Leyendo día a día en Romanos (#871)

Leyendo día a día en Romanos

J. H. Large, Seven Kings, Inglaterra
Day by day through the New Testament
Precios Seed Publications

 

Introducción

Se podría afirmar que este tratado (de un hombre que era probablemente el más devoto de todos los siervos de Cristo) ha ejercido sobre la historia un efecto más profundo que cualquier otra obra histórica. Sin duda alguna, millones incontables a lo largo de los siglos están endeu-dados, bajo Dios, a la epístola, por recibir de ella libertad y enriquecimiento espiritual.

Aquí está la respuesta a la pregunta que ha resonado por las edades acerca de cómo uno puede estar bien con Dios, y es una expresión emocionante de los efectos bonitos que fluyen de una relación correcta con Él.

Con esto como nuestro tema, consideraremos el desarrollo del mismo bajo los lineamientos siguientes:

a partir de

La oferta de la justificación                  1.17

          La necesidad de la justificación           1.18

          El principio de la justificación             3.21

          El precedente de la justificación            4.1

          La posición del justificado                    5.1

          La vida del justificado                           6.1

          La lucha del justificado                         7.1

          La victoria del justificado                      8.1

          La conducta del justificado                  12.1

 

Será necesario subdividir algunas secciones. Trataremos por separado los capítulos 9 al 11, que versan sobre la caída y restauración de Israel.

Después de casi dos milenios de exposición, esta epístola todavía invita más exploración, y nadie esperará que estos comentarios breves sean adecuados. Pero queremos estar concientes día a día de la gracia de Dios que nos ganó para “la obediencia de la fe”, para aplicarnos a la descripción de Pablo de los santos en Roma: “llamados a ser de Jesucristo, amados de Dios, llamados a ser santos”, 1.5 al 7, y regocijarnos en el amor de Dios “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”, 5.5.

1.1 al 17
La justificación ofrecida

Pablo nunca cesaba de exultar ante el privilegio inmenso de haber recibido lo que llama aquí “la gracia y el apostolado, para la obediencia de la fe en todas las naciones”. Vienen a la mente sus palabras hermosas en Efesios 3.8: “me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Se revierte al mismo pensamiento excitante en la gran doxología con la cual termina la epístola: “al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe”. Ojalá que tuviéramos nosotros más de su emoción al predicar las buenas nuevas de la salvación de Dios.

En la porción por delante tenemos tres aspectos de este solo evangelio:

  1. 1 Es el evangelio de Dios por su fuente, y por esto su autoridad divina que exige la obediencia. Por esto, Pablo fue puesto aparte para este evangelio.
  2. 9 Es el evangelio de su Hijo por su tema, y por esto la gloria divina que exige nuestra obediencia. Por esto, a Pablo le agrada servir en un modo de adoración, “con mi espíritu”.
  3. 16 Es el evangelio de Cristo con poder divino que ofrece salvación a obediencia. Esto explica la confianza ilimitada de Pablo aun ante el desdén de la pretenciosa Roma. Este evangelio tendría conquistas mucho mayores que las proezas militares de ese imperio.

En este evangelio se revela “la justicia de Dios”. Observaremos luego que se ve la justicia desde diversos ángulos, pero comentaremos que aquí Dios la está ofreciendo para proveer al pecador con una justicia en la cual puede estar en pie como aceptado por un Dios santo. No es asunto de mérito, porque el pecador no lo tiene.

Preparando la mente de sus lectores por un principio que va a exponer más adelante, y citando Habacuc 2.4, Pablo señala que este otorgamiento de justicia es en respuesta a fe, que en su ejercicio inicial conducirá inevitablemente a una vida de fe. El hombre justificado vive por fe, y en una nueva confianza en Dios comienza una vida conforme a lo que Dios quería que fuese.

¿Pero los pecadores son atraídos espontáneamente a una vida según la mente de Dios, y están agradecidos por la oferta magnánima de ponerles en una correcta relación con Él? ¿O tienen que ser despertados de su indiferencia por el Espíritu de Dios para darse cuenta de su necesidad desesperada? Que nuestros propios corazones contesten con base en Efesios 2.3: “vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”.

1.18 al 32
Una justificación imperativa

Aun cuando Dios ofrece justificar al impío (a saber, considerarlo justo), el hombre pecador no se preocupa naturalmente por estar bien con Dios. Por esto debe ser despertado a su necesidad desesperada y peligro grave por la temible alternativa, que es la ira de Dios. Toda la humanidad está involucrada, pero Pablo trata en primer lugar sobre el pagano depravado.

Aun cuando este es un cuadro espantoso del mundo pagano como Pablo lo veía en sus viajes, él hace ver que no era exclusivo de su día, sino traza un prolongado deterioro. En un tiempo la humanidad conocía a Dios pero no le glorificaba como Dios. En vez de agradecer a Dios sus innumerables beneficios, le deshonraron, y el próximo paso fue que cambiaron la verdad de Dios por una mentira. “… engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”, 2 Tesalonicenses 2.10. Opuestos al conocimiento de Dios, llegaron a odiarle, y a la postre le desafiaron.

Habiendo rechazado la verdad que conocían, pasaron a suprimirla y sofocar la voz de conciencia. Irremisiblemente tuvieron que cosechar el fruto de su propia conducta. “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”, Gálatas 6.7. Por cuanto negaron ser refrenados Dios les entregó a que se las arreglara solos, 1.24 al 28. Pero la descripción es válida para nuestros propios tiempos, y no sólo en los lugares oscuros de la tierra; tenemos que pensar apenas en lo que sucede en los puertos y las ciudades de tierras que por mucho tiempo han sido favorecidas con la luz del evangelio.

En estos ambientes algunos piensan que pueden servir la causa de Cristo solamente con adaptar la enseñanza cristiana a las actitudes contemporáneas, y en esta sociedad permisiva se nos pide aceptar el veredicto de sociólogos y recortar las Escrituras para que se adapten. En vista de que Dios amaba aun el mundo que Pablo describía, debemos cultivar un espíritu de compasión pero sin acomodar la verdad. “A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría …”, Judas 22,23.

Cuán importante es atesorar todo lo que sabemos de Dios, tener la gloria suya como meta y estar siempre agradecidos, acaso nos acerquemos a la senda resbaladiza que se vuelve más resbaladiza con cada paso. Tan engañosos son nuestros propios corazones que, la gracia aparte, somos capaces de hacer lo que otros han hecho. Si pensamos estar firmes, miremos a caso caigamos. Alabanzas damos a Aquel que puede guardarnos de caída y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría, Judas 24.

capítulo 2
Judíos nada mejores que gentiles

Ahora el apóstol anticipa la reacción probable del gentil culto a su acusación del mundo pagano: “Esto es cierto del bárbaro depravado. Él tiene que ser salvo; ¡pero yo no!” Por cuanto la naturaleza humana no cambia, esta misma actitud es corriente hoy día. La gente culta puede imaginarse sentadas al lado del Juez cuando en realidad están a la mesa de los acusados y expuestos a la misma ira. El alumbramiento debería conducir al ejercicio propio y no a la crítica de otros. “No juzguéis, para que no seáis juzgados”, Mateo 7.1. “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”, 1 Corintios 11.31. El juicio es potestativo de Dios.

¿Cómo respondió a estos críticos? Sin duda tenían mayores bendiciones pero no eran mejores de corazón, y a Dios le interesa sólo el corazón. Él juzgará los secretos de los hombres y ellos no escaparán si no responden a su bondad que les conduce al arrepentimiento.

