Lo habido y por haber
F.P. Keller
Esta es una reproducción de los primeros capítulos de Lo que te espera, un libro escrito en Suiza por el señor F.P. Keller en 1950 y leído en cuatro o más idiomas en el mundo entero. Es la versión traducida y publicada en Cuernavaca, México, pero valiéndose de la traducción de las Santas Escrituras de 1960 y con ligeras modificaciones para adecuar el texto.
I. La eternidad antes de la creación del hombre
II. La creación de la tierra
III. La historia de la humanidad
IV. Nuevo cielo y nueva tierra; la eternidad
I. La eternidad antes de la creación del hombre
Dios se nos revela como el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Solamente estas tres personas son eternas.
El eterno Dios
“Desde la eternidad hasta la eternidad, tú eres Dios”, Salmo 90.2. “El eterno Dios es tu refugio”, Deuteronomio 32.7. Esta es la primera Persona, cuya majestad y gloria, poder y amor se nos presentan cuando pensamos en la eternidad. Antes que tuviese principio la creación, estaba allí, y El, es decir Dios el Padre, era la fuente y origen de todo lo que el poder creativo hizo existir.
El eterno Hijo
“Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra”, Proverbios 8.22,23. “… ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios”, Hebreos 7.3
Dios previó la caída de la humanidad mucho antes de que fuera creado el primer ser humano, e hizo provisión para su salvación. “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo”, Gálatas 4.4, y le ofreció en el Calvario por nuestras transgresiones y las tuyas, “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, Juan 3.16.
En la gloria todos los salvos le tributarán, desde lo más profundo de sus corazones, alabanza, acción de gracias y adoración. “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”, Apocalipsis 5.12.
El eterno Espíritu
El también estaba presente desde la eternidad sin principio. El poder y la gloria son suyos. El también tuvo parte en la obra de la creación en unión con el Padre y el Hijo: “Su Espíritu adornó los cielos; su mano creó la serpiente tortuosa;” “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”, Job 26.13, Génesis 1.2.
Así vemos que el eterno y único sabio Dios, mucho antes del principio de nuestra creación, trazó su plan. Una parte El ha cumplido ya, otra parte El está ejecutando actualmente, y el resto lo llevará a cabo a su tiempo. Es una verdad incontestable que el omnisciente Dios sabía, y sabe, la historia de cada día de tu vida desde la cuna hasta la tumba. Te ve cada día y noche, en todo momento, y está haciendo registrar continuamente tus acciones palabras, y pensamientos. ¡Serás llamado a dar cuenta de esto en “el día postrero”.! “… el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”, Hechos 15.18. “Yo .anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho … Yo hablé, y lo haré venir”, Isaías 46.10,11.
II. La creación de la tierra
La creación original
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, Génesis 1.1. La tierra no fue por cierto creada sin forma y vacía, sino perfecta como toda obra de Dios. “No la creó en vano”, sino que “para que fuese habitada la creó”, Isaías 45.18.
Nuestra tierra, tal como fuera creada en primera instancia, era probablemente uno de los planetas (estrellas) más bellos del universo, tal vez el más magnífico de todos. Leemos en Job 38.7 que las estrellas de la mañana [príncipes angélicos] cantaron a una y todos los hijos de Dios clamaron de alegría, cuando esta tierra salió de la mano de su Creador como una obra maestra.
Ahora observamos algo notable acerca de Satanás o el diablo. Se escribe de él en Isaías 14.12 y Ezequiel 28.12 al 18 bajo las figuras de Tiro y Babilonia, respectivamente. Por Tiro vemos en figura a Satanás antes de su caída, mientras que por Babilonia vemos a Satanás después de su caída. Así se levanta el velo y se nos revela al diablo en algunos lugares de la Palabra de Dios, como son Job 1.6 al 19, 2.1 al 7 y Zacarías 3.1,2.
Cual príncipe angelical más insigne y glorioso, él fue puesto originalmente sobre esta tierra como rey. Cuánto duró su gobierno, la Palabra de Dios no lo dice. Podemos tener por cierto que la ruina y degradación de esta tierra, creada en primera instancia con tanta hermosura, fueron acarreadas por la rebelión de su gobernante, Satanás. Leemos de esto en Ezequiel 28.16 al 19. “Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu”, Proverbios 16.18.
La ruina y reconstrucción
Seguimos leyendo: “La tierra estaba desordenada y vacía”, Génesis 1.2. Este estado de oscuridad y desolación en la tierra puede haber durado muchos miles de años, y sin duda se presentaron grandes cambios. Pero, en seis días de creación Dios reconstruyó la tierra; encontramos el relato en el 1.3 al 2.3.
“Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del día sexto. Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”, 1.31, 2.1,2.
Quisiéramos llamar tu atención a la creación del hombre en el día sexto. Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Y, leemos, “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”, 1.26,27.
El hombre no es, entonces, el resultado del desarrollo de una célula primitiva o cosa semejante. Tampoco fue creado en forma de animal para llegar a ser hombre mediante el desarrollo hacia un nivel superior. Por lo contrario, él fue creado a imagen y semejanza de Dios.
¿Hemos oído alguna vez un ganso que haya cambiado su forma hasta llegar a ser un perro; de un asno o de una vaca que haya evolucionado hasta volverse un caballo; o de un camello que se haya convertido en león? No, ¡jamás!
III. La historia de la humanidad
Oye más: “En seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día”, Éxodo 20.11. Así como Dios hizo los cielos y la tierra en seis días, El ha fijado a la humanidad seis períodos de tiempo durante los cuales ella gobernará esta tierra y sus habitantes.
Cuándo terminarán estos seis períodos, los seres humanos no lo sabemos; Dios en su sabiduría nos lo ha encubierto. No obstante, sabemos por la Palabra firme que estos períodos terminan con la gran tribulación, y que ésta será un tiempo terriblemente severo. Es un castigo preliminar por la maldad, la injusticia y los innumerables pecados del hombre. Los últimos 3 1/2 años de este tiempo serán especialmente espantosos.
Ahora viene un dato importante: Este tiempo de tribulación sumamente angustioso va precedido por señales o características bien definidas, las cuales se están cumpliendo delante de nuestros ojos. El que tenga ojos para ver, vea. Por lo tanto, clamamos una vez más a ti: ¡Sea salvo todo aquel que quiera!
“Reposó [Dios] el día séptimo”, Génesis 2.2. Después de este tiempo de dolor y tribulación, El dará al hombre un séptimo período de mil años como “día”, o período, de descanso. Este es el reinado milenario de paz. Este reino no estará bajo el dominio de hombres falibles e inicuos, sino de Jesucristo. Después de este tiempo viene el ajuste final de cuentas con la humanidad, y contigo también si sinceramente no buscas de antemano la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo. El ajuste de cuentas tiene lugar delante del gran trono blanco —Apocalipsis 20,11 al 15— y, por su naturaleza, se le llama generalmente “el juicio final”.
Fíjémonos someramente en los siete períodos de tiempo, incluso en el reino milenario.
