Leyendo día a día en Efesios | Un esquema de Efesios con comentarios amplios (#703)

 

Leyendo  día  a  día  en  Efesios

Ver

K. T. C. Morris

Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

Introducción

Las cartas a los efesios, filipenses y colosenses, que el apóstol Pablo redactó en la cárcel, se destacan como una magnífica sierra por encima de sus demás cartas inspiradas. En Efesios alcanza el pico más alto de todos.

En su Epístola a los Romanos escribió primeramente de la necesidad atroz que genera el pecador y la gracia de Dios en atenderla. Pero en Efesios Pablo está libre en espíritu, no obstante sus cadenas, para comenzar con una doxología que revela los consejos de Dios y sus propósitos en gracia para la bendición del hombre mucho antes de que el pecado haya desfigurado su bella creación.

La epístola no está escrita para corregir determinados errores en la asamblea cristiana. Posiblemente fue una carta circular; no hay saludos personales, aunque Pablo había trabajado largo tiempo en Éfeso. Su pensamiento está dominado por un elevado tema que es la sobreabundante gracia de Dios para con el hombre en Cristo. Considérense los triunfos de aquella gracia en Éfeso que se relatan en Hechos 19.18 al 20: “muchos de los que habían practicado la magia”, etc.

Efesios presenta una verdad no mencionada en los Evangelios ni en las Epístolas anteriores. Revela la intención de Dios de unir todo lo que hay en cielo y tierra bajo la dirección —la autoridad— de Cristo. Esto es llamado un misterio, a saber, un secreto sagrado previamente escondido pero ahora divulgado. (“…el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo”, 1.9,10; “…misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres”, 3.5,6) Esta unión es la forma definitiva de gobierno divino investida en el hombre Cristo Jesús antes del estado eterno, donde la justicia reinará y Dios será todo en todos.

Vinculada con esta hay otra revelación, que todos los creyentes, judíos y gentiles, han sido hechos uno, formando así el cuerpo de Cristo, quien es la cabeza. También esta Iglesia, la Asamblea, el objeto especial de su amor y sacrificio, le será presentada en gloria cual esposa suya. “… para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre”, 2.15. “… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa”, 5.27.

La primera parte de la carta, los capítulos 1 al 3, es marcadamente doctrinal, explicando el propósito de Dios para nosotros y nuestros privilegios correspondientes; los términos clave son “gracia” y “en Cristo” y conviene observar su repetición. Los capítulos 4 al 6 son una exhortación a conducirnos de una manera digna de nuestro elevado llamamiento; “andar” y “en el Señor” son los términos que se destacan. La primera parte trata de poseer y saber en la esfera espiritual, la segunda de caminar y guerrear en la esfera terrenal.

1.1 al 14
Alabanza para bendición espiritual

“Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre”, Salmo 72.18,19. Así cantó David, y nosotros bendecimos al mismo Dios, pero ahora revelado plenamente como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pablo prorrumpe en alabanza por la abundancia de bendiciones que Dios ha derramado en Cristo. Aseguradamente nos corresponde alabar, sea al comienzo del día o al comenzar una carta. Por ejemplo: “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza; Alabad a Jah, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza”, Salmo 33.1, 1471.1.

Primeramente, notemos la causa de nuestra bendición. Es la soberana voluntad y actividad de Dios mismo. Es conforme al beneplácito que se propuso en sí mismo. ¡Cuán con­solador es esto! “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones”, Salmo 33.11. Y ninguno puede detener su mano; Dios ha ordenado la bendición de su pueblo, y nadie puede revertir el mandato. Aun Balaam confesó: “He aquí, he recibido orden de bendecir; él dio bendición, y no podré revocarla”, Números 23.20. La seguridad eterna del creyente está arraigada en los propósitos eternos de Dios, así como son todas nuestras bendiciones.

Segundo, notemos el carácter de las bendiciones. Las de Israel eran terrenales y materiales, pero las nuestras son celestiales y espirituales. Israel perdió las suyas por pecado, pero las nuestras son seguras eternamente en Cristo. Pablo disfrutó de ellas sin impedimento por los rigores de una vida en la cárcel, o por la amenaza de una muerte inminente. ¿Las disfrutamos nosotros en realidad?

Tercero, notamos el costo de semejante bendición. Es “por su sangre”. Nunca podemos olvidar de que es por la muerte del Señor que llegamos a ser beneficiarios tan favorecidos.

Finalmente, notemos el propósito de este favor inmerecido. Es que seamos santos y sin mancha delante de Él. Ser santo es ser puesto aparte para el servicio de Dios, como eran los vasos sagrados en el templo, para que estemos ante Él cual siervos honrados en la presencia de su monarca. Tres veces leemos que el propósito de Dios es que seamos para la alabanza de su gloria. Su gran designio es que ahora y en la eternidad los hombres y los ángeles le adoren por su obra en nosotros, vista en lo que somos y hacemos. ¡Oremos que sea así en nosotros hoy mismo!

“Cada día te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y para siempre”, Salmo 145.2.

1.15 al 23
Oración por sabiduría espiritual

La gracia de Dios y la respuesta del creyente causan gratitud y oración en Pablo. ¿Cuántas gracias damos nosotros por todos los santos? ¿Cuánta mención hacemos por ellos por nombre, cada cual con su necesidad particular? ¿Oramos por su progreso espiritual, o sólo por su bienestar temporal? ¿Incluimos a todos; el que anda mal, el siervo fiel, el menor y el mayor? Hacer esto consume tiempo. Pablo nos dio un ejemplo: “Siempre orando por vosotros”, Colosenses 1.3; “orando en todo tiempo … por todos los santos”, Efesios 6.18.

Él ora al Padre de gloria, la fuente de donde emana toda verdadera gloria, para que alcancemos conocerle de veras. Debemos aprender su voluntad diligentemente de las Escrituras, y llegar a conocerle más y más. “… añadid a vuestra fe … conocimiento”, 2 Pedro 1.5; “a fin de conocerle”, Filipenses 3.10; “que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual”, Colosenses 1.9.

Él quiere que los ojos de nuestro corazón sean alumbrados para conocer tres cosas y tener una convicción personal acerca de ellas:

Primeramente, debemos recordar que nuestro llamamiento trae en sí una esperanza, un ancla segura y firme para el alma. Somos salvos en la esperanza de una relación eterna con Cristo en gloria. Estar a la expectativa de aquel día es fortalecernos por las pruebas del presente. Fijar nuestro corazón no solamente en la redención del cuerpo sino también en estar con Cristo y ser como Él, nos librará de aspiraciones humanas.

Segundo, debemos considerar la abundancia de gloria que Dios tiene en su herencia en los santos. Todo verdadero israelita atesoraba grandemente la herencia asignada para él en Canaán. Pero Dios también tiene una herencia. Dijo Moisés, “La porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó”, Deuteronomio 32.9.

Debemos percibir nuestra salvación, no como una bendición para nosotros en primer lugar, sino como causa de placer y eterna gloria para Dios. Su obra espléndida en la creación física está eclipsada por sus triunfos morales y espirituales en su pueblo.

Tercero, necesitamos una convicción firme en cuanto a la super grandeza de su poder. Es la poderosa fuerza que fue ejercida contra todos los poderes de las tinieblas cuando Él resucitó a Cristo de entre los muertos y lo entronó a su diestra por encima de todo. Este poder está disponible a nosotros que confiamos en él, y es un poder disponible ya.

“Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros”, 1 Samuel 12.23.

2.1 al 10
Vida nueva y creación nueva

¡Qué triunfo es la vida de entre los muertos! El gran poder de Dios realizó no sólo la resurrección de Cristo, sino también una vida nueva para nosotros. Estábamos muertos; muertos para Dios, del todo insensibles a sus derechos sobre nosotros, 2.1. Desde luego, teníamos buena respuesta a las insinuaciones sutiles de Satanás que gobiernan a los hombres de este mundo.

Esto, dice Pablo, era el caso con el judío y el gentil. Éramos todos hijos caracterizados por desobediencia, y por esto hijos que provocaban la ira de Dios, 2.2,3.

Pero Dios ha actuado. Considérese su gran amor con que nos ha amado; reflexione en las abundantes riquezas de su gracia hacia nosotros. Por gracia, el favor inmerecido de Dios, hemos sido salvos. “Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”.

La salvación de nuestros pecados es un proceso diario a medida que vayamos velando y orando y nuestro Señor intercede por nosotros. Él “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”, Hebreos 7.25. La salvación de la presencia del pecado es futura. “Ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos”, Romanos 13.11. Pero ya hemos sido salvos del castigo eterno de nuestros pecados. Podemos decir que “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”, Tito 3.5.

Dios ha actuado de tal manera que en las edades futuras podrá desplegar las incomparables riquezas de su gracia hacia nosotros. Somos hechura suya, una creación nueva. No nos podemos atrever a jactarnos secretamente, ni estar satisfechos, en cuanto a nuestros esfuerzos. “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová …”, Jeremías 9.23,24. Así como el elogio para una buena obra va al artesano que la hizo, también la alabanza para la obra de Dios en nosotros es exclusivamente suya.

Pero Dios tiene también un propósito presente. Somos creados de nuevo para andar, caminando paso a paso a lo largo de la vida, en una senda de buenas obras. Existimos para hacer conocer el carácter de Dios quien es bueno y hace lo bueno, siguiendo en las pisadas de Aquel que andaba haciendo bienes. Debemos hacer bien a todos, especialmente a los que son de la familia de los creyentes, Gálatas 6.10.

Dios ha designado nuestras buenas obras: dar a los necesitados, visitar a los enfermos, practicar la hospitalidad. Oremos que a diario estemos preparados para toda buena obra; digamos como el rey David, “: ¿No ha quedado nadie … a quien haga yo misericordia de Dios?” 2 Samuel 9.3. “Recuérdales”, escribió Pablo, “que estén dispuestos a toda buena obra”, Tito 3.1.

Dios “nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”, Efesios 2.5,6.

2.11 al 22
Acuérdense … pero ahora … paz

“Por tanto, acordaos”. Es provechoso reconocer cuán lejos de Dios estábamos. Hacemos bien en tomar a pecho lo de Isaías 52.1: “Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados”. Aquella a quien mucho ha sido perdonado, ¿acaso no va a amar mucho? Lucas 7.47. Todo pecador está muy alejado de Dios y la salvación es como sacar al pobre y mendigo de su abandono y sentarlo entre los príncipes para heredar el trono de gloria.

Los gentiles no podían siquiera reclamar las promesas de un Salvador hechas a Israel. Estos eran “israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas”, Romanos 9.4. Además, los mismos mandamientos de Dios fueron diseñados para salvaguardar a Israel de la idolatría e inmoralidad de las naciones. Pero esto fue abusado para alimentar el orgullo judío y la envidia gentil. De los arraigados prejuicios nacionales y los odios tribales que han sido un flagelo a la humanidad, ninguno era mayor que la barrera entre judío y gentil. Pero la cruz anuló todo esto; ahora ambos han sido reconciliados a Dios. El resultado es paz con Dios y paz entre hombre y hombre. La disfrutamos.

“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies … del que trae la paz!” Isaías 52.7. ¿Cómo podría traer buenas noticias de paz un mensajero trepando los cerros de Judá? Porque la victoria había sido ganada. Así el mensaje del Señor después del triunfo de la cruz fue: “Paz a vosotros”, Juan 20.19.

Ahora Cristo ha hecho del judío y del gentil un solo cuerpo, completamente nuevo. Somos todos ciudadanos de la Ciudad celestial, todos miembros de una misma familia, hijos con acceso al mismo Padre, incorporados juntos como un edificio donde Dios mismo tiene su morada por el Espíritu.

Guardemos en mente siempre el contraste, y la gracia de Dios que ha efectuado el gran cambio. En un tiempo estábamos separados de Cristo, excluidos de las promesas hechas a Israel, sin ninguna esperanza del futuro, y enteramente sin Dios. Ahora hemos sido traídos cerca, y más cerca no podríamos estar. “En Cristo Jesús” nos coloca junto al corazón de Dios, y “por la sangre de Cristo” asegura que vamos a estar allí por siempre jamás, 2.13.

“Bien coordinado … para ser un templo santo en el Señor”.

3.1 al 13
Un preso para ustedes

Pablo está encarcelado. Es consecuencia de haber traído el evangelio a los gentiles, despertando la envidia de los judíos. Pero él no habla de ser prisionero del César. Es prisionero de Cristo Jesús, todavía en manos de su Salvador amante y sabio, y reconoce que es la voluntad de nuestro soberano Señor para él.

Más adelante pide oración, no para que sea liberado de la cárcel, sino gracia para ser fiel en ella. “… preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno … orando … por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra”, 4.1, 6.18 al 20.

¿Cuántos han sufrido por nosotros al declarar todo el consejo de Dios? ¡Cuántos han sufrido la hoguera para que contáramos con las Escrituras en nuestro propio idioma! ¡Y cuántos están presos aun hoy! Recordémoslos y oremos por los que están detenidos.

El Señor nos lleva a un lado de varias maneras para revelarse y hacernos conocer su voluntad para nosotros. Pablo se maravilla ante el favor que le es concedido al ser escogido para hacer conocer los secretos que por edades estaban ocultos. El Antiguo Testamento enseñaba que los gentiles serían bendecidos con Israel. “Alabad, naciones, a su pueblo, porque él … hará expiación por la tierra de su pueblo”, Deuteronomio 32.43. Pero ahora, dice Pablo, ambos son incorporados en un solo cuerpo nuevo. Cualesquiera nuestros antecedentes antes de la conversión, somos coherederos de una herencia eterna, miembros en común del cuerpo y copartícipes de las promesas de Dios. 3.6.

Cuán honrado fue Pablo al predicar las riquezas de Cristo que no admiten límite, explicación ni comprensión, ¡sino pertenecen sólo a Cristo glorificado! Él ya se ha descrito como el menor de los apóstoles, pero ahora es “menos que el más pequeño de todos los santos”. Cuando nos acordamos de la esterilidad de nuestros días de incon­versos y la sorprendente bondad de Dios, ¿cómo podemos pensar que somos algo en nosotros mismos?

“¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría”, Salmo 104.24. Esta es la alabanza de la primera creación, pero ahora Dios está desplegando a las inteligencias invisibles su multiforme sabiduría a través de la nueva creación que nunca será manchada por el pecado. Es su sabiduría, de múltiples colores y belleza como el arco iris, que se ve en la Iglesia. La Iglesia es el resultado de su eterno propósito y está destinada para gloria eterna. Por esto no desmayamos, 3.13.

Al sufrir por Cristo, gocémonos y alegrémonos, porque nuestro galardón es grande en los cielos, Mateo 5.11,12.

3.14 al 21
Conociendo aquel amor

Gran gracia fue de parte de Dios preservar para nosotros las oraciones de varones de Dios como Nehemías y Daniel. Valiosos son los salmos como registro de las confesiones y oraciones privadas del rey David. Por pasajes como estos aprendemos a orar, porque somos gente de las mismas pasiones y tenemos que ver con el mismo Dios. En este pasaje de Efesios Pablo describe otra de sus oraciones.

Oración, ¿cómo? Pablo dobla sus rodillas al Padre. Caer de rodillas es expresar reverencia, dependencia y ruego. En Getsemaní el Señor mismo se arrodilló y oró. En Mileto, Pablo y los ancianos de Éfeso se arrodillaron en oración. Daniel lo hacía tres veces al día, dando gracias a Dios cuando oraba. La postura corporal es consecuencia de, y una ayuda a, nuestro estado espiritual.

Oración, ¿a quién?  La oración en Efesios 3 es “ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo”. David y Daniel no le conocían como Padre, pero ahora el Hijo le ha dado a conocer, y el Espíritu Santo es enviado a nuestros corazones clamando: “Abba, Padre”, Gálatas 4.6. A Él, el Padre de las luces, Padre de espíritus, tenemos acceso con confianza, 3.12. “Por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”, Efesios 2.18.

Oración, ¿para qué?  Que Cristo haga de nuestros corazones su morada permanente, y que seamos capaces de comprender el vasto alcance del propósito y amor de Dios en Él. “Jesús le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”, Juan 14.23. Un mero estudio intelectual es insuficiente. Hace falta que el Espíritu Santo nos habilite para conocer el amor que sobrepasa todo entendimiento.

Además, es un privilegio al alcance de todos; cada uno de nuestros concreyentes tiene algo que ofrecer cuando buscamos un panorama completo del amor de Dios. Nadie puede pedirle demasiado; el Rey es sobremanera bondadoso.

Para comprender tenemos que ser arraigados y fundados en amor. La fuerza y hermosura de la ramita un árbol depende de la profundidad y distribución de sus raíces. La estabilidad de un edificio depende de sus fundamentos. Así, la confianza y el disfrute del amor de Cristo es la tierra donde crece una apertura cada vez más amplia del corazón a Él.

“A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos … sea gloria”, 3.20,21.

4.1 al 16
El andar digno del llamamiento

¿Cómo debemos comportarnos en vista de la asombrosa gracia de Dios hacia nosotros? Primeramente, debemos estar marcados por la humildad, 4.2.

La humildad es la llave tanto para agradar a Dios como para el crecimiento cristiano. Es una planta rara en esta selva del mundo. Florece en la presencia de Dios. Brota cuando dependemos completamente de Él, reconociendo nuestras faltas y su grandeza. “Humillaos, pues”, 1 Pedro 5.6. La mansedumbre fue el espíritu que Moisés mostró cuando fue cruelmente criticado por María, Números 12.3. No es falta de espíritu, sino tener nuestro espíritu bajo control aun cuando nos traten injustamente. La longanimidad es paciencia larga con los hombres tal como Dios mismo lo ha hecho, 2 Pedro 3.15.

¡Cuán diferente hubiera sido la historia de la Iglesia si hubiese obedecido estos mandamientos! Todos ellos tienden al gran objetivo de Dios, de armonía y unidad.

Hay un cuerpo habitado por un Espíritu, y una esperanza común para cada miembro. Nosotros todos confesamos el mismo Señor, ejercitamos la misma fe, nos asimos de la misma esperanza, y nos sometemos al mismo bautismo. La unidad creada por el Espíritu está cimentada en nuestra búsqueda diligente de paz, Efesios 4.1 al 3, manifiesta el Espíritu que debe dirigirnos, 4.4 al 7, enfatiza nuestra unidad, 4.7 al 11, y señala que en los diversos miembros de un cuerpo hay diversidad de funciones.

Para la diversidad dentro de esta unidad nuestro exaltado y soberano Señor le ha dado a cada miembro la medida apropiada de dones y gracia. Los apóstoles y profetas de la Iglesia primitiva, los evangelistas, maestros y pastores de hoy: cada uno y todos debemos valer como dones suyos. ¡Cuán bajo descendió Él por nosotros! ¡Cuán alto ha ascendido! Él utiliza su triunfo para enriquecer a su Iglesia, dando más pródigamente de lo que un general romano enriquecía a aquellos que compartían su victoria.

Cada don es para la construcción de todo el cuerpo de Cristo, aunque muchos dones se ejercitan en las iglesias locales. Cada uno de nosotros es responsable de ayudar. ¿Estamos contentos con permanecer como niños? Si no nos ocupamos de crecer, estamos en peligro de ser llevados por doquier como una embarcación sin timón, perdiendo la vista de nuestro verdadero objetivo en la vida. Esto es para alcanzar el espíritu, carácter y comportamiento de Cristo mismo, “crezcamos en todo en aquel”.

“Vamos adelante a la perfección”, hacia un crecimiento completo; Hebreos 6.1.

4.17 al 32
Vestíos del nuevo hombre

El camino del hombre, 4.17 al 19: Tenemos aquí una admonición solemne del Señor mismo a pensar y actuar de manera distinta al mundo que nos rodea. La indecencia desvergonzada y la concupiscencia desenfrenada del mundo romano van en aumento en el mundo de hoy. Las mentes de los hombres y mujeres están cegadas y sus corazones endurecidos, insensibles hacia Dios y su Palabra. ¡Qué descripción de los impíos! Esto enfatiza la corrupción de la naturaleza perversa que cada uno de nosotros hereda de Adán y todavía llevamos con nosotros. Ella no mejora con nuestra conversión; 4.22. Así que no nos atrevamos a dejarnos llevar por la corriente de esta vida.

El camino de Cristo, 4.20,21: Gracias a Dios que hay otra forma de vida que fue vista en Cristo. No hemos aprendido meramente acerca de Él, sino que hemos visto una vida de perfecta santidad incorporada en Jesús el hombre. Se ve la verdad en él.

El camino de los miembros de Cristo, 4.22 al 32: Dios ve a cada miembro del cuerpo de Cristo como “en Cristo”, de manera que el creyente debe manifestar el carácter de Cristo como parte de la nueva creación. Por lo tanto debe andar por costumbre en novedad de vida, practicando su vocación de santo. Deliberadamente tiene que desechar las viejas costumbres y también vestirse de las nuevas, 4.22, 24. “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”, Romanos 13.14.

Solamente el Espíritu Santo puede darnos el poder para hacer esto. Nos sella como posesión de Dios hasta que nuestros mismos cuerpos sean redimidos, Romanos 8.11,23. Él imparte y da fuerza a nuestra naturaleza nueva, pero podemos contristar o enfadarle como lo hizo Israel, 4.30. “Ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu”, Isaías 63.10. Así que debemos apartar toda amargura y mala voluntad. Nuestra actitud hacia otros debe ser correcta, ¡y con qué frecuencia se hace mención del hablar! De la abundancia del corazón habla la boca, dijo el Señor, y por nuestras palabras seremos justificados o “condenados”, Mateo 12.37.

Para ajustar nuestra conversación tenemos primero que ajustar nuestro pensamiento, ya que él determina el comportamiento. Tenemos que ser renovados en el espíritu de nuestras mentes, meditando humildemente en las Escrituras, 4.23. Luego, ocupados de Cristo, andaremos como Él anduvo.

Es nuestro gozo. Con gusto nos quitamos la vieja ropa sucia para ponernos la ropa hermosa de Isaías 52.1. Movidos por el amor de Dios hacia nosotros, llegamos a ser positivamente bondadosos y perdonadores sin reserva.

“Perdonando … como Dios también … os perdonó”, es la norma del 4.32.

5.1 al 21
Los hijos imitan a su Padre

Andar en amor, 5.1,2: ¡Qué privilegio el de ser llamados a ser como Dios mismo! Somos hijos que imitan a su Padre amoroso; se nos insta a vivir en amor como Cristo mismo nos amó, asegurando nuestro perdón a un costo inestimable para sí mismo.

Andar en pureza, 5.3 al 6: El amor suyo de negación propia es lo opuesto a lo que los hombres muchas veces tildan como amor. Es un llamado a la pureza. Evitemos conversaciones sobre la lujuria ilimitada de los impíos y la sodomía que Dios condena absolutamente; son cosas que no convienen nombrar ni pensar. Ocupemos la mente más bien en lo que es de buen nombre.

“Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”, Filipenses 4.8. “¿Qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis?” Romanos 6.21. “Quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal”, Romanos 16.19.

La liviandad conduce a menudo a una actitud irrespetuosa al nexo sagrado que es el matrimonio, y también a cosas que dejan a los hombres y mujeres fuera del reino de Dios y expuestos a su ira. El pueblo de Dios no se atreve a participar en lo que contamina, y teme también a los cómicos mundanos.

Andar en luz, 5.7 al 14: No es sólo que estemos en la luz, sino que somos luz, identificados con nuestro ambiente espiritual y con la naturaleza de Dios nuestro Padre. Tal vez no resulte fácil distinguir entre quienes duermen y los que están postrados en muerte, ¡pero cuán vergonzoso es para nosotros si no nos distinguen de los hijos de desobediencia que están muertos en sus pecados! Debemos ser tan diferentes de ellos como la luz de las tinieblas. Entonces, no seamos descuidados. La gente alrededor ignora la desaprobación divina, pero el hijo de Dios debe velar y cuidarse.

Andar en sabiduría, 5.15 al 21: La senda del amor, la pureza y luz es a su vez la de sabiduría. Los prudentes estiman el tiempo presente como demasiado precioso para ser malgastado en pasatiempos. El tiempo es corto para todos. De la manera en que uno se aprovecha con entusiasmo de una buena compra en el mercado, así debemos “redimir” o aprovechar toda oportunidad de servir a Dios y al hombre.

¿Cómo podemos ser frívolos en días tan malos? El cristiano no se atreve a entregarse en exceso a nada— ni bebida embriagante ni ninguna otra cosa. La embriaguez conduce a disolución, la necedad del hijo pródigo. ¿Hacemos lugar amplio para el Espíritu Santo en nuestras vidas? Sólo así experimentaremos el gozo verdadero en alabar a Dios, “¿Está alguno alegre? Cante alabanzas”, Santiago 5.13. Siendo así, daremos gracias en todo, y por reverencia a Cristo desarrollaremos un espíritu sumiso en nuestras relaciones unos con otros.

“No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas”, 5.11.

5.22 al 33
La sagrada hermosura del matrimonio

Este pasaje tan llamativo es una exhortación a la sumisión mutua y al afecto. Es primeramente un llamado a la sumisión de las esposas a sus maridos y después (en el capítulo 6) de los hijos a sus padres, de los trabajadores a sus patronos. Es a la vez una exposición del deber de los esposos, los padres y los patronos.

Para el hombre natural es irritante someterse a quien sea. Pero, cuando niño, el Señor del universo se sometió a sus padres imperfectos, y posteriormente a gobernadores injustos. Reconoció que toda autoridad procede de Dios; Lucas 2.51, Juan 19.11. Por cierto, aprendemos de 1 Corintios 15.28 que Él se sujetará de nuevo a Dios, estando aún en una humanidad perfecta y glorificada, una vez que todos sus enemigos hayan sido puestos como estrado de sus pies.

Por lo tanto, no se da a entender en esta sumisión en Efesios alguna idea de inferioridad. Tal como el varón es cabeza de la mujer, la sumisión de ésta debe ser como al Señor propiamente. Además, será una sumisión como la que la Iglesia debe tener ante Cristo. No se trata de una obediencia temerosa sino de una respuesta voluntaria a un amor que la merece.

Es igualmente exigente la responsabilidad que tienen los maridos, a saber, la de amar a la esposa como Cristo ama a su Iglesia. Esto encierra una consideración espontánea y una renuncia deliberada en bien de la esposa. Sin duda las exhortaciones como ésta deben gobernar los pensamientos antes de que uno entre en una relación matrimonial de por vida. Estamos en la obligación de cultivar nuestras relaciones con nuestros semejantes; casados o no, el espíritu de Cristo debe ser el nuestro. Es más: esposo y esposa son uno, de manera que el marido debe cuidar a su esposa como a su propio cuerpo. Al considerar los intereses de su prójimo, él está considerando los suyos propios.

Se nos resalta en esta lectura la dignidad del concepto de lo precioso y santo de la unión conyugal. Se asemeja a la que existe entre Cristo y su Iglesia, una relación única por la cual Él se dio a sí mismo. ¡Es un gran privilegio ser miembro de esta comunidad! El propósito de su sacrificio fue de santificar a la Iglesia, apartándola para sí, habiéndola lavado, así como cada miembro se lava por la purificación espiritual de la Palabra hablada por Dios. Así, la Iglesia es apta para su divino Amado, como lo fue Eva para Adán, para serle presentada gloriosa, sin mancha que ensucie ni arruga que desfigure, como “una esposa ataviada para su marido”, Apocalipsis 21.2.

“Amad … como Cristo amó … y se entregó a sí mismo”, 5.25.

6.1 al 24
La buena pelea de la fe

El párrafo constituido por los primeros nueve versículos del capítulo es la conclusión de las exhortaciones en la carta a comportarnos de una manera acorde con nuestro alto llamamiento. En el hogar los hijos deben obedecer, y los padres deben ser considerados pero firmes. En el empleo diario tanto los patronos como los trabajadores deben reconocer que están a la vista del Amo celestial.

Es inmensa la riqueza de nuestra bendición espiritual. ¿Pero la disfrutamos? ¿Hemos perdido nuestro gozo en el Señor, la orientación del Espíritu Santo y el poder para vivir como deberíamos? Como los enemigos quitaron de Israel la herencia en Canaán que fue dada por Dios, así las fuerzas invisibles intentan despojarnos de la herencia nuestra. Y aquí se nos instruye cómo resistirlas.