Los vv 9 al 11 preparan la vía para un tratamiento más específico de parte de Pablo del caso de los judíos, el cual culmina en el v. 17. Sus opositores judíos dirían: “Estamos de acuerdo con usted en cuanto a los gentiles, pero somos un pueblo aparte, objetos del favor especial de Dios”. Altamente privilegiados sí lo eran, pero esto aumentaba su responsabilidad. Algunos judíos se jactarían en conocer la voluntad de Dios, aun cuando sus vidas en nada eran mejores por todo su conocimiento superior. En realidad, a veces los judíos eran peores que los que despreciaban y querían juzgar, de manera que estos últimos estaban en una mejor posición para juzgar a dichos judíos. El triste resultado fue que se blasfemaba el nombre de Dios entre los gentiles a causa de la misma gente que Dios había llamado para ser sus testigos entre las naciones.

Cuán intensamente esto ha debido afligir y frustrar al apóstol al intentar evangelizar a los gentiles. Si sabemos más, más se espera de nosotros; pero si un conocimiento más profundo de Cristo no está produciendo en nuestras vidas una semejanza a Cristo, es posible que estemos haciendo más mal que bien. Dejemos que la gracia de Dios nos humille y nos guarde de la humillación sufrida por el patriarca Abraham. Cuando estaba fuera de contacto con Dios, fue avergonzado por las normas superiores del monarca pagano que evaluaba incorrectamente. Y, él repitió ese error aun cuando su nombre había sido cambiado a Abraham, Génesis 12.18 al 20, 20.9 al 11.

capítulo 3
El principio de la justificación

Ahora el v. 9 resume los argumentos que hemos comentado: “judíos y gentiles … todos están bajo el pecado”, y el v. 19: “todo el mundo … bajo el juicio de Dios”. ¿Cómo, entonces, justificar a hombre?

En el v. 21 Pablo recoge el tema de 1.16,17: aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios. Esta “justicia” se atribuye bajo la condición de fe, pero no de obras. Obsérvese la mención constante de la fe y el creer en los vv 28 al 31. La fe no es la causa que gana algo, sino la mano vacía que acepta el obsequio que está ofrecida en gracia. Y no solamente en gracia, sino libremente dando a entender no simplemente la ausencia de precio al que recibe, sino también la magnanimidad de Dios sin razón alguna aparte de sí mismo.

Pero no sin costo infinito para Dios. Él mandó a Cristo como la propiciación quien, por medio de la redención efectuada por su propia sangre, le permite a Dios ser justo (como debe ser) y a la vez quien justifica al que cree en Jesús. Dios está actuando no sólo en misericordia, sino también en justicia.

Notemos la conclusión del v. 28: “el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley”. La ley no pierde su legitimidad; se reconocen su asombrosa función y su autoridad, y Cristo ha respetado su majestad al pagar la pena del pecado del hombre mediante su propia muerte. “… la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos”, 1 Pedro 1.19,20. Entonces Dios podría proceder en la más absoluta confianza de que la deuda le sería cancelada.

Tristemente, algunos cristianos no entran en el gozo que estos santos de la antigüedad encuentran en su salvación, porque realmente no entienden a su Padre Dios. En su subconsciencia tienen la idea que Cristo por su sacrificio complació a Dios en ofrecer una remisión de mala gana, cuando en realidad abraza al pecador que acude en fe, así como el pródigo al regresar fue recibido con gozo y alegría, Lucas 15.24.

El hermano mayor, el judío religioso, rechazaría esta doctrina como novedosa y sospechosa. En el v. 21 Pablo quiere preparar a sus lectores para una respuesta más amplia en el capítulo siguiente; era “testificada por la ley y los  profetas”.

4.1 al 8
Los precedentes para la justificación por fe

Pablo ya ha previsto la objeción que su doctrina de la justificación por fe era una innovación; “en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”, 1.17; “ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas”, 3.21. Ahora ofrece dos ejemplos sobresalientes del Antiguo Testamento.

Abraham, el ilustre fundador de la raza escogida, cautivó la imaginación de los judíos cuyos pechos se hincharían con orgullo al pronunciar palabras como las que encontramos en Juan 8.33: “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie”. Nunca se les ocurriría cuestionar si estaba en una debida relación con Dios. Entonces, ¿qué debemos aprender de su experiencia? “¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne?” 4.1. ¿Fue justificado por obras? Como si fuera poner a un lado toda discusión, nuestro autor lanza una interrogación que ningún judío serio podía dejar de considerar: “¿Qué dice la Escritura?” “Creó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Así está registrado en las Sagradas Escrituras, y que el Espíritu de Dios lo escriba en nuestros corazones.

Ahora se considera el caso de David, una figura casi tan ilustre como la de Abraham. Un oponente obstinado entre los judíos podría argumentar todavía que la conducta de Abraham delante de Dios ha debido tener algo que ver con su justificación. ¿Y qué de David? Él tuvo que confesar a un adulterio especialmente escandaloso que había intentado cubrir con el homicidio ejecutado por terceros, dando gran ocasión a los enemigos de Dios a blasfemar,
2 Samuel 12.14. Con todo, David podía hablar de la bienaventuranza para el hombre a quien Dios concede la justicia y no el pecado. ¿Esto ha podido ser por el mérito de David? Obviamente no; fue aparte de las obras.

No obstante, es bueno tener presente que David encontró que el pecado era costoso, con todo que el perdón fue pleno y gratuito. El Salmo 32, de donde cita Pablo, y el 51 permiten percibir el ejercicio profundo por el cual David pasó. Aun cuando gustó la dulzura del perdón, su pecado dejó una herencia triste para sí y para su familia. Con todo, en la sabiduría exquisita y la gracia inefable de nuestro adorable Dios, a lo largo de generaciones esta historia inspirada de trato tierno con pobre David ha salvado del desespero a muchas almas acongojadas pero penitentes, permitiéndoles proseguir en humildad ante un Dios perdonador.

4.9 al 25
La fe de Abraham

Pablo comprendía bien a los judíos que se creían justos: “Ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”, 10.3. “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más …”, Filipenses 3.4 al 7. Sabía que harían otro intento a resistir su doctrina con enfatizar la circuncisión como si ella de por sí impartiría algún mérito. Su respuesta es que Abraham fue justificado por fe mucho antes de haber circuncisión, y en el mismo orden de ideas la justificación por fe está al alcance del judío y el gentil por igual. De nuevo, este era un punto delicado para los judíos fanáticos. “Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva”, Hechos 22.21.22.

Vamos a restringir nuestros pensamientos ahora a dos verdades clave para entender la realización de los propósitos de Dios en Cristo: (i) Él “da vida a los muertos”, y (ii) “llama las cosas que no son, como si fuesen”, v. 17.

(i)  Aun cuando Abraham no sabía si semejante cosa había sucedido, creyó que Dios podía revitalizar cuerpos que estaban como muertos, y sabía que lo haría. Sin embargo, la fe verdadera debe tener su debido fundamento: la promesa de Dios: vv 19,20. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”, 10.17. El cumplimiento de aquella promesa desarrolló su fe hasta que finalmente él podía proceder en la confianza que Dios devolvería a vida un cuerpo que él esperaba ver reducido a cenizas como holocausto y esparcido por el viento sobre una montaña, Génesis 22.2. “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac … pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”, Hebreos 11.19.

