María, ¡bendita tú entre las mujeres! (#312)

María, ¡Bendita tú entre las mujeres!

 

En este escrito del argentino Walter Wright todas las citas de la Sagrada Biblia  se han tomado de la versión traducida por Bover y Cantera con el imprimátur del “obispo y vicario general de Madrid”, publicada el 10 de agosto de 1961

 

¡Cuánto respeto y admiración debemos sentir para con aquella doncella de la antigüedad! Dios mismo, por boca del ángel Gabriel, la proclamó muy favorecida y bendita entre las mujeres. Dice San Lucas 1.28: Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres.

Hemos recorrido las Sagradas Escrituras que hablan acerca de ella, y hemos encontrado ternura, sumisión, sufrimiento y fidelidad, si bien es relativamente poco en cantidad lo que se dice sobre su persona tan agraciada.

No hemos hallado cosa alguna que describa su nacimiento o muerte, y aun de su vida de familia es poco lo que narra el Sagrado Libro. Esto sucede con otros personajes también; vale decir que no es sólo con María que esto ocurre en la Biblia. En la genealogía del Señor Jesucristo, que parte desde Abraham y pasa por David, encontramos mencionada fugazmente a María.

El pasaje dice que Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo; San Mateo 1.16. De esta primera mención de María que hace el Nuevo Testamento surge la razón de la popularidad y prestigio de ella. A saber: de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Todo el renombre de ella, todo lo que mueve a reconocerla, es este hecho portentoso: ella fue escogida para que el Hijo de Dios ingresara como hombre al mundo.

Desde antaño ese advenimiento fue profetizado de diferentes maneras. La porción más categórica al respecto es la de Isaías 7.14 que anuncia: He aquí que la doncella concebirá y parirá un hijo, a quien denominará con el nombre de Emmanuel. La Biblia no nos deja ni una sombra de duda en cuanto al hecho que esta profecía alude a María, pues San Mateo declara en 1.22 que todo esto — el anuncio y el nacimiento de Jesús — aconteció para que se cumpliese dicha profecía.

Los sucesos que rodean a este proceso son cautivantes y deliciosos, por lo cual invito a mis lectores a recorrer conmigo algo de lo que las páginas sagradas se dignan narrarnos al respecto. San Lucas es el evangelista que mayor información aporta sobre todo esto. Marcos y Juan guardan total silencio en cuanto al evento trascendental, y San Mateo casi no escribe sobre ella.

María nos es presentada por Lucas en relación con el entonces venidero nacimiento de Juan el Bautista. La madre del precursor llevaba seis meses de embarazo. Ella era Isabel (Elizabeth), pariente de María, aunque considerablemente mayor que ella, al punto que su esposo dudaba en cuanto a la posibilidad de ese heredero. Véase San Lucas 1.17,18,36.

Pero ahora, al sexto mes de Isabel, el ángel Gabriel, que ya había anunciado a Zacarías el nacimiento de Juan el Bautista, fue enviado de Dios a una virgen cuyo nombre era María. Se trata de un ángel hermoso, de un ser encumbrado entre las huestes del Altísimo, y trae para María un mensaje maravilloso. Le dice: El Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres … ¡No temas! María, pues hallaste gracia a los ojos de Dios.  He aquí, que concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, a quien darás por nombre Jesús. Lucas 1.26 al 30

Es un mensaje pocas veces dado a un mortal. Naturalmente, se turbó María en su sencillez y humildad, extrañada ante tal situación. No podía ella conocer la mente y el corazón de Dios.

El ángel Gabriel procede, entonces, a revelarle el propósito de Dios para con ella. Ante la declaración de pureza y castidad que ella hace, el ángel le explica cómo obrará Dios, ayudándole a creer y aceptar el mensaje, ilustrándolo con el embarazo de Isabel a una edad avanzada, y declarando que ninguna cosa es imposible para Dios. Ella podría dar a luz sin mediación de hombre.

Tal vez la dulce doncella de Nazaret, la joven que halló gracia cerca de Dios, la piadosa hebrea, novia y prometida de José, anticipaba los problemas con que se vería afrontada. No obstante, se somete a la soberana disposición divina. ¡Qué hermosa sumisión y humildad! Ella dice: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se retiró de ella el ángel. Es sierva. Es instrumento de Dios. Ella no obra en su propia voluntad o facultad.

Sigue una escena bella y tierna. María resuelve visitar a Isabel (Elisabet). Nada indica que Isabel supiese que María habría de dar a luz al Santo que sería llamado el Hijo de Dios. Pero aconteció que al oir Isabel la salutación de María, la criatura saltó en su vientre. Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a gran voz y dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Véase San Lucas 1.42

Isabel, también mujer piadosa, humildemente expresa el honor por recibir la visita de “la madre de mi Señor”, lo que muestra que estaba presta para reconocer al hijo de María como su Señor. Así María revela practicar tiernas relaciones entre familiares, y ser atenta y hacendosa con sus mayores, pues se quedó con Isabel tres meses, presumiblemente hasta el nacimiento de Juan el Bautista.

