Leyendo día a día en Filipenses (#704)

Leyendo  día  a  día  en  Filipenses

Philip Harding
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

 Introducción

Hechos 16 relata el trasfondo de la epístola y explica que Filipos era una colonia romana, porque había venido gente de Roma y se había radicado allí en medio de una población distinta a ellos. Eran ciudadanos romanos con costumbres, idioma, leyes y vestimenta propios de su origen. Estos colonos estaban sujetos al emperador de Roma y los soldados del imperio romano los protegían. Sin embargo, la predicación del evangelio había dado lugar a una colonia celestial, y el pueblo del Señor estaba en el deber de conducirse como ciudadanos celestiales con fidelidad a Cristo.

Parece que la epístola fue escrita por dos razones: (a) para expresar la gratitud de Pablo por la dádiva que la asamblea le había enviado; 4.10 al 20; y (b) para rectificar el desacuerdo que había surgido entre dos hermanas en la fe; 4.2,3. Había el gran peligro de que los creyentes se alinearan con la una o la otra, dando lugar a la contención y división, y por esto Pablo les exhorta a tener unanimidad de criterio y propósito:

1.27       firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes

2.1 al 11                    nada … por contienda y vanagloria

2.14 al 16                  sin murmuraciones y contiendas

4.2,3      que sean de un mismo sentir

Les advierte también de los enemigos de la asamblea:

1.28 al 30                  los que se oponen

3.2         los perros, los malos obreros

3.18,19  enemigos de la cruz de Cristo

La Epístola se divide en cuatro capítulos:

  1. La confianza en los propósitos de Dios
  2. La conformidad al patrón de Cristo
  3. La constancia en conocer más de Cristo
  4. La consideración por el pueblo de Dios
  • En el capítulo 1 el apóstol manifiesta su confianza en el propósito de Dios a pesar de las circunstancias en las cuales se encuentra. Si tengo esa confianza, la mente de Cristo me dará un amor por el evangelio y un gozo en saber que este es predicado.
  • En el capítulo 2 Pablo expone el patrón perfecto de la humildad y la disposición de servir a otros, exhortando a sus lectores a conformarse a Cristo. En esta humillación y servicio la mente de Cristo me producirá amor por la asamblea y me estimulará a promover humildemente el bienestar de los cristianos.
  • El capítulo 3 enseña la necesidad del progreso constante en la senda cristiana, con Cristo como meta. Entonces la mente de Cristo fomentará en mí un apetito por vivir un estilo de vida celestial.
  • En el capítulo 4 el apóstol manifiesta su preocupación por el bienestar de Evodia y Síntique, y así por todos los creyentes. Si me ocupo en lo mismo, la mente de Cristo me proporcionará un amor que buscará sanar toda brecha que haya.

1.1 al 11
La oración de Pablo

El apóstol escribe en su condición de siervo (doulus) de Jesucristo, para manifestar fidelidad absoluta a él y enfatizar la humildad. Cada creyente ha sido comprado a precio, y por tanto debe manifestar estas características. “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, … no sois vuestros … habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”, 1 Corintos 6.19,20.

“Santos” quiere decir “personas puestas aparte”, y esto se hace evidente en las vidas puestas aparte para Dios. Posicionalmente, estos creyentes estaban en Cristo pero en la práctica vivían sus vidas en Filipos. Sus vidas debían estar en entera armonía con su posición en Cristo, y por esto Dios había provisto gracia y paz para ellos; 1.1,2.

Los recuerdos que el apóstol tenía formaban la base de su agradecimiento a Dios cuando pedía por ellos, 1.3,4. Su pasado le causaba gratitud pero había una necesidad presente; los logros ya realizados no sacian la necesidad del testimonio del momento. Las gracias que Pablo da se deben a su comunión con ellos en el evangelio, 1.5, y con su confianza en Dios, 1.6. Cuán necesario es ser consecuente en la senda cristiana, y cuán estimulante es saber que Dios logrará su propósito.

Consciente de que Dios era testigo, versículo 8, Pablo oraba a Dios para que fueran evidentes ciertas características en los cristianos:

  • Incremento de su amor, versículo 9, como un río que aumenta en volumen en su viaje hacia el mar, fluyendo entre la ciencia por un lado y el conocimiento por otro. La palabra “conocimiento” sucede solamente en este versículo, y conlleva la idea de la percepción y un sentir hacia otros. Así el incremento del amor tiene que ver con estar conscientes de la voluntad de Dios y comprender cada situación, tomando en cuenta la reacción de los demás.
  • Inteligencia en discernimiento, versículo 10, aprobando lo que es excelente. La idea es percibir qué vale más. Las cosas espirituales valen más que las materiales, y el bienestar de la asamblea es más importante que el mío propio.
  • Irreprochables en conducta, versículo 10, “Sinceros e irreprensibles”. Ser sincero es ser puro, sin elementos extraños, sin apariencia falsa. Ser irreprensible es conducirse de manera que otro no sea estorbado. Cuando nosotros somos así también, podemos promover la gloria y alabanza de Dios con el fruto que exhala la fragancia de Cristo, versículo 11.

