadamente todos los puntos interesantes que tienen que ver con este gran estudio bíblico, y así no haremos más que nombrar algunos de ellos:

El pueblo no fue obligado a participar;  lo hicieron voluntariamente, 8.1.

La lectura continuó por varias horas, 8.3

Los oídos del pueblo estaban atentos, 8.3

Se pusieron en pie reverentemente mientras se efectuó la lectura, 8.5

Adoraron a Dios por haberles dado este privilegio, 8.6

La lectura se hizo claramente y se explicó el sentido, 8.8

Hubo lamentación por el incumplimiento en el pasado, 8.9

Hubo alegría por haber entendido las palabras, 8.10 al 12

Hubo «porciones» para compartir con otros que no pudieron asistir, 8.10

Se aprendieron y se pusieron por obra algunas verdades
desconocidas en el pasado, 8.14 al 16

Sin duda hay algo en cada uno de estos puntos que debería ser un mensaje para nosotros. ¿Tenemos el debido interés en la lectura pública de las Sagradas Escrituras? ¿No será que a veces nos apela tan sólo un discurso brillante o tal vez chistoso, cuando nuestra atención mayor debe estar en la lectura que el predicador hizo al comienzo de su intervención? Es de temer que algunos oradores ven la lectura como un mero punto de partida para lo que supuestamente será el mensaje.

¿Nuestros oídos están siempre atentos a la lectura, como estuvieron los de aquella gente? Nosotros que tomamos parte, sea en lectura, predicación, oración, o sólo en anunciar el himno, ¿lo hacemos claramente, para el provecho de todos, como hicieron Esdras y sus colaboradores? Y una última pregunta: Habiendo oído la lectura y el ministerio, ¿hay el fruto de obediencia que debe resultar de este privilegio?

Ahora, conviene que estemos claros en cuanto a la verdad percibida en aquella ocasión.135 No fue el simple hecho de que deberían celebrar la fiesta de tabernáculos, ya que leemos varias veces en la historia de Israel que se cumplió con esta ceremonia. Lo importante es que se dieron cuenta que durante la fiesta cada uno debería vivir en tabernáculo, o sea, en una especie de caney o bohío. Les fue exigido construir éstos de ramas en el solar o terrado, acordándose que sus antepasados habían ocupado estas estructuras frágiles cuando Dios los sacó de Egipto.

Leyendo las instrucciones del Levítico,136 nos parece que esto fue uno de los detalles más característicos y sobresalientes de la ocasión anual, y nos sorprende que haya sido dejado a un lado por grandes hombres de épocas anteriores, como Samuel y David. Pero, conviene tener presente que en este sentido la historia de la Iglesia de Dios ha sido muy parecida. Algunas de las verdades conocidas y practicadas por creyentes sencillos en el día de hoy eran desconocidas a, o sin efecto en, los grandes y piadosos héroes de las reformas y los avivamientos del pasado.

124 Romanos 12.6         130 2 Crónicas 36.21

125 Esdras 7.10                         131 Jeremías 29.10

126 Esdras 3.1 al 6         132 2 Crónicas 17.9

127 Esdras 2.64, 3.1      133 2 Reyes 23.2

128 Nehemías 8.1          134 Nehemías 9.3, 13

129 Deuteronomio         135 Nehemías 8.14 al 16

31.9 al 13                 136 Levítico 23.39 al 43

 

Capítulo 13 El hombre que no se arrodilló

Nos quedan por considerar dos libros que tratan del estado de cosas entre los israelitas en el período posterior al cautiverio. Son Ester y Malaquías. Los veremos aquí sólo de una manera breve, pero no por falta de material provechoso en ellos.

En Ester tenemos el relato de un episodio en la historia de aquellos judíos que se quedaron atrás cuando otros volvieron del destierro. Es un episodio que muestra por un lado cuán alejado de Dios se encontraba aquel pueblo y, por otro lado, cuánto cuidado Dios tuvo para con ellos, no obstante su incumplimiento.

Dios hace fracasar todos los planes que Amán había tramado para destruir a los judíos. A la vez Él se mantiene escondido de ellos a tal extremo que ni una sola vez aparece su nombre en todo el relato, ni tampoco se lee de oración de parte de ellos ni alabanza una vez liberados de sus enemigos. A lo mejor ellos sí oraron en la ocasión de los lamentos de 4.1 al 6, y a lo mejor sí ofrecieron hacimiento de gracias con el regocijo de 9.18,19. Pero Dios no reconoció ni una ni otra cosa de un pueblo que se conformó con quedarse en el ambiente babilónico.