Es en la ocasión de esta visita, al oir este testimonio de Isabel, que María dio expresión
a lo que se ha dado en llamar su Magníficat. Véase San Lucas 1.39 al 56. El espacio no nos permite ser exhaustivos, pero destacamos lo siguiente en cuanto a ese cántico:

  • María alaba al Señor
  • Declara que Dios es su Salvador porque, como todo mortal,
    ella también necesitaba la redención.
  • Expresa su pequeñez, considerando su bajeza, cosa que jamás hace la Deidad
  • Reconoce que “desde ahora” (no antes) las generaciones le dirían bienaventurada
  • Bienaventurada sí, por ser favorecida para tan grande honor.
    Nada se dice sobre lo anterior a esto.

 

Es ahora San Mateo el evangelista que nos dice algo sobre María. La venidera maternidad se hace evidente, y sin duda ella debe sufrir la incomprensión de muchos. Entre los tales está José, quien quiere dejarla secretamente. Pero, pensando él en esto, he aquí el ángel del Señor le aparece en sueños, diciendo: José … no temas recibir en tu casa a María, tu mujer, pues lo que se engendró en ella es del Espíritu Santo. Y, leemos: Despertado José del sueño, hizo como le ordenó el ángel del Señor … y recibió consigo
a su mujer; la cual, sin que él antes la conociese, dio a luz un hijo. Mateo 1.19 al 25

Los problemas que María pudo haber anticipado parecían ir manifestándose, pero Dios estaba en todo esto para protegerla a ella y al fruto de su vientre. Él impide el alejamiento de José. En el magistral estilo de toda Sagrada Escritura, dice en mara-villosa síntesis que María era pura, y que lo engendrado en ella era del Espíritu Santo. José se quedó, pero no la conoció hasta el nacimiento de Jesús, el Cristo, viviendo luego en santo matrimonio con María, su mujer. Sea para todos el matrimonio cosa digna de honor, y el trato conyugal sea inmaculado; Hebreos 13.4. Observemos bien que dice que Jesús fue el primogénito y no el unigénito de María.

¡Nace el Salvador! Una multitud de los ejércitos celestiales alaba a Dios. Los pastores hacen otro tanto. El niño es circuncidado; es llevado al templo; se da por él la ofrenda de los menesterosos; y es presentado al Señor. Lucas 2.10 al 14

En el templo dos personajes, el pío Simón y la profetisa Ana, le proclaman la salvación de Dios, confesándole como la redención que esperaban en Jerusalén; Lucas 2.25 al 38. Es por demás significativo que nada dijeron sobre María, excepto que Simón profetizó que una espada traspasaría el alma de ella. No es posible, ni lícito, dejar de ver que toda la honra, gloria y magnificencia se da al Cristo de Dios. Nunca a María le es dado el lugar que a él sólo le corresponde.

Otro cuadro real, hermoso como los demás, es el de los magos enviados por Herodes para inquirir sobre este nacimiento y su significación. Estos magos hablaron del rey de los judíos que había nacido. No hablaron de su madre. Cuando le hallaron, entraron en la casa (no el pesebre), vieron al niño con su madre María y, postrándose, le adoraron. Ellos adoraron al niño, y no a la madre. Mateo 2.1 al 11

Los magos, por revelación, no volvieron a Herodes con la información por él deseada. Eso despertó una diabólica persecución contra el niño, quien fue llevado a Egipto hasta la muerte de Herodes. Una vez muerto éste, el niño fue traído de regreso a Israel, siendo Nazaret el lugar escogido para su morada.

Cabe observar desapasionadamente que el ángel del Señor apareció a José, no a María, tres veces. La primera vez fue para ordenarle que llevase “al niño y a su madre” a Egipto; la segunda vez para ordenarle que volviese con “el niño y su madre” a la tierra de Israel; y la tercera vez para indicarle que pasase a Galilea en vez de Judea. Ninguna parte le cupo a María en todo esto, excepto la sujeción a su marido José, receptor de los mensajes celestiales mediante los cuales se protegió al Niño Dios. La piedad y sumisión de María la enaltece, pero no a límites extra bíblicos.

Muchos son los silencios de las Sagradas Escrituras, los cuales debemos respetar sin incursionar en peligrosas especulaciones. Son silencios que abarcan períodos cortos y largos sobre los cuales Dios no nos ha dado detalles. Entre la escena anterior que hemos comentado y la que sigue ahora, ha transcurrido aproximadamente una década. Lo único que sabemos sobre José y María es que todos los años iban a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.