1.12 al 30
El propósito de la vida

Los intereses del Señor se promocionan por la predicación del evangelio, 1.12 al 18; por la proyección de Cristo en la vida del creyente, 1.19 al 26; y por la protección del testimonio, 1.27 al 30.

Lo que parecía ser un revés en la divulgación del evangelio fue en realidad una ayuda, 1.12, de manera que el apóstol se alegra en saber que éste era proclamado, 1.18. En la predicación del evangelio se estaban promocionando los intereses de Cristo y esto le contentaba, ya que no le preocupaban las circunstancias. Por esto expresa confianza que sería guardado del desaliento o de avergonzarse, y esto se debía a la predicación, 1.18; a la oración del pueblo del Señor, y a la provisión del Espíritu, 1.19.

Para él era importante que Cristo fuese magnificado en su cuerpo, y Pablo estaba dispuesto a vivir o morir con tal que su muerte cumpliera ese fin. Todo el propósito de su vida era Cristo. “Para mí el vivir es Cristo”, 1.21. La vida es la oportunidad para promover los intereses de Cristo, comunicar el evangelio, ayudar al pueblo de Dios e identificarse con Cristo en un mundo que le rechaza. Una sola pasión debe llenar el corazón, la de afecto por Cristo; un propósito debe llenar la vida, el de vivir por Cristo. La muerte era ganancia —algo mucho mejor— pero Pablo tenía el carácter de esclavo y por lo tanto estaba dispuesto a quedarse en beneficio de otros.

Para Pablo la vida tenía valor tan sólo al tener por resultado la gloria de Cristo, y por esto no buscaba su propio bienestar sino el de los demás. Si esta resolución caracteriza la vida de cada uno en la congregación, se mantendrá el testimonio no obstante los ataques del enemigo. El comportamiento de cada cual sería gobernado de tal forma que se ajustará al evangelio en todo detalle; todos estarán firmes ante cualquier arremetida, con un solo propósito y meta. Habrá unanimidad de disposición y una sola energía de la fe, con el consecuente coraje que confía en un fin asegurado; 1.27 al 30.

Que este propósito caracterice cada uno de nosotros para la gloria de Dios, la exaltación de Cristo en nuestras vidas y el bienestar espiritual de los creyentes con quienes nos congregamos.

2.1 al 11
El patrón perfecto

El gozo que el apóstol deseaba, era aquél de la armonía en la asamblea en Filipos que sólo podía resultar de una demostración práctica de las cuatro cualidades mencio­nadas en el primer versículo.

Si hacemos caso de la consolación (o estímulo) en Cristo, sentiremos una misma cosa; encontrando el consuelo del amor, tendremos el mismo amor; en la comunión del Espíritu habrá unanimidad; y, por el afecto entrañable y la misericordia, todos sentiremos una misma cosa.

Se puede mantener la unidad en la asamblea solamente poniendo por obra el principio de no ser egocéntricos sino interesados en los demás. La contienda y vanagloria se oponen a este principio y pueden tan sólo dividir; la humildad y el hecho de estimar a otros produce y mantiene la unidad.

El patrón perfecto de este principio es el Señor mismo en su condescendencia, 2.6 al 8; la conformidad moral a Cristo en todo creyente garantizará la armonía perfecta. Esta condescendencia de Cristo desde el pináculo de la gloria hasta la ignominia y vergüenza de la cruz fue voluntaria y deliberada con el fin de asegurar la bendición de otros.

Tomando forma de siervo, no renunció la de Dios, sino añadió a la misma, ya que jamás dejó a un lado su deidad y gloria. “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación … en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, Colosenses 1.15, 2.9.

Él fue manifestado en la semejanza de hombres, dejando ver que de veras era más que hombre; a saber, que era Dios. Sin embargo, aun poseyendo todos los atributos de la Deidad mientras andaba entre la humanidad, nunca se exaltó sino se humilló y se hizo obediente hasta el extremo de la muerte. Aquella muerte, la vergonzosa muerte de la cruz, fue en sí un gesto de obediencia.