Nuestro mayor interés se concentra en dos individuos prominentes en los sucesos narrados, Ester y Mardoqueo, y más de todo en este último. Su negativa persistente a doblegarse ante Amán tuvo por resultado que la enemistad del Agag contra Israel se encendiera en una llama que hubiera devorado toda la nación de Israel. Fue la influencia de Mardoqueo sobre Ester que le impulsó a apelar ante Asuero, con el resultado que se derrotó el vil complot.

Veamos si podemos descubrir cuál fue el motivo que tuvo Mardoqueo al negar arrodillarse y así provocar reacciones de tanta consecuencia. Es evidente que se debía a su posición como judío. Esto se sabe no sólo por el hecho de que la ira de Amán se encendió contra la raza entera, sino por la explicación de Mardoqueo mismo, cuando en el capítulo 3 los siervos le preguntaron por qué él desobedeció la orden del monarca: «Ya él les había declarado que era judío”. Parece que él consideraba ésta como razón suficiente.

Preguntamos, pues, por qué un judío no debería arrodillarse ante un Agag. A veces se dice que fue sólo porque el hecho de arrodillarse parecía un acto de idolatría. Esta no es una razón satisfactoria, ya que muchos judíos buenos se mencionan en las Escrituras como habiéndose arrodillado ante otros, sin la menor insinuación de que ellos estaban haciendo mal. Aun el progenitor Abraham se arrodilló en la presencia de los hijos de Het, y su nieto Jacob se arrodilló nada menos de siete veces ante Esaú. 137

Además, es difícil imaginar que Asuero haya exigido para Amán más respeto que él mismo solía recibir como rey. Con todo, ni Mardoqueo ni Esdras, ni ningún otro varón fiel de aquella época, parecen haber tenido dificultades por haber dejado de honrar los gobernantes babilónicos y persas de la manera acostumbrada. ¿No habrá, entonces, alguna otra razón más profunda para que este Mardoqueo se negara a doblar la rodilla ante Amán?

La primera mención de él está en el 2.5, donde aprendemos que este «varón judío cuyo nombre era Mardoqueo» era del linaje de Benjamín. Se nombran tres de sus antepasados, cosa poco común y sin duda con algún propósito. Dos de esos nombres, Cis y Simei, figuran en otra parte como personas de la familia a la cual pertenecía el rey Saúl. 138 Una era el padre de Saúl y la otra un pariente que se burló de David cuando el rey huía.

Ahora, en los tiempos bíblicos —como en el día de hoy— había la costumbre de repetir ciertos nombres en las generaciones sucesivas de una misma familia. La inclusión de estos dos nombres en el 2.5 bien podría indicarnos que este hombre Mardoqueo no era tan sólo de la tribu de Saúl sino de su propia familia.

En cuanto al gran enemigo de los judíos, todo lo que sabemos de sus ascendientes es que Amán era un Agag. No leemos de agagueos en otra parte del Sagrado Libro, pero si israelita significa descendiente de Israel, y cananeo significa descendiente de Canaán, y así sucesivamente, podemos pensar muy probable que agagueo sea descendiente de Agag.

Si es así, pensamos de nuevo en los días de Saúl, ya que Agag fue el nombre del rey amalecita a quien Saúl le perdonó la vida pero que Samuel despedazó.139 El único otro uso del nombre está en Números 24.7, «Enalteceré su rey más que Agag”, una afirmación que debemos leer a la luz del 24.20, «Amalec … perecerá para siempre”. Estas referencias nos hacen concluir que Agag era o un título o el nombre de una familia que gobernaba en la nación de los amalecitas.

Así, parece que Mardoqueo estaba vinculado con Saúl y Amán estaba vinculado con el hombre a quien Saúl perdonó la vida en desobediencia al mandato de Dios. Este criterio fue aceptado comúnmente entre los judíos en siglos subsiguientes, como sabemos por los escritos del historiador Flavio Josefo, quien no titubeó al llamar a Amán un amalecita.

¿No tenemos, entonces, una explicación por la conducta de Mardoqueo? El mensaje de Jeremías a los primeros desterrados fue que ellos deberían procurar la paz de la ciudad a la cual Dios les hizo transportar,140 y de acuerdo con este principio Mardoqueo había divulgado el propósito de dos guardas a matar al rey. 141 Pero cuando fue asunto de escoger entre la obediencia al mandamiento de Asuero o arrodillarse ante un amalecita y la obediencia al mandamiento de Dios a «tener guerra con Amalec de generación en generación”,142 Mardoqueo no manifestó nada de la debilidad de carácter que Saúl había puesto a descubierto ante Agag en 1 Samuel 15. Más bien, Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba.