Dios es el Dios de la resurrección – la vida de entre la muerte. La resurrección de Cristo es la prueba irrefutable de que su sacrificio realizó nuestra redención a perfección (entre otros propósitos de Dios), v. 25. Todo está en pie o cae por esto. 1 Corintios 15.12 al 22: “si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana …” Nos regocijamos de nuevo en esta verdad gloriosa: Cristo resucitó, y todos los propósitos de Dios se cumplirán sobre esta base. No lo vemos todavía, “pero vemos a Jesús … coronado de gloria y de honra”, Hebreos 2.9, y lo demás vendrá a su tiempo.

(ii) Dios llama a aquellas cosas que no son como si fuesen. Cuando anuncia algún propósito suyo, es un hecho consumado. Cuando expresó lo que tenía en mente, la creación fue una realidad. “Entendemos haber sido constituido el universo por la palabra [réma, la palabra dicha] de Dios”, Hebreos 11.3. Así, Dios habla del creyente como glorificado ya, 8.30, aunque todavía esperamos la redención del cuerpo, 8.23.

¿Cuán de cerca seguimos en las pisadas del hombre que creía que algo era como un hecho consumado porque Dios había dado la palabra? “las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham”, v. 12.

 

5.1 al 11
La posición del justificado

Ahora la doctrina de la justificación por fe cede a las maravillosas implicaciones para los creyentes así justificados. La paz verdadera debe basarse en la justicia:

Salmo 85.10      La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia
y la paz se besaron.

Isaías 32.17       el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia,
reposo y seguridad para siempre.

Romanos 14.17 el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo.

Hebreos 7.2       Melquisedec … cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia,
y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz;

Pero podemos entrar en el disfrute de la paz con Dios porque la justicia divina ha sido satisfecha. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, v. 1. Contrario a la teología popular, la seguridad y la paz del creyente no dependen tanto de la maravillosa misericordia de Dios como de su inflexible justicia.

No se ha mencionado el amor de Dios hasta el v. 5. Hasta ahora los temas predominantes han sido la justicia, el juicio y la ira. ¿En la predicación moderna, un énfasis indebido sobre el amor de Dios ha estimulado apatía en los inconversos? No estaba mencionado en la predicación apostólica, pero debe ser experimentado por el creyente cuyo corazón está ocupado por el Espíritu. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado, v. 5.

No obstante, la prueba definitiva del amor de Dios no está en la experiencia subjetiva sino en un hecho objetivo. Dios demuestra más allá de duda su amor para con nosotros en que, cuando aún éramos impíos, pecadores y enemigos, Cristo murió por nosotros, v. 8. “Dios … nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”, Efesios 2.4,5.

Se ofrecen tres razones para regocijarse:

(i)  la esperanza de la gloria de Dios, v. 2. La gloria prometida para nosotros es la de ser conformados a la imagen de su Hijo: “a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, 8.29. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”,  Juan 17.22. Pero sin duda miramos más allá de nuestra propia bienaventuranza al placer que tiene Dios por el cumplimiento de su propósito en nosotros. “… para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”, Efesios 1.6.

(ii)  ¡la tribulación!  “nos gloriamos en las tribulaciones”, 5.3. Debemos tener presente que Santiago 1.2 recomienda la misma reacción ante las pruebas y ofrece básicamente la misma razón: que las pruebas son diseñadas para desarrollar el carácter. Nos ayuda explicar mucho en la vida si vemos que este es el gran objetivo de Dios. Lo que somos, y lo que estamos llegando a ser, es más importante para Dios de lo que estamos haciendo, por bueno que sea en sí. “vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo”, 1 Tesalonicenses 1.6. “sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”, 1 Pedro 1.7.

(iii)  Dios mismo,  v. 11. Nos regocijamos en lo que Dios ha hecho, pero todo el gran, maravilloso esquema de redención ilumina tan hermosamente el carácter de Dios que nos regocijamos en lo que Él es. Los salmos abundan en motivos para el gozo y la alegría, pero el colmo para el salmista, y para nosotros, es el “Dios de mi alegría y de mi gozo”, 43.4. Pero así como con la paz, también nuestro gozo: todo es “por el Señor nuestro Jesucristo”, v. 11.

5.12 al 21
El primer Adán y el postrer Adán

Ahora se descubre que los pecados que destruyen la sociedad y exponen la humanidad a la ira de Dios tienen su raíz en nuestra naturaleza caída. Nuestro pedigrí se remota por una línea larga pero directa al primer Adán, de manera que nuestra vida natural es virtualmente la perpetuación de la vida suya. Así como Leví estaba “en los lomos” de su bisabuelo y podía ser visto como involucrado en la acción de este, Hebreos 7.9,10, así también nosotros estábamos en los lomos de Adán. En este sentido su pecado comprometió toda su posterioridad de manera que todos pecaron en él. “Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, v. 12.

Además, su naturaleza corrompida por el pecado ha sido transmitida con el resultado que las generaciones posteriores purgan la pena en la muerte universal. “por la transgresión de uno solo reinó la muerte”, v. 17. Cual fuente de la raza humana, él es una figura del postrer Adán, pero allí termina la semejanza. Todo lo demás es a título de contraste, y por esto leemos no y ninguna en los vv 15,16,

El solo y crucial acto de desobediencia de parte de Adán, dando lugar a una vida de pecado, hizo que su prole fuese pecadores, siendo muchos en contraste con uno solo. En la secuencia invertida, la vida de perfecta obediencia de Cristo condujo a un supremo acto de obediencia a su Padre en aceptación voluntaria de una muerte que no fue nada menos que la muerte de la cruz, y por ella los muchos, en contraste con el Uno solo, fueron constituidos justos, vv 18, 19.

En virtud de este acto culminante de justicia, se hizo en resurrección la cabeza de una humanidad nueva; todos los que están unidos con Él derivan su nueva vida eterna de Él. La muerte reinaba debido al solo acto de injusticia de parte de Adán, pero ahora reina gracia abundante por un solo supremo acto de justicia de parte del postrer Adán, y aquellos que reciben esta abundancia de gracia reinarán en vida en vez de estar bajo la tiranía de la muerte. Por cierto, la muerte está entre “todas las cosas” que son nuestras en 1 Corintios 3.22; se hace siervo nuestro para conducirnos a la presencia inmediata del Señor. “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”, Filipenses 1.21.

Cuidadoso, como siempre, a dar la gloria a Dios, Pablo enfatiza una y otra vez que todo esto viene a través de Él. La frase “por Jesucristo Señor nuestro” se usa a menudo a sus escritos, pero nunca como una mera formalidad. Bien pueden nuestros corazones doblarse en adoración cuando empleamos este lenguaje.

capítulo 6
La relación del creyente al pecado

Este capítulo trata sobre la relación entre el pecado y el creyente justificado, no por una secuencia de argumentos sino por una serie de ilustraciones. Hasta cierto punto están entrelazadas porque ninguna analogía de la vida puede presentar realidades espirituales adecuadamente.

(i)  el bautismo   Por naturaleza estamos identificados con Adán y estamos bajo la pena de muerte, pero en gracia Dios nos identifica con Cristo. Cuando Él murió Dios nos consideró muertos con Él, y el “viejo hombre” está descartado en lo que a Dios se refiere.

