Las cartas de recomendación (#867)

Las cartas de recomendación

 

D.R.A.; Bet-el número 39, 1986

 

Enseñanza bíblica

Parece que hay una sola referencia directa en las Sagradas Escrituras a las cartas de recomendación llevadas por personas que pertenecen a una asamblea cristiana y van de visita a otra. En 2 Corintios 3.1 el apóstol Pablo pregunta: “¿Tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros?”

El versículo dice mucho, y aprendemos también de lo que no está dicho allí ni en otras partes del Nuevo Testamento:—

  • Había cartas de una congregación a otra, refiriéndose a determinados creyentes.
  • Algunos las necesitaban, por lo menos en determinadas circunstancias; “como algunos”.
  • Otros no las necesitaban, por ser conocidos sin carta. “Nuestra cartas sois vosotros …”, 3.2.
  • Pablo usó un solo argumento para mostrar que él no tenía por qué portar una carta a esa asamblea en particular. No era su apostolado, sino el hecho de ser por demás conocido a esos hermanos, y a las personas a quienes ellos podrían recomendarle.
  • No se trata de una doctrina como, por ejemplo, la del bautismo o de la cena del Señor. Estas grandes verdades fueron expuestas en boca del Señor e ilustradas en Hechos de los Apóstoles, además de ser explicadas en diversas Epístolas. Las cartas de recomendación, en cambio, reciben una sola mención específica y pasajera en la cual se establece que su uso depende de las circunstancias.

Ahora, ¿qué ejemplos bíblicos tenemos? ¿En qué circunstancias, y de qué manera, se expedían estas cartas escritas “con tinta” en los tiempos apostólicos? No es para nosotros hacer nuestras propias reglas, ni hacer caso omiso de la conducta de las asambleas apostólicas. Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron.

Los ejemplos se presentan en dos grupos:

  • las cartas que se refieren a viajeros desconocidos en su lugar de destino
  • las cartas que avisan la situación actual de una persona ya conocida.

La Biblia no nos autoriza a pedir una carta de recomendación de un creyente que conocemos como miembro de una asamblea cristiana, salvo en el caso no muy común de que haya existido una situación que requiere ser aclarada por escrito. (Por supuesto, habrá casos donde la cortesía sugiere cautela de parte del visitante).

Será difícil saber si ciertos ejemplos tratan o no de lo que consideramos cartas de recomendación a nivel de asambleas. Las breves epístolas que conocemos como Filemón y 3 Juan son casos. Hermanos bien versados en las Escrituras consideran que