Amán, en cambio, manifestó la enemistad y amargura que habían impulsado a aquella banda de sus antepasados que «desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás» de Israel en el desierto, después de haber salido de Egipto. 143 Pues, ¿no eran «la retaguardia» de Israel aquéllos del libro de Ester, quienes optaron por quedarse en Babilonia?

Por cierto, todo el relato acerca de la firmeza de Mardoqueo se ve aun más significativo cuando tomamos en cuenta que él vivía entre éstos que se quedaron. Fue precisamente en Susa, la gran capital de la Persia antigua, donde este hombre optó por desobedecer la orden del gran rey. Para colmo, él era un hombre insignificante que pertenecía a un pueblo cautivo. Poco nos sorprende que los siervos del emperador hablaran a susurros entre sí sobre este atrevimiento, cuestionando también al judío acerca de su actitud.

Su respuesta sólo hacía peor la situación, ya que daba a entender que él se comportaba así por razones de conciencia. ¿Acaso este Mardoqueo quiere dar a entender que él es superior a los demás? Los otros judíos se doblegan con todo vigor, como hacen otros. Ellos no se sienten restringidos por ese fanatismo. Ellos no muestran una actitud de intolerancia, aludiendo a patrones caducos cuyo origen data de mil años atrás. Sólo ese Mardoqueo guarda esas tradiciones muertas. ¿Será que ese hombre necio nunca aprendió el adagio de los antiguos: «Cuando uno vive en Babilonia, hace como los babilonios»?

Pero con todo Mardoqueo no se arrodilló.

En cuanto a sus paisanos judíos, uno no requiere mucha imaginación para pensar qué le dirían a él. «Estás ocupándote de pequeñeces, Mardoqueo. Esos pasajes en Éxodo y Números que tú nos citas, ellos no dicen nada acerca de no arrodillarse ante un amalecita. Dicen que había guerra con su nación; eso, no más. Hombre, piensa en las posibles consecuencias de lo que estás haciendo. Pueda que tu terquedad nos arruine a todos. En el mejor de los casos tu fanatismo va a ofender a los paganos, de manera que ellos no van a oir nuestro testimonio del Dios verdadero”.

Pero Mardoqueo no se arrodilló.

Muchas veces desde aquel entonces se han usado argumentos como estos en contra de aquellos que defienden la verdad de Dios y procuran mantener una conciencia sin ofensa. Por cierto, quizás nosotros mismos los hemos empleado, si no en voz alta, por lo menos en el corazón al buscar excusas por habernos doblegado cuando una posición firme nos hubiera dejado expuestos a ser acusados de fanatismo, y nos hubiera perjudicado en nuestro negocio o posición social. A veces cuando nos hemos conformado con las exigencias de los impíos y los carnales, no hemos alcanzado lo que perseguíamos. No nos aplaudieron aquéllos cuya aprobación buscábamos, y no dejaron de molestarnos aquéllos cuya ira temíamos. Ellos simplemente nos tuvieron en poco, que es lo que merecíamos.

Veamos el verdadero desenlace de la historia de este hombre. El resultado fue muy diferente a la posición que él asumió. El hombre que no buscaba honores ni temía el ridículo fue el que recibió honor en abundancia cuando a Dios le plugo. El hombre cuya convicción singular trajo problemas a su pueblo llegó a ser «estimado por la multitud de sus hermanos, porque procuró el bienestar de su pueblo”. 144 El hombre que no se arrodilló llegó a ser el hombre ante quien los demás se arrodillaban en respeto sincero.

 

137 Génesis 23.7, 33.3

138 1 Samuel 14.51,      141 Ester 2.21 al 23

2 Samuel 16.5         142 Éxodo 17.16

139 1 Samuel 15                        143 Deuteronomio 25.18

140 Jeremías 29.7          144 Ester 10.3

 

Capítulo 14           El mensaje de Malaquías

Para completar nuestro breve estudio del período subsiguiente al cautiverio, debemos incluir el libro de Malaquías. En él encontramos una descripción triste de los males que existían en los días de aquel profeta, y podemos leer las palabras solemnes de advertencia que Dios comisionó a su siervo que hablara en aquellas circunstancias.

El movimiento había comenzado en medio de sinceridad y celo, y se caracterizó por obediencia escrupulosa a lo que se encontró escrito en el libro de la ley. Puede que parezca extraño que este movimiento se degenerara en una apatía e indiferencia ante las exigencias de Dios como Malaquías describe en su libro, pero ésta es sólo una de las ilustraciones en las Sagradas Escrituras del fracaso del hombre en mantener cualquier testimonio que Dios le ha encomendado.