Pero aquí el milagro de la resurrección introduce una situación enteramente nueva. “Si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesu-cristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”, 5.17. Cuando Cristo fue resucitado, Dios nos vio a nosotros como resucitados con Él en una vida nueva. (Siga el rastro de con desde Colosenses 2.12 hasta el 3.4). El creyente que se somete inteligentemente a la ordenanza del bautismo significa por ella que acepta la situación como Dios la ve. Por cuanto en muerte responde ya a su antiguo ambiente, lo ideal es que el creyente no responda a las solicitudes del pecado. Más bien, vivo a Dios, responde a la voluntad de Dios y anda en novedad de vida. Pablo, cuando Saulo aún, fue exhortado a ser bautizado y lavar sus pecados, una frase que debe ser interpretada a la luz de nuestros comentarios.

(ii)  la crucifixión  Esta sección, vv 1 al 6, discurre sobre otro aspecto de la muerte, para sacar a relucir un punto que el bautismo no ilustra. Cristo fue muerto, y en el pensamiento de Dios nosotros fuimos crucificados con Él. Por regla general la muerte por crucifixión es un proceso prolongado. Pilato se asombró que Jesús hubiese muerto tan de repente, Marcos 15.44. Pero, aun cuando la vida de un reo podía continuar por días, el cuerpo en el cual había cometido su ofensa ya estaba “destruido”; la crucifixión lo dejó inútil. El hombre no podía hacer nada; su corazón podía seguir sin cambio, pero sus actividades habían cesado.

Se dice, sin embargo, que ha habido casos en que cómplices del crucificado lo han quitado de su cruz para reanimarlo y devolverlo al servicio de ellos en sus crímenes. Nosotros debemos concebir la vieja naturaleza como muerta con Cristo, que no puede ser reformada. Así como, desde un punto de vista, el “viejo hombre” debe ser dejado en el sepulcro, desde otro punto de vista él debe quedarse en la cruz no obstante los intentos que harían el pecado para usarlo como su esclavo.

(iii) la guerra, v. 13  La palabra traducida instrumentos quiere decir “armas” y así se traduce en Juan 18.3, 2 Corintios 10.4. Los miembros de nuestros cuerpos (¡y la lengua es uno de ellos! Santiago 3.5) pueden ser utilizados por el pecado en guerra contra Dios, y por otro lado pueden ser entregados a Dios en guerra contra el mal. Cuando el egipcio ya no le era útil para su malvado amo amalecita, éste lo abandonó y lo dejó para morir, pero el noble David le perdonó el mal que le había hecho y luego lo reclutó para un servicio superior, dándole oportunidad para deshacer algo del mal que había hecho, 1 Samuel 30.11 al 15.

(iv)  la esclavitud, vv 14 al 16   La esclavitud pone a una persona a la entera disposición de otra. Nos hacemos esclavos del pecado por renuncio propio pero hemos sido comprados por Dios en el mercado de los esclavos, como si fuera. Aun cuando somos propiedad suya, estamos libres a escoger la feliz esclavitud a la justicia. El pecado, insolente en su desafío de este cambio de dueño, intentará afirmarse de nuevo, pero podemos negar su derecho al dominio. “el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”, v. 14.

(v)  un molde, v. 17  Aquí se compara la verdad a una forma o un molde. La respuesta de nuestros corazones es como ser vaciado en este molde que a su vez da forma a nuestras mentes y voluntades en conformidad con la voluntad de Dios.

(vi)  ganancia y pérdida,  vv 21 al 23   ¿Qué fruto, o ganancia, percibimos de nuestra escla-vitud al pecado? Se dice irónicamente que recibimos nuestra paga, o sueldo. La compensación es la muerte a todo lo que es lo mejor de la vida ahora, y la ruina eterna a la postre. ¿Dónde, entonces, está el provecho en recoger esta esclavitud? Hemos sido librados del pecado para asumir voluntariamente una devota servidumbre a Dios. Por cuanto no hay mérito en esto, no recibimos sueldo, pero nuestro benévolo Padre nos da la bondad inmere-cida de la vida eterna para ser disfrutada ahora mientras esperamos su plenitud venidera.

Una vez más Pablo emplea su frase favorita, “en Cristo Jesús Señor nuestro”, para salva-guardar contra el peligro de olvidar que todo esto, y mucho más, nos llega desde el corazón de Dios por este solo y único canal.

capítulo 7
La lucha del justificado

Los primeros seis versículos continúan el tema del capítulo 6 con una ilustración adicional de la libertad del creyente de la autoridad de la ley y del poder del pecado. Se asemeja nuestra obligación a la severa e inflexible ley de la servidumbre molestosa de un matrimonio sin amor y estéril que la muerte disuelve, permitiendo de esta manera una unión nueva. Ninguna ilustración de la vida humana puede representar plenamente las maravillas del proceder de Dios, y esta analogía es inadecuada por cuanto la ley no muere. En nuestro caso las demandas de la ley desaparecen con nuestra muerte con Cristo y nuestra vida nueva en unión con Él.

El resto del capítulo es un análisis penetrante de la lucha interna de uno atraído fuertemente por la visión de una vida nueva según la mente de Dios. Constantemente frustrado por el jalón irresistible hacia abajo de la naturaleza vieja, aquel está resuelto a lograr la victoria por su propio esfuerzo. Obsérvese que habla mucho de sí y de lo suyo, pero no del Espíritu Santo ni de Cristo – ni siquiera una mención relevante a Dios – hasta el v. 24 donde este luchador se ve obligado a reconocer una derrota humillante. Por fin se da cuenta de que la libertad puede venir tan sólo de Dios a través del Señor Jesucristo. El capítulo siguiente abunda sobre este tema.

La lucha tenía un mérito al menos, ya que le enseñó al luchador (seguramente era Pablo mismo) que en él, en su carne, no moraba el bien. La intensidad de Pablo hace ver que aprendió la lección rápidamente. La mayoría de nosotros la aprendemos muy lentamente, y algunos nunca. Una sana evaluación propia es positiva, pero una morbosa introspección suele esconder el orgullo que todavía espera encontrar algo bueno en nosotros.

Es una de las paradojas de la vida cristiana que la victoria comienza solamente cuando se acepta la derrota. Mientras más el deseo, más frustrante la inutilidad del esfuerzo propio. Solamente los indiferentes se escapan de esta lucha.

Por cuanto Cristo dice: “Mi poder se perfecciona en la debilidad”, nosotros podemos decir: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, 2 Corintios 12.9, 10.

8.1 al 17
El triunfo del justificado

Pablo emplea el término ley no sólo para la ley de Dios sino también en el sentido de un principio, o un código uniforme de actuación. Su naturaleza nueva se deleitaba en la ley de Dios, pero veía que una ley (un principio) contraria funcionaba en sus miembros de una manera que el mal estaba presente en él cuando quería hacer el bien, 7.21 al 23.

El capítulo 8 torna la derrota en triunfo. “¡Miserable de mí!” es ahora “¡Más que vence-dores!” Casi desaparece el yo junto con la ocupación con uno mismo que ese lenguaje señalaba, y ahora el tema dominante es Dios Padre, el Señor Jesucristo (poco tratados en el capítulo 7) y el Espíritu Santo (sin mención antes). La pregunta angustiada, “¿quién me librará?” está reemplazada por “libre de la ley del pecado”. ¿Pero cómo? Pablo no podía resistir anticipar la solución en el 7.25 y ahora abunda sobre ese versículo que reza: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”.

Él ha descubierto todavía otra ley, el principio del Espíritu, es decir, la base sobre la cual el Espíritu opera en el creyente. Esa base es la vida en Cristo Jesús y por ella él está librado del jalón del pecado.