Semejante descripción de abnegación propia en pro del bienestar eterno de otros es un ejemplo perdurable para el creyente. Obsérvese que “este sentir” en el 2.5 es el sentir de fijarse en los intereses de otros. Sea usted, en su modo de sentir, como Cristo, reflejando en su mente la mente de Cristo. Sólo así habrá armonía en la congregación.

De buena voluntad Cristo se despojó a sí mismo y se humilló a sí mismo, pero Dios le exaltó a la suprema majestad, gloria y dignidad. En reconocimiento de todo lo que es Jesús —el Varón despreciado y desechado— en su exaltación, el vasto universo le será subyugado a Él, y reconocerá su soberanía absoluta.

2.12 al 30
El ejercicio de “este sentir”

En el 1.27 el apóstol les exigió a los cristianos en la asamblea estar firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes. Ahora en los primeros versículos del capítulo 2 enuncia cuatro condiciones que producirían armonía en la asamblea cuando se convierten en realidad, afirmando el principio de la negación propia y un profundo interés en otros. Habiendo expuesto ese principio en toda su perfección en Cristo, procede a exhortar a los creyentes a la obediencia, poniendo el principio por obra, 1.12.

El testimonio para Dios, y el placer que produciría la asamblea para Dios, estaban en peligro de naufragar por el desacuerdo entre los santos. El resguardo contra este fracaso sería que cada uno en la asamblea practicara este principio. Esto es lo que debían hacer con temor y temblor, conociendo lo engañoso de sus propios corazones pero conscientes de la ayuda divina, 2.12,13. Donde hay en la congregación un anhelo profundo por la armonía, desaparecerán la contención, murmuración y disputa, las cuales sólo producen la insatisfacción y sospecha. Esto es imprescindible si vamos a manifestar un carácter como el de Cristo en medio de las tinieblas morales en derredor.

En los versículos 17 al 30 la perfección evidente en Cristo se ve en las vidas de Pablo, Timoteo y Epafrodito.

En Pablo vemos el contentamiento de estimar a otros como mejores que él. Su humildad se deja ver en su placer por ser la parte menor del sacrificio derramado sobre la mayor parte que era el testimonio y servicio para Dios de la asamblea en Filipos, 2.17,18. La asamblea es siempre mayor que el siervo.

En Timoteo vemos carácter, estaba dispuesto a servir. Timoteo tenía un anhelo sincero por el bienestar espiritual de todo el pueblo de Dios, y con gusto trabajaba para este fin, consciente del valor de la asamblea en la estimación divina. “Mirad por vosotros mismos, y por todo el rebaño …”, exige Pablo en Hechos 20.28, “para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”. Los filipenses conocían el servicio abnegado de Timoteo, 2.19 al 24.

En Epafrodito encontramos consecuencia; o sea, la conducta correspondía a lo que profesaba, y por lo tanto estaba dispuesto a sacrificarse por su prójimo. Aunque estaba a punto de morir, no quería que la congregación estuviese ansiosa por él.

Así, estos hombres manifestaban en su modo de vivir el principio de la humildad y renuncia propia en su servicio para bien de otros, dejando entrever la estima que guardaban por los creyentes y la unidad de la asamblea.

3.1 al 11
En pos de la vida

Cuando prosigue sobre “las mismas cosas”, Pablo nos hace ver que tratará el mismo tema de no ocuparse de lo suyo. Había adversarios que buscaban su propio provecho y este empeño dividía a los santos, de manera que hacía falta repetir las advertencias. Los maestros judaizantes querían imponer ritos externos, pero los creyentes son la circuncisión legítima [la disciplina propia], que está caracterizada por la experiencia del santuario y la confianza en Cristo en vez de en la carne.

El apóstol afirmaba, “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”, 1 Corintios 2.2. Y: “lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”, Gálatas 6.14. Les recordaba a los colosenses, en 2.11,12: “Fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos”.

Aquí en Filipenses 3 Pablo se pone en contraste con los maestros falsos que confiaban en la carne. Él renunciaba su prestigio propio en honor de Cristo. Su dignidad por pacto, nación, tribu, raza, ceremonia, religión y moral: todo esto estimaba como ventajoso antes de ser salvo, pero en la carrera cristiana lo descarta como cosa sin valor. Cristo había cautivado su corazón y por esto Cristo era su meta.

“A fin de conocerle”, a saber, a Cristo en su resurrección, porque sólo en él el corazón se satisface de un todo. Pablo deseaba ocuparse enteramente del Señor. La madurez espiritual se produce sólo por un conocimiento presente, personal y práctico de Cristo. “El poder de su resurrección” es la fuerza que emana de Cristo en su resurrección, un poder que proporciona la victoria en el conflicto cristiano y produce una vida de santidad y piedad.