Primera época: Desde la creación
del hombre hasta su caída
Dios había designado al hombre, creado por él a su imagen, para señorear sobre la nueva y hermosa tierra; Génesis 1.18. Adán y Eva fueron creados como seres perfectos, sin pecado. [En realidad, Adán fue creado y Eva fue hecha.] Lo que ocurrió entonces subsiste hoy día: Dios creó al hombre un ser independiente, de voluntad libre. Por ejemplo, leemos en Levítico 26 y Deuteronomio 28 como Dios puso delante de los hijos de Israel, por medio de Moisés, bendiciones y maldiciones. Aquel pueblo podía escoger “la bendición, si oyereis los manda-mientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios”, Deuteronomio 11.26 al 28. Ellos eligieron la maldición.
Del mismo modo, Dios pone delante de ti el cielo y el infierno. ¡Tú puedes elegir entre los dos! ¿Dónde terminarás el viaje de tu vida? ¡Sí! puedes elegir; tu voluntad es libre. Dios llama y atrae, y te pide creas en Jesucristo para que puedas ir al cielo. También este folleto tiene por objeto servir de seria advertencia y llamada, respecto de la cual, si no quisieres escucharla, tendrás que dar cuenta a Dios un día.
Escoge hoy; mañana podrá ser tarde. “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”, Hebreos 3.15. “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”, Apocalipsis 22.17.
Ahora, sigue reparando: Por encima del hombre está el eterno y santo Dios. El había dado al hombre los derechos de señor —Salmo 8— pero donde hay derechos, hay también obligaciones. Dios exige del hombre obediencia a sus mandamientos. El hombre fue puesto a prueba: “Mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.»“ Génesis 2.16,17.
La consecuencia de la desobediencia fue la muerte, pero no que Adán fuere llevado por la muerte ese mismo día. No, puesto que Dios le había mandado: “Fructificad y multiplicaos”, Génesis 1.28. Pero en ese mismo día el diablo introdujo el germen de la muerte en la carne del hombre, y era tan solo cuestión de tiempo hasta que ocurriese la muerte. Y el mismo día en que entró la muerte, hubo de morir un sustituto a fin de proveer túnicas para Adán y Eva. Nosotros, en el lugar de Adán y Eva, y bajo las mismas condiciones, sucumbiríamos igualmente a la tentación. El hombre no quería obedecer a Dios.
Si Adán, Eva y su posteridad hubieran sido obedientes a Dios, ellos no habrían tenido que gustar la muerte, la cual se experimenta como una cosa enemiga de la humanidad. El Creador pudo haberlos trasladado a la gloria del cielo una vez terminadas sus tareas terrenales, llevándolos de manera parecida a lo que hizo con Elías —2 Reyes 2.11,12. Es de esta manera que El llevará en breve a todos aquellos que se hayan reconciliado con él por medio de Jesús; 1 Tesalonicenses 4.16,17.
Notemos ahora el fin de la primera época: Satanás por medio de la serpiente habla con la mujer y de entrada despierta duda en cuanto a la autenticidad de la Palabra de Dios, diciendo: “¿Conque Dios os ha dicho?” Génesis 3.1. Es exactamente lo que sucede hoy día. Luego prosiguió la serpiente [Satanás]: “No moriréis”, 3.4, no obstante que Dios había dicho que si comían del árbol prohibido, de seguro morirían; 2.17.
Otra vez fue como en nuestros días; Dios dice que después de la muerte, habrá el juicio. El diablo ya no puede negar la realidad de la muerte, así que él dice que no hay ni juicio ni infierno. El es el antiguo y cruel mentiroso, llamado en Juan 8.44 el padre de la mentira.
La primera edad terminó así con el hecho aciago de la caída del hombre. Al proseguir con las otras edades, debemos llevar en mente que cada una de las primeras seis épocas revela hacia el final un aumento de injusticia y una mayor acumulación de iniquidad. Nosotros también estamos viviendo al final de una de estas épocas o dispensaciones. Compara esta afirmación con los pecados de omisión del hombre; cualquiera que tenga los ojos abiertos puede ver bien claramente la verdad de ella. Dios tiene que someter pronto a un severo juicio a la humanidad.
Segunda época: Desde la caída
del hombre hasta el diluvio
“Lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre”, Génesis 3.23,24. El tenía que sufrir ahora la consecuencia de su desobediencia y comer su pan con el sudor de su rostro, 3.19. Más aun, la tierra fue maldita por su causa, 3.17.
Por cuanto el hombre había comido del árbol de la ciencia del bien y del mal, él tenía ya el conocimiento del bien y del mal. Esto es la conciencia, y es este conocimiento el que hace responsable al hombre. El género humano creció, pero ¿se volvieron acaso de sus malos caminos? No. Leemos en el 6.5: “Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra … y le dolió en su corazón”.
Dios resolvió destruir al hombre y a la bestia. “Toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”, 6.12, “pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”, 6.8. Por cuanto él caminó con Dios, fue obediente a la palabra suya y creyó lo que Dios le dijo.
Esto lo vemos en el hecho de que 120 años antes que viniese el diluvio, él empezó a construir en tierra firme una embarcación, el arca, de unas 11.000 toneladas de capacidad. Si hoy se pusiese alguien a construir una nave de ultramar en la cumbre de las montañas, la tal persona sería considerada un loco. Así fue en el caso de Noé.
Sin embargo, él tenía la razón. Vino el diluvio, pero se salvó Noé. Ves claramente como la segunda época terminó con la creciente maldad y corrupción de los hombres por un lado, y por el otro lado el juicio de Dios sobre la humanidad perversa, por medio del diluvio. La Palabra de Dios es siempre cierta; lo es hoy y lo será en todo el porvenir.
Ahora viene un punto importante para nuestros días. Nosotros también vivimos en una época en que el diluvio de los juicios de Dios puede día a día precipitarse sobre la humanidad. Cada día que Dios espera, significa gracia. Noé entró en el arca antes de oir el torbellino de las aguas. ¡Entra tú de una vez en el arca que es Jesucristo! “El que en él cree, no es condenado”, Juan 3.18.
Tercera época: Desde Noé hasta Abraham
Dios entonces designó a Noé y sus descendientes regentes sobre la tierra, pero ellos se mostraron ineptos; en vez de honrar a Dios y ser sumisos, su corazón se llenó de soberbia. Dijeron: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre”, Génesis 11.4.
También en este caso, el orgullo precedió a la caída. Dios descendió y confundió su lengua, 11.7. Aún hoy día la humanidad sufre a consecuencia de esta confusión de lenguajes.
Los descendientes de Noé dejaron de tener presente la maravillosa salvación de su antepasado, a fin de honrar y amar a Dios, y en cambio sirvieron a dioses de metal, madera y piedra. El mundo civilizado de hoy está sirviendo a dioses de la destreza, éxito, dinero y placeres. El fin de la tercera época se caracteriza así por el culto a los ídolos. Dios dejó de lado a las naciones, para hacer de Abraham, el hombre de fe, una gran nación.