Nuestra lucha no es contra enemigos humanos. Los hombres, empleados por Satanás, tal vez diluyan la verdad o sacudan nuestra fe en las Escrituras. Los maestros falsos quizá nos hagan sentir autosuficientes. Pero la lucha es en realidad contra opositores espirituales que son poderosos y sagaces; son “espíritus engañadores”, 1 Timoteo 4.1. Con todo, Dios nos ha provisto de una armadura completa, y debemos vestirla resueltamente.

Las armas también son espirituales; 2 Corintios 10.4,5. Cada día debemos ceñirnos con el cinturón de la verdad; tenemos que conocerla y aplicarla. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, Juan 8.31,32.

Nos hace falta la coraza al enfrentarnos con el enemigo, encontrándonos en buena actitud ante Dios y el hombre. Debemos estar en condiciones de anunciar el evangelio de la paz, llevando así la guerra al territorio del enemigo. Les decimos a las gentes que la victoria fue ganada en el Calvario, de manera que ellos puedan disfrutar de paz. “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación!” Isaías 52.7.

Más de todo, la fe en Dios y en su palabra es una gran protección, como un escudo que cubría el soldado romano. Puesta la esperanza en la consumación de la salvación como un casco, tomamos la espada del Espíritu que es la Palabra que Cristo ha dado. Nos incumbe leer las Escrituras, aprenderlas de memoria y meditar en ellas “de día y de noche”, Josué 1.8. Una humilde confianza en ellas nos ayudará a desviar los ataques de Satanás, como hizo nuestro Señor cuando fue tentado en el desierto, Mateo 4.4,7,10. “Bienaventurado el varón que…en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”, Salmo 1.2.

Finalmente, en todo tiempo y en toda crisis, debemos acercarnos a Dios en oración sincera. No sólo a favor de nosotros mismos, porque “todos los santos” requieren apoyo, aun los hombres como Pablo. Así es como la doctrina del cuerpo único de Cristo se presenta de nuevo al final de la Epístola.

“La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable”, 6.24.

La Epístola a los Efesios

Ver

E.W. Rodgers, Purley, Inglaterra;
Precious Seed tomo 23

 

1             1 al 14;            El propósito de Dios

II             1.15 al 23;      La oración de Pablo

III             2:1 al 10;        ¡Qué cambio!

IV              2:11 al 22;     Un edificio nuevo

V             Capítulo 3;      El misterio

VI             4.1 al 16;         Ministerio en la iglesia

VII             4.17 al 5.20;   Hilos recogidos

VIII             5.21 al 6.24;   Algunas lecciones prácticas

 

I – 1.1 al 14;
El propósito de Dios

 

Bien se ha dicho que esta Epístola es el Monte Everest de la Biblia. Expone la verdad más elevada; su rival cercano es Colosenses. El estudiante debe comparar las dos epístolas para ver qué tienen en común y cómo el material común se presenta de maneras diferentes. En Efesios se percibe al creyente como “en Cristo”, mientras que en Colosenses Cristo está en él o ella. En Efesios el creyente está sentado en lugares celestiales, mientras que en Colosenses está en la tierra. En Efesios nada se dice del regreso del Señor Jesús, pero en Colosenses sí.

Ambas cartas fueron escritas, según parece, en Roma cuando Pablo era prisionero, y entendemos que así también la carta a los Filipenses. Véanse Efesios 3.1 (“yo Pablo, prisionero”), Filipenses 1.7 (“en mis prisiones”) y Colosenses 4.18 (“acordaos de mis prisiones”).

Parece también que la carta a los Efesios fue una especie de circular, y bien puede ser que fue enviada a Laodicea y finalmente a Colosas; considérese Colosenses 4.16. Es dudosa la autoridad para las palabras “en Éfeso” en Efesios 1.1. Su lugar se puede dejar vació y el nombre de cualquier lugar puesto en sustitución. Esta afirmación queda fortalecida por el hecho de que no se nombra a ningún individuo en la epístola, ni siquiera en sus palabras finales. Sea como fuere, sabemos que toda la Palabra de Dios es para todo el pueblo de Dios, y que posiblemente esta carta sea uno de sus tesoros principales.

El escribano humano fue Pablo, conocido en un tiempo como Saulo de Tarso; el que en otro tiempo les metía temor en los cristianos era ahora su apóstol autorizado y ardiente. Hay veces cuando magnifica su oficio y otras cuando reconoce su propia indignidad para llevar esta responsabilidad. Por cierto, en esta carta se llama a sí “menos que el más pequeño de todos los santos”, 3.8.

Ahora él está aprendiendo por experiencia cuán grandes cosas debe sufrir por el nombre del Señor Jesús, pero en vez de sentir lástima tiene su ojo puesto en el Cristo en gloria, y su corazón late por el bienestar de sus muchos convertidos a quienes escribe. Todo dependía del enfoque. Pablo miraba arriba y veía a Cristo a quien Dios había puesto “sobre todo nombre que se nombra”, 1.21. El penetrante ojo de la fe desconoce límites.

Esquema

El análisis que tenemos en mente para nuestro estudio es el siguiente:

I       1.1 al 2          Introducción; saludos apostólicos

1.3 al 14        El propósito de Dios, el cual-

abarca todo tiempo

abarca toda persona

involucra las tres Personas de la Santa Trinidad

define un plan ordenado

imparte beneficios permanentes

declara la naturaleza de Dios

II       1.15 al 23      La oración de Pablo

“la esperanza a que él os ha llamado”

“las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”

“la supereminente grandeza de su poder para con nosotros”

la metáfora “el cuerpo de Cristo”

III       2.1 al 10        ¡Qué cambio!

lo que eran antes

lo que son ahora

lo que deberían ser

IV       2.11 al 23      Una ilustración

la posición del judío y el gentil antes de efectuarse la gracia

de  Dios hacia ellos

la oferta que fue extendida al judío y posteriormente

al gentil

la posición en el caso de aquellos que aceptaron la oferta

la fundación de este lugar nuevo

V       3.1 al 21        El misterio

la oración de Pablo

VI       4.1 al 16        Ministerio en la Iglesia

el andar digno del llamamiento

la unidad detallada

la diversidad existente

VII       4.17 al 5.20   Hilos recogidos

“en Cristo”

la gracia

el alumbramiento

el nuevo hombre

los santos

el Espíritu de promesa

el andar

un cuerpo

VIII       5.21 al 6.24   Algunas lecciones prácticas

esposas y esposos

hijos y padres

trabajadores y patronos

la guerra cristiana

 

Introducción; saludos apostólicos

El escritor habla de sí como “Pablo, [un] apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”, 1.1. Había otros apóstoles, con sus respectivas esferas de servicio. Él era el apóstol a los gentiles. No fue así por elección propia ni autonombramiento, sino “por la voluntad de Dios”. Al escribir a Timoteo dice que era apóstol “por mandato, epitagé,  de Dios Salvador”, 1 Timoteo 1.1. De esta manera estaba asegurado que estaba en la corriente de la voluntad divina y autorizado por designación soberana.

Por regla general él habla del Señor como “Cristo Jesús”, un título que denota su gloria actual en resurrección, y describe a sus receptores como “los santos y los fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso”. Su creencia inicial se manifiesta en su fidelidad continua. El título “santos” significa el gran estado de santidad que les era suyo con base en la obra limpiadora de Cristo, mientras que “fieles” indica su carácter presente.

Su saludo en el versículo 2 está expresado en términos que apelarían a tanto judío como a griego. “Gracia” sería entendida por los gentiles y “paz”, salóm, por los judíos. La gracia es la fuente de la paz que fluye de ella, y cada una tiene su origen en Dios nuestro Padre y [sic] el Señor Jesucristo. La sola preposición “de” apo, gobierna los dos nombres -Dios y Señor- enfatizando así la absoluta igualdad de las dos Personas.

El propósito de Dios, 1.3 al 14

Estos versículos constituyen una de las oraciones gramaticales más largas en las Escrituras. Se trata, quizás, de la declaración más comprensiva del propósito de Dios, cada palabra cargada de un tomo de verdad. Su propósito abarca todo tiempo, abarca ambos pueblos e involucra las tres Personas de la Trinidad.

Abarca todo tiempo:  Tal vez deberíamos decir más bien que va desde la eternidad hasta la eternidad. Mira atrás al pasado remoto y afirma que el creyente fue escogido en Cristo antes de la fundación del mundo. La época de este mundo que nos ha tocado es uno de esos hechos que los investigadores científicos no han determinado. Es cuestionable que lo descubran con exactitud; tal vez sea una de esas “cosas secretas” que pertenecen al Señor. Pero cuando quiera que el mundo haya sido fundado, fue antes de eso que Dios “nos escogió en él” con miras a que fuésemos “santos y sin mancha delante de él”, 1.4, un propósito que será realizado a la postre, 5.27, cuando seamos presentados a Él. No podemos abundar aquí sobre la elección, pero diremos que Dios no nos eligió como clase, sino como individuos conocidos a Él de antemano. Tampoco nos eligió porque sabía que íbamos a creer, sino que nosotros creímos porque nos escogió.

Este propósito tendrá su realización definitiva al llegar “la dispensación del cumplimiento de los tiempos”, 1.10, cuando todo sea sujeto a Cristo (“reunir todas las cosas en Cristo”). Aparentemente se refiere a una ocasión posterior al milenio, ya que éste es tan sólo uno de los “tiempos” (o “sazones” – períodos caracterizados por algo en particular), al final del cual el hombre, bajo mandato de Satanás, se rebelará contra el mejor Rey que jamás haya tenido. Pero en este eterno futuro, cuando todo está dirigido por Cristo, la dispensación de la plenitud abarcará tanto cielo como tierra. Habrá terminado para siempre la discordia que existe ahora. Todos los “tiempos” de la tierra habrán transcurrido; una vez que Dios haya realizado su propósito eterno por medio de las “sazones”, Él llevará todo a su predeterminada culminación y Cristo será Cabeza suprema. En ello nosotros los creyentes tendremos nuestra parte, como se percibe por los versículos 11 y 12.

De manera que los propósitos divinos tuvieron sus raíces en lo que nosotros llamamos una eternidad pasada, y tendrán su fruto definitivo en una eternidad todavía futura, las dos separadas por el acontecimiento central de la cruz (“por su sangre”, 1.7).  Las actividades pasadas de Dios señalaban todo esto, y sus actividades futuras fluirán de, y dependerán de, ello.

Abarca las dos partes, judío y gentil. Se debe notar los pronombres en esta sección (y, por cierto, en todo pasaje). El “nosotros” (sobreentendido en el español) en el 1.12 se refiere a los creyentes judíos, quienes, en lo que a su nación se refiere, habían esperado a un Mesías por venir. (“Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”, Lucas 24.21). El “vosotros” del 1.13 se refiere a los gentiles, quienes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio tocante a su salvación, habían confiado en el mismo Mesías y con esto fueron “sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Su acto de fe y su sellado fueron simultáneos, sin lapso de tiempo entre los dos hechos, 1.13. El incidente registrado en Hechos 19 (los doce señores en Éfeso) es de un carácter peculiar que no tratamos aquí.

Este “nosotros” y “vosotros” -1.12,13- están comprendidos en el pronombre “nos” del 1.3 y en la “nuestra” del 1.14. La naturaleza envolvente del propósito de Dios se desarrolla en el capítulo 2, como veremos.

Las tres Personas de la Trinidad divina están involucradas. La unidad de la Deidad y de la Trinidad es una verdad que el intelecto del hombre no puede explicar pero su fe puede aceptar. Cada Persona tiene su propio territorio de actividad, y por ende es el Padre que elige, versículo 4, el Hijo que redime, versículo 7, y el Espíritu que sella, versículo 13. No es que sean acciones independientes; cada cual obra en armonía con las otras Personas. Cada cual realiza lo que es esencial para lograr el propósito eterno, al decir del 3.13. Esta cooperación armoniosa en la Deidad está insinuada en las tres parábolas de Lucas 15, en 1 Pedro 1.1,2, en 2 Tesalonicenses 2.13,14 y otras partes.

¡Cuán maravilloso es que Dios, en la plenitud de su ser, se haya ocupado activamente a lo largo de las edades, y se ocupa hoy por hoy, en lograr el eterno bienestar de criaturas tan indignas como habíamos llegado a ser! ¡Y a tanto costo!

Se define un plan ordenado:  Tengamos presentes los vocablos empleados: amor, 1.5; voluntad, 1.9; beneplácito, 1.9; propuesto, 1.9; designio, 1.11; el que hace, 1.11.

La fuente de todo este plan maravilloso se encuentra en el amor de Dios, lo cual le hizo tener una voluntad – un deseo tal que Él se deleitaba en su amado Hijo único- y contar con el cielo repleto de “muchos hijos” como Aquel.

El pensamiento de tal cosa le daba “beneplácito”; la idea era agradable a su corazón. Por esto, y resuelto esto, propuso en sí mismo que así fuese; Él tomaría medidas para realizar lo que amor había concebido. Pero había un obstáculo: el hombre estaba subyugado a sí mismo y a Satanás. Él tendría que ser librado de sus ataduras, pero hacerlo requeriría satisfacer las severas demandas de la justicia.

Por lo tanto, hubo el divino “designio” -consejo- sobre cómo vencer los obstáculos y cumplir con las demandas. La solución del problema estaba por medio de la cruz -la redención por sangre- y una vez realizada ésta se pusieron en marcha operaciones por medio de Aquel que ahora está obrando todo “según el plan”.

La mayoría de nosotros han construido castillos en el aire y nos hemos deleitado al contemplarlos. El joven se compromete con una señorita en amor y desea de formar un hogar con ella; esa voluntad le da mucho beneplácito al reflexionar sobre el propósito, aun cuando habrá que enfrentar muchas dificultades, ya que hará falta “cortar el saco según la medida”. Pero, atendidas ya las cuestiones financieras y otras, se realizan las operaciones de construcción y él tiene la satisfacción de ver que se hacen todas las cosas día a día. Llega el momento feliz cuando los dos se instalan en la casa, su amor llevado a fruición, su deseo alcanzado, su propósito realizado, las dificultades superadas, y su corazón satisfecho.