La morada del Espíritu Santo adentro equivale la morada de Cristo: “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros,  … el espíritu vive a causa de la justicia”, vv 9, 10. Alguien ha dicho que nadie sino Cristo puede vivir la vida cristiana, pero Él está dispuesto a vivirla en y por medio del creyente:

Gálatas 2.20              Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí

2 Corintios 4.10,11   llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.

Filipenses 4.13          Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

En los cálculos de Dios, el viejo hombre ha sido crucificado con Cristo. El poder de un Espíritu no contristado puede capacitar a un creyente sometido a poner esto por obra al mortificar (matar como si fuera por crucifixión) las obras del cuerpo: “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado”, 6.6. “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”, Gálatas 5.24.

Se explica lo que esa entrega conlleva: andar en el Espíritu, ocuparse del Espíritu y ser guiado por el Espíritu. La servidumbre del alma al temor de la ley cede lugar a la influencia benigna del Espíritu de adopción. Él hace en nosotros una realidad del hecho de que somos hijos de Dios, y provoca la feliz respuesta de corazones agradecidos que están encantados con el tremendo privilegio de exclamar Abba, Padre a Aquel que se dignó pedir el amor de nuestros pobres corazones.

8.18 al 39
Todas las cosas ayudan a bien

Si somos los hijos de un Padre todopoderoso y amante, ¿podemos esperar un pasaje suave y cómodo a nuestro hogar eterno? La Escritura advierte ampliamente que semejante expec-tativa falsa no será realizada. No estamos exentos de los contratiempos y las frustraciones comunes a la humanidad en un mundo rayado por el pecado, vv 22, 23. Por cierto, la lealtad a Cristo bien puede traernos más privaciones que son normales a los hombres, por no decir la persecución, v. 35.

Es cierto que tenemos el Espíritu de adopción, pero sus operaciones benévolas en nosotros no tienen el fin de quitar las dificultades, sino de capacitarnos para vencerlas en el espíritu de hijos. Estas son, sin embargo, sólo las primicias del Espíritu; no vamos a entrar en todo lo que significa aquella adopción hasta que nuestros cuerpos sean redimidos en la venida de Cristo.

Se nos aseguran que todas las cosas obran a bien, v. 28, pero “bien” en los ojos de Dios no quiere decir la prosperidad material y la comodidad sino el desarrollo de carácter. Aun así, la vida presenta muchos problemas que no admiten solución y no pocas veces la fe está per-pleja. “estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados”,
2 Corintios 4.8.

¿Qué, pues, diremos a esto? v. 31. No se dan respuestas detalladas, pero al preguntarnos, “¿Está Dios por nosotros?”, se ofrece evidencia amplia. Él dispuso la bendición nuestra antes de que el mundo fuese, v. 29, y entregó a su Hijo por todos nosotros cuando la realización de su propósito demandó el sacrifico de su propio Hijo.

¡Ni al Hijo perdonó! Verdad que aquieta todo mi temor
y vence la naciente rebelión. ¡Ni al Hijo perdonó!

Tenemos ahora adentro la ayuda e intercesión del Espíritu Santo, arriba la intercesión del Cristo resucitado y aquí la certeza de gloria venidera. Bien; si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar efectivamente en contra de nosotros? En efecto la respuesta de los vv 38, 39 es: “Nada y nadie”. Pueda que los perseguidores nos opriman y los principados urdan en contra de nosotros, pero nada nos separará del amor de Dios que está en Cristo Jesús Señor nuestro. En todas estas cosas somos más que vencedores por Aquel que nos amó.

Un bosquejo de
los capítulos 9 al 11

A veces se consideran estos capítulos — 9 al 11 — casi como una digresión, como si de repente la preocupación de Pablo por Israel (cosa siempre presente, 9.1 al 5) le hubiera arrastrado repentinamente a una discusión irrelevante acerca de la caída de Israel, para recoger al comienzo del capítulo 12 el tema que le ocupa en el 8. Bajo esta óptica, “las misericordias de Dios” en el 12.1, sobre las cuales basa su llamado a una entrega total, se refieren a las promesas del 8.38, 39, que nada separará al creyente del amor de Dios.

Pero es este mismo tema del amor de Dios que le impulsó a Pablo a escribir sobre el caso de Israel. Dios había declarado su amor por esa nación: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, … sino por cuanto Jehová os amó”, Deutero-nomio 7.7,8. “Yo os he amado, dice Jehová”, Malaquías 1.2. Sensible como siempre a la reacción que su enseñanza podría producir, él reconoció que la acción de Dios en poner aparte a esa nación podía parecer estar en conflicto con esta declaración. Para un cristiano del siglo 20 es difícil darse cuenta de cuán grave era ese problema.

Los comentarios breves que ofrecemos no pueden hacer más que tocar el tratamiento paulino del problema, pero nos ayudarán si vemos primeramente su resumen en 11.25 al 36. “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos …”

La ceguera de Israel será quitada al realizarse el propósito que Dios tiene actualmente para los gentiles. Él no se ha olvidado de su pacto, y ama a Israel todavía. Si su incredulidad ha abierto la puerta de la misericordia a los gentiles, Israel a su vez encontrará misericordia también. Es verdad que Dios incluyó a judío como gentil por igual en condenación, pero fue con el fin de tener misericordia para con ambos. Se ha enfatizado ya el tema de la miseri-cordia, 9.15 al 18 y 9.23, pero aparentemente Pablo quiere recalcar la importancia del mismo, y vuelve a tratarlo en 15.8, 9.

Es claro, entonces, que el 12.1, “os ruego por las misericordias de Dios”, no es un regreso a lo que se decía al final del capítulo 8, sino que fluye naturalmente del final del 11.

Esta exploración de los asuntos profundos involucrados en el plan maestro de Dios para las edades le impulsa a reflexionar de nuevo sobre la profundidad de la sabiduría y el conocimiento de Dios. Tendrá la razón todavía ante el universo entero por todo lo que hace. Es la fuente de todo, la causa real de todo, y todo le glorificará. Podemos confiar en esto cuando por el momento sus juicios son insondables y sus caminos inescrutables, 11.33.

capítulo 9
Los elegidos de Israel

Si algunos lectores de Pablo estaban tentados a pensar que la intensa persecución de parte de sus compatriotas judíos le habían amargado y quitado sus simpatías, entonces las afirma-ciones afectuosas que expresa han debido corregir sus falsas impresiones. Su amor por sus parientes carnales seguía sin disminuirse y su confianza en el futuro de Israel era la misma todavía.

Podemos tocar solamente dos de los problemas planteados:

(i)  Israel   Aun cuando el propósito de Dios era que la nación fuese un reino de sacerdotes y una nación santa, el pueblo en general fracasó. “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”, Éxodo 19.6. El verdadero Israel era el elemento creyente en la nación. En la edad presente los judíos creyentes están incorporados en la Iglesia bajo condiciones iguales con los gentiles creyentes; son un remanente escogido por gracia, 11.5.

Pero están en pie las promesas de Dios al verdadero Israel, y en un día por venir habrá entre los judíos recogidos un sacudido poderoso de parte del Espíritu de Dios. De aquello saldrá una nación literal pero espiritual en la cual se cumplirán estas promesas. “Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo”, 9.27. “Luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad”, 11.26. “Meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios”, Zacarías 13.9.