Cuarta época: Desde Abraham hasta Cristo
Podemos aprender mucho ahora al recorrer, aun lo más brevemente, la historia de Israel.
Dios vio en Abraham, quien habitaba en medio de una gente pagana e idólatra, y en el mismo país que ellos, un hombre que creía a Dios y era obediente a los mandamientos suyos. “Los ojos de Dios contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él”, 2 Crónicas 16.9.
Era así en aquel entonces, y es así ahora. Dios introdujo a Abraham a la tierra de Canaán, prometió a sus descendientes esta bendita y fecunda tierra en posesión, y le dijo: “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré: y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”, Génesis 12.2,3.
Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob moraron en Canaán, la tierra prometida, con la familia de José; según el 46.27 ellos eran setenta almas. Después de 430 años, de los cuales 150 se pasaron en una esclavitud en Egipto, a veces terriblemente opresiva, Éxodo 2.23, Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto con mano fuerte y brazo extendido.
Al salir, el pueblo ascendía a más de seiscientos varones, sin contar los niños, 12.37. La nación entera, por consiguiente, ha podido alcanzar un número de dos millones y medio hasta tres millones de almas. ¿Que otro pueblo se ha multiplicado de un modo tan grande en 430 años?
Pues el Dios viviente había dicho a Abraham que le iba a bendecir ricamente y multiplicarlo grandemente, por cuanto él creyó a Dios y le obedeció, Génesis 22.16,17. Además, puedes comprobar aun hoy la verdad de la divina disposición por la cual todo aquel que bendice a los judíos es bendecido por Dios.
La última parte de la profecía, “en ti serán benditas todas las naciones de la tierra”, no se cumplirá hasta el reino milenario. En aquel tiempo los judíos llegarán a ser una bendición para todas las naciones. Esta es la nación que tiene el más grande porvenir, y ante nuestros ojos se están desarrollando acontecimientos de resonancia mundial. El que tenga ojos para ver, que vea. Es cierto que en la actualidad los judíos se hallan bajo el juicio de Dios, aborrecidos y en muchos lugares perseguidos. Con todo, son el pueblo escogido de Dios.
La historia de este pueblo Israel, o sea, “luchador con Dios”, contiene abundantes alegorías alusivas al pueblo celestial de Dios, los creyentes de hoy día.
El rey de Egipto es un tipo de Satanás, el rey o príncipe de este mundo; Egipto es un tipo —una figura o ilustración— de la humanidad inconversa; Moisés es un tipo del Señor Jesucristo, el Libertador. Moisés condujo a los hijos de Israel que creían en él a través del Mar Rojo, en seco. Así Jesucristo guía a los que creen en él, salvos, a través del valle de la muerte hasta el Canaán celestial. Antes de entrar en Canaán, Israel tuvo que andar errante cuarenta años en el desierto, para ser humillado y probado, Deuteronomio 8.2. Precisamente del mismo modo, los creyentes en el presente tiempo son humillados y probados antes de que puedan entrar en su eterno reposo, el Canaán celestial.
Durante los primeros siglos después de tomar posesión de Canaán, Israel no sirvió a dioses extraños sino —a excepción de ciertos intervalos — al Dios eterno y viviente. Esto les trajo prosperidad, la que llegó a su apogeo en el reinado de David y en los comienzos del reinado de Salomón, unos mil años antes de Cristo. Dios premió entonces la obediencia, y lo hace todavía.
Pero ya se volvió el corazón de Salomón a dioses extraños, 1 Reyes 11.4, y sus sucesores más todavía. Hicieron lo que era malo a los ojos de Jehová. Por cuanto Israel no enmendó sus caminos a pesar de todas las amonestaciones de profetas fieles, vinieron sobre él los juicios de Dios que habían sido predichos. Lo mismo acontece con nuestra cristiandad, así llamada.
Por cuanto no quiere arrepentirse a pesar de todas las advertencias de las Sagradas Escrituras —la Biblia— vemos acercarse los terribles juicios de Dios.
Moisés, el fiel siervo de Dios, ya había escrito 1500 años antes de Cristo de que en caso que Israel no obedeciera: “Jehová te llevará a ti, y a tu rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste”, Deuteronomio 28.36. Nota de paso que el profeta predijo que vendría el rey de Asiria, Isaías 7.17, y el mismo vino 721 años antes de Cristo. “En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria”, 2 Reyes 17.6. Esto sucedió a diez de las doce tribus y nadie sabe dónde se encuentran hoy día. Sin embargo, existen. El gran omnisciente Dios conoce a cada alma individualmente, ¡tal como conoce a cada una de las estrellas! Salmo 147.3 al 5. El, infinitamente sabio, volverá a traer a Canaán a estas diez tribus.
La advertencia que entrañaba este severo juicio, ejecutado por Dios sobre ellas, no aprovechó a las dos restantes, Judá y Benjamín. Estas tribus persistieron en su idolatría hasta que todos los de Jerusalén y los poderosos fueron llevados cautivos a Babilonia en el año 605 antes de Cristo, después de la batalla de Carquemis, como había sido predicho por el profeta Jeremías en los años 628 al 622 antes de Cristo. “Servirán estas naciones —Judá y Benjamín— al rey de Babilonia setenta años”, Jeremías 25.11.
Grupos de los que quedaron fueron llevados en sucesivas opor-tunidades. La cautividad duró setenta años, como se había profetizado. Dijo Jehová: “Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar”, 29.10. Al cabo de este lapso, en el año 536 antes de Cristo, llegaron de vuelta a Palestina como Dios lo había dicho. Pronto se desarrollaron hasta volver a ser un pueblo numeroso.
Nos acercamos ahora a los acontecimientos al final de esta época que ejercieron, y ejercen todavía, una influencia transformadora para el mundo.
La nación judía reflorecía pero iba cayendo más y más en el error de rendir a Dios un culto puramente externo, desprovisto de todo poder real, como ocurre hoy con la gran masa del cristianismo. Al igual que en las dos épocas precedentes, este cuarto período se hace más oscuro hacia su conclusión. Solamente unos pocos israelitas, realmente fuertes en la fe, buscaban el largamente esperado Mesías, el Libertador de la humanidad. “He aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel”, Lucas 2.25. Y esta “consolación de Israel” vino. El profeta Isaías habló con más de setecientos años de anticipación cuando dijo: “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”, Isaías 9.6.
A los pastores en los campos de Belén, les habló el ángel de Dios: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”, Lucas 2.10,11.
¿Pero qué sucedió? El anhelado Mesías, el enviado para establecer su glorioso reino, y para traer bendición a toda la humanidad por medio de Israel, no fue conocido ni reconocido por más que dio las pruebas de ser Hijo de Dios, con las maravillosas obras que hizo. “No queremos que éste reine sobre nosotros”, 19.14. “¡Sea crucificado!” Mateo 27.23, fue la decisión de ellos. “Respondiendo todo el pueblo, dijo: «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos»“ 27.25.