“La participación de sus sufrimientos” le permite a uno entrar en el reproche y rechazo que el Señor sintió. “Por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”, 2 Corintios 12.10. “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”, Hebreos 13.13.

Sufrimos así por causa de la justicia y por cumplir con la voluntad de Dios. “Si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois”, 1 Pedro 2.12 al 23, 3.14.

La consecuencia es “ser semejante a él en su muerte”. Aun cuando Pablo estaba dispuesto a morir como mártir, nos parece que la idea aquí es más bien la de morir al pecado. “En cuanto [Cristo] murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado”. De esta manera, seremos una bendición a los demás.

“Si en alguna manera [yo] llegase a la resurrección de entre los muertos”. No es que Pablo dudaba, sino que manifiesta un ardiente deseo por una experiencia presente de vivir como uno que ha sido resucitado con Cristo. Su afán era alcanzar una condición que otros vieran en él un hombre celestial que vivía aún en la tierra.

3.12 al 21
La expectativa de gloria

Pablo no dejaría a los filipenses creyendo que él ya había alcanzado la perfección espiritual. Pero este ideal estaba delante del apóstol y para este fin gastaba toda su energía y pagaba cualquier precio.

Alcanzar es echar mano o proseguir el propósito por el cual uno ha sido salvo, 3.12. Como el atleta se concentra en la raya al final de la pista, no permitiendo que nada le distraiga, así el creyente debe poner a un lado los logros del pasado o sus méritos y proseguir intensamente a la meta.

Descendiendo, Pablo había sido detenido. Ahora, su rumbo cambiado, asciende y ve arriba un premio. Nada impediría que lo alcanzara, 3.13,14. “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”, 1 Corintios 9.24,25. “El que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente”, 2 Timoteo 2.5. “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”, Hebreos 12.2.

La mente de los perfectos sería como la de Pablo, dejando a un lado lo de interés personal y concentrándose en el premio. Todo el pueblo del Señor debería ocuparse de lo mismo y así generar armonía en la asamblea, 3.15,16.

El carácter paulino es de veras un carácter cristiano y sus deseos también. Por esto es ejemplo para los demás, 3.17. Con otros, Pablo anhelaba el bienestar de sus semejantes y fijaba su curso según su afecto por Cristo. Estos rasgos eran de imitarse, a diferencia de la conducta de los meros profesantes que actuaban sólo en función de sus propios deseos carnales. “Os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos”, Romanos 16.17,18. Tal era el amor de Pablo por la asamblea que lloraba cuando reflexionaba en el objetivo que perseguían estos impíos.

Su corazón era el corazón de un verdadero pastor y por esto reaccionaba ante cualquier peligro. Él no tapaba las cosas, sino advertía fielmente, corregía, consolaba o exhortaba según la necesidad. “Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas”, Hechos 20.17 al 31. “Por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas”, 2 Corintios 2.4. “Sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”, 2 Corintios 11.28.

Si todos los creyentes estimaran su respectiva congregación de la manera en que Pablo estimaba ésta, un resultado sería armonía perfecta y unanimidad en cuanto a los principios.

El hogar del creyente es el cielo; es allí donde va y es su norte. En vista de esto debemos estar a la expectativa del regreso del Señor del cielo, quien, con el poder que tiene para sujetar todas las cosas a sí mismo, cambiará nuestros cuerpos para que se conformen al glorioso cuerpo suyo, 3.20,21. En ese momento seremos como Él es, conformados total­mente a su imagen, llevando la imagen de lo celestial, 1 Juan 3.2. “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”, Romanos 8.29. “Así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”, 1 Corintios 15.49.

4.1 al 9
La paz de Dios

Las palabras “Así que” conectan este capítulo con el anterior, enlazando la exhortación del versículo 1, “estad firmes”, con la esperanza de la venida del Señor. Los “amados y deseados” deben estar firmes en cuanto a esta esperanza sin distraerse de ninguna manera. El creyente no debe estar ocupado con lo terrenal sino lo celestial.

Esta es la base del ruego a Evodia y Síntique, 4.2. En un tiempo llevaban el yugo juntas, esforzándose con Pablo y los demás, pero algo les había separado. El desacuerdo estaba impactando a la asamblea, así que Pablo les suplica que se unan de nuevo, considerando la cosa de tanta importancia que él pide la ayuda de otra persona, 4.3.