Si comparamos el movimiento «salgamos-de-la-Babilonia-religiosa» que comenzó entre el pueblo de Dios en el Siglo XIX [páginas 5 y 6], considerando los acontecimientos posteriores y las tendencias actuales, bien podremos temer que nuestra propia experiencia ofrezca otro ejemplo triste del alejamiento después de gran avivamiento.

Por regla general los estudiantes de las Escrituras consideran que la condición descrita en el libro de Malaquías es la misma que encontramos en el último capítulo de Nehemías, y que Malaquías dio su mensaje para apoyar a Nehemías en las reformas que él estaba efectuando. Puede que sea así, pero hay varios indicios de que Malaquías predicó un poco más tarde que Nehemías, y que las cosas habían ido de mal en peor.

Malaquías dijo: «Cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe”.145 Mal podría esto aplicarse a Nehemías como gobernador, ya que él jamás buscaba semejante cosa.146 Malaquías presenta una reliquia, gente débil pero consagrada, que se guardaba en una correcta condición espiritual pero aparentemente no tenía fuerza como para dar inicio a reformas entre sus semejantes.147 Este cuadro no encaja con el relato de las medidas enérgicas y drásticas que Nehemías tomó según el capítulo 13 del libro que lleva su nombre.

El enlace entre Malaquías y los otros libros del post cautiverio es importante para nuestros fines aquí, pero es sólo una de las razones por las cuales este último libro del Antiguo Testamento amerita estudio. Si Malaquías es una de los más interesantes de las profecías cortas, es a la vez una de las más importantes. Es una contrapartida de la Epístola de Judas en el Nuevo Testamento, en parte porque contiene varias citas y semicitas de escritos anteriores. Estas sirven para unificar los libros anteriores y enfatizar su veracidad y unidad.

 

Por ejemplo, Malaquías nos lleva atrás a:

 

la introducción del matrimonio en el Edén, 2.15

el escogimiento de Jacob en vez de Esaú, 1.2,3

la presentación de la ley, 3.4

el sacerdocio y el pacto levítico, 2.4 al 8

el ministerio de Elías, 3.5

En cuanto a citas:

«¿No tenemos un mismo Padre?» 2.10, parece ser tomado

de Deuteronomio 23.6 e Isaías 43.1

«Preparará el camino delante de mí”, 3.1, es una referencia a Isaías 40.3

«Los afinará como oro”, 3.3, es una referencia a Zacarías 13.9

«La esposa de tu juventud”, 2.14, es lenguaje de Proverbios 5.18

«Habéis hecho cansar a Jehová”, 2.17, viene de Isaías 7.13 y 43.24

«¿Qué aprovecha que guardemos su ley?» 3.14, es de Job 21.15

y así con otros versículos en Malaquías.

Si estos ejemplos muestran que Malaquías cierra de una manera apropiada el Antiguo Testamento, debemos reconocer que él también introduce el Nuevo Testamento. Esta profecía anuncia la misión de Juan el Bautista, usando palabras que Marcos va a citar al comienzo de su Evangelio y que serán empleadas por Mateo y Lucas también. Malaquías alude además a la venida de Elías, la cual encontró por lo menos un cumplimiento parcial en el ministerio del Bautista.148 Bien se ha dicho que «Juan preparó el camino para Cristo, y Malaquías preparó el camino para Juan”.

El profeta habla de que el Señor iba a presentarse súbitamente en su templo para limpiarlo 149 Esto señala un acontecimiento que todavía queda en el futuro, pero a la vez nos prepara para el relato en los Evangelios sobre la purga que el Señor hizo en el templo. Otro detalle en Malaquías es su énfasis sobre la relación de Padre que Dios tiene con su pueblo. Véanse 1.6, 2.10, 3.17. Esto nos prepara para encontrar el título dieciséis veces en unas pocas páginas que siguen el Sermón del Monte.

Todavía otro enlace es el carácter de la decadencia en Malaquías. Es muy diferente a lo que encontramos en las profecías anteriores pero corresponde a la situación en los Evangelios. Malaquías no habla de una idolatría literal como había en épocas anteriores, sino de una forma de impotente religión exterior. Esto llegó a ser la religión de los fariseos. A la vez el escepticismo que trata Malaquías evolucionó hacia el cuestionamiento de la Palabra de Dios que caracterizaba a los saduceos.

Este cambio de rumbo en la apostasía es de especial interés a nosotros, ya que algo parecido aparece en la historia de la Iglesia. En sus primeras etapas, el alejamiento tomaba la forma de idolatría; no la vieja idolatría de Israel sino algo nuevo como la adoración de imágenes, reliquias y santos. En tiempos modernos ha habido un cambio, y mucha de la apostasía del tiempo presente está en el abandono de toda religión. Como en los tiempos de Malaquías, se cuestiona la autoridad de la Palabra de Dios y su relevancia. En aquellos tiempos se cuestionaba el lazo matrimonial 150 y abundaban los abusos morales,151 y todos estos pecados son tan típicos de nuestros días como eran en aquellos.