Cuando Jesús tenía doce años ellos se volvían sin saber que Él se había quedado. Al descubrir su ausencia, regresaron a Jerusalén, y tres días después le hallaron en el templo. Él estaba sentado en medio de los doctores, “escuchándolos y haciéndoles preguntas”.

Se maravillaron al verle, y díjole su madre: Hijo, ¿por qué lo hiciste así con nosotros? Mira que tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Entonces les dice: ¿Pues por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo había de estar en casa de mi Padre? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. Dicen las Escrituras que descendió con ellos y vino a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Lucas 2.41 al 51. He aquí mucho del misterio de la piedad, Dios manifestado en carne. En todo esto no entraremos ahora, pues otro es nuestro propósito en este escrito.

Obvias son, entonces, algunas de las limitaciones naturales de María, por ser ella sólo una piadosa mujer. Sus limitaciones en ninguna manera la deshonran, si bien exponen el hecho de que ella no es Deidad. Ni María ni José sabían que Jesús se había quedado en Jerusalén. Cuando le vieron se maravillaron, y ella confesó el dolor de ellos por creerle perdido. La respuesta que Él les dio, ellos no la entendieron.

Todo esto — no sabían, se maravillaron, se angustiaron, no entendieron — coloca a María en su digno, justo y natural lugar. María había dicho, Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando, aludiendo a José como esposo, pero Él habló de su filial relación con el Padre Dios, como si le dijese a María y José que la misión de ellos tocaba a su fin. Él sabía que en los negocios de su Padre le convenía estar; y aunque ya se manifestaba, descendió con ellos en su perfecta humanidad, y estaba sujeto a ellos.

 

Juan, el último de los evangelistas, no es muy abundante en referencia a María, pero aborda tres episodios diferentes, cada uno de ellos con su significado propio.

La primera mención que hace Juan de María es en la ocasión de unas bodas en Caná. Ella se encontraba presente, y también fueron llamados Jesús y sus discípulos a las mismas. Una falta de previsión, u otra causa, ocasionó que escaseara el vino, lo que dio lugar al primer milagro del Señor. Dice el apóstol que fue para que Él manifestara su gloria. Juan 2.1 al 11

María evidentemente tenía mucho que ver con estas bodas, pues ella le informó al Señor: No tienen vino. Luego que Él le hubo respondido, fue ella quien habló con los que servían, diciéndoles: Todo cuanto os diga, hacedlo. El agua, no obstante, fue hecha vino —el mejor vino— por el mismo Señor. Él fue quien manifestó su gloria; no María. La respuesta del

Señor a ella encierra reproche y corrección. ¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? (No le dijo, “Madre”.) Todavía no ha llegado mi hora. No obstante, dice que después de esto bajó a Capernaum, Él con su madre, sus hermanos y sus discípulos. Juan 2.12

Esta mención de los hermanos, con exclusión de José, nos hace pensar que José pudiera haber fallecido. Han transcurrido casi veinte años desde la escena comentada anteriormente. Veamos otros pasajes en los Evangelios donde se mencionan a esos hermanos, inclusive por nombre.

Mateo 12.46 al 50 cuenta que, hablando Él a las gentes, he aquí su madre y sus hermanos le querían hablar. Declaró: Quien hiciere la voluntad  de mi Padre, que está en los cielos, éste es mi hermano, y hermana, y madre. Marcos 3.31 al 35 hace similar narración, con igual declaración de parte del Señor. En esta declaración el Señor no desdice lo que la gente declara, pero da especial valor al hacer la voluntad de su Padre, antes que a los lazos familiares. Lucas 8.19 al 21 hace una narración parecida.

En Mateo 13 otra vez las gentes, al maravillarse de la sabiduría del Señor, exclaman: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros? Mas Jesús les dijo: No hay profeta desprestigiado si no es en su  patria y en su casa. Marcos 6.1 al 5

De los cuatro evangelistas, sólo San Juan escribe de María después de esto.

Él, en la segunda de sus referencias a María, narra un episodio de características similares a las recién comentadas. En él se desprende, entre otras cosas, que ni José, ni María, ni sus hijos daban a pensar que de su núcleo pudiera salir un ser estupendo como el Profeta Mesías Sacerdote de Dios: el Señor Jesucristo. La presencia de estos hijos de María corrobora también que no es válido proclamar su perpetua virginidad. Juan 6.41 al 44

Para quien acepte que el Salmo 69 (68) es, en efecto, lenguaje del Señor Jesucristo, expresado con referencia al Calvario (aunque escrito siglos antes por David), es por demás evidente que no se trata de primos hermanos u otros parientes. Dice Salmo 69(68).9:   A mis hermanos resulté un extraño y un ajeno a los hijos de mi madre.