Y fue así. Esto se ve de un modo espantoso en la destrucción de Jerusalén en el año 70, luego en muchas matanzas atroces en grande escala, y continúa hasta el presente. La sangrienta persecución de los judíos en Rusia, Polonia y los estados bálticos, y en Alemania, son sucesos que atestiguan este hecho en nuestro propio tiempo.
Llegamos ahora a la prueba más pasmosa de la ceguedad humana, la cual con todo, Dios en su gracia ha hecho redundar para la más gloriosa bendición a favor de la humanidad. Nos referimos, desde luego, a la cruz del Calvario.
Jesucristo es Dios, quien se manifestó en forma humana y anduvo sobre la tierra, trayendo la gracia y la verdad. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”, Juan 1.1,14.
Cual Dios mismo manifestado en carne, El fue clavado en la cruz por los que había creado. El, señor de todos, ha podido arrojar a sus adversarios al suelo con el aliento de su boca, como más tarde lo hará; Apocalipsis 19.15. Pero El vino para tender un puente sobre el abismo que separa a los hombres de Dios, para abrir un camino. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”, Juan 14.6. El Padre permitió que su Hijo Jesucristo fuera muerto, porque nos amó con un amor eterno. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, 3.16.
¡Dios quiere darte esta vida a ti también! Ásete a la mano del Salvador, que en gracia te la extiende; hazlo hoy —mañana podrá ser tarde.
La cuarta época terminó con la obra más malvada de la humanidad extraviada, el asesinato de Jesús. Pero el Padre no dejó en el sepulcro a aquel en quien tenía contentamiento. El Hijo de Dios se levantó gloriosamente de entre los muertos. Ante los ojos de sus seguidores, el vencedor de la muerte y del sepulcro ascendió, “y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios”, Marcos 16.19.
Dios permitió ahora que sus juicios alcanzasen a los judíos, tales como la expulsión de ellos de su propia tierra, y todavía ellos gimen por tenerla como suya. El volvió a las otras naciones, a las cuales nosotros también pertenecemos.
Pero la cruz proporciona glorias ni siquiera soñadas a todos los que están listos para creer. Sus preciosos resultados son la fuente de regocijo y del cántico eterno de aquellos que creen verdaderamente en Cristo. Este gozo verdadero comienza ya en la tierra, y es el único gozo de valor duradero. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”, 1 Corintios 2.9.
Quinta época: El período actual
Pasamos así a ver la época en que vivimos, la cual se extiende desde el derramamiento del Espíritu Santo en Jerusalén hasta el traslado —el arrebatamiento— de los que creen en Jesucristo.
Se había prometido que la divina persona del Espíritu Santo sería enviada. “Yo rogaré al Padre”, dijo el Señor, “y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad”, Juan 14.16,17. Esta Persona invisible ha estado obrando en la tierra por más de 1900 años, y pronto será quitada de la tierra junto con los creyentes. La historia entera de la Iglesia a lo largo de estos diecinueve siglos se encuentra en breve y conciso resumen en los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis.
Como hacia el final de la época anterior la impiedad sacó su cabeza con creciente audacia, así también en nuestros días. La gran masa de las poblaciones en muchos países ya no quiere oir más de Dios. Pero, “el que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos”, Salmo 2.4. Allí la furia ciega prevalece contra todo lo que testifica de Dios y su Hijo Jesucristo. El mundo está corriendo con increíble rapidez hacia el juicio de Dios. Los indicios de que nos vamos acercando rápidamente al final de esta época han aumentado en forma singular en este siglo 20.
Podemos mencionar a título de ejemplos:
- las pavorosas guerras mundiales que comenzaron en 1914 y 1939, respec-tivamente, como también las guerras posteriores en el Oriente y el Medio Oriente;
- la apertura de Jerusalén en 1917, después de siglos bajo el dominio árabe, y —un evento de singular significado— la constitución del estado independiente de Israel en 1948, ante el asombro del mundo entero;
- el despertamiento político de las naciones del Oriente y Medio Oriente;
- los intentos de una especia de gobierno mundial, primeramente bajo la Liga de Naciones y ahora bajo Naciones Unidas;
- la bomba atómica y una larga lista de nuevos y asombrosos instrumentos de guerra;
- el creciente aborrecimiento de las verdades divinas y cualquier interés por conocer la Santa Biblia;
- el abandono del santo matrimonio, la desintegración del núcleo familiar, la aceptación de la homosexualidad, y otras evidencias de un rechazo de la moral.
Nuestra lista es muy incompleta; la ofrecemos como el comienzo de otra mayor que el lector sabrá elaborar.
“De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas”, Mateo 24.32,33. Este pasaje —que alude en primera instancia al despertamiento de Israel— es aplicable al tiempo presente. Señales de la venida del Señor por su pueblo, el evento que hemos llamado el arrebatamiento de los creyentes, no hay ni habrá. Señales de su posterior venida con su pueblo, para reinar sobre la tierra, las hay en abundancia. Si la segunda se acerca, ¿qué de la primera, la cual antecede?
La quinta época termina quitando Dios de la tierra a todos los que vieron su culpabilidad, la reconocieron, se arrepintieron de ella y han aceptado a Jesús como su Salvador. Este es el arrebatamiento, o el traslado, acerca del cual hablaremos más. Al mismo tiempo es quitado de la tierra el Espíritu Santo de Dios, quien fue derramado en la ocasión del Pentecostés en Jerusalén. “Ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo tiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio [el Espíritu Santo]. Y entonces se manifestará aquel inicuo [el anticristo]”, 2 Tesa-lonicenses 2.7,8.
El traslado de todos los que creen en Jesucristo puede tener lugar hoy mismo. Ningún hombre o mujer puede saber cuándo se producirá este acontecimiento. Mañana puede ser tarde para que tú aceptes a Cristo por tu Salvador.
Con respecto a esta cosa más importante, la salvación del alma inmortal, nuestra generación está viviendo con la misma despreocupación y en la misma indiferencia como la humanidad antes del diluvio. “Como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no enten-dieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”, Mateo 24.38,39.
El traslado de los creyentes de la tierra se verificará al mismo instante en toda la tierra. Por ejemplo, siendo en América del Sur de noche a esa hora, es de día en la China. De repente se oirán del aire, en todos los países y hasta los confines más lejanos de la tierra, las notas claras y penetrantes de una trompeta. Con ellas, Jesucristo mismo llamará, con voz potente que habrá de resonar por toda la tierra, a aquellos que creen en él. “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero”, 1 Tesalonicenses 4.16.
Este grito, o aclamación, será oído no sólo por los vivientes sino también por los que han muerto creyendo en Cristo. Al partir de este tabernáculo corporal, sus almas redimidas entraron en el paraíso celestial, mientras que su cuerpo, cual vestidura de peregrinos, fue consignado a la tierra, al fuego, o al mar. Sus almas inmortales están con Dios.
En esta primera resurrección el Señor Jesucristo lleva a estas almas consigo y mediante su poder eterno que hizo existir todas las cosas, El efectúa la reunión del alma con el cuerpo de resurrección, levantado del polvo. “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él”, 4.14. “Los muertos en Cristo resucitarán primero”, 4.16.