(ii)  la elección   Son inútiles todos los intentos a explicar este problema a la satisfacción del mero intelecto humano. Dios ha escogido al verdadero Israel y se afirma osada e inequivo-cadamente su soberanía en esta elección. Se cataloga como impertinente cualquier cuestiona-miento de su derecho absoluto a escoger como quiere.

No obstante, los vv 22 y 32 salvaguardan la verdad paralela de la oportunidad y respon-sabilidad humana, un tema tratado más extensamente en 10.13,16,21 y 11.14. Los vasos de ira son preparados para destrucción, sin decir que Dios los preparó. El uso de la voz media griega sugiere que se prepararon a sí mismos. Faraón es un ejemplo; él endureció su corazón repetidas veces antes de que Dios lo endureciera al final. “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”, 2 Tesalonicenses 2.11,12.

La solemnidad de esto realza la maravilla de que Dios haya preparado vasos de misericordia para gloria. Aun cuando hoy día no podemos ver cómo estas dos líneas de verdad se reconcilian, debemos guardar ambas en equilibrio. “Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”, 1 Timoteo 2.4. “… nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo”, 2 Timoteo 1.9. Cuando los astrónomos modernos tienen que aceptar que el universo físico es más extraño de lo que podemos imaginar, no debe sorprendernos si tenemos que esperar que la luz de la eternidad ilumine la perfección de todo lo que hace Dios.

capítulo 10
Enviado con alegres nuevas

Pablo ve en el estado espiritual de Israel un reflejo de su propia condición antes de salvo. Compare sus referencias al cielo, la ignorancia y la justicia en los vv 1 al 4 con:

Filipenses 3.5,6    circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.

1 Timoteo 1.13    habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad.

El orgullo humano cerraba sus mentes a las implicaciones de Escrituras que conocían y les engañaba a pensar que el ideal divino podría ser alcanzado por esfuerzo propio.

El celo fanático puede alcanzar límites temibles, y Pablo era un ejemplo de la advertencia del Señor que algunos pensarían que estaban sirviendo a Dios al matar a sus discípulos. Él pensaba de verdad que era su deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret, y la matanza de Esteban no fue el único caso de involucrarse en la muerte de creyentes. “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús …,” Hechos 26.9,10.

¡Qué susto descubrir que este Jesús de Nazaret era de veras el Mesías exaltado! Pablo nunca cesó de maravillarse ante la misericordia de Dios que le fue extendida. “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad”, 1 Timoteo 1.13. Estimulado por la gracia de Dios en él, ya podía anhelar y orar por la salvación de Israel, v. 1. Sin duda guardaba un equilibrio correcto entre las verdades gemelas de la elección y la respuesta humana.

En los vv 8, 14 y 15(a) la idea es la de ser un heraldo, uno que podía proclamar la voluntad de su soberano con una nota de autoridad con la convicción de haber sido enviado. A menudo los hombres que se presentan sin haber sido enviados son más una pena que una ayuda para sus colegas. “¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla!” 2 Reyes 4.39. Un caso extremo es el de Jeremías 14.14: “Me dijo entonces Jehová: Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os profetizan”.

La voz del Señor a Isaías fue: “¿A quién enviaré?” y éste había respondido: “Heme aquí, envíame a mí”. Su comisión fue: “Anda”. Pero le fue dicho que sus “alegres nuevas”* no tendrían una aceptación general, y más adelante tuvo que lamentar: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” 53.1. “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” Romanos 10.16. Por otro lado, él podía hablar de que aquellos que Dios halló quienes no le habían buscado, a saber, los gentiles, 65.1. “Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí”, Romanos 10.20.

* en Isaías “alegres nuevas” = el evangelio :

40.9     levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas;
di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!

41.27   Yo soy el primero que he enseñado estas cosas a Sion, y a Jerusalén
daré un mensajero de alegres nuevas.

52.7     ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,
del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación!

61.1     El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová;
me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos,

La experiencia de Pablo fue parecida. Él estaba muy consciente de su llamamiento divino como apóstol (a saber, un enviado) de Jesucristo, con una comisión definitiva. “para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo”, Hechos 26.15 al 18. Grosso modo, el “pueblo” escogido por Dios, a quienes se ha podido esperar que respondieran, rechazó el mensaje, mientras que multitudes de gentiles respondieron gustosamente. “Los gentiles … se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”, Hechos 13.46 al 48.

capítulo 11
El futuro de las naciones judía y gentiles

A la luz del v. 33, debemos esperar problemas, pero sólo los aumentaremos si no aceptamos que Dios se ocupa todavía de las naciones, como en los tiempos del Antiguo Testamento. “les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación”, Hechos 17.26,27. Para muchos el problema principal está en los vv 21,22 (la bondad y la severidad de Dios), que ellos perciben como una amenaza a la seguridad del creyente, pero indudablemente esto sería una contradicción del tenor de la Escritura y el tema principal de Pablo en esta sección: la fidelidad de Dios a sus propias promesas.

Por lo menos dos consideraciones hacen ver que no se trata del creyente:

(i)  Se afirma que la caída de Israel resultará en la plenitud de los gentiles y la reconciliación del mundo. Mal se puede equivaler estas expresiones con Colosenses 1.21 o con Efesios 3.8 acerca de la reconciliación de los creyentes y las riquezas de Cristo. (“a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado”; “el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”).

(ii)  Los vv 12 y 15 dan a entender claramente que la restauración de Israel significará aun mayores bendiciones para los gentiles, pero es difícil ver cómo esta restauración mejorará la porción del creyente en Cristo; a saber, toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, Efesios 1.3.

¿Pablo no está diciendo que la marginación de Israel ha traído a los gentiles al lugar de privilegio y oportunidad? “Glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! … Refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles”, Hechos 11.18, 14.27. Si ellos no responden, como Israel, el juicio les caerá encima.

Sabemos que la respuesta ha sido marginal y que al final de la época habrá rebelión contra Dios y los culpables serán destruidos. “… los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”, 2 Tesalonicenses 2.8 al 12. “Venid, y congregaos a la gran cena de Dios”, Apocalipsis 19.19 al 21. El remanente entrará en las bendiciones del reino como naciones salvadas, con Israel a la cabeza. “Se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones”, Mateo 25.31 al 34. “Las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella”, Apocalipsis 21.24 al 26.

Este criterio concuerda con Hechos 15.13 al 18: “Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre …” Esto lo está haciendo ahora. Una vez entrada la plenitud de los gentiles, 11.25, se reconstruirán las ruinas de Israel. En ese entonces entrarán en bendición el remanente de hombres y todos los gentiles sobre quienes se invocan el nombre de Dios (los sobrevivientes del juicio suyo sobre las naciones).

12.1,2
Presentar sus cuerpos en sacrificio vivo

“Presentéis” (= ceder) es un eco de 6.13,16,19, donde se habla de presentar nuestros miembros. Es un acto voluntario, pero no un obsequio. Es el debido reconocimiento de los derechos de Dios. “Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”, 1 Corintios 6.20. Al adquirirnos, Él recibe el título de propiedad.

El tiempo aquí indica una decisión una vez por todas (como el juramento de lealtad de un soldado), aceptando las consecuencias futuras que no se ven en el momento. Un sacrificio sobre el altar moría y todo había terminado, pero el nuestro es un sacrificio vivo que se realiza día a día. Los sacrificios hechos de mala gana eran un insulto a Dios y enteramente inaceptables. “Cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo?” Malaquías 1.8. Los espirituales, en cambio, ofrecían con gozo. “Sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo; cantaré y entonaré alabanzas a Jehová … te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada”, Salmo 27.6, 51.17 al 19. ¿Tenemos nosotros menos motivo que ellos de gratitud y regocijo? “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”, Hebreos 13.15,16.