Hablando de esto, conviene mencionar la comparación interesante que hay entre Malaquías y los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, y especialmente con la carta a Laodicea. Tanto en Malaquías como en las siete iglesias de Asia encontramos incumplimiento en los líderes, una indebida fraternidad entre el pueblo de Dios y los pueblos en derredor, un nombre que vivir pero el pueblo «muerto”, y la afirmación de que todo está bien aun cuando el caso es lo contrario, y finalmente la súbita venida del Señor mismo.

Ya hemos mencionado que hay un paralelo entre Malaquías y la Epístola de Judas Apóstol. Al comienzo de cada libro se hace mención del amor que tiene Dios para su pueblo, y luego siguen sendos pasajes largos sobre la apostasía. Tanto en Judas como en Malaquías la apostasía tiene dos aspectos. En Judas aquellos que «niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor» son a la vez los que «convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios”. 152 En Malaquías aquellos que profanan la adoración a Dios y cuestionan su Palabra son los mismos que se hunden en la inmoralidad; compárese el capítulo 1 con los capítulos 2 y 3.

Finalmente, en cada libro hay un remanente fiel que habla cada uno a su compañero, como dice Malaquías, con el fin de edificarse sobre su santísima fe, como dice Judas. En cada caso este grupo se destaca como gran contraste con los burladores que se han tratado anteriormente.

Es al grupo fiel en cada libro que se da la promesa del galardón cuando el Señor venga. En Malaquías ellos «serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe”, 153 y en Judas serán presentados sin mancha delante de su gloria con gran alegría. 154 Que cada uno de nosotros, como ellos, sea hallado por él sin mancha e irreprensible, en paz155 en su venida. Es así que ganaremos su aprobación: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”. 156

145 Malaquías 1.8                      151 Malaquías 3.5

146 Nehemías 5.14,15               152 Judas 4

147 Malaquías 3.16                    153 Malaquías 3.17

148 Lucas 1.17                          154 Judas 24

149 Malaquías 3.1                      155 2 Pedro 3.15

150 Malaquías 2.14 al 16                       156 Mateo 25.21

 

Capítulo 15     El fracaso del sacerdocio

Deseamos dirigir la atención del lector a una característica sobresaliente y solemne del mensaje de Dios a Israel por medio de Malaquías, con el cual se cierran los escritos del Antiguo Testamento. Es la sección larga que va desde el 1.6 hasta el 2.13 por lo menos. Ella va dirigida a los sacerdotes, y enfatiza en lenguaje severo sus fracasos y pecados.

Este tema no nos sorprenderá cuando recordamos lo que Nehemías dice en el último capítulo de su libro al referirse a la mala conducta del sumo sacerdote Eliasib y sus amigos. Por cierto, esta sección del escrito de Malaquías podría aceptar como título las palabras de la oración de Nehemías: «Acuérdate de ellos, oh Dios mío, contra los que contaminan el sacerdocio”. 157 Este versículo hace juego con lo que dice Malaquías: «Habéis corrompido el pacto de Leví, dice Jehová de los ejércitos”. 158

Nehemías 13 describe dos formas de mala conducta de parte de los sacerdotes. Ellos profanaron la casa de Dios, versículos 5 al 9, y entraron en alianza con los enemigos de Dios, versículos 4 y 28. En Malaquías encontramos los mismos males, el primero en el capítulo 1 y el postrero en el capítulo 2.

Ciertamente, el mensaje de Malaquías a los sacerdotes se divide en dos secciones en cada una de sus partes. En cada capítulo él habla primeramente de sus pecados en relación con el servicio de Dios en sí, y luego habla de sus pecados en relación con el pueblo de Dios y las naciones en derredor. Obsérvese como él dice oh sacerdotes en 1.6 y 2.1, y luego explica que sus ofrendas no son aceptables. En el capítulo 1 no son aceptables por las irregularidades de su adoración y en el 2 por las irregularidades en su vida, especialmente sus lazos matrimoniales. Este asunto se trata de nuevo en el capítulo siguiente, donde Dios dice que sus ofrendas serán aceptables una vez que ellos se hayan limpiado de estos males. 159

Este doble aspecto del fracaso de los sacerdotes según lo presenta tiene relación con los dos aspectos de su ministerio según fue establecido desde el principio. Esto veremos luego. Dios había establecido en la época de Moisés que: 160

Pondrán incienso delante de ti, y el holocausto sobre tu altar

Ellos enseñarán tus juicios a Jacob, y tu ley a Israel.