Inmediatamente después de esta resurrección tiene lugar la transformación de los creyentes que todavía viven, “porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”, 1 Corintios 15.53, y todos juntos serán arrebatados en las nubes a recibir a Jesucristo, su Príncipe de vida, en el aire.
Preeminente en la gloria y a la cabeza de esta muchedumbre innumerable, estará su gran Redentor. “Los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”, 1 Tesalonicenses 4.16 al 18. ¡El júbilo y regocijo serán ahora infinitos para toda la eternidad!
¿Estarás tú en esta sin igual hueste victoriosa, participando de su inefable gozo y bienaventuranza? Puedes entrar.
Descenderemos ahora del reino donde los hombres y mujeres están en medio de la radiante felicidad, a esta tierra, para ver lo que sucede aquí abajo inmediatamente después del arreba-tamiento o traslado de los creyentes. Por todas partes buscan a las personas que desaparecieron tan repentinamente y que con frecuencia eran objeto de burlas por causa de su fe. También buscarán a Enoc, a quien Dios se llevó. “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios”, Hebreos 11.5.
Tal vez las autoridades correspondientes publicarán bandos con los nombres de los que faltan, pero éstos son y permanecen imposibles de descubrir. Empiezan muchos a pensar ahora: “Tiene que ser cierto lo que dice la Biblia”.
Este arrebatamiento tiene lugar antes de comenzar la gran tribulación. Muchas veces se oye decir por creyentes que los que ahora creen en Jesucristo tendrán que pasar por aquella tribulación, basándose ellos en el versículo que dice: “Si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados”, Mateo 24.22. Sin embargo, estas palabras —y tantas otras en Mateo 24 y 25— van dirigidas a los judíos que llegan a ser creyentes durante la gran tribulación, pues leemos antes: “Entonces los que están en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda”, 24.16,17. Las montañas de Judea existen solamente en Palestina, y los terrados planos sólo en el oriente.
Notemos también en este contexto las características de dos de las iglesias en Apocalipsis 2 y 3. Filadelfia se presenta como repre-sentativa de los verdaderos creyentes como teniendo un poco de poder y Laodicea como un gran conjunto tibio. Pero ellas corren juntas hasta el tiempo del fin. A la primera el Señor dice: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra”, 3.10. Esta es una indicación clara, pero Dios nos confirma, todavía de otro modo, en la afirmación de que el Espíritu Santo será quitado antes de que sobrevengan los juicios.
Hoy día obra activamente el Espíritu Santo en la tierra. Mientras El no sea quitado, el inicuo no podrá desarrollarse a la plenitud de su fuerza. “Ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene [el Espíritu], hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo [el anticristo], a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida”, 2 Tesa-lonicenses 2.7,8. Además, sabemos que “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, Romanos 8.9.
En los capítulos 4 y 5 del Apocalipsis encontramos confirmado de modo categórico que los creyentes serán trasladados antes de los juicios. Al final de la historia de la Iglesia en los capítulos 2 y 3, se nos dice: “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: «Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas»“ 4.1. El profeta Juan ve entonces “alrededor del trono [de Dios] … veinticuatro tronos: y sentados en los tronos veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas”, 4.4. Estas dos veces doce ancianos son doce representantes de todos los creyentes del Antiguo Testamento y doce de todos los creyentes del Nuevo Testamento. Esto lo corrobora su mismo cántico en el 5.9: “Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”.
Por consiguiente, ya no están en la tierra, cuando comiencen los juicios, los creyentes en Cristo del tiempo actual, puesto que el Hijo de Dios los mostró al profeta Juan en los veinticuatro ancianos en el cielo, antes de que fuera abierto el libro sellado de los juicios y principiara el juicio del tiempo de la tribulación. En un período siguiente de la gran tribulación, vemos asimismo a los creyentes en el cielo como esposa del Cordero [uno de los títulos de Cristo] en lugar de estar representados por los veinticuatro ancianos.
Más tarde tendrán lugar las bodas celestiales. “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”, 19.7,8. Esta preparación de la Iglesia no puede tener lugar en la tierra, sino únicamente en el cielo; es menester que los creyentes estén algún tiempo en el cielo antes de que tengan lugar las bodas del Cordero.
Además, el Señor Jesucristo vendrá del cielo con los suyos, los creyentes, para el juicio a la terminación de la gran tribulación, 19.14. Estos pasajes de la infalible Palabra prueban que el traslado de los creyentes ocurre antes de que comiencen los juicios de la gran tribulación.
Se nos exhorta a velar por causa de la incredulidad y los muchos falsos maestros y seductores. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor”, Mateo 24.42.
Sexta época: Lo que te espera
La edad de la gracia, el día de la salvación, termina con el arrebatamiento. Empieza un período nuevo, el de los juicios de Dios sobre la humanidad culpable. Habrás pensado tal vez que nadie sabe lo que sucederá. Esto, además de ser un gran error, es una gran mentira que el diablo está diseminando a fin de adormecer a los hombres de modo que sean indiferentes en cuanto a lo que les espera. El es mentiroso y padre de mentiras; Juan 8.44.
Lo que sucederá ha sido escrito para nosotros por el eterno Dios en su augusta y gloriosa Palabra, la cual nunca yerra ni hace afirmación falsa. Lo que tenemos que hacer —tú y nosotros— es leerla. ¡Cuán pocos leen y escudriñan éste el mejor de todos los libros, no obstante que hay una especial promesa para el que lee. Dice en Apocalipsis 1.3: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca”.
La inminente sexta época, el tiempo de juicio, será un período de horrores. Después del traslado, viene un tiempo cual nunca ha visto el mundo. Guerras espantosas desatarán su furia en todos los países, dejando su reguero de hambre y pestes. Además, estallarán revoluciones horribles. Estos juicios son de proporciones tan catastróficas que la cuarta parte de la humanidad muere; Apocalipsis 6.3 al 8.
Al mismo tiempo se desarrollará una gran persecución de aquellos que, después del arrebatamiento de los creyentes del tiempo actual, se inclinan ante el Señor Jesucristo, el juez del mundo, y le guardan fidelidad. Los tales tienen que sufrir la muerte del martirio, 6.9,10.
Dios derrama sobre la tierra otras copas de ira por causa de las muchas obras impías. El hace que sus ejércitos celestiales impongan un juicio terrible a los hombres; 2 Crónicas 18.18. Leemos en Jeremías 25.33: “Yacerán los muertos de Jehová en aquel día desde un extremo de la tierra hasta el otro; no se endecharán ni se recogerán ni serán enterrados”. Serán barridos pueblos y aldeas enteros. ¿Quién al leer de estos horrores venideros no piensa en la guerra atómica?
Nos estamos acercando a paso acelerado a ese tiempo. El orden es destruido entonces en casi todos los países, los gobiernos son derrocados, resultando en un caos cual nunca ha habido antes ni jamás volverá a sobrevenir. Los hombres se esconderán en las cavernas y entre las peñas de las montañas, y dirán a las montañas y a las peñas: “Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”, 6.15,16.