“Racional” indica que nuestro sacrificio (“culto”) debe ser inteligente. Nada carece de sentido tanto como el pecado, y nada es tan prudente como la voluntad de Dios. El servicio es espiritual; “sirvo en mi espíritu”, 1.9; “ordenanzas de culto”, Hebreos 9.1. Los servicios del tabernáculo se realizaban con mucha ceremonia, y todavía el religionario ama el rito. Aquí hay un “rito” hermoso para nosotros: la renovación diaria de nuestra consagración.

Pero si esta cesación va a ser un acto crucial, será un proceso continuo tanto la conformidad contra aquello que se nos advierte como la transformación que se nos recomienda. Aun con alejarnos de los lugares predilectos del mundo, es posible conformarse con el espíritu y las modalidades del mundo; es superficial, como vestirse de lujo para un baile. Pero la transformación (a saber, la transfiguración, como en Mateo 17.2 y 2 Corintios 3.18) es el resplandor de una realidad interior. No basta simplemente no ser como el mundo; estamos ante algo positivo – ser como Cristo.

La renovación de la mente es también un proceso que se repite constantemente; la mente se revigoriza y se reajusta a diario por la oración y la meditación. “El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”, 8.6. De esta manera podremos probar por feliz experiencia que la voluntad de Dios, de la cual huye la mente carnal, es buena y diseñada para la gloria de Dios. Nuestra bendición se vuelve más y más aceptable a nosotros a medida que la experiencia crece, y se vuelve perfecta en el sentido que no admite mejora ni se agotan sus posibilidades. “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”, Filipenses 3.12.

 

12.3 al 21
La conducta del creyente

  1. 3 La debida actitud del creyente hacia sí mismo: Esta insinúa un pensamiento sobrio que evitará dos extremos. Las ideas exageradas de nuestra importancia no engañarán a nadie sino a nosotros mismos; y, restaremos honor a Dios si pensamos que somos inútiles cuando en realidad Él nos ha capacitado para ser útiles. Pensar sobriamente reconoce limitaciones y acepta con gratitud cualquier capacidad divinamente otorgada para servir a otros.

Compare “la medida de fe” con Efesios 3.8, 4.7: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo … A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”.

Vv 4 al 13  La debida actitud del creyente a los otros creyentes: Somos todos miembros del cuerpo único y cada cual tiene un papel que desempeñar en el bienestar del conjunto, a la vez cediendo el puesto de honor a otros.

Varios canales de pensamiento se abren al considerar la figura del cuerpo humano para ilustrar la relación entre Cristo y su pueblo. Escogeremos uno: todo ser humano tiene el mismo tipo de vida, pero cada individuo tiene su propia vida independiente de los demás. Esta sola vida impregna todo su cuerpo y activa a cada miembro. Es esto, y no la conexión entre todas las partes, que hace que el cuerpo sea una maravillosa unidad. Pero en el caso de los creyentes como miembros del cuerpo de Cristo, no es meramente que tenemos el mismo tipo de vida, sino que todos participamos en una vida idéntica, la vida de Cristo. La unidad es invisible pero no por esto menos real, y es obvia la relación que esta verdad tiene con el pasaje que estamos leyendo.

Vv 14 al 21   La debida actitud del creyente a los perseguidores:  Esta misma verdad tiene sus implicaciones aquí. Por cierto, parece probable que la semilla de esta verdad germinó en la mente de Saulo el perseguidor al reflexionar sobre el significado de las primeras palabras que jamás oyó de los labios de Cristo: “¿por qué me persigues?” Sin duda incidió mucho en el pensamiento posterior de Pablo el hecho de que cayeron sobre la Cabeza exaltada en el cielo los golpes dirigidos a los miembros del cuerpo suyo aquí en la tierra.

La cosa maravillosa es que a través de sus miembros todavía en la tierra el Señor Jesús puede asumir hacia los perseguidores la actitud que asumió cuando presente sobre la tierra. “Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca”, 1 Pedro 2.20 al 23.

El mal será juzgado, pero es prerrogativa de Dios hacerlo que no nos atrevemos tomar para nosotros. Pagar mal por mal le cede el triunfo al diablo; pagar bien por mal declara el sufrido como vencedor.

capítulo 13
La actitud del creyente hacia otros

(i)  La debida actitud hacia la autoridad:   Dios se ocupa de orden en la iglesia:

1 Corintios 11.34      Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.

1 Corintios 14.40      hágase todo decentemente y con orden.

1 Corintios 16.1        haced vosotros también de la manera que ordené
en las iglesias de Galacia.

Colosenses 2.5          … gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza
de vuestra fe en Cristo.

(ii)  Y en la sociedad también:

Tito 3.1                     Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades …

1 Pedro 2.13 al 17    Por causa del Señor someteos a toda institución humana …

El cristiano tiene responsabilidades en ambas esferas. En Tito 2, donde se señala el deseo de Dios por reposo y paz, se enfatiza la importancia de la oración. En relación con esto es bueno llevar en mente que la oración de Abraham en el monte tuvo mayor influencia sobre los asuntos de Sodoma que Lot había tenido en la ciudad. Nuestro pasaje enfatiza el deber de la sumisión a la autoridad ajustada a derecho, que en este caso quería decir el tirano Nerón y sus oficiales.

Las represalias son una prerrogativa de Dios, de manera que el cristiano en su capacidad personal debe ceder ante la ira, pero Dios ha encomendado autoridad a dirigentes que son comisionados a administrar la justicia por el bien del orden público. Aun cuando los gobernantes son ordenados por Dios, no es de suponer que de hecho gobiernen conforme a la voluntad suya, pero aun así el gobierno es preferible a la anarquía. Cuando los gobernantes exceden su mandato implícito debido a voluntad propia (y en algunos casos instigados por Satanás), Dios se impone para sus propios fines ante los abusos de ellos, castigando a los ofensores a su debido tiempo. Es cierto que tenemos que ir al Antiguo Testamento, con su larga perspectiva histórica, para ejemplos específicos de este principio, especialmente donde está involucrada la suerte de Israel, pero no es difícil ver las ruedas de Dios girando en la historia moderna.

(iii)  la debida actitud del creyente hacia sus prójimos:  Aquellos que abogan por una sociedad permisiva se han aferrado a la expresión “el cumplimiento de la ley es el amor”, y la han pervertido para justificar la idea que el único criterio que la conducta tiene que satisfacer es su valor sentimental o emocional. El amor es el cumplimiento de la ley porque abnegadamente busca sólo el bien de otros.

En relación con otros parece muy llamativo que en el v. 9 se revierte la secuencia de los mandamientos en Éxodo 20.13,14 de manera que el adulterio ocupe el primer lugar en a lista de cosas contrarias al amor por el prójimo. Nuestra situación moderna es la misma que la de los cristianos del siglo 1; ¡ellos también vivían en una sociedad que despreciaba sus normas como caducas!

 

capítulo 14
Creyentes fuertes y débiles

Veamos ahora la debida actitud del creyente a los excesivamente escrupulosos:

Algunos comían sólo legumbres, creyendo que era malo comer carne. Otros sentían obliga-torio asignar una santidad especial a ciertas fechas. Eran “débiles en la fe”, desprovistos del robusto disfrute de una vida nueva en Cristo que les hubiera liberado de la idea errónea que un servil cumplimiento de reglas agrada al Señor. Sin embargo, “los fuertes”, con una apreciación firme de su libertad en Cristo, no estaban dispuestos a ser impedidos por restricciones como estas.