La tercera referencia de Juan a María se encuentra en un solemne pasaje sobre la crucifixión del Señor JesuCristo. Juan nos dice que junto a la cruz de Jesús estaban su madre y otras mujeres. También estaba allí Juan, “el discípulo que Él amaba”.

Pese a su sufrimiento y angustia, el Salvador, al ver a su madre, hace provisión para ella. A todas luces era viuda ya.

Aludiendo a Juan, el Señor le dice a María desde la cruz: Mujer (no “Madre”) he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu Madre. Juan 19.25 al 27. Juan, en gesto que le honra, procede tal cual el Salvador le ha pedido; y, desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. No es María quien recoge a Juan, sino Juan quien recibe a María bajo su cuidado.

Mucho se ha manoseado este pasaje de las Escrituras, aunque su sola lectura desapasionada y cuidadosa pone perfectamente en claro el orden de las cosas. María, viuda ya, al parecer quedaba desamparada, pues sus hijos nacidos de José no parecían creer todavía en la deidad de Jesús. Así, el Señor hizo provisión amante para ella en la persona del apóstol Juan.

 

Volviendo a Lucas encontramos una alusión a María, sin nombrarla, que merece nuestra atención. El Señor Jesucristo acaba de hacer un milagro, dando el habla a un mudo. Las gentes se maravillaban. Otros blasfemaban, otros le tentaban, pero Él enseñaba.

Aconteció que diciendo estas cosas, una mujer de la compañía levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que mamaste. Esta alusión a María, a quien tal vez esa mujer no conocía, fue una ocasión virtualmente sin igual para que el Señor dejara instituida alguna forma de alabanza para María. Pero dijo: Bien-aventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan. Lucas 11.27
al 28

Seguido esto el Señor censuró a la gente que buscaba señal. Habló de sí como más que Salomón y más que Jonás. Nada agregó sobre María; su reserva debe ser respetada.

Entendemos que queda sólo una mención más de María en la Biblia.

El Señor Jesucristo ha dado su vida por nuestros pecados; ha resucitado de entre los muertos para la justificación de quien crea en él; ha ascendido al cielo para interceder por los creyentes; y ha prometido volver como rey de reyes y Señor de señores. Los discípulos han regresado del Monte de la Ascención (el Olivar) a Jerusalén para aguardar la llegada del Espíritu Santo prometida por el Señor.

Dice que éstos (los once, sin Judas el traidor) perseveraron unánimemente en la oración con algunas mujeres, y con María la Madre de Jesús. Apóstoles 1.14. Aquí está María con los discípulos. Ella está entre ellos, no sobre ellos, dispuesta a ser testigo con ellos del amor sacrificial del Salvador, para salvación de los pecadores arrepentidos, para la gloria de Dios.

María no vuelve a ser nombrada en toda la Biblia. Mucho se dice sobre San Pedro, Felipe, Esteban, Bernabé, Pablo y otros adalides del evangelio. De algunos se nos narra su martirio, pero el silencio sobre María es total de aquí en adelante. No cuentan las Sagradas Escrituras dónde, cómo ni cuándo falleció. Tampoco cuentan de su sepultura, ni mucho menos, por supuesto, de su presunta ascensión corporal al cielo.

Tampoco lo hacen con respecto a San Pablo, o Pedro, etc., y tal silencio no es denigrante en lo más mínimo. Pero tal silencio debe respetarse, sin añadiduras fantasiosas de hombres, por bien intencionadas que fuesen.

Queremos dar a María, y creemos dar siempre, el lugar que Dios le dio. No es ése el lugar que los hombres pudieran haberle dado sin base ni fundamento. Dios la proclamó bendita entre las mujeres, y nosotros así la consideramos. No le restamos honor, ni se lo agregamos.

Uno es Dios, uno también el  Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se dio a sí mismo como precio de rescate por todos; divino testimonio dado en el tiempo oportuno. 1 Timoteo 2.5,6. Cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios desde el cielo de cabe sí a su propio Hijo, hecho hijo de mujer … a fin de que recobrásemos la filiación adoptiva. Gálatas 4.4,5

No se da en otro ninguno la salud, puesto que no existe debajo el cielo otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos. Apóstoles 4.12. Acaba de decir el orador, San Pedro, que él habla de Jesucristo nazareno, quien vosotros habéis crucificado.

Cristo Jesús, el cual, subsistiendo en la forma de Dios, no consideró como una presa arrebatada el ser igual de Dios, antes se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo, hecho a semejanza de los hombres; y en su condición exterior, presentándose como hombre, se abatió a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Por lo cual a su vez Dios soberanamente le exaltó y le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los seres celestes, y de los terrenales, y de los infernales, y toda lengua confiese que Jesu-Cristo es Señor, llamado a compartir la gloria de Dios Padre. Filipenses 2.5 al 11

Cree en el Señor Jesús, y serás salvo. Apóstoles 16.31

 

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