Tres años y medio antes de que terminen estos horrores, el diablo es arrojado a la tierra. Por ahora él está todavía en forma de ángel en el cielo, y allí acusa día y noche a los que creen en Jesucristo, 12.10. Las huestes de espíritus demoníacos están también todavía en los lugares celestiales; Efesios 6.12. “Fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”, 12.9.
Allí él desarrollará una actividad espantosa, porque bien sabe que es breve el tiempo durante el cual podrá atormentar a los hombres. “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros, con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo”, 12.12. Las condiciones reinantes sobre la tierra llegan con eso a ser todavía más aterradoras.
Una excepción en este caos de las naciones será el restaurado Imperio Romano y los estados bajo su dictadura. Es digno de notarse, además, que la Palabra de Dios se ocupa mucho más de la persona del emperador romano que de su imperio.
Leemos: “Vi subir del mar una bestia que tenía … diez cuernos … y el dragón [diablo] le dio su poder y su trono, y grande autoridad. Y vi una de sus cabezas como herida de muerte [la caída del antiguo imperio romano], pero su herida mortal fue sanada [el resurgimiento de aquel imperio] y se maravilló”, 13.1 al 3.
Hay obrando invisibles fuerzas satánicas para hacer que la “bestia” adquiera tal poder sobrehumano. El nuevo Imperio Romano, en vías de resurgimiento por medio de la Comunidad Europea y de otras maneras, obtendrá su ventaja mediante la vieja disciplina romana y la austeridad, por un lado, y la crueldad y brutalidad, por el otro.
En la gran tribulación la humanidad cae bajo la presión de los juicios a tal extremo que adora al diablo. “Adoraron al dragón [el diablo] que había dado autoridad a la bestia, y adoraran a la bestia, diciendo: «¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?» También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses”, 13.4,5.
Los que no atienden al ser advertidos y no son salvos, entregándose a Jesucristo en este tiempo presente de la gracia divina, tendrán que recibir la marca de la bestia en la gran tribulación, o sufrir la muerte de mártires. Con todo, sea su consigna: “Mejor morir que vivir en la esclavitud de este inicuo despotismo”.
“Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente, o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre”, 14.9 al 11.
Cuando estas cosas hayan llegado a su apogeo y los hombres, desesperados, ya no sepan a qué recurrir, el Señor Jesucristo aparece por segunda vez, “y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén, al oriente”, Zacarías 14.4.
Luego Cristo toma para sí su reino, el reino por cuyo establecimiento muchos oran diariamente: “Venga tu reino”. El Rey de reyes acabará con todo el resto de sus enemigos, y lo hará en muy breve espacio de tiempo. “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”, Mateo 13.41,42.
El verdadero autor de toda esta confusión, de toda la maldad e injusticia, el diablo, será atado por mil años y encerrado en el abismo. “Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañe más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado un poco de tiempo”, Apocalipsis 20.1 al 3.
La terrible época sexta termina con esta sentencia preliminar impuesta al diablo.
Séptima época: El reino milenario de paz
Sigue ahora un tiempo glorioso, ¡mil años de paz sobre la tierra! Pero, únicamente los que se someten a Jesucristo entrarán en el reino.
Cuando el Señor Jesucristo se posesione de su reino mundial, la condición del mundo será de la más desquiciada y depravada. Pronto, sin embargo, todos los problemas estarán resueltos y la paz reinará; el contentamiento gobernará en todo hogar.
Los últimos tres años y medio de la gran tribulación, como se ha mencionado en cuanto a la sexta época, serán los días más duros que jamás afrente el hombre. En la Palabra de Dios un año siempre se computa como 360 días [excepto cuando se emplea esta palabra en sentido figurativo, como “el año agradable del Señor”, Lucas 4.19, que es todo este tiempo en que Dios ofrece su salvación a la humanidad], de manera que se trata de 1260 días de extrema tribulación. En Daniel 12.12, al que llega hasta 1335 días se le tiene por bienaventurado, o sea completamente feliz.
“Bienaventurado el que esperare, y llegare hasta mil trescientos treinta y cinco días”. Una vez que el Rey de reyes, el Señor Jesucristo, tome las riendas del gobierno, los de la humanidad que todavía vivan y queden, podrán vivir sobre la tierra en tranquilidad y seguridad.
Al comienzo del reino milenario, los que hayan sufrido la muerte de mártires durante la gran tribulación, serán resucitados y podrán participar de las bendiciones de este reinado. Leemos: “Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad para juzgar; y vi las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”, Apocalipsis 20.4 al 6. Las diez tribus perdidas de Israel, acerca de las cuales nada se sabe hoy por hoy, volverán a Palestina al comienzo de este reinado.
En el milenio los judíos desempeñarán un papel capital entre las naciones. Todos los odios, enojos y exterminios han sido incapaces de destruir este pueblo, porque Dios lo ha decretado de otro modo. Pues leemos en este sentido: “De la higuera [Israel] aprended la parábola … De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca”, Mateo 24.32 al 34.
Dios hará volver a los judíos a su país. “No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré. Diré al norte: «Da acá;» y al sur: «No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra»“ Isaías 43.5,6. “Ciertamente volverán los redimidos de Jehová, volverán a Sion cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán”, 51.11.
La tierra de Canaán volverá a ser habitada y cultivada por los judíos. “Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones”, 61.4. Sí, y más aun. Los judíos serán la gran nación misionera en el reinado milenario. Extranjeros les servirán, pero los mismos judíos publicarán el evangelio del reino, pues ya habrán reconocido al Hijo de Dios como su Mesías. “Extranjeros apacentarán vuestras ovejas, y los extraños serán vuestros labradores y vuestros viñadores. Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros del Dios nuestro seréis llamados”, 61.5,6. “Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará”, 43.21.
Al mismo tiempo, los judíos serán un pueblo para la honra de Dios. La justicia será entonces la vestidura de esta nación. Así como los judíos son ahora despreciados y aborrecidos de todas las naciones, en aquel tiempo serán estimados y honrados.
“Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará. Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo”, 62.1 al 3. “Les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová”, 62.12.
La paz en la tierra que los hombres y mujeres en nuestros tiempos vehementemente anhelan y buscan —pero nunca han podido conseguir en seis mil años— será convertida en realidad bajo el dominio del Rey de reyes y Señor de señores. “Ni se adiestrarán más para la guerra”, Isaías 2.4. Pero no sólo desaparecerá la enemistad entre los hombres, sino también la enemistad en el reino animal: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; el polvo será alimento de la serpiente”, 11.6, 65.25.
La tierra resultará sumamente fértil y los lugares desiertos se cubrirán de verdor, con lo que se hará amplia provisión para todos los hombres. “Aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el secadal en manaderos de aguas”, 35.6,7. “En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán”, 55.13. “Daré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivos; pondré en la soledad cipreses, pinos y bojes juntamente”, 41.19.
El derecho y la justicia prevalecerán, mientras que en nuestros tiempos triunfa la injusticia. “Juzgará [Cristo] con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra”, 11.4. “Juzgará los afligidos del pueblo, salvará los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor. Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra”, Salmo 72.4,12. Los que obran con maldad serán quitados.