Siendo la naturaleza humana como es, el hermano débil era propenso a juzgar al otro por ser, según pensaba, nada espiritual. El fuerte, por su parte, se inclinaba a despreciar lo que eran para él escrúpulos infantiles. Aquí estaban los ingredientes de un conflicto sobremanera destructivo de la verdadera comunión y un testimonio eficaz.

Pero esto ha podido ser evitado si cada cual estuviera dispuesto a reconocer la sinceridad de su compañero. Si el hermano débil tenía una conciencia genuina acerca del asunto, sería incorrecto desobedecer esa conciencia, por errada que fuera. El fuerte debe respetar esto. Por otro lado el escrupuloso debería resistir la tentación de suponerse más espiritual y condenar lo que consideraba un falta de rigor en las cosas espirituales.

Los tiempos cambian, pero estos problemas siguen presentándose en otras formas. Parece que algunos cristianos han sido vaciados en un molde que les inclina a ordenar sus vidas y su servicio por ciertas reglas rígidas, muy convencidos de que están sobre una base bíblica. Claro está que debemos someternos a la autoridad de las Escrituras, pero a la vez guardarnos de meter ideas en las Escrituras en vez de sacar nuestras ideas de lo que ya está en ellas.

Otros cristianos pueden servir al Señor en un espíritu libre y feliz, dependiendo de Él para dirección y discernimiento en la aplicación de principios divinos que nunca cambian en circunstancias siempre cambiantes, en vez de tomar una senda que en algunos aspectos es más sencilla y fácil. Pero tienen otras responsabilidades. Mucho mejor si pueden ayudar al hermano débil a apreciar mejor la libertad en Cristo, procediendo con comprensión y gracia, pero deben estar dispuestos a sacrificar algo de su libertad personal en vez de correr el riesgo de herir las conciencias sensibles y perjudicar el bienestar espiritual de otros. Esto sería un pecado contra Cristo: “Por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil con-ciencia, contra Cristo pecáis”, 1 Corintios 8.12.

capítulo 15
Pablo y Roma

El llamado precedente por un interés genuino por otros queda reforzado ahora por el ejemplo de Cristo quien no se agradó a sí mismo. Debemos mantener la unidad del Espíritu de una mera práctica, pero nunca podremos hacerlo por mera organización; requiere ser de un mismo sentir.

Para fortalecer el ruego implícito por unidad entre creyentes judíos y gentiles, Pablo se remonta hacia casi lo sublime en un repaso fresco, aunque condensado, del alcance del gran plan de Dios para la bendición de ambos. Se gloría en los vastos privilegios en ser escogido como ministro de Jesucristo para predicar entre los gentiles sus riquezas inescrutables; compárese vv 15,16 con Efesios 3.8: “Soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”.

Desde este elevado tema él desciende suave y hermosamente a un esbozo de sus itinerarios propuestos. ¿Ha habido alguna vez un hombre con mayor capacidad para fijar sus pensa-mientos resueltamente en las cosas de arriba y a la vez mantener los pies firmemente en la tierra? “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”, Colosenses 3.2.

Para la imaginación santificada hay aquí una maravillosa aclaración de los ejercicios del gran siervo de Cristo. Nos atrevemos a pensar que él deseaba grandemente llegar hasta el rincón más extremo del Imperio Romano. “… recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos … hasta lo último de la tierra”, Hechos 1.8. Es claro que por algunos años había deseado visitar España, pero no sabemos si a la postre le fue permi-tido. Quizás aun un apóstol tenía que sufrir disoluciones personales.

Deseaba también predicar el evangelio en la Ciudad Imperial y por tiempo había orado por un viaje próspero. “Hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros”, 1.10. Es poco probable que se haya imaginado que su oración sería contestada por llegar a Roma como preso después de un viaje marítimo desastroso. Muy posiblemente pensaba en función de un viaje próspero en el sentido espiritual. “Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”, Hechos 28.31. “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás”, Filipenses 1.12,13.

Por el momento sus planes tenían que ceder ante la necesidad de llevar el aporte de las iglesias gentiles a los santos en Jerusalén, y esto a no poco riesgo, v. 31. Un poderoso apóstol, altamente privilegiado, muy devoto a Cristo, eminentemente exitoso como misionero, pastor sobresaliente, agente del Espíritu Santo en Epístolas inspiradas – pero tan hermosamente natural y sin pretensiones. ¡Cuán pequeños nos sentimos al lado suyo!

Pero detrás del apóstol se yergue su Maestro. “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, 1 Corintios 16.1

capítulo 16
Saludos, divisiones y adoración

Una lista larga de saludos personales enfoca bien lo que es insinuado en otras cartas de Pablo: su capacidad asombrosa para guardar a la gente en su corazón, y no meramente en su memoria. “… me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón”, Filipenses 1.7,8.

Un estudio de los muchos nombres provocaría pensamientos provechosos, pero no podemos hacer más que señalar cuán efectivamente la benévola mención de más o menos una docena de mujeres, en la mayoría de los casos con elogio, refuta la idea de un prejuicio contra el sexo femenino. “… te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio”, Filipenses 4.3.

Poco se imaginaban estas personas que sus nombres ocuparían un puesto de honor en la Sagrada Escritura y en la estima de generaciones posteriores. Reflexionemos sobre el hecho de que en las alturas se mantiene otro registro donde figuran todos los nombres nuestros. Si escogiéramos para nosotros mismos uno de los muchos encomios en esta lista, ¿cuál sería?

El apóstol tenía que hablar también de aquellos que eran propensos a causar divisiones y ofensas. Un hombre que podía ser tan tierno como una madre lactante, 1 Tesalonicenses 2.7, podía tornarse indignado cuando cosas como estas perjudicaban la causa de Cristo y el bienestar del pueblo de Dios. ¡Los divisionistas pueden ser tan hábiles como para hacer pensar a la gente ingenua que los que siempre han intentado guardar la unidad son más bien la causa del problema!

Absalón en su rebelión pintó a David como el culpable. Algunos que conocían los hechos fueron desleales, pero otros fueron engañados y en su sencillez siguieron a Absalón,
2 Samuel 15.11,12, 17.1. A menudo ha sido así. “esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas”, Colosenses 2.4. “hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores”, Tito 1.10. No obstante, con gusto Pablo elogiaba a los santos en general por su conocida obediencia a la verdad, v. 19.

Su experiencia era una mezcla de gozo y tristeza, y no siendo superhumano, a veces se sentía deprimido y desanimado:

2 Corintios 1.8            fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas,
de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida.

2 Corintios 2.13          no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado
a mi hermano Tito

2 Corintios 4.8            estamos atribulados en todo, mas no angustiados;
en apuros, mas no desesperados

1 Tesalonicenses 3.5   yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme
de vuestra fe

Con todo, al cerrar esta noble epístola, su espíritu adorador se levanta a las alturas al glorificar al Dios eterno por el progreso invencible de sus propósitos, los cuales, como la marea alta imparable, avanzan ola por ola cualesquiera las condiciones. “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”, Efesios 1.10. “nuestro Señor Jesucristo … el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores”,
1 Timoteo 6.15.

Al único y sabio Dios sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.

 

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