Manchas imborrables (#9621)

9621
Manchas imborrables

Debemos nacer de nuevo

  1. J. Saword

León es león, por lindo que sea el cachorro.

Cierto domador de fieras de apellido Becwith tenía su propio parque zoológico y criaba fieras en cautiverio. Se le ocurrió ver cómo podía criar leones mansos y para este fin usó un nuevo método de alimentación para un par de cachorros. La leche de vaca, y nada de carne en su dieta, parecía dar buenos resultados. Pero él contó—
Mi primera desilusión fue cuando los cachorros tenían unos diez meses. Mi esposa me llamó con urgencia y, al llegar a la ventana, vi a nuestro burro a una distancia de quince metros comiendo paja.

Arrastrándose silenciosamente hacia él estaba uno de los cachorros que habíamos criado cariñosamente con biberón.

Con una facilidad como si fuera costumbre en él, brincó encima del burro, agarró con una pata la crin, extendió la otra hacia el hocico del burro y entonces lo haló hacia atrás. En seguida el burro cayó a tierra y el cachorro, con sus colmillos pelados, no perdió tiempo en buscar la vena.

En fin, era sangre lo que quería.

Aquel cachorro había recibido un cuidado especial, fue criado con técnica por un profesional, vivía protegido y nunca le faltaba comida. No obstante, se mostró tan feroz como cualquier cachorro de la selva. Por nacimiento tenía la naturaleza de león y ninguna crianza, ninguna dieta y ninguna comodidad de parque zoológico iba a cambiarla. “En fin, era sangre lo que quería”.

Usted y yo tenemos también nuestra naturaleza propia. “El corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso”, Jeremías 17.9. Por esto dijo Cristo a Nicodemo: “De cierto, de cierto os digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, Juan 3.3. Nicodemo se sorprendió y no pudo entender cómo un hombre maduro podía volver a nacer.

El Señor le explicó que lo que es nacido de la carne, carne es. Es necesario un nuevo nacimiento, uno espiritual, para poder entrar en el reino de Dios. “Lo que es nacido del Espíritu”, dijo, “espíritu es”. Es el Espíritu Santo de Dios que obra en uno para que nazca de nuevo, para que sea nueva creación en la estima de Dios.

Es una ley fundamental, tanto en lo natural como en lo espiritual, que lo superior no puede evolucionar de lo inferior. El vegetal es materia y nada más; nunca puede producir ánimo. El animal es a la vez materia y ánimo; no puede producirse de vegetal, ni producir espíritu. Sin embargo, el hombre es materia, ánimo y espíritu, y no se desarrolló de lo animal.

Por tanto, si el hombre pecador —como somos usted y yo— va a “ver” o “entrar” en el reino de Dios, tiene que nacer otra vez, o nacer de arriba. Esto puede hacerlo sólo el Espíritu Santo.

El profeta Jeremías pregunta retóricamente: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” Tal como aquel lindo cachorro de león quería sangre, usted y yo no podemos erradicar la naturaleza que recibimos de nuestros padres. ¡Pero podemos recibir una nueva!
Podemos ser “participantes de la naturaleza divina”, 2 Pedro 1.4, y ser hechos nueva creación en Cristo Jesús, 2 Corintios 5.17. Esto es lo que hace el Espíritu Santo con todo aquel que por sincera, sencilla fe recibe a Jesús como Salvador. En el Calvario, Él dio su vida terrenal para dar la vida espiritual al que cree en Él.

 

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