En este glorioso reino no hay enfermos, débiles, ciegos, etc. “No dirá al morador: Estoy enfermo”, Isaías 33.24. “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo”, 35.5,6. Los niños no morirán más en la infancia, y las doncellas no se consumirán más en la flor de la edad. “No habrá más allí niño de días, ni viejo que sus días no cumpla”, 65.20. El género humano alcanzará otra vez la edad de varios cientos de años, como sucedía antes del diluvio, y en consecuencia los hombres cosecharán para sí mismos el fruto de su labor. “Ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo”, 65.21,22.
Sin embargo, después de este glorioso y bendito tiempo de mil años, quedará probado que el corazón del hombre no ha mejorado a pesar de estas grandes bendiciones. La humanidad todavía tiene otra prueba que pasar cuando haya terminado este período maravilloso.
La historia del hombre, en lo principal, termina con la séptima época, el milenio. Solamente viene ahora el ajuste final de cuentas con el ser humano, como verás en las secciones que siguen.
La última guerra
¿Otra guerra después de mil años de paz? Sí, desgraciadamente, aquella felicidad, justicia y abundancia no pueden hacer al corazón mejor de lo que es hoy día. Por un breve espacio de tiempo el diablo será libertado de su prisión. La humanidad será puesta a prueba para que demuestre si va a ser obediente bajo el pacífico reinado de Jesucristo, el Rey por derecho y el Hijo de Dios, o seguir al diablo el usurpador. “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión”, Apocalipsis 20.7.
¿Y qué sucede? Todos aquellos que mantuvieron sólo una obediencia fingida a Jesucristo, porque temían el castigo, se dejan seducir otra vez por Satanás. Estos no son tan sólo unos pocos, sino un número enormemente grande. De todas partes del globo, del occidente y oriente, del norte y sur, suben ejércitos casi incontables, con sus pertrechos, hacia Palestina. Esta vez la guerra es directamente contra el mismo Jesucristo.
Saldrá el diablo “a engañar las naciones que están sobre los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar”, 20.8. ¡Qué increíble audacia e ilusión de parte de las naciones! ¡Hacer guerra a su gran Bienhechor, que les aseguró mil años de vida cómoda y sosegada! Hasta allí puede el diablo empujar a los corazones humanos que escuchan sus palabras de seducción.
Esta guerra no es sólo contra el Cristo, sino también contra los que le rinden el honor. El campo de los creyentes en Jerusalén es circundado por todos lados. “Subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada”, 20.9.
¡Un ejército poderoso, equipado con todos los armamentos modernos, contra una tropa pequeña reunida alrededor del Señor Jesucristo! Sin embargo, viene “de arriba” socorro en doble sentido. Así como Dios, a cuya libre disposición están todos los elementos, hizo llover fuego sobre las ciudades impías de Sodoma y Gomorra, también en este caso El destruirá de repente con fuego a los hombres ilusos y culpables. ¡Ninguno podrá escapar! “De Dios descendió fuego del cielo, y los consumió”, 20.9
El destino final del diablo
Aunque Satanás tuvo que pasar mil años atado en el abismo, él no ha cambiado. Así como engañó a Adán y Eva en el paraíso, al ser suelto de la prisión Israel él da prueba igualmente de ser el gran engañador de la humanidad después de la séptima época.
A quienquiera que no esté dispuesto a obedecer al gran Creador del cielo y de la tierra, se le hará sentir que el castigo es la consecuencia. La desobediencia será castigada sin excepción en todos los seres creados, tanto Satanás y sus ángeles como la humanidad.
“El diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”, 20.10.
El día postrero
Seguimos un paso más adelante. Esta ocasión se llama el día postrero en la Palabra de Dios y en el lenguaje común, porque significa el fin.
En el día postrero, el omnisciente y justo Juez hace un ajuste de cuentas con cada persona que ha vivido, desde Adán en adelante. Por lo tanto, contigo también, si es que previamente no has buscado y hallado el perdón de tus culpas. No te imagines, como hacen muchos que se engañan a sí mismos y a otros, que todo termina con la muerte. Nadie menos que el Todopoderoso Dios dice: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”, Hebreos 9.27.
Inmediatamente después de la muerte, todo difunto, si durante su vida no ha hallado la reconciliación con Dios mediante la sangre de Cristo, pasa al reino de las tinieblas —al Hades, que es sencillamente el lugar de los difuntos, llamado en el Antiguo Testamento el Seol— y recibe su sentencia interina. [Este no es el infierno propiamente dicho, como veremos luego. Es el lugar de espera, y es de tormentos; de él habla el relato del rico en Lucas 16.19 al 31. Le dijo Abraham: “Una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá”].
Pero el gran día final del juicio no ocurre hasta el “día postrero”. No se nos dice cuánto tiempo durará este día de juicio, pero una cosa sabemos, y es que el supremo Juez, el Señor Jesucristo, es justo. Durante su vida el hombre goza de su libre albedrío y facultad de elegir, pero en el día de juicio será hecho plenamente responsable por todo lo que haya hecho y dejado de hacer aquí abajo. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”, Gálatas 6.7.
No te consueles con el pensamiento de que Dios es un Dios amante y misericordioso. Esto es absolutamente cierto con respecto al día de la gracia en que vives ahora, pero no con respecto al día del justo juicio. Se sentará en el tribunal aquel que fue el despreciado y burlado nazareno aquí abajo. “El Padre a nadie juzga, sino que todo juicio dio al Hijo”, Juan 5.22.
“También le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre, 5.27. Al anunciar esto, Dios no solamente invita, sino manda al arrepentimiento. “Ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”, Hechos 17.30,31.
La palabra inmutable predice con toda claridad que todos los que han vivido tendrán que presentarse de nuevo un día. Esto lo hallarás indicado en Juan 5.28,29: allí Jesús anuncia que “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida”.
En el arrebatamiento de los santos, tiene lugar la resurrección de aquellos que han dormido en Cristo Jesús. “Los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”, 1 Tesalonicenses 4.16,17. Luego, un poco más tarde, al comienzo de reino milenario, serán resucitados los mártires de la gran tribulación. “Cuando abrió el quinto sello vi bajo del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían”, Apocalipsis 6.9. Después de su resurrección, leemos: “Vi las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios … y vinieron y reinaron con Cristo mil años”, 20.4.
Pero, observa: Las resurrecciones que se han mencionado se designan en la Palabra de Dios como la primera resurrección. [Se trata de una sola, pero en etapas; la primera etapa de la primera resurrección fue la del Señor Jesucristo.] Esto es porque la parte que les toca a estos resucitados en regocijo y bendición excede grandemente a todo lo que puede imaginar el hombre. “Bienaventurado [completamente feliz] y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos … y reinarán con él mil años”, 20.6.