“Un mismo sentir en el Señor” daría a entender una armonía basada en la sujeción a la voluntad divina. El resultado sería un regocijo continuo en el Señor. Cuando hay la disposición de rendirse de buena gana a la voluntad del Señor, hay paz y armonía de espíritu.

La “gentileza” en el 4.5 es la característica de ceder, la capacidad de poner a un lado los intereses propios y obrar en bien de los de otros. No es cuestión de abandonar la verdad, sino que a todos manda, “Velad, estad firmes en la fe”, 1 Corintios 16.13, pero cediendo en lo que se refiere a los derechos propios. Bien podemos renunciarlos, porque el Señor está al lado, y nos justificará cuando sea necesario.

No tenemos por qué estar afanosos sino entregarnos a la oración, presentando peticiones específicas delante de Dios en una actitud de agradecimiento, 4.6. Semejante depen­dencia da por resultado que la paz de Dios guardará nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús, 4.7. La paz que es la paz de Dios nunca se perturba a causa de las circunstancias. Mucho mejor es contar con la paz de Dios que estar en condiciones de comprender por qué encontramos dificultades y problemas en la vida; es ella no más lo que puede guardar nuestros afectos y modo de pensar.

La mente debe ocuparse de aquellas cosas que resaltan el carácter cristiano y promueven la armonía en la congregación. Pensemos siempre en lo que es verdadero, honesto, justo, puro, amable; en lo que es favorable para nuestros hermanos. Pensemos en lo que se puede felicitar y lo que conduce a la armonía. La mente controla los afectos; los afectos controlan la voluntad; y la voluntad controla la vida. Una meditación acertada dará por resultado prácticas sanas, y la consecuencia es el gozo de la presencia del Dios de paz, 4.9.

4.10 al 23
Provisión para toda necesidad

Pablo expresa su agradecimiento a la asamblea en Filipos por el interés que mostraban en su bienestar, demostrado en la remesa que había recibido, 4.10. Se contenta sobremanera, no por la dádiva en sí, sino por el resultado que tendría para la asamblea. Él no estaba pensando en lo suyo propio, sino en el bien de ellos, ya que había aprendido a contentarse en toda circunstancia, 4.11,12.

Pablo conocía el secreto del contentamiento en el gozo de la comunión con Cristo, la fuente de toda su fuerza. Cristo es la fuente de poder para toda la senda cristiana, y su gracia basta para toda circunstancia. “Bástate mi gracia”, le dijo el Señor a su siervo, “porque mi poder se perfecciona en la debilidad”, 2 Corintios 12.9. “Esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús”, dijo él a su “hijo”, 2 Timoteo 2.1. El secreto de la victoria en todas las circunstancias de la vida está en valerse de la reserva infinita de poder en Cristo. “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”, fue el testimonio del apóstol en 1 Corintios 15.10.

En los versículos 14 al 18 Pablo vuelve a la dádiva que la asamblea filipense le había enviado, y señala que aquello alivió su necesidad, generó fruto para la cuenta de ellos, y agradó a Dios. La ofrenda de ellos no era mera simpatía por Pablo, sino una verdadera ofrenda a Dios. ¡Qué lenguaje tan sublime emplea el apóstol cuando habla de dar al Señor! Debería ser placentero para nosotros también dar dádivas, y hacerlo con propósito de corazón, habiéndonos entregado nosotros mismos al Señor primeramente, 2 Corintios 8.5, 9.7.

Uno recibirá una recompensa rica por haber dado. “Hay quienes reparten, y les es añadido más … El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado”, Proverbios 11.24,25. “El que siembra generosamente, generosamente también segará”, 2 Corintios 9.6. Ante el tribunal de Cristo se revelará el valor justo del don de dar, como todo lo demás. La fidelidad debería caracterizar todo departamento de nuestras vidas a la luz de aquel día cuando será necesario “que todos nosotros comparezcamos [o seamos manifestados] ante el tribunal de Cristo”, 2 Corintios 5.10.

“Mi Dios … suplirá todo lo que os falta”. Cuando Pablo dice, “mi Dios”, está pensando en su propia experiencia y todo lo que Dios era para él, y cuyo amor y cuidado había probado a lo largo de años. Es el mismo hoy, supliendo las necesidades de su pueblo conforme a sus recursos infinitos en gloria en Cristo Jesús. Por lo tanto, podemos echar todas nuestras cuitas sobre Aquel que tiene cuidado de nosotros, 1 Pedro 5.7. No dudemos de su amor; más bien, confiemos y obedezcamos. “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén”, 4.23.

 

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