Beneficios permanentes fluyen este propósito de Dios. Hay perdón, 1.7; adopción, 1.5; redención, 1.7. El perdón resuelve el pasado, la redención asegura el futuro, y la adopción como hijos garantiza el presente y el futuro también. Un examen adecuado de estos beneficios llenaría muchas páginas aquí, pero es algo que el lector haría bien en emprender. Se verá en ellos que Dios ha provisto para toda contingencia posible. Los términos empleados aquí no admiten restricción y deben ser interpretados de la manera más amplia posible.

El propósito declarado: Todo tiene como su fin “la alabanza de su gloria”, 1.12. La gloria es la excelencia desplegada, y este despliegue evoca alabanza. Esta gloria será desplegada en nosotros, de manera que seamos “para la alabanza de su gloria”. Pero somos introducidos por gracia soberana, de modo que es “alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”, 1.6,12,14. Dios ha declarado lo que Él mismo es, y esto a su vez ha resultado en que Él manifestara gracia en nosotros, y ello a su vez resulta en una doxología a lo largo de la eternidad sin fin.

 

II – 1.15 al 23;
La oración de Pablo

 

Todo lo tocante a la posición actual del creyente difiere de lo que regía con Israel en su apogeo. La economía anterior es muy inferior al propósito de Dios en estos tiempos. En aquel entonces Israel gozaba en Abraham de diversas bendiciones en Canaán; nosotros somos bendecidos en Cristo con toda bendición espiritual en lugares celestiales.

Esto no fue divulgado hasta haber puesto la base para su realización en la muerte, resurrección y glorificación de Cristo, y hasta que el Espíritu Santo había sido enviado como la garantía presente de lo que vamos a heredar en Cristo. El propósito constituía un “misterio” -un secreto guardado- 1.9, hasta el momento oportuno para su comunicación. Fue el primero en su concepción y será el primero en su consumación, pero fue el último en su revelación.

Pablo había abierto surcos para el evangelio en Éfeso, Hechos 19, y posteriormente había aconsejado a los ancianos de la iglesia local que fue formada allí, Hechos 20. Ahora, unos años más tarde, su corazón se regocija al oir de su “fe en el Señor Jesús y [su] amor para con todos los santos”, 1.15. Su fe era genuina; su amor la evidenciaba. Su amor no era selectivo sino comprensivo, extendiéndose a todos los santos. Esto hacía ver que habían sido alumbrados sus corazones en un tiempo entenebrecidos.

Nada sorprende, entonces, que Pablo estaba lleno de gratitud y presto a orar por ellos. Su deseo era que contaran con tan amplio conocimiento del “Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria” que se realizara tres logros:

(a) que fuesen sabios en cuanto a lo que estaba por delante para ellos

(b) que fuesen sabios en cuanto a lo que estaba por delante para Dios

(c) que supieran cuál es el poder que asegurará el (a) y el (b)

Pablo deseaba que supieran cuál es la esperanza de su llamamiento, 1.18. En el 4.4 la llama la “esperanza de vuestra vocación”. No se ha manifestado todavía, porque “lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” Romanos 8.24. Pero está expuesta en 1.10,11. En Cristo hemos recibido una herencia cuyo aval ya nos ha sido dado en la persona de Espíritu Santo.

De la manera como las joyas de Rebeca y el aro de compromiso en tiempos modernos son fianzas de lo que está por ser poseído y disfrutado, así es con el creyente ahora. El Espíritu Santo, quien fue prometido por el Señor Jesús, ha venido cual “arras de nuestra herencia”, 1.14, en la cual entraremos al experimentar “la redención de nuestro cuerpo”, Romanos 8.23.

Pablo deseaba que supieran cuáles son las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en su pueblo, 1.18. Parece que hay poca duda de que se puede traducir la cláusula como “hemos recibido una herencia” o también “hemos sido hechos una herencia”. La segunda posibilidad se explica en Deuteronomio 4.20, 32.9, donde se afirma que Israel era la herencia de Dios. (“la porción de Jehová es su pueblo”) Por otro lado, indudablemente hemos sido hechos beneficiaros de una herencia a causa de nuestra identificación con Cristo. Sin duda ambas ideas están presentes en el versículo 14; “las arras de nuestra herencia” nos habla de lo que tendremos en el porvenir, y “la redención de la posesión adquirida” declara lo que Dios tendrá en su pueblo.

Esto es el segundo punto en la oración paulina, a saber, que los creyentes tengan un conocimiento cabal de cuáles son las riquezas de la gloria (la excelencia desplegada) de la herencia de Dios en su pueblo. Pareciera ser una debilidad inherente en todo el pueblo del Señor pensar primeramente en lo que ellos van a recibir más adelante, prestando poca atención a lo que Dios recibirá en su pueblo redimido. Pero Pablo deseaba que los santos fuesen inteligentes en cuanto a ambos aspectos de un mismo asunto: el lado de Dios y el nuestro; lo que Él tendrá y lo que nosotros tendremos. “Las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” se desplegarán “cuando [Cristo] venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron”, 2 Tesalonicenses 1.10.

Pablo deseaba que supieran la supereminente grandeza del poder divino hacia nosotros, 1.19. Es el poder que puede llevar a cabo sus designios. No se ha podido ejercer ningún poder mayor hacia nosotros que aquél que Él ejerció en Cristo al resucitarle de los muertos. Fue el despliegue de “la supereminente grandeza de su poder”, ya que no hubo acontecimiento parecido antes de eso, ni ha habido después. No fue tan sólo resurrección, sino también exaltación al punto más alto de honor celestial, muy por encima de toda autoridad o poder visible e invisible, bien sea presente o futuro. Por cierto lo que había sido perdido por el primer Adán ha sido más que restaurado abundantemente por el postrer Adán, y todo el universo ha sido puesto en sujeción bajo sus pies.

Pero esto fue el despliegue de “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros” además de para con Cristo. Es para nosotros que hemos creído, ya que ahora estamos unidos inseparablemente con él como cuerpo con Cabeza, y espiritualmente hemos experimentado ya lo que Él experimentó al ser “vivificado por el Espíritu”, 1 Pedro 3.18.

Requiere poca imaginación entrar en la emoción que capturaba el corazón del apóstol mientras estaba recluido en un penitenciario. Su cuerpo estaba encarcelado pero nada podía encerrar su espíritu mientras contemplaba lo que Dios había realizado en Cristo, tomándole de las más profundas honduras de reproche y llevándole al pináculo de la gloria, y en este mismo hecho estableciendo un principio que aplicaría a todo aquel que creyera en Él. Pablo abunda sobre el tema en el capítulo 2.

Quizás alguno replicará que todavía no parece que todo en el universo está sujeto a Cristo, pero 1 Corintios 15.20 al 28 declara que seguramente así será: “luego que todas las cosas le estén sujetas …” Potencialmente, es así ahora; en su realización y manifestación, sucederá en el futuro; “por fe andamos, no por vista” – o sea, no por lo que está a la vista, 2 Corintios 5.7.

El cuerpo de Cristo

El concepto del “cuerpo de Cristo” es peculiar al apóstol Pablo; ningún otro escritor emplea esta metáfora. Sin duda la aprendió en el camino a Damasco. La pregunta, “¿Por qué me persigues?” le reveló que tocar al cristiano era tocar al Señor mismo; tocar a un creyente es como tocar un miembro del cuerpo, y de una vez la Cabeza siente el dolor. Él puede compadecerse de lo que los suyos sienten; Hebreos 4.15.

Aquel “cuerpo” es la Iglesia, la compañía de aquellos llamados a salir afuera, cuyo nacimiento data del Día de Pentecostés de Hechos capítulo 2. Sus componentes son los íntegros de la tierra, Salmo 16.3, la elite de Dios. Son unidad en diversidad, cada cual interdependiente del otro, cada uno diferente del otro, pero con todo hay “un cuerpo”, Efesios 4.4.

Es la “plenitud” de Aquel que lo llena todo en todo, 1.23. Es decir, la Iglesia es el complemento de Cristo así como el cuerpo es el complemento de la Cabeza. Una cabeza sin cuerpo es un nombre inapropiado; un cuerpo sin cabeza es meramente un torso. La Iglesia no es una organización sin vida, sino un organismo, vinculado insolublemente con la Cabeza en el cielo.

Ninguna posición más elevada que ésta se podría asignar a pecadores redimidos. La Cabeza de la Iglesia es el que lo llena todo en todo -que llena el universo en todas sus partes- y la Iglesia es su complemento.

¡Cuán asombroso es que el propósito definitivo de Dios no haya podido realizarse sin que Él se asociara con la Iglesia, y que esta Iglesia -esta compañía de pecadores redimidos de entre todas las tribus, naciones, pueblos y lenguas- participará en la gloria desplegada de Aquel que ha sido puesto muy por encima de principados y potestades, sean o no hostiles a Dios!

 

III – 2:1 al 10;
¡Qué cambio!

 

Alguien ha dicho, “No soy lo que debo ser, pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y por lo menos esto es más de lo que era”. A lo mejor este dicho está basado en las palabras de Pablo en 1 Corintios 15.10: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Sea como fuere, este trozo de Efesios trata de estas tres cosas, ya que en los versículos 1 al 3 Pablo hace recordar a los santos lo que eran en un tiempo; en 4 al 7 les dice qué ha hecho la gracia de Dios en ellos; y en el resto de la sección él enfatiza lo que deberían ser.

Dos veces dice que por la gracia son salvos, 2.5,8. Él emplea el tiempo del verbo que indica algo que sucedió en el pasado en un momento preciso, que tuvo, y que tiene un efecto duradero en cada creyente en particular. Uno fue salvo en un momento; uno es salvo para siempre. No es sólo por gracia de parte de Dios sino por fe de parte del individuo, 2.8. No es que la fe de uno le da mérito a él. El pecado original del hombre consistió en no creer y confiar en Dios, y para deshacer el daño de ese pecado uno tiene que renunciar ese desafío, creyendo y confiando en Dios.

“Gracia” y “fe” son palabras femeninas, tanto en el griego como en el español, pero el “esto” en el versículo 8 es neutral: “esto no de vosotros”. Si fuera la gracia o la fe que el escritor tenía en mente, él hubiera escrito, “esta … es don de Dios”. No es la fe que es el don de Dios, sino el hecho de ser salvo. La capacidad de creer y confiar es parte de la naturaleza humana. Nadie puede decir en verdad que él no puede creer a Dios; si así fuera, Dios no tendría por qué reclamar la incredulidad. Así, “el don de Dios” no debe ser restringido a una sola cosa; la frase abarca toda la obra de la salvación por gracia y por fe.

Al decirles que son salvos por gracia, Pablo está asegurando a los efesios de que están seguros por la eternidad y que su alabanza será eterna, por cuanto la salvación no fue cosa de ellos.

Lo que eran

El trozo 2:1 al 3 describe su condición anterior. “Vosotros” se refiere a los gentiles y “nosotros” a los judíos.

Estaban muertos espiritualmente, ajenos a la vida de Dios, consecuencia de transgresiones y pecados. Estaban dominados físicamente; al decir que andaban así, 2.2, él se refiere al estilo de vida que tenían. Aun cuando hayan dicho que estaban libres, su conducta estaba gobernada por el estado terrenal (la corriente) de este cosmos -este mundo- cuyo “príncipe” es Satanás, Juan 14.30. En vez de conocer la libertad de la eternidad, ellos estaban restringidos por condiciones terrenales y materiales.

Estaban en desobediencia moral. Eran “hijos de desobediencia” en el sentido de que su carácter era de persistir tercamente en desconocer la voluntad de Dios. Eran egoístas moralmente, motivados por la voluntad y los pensamientos de la carne, 2.3. Pablo reconoce que era así tanto entre judíos como entre gentiles, “todos nosotros”. Eran diferentes, pero ni el uno ni el otro amaba a Dios con corazón, alma y mente.

Estaban condenados judicialmente. Eran “hijos de ira, lo mismo que los demás”. Es decir, aquellos judíos estaban tan perdidos como los gentiles. La ira de Dios estaba sobre ellos, aun cuando su terrible destino estaba todavía por realizarse.

El pecado y sus consecuencias habían invalidado todo departamento de su ser: espíritu, alma y cuerpo. Su posición estaba de un todo opuesta a la que Dios deseaba; ellos se interesaban en lo terrenal, gobernados por Satanás, insensibles a las cosas divinas, opuestos a la voluntad divina. ¡Qué estado! ¡Con qué material tendría que trabajar Dios! Pero veamos lo que sigue en los versículos 4 al 7.

 

Lo que Dios hizo en ellos

Por la gracia de Dios, las cosas viejas pasaron. He aquí, todo fue hecho nuevo.

Podemos emplear una ilustración para ayudarnos a entender estos versículos. Todo río, o casi todo, comienza con una fuente. Ésta se convierte en río, el río tiene una boca y fluye finalmente al vasto océano. Vamos a descubrir estas cuatro etapas en esta sección.

La fuente: Se define en el 2.4: “su gran amor con que nos amó”. Es “por causa” de ese amor. En ese amor se encuentra la gran razón de todo lo que Dios ha hecho por nosotros. El escritor no emplea aquí fileo sino la palabra más fuerte de Juan 3.16 y 1 Corintios 13, agápe.

Oh, ¡quién jamás pudo expresar tu amor, o sondear la hondura, oh Salvador,
del manantial en el Divino Ser, o la extensión, o grande altura ver,
de tal amor!

Tenemos que resistir aquí la tentación a dilatarnos sobre este tema encantador del amor, eterno amor, de Dios. Diremos sólo que es la explicación de todo lo que sigue.

El río: “Pero Dios, que es rico en misericordia”, versículo 4. Él ha sido, es, y siempre será rico en misericordia. Fue misericordioso en anular de un todo el juicio.

Ejemplos en el Antiguo Testamento son David y Manasés. Cuando uno lee Salmos 32 y 51 y
2 Crónicas 33.12,13 (“Dios oyó su oración y lo restauró”), se da cuenta de que el corazón de Dios abraza al ofensor cuando éste confiesa de veras su pecado. “Dios, sé propicio [mise-ricordioso] a mí, pecador”, exclamó el publicano, y fue él -no el fariseo- que descendió a su casa justificado. Saulo de Tarso, en un tiempo blasfemo, perseguidor e injuriador, declara: “Fui recibido a misericordia”, 1 Timoteo 1.13. Podríamos multiplicar caso sobre caso, pero Dios es tan rico en misericordia que todavía la habrá en abundancia para el que la necesita.