Las palabras de Malaquías hacen un marcado contraste en cada caso. En cuanto al primero, Jehová protesta: «Ofrecéis sobre mi altar pan inmundo”. 161 En cuanto al segundo, Él acusa: «Habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. 162

Otra comparación interesante es la de los dos aspectos de su servicio y las dos ocasiones de marcada fidelidad de parte de los varones de la tribu de Leví en el desierto, las cuales confirmaron el escogimiento de aquella tribu para el sacerdocio. El mismo Malaquías da a entender por el lenguaje que emplea que él tenía estos episodios en mente. Cuando escribe, «Mi pacto con él fue de vida y paz”, 163 nos está haciendo recordar el mensaje de Dios a Finees, quien celosamente había dado muerte a los malhechores en Baal-peor: «He aquí, yo establezco mi pacto de paz con él, y tendrá él, y su descendencia después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo …”. 164 Y cuando Malaquías habla acerca de «maldecir vuestras bendiciones”, 165 él nos está conduciendo atrás a la ocasión cuando el juicio cayó sobre los que adoraban al becerro de oro, y Moisés dijo a los levitas: «Cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él [Jehová] dé bendición hoy sobre vosotros”. 166 Es claro que aquella bendición tenía que ver con el sacerdocio, como se puede ver al leer Deuteronomio 33.8 al 11.

La actuación de los levitas en el segundo caso mencionado fue para vengarse por la afrenta hecha a la adoración a Dios, y la actuación del levita Finees fue para vengarse de la mala unión con las mujeres midianitas. Así se ve fácilmente el nexo estrecho entre estos acontecimientos y los dos aspectos del fracaso de los levitas en los tiempos de Malaquías.

Quedará evidente lo que todo esto puede sugerir para nuestra instrucción hoy día, si colocamos la profecía de Malaquías al lado de la Primera Epístola de Pedro. En cada uno de los dos libros se habla aproximadamente siete veces del temor de Dios.

En 1 Pedro 2 tenemos la más amplia referencia en el Nuevo Testamento al tema del sacerdocio de los creyentes, y al considerar el tema de cerca nos llama la atención que Pedro también lo trata en dos aspectos. Él habla de un «sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”, 167 y de un «real sacerdocio … para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

Vemos, pues, que nosotros tenemos un doble servicio por prestar como sacerdotes, al igual que los sacerdotes de Israel. Por un lado nos toca entrar en la presencia de Dios para adorarle a él, y por otro nos corresponde salir entre nuestros semejantes y declarar las excelencias del Señor. Cada una de estas funciones es un glorioso privilegio pero a la vez una responsabilidad solemne. Podemos fracasar en un servicio o en otro, y muchas veces hemos faltado en uno y por lo tanto en el otro.

El sacerdote adorador realiza un sacerdocio santo, y por consiguiente cualquier falla o pecado en su vida exterior le hace imposible ofrecer sacrificios espirituales que sean aceptos. A la vez, el sacerdote testigo tiene un sacerdocio real, y puede manifestar las virtudes de su Señor sólo en la medida en que éstas han surtido efecto en su adoración y comunión.

A la luz de estas verdades, y en vista del miserable fracaso de los sacerdotes en los tiempos de Malaquías, estamos obligados a preguntar: ¿Qué de nuestra adoración? ¿Estamos dando a Dios la honra que le corresponde como nuestro Padre y el temor que le corresponde como nuestro Señor? «Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si señor, ¿dónde está mi temor?» 168

¿Será que nosotros, aun en las mismas reuniones de adoración, hemos pensado a veces como ellos?: «¡Oh, qué fastidio es esto!» ¿Han habido ocasiones cuando hemos pensado que a Dios podemos darle lo hurtado, o cojo, o enfermo? Que no sea posible que alguna vez Él haya podido preguntar acerca de nosotros lo que les preguntó a ellos: «¿Quién … cierre las puertas o alumbre mi altar de balde?» 169

Y, ¿qué de nuestro testimonio sacerdotal? ¿Cómo representamos al Señor entre el pueblo? ¿Ponemos en evidencia sus excelencias, o hacemos tropezar a muchos por la manera en que le presentamos? ¿Estamos en asociación con nuestros hermanos o con los hijos y las hijas de un dios extraño? 170 Si es lo último, oigamos el mensaje de advertencia: «Jehová cortará de las tiendas de Jacob al hombre que hiciere esto, al que vela y al que responde…”.171

Pero tal vez pensamos que estas palabras de reprensión y condenación en el Antiguo Testamento son demasiado fuertes como para ser aplicadas hoy día. Vayamos entonces de la última de las profecías del Antiguo Testamento a la última de las epístolas en el Nuevo, la de Lardácea en el Apocalipsis 3, a ver qué dice el Señor allí a su pueblo incumplido. ¿Acaso Él ve la cosa más livianamente? Dice: «Eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. ¿Él pronuncia menor juicio? Dice: «Por cuanto eres tibio… te vomitaré de mi boca”.

157 Nehemías 13.29                  165 Malaquías 2.2

158 Malaquías 2.8                      166 Éxodo 32.29

159 Malaquías 3.4                      167 1 Pedro 2.5

160 Deuteronomio 33.10           168 Malaquías 1.6

161 Malaquías 1.7                      169 Malaquías 1.10

162 Malaquías 2.8                      170 Malaquías 2.8, 11

163 Malaquías 2.5                      171 Malaquías 2.12

164 Números 25.12, 13

 

Capítulo 16    Un sacerdocio real

En el capítulo anterior tratamos el mensaje de Malaquías a los sacerdotes. Hicimos referencia al hecho de que en 1 Pedro 2.5 al 9 nuestro servicio sacerdotal tiene dos aspectos, tal como tenía la función de los sacerdotes en el Antiguo Testamento. El sacerdote tiene el privilegio del acceso a Dios en la adoración y a la vez el de representarle a él entre el pueblo en derredor. Encontramos en las Escrituras varios ejemplos de estos dos lados del sacerdocio. Algunos son bien conocidos, como es la historia de Moisés en Éxodo 34. Él entraba a la presencia de Jehová y luego salía con el rostro tan resplandeciente de la gloria de Dios que el pueblo tenía miedo al verle.

Observemos cómo se nos presenta el sacerdocio en 1 Pedro 2, y cómo está ubicado ese pasaje en las Escrituras. Lo que Pedro dice de nosotros como sacerdotes sigue lo que dice de nosotros como hijos. En el 1.3 Él nos hizo renacer; en 1.14, 17 somos hijos obedientes que invocan a su Padre. En el 1.23 hemos nacido en esta relación por la Palabra; y, en el 2.2 somos niños recién nacidos, y es así que somos de un linaje escogido y un sacerdocio santo.

En Malaquías hay también referencias a la relación entre hijos y sacerdotes, tanto al comienzo como al final de las secciones que tratan de los sacerdotes: «El hijo honra al padre… oh sacerdotes”. «¿No tenemos todos un mismo padre?»172 Aun en el caso del Señor Jesús se relaciona su condición de Hijo con la de Sacerdote: «un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”, y, «tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo”. Además, «la ley constituye sumos sacerdotes de débiles hombres, pero… al Hijo, hecho perfecto”.173

Siendo así, bien podríamos hablar de los sacerdotes de 1 Pedro 2 como hijos-sacerdotes; y, como el 2.9 nos da el punto adicional que el sacerdocio es real, podemos decir que son hijos-sacerdotes reales. Con esto en mente, vamos al caso que queremos tratar. Es una ilustración de los dos lados del sacerdocio: acceso a Dios y representación de él entre los hombres.

Una parte de nuestra ilustración queda escondida en dos listas de nombres en 2 Samuel, y otra parte está sugerida por ciertas expresiones usadas con referencia a Absalón en el mismo libro. Veremos ahora que en 2 Samuel hay unos hijos-sacerdotes reales cuya esfera de servicio era muy diferente a la nuestra, pero de quienes podemos aprender provechosamente.

La primera lista de funcionarios en la corte de David174 dice que «David administraba justicia y equidad a todo su pueblo”. Parece que esta afirmación da a entender que los oficiales nombrados allí guardaban estos puestos para este mismo fin. Al leer la lista, vemos al final que «los hijos de David eran los príncipes”, pero algunas traducciones dicen que «los hijos de David eran sacerdotes”. [Así es que leemos en la Versión Popular y la Edición Paulina. Dice la Bover-Cantera que eran ministros.]  Es que eran sacerdotes, exactamente la misma palabra usada enseguida en relación con Sadoc y Ahimelec, sacerdotes levíticos, 175 y traducida sacerdote quizás setecientas veces en las Escrituras.

Ahora, ¿cómo podrían ser sacerdotes los hijos de David? Es claro que ellos no habían usurpado las funciones de los sacerdotes de Dios cuyos nombres figuran en la misma lista. Así, vamos a buscar una lista parecida, que se refiere más bien a los que funcionaban en los días finales del reinado de David,176 una vez terminada la rebelión de Absalón. Veremos si ella echa luz sobre el tema.

Leyendo el segundo pasaje, encontramos que la mayoría de los siervos de David están con él todavía, pero dice en el 20.26 que «Ira jaireo fue también sacerdote de David”. Trataremos luego la cuestión de la persona mencionada, pero por el momento preguntamos si «sacerdote de David» («a David» en algunas traducciones) no resuelve nuestro problema. Estos hombres no eran sacerdotes a Dios como eran Sadoc y Ahimelec, sino sacerdotes de/a David.

O sea, ellos ocupaban cierta posición de mediadores entre David y el pueblo, con miras a que el rey administrara con equidad y justicia. El caso fue parecido, en principio, al oficio desempeñado por la familia de Aarón, quienes estaban entre Dios y el pueblo, y por lo tanto se emplea la palabra koken para explicar ambos casos. Podemos añadir que en una lista de los oficiales en la corte de Salomón177 figura uno llamado «ministro principal y amigo del rey”.

No podemos decir con exactitud cuáles eran los deberes de este cargo, pero el empleo del vocablo sacerdote indica que han debido efectuar un acercamiento entre el rey y sus súbditos, presentando ante él las peticiones de estos. Si era así, ¿quién sería más capacitado para el cargo que los propios hijos de David? Por un lado, ellos tendrían el mayor acceso a la presencia de su padre, y por otro lado han debido tener por delante los intereses de su padre y un deseo de proyectarle de la mejor manera posible ante sus súbditos.

Ahora bien, ¿cómo llegó un extraño a figurar en la segunda lista? 176 Estos hijos-sacerdotes reales no estaban ya en su cargo, y leemos más bien de uno, no mencionado en otra parte, oriundo del otro lado del Jordán donde David acaba de pasar su exilio. Tiene que ser que los hijos fracasaron.

Hay cosas mencionadas con relación a Absalón que echan una luz sobre el asunto. No podemos abundar, pero diremos brevemente que uno de los hijos-sacerdotes reales, Amnón, fue muerto por órdenes de otro, Absalón. Este último huyó de la justicia de su padre y pasó tres años en exilio. ¡Claro está que allí no pudo funcionar como sacerdote de David! Tampoco pudo hacerlo cuando «estuvo Absalón por espacio de dos años en Jerusalén, y no vio el rostro del rey”. 178

Una vez restaurado este privilegio por la intercesión de Joab, encontramos enseguida un ejemplo de cómo él realizó su obra de intermediario entre el pueblo y su rey.179 Leemos que él se ubicó a un lado del camino junto a la entrada de la ciudad, el sitio de gobierno, y a cualquiera que venía al rey a juicio, él decía, «Tus palabras son buenas y justas, mas no tienes quien te oiga de parte del rey”.

¡Qué perjuicio contra su padre, máxime cuando Absalón y sus hermanos habían sido designados a llevar esta misma responsabilidad! El hombre tuvo la desfachatez de añadir: «¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia!» Así fue que este infiel hijo-sacerdote real falseó a diario la imagen de su padre, anunciando sus propias virtudes180 en lugar de las de David. Así robaba Absalón el corazón de los de Israel.

Poco ha sido registrado acerca de los demás hijos del rey, pero las últimas palabras dichas por David acerca de ellos 181 dan a entender que la mayoría no eran lo que han debido ser: «No es así mi casa para con Dios”. En vista de estas circunstancias, no tiene nada de raro sugerir que fue el fracaso de estos hombres que dio lugar a que Ira jaireo pudo realizar más cabalmente los deberes que los hijos abandonaron. Él no parecía estar calificado, pero tenía por lo menos amor para con su maestro, y un espíritu fiel.

No debe ser necesario enfatizar la lección que todo esto encierra para nosotros. Como hijos-sacerdotes reales delante de Dios, nuestra responsabilidad doble es, como se ha dicho, estar mucho en su presencia y a la vez representarle delante de otros. ¿Lo hacemos día a día, o fracasamos en esto según la infidelidad de los hijos de David? Si no vemos el rostro del Rey, la tendencia será de intentar manifestar las virtudes nuestras en vez de las suyas.

Si es así, tengamos cuidado. Israel faltó como nación de sacerdotes, y fue desplazado. Los sacerdotes levíticos no cumplieron, y fueron desplazados. A los hijos de David fue asignada una función similar, pero ellos no la realizaron, y fueron desplazados. ¿Cuál será el próximo relato triste de incumplimiento?

172 Malaquías 1.6, 2.10                         177 1 Reyes 4.5

173 Hebreos 4.14, 5.5,               178 2 Samuel 14.28

7.28                             179 2 Samuel 15.1 al 6

174 2 Samuel 8.16 al 18                        180 1 Pedro 2.9

175 2 Samuel 8.17                     181 2 Samuel 23.5,6

176 2 Samuel 20.23 al 26

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