Manasés
N. R. Thomson
Manasés nos da ejemplo de los que, habiendo una vez dado evidencia de una conversión, después vuelven atrás; su vida posterior provoca duda en cuanto a su alma.
El nació durante los quince años que Dios añadió a la vida de su padre Ezequías. Este se había comprometido: “El padre hará notoria tu verdad a los hijos” (Isaías 38:79): pero aquel hijo era un desastre. Es una tragedia ver hijos de hombres piadosos, los cuales dan las espaldas a la fe de sus padres y viven en la idolatría del mundo. Manasés hizo ídolos y adoró al “ejército de los cielos”: esto se refiere a Baal y a la reina del cielo (Jeremías 7:18), y a las constelaciones del zodíaco (2 Reyes 23:5), los cuales destruyó Josias su nieto, anos después. Hijos de padres cristianos, tengan cuidado de no meterse en asuntos del horóscopo, y en amores con mundanos. Tales líos los conducirán a despreciar la asistencia a los cultos evangélicos y a endurecer su corazón para perder su alma para siempre.
Años después. Manasés profesó ser salvo de todo aquello, pero el relato de su vida en el segundo libro de los Reyes da la evidencia de que fue una conversión falsa; esta no se menciona. Jeremías 15:4 establece que la destrucción final de Jerusalén en los días de su nieto fue por causa de los pecados de Manasés: esto indica que no fueron perdonados. En
2 Crónicas 33:22, leemos que Amón su hijo sacrificó a todas los ídolos que Manasés su padre había hecho, comprobando que Manasés volvió a hacer los ídolos que había destruido: él volvió atrás, fue reincidente.
Su supuesta “conversión” fue producida por clamar a Dios en un gran apuro. Muchísimos inconversos hacen igual. El rey de Asiria llevó a Manasés encadenado a Babilonia. En su angustia, él clamó a Jehová, pero evidentemente no fue por causa de una profunda convicción de la maldad de su propio pecado. Cuando no hay un arrepentimiento verdadero, el cambio es superficial y no duradero. Dice la Palabra que “Dios oyó su oración y le restauró a Jerusalén”, pero no dice que Dios perdonó todos sus pecados. Manasés reconoció que Jehová es Dios y quitó los ídolos. Pero después, volvió atrás. Cuando se hace referencia a su oración oída, se consta todavía la presencia de sus pecados (2 Crónicas 33:18-19).
Este rey nos hace pensar en los profesantes de 2 Pedro capítulo 2; nunca poseyeron la salvación; nunca renacieron de verdad. Por el conocimiento del Señor ellos escaparon por algún tiempo de los pecados, pero luego volvieron a hacerlo peor: volvieron como el perro a su vómito, y como la puerca lavada a revolcarse en el cieno. “Guardaos de los perros; guardaos de los malos obreros”. Muchos han clamado al Señor y él los ha librado de su angustia; se han bautizado, pero algún tropiezo los ha hecho irse ofendidos. Ahora no tienen interés en las cosas del Señor: han vuelto a sus ídolos. No necesitan ser restaurados a la comunión de la asamblea, sino convertidos al Señor: necesitan ser renacidos.
Estos casos deben hacernos tener mayor cuidado con los aspirantes al bautismo Aunque sea imposible discernir el corazón de cada profesante, sin embargo debemos procurar distinguir las señales del renacimiento. Los mismos profesantes deben examinarse bien “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú” (Hebreos 12:15).
Todos los hijos de padres cristianos, que han sido criados cerca de la Casa de Dios como Manasés, no dejen de asistir a los cultos paro apartarse a “los lugares altos”, y meterse en las vanidades del mundo: de otro modo llegarán a la calamidad como Manasés. Esforzaos a entrar por la puerta angosta. Soporten las burlas de los compañeros mundanos. Sigan oyendo la Palabra de Dios hasta que tengan la seguridad de renacer.