Aunque somos hijos de ira, la promesa es que “por él seremos salvos de la ira”, Romanos 5.9. Esa misericordia se extendió a nosotros cuando estábamos “muertos en pecados”. La verdad quería condenarnos y la justicia castigarnos, pero la misericordia nos salvó.

La desembocadura: La boca es más amplia, más profunda, más grande que el río. Y así es en el trozo que estamos estudiando. Obsérvese la redacción en el versículo 7: “las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.

Gracia, perdón y paz consigue el pecador
que a Jesús, contrito, pide su compasión y amor.

Son “las abundantes riquezas” de su gracia. En el 3.8 el apóstol hablará de “las inescrutables riquezas de Cristo” en el evangelio. La gracia es el favor inmerecido, y no hay ningún objeto digno de semejante favor. Y el versículo habla también de la bondad de Dios para con nosotros. Fue ésta que suplió nuestra necesidad.

Amor, misericordia, gracia, bondad: todos manifestados en Cristo Jesús. Y son abundantes, dice; la idea no es tanto de cantidad sino de calidad. Esta es para la alabanza de la gloria de la gracia de Dios, con la cual nos hizo aceptos, 1.6. Ninguna actividad de Dios, antes o después de la cruz, es de comparar con el hecho de que nosotros hayamos sido hechos aceptos en el amado Hijo de Dios.

El océano: En las edades venideras de la eternidad Él manifestará lo que ha hecho y cuál es la esfera tan vasta en la cual ha introducido su pueblo redimido. “Nos dio vida juntamente con Cristo”. El Señor Jesús se sucumbió a la muerte a causa de delitos y pecados, pero no los suyos. Lo hizo a favor de su pueblo para que fuesen redimidos. Él descendió adonde estábamos con el fin de llevarnos adonde Él está ahora.

Conforme todos participamos en el solo acto de desobediencia de nuestra cabeza terrenal, Adán, así todo creyente participa ahora en lo que Dios ha realizado en el caso de nuestra Cabeza nueva, el Señor Jesús. Cuando Él recibió vida en muerte, ellos también. El hecho de que haya llevado los suyos al disfrute inmediato de todo lo que está vida encierra en la gloria, no debe ser causa de preocupación; todos los salvos estaban en la meta y el propósito de Dios en ese momento.

La segunda vez que encontramos “para” en estas líneas está en el versículo 9: “no por obras, para que nadie se gloríe”. Lo que Dios ha hecho es para su propia gloria: “El que se gloríe, gloríese en el Señor”, 1 Corintios 1.31. “Todo esto”, dice 2 Corintios 5.18, “proviene de Dios”, no dejando nada de la salvación como tema de jactancia nuestra. Bien sabía Pablo, como comenta en el capítulo 3 de Filipenses, que en las cosas espirituales no hay ventaja por antecedentes morales, educacionales, nacionales o raciales.

La tercera “para” la encontramos en el versículo 10: “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó … para que anduviésemos en ellas”. Las buenas obras no son necesarias para que uno llegue a ser salvo, pero sí son requeridas después de la salvación. Nuestro andar diario debe ser caracterizado por ellas. Anduvimos en otro tiempo (versículo 2) en egoísmo; los judíos en Éfeso andaban en un gran ritualismo. Ahora debemos ser como Dorcas, Hechos 9.36, quien “abundaba en buenas obras”.

En todas estas cosas habrá defectos en nosotros, sin duda. ¡Cuán imperfecta es la manifestación nuestra de la bondad de Dios! Nos contradecimos a nosotros mismos muchas veces, ¡y aun nos jactamos de nuestra posición y logros! Cuán prestos somos a intentar a esquivar oportunidades para “buenas obras” en vez de andar en una senda donde habrá oportunidades para encontrarlas.

Lo que yo era en mis tiempos en Adán es cosa del pasado. Lo que soy por la gracia de Dios es perfecto y no puede ser alterado. Lo que debo ser requiere una constante ocupación del Señor de gloria para que yo sea transformado día tras día a la semejanza suya, 2 Corintios 3.18.

Es más: Él nos resucitó juntamente con Cristo, según el 2.6, de manera que participamos de la vida suya. Y: “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. El hecho de que esté allí ahora es garantía de que nosotros participaremos un día de su gloria y reino.

Por ahora, Dios considera esto como un hecho consumado. Esta idea se desarrolla al final del capítulo 3, como veremos más adelante. Pero el océano no puede ser medido, y preguntamos ¿quién podrá medir la profundidad a la cual Cristo bajó, o la altura a la cual nos llevó, o la longitud del amor que lo hizo posible, o la anchura del Calvario?

Lo que deben ser

Hemos visto qué es el pecador antes de la salvación y qué hace la gracia de Dios en uno. ¿Pero somos en la práctica lo que Dios quiere que seamos?

Hay una palabra griega que figura tres veces en los versículos 7 al 10; es úna, en nuestro idioma “para”. En el versículo 7 leemos: “para mostrar … las riquezas … de su gracia”. Es cierto que es en el milenio mayormente que Dios va a mostrar sus riquezas, pero no podemos excluir el tiempo presente.

Nos faltaría tiempo para contar casos sobresalientes y obvios de la manifestación de la gracia de Dios, tanto en tiempos bíblicos (Saulo de Tarso, por ejemplo) como en la historia posterior y en la generación actual. Cada lector sabrá de personas cuyas vidas han sido cambiadas radicalmente por el evangelio, y cada uno que es salvo debe saber algo de esto en su experiencia propia. El caso de Saulo de Tarso se comenta en 1 Timoteo 1.12 al 17.

 

 

IV – 2:11 al 22;
Un edificio nuevo

 

Esta sección de la epístola comienza con las palabras, “Por tanto, acordaos”, y termina con, “ya no sois”. Todo el párrafo tiene que ver, entonces, con el cambio extraordinario que ha ocurrido en el trato de Dios con los hombres, de manera que ellos han abandonado la posición que antes ocupaban y han asumido una posición nueva como creyentes. Entre los dos trozos citados se explica cómo es posible.

Una ilustración

Para poder entender el asunto, vamos a usar una ilustración. Pensemos en una quinta de dos plantas, y la superior mucho más cómoda y mejor arreglada que la planta baja. Lamentablemente, no se llevan bien los inquilinos de abajo con los de arriba. Están de acuerdo en un solo punto: ambos grupos odian al dueño de la casa. En un intento por mantener la paz, este dueño ha construido una barrera para separar los dos grupos, pero el resultado ha sido todavía más fricción.

Entonces, ¿qué hacer? El propietario derrumba la barrera y de esta manera deja a los de arriba sin ciertas ventajas que tenían. Es más: avisa a todos los inquilinos que tiene ahora otro edificio en alquiler bajo condiciones muy favorables. Hay una sola planta, y todos los departamentos a un mismo nivel y de una misma comodidad. Si quieren ellos aprovecharse de la oferta (que no merecen) sólo tienen que cambiarse de residencia.

Aceptan la oferta uno o dos de los que viven arriba; el resto de ellos la rechazan. Muchos de los de la planta inferior aceptan gustosamente.

Con este caso en mente, prosigamos.

Las posiciones

La posición de judío y gentil, antes de ponerse en operación la gracia de Dios hacia ellos, está descrita como “en cuanto a la carne” en el versículo 11 y “en el mundo” en el versículo 12. “La carne” explica la relación de uno al primer Adán, el cual cayó; “el mundo” explica la relación de uno a Satanás, el príncipe de este mundo, Juan 14.30.

Aquellos de la planta superior son judíos, con sus muchos privilegios que los gentiles no tenían. Físicamente, contaban con el rito de la circuncisión, cual sello de la promesa dada a sus padres. Religiosamente, estaban “cerca” de Dios en el sentido que les había dado un sistema de ritos y figuras que les proporcionaba el derecho de acceso a él, cosa que los gentiles no tenían. Con desdén hablan de los gentiles como “la incircuncisión”, versículo 11, no reconociendo que ésta era tan sólo una de las ordenanzas carnales que estaban en vigor hasta el tiempo de la reforma, Hebreos 9.10. Moralmente, vivían sujetos a la carne, como hemos visto en el versículo 3.

Aquellos de la planta baja son los gentiles, “la incircunsición”. Estaban sin Cristo, porque “la salvación viene de los judíos”, Juan 14.22. O sea, el Mesías no vendría a través de los gentiles. Por esto estaban “sin esperanza” – sin la esperanza que abrigaba Israel, como en Lucas 24.21: “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”.

Ellos estaban “alejados de la ciudadanía de Israel”. Dios había hecho una gran promesa a Abram, pero los gentiles se quedaron excluidos de todos los pactos más específicos que vinieron después. Por cierto esos gentiles de Éfeso estaban “sin Dios”. “¡Grande es Diana de los efesios!” pero era diosa y no Dios.

Físicamente, carecían del distintivo nacional de la circuncisión. Políticamente, no pertenecían a la ciudadanía que tenía el otro grupo. Espiritualmente, estaban sin esperanza, Dios y vida. Estaban “lejos”, afuera. Había una barrera legal que les separaba. De la misma manera que un muro cerraba el paso al gentil al templo de Jerusalén y la tal persona entraba ese recinto bajo amenaza de muerte (como bien sabemos por el relato de Hechos 21.28,29), así en la esfera mayor los gentiles no participaban de los privilegios de los judíos. Es más, moralmente,  seguían al príncipe de la desobediencia, versículo 2.

La barrera era “la pared intermedia de separación”, 2.14. Pablo la llama “la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas”, y dice también que era “el acta de los decretos que había contra nosotros”, Colosenses 2.14. Israel la había firmado, como si fuera, ante testigos. Se había comprometido a cumplir sus condiciones, ignorando que estaba contraria a su naturaleza caída.

Esa ley del Antiguo Testamento proporcionaba muerte en vez de vida. Servía para exacerbar la enemistad que existía ya entre ese pueblo y Dios, y entre ellos y los gentiles. El código legal de Israel, con sus normas tanto civiles como ceremoniales, sólo hacía peor una situación insatisfactoria. El caso podría ser remediado sólo por algo nuevo; no habría paz al intentar a remediar lo inservible.

Así, el Señor Jesús nació “bajo la ley”. La magnificó y la engrandeció, Isaías 42.21, y a la postre murió bajo la maldición de esa ley, cosa que no mereció pero que sí ha debido ser la suerte para aquellos cuyo sustituto era. Él guardó la Ley y a la vez pagó la pena de quienes no la guardaban. Fue esa muerte que derrumbó la barrera y anuló el acta. Quitándola de en medio, la clavó en la cruz, Colosenses 2:14.

La Epístola a los Romanos debe ser estudiada con esto en mente, especialmente los capítulos 7 y 8. Estos dos capítulos iluminan el capítulo 2 de Efesios, como hacen también el libro de Gálatas y los pasajes paralelos en Colosenses.

Las exigencias morales de la ley son manifiestas en aquellos que andan según el Espíritu Santo, “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros que no andamos conforme a la carne”, Romanos 8.4. Estos requisitos no son un medio de acercamiento a Dios ni una base de posición santa ante Él, sino que son el producto básico de su vida en nosotros. Es esta vida que da la evidencia que su santidad requiere.

La oferta

“Al judío primeramente, y también al gentil”, Romanos 1.16, fue dada la oferta del evangelio. Fue extendida a todos, tanto de la planta superior como la inferior. Como manifiesta el 2.17, la proclama de paz entre las partes, y entre Dios y el hombre, fue para “los que estaban cerca” y “vosotros que estabais lejos”. El designio divino fue de reconciliar ambas partes a Dios en un solo cuerpo.

Aquella obra conciliatoria fue realizada por la cruz. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomando en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”, 2 Corintios 5.19. Así como un emperador puede publicar una proclama de paz a los que eran sus enemigos, el Cristo resucitado fue quien hizo esta oferta. Esta salvación tan grande fue anunciada primeramente por el Señor y nos fue confirmada por los que oyeron, Hebreos 2.3.

Este versículo en Efesios, el 2.17, dice que “vino y anunció las buenas nuevas de paz”, empleando para “anunció” la idea de predicar, evangelizar o hacer conocer buenas nuevas. Estas noticias son el aviso que nadie tiene que estar distanciado del Padre; hay acceso a Dios.

 

Nueva posición

Los que aceptan la oferta se encuentran en una posición completamente nueva. Hay “un nuevo hombre”. No es que las partes estén en paz por estar separadas, sino que ambas han sido trasladadas a una posición nueva. No están “en la carne” ni “en el mundo” sino “en Cristo Jesús” (una frase característica de la doctrina de Pablo). Están en asociación e identificación con Aquel a quien “Dios le ha hecho Señor y Cristo”, Hechos 2.36. Hemos visto ya, en los primeros diez versículos, cómo es esa identificación: vida, resurrección y exaltación a lugares celestiales. ¡Qué cambio de posición!

Esta residencia nueva, hemos dicho, tiene sus departamentos a un mismo nivel. No hay privilegios mayores para determinado grupo, ni hay pared intermedia de separación. La paz con Dios les ha proporcionado paz entre sí. No son los sacrificios de animales que han hecho esto sino “la sangre de Cristo”, 2.13. Los versículos que estamos considerando hablan de un nuevo hombre, una sola posición y un solo cuerpo. Los unos y los otros tienen entrada por un mismo Espíritu al Padre, 2.18, y en resumen son conciudadanos y miembros de la familia de Dios, 2.19.

Notemos la terminología que Pablo emplea. Son conciudadanos de la Jerusalén celestial que es la metrópolis de todos nosotros, Gálatas 4.26. Son miembros de la familia de Dios, habiendo sido puestos entre los hijos y concedidos los privilegios del hogar. Son parte del templo santo donde mora Dios. Los efesios tenían un celo desmedido por el templo de Diana donde guardaban la diosa de su devoción pagana. Demetrio el platero estaba allí, haciendo sus imágenes, figuras del templo elaboradas en plata. Pero ahora los creyentes en Jesucristo formaban una parte integral del vasto templo divino en el cual mora Dios, y su iglesia local era en sí un templo en el cual mora el Espíritu de Dios. El apóstol, al escribir a los corintios, preguntó si acaso no sabían que eran templo de Dios, y que el Espíritu de Dios moraba en ellos. La palabra griega para “templo” no se refiere a los edificios exteriores, ni a la plaza, sino al recinto sagrado, el santuario donde se guardaba el arca del pacto.

Es sólo Pablo que emplea la metáfora del cuerpo. No encontramos esta comparación en el Antiguo Testamento, en los Evangelios ni en los escritos de otros autores. Fue en la ocasión del Pentecostés en el capítulo 2 de Hechos que comenzó el cuerpo espiritual. Es un “hombre nuevo”, del todo diferente a lo que Dios había hecho hasta ese momento. En las figuras del Antiguo Pacto hay ilustraciones de la Iglesia pero no de esta idea de un solo cuerpo. El templo de Salomón es una; otras son las esposas como Asanet, Zipora y Abigail. Estas son ilustraciones de la Iglesia como un templo y una esposa, pero no como un cuerpo.

El fundamento

Este lugar nuevo está edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas. La principal piedra del ángulo es Jesucristo mismo, expresa el versículo 20. Los profetas aquí son los del Nuevo Testamento, no los del Antiguo Pacto. Cuando se habla de estos últimos, se hace mención de ellos antes de los apóstoles.

Este santuario está bien fundado. El Señor Jesús es la piedra angular, uniendo con toda seguridad a los judíos y los gentiles. Los apóstoles y los profetas no sólo estaban en el fundamento sino que lo pusieron; dice 1 Corintios 3.10 que Pablo, por su parte, como perito arquitecto puso el fundamento, y que cada uno mire cómo sobreedifique.

¡Qué unidad, qué armonía ha logrado Dios! Pero qué discordia y qué estragos han introducido algunos que han debido saber mejor. A ellos debemos aplicar el 4.20: “Vosotros no habéis aprendido así a Cristo”.

 

 

V – Capítulo 3;
El misterio

 

Hay una interrupción en el primer versículo del capítulo 3, como sucede a veces en los escritos de Pablo. El punto con que el apóstol comienza no vuelve a figurar hasta el versículo 14, donde encontramos la segunda de sus grandes oraciones a favor de los santos. (La primera comienza en el 1.15).

Pablo habla de sí como el “prisionero de Jesucristo por vosotros los gentiles”. Él no es solamente un siervo/esclavo y un apóstol de Jesucristo, sino un prisionero también. Sabía la verdadera causa de la cadena romana. Fue que él había sido comisionado por el Señor para predicar el evangelio de la gracia de Dios a los gentiles. Esto molestaba sobremanera a los judíos, ya que Pablo insistía que la salvación era de gracia por fe, y que las obras no valían, ni siquiera las obras judías. Los judíos, por lo tanto, fomentaban opinión en contra de él, dando a pensar que estaba formando una secta nueva para oponerse no sólo a ellos sino a también a las autoridades romanos.

En el primer versículo del capítulo siguiente él dirá que es un preso en el Señor, o, se podría decir, en el servicio del Señor. Su ojo estaba puesto siempre en Jesús, supremo y por encima de todas las circunstancias terrenales, por adversas que fuesen bajo el régimen funesto de Nerón. [“Prisionero” y “preso” son una misma palabra en el griego.]

Él consideraba esta circunstancia un gran honor. Por cierto, tres veces en esta sección Pablo habla de la gracia de Dios que le había sido confiada: 3.2,7,8. Él fue el pionero de la obra evangelística entre los gentiles. Cual fariseo de los fariseos, judío en toda su preparación y cultura cuando joven, esta consideración para con los gentiles era muy contraria a su naturaleza, pero le había sido manifestada la gracia de Dios en su conversión, y ésta le impulsaba ahora a proclamar el evangelio a los no judíos por cuanto había sido comisionado a esta labor.

El misterio

Pablo había recibido una revelación especial. Ahora, “un misterio” no es una cosa misteriosa. Es una verdad que había sido guardada como un secreto pero ahora es dado a conocer “entre los que han alcanzado madurez”, como expresa 1 Corintios 2.6. Así como en los tiempos del apóstol había sociedades o círculos que divulgaban sus misterios sólo a los adeptos, el “misterio” del evangelio es conocido sólo por los que han sido iluminados por el Espíritu de Dios.

Este secreto había sido comunicado a Pablo por revelación divina, y es el tema de los capítulos 1 y 2 que hemos examinado. Es a esto, parece, que se refiere al decir en 3.3 que “antes lo he escrito brevemente”, y aquellos creyentes comprenderían el misterio claramente al haber leído hasta este punto en la epístola. Es “el misterio de Cristo”, definido como “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”, Colosenses 4.3 y 1.27.

De que los gentiles iban a ser bendecidos es algo que se contemplaba con cierta claridad en los escritos del Antiguo Testamento. Pablo cita pasajes relevantes al escribir su tesis a los Romanos: a saber, “llamaré pueblo mío”, 9.25,26; “un pueblo que no es un pueblo”, 10.19,20; “los gentiles esperarán en él”, 15.9 al 12; “aquellos a quienes nunca les fue anunciado, verán”, 15.21. Pero la idea de que ellos serían bendecidos en igualdad con los judíos, y sin necesidad de hacerse judíos, era algo de un todo novedoso. Por cierto, no había sido revelada a la humanidad hasta haber sido revelada en la época de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento posterior al gran derramamiento del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés. Los creyentes gentiles serían coherederos de la promesa en Cristo, Efesios 3.6.

Este fue el evangelio que Pablo predicaba, y que en otra parte llama “mi evangelio”, ya que su peculiaridad estaba en el hecho de que el judío y el gentil fueron puestos a un mismo nivel, sujetos a las mismas condiciones, y concedidos los mismos privilegios cada cual ante el otro. Nada de esta índole se puede encontrar en el Antiguo Testamento, y por lo tanto es un error interpretar el Antiguo Testamento como relacionado con la Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo.

Una referencia al pasaje paralelo en Colosenses 1.26 dejará claro que la palabra como en Efesios 3.5 no tiene el sentido de una comparación para dar a entender que se trata de algo revelado parcialmente pero no “como ahora es revelado”. Más bien, ambos pasajes afirman el total encubrimiento del asunto hasta su revelación a Pablo y otros. Pero cierto, nada puede ser más claro que el 3.9 que afirma que este misterio ha sido escondido en Dios desde las edades. De veras era un propósito eterno, o “el propósito de las edades”, 3.11.

Pablo equipara este “misterio” con el “propósito” de Dios. Aquel propósito se centra en, y gira en torno de, Cristo. Abarca a todos aquellos que han puesto “la fe en él”, 3.12,13. ¡Qué conjunto abigarrado eran, diferentes en características, disposiciones, posición social y antecedentes! Pero Dios en su sabiduría polifacética pudo atender a semejante mezcla de personas, ponerlas todas en un mismo plano, unirlas por una fe común en su Hijo, incorporarlas en un mismo Cuerpo, designar a todas como coherederos con Cristo y copartícipes de la promesa. Dios diseñó que en el tiempo presente, y no sólo en el futuro (véase en 2.7) los poderes espirituales invisibles en lugares celestiales aprendieran por medio de la Iglesia qué había logrado la multiforme sabiduría divina.

En vez de estar “lejos”, y Dios a distancia lejana, ahora tenemos libertad de palabra (“seguridad y acceso con confianza”) ante él, 3.12. Ninguno tiene que temer al estilo de Ester 4.16; todos pueden acercarse confiadamente.

Así define Pablo este “misterio”, enfatizando que era escondido pero está revelado ahora y confiado a él cual depositario favorecido. Declara que su alcance incluye a los gentiles, que éste era su servicio o ministerio específico, y que el objetivo a la vista actualmente es la manifestación de la variada sabiduría de Dios a los seres incorpóreos por medio de la Iglesia.

Siendo así, ¿por qué deberían desanimarse el pueblo de Dios a causa de las tribulaciones de Pablo? Si él mismo podía regocijarse en ellas, Colosenses 1.24, ¿no han debido ellos gloriarse a causa de las mismas, Efesios 3.13?

Pablo relaciona todo con su auténtica fuente: Dios. Reconoce que sus labores en el evangelio han sido “según la operación de su poder”. Sabe también que antes de la creación original (ya que fue Dios que creó todas las cosas, 3.9) existía un propósito eterno, y él consideraba un alto privilegio no sólo el hecho de ser permitido divulgar las buenas nuevas, sino también participar en los sufrimientos que estriban de ese privilegio.

La oración de Pablo

Ahora en el 3.14 Pablo vuelve a la oración interrumpida en el primer versículo del capítulo. En humilde dependencia en Dios dobla sus rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (o, por ejemplo, “toda la familia de creyentes en el cielo y en la tierra”).

Su oración contempla lo que vimos en el capítulo 1, a saber, que las tres Personas de la Trinidad participan activamente en la realización de los consejos de Dios. Por lo tanto, aquí se dirige al Padre; es el Espíritu quien imparte fuerza al hombre interior; y la oración es que Cristo asuma su morada en los corazones de ellos por fe. O sea, él desea que Cristo more permanentemente en sus corazones y que ellos cuenten con el conocimiento consciente y experimental de esto en la medida en que su fe abrace y se valga del hecho de que Cristo es en ellos “la esperanza de gloria”, Colosenses 1.27. No se conforma con una experiencia ocasional, sino ora que sea una decisión firme y entera; el tiempo del verbo habite es el aoristo.

Esto no es cuestión de una apreciación apenas académica o mental; precisamos ser fortalecidos por el Espíritu de Dios en el hombre interior, como expresa 2 Corintios 4.16: “Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. Como individuos debemos ser “arraigados” en su amor, y como una con-gregación debemos ser “cimentados” en el mismo, 3.17. De esta manera, y como con-secuencia (como da a entender el término “seáis … capaces” en griego) estaremos en condiciones de “comprender con todos los santos” cuáles sean las dimensiones del misterio que ha sido realizado por la operación de este amor.

Sin entrar en los tecnicismos de la diferencia entre te y kai en el griego, no hacemos una base adecuada para decir que el 3.18 se relaciona con el misterio y el 3.19 con el amor. Son inseparables. Algunos opinan que llegamos a comprender las dimensiones de la esfera en que el consejo divino encuentra su cumplimiento, y luego llegamos a conocer el amor que lo ocupa. El hogar conyugal preparado por el novio no puede ser separado del amor que lo prepara, y así es aquí. Por vasto que sea el “misterio”, como vimos al estudiar 2.1 al 10, el amor es igual de vasto. Reflexione, por ejemplo, en las honduras que Cristo conoció en su amor:

¡Oh, profundo amor de Cristo, vasto, inmerecido don!
Cual océano infinito, ya me inunda el corazón.
Me rodeo, me sostiene la corriente de su amor;
Llévame continuamente hacia el gozo del Señor.

Reflexione en las alturas a las cuales nos ha llevado. Lea de nuevo los versículos finales del capítulo 1. Medite en la anchura y su inclusión, sin dejar de considerar la longitud que se extiende desde la eternidad pasada hasta un futuro sin fin. Es un amor eterno.

Se afirma en el 3.19 que “el amor de Cristo” excede todo conocimiento. Aquí es una ciencia, un conocimiento, que supera a las demás. Es la paradoja de conocer lo que excede el conocimiento. La meta de todo esto a la postre es que seamos llenos de toda la plenitud de Dios, o “en la medida de toda la plenitud”. No podemos ser llenados con aquella plenitud, por cuanto lo finito no puede contener lo infinito, pero, así como una botella vacía flota en el océano y el océano entra en la botella, o, como nosotros estamos en el aire y el aire está en nosotros, así también podemos estar en “toda la plenitud de Dios”, (todo lo que Él es) y ella en nosotros. Por esto mismo oró el Señor Jesús: “… para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti; que ellos también sean uno en nosotros”, Juan 17.21.

El versículo 20 se relaciona con la oración que hemos venido considerando. Dios puede hacer abundantemente más de lo que Pablo está pidiendo o aun pensando, según el poder que está operando en él, el cual operó en Cristo, según se expresa en el 1.20. La doxología de alabanza se conforma con todo lo que precede: gloria en la Iglesia y gloria en Cristo Jesús “por todas las generaciones de todas las edades, por la eternidad. Amén”. (Biblia Textual)

La expresión “gloria en la iglesia” hace saber que la Iglesia tendrá un lugar distintivo en las edades eternas. Sea lo fuera que Dios haga con otras “familias” de los redimidos, 3.15, la Iglesia guardará para siempre su distinción especial por ser en ella que Cristo fijó su amor y se dio a sí mismo.

 

 

VI – 4.1 al 16;
Ministerio en la iglesia

 

El método de Pablo es siempre el de declarar la doctrina y luego mostrar sus consecuencias prácticas; la una no debe ser divorciada de la otra. En esta Epístola Pablo aplica en tres direcciones la doctrina que ha desarrollada:

entre el pueblo de Dios, 4.1 al 16;

en la sociedad en general, 4.17 al 5.21;

en cuanto a relaciones específicas, 5.22 al 6.9.

En 4.1 al 3 se les exhorta a los efesios a

andar conforme a la dignidad de su vocación; es un asunto personal y particular;

manifestar humildad y mansedumbre -cualidades que caracterizaron al Señor Jesucristo, Mateo 11.29- es cosa relativa, involucrando a otros;

esforzarse a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; es cosa corporativa, relacionada con todo el cuerpo.

Así como un príncipe está destinado a ser rey más adelante, y su conducta debe estar acorde con este llamamiento, también nosotros debemos conducirnos en consonancia con nuestro elevado destino como está definido en los capítulos anteriores.

Tampoco debemos olvidarnos de que cualesquiera que sean los defectos que encontramos en nuestros hermanos, y por mucho que ponen a prueba nuestra paciencia, ellos tienen sentimientos similares en cuanto a nosotros. Por esto Pablo exhorta a ser como Cristo, no dogmáticos sino caracterizados por la mansedumbre -la fuerza bajo control- ya que ser manso no es ser débil; debe haber paciencia.

Corporativamente se nos exige guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. No se nos manda hacer esta unidad; en capítulos anteriores hemos visto que ya existe. Lo que debemos hacer es ser diligentes en preservar su manifestación por la manera pacífica en que vivimos con nuestros hermanos. La unidad invisible se queda intacta, pero, tristemente, ha faltado su expresión visible.

La unidad explicada

En 4.4 al 6 se abunda sobre esta unidad: en el versículo 4 la unidad en esencia, en el 5 la unidad en profesión y en el 6 la unidad en gobierno.

Hay un cuerpo, así como en el 2.15: un nuevo hombre. Hay un Espíritu, así como en el 2.18, “un mismo Espíritu”. Y, hay una esperanza, la del 1.18 a la cual hemos sido llamadas.

Hay un Señor, quien todo creyente ha confesado: “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor”, Romanos 10.9. Hay una fe, a la cual todos subscribimos: “la fe que ha sido una vez dada a los santos”, Judas 3. Es la fe objetiva encomendada a los creyentes. Hay un bautismo, aparentemente refiriéndose al bautismo en agua, ya que el bautizo en el Espíritu, del cual habla 1 Corintios 12.13, está implícito en el “un cuerpo”.

En aquellos días primitivos, los creyentes en Éfeso conocían el bautismo de Juan, pero éste ya había caducado, así como los “lavamientos” del Antiguo Testamento, Hechos 19.3. Hablamos de estas unidades como “profesionales” por cuanto todo creyente las profesa, pero el hecho es que ha habido un grave alejamiento de la sencillez original.

Hay “un Dios y Padre de todos” (de todos sus hijos), quien llena el todo y a quien todos son responsables.

Esta unidad séptupla no está expresada por alguna sede visible sobre la tierra; la unidad del pueblo de Dios se basa en su vínculo común con el Cristo glorificado en el cielo.

La diversidad

La sección 4.7 al 16 trata de la diversidad existente en la Iglesia, cosa que caracteriza todas las obras de Dios, dondequiera que las veamos. “A cada uno de nosotros fue dada la gracia”, 4.7, y la madurez se alcanzará “según la actividad propia de cada miembro”, 4.17.

Pablo señala claramente en 1 Corintios 12 -y nuestra experiencia lo confirma- que en el cuerpo cada parte en particular tiene su función peculiar, y una falla en cualquiera parte perjudica el cuerpo entero. Por cuanto nuestra función es un “don” otorgado por el Cristo Exaltado, no tenemos base para jactancia ni para queja. “¿Qué tienes que no hayas recibido?”
1 Corintios 4.7. Prominente o no, grande o pequeño, cada uno es necesario para el otro e interdependiente del otro.

Pablo cita de Salmo 68.18. [Con cambios; el texto del salmo es: “Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, tomaste dones para los hombres …”] El cuadro es aquel de un guerrero que vuelve triunfante y recibe muchos regalos de aquellos que ha conquistado, y a la vez reparte muchos regalos a su propio pueblo. Los pasajes paralelos y explicativos se encuentran en Colosenses 2.15 y Hebreos 2.15: “… despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz;” “… librar a los que por el temor a la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”.

Bien es cierto que el Señor Jesús vino a la tierra y aquí murió y fue sepultado, pero Pablo no entra en estos detalles en este pasaje. Parece que el sentido de sus palabras es: “Ahora la palabra ascendida da a entender que Él también descendió al nivel más bajo, aun hasta la tierra misma;” 4.9. Es el Jesús histórico que es el Cristo de gloria, Aquel que se rebajó a las más acentuadas profundidades del reproche y ahora ha sido exaltado al más elevado pináculo de honor.

Qué son los dones

En los versículos que estamos estudiando Pablo enumera los dones y declara su propósito, duración y objeto, además del proceso por el cual operan.

Los dones enumerados aquí difieren de aquéllos de 1 Corintios 12 que son más numerosos. La razón parece ser que 1 Corintios versa mayormente sobre la iglesia local mientras que Efesios está enfocada especialmente sobre la Iglesia universal. Además, la epístola corintia contemplaba en parte los primeros tiempos del cristianismo, mientras que la epístola efesia no está tan restringida. Los “apóstoles” en su sentido primario ya no están con nosotros en estos tiempos, ni están los “profetas”. La calificación esencial para un apóstol debe ser aquel de haber visto con sus propios ojos al Cristo Ascendido; véase 1 Corintios 9.1. La calificación esencial para un profeta del Nuevo Testamento es que haya recibido una revelación de verdad divina aparte de las Escrituras ya registradas; véase 1 Corintios 14.6, donde van juntos “revelación” y “profecía” como también “ciencia” y “doctrina”. Son dones fundamentales, Efesios 2.20.

Los “evangelistas” son aquellos como Felipe, cuya obra evangelística se documenta bien en Hechos 8. “Pastores y maestros” parecen referirse conjuntamente a un mismo individuo que instruye por la enseñanza de la Palabra y vela por el bienestar de las ovejas. En otras partes figuran como “ancianos” y “sobreveedores”, y un requisito para que sean reconocidos como tales es que sean aptos para enseñar, 1 Timoteo 3.2. Si no lo son, ¿cómo pueden cuidar la grey? Hechos 20.28 al 31.

El propósito que Dios tenía en mente al dar estos dones era “para preparar a los hombres de Dios para la obra del servicio, para que el cuerpo de Cristo sea edificado”, 4.12, Nueva Versión Internacional. Las Escrituras no reconocen un orden religioso especializado, aunque sí reconocen a aquellos que son llamados de una manera especial a realizar una obra espiritual. “La obra del servicio” es mejor traducción que “el ministerio” en la Reina-Valera, ya que la idea es una labor entre el pueblo de Dios. Los dones se dan para que los santos sean capacitados, con miras a que uno sirva entre ellos con el fin de que el cuerpo de Cristo sea elaborado.

De esta manera se proporciona una continuidad de operación “hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a la madurez, alcanzando la medida plena de perfección que encontramos en Cristo”. Se ha hecho provisión adecuada hasta que llegue el momento cuando se logre el propósito de Dios. Podemos estar seguros que la Cabeza jamás descuidará el cuerpo, ni el pastor las ovejas, de manera que siempre habrá quienes enseñen y cuiden la grey de Dios.

El objetivo se define en 4.14,15. Dios no quiere que nos quedemos en la niñez, sino que nos maduremos. Son los niños que caen víctimas de las sutilezas y añagazas de los engañadores. ¿Quién no ha visto a los chicos encantados por una exhibición de títeres, no entendiendo que hay gente detrás del talón que maneja sus movimientos?

Debemos notar la palabra “todos” en el versículo 13, ya que esta madurez no sólo tiene que ver con cada individuo, sino también con toda la comunidad que constituye el “cuerpo”. Es el fin que se vislumbra, pero mientras tanto los dones se dan para que cada individuo particularmente no se quede en la infancia espiritual, sino que crezca. La “estratagema de hombres” en el versículo 14 es para perturbar al creyente y arrastrarle por un viento recio. Se trata de las doctrinas falsas de hombres que tuercen la Palabra de Dios, 2 Timoteo 2.17,18, cosa a la cual debemos oponernos en un espíritu amoroso.

El proceso por el cual los dones operan se percibe al fijarse en las preposiciones en el 4.16: son de, por, según y para. El cuerpo, cual conjunto “bien concertado y unido”, simétrico y estable, está enlazado por músculos y ligamentos que suministran a los demás componentes lo que necesitan para su funcionamiento. Cada parte tiene su papel asignado, y la actuación anormal de una se hace notar en las otras.

Todo el suministro viene de la Cabeza por las coyunturas (los dones tratados arriba), y de esta manera fortalece el cuerpo. Es una operación recíproca; nos edificamos mutuamente sobre nuestra santísima fe, según Judas 20. Donde hay discordia entre los miembros de nuestro cuerpo humano, hay un malestar general y enfermedad. En pasajes posteriores Pablo trata varias circunstancias que se oponen al bienestar del cuerpo de Cristo.

VII – 4.17 al 5.20;
Hilos recogidos

 

En esta sección Pablo parece retomar hilos que había insertado en la tela de su carta, y los enlaza de tal manera que la parte doctrinal que precede se une con la parte práctica, formando de esta manera un conjunto unido. Veamos algunos de estos hilos.

“En Cristo”

Esta es una frase especialmente característica de los escritos de Pablo; p.ej. 1.3. Señala la posición del creyente ante Dios, pero tiene sus implicaciones prácticas. Nuestra condición debe estar acorde con nuestra posición.

Hay una diferencia entre “en Cristo” y “en Jesús”, 4.21. La última se refiere a los días del Señor en la carne y su estilo de vida aquí en la tierra. “En Cristo” se refiere a la asociación del creyente con Él en su resurrección y su gloria celestial. Pero hay más. Los creyentes deberían moldear sus vidas ahora según el estilo de vida de Jesús cuando estaba aquí. Se da por entendido que le han oído como todas las ovejas oyen la voz del pastor (“si en verdad le habéis oído” en el 4.21 no insinúa duda, sino presume que así es) y que ha venido a ser un patrón para su vida diaria. Se nos han dado más que un esquema de ética o moral; el cristianismo no es una filosofía. Se nos ha dado una Persona y la vida suya para la imitación nuestra.

Esto es toda la antítesis de la manera de vida que caracterizaba la sociedad a la cual pertenecíamos. La descripción que Pablo da de aquella conducta en los versículos 17 al 22 es muy parecida lo que escribió a los romanos en cuanto a aquellos que están en los bajos fondos del pecado, Romanos 1.20 al 32. Pero ahora que hemos sido sacados de esa posición lastimosa, debemos “andar como él anduvo”. Por cuanto nuestra posición ya no es como era (“ya no sois”, 2.19), nuestro estilo de vida ya no debe ser lo que era: “que ya no andéis como los otros gentiles”, 4.17.

Los santos

Este sustantivo y el adjetivo santo figuran mucho en esta carta: 1.1,4,15,18, 2.19,21, 3.5,8,18, 4.12, 5.3,27,6.18. El propósito afirmado por Dios que seamos “santos y sin mancha” será cumplido a la postre, 5.27. Mientras tanto Pablo enfatiza que la santidad de conducta debería caracterizar a los hijos de Dios. La “mancha” que tipifica el mundo no debe estar presente con nosotros. Obsérvese el vocabulario: inmundicia, avaricia, deshonestidad, necedad, truhanería (chistes con doble sentido), fornicación, inmundicia.

¡Qué lista! Nada sorprende que la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, 5.6. Es vergonzoso aun hablar de estas cosas que los tales hacen en secreto, pero son vistas por los ojos del Dios-que-Ve, 5.12,13. El Espíritu Santo de Dios mora en el creyente y por esto su vida debería ser santa. El hecho de que hayamos sido sacados de la esfera baja del pecado, y puestos en el templo santo de la presencia de Dios, requiere que su pueblo ande por sendas limpias.

La gracia

Su gracia nos ha dado aceptación en el Amado, 1.6. El vocablo griego empleado aquí se encuentra en Lucas 1.28, “muy favorecida”, pero en ninguna otra parte del Testamento. Da a entender no tan sólo que hemos sido hechos objetos de su gracia, sino también que su gracia ha sido derramada libremente sobre nosotros, o al decir del 1.6 en algunas traducciones, Él la otorgó gratuitamente. Es apropiado, entonces, mandarnos a ser benignos unos con otros, perdonando (mostrando gracia), como Dios también nos perdonó a nosotros, 4.32.

¡Cuánta gracia se nos ha mostrado! Hemos leído de “la gloria de su gracia”, 1.6, “las riquezas de su gracia”, 1.7, salvos “por gracia”, 2.5,8, “la gracia de Dios”, 3,2,7, “esta gracia”, 3.8, “fue dada la gracia”, 4.7, “dar gracia”, 4.29, y “la gracia sea con todos”, 6.24. El perdón de parte de Dios emanó de su gracia soberana. La parábola del Señor registrada en Mateo 18.21 al 35 (los dos deudores) se debe leer en este contexto. Su bondad para con nosotros, Efesios 2.7, debería encontrar una respuesta práctica en un perdón benévolo de nuestros semejantes.

El Espíritu de Promesa

El creyente ha sido sellado con el Espíritu de Dios. Por esto está señalado como posesión exclusiva de Dios, asegurado hasta el día de la redención, 1.13,14. Esta redención se ve en 1.7 como una posesión presente y en Romanos 8.23 como algo a realizarse en el futuro (“las primicias del Espíritu”). Por esto no debemos contristar al Espíritu, 4.30, y el contexto del versículo hace ver cómo podríamos hacerlo. La deshonestidad, impureza de vocabulario, amargura, ira, gritería y maledicencia, y el enojo, le provocan tristeza al Espíritu, quien no es insensible a la conducta de uno en cuyo cuerpo Él mora.

Además, debemos ser “llenos del Espíritu”, 5.18. No debemos concebirle como huésped en la casa que es nuestro cuerpo, limitado a ciertos departamentos, sino como dueño con acceso a la vida entera. No debe ser excluido de nada. Hay un pasaje correspondiente en Colosenses 3.16, y parece* que la manera en que podemos ser “llenos” es por permitir que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. (* si entendemos la palabra “corazones” como una referencia a la parte espiritual de nuestro ser que está vivificado por el Espíritu de Dios).

A diferencia de aquella euforia que acompaña el consumo de vino, habrá la expresión gozosa de los labios por medio de salmos, himnos (alabanzas) y cánticos espirituales, y entendemos que los salmos son las composiciones dirigidas a Dios y los cánticos aquello que se dirige a los prójimos.

Alumbramiento

Los ojos del corazón del creyente han sido alumbrados, 1.18, de manera que ahora él no está en tinieblas. Una vez era como los gentiles, “teniendo el entendimiento entenebrecido … por la dureza de su corazón”, 4.18. Pero las cosas son diferentes ahora, y los santos han sido alumbrados; como vimos en la oración de Pablo en el capítulo 1, ellos son capaces de “conocer” los detalles del consejo y la obra divinos.

En un tiempo eran “tinieblas” pero ahora son “luz en el Señor”, 5.8. Por esto deben andar como hijos de luz, o, cambiando de metáfora, deben llevar fruto en la práctica, en bondad, santidad y verdad. No conviene participación alguna en las obras infructuosas de las tinieblas. “¿Qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis?” Romanos 6.21.

Habiendo sido hechos copartícipes de la promesa, Efesios 3.6, ellos no deberían ser partícipes con los impíos, 5.7, ni deberían participar en las obras de las tinieblas, 5.11. No se permite la neutralidad ni un compromiso en este asunto. Los hechos vergonzosos deben salir a la luz, a saber, por la desaprobación que puede ser administrada por la vida y por los labios del cristiano. Los inconversos aman más las tinieblas que la luz porque sus obras son malas. Las hacen “en secreto”, pero al ser éstas se hacen ver como son.

Los cristianos que guardan silencio en cuanto a las tales cosas son culpables de perfidia y el enemigo es el beneficiario. Los tales creyentes son como otros en un campo de batalla donde hay soldados muertos y soldados dormidos y uno no distingue entre ellos. Para estos creyentes incumplidos es el 5.14: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. Haciendo esto, ellos se darán cuenta del calor y la luz de la presencia de Cristo. Parece que Pablo no está citando ningún pasaje específico en 5.14, sino recogiendo el sentido general de Isaías 60.1 (“levántate, resplandece”), 26.19 (“despertad y cantad, moradores del polvo”) y 9.2 (“no habrá siempre oscuridad”).

El andar

Esta es aun otro hilo en la tela de esta carta. El autor ha empleado el verbo en 2.2,20, 4.1,17, 5.2,8.15. “Andar” significa conducta, y el andar de los santos no debe ser ahora como era antes, ni debe conformarse al mundo irregenerado. Ellos deben andar como es digno de su vocación, 4.1, y en particular andar en amor, 5.2. Su Ejemplo es Cristo, quien les amaba y manifestó aquel amor al entregarse a sí mismo por nosotros, ofrenda (en vida) y sacrificio (en muerte) a Dios en olor fragante, 5.2. El último versículo del capítulo anterior afirma que el resultado de esto es nuestro perdón. Nosotros, entonces, como hijos amados, debemos ser imitadores de Dios, andando como Cristo anduvo.

Y, andamos como hijos de luz, 5.8, cosa que Pablo trata también en 1 Tesalonicenses 5.6 al 8: “velemos y seamos sobrios …” El sueño y la borrachera caracterizan a aquellos que son de la noche; la vigilancia y seriedad a los que son del día.

Además, debemos mirar con diligencia cómo andamos, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos, 5.15,16. Así como un comerciante apercibo acapara el mercado, nosotros debemos lograr el máximo beneficio espiritual que sea posible. La Reina-Valera habla de mirar “con diligencia” y otras de “cuidar mucho”, sugiriendo una regla que gobierne nuestros pasos. Aquella regla es, desde luego, las Sagradas Escrituras, las cuales señalan la senda a seguir y los peligros a ser evitados.

El “nuevo hombre”

Pablo alude a él en el 2.15, “crear [un] nuevo hombre”, y recoge el hilo en el 4.24, “vestíos del nuevo hombre”. El primer trozo tiene que ver con nuestra posición y el segundo con nuestra conducta. El “viejo hombre” es nuestra antigua manera de vivir, la cual debe ser desechado así como Eliseo echó sus vestidos a un lado y tomó los de Elías, 2 Reyes 2.12,13. Son las vestimentas de justicia y santidad de la verdad según Efesios 4.24. Por esto se deja de decir mentira y de hurtar. Se rinde una jornada de trabajo justa, no tan sólo para guardar una saludable dependencia de otros, 1 Tesalonicense 4.11,12, sino también para disponer de algo para ayudar a otros, Efesios 4.28.

Un cuerpo

Esta figura también se encuentra en el 2.16, “reconciliar … a ambos en un solo cuerpo”. Ahora en el 4.25 el escritor les recuerda a los efesios que ellos son miembros el uno del otro y por ende deben rehusar la falsedad y hablar verdad cada uno con su prójimo. Es inconcebible que un miembro del cuerpo humano en buen estado de salud traicione a otro miembro, pero es posible que ocurra en un cuerpo enfermo.

Cuán notable es que una carta que nos instruye en las más elevadas verdades de doctrina incluya a la vez tantas exhortaciones prácticas y sencillas sobre el vivir diario del creyente en Cristo. Pero cuán fácil es que nos ocupemos hábilmente de la doctrina y a la vez nos descuidemos de nuestra conducta. Por esto, el Espíritu de Dios, por medio de Pablo, gira directrices tan bien equilibradas para la mente y para los pies.

 

 

VIII – 5.21 al 6.24;
Algunas lecciones prácticas

 

Ahora Pablo se dirige a lo que alguien ha llamado la cuestión de las relaciones terrenales en la familia celestial, introduciendo todo el tema con la exigencia, “Someteos unos a otros en el temor de Dios”, 5.21. Lo dice porque lo que escribe no es su propia exhortación privada, sino tiene la autoridad del Señor y por lo tanto cualquier desobediencia es una cosa seria.

Habla de las esposas y los esposos, los hijos y los padres, los trabajadores y los patronos. La secuencia es significativa: primeramente aquellos que se sujetan y luego aquellos a quienes se sujetan. No se aboga por una tiranía, sino por lo que aporta a una sociedad sana.

Esposas y esposos

Las esposas deberían sujetarse a sus respectivos esposos como al Señor. Habrán leído en esta carta que Cristo es Cabeza en relación con la Iglesia, y de esta verdad pueden aprender la dirección del esposo en relación con su esposa. Así como la Iglesia debe sujetarse a Cristo en todo, también la esposa a su esposo. Desde luego, se trata de lo ideal, sin suponer que las obligaciones impuestas por el esposo sean contravenciones de los deberes divinos. Al contrario, Cristo es el Salvador (protector, resguardo) del cuerpo, y el esposo debería serlo para con su esposa.

Por el otro lado, al esposo se le exige amar a su esposa, y tiene como ejemplo la devoción de Cristo a la Iglesia. Él la amó y se entregó a sí mismo por ella (la cruz) con el fin de que la santifique (hacerla santa), habiéndola lavado por el agua de la Palabra (una palabra hablada), 5.25,26. Así como la fuente de antaño fue diseñada para permitir a los sacerdotes lavarse ante ella, la Palabra de Dios está provista hoy día con el mismo fin, como aprendemos en Juan 15.3, 17.17.

Se visualiza aquí lo largo de los tiempos, desde el comienzo de la historia de la Iglesia hasta su consumación.

en el pasado hay el amor y sacrificio propio de Cristo

en el presente hay su limpieza con el fin de que sea santa

en el futuro habrá su presentación a él, sin defecto ni indicio de vejez.

El propósito de Dios habrá sido logrado a la postre; “nos escogió en él antes de la fundación del mundo”, 1.4; “presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa”, 5.27. Cristo y la Iglesia son como Cabeza y cuerpo, y por esto son uno.

Esto aplica también al esposo y la esposa, y está confirmado por su unión física. Cada cual es una parte complementaria de una unidad. Por lo tanto, ningún tercero debe intervenir. Por la parte del esposo debe haber un amor devoto y singular, y por la parte de la esposa un temor sumiso, no en el sentido de terror, sino en reconocimiento del papel de su esposo como cabeza.

Esto es contrario a las ideas que prevalecen en nuestros días cuando se insiste en la igualdad de la mujer con el varón. Pero estas pautas obligatorias no están en desacuerdo con la igualdad. Si la cabeza de Cristo es Dios (un hecho que no da a entender desigualdad, sino sumisión y dependencia), así debe ser en la unión conyugal.

Es difícil comprender cómo alguien puede inquietarse por el hecho de que la Iglesia sea comparada a una esposa, en vista del pasaje que estamos considerando. El conjunto es un relato de “amor, noviazgo y matrimonio”, el amor mencionado en el versículo 25, el cuidado devoto, sustento y consuelo en el versículo 29, y los preparativos para el día de las nupcias se notan en el versículo 26 – todo con miras a su presentación al Esposo (en este caso por Él mismo) en el cercano día de la cena del Cordero; Apocalipsis 19.7,8.

Se ha sugerido que el lavamiento en el 5.26 es el bautismo, y la palabra hablada es la interrogación y la respuesta a la misma. Pero a la luz de Tito 3.5 (“por el lavamiento de la regeneración”) parece que se trata aquí de la regeneración.

Pablo cita Génesis 2.23,24, mostrando que en la institución original del matrimonio Dios tenía en mente un secreto que está revelado ahora -un misterio divino- con respecto a Cristo y la Iglesia.

Hijos y padres

Así como en el caso de los cónyuges, donde se dirige primero a las esposas aun cuando el esposo existía antes, en el caso de su prole se dirige primero a los hijos aun cuando obviamente los padres tenían la prioridad. Los padres pueden esperar obediencia de parte de sus hijos solamente si sus mandamientos están de acuerdo con la voluntad del Señor; la obediencia exigida es “en el Señor”. La frase no quiere decir “padres en el Señor”. Si los padres van a ser honrados, ellos deben merecer la honra. Se reconoce que hay misteriosas excepciones al cumplimiento de la promesa que acompaña el quinto mandamiento (“Honra a tu padre y a tu madre … para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”, 6.2,3) y que sus explicaciones han sido escondidas de nosotros, pero en términos amplios la declaración aplica.

El deber de los padres es negativo y positivo a la vez. Ellos no deben provocar, pero sí deben disciplinar a sus hijos por su conducta e instruirles en lo que necesitan aprender. Nunca más que hoy hacían falta estas directrices a los hijos y los padres.

Trabajadores y patronos

Esta carta fue escrita en tiempos de esclavitud, y si bien ni el Señor ni sus apóstoles atacaron el sistema, sí enseñaban de tal manera que se creaba una atmósfera adversa a su sobrevivencia. En nuestros días de negociación laboral los principios siguen vigentes. El trabajador cristiano debe guardar su ojo puesto siempre en el Señor, con “temor” y “temblor” ante su palabra. Su motivo debe ser uno solo y su servicio para Cristo no más. Es indigno de nuestro elevado llamamiento que rebajemos el empleo al nivel de meramente complacer a los hombres.

Nunca perdamos de vista que nuestras acciones son como el bumerang; ellas vienen de regreso y dejan su marca sobre nuestro carácter. Sea lo que hagamos “el bien” del 6.8 o “la injusticia” de Colosenses 3.25, sea del tipo que fuere – “lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo”, 2 Corintios 5.10- todo recibirá de nuevo lo que se hizo acá. En esto no hay parcialidad; aplica a todos por igual, sean esclavos o libres, trabajadores o patronos.

La guerra cristiana

Pasamos ahora al 6.10 al 20. La panoplia -la armadura entera- está provista por Dios. No se nos llama a hacerla, sino a tomarla y vestirla. La armadura es la divina provisión objetiva y nuestro uso de ella es la expresión subjetiva de la misma. Hay un enemigo sutil con quien nos enfrentamos mano a mano, y él emplea artimañas”, 4.14, o, si éstas no bastan, “dardos de fuego”, 6.16.

No se trata de un choque físico, sino uno experimentado en la esfera de los espíritus que intentan robarnos de la realización de nuestro verdadero lugar en lo celestial. No nos atrevemos a entrar en la contienda en nuestra propia fuerza, pero vestidos de la armadura divina podemos ganar la victoria. Con todo, debemos estar preparados para el próximo encuentro: “habiendo acabado todo, estar firmes”, 6.16.

Toda la armadura es defensiva excepto “la espada del Espíritu”, versículo 17, que es la palabra de Dios hablada (la palabra apropiada para la ocasión). Fue ésta que el Señor mismo empleó con efectos dramáticos al ser tentado en el desierto. No hay armadura para la espalda; Dios no hace provisión para fugitivos.

Pero cuán fácilmente el enemigo puede ganar ventaja si el creyente carece de verdad y santidad en su vida, sin tener “ceñidos los lomos con la verdad”, y sin haber puesto “la coraza de justicia”, 6.14. Fácilmente sus agentes propagarán sus filosofías erróneas si el hijo de Dios no está dispuesto a comunicar “el evangelio de la paz”, versículo 15, Romanos 10.15. Cuán seguro está el creyente si está vestido del escudo tamaño cuerpo que es fe, la cual acepta y aplica sin reserva para sí todo lo que está encerrado en la fe.

Dos veces se le ha dicho que él es salvo, 2.5,8, y que es por fe; ahora debe poner “el yelmo de salvación” que le protegerá de las inquietudes y dudas. En 1 Tesalonicenses 5.8 es “la esperanza de salvación como yelmo”, con miras a la ira venidera, cosa aún futura. Pero en el pasaje delante de nosotros es un hecho presente a ser apropiado y experimentado por fe. Y como un cubretodo hay la oración y súplica, constante y dirigida por el Espíritu, todo inclusive y específico, Efesios 6.18.19.

Estas son instrucciones giradas a todos por igual en la Iglesia, y no solamente a esposos y esposas, padres e hijos, o patronos y trabajadores. Todos están en el campamento de Dios y están provistos de la armadura, porque hay el campo del enemigo también; “el maligno” no es superior en fuerza, pero sí es sagaz y violento. Es la suerte de todo creyente en toda parte. No hay nada local o parroquial en cuanto a este peligro.

Pablo se describe como un “embajador en cadenas”, pero ninguna cadena para su cuerpo podía cerrar sus labios. Los santos deberían orar a favor suyo que le fuese dada expresión apropiada, para que hablara con denuedo (libertad de expresión) el misterio del evangelio. En capítulos anteriores hemos visto qué era aquel “misterio”. El “evangelio” no es una cosa limitada, restringida a sólo los puntos esenciales de la fe cristiana, sino abarca “todo el consejo de Dios”, Hechos 20.27.

“Como debo hablar”, 6.20, son palabras que Pablo debería decir, ya que él reconoció un compromiso solemne que le condujo a decir en otra ocasión, “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” 1 Corintios 9.16.

 

Palabras de conclusión

Se concluye con una mención breve de Tíquico, quien entregaría la carta y su contenido precioso. Él era “amado” de parte de los creyentes y “fiel” delante del Señor, y les informaría personalmente acerca de la condición de Pablo y de esta manera consolaría sus corazones. Qué percepción del sentir comprensivo que ellos guardaban para el apóstol a quien, bajo Dios, debían su existencia como creyentes y como iglesia local. ¡Y cómo se sentía Pablo hacia ellos y cuánto deseaba su consuelo! ¿Acaso él también no necesitaba ser consolado?

“Paz” era el saludo común de judíos y “gracia” el de gentiles. Aquí Pablo menciona ambas, pero no yuxtapuestas, versículos 23 y 24. Ya había advertido a los ancianos que de entre ellos se levantarían algunos hablando “cosas perversas” y que penetrarían su compañía “lobos rapaces”, Hechos 20.29,30, pero él está asegurado de que hay aquellos que “aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” -o, en sinceridad- y para los tales él desea paz, amor, fe y gracia.

Comparte este artículo: