Mefi-boset
Héctor Alves
La historia de Mefi-boset nos recuerda de las palabras de Ezequiel 36.11: «Os haré morar como solías antiguamente, y os haré mayor bien que en vuestros principios; y sabréis que yo soy Jehová». Vemos una anticipación de la gracia de Dios en la benignidad de David para con Mefi-boset. A lo largo de su vida él disfrutó del favor del rey, y tuvo un gran final. Había recibido la bondad de David, disfrutado de su comunión y al final quería tan solo su presencia.
Le conocemos primeramente en 2 Samuel 4.4 donde leemos que cuando tenía cinco años de edad llegaron noticias de la muerte de Jonatán. Huyendo junto con su nodriza, cayó y quedó cojo. Por qué ella recogió al niño y huyó, no se nos dice. Sin duda concluyó que David odiaba a Saúl y por esto la vida del heredero aparente al trono estaría en peligro. Sabía ella que David estaba señalado para ocupar el trono y podría eliminar el linaje de Saúl. Recogió al muchacho apresuradamente, lo dejó caer y él quedó lisiado de por vida.
Viendo a Mefi-boset como un tipo, en este caso un descendiente de un rey desobediente y rechazado, inhabilitado por una caída y viviendo en Lo-debar (queriendo decir un lugar sin pasto), percibimos aquello que aplica a todos nosotros por naturaleza.
La luz de la gracia de David alumbra este cuadro lóbrego. La próxima mención de Mefi-boset está en el 9.1 donde David dice:
«¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?» Mefi-boset era hombre maduro ya, padre de un hijo menor llamado Micaía. Este nombre quiere decir «¿quién como Jehová?»
Mefi-boset había estado alejado de David por buen tiempo, y aparentemente a una buena distancia de Jerusalén, pero ahora por amor de Jonatán él es traído del exilio. No podía caminar, así que David aportó transporte. Bien podemos imaginar los pensa-mientos que le ocuparían: ¿Por qué manda él por mí? ¿Mi suerte será la de otros de la casa de mi abuelo?
Pero en el v. 3 encontramos una declaración maravillosa: «a quien yo haga la misericordia de Dios». La misma expresión la vemos en Tito 3.4: «se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador».
Las primeras palabras de David para Mefi-boset fueron: «No tengas temor». Éste, al oír que iba a comer pan a la mesa del Señor, dijo: «¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?» Bien ha podido decir: «Ciertamente merezco esta bondad por ser heredero del trono, porque en realidad soy igual a ti». Pero así no pensaba uno cuyo nombre quiere decir «respirar reproche». Asumió una postura humilde, en eso es un tipo del pecador salvo por gracia.
Merece nuestra atención lo que el rey le dijo: «A la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y comerás siempre a mi mesa». Encontramos en esto bondad en consideración de Jonatán, la restauración de la heredad y comunión con el rey. Cada uno de estos tres elementos corresponde al trato de Dios con nosotros cuando nos salvó.
Mefi-boset no solamente fue objeto del beneplácito real, sino fue traído a feliz comunión con David en calidad de hijo. Aprendemos de esto la provisión que David hizo para él. Este hombre Siba tenía quince hijos y veinte siervos, pero el rey le mandó: «Tu, pues, le labrarás la tierra, tú con tus hijos y tus siervos, y almacenarás los frutos, para que el hijo de tu señor tenga pan para comer; pero Mefi-boset el hijo de tu señor comerá siempre a mi mesa». Nos hace recordar aquello que se ha llegado a conocer como la parábola del hijo pródigo, donde leemos del pródigo colmado de la bondad de su padre.
Esta parte de la narrativa termina con las palabras: «Moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies». Qué contraste con su vida en Lode-bar, el lugar sin pasto.
Después de pocos años David tuvo que huir por su vida. 2 Samuel 16 abre con una historia triste: cuando David apenas había pasado la cumbre de un monte, salió a su encuentro Siba, siervo de Mefi-boset, con bestias, una abundancia de alimentos y un frasco de vino. Dijo el rey: «¿Dónde está el hijo de tu señor?» y Siba respondió que estaba en Jerusalén, y que había dicho: «Hoy me devolverá la casa de Israel el reino de mi padre». Ante esto el rey lo prometió a Siba: «Sea tuyo todo lo que tiene Mefi-boset».
Siba había mentido delibera-damente, y David cayó en la trampa. Es fácil para nosotros difamar el carácter de otro, pero no podemos engañar a Dios. Siba no tenía escrúpulos, y esta difamación no tenía razón de ser. David, por su parte, actuó impetuosamente; él ha podido averiguar qué estaba haciendo el hijo de su amigo de antaño, antes de hablar apresurada-mente.
Siba era zorro en cuero de oveja, y nos parece que fue Mefi-boset que preparó esta abundancia para David y su séquito. Siba había calculado sagazmente que su supuesta lealtad a David, y su vil ataque contra Mefi-boset, redundarían en gran beneficio para él. Como consecuencia, David trató a Mefi-boset como un traidor.
«Mejor es el fin del negocio que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu», Eclesiastés 7.8. Dentro de poco el reino fue devuelto a David y él volvió a Jerusalén. La primera persona que salió a recibirlo fue Mefi-boset. «No había lavado sus pies, ni había cortado su barba, ni tampoco había lavado sus vestidos, desde el día en que el rey salió hasta el día en que volvió en paz», 19.24. Es evidente su lealtad al rey en su rechazamiento; Jerusalén no tenía atractivo para este hombre hasta volver su rey en paz. Y en estos tiempos, «al Salvador rechaza el mundo pecador, la sorda muchedumbre ajena de su amor». ¿Qué es nuestra actitud hacia el mundo que le está rechazando?
Mefi-boset sería bien conocido en Jerusalén, y todos se darían cuenta de que no estaba participando en sus asuntos. Su apariencia habrá llamado la atención a muchos: descalzo, sin afeitarse y ropa no lavada. Él no podía acompañar a David, pero de esta manera tuvo comunión con él en su sufrimiento.
A lo mejor David se sorprendió sobremanera al ver que Mefi-boset venía a su encuentro. «Mefi-boset, ¿por qué no viniste conmigo?» fue su pregunta. El rey oyó su historia, como Siba le había difamado, y como David le había favorecido. El rey revirtió su decisión acerca de la tierra. La tierra fue todo lo que Siba deseaba, pero la respuesta noble del cojo fue: «Deje que él las tome todas, pues que mi señor el rey ha vuelto en paz a su casa». Mefi-boset quería al rey, no los bienes.
Esta es la última mención del hombre que era fiel a David, y nos deja ver dónde estaba su corazón. Terminó maravillosamente bien.