Por otro lado, hay los que no pueden tomar parte en aquello. “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz … y saldrán, los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”, Juan 5.28,29. En la inauguración del juicio final, así llamado, se levanta un gran trono blanco sobre el cual se sienta Jesucristo en su carácter del juez del mundo. Son abiertos los libros en los cuales está escrito en el cielo todo lo que uno haya hecho, dicho o pensado durante su vida.
“Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos”. Todos los lugares que contienen los fallecidos, ya sea el “mar” como el Hades, tiene que entregar los muertos, que con temor aguardan este gran día de juicio. “La muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras”, 20.11 al 13.
Aquí no hay escapatoria ni olvido; jóvenes y viejos, todos sin excepción, como quiera y donde quiera que hayan partido de esta breve vida sin el Salvador, tiene que presentase para recibir sus justos merecimientos. El fallo que aquí se pronuncie jamás podrá ser alterado; es el tribunal supremo y definitivo.
Es cierto que, además de los libros de juicio, se mira también el libro de la vida, para que no sea condenado ninguno cuya culpa haya sido purgada. Pues toda persona cuya culpa haya quedado expiada por fe en Jesucristo es registrada por nombre, con todos los detalles necesarios, en el libro de la vida. Sin embargo, aquellos cuyos nombres están en ese registro celestial habrán estado ya por mucho tiempo en el resplandeciente y dichoso destino, la gloria del cielo.
Este libro de la vida sólo se abre otra vez aquí con el fin de convencer a los infelices de que su nombre no figura. “Otro libro fue abierto, el cual es de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”, 20.12. “La muerte y el Hades fueron lanzados en el lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló escrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”, 20.14,15.
¡Qué fin tan horrible! O, para decirlo con más exactitud, qué horror sin fin. La segunda resurrección, la de los eternamente perdidos, escapa cualquier descripción que uno podría intentar. Cuando el alma de Lázaro —el del relato en Lucas 16— fue llevada de este mundo por los ángeles, y luego el rico fue consignado al lugar de espera de los perdidos, se selló para siempre la suerte de cada cual. Fue el comienzo de una separación que jamás se eliminará. Tú que lees, y todos que igualmente no han aceptado todavía a Cristo: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir [perder] el alma y el cuerpo en el infierno”, Mateo 10.28.
El fin del mundo
Es probable que con frecuencia hayas oído hablar de este asunto, y tal vez hayas leído esto o aquello con respecto a lo mismo. Con todo, existe en general una ignorancia increíble en cuanto al tiempo en que ocurrirá esta catástrofe. Antes de que llegue el fin del mundo, tienen que ocurrir cinco acontecimientos principales en esta tierra:
- El traslado o arrebatamiento de los creyentes en Cristo
- La gran tribulación
- El reinado milenario de paz
- La rebelión de las naciones después de los mil años
- El juicio final
El fin del mundo sigue en conexión con el día postrero. Todas las creaciones en las regiones astrales son perecederas, y también nuestro planeta. Cuando se cumpla el tiempo que Dios ha fijado para eso, viene el fin, o sea, su destrucción por fuego.
Se han observado con frecuencia, por ejemplo, las conflagraciones estelares. En 1885, por citar un caso, una nueva estrella hizo su aparición en la constelación Andrómeda. Por un tiempo su brillo aumentó diariamente, y luego empezó a decrecer hasta extinguirse por completo. Este fenómeno fue atribuido al choque de dos astros, del que resultó su mutua destrucción. Lanzados fuera de su curso, arremetieron uno contra el otro, se encendieron y quedaron envueltos en llamas.
Con respecto a nuestro planeta, se supone que podría ser lanzado fuera de su órbita e impelido hacia, y dentro de, nuestro sol. Se produciría un mar de llamas que excede en mucho a nuestra comprensión. Otros sugieren que la destrucción vendrá más bien por una explosión nuclear.
Sea como fuere, la Palabra de Dios predice: “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”, 2 Pedro 3.10. De esta manera termina finalmente la historia de esta tierra que ahora habitamos, pero no la de sus anteriores habitantes.
Estos siguen viviendo en el lugar que hayan elegido durante su corta vida en la tierra, ya sean vestidos de inmortalidad en el reino de la luz y en estado de bienaventuranza, o en el reino de las tinieblas en perpetua desdicha. Nunca olvides ni pierdas de vista este hecho. La vida es breve y la eternidad pronto abrirá sus puertas. ¿Dónde vas a estar para siempre jamás?
IV. Nuevo cielo y nueva tierra;
la eternidad
Creación nueva
Deseamos dar un vistazo a una época enteramente nueva. Dios creará nuevos
cielos y una nueva tierra una vez que la nuestra haya ido por el camino de todas las cosas temporales.
Océanos ya no cubrirán la mayor parte de la superficie de la nueva tierra; allí no hay más mar. El mar es una ilustración de la inestabilidad y la incertidumbre. En la nueva tierra moran en permanente tranquilidad y eterna paz aquellos que fueron redimidos por la sangre de Cristo. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más”, Apocalipsis 21.1.
Mientras que Dios, el gran Creador, solía en el paraíso visitar a los hijos de los hombres, aquel que dio aliento a todos morará, El mismo, entre los felices habitantes de la nueva tierra. El apóstol Juan oyó del cielo una voz que decía: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”, 21.3. Aquí no hay más lágrimas que enjugar; la muerte ya no existirá. Esta gente no conoce la aflicción, no se oyen lamentaciones, y todo dolor ha desaparecido para siempre. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte; ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”, 21.4.
¿No crees que bien te conviene, en estos pocos días o años que vas aún pasar sobre esta tierra llena de desasosiego y muerte, alistarte en las filas del Señor Jesucristo, para poder participar en todas estas glorias del futuro? No son cosas inciertas; se ha cumplido ya tanto de lo que Dios anunció de antemano en su Palabra, y quedan por cumplirse también éstas y otras promesas. El que nunca miente, las ha anunciado de antemano para la orientación tuya. Todo aquel que sinceramente busca al Salvador, halla; Dios da buen suceso al que le cree y busca. “El que venciere heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo”, 21.7.
¿Pero dónde estarán aquellos que no vencen, que no obedecen a Dios, que tienen vergüenza de reconocer sus pecados, arrepentirse y pedir perdón a Dios? ¿Aquellos que deprecian al rechazado nazareno y delante del cual todos deberán algún día doblar la rodilla? ¿Quizás, finalmente, ellos también en la nueva tierra?
¡No, por cierto! “Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”, 21.8
Para siempre
Al comienzo, dejamos la eternidad para entrar en el tiempo, o sea la época de la creación original. Luego atravesamos los diversos períodos, cada uno de los cuales demostraba una característica diferente. Ahora, al final, dejamos el tiempo para entrar en la eternidad. Entre estas dos eternidades se encuentra la historia de los habitantes de nuestra pequeña tierra. El nuevo cielo y la nueva tierra permanecerán.
Jesucristo recibió del Padre el mandato y poder de reducir a todos los enemigos de Dios. Cuando estas tareas hayan sido cumplidas, el Hijo de Dios entregará el reino al Padre. “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies … “Luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”, 15.24,25,28.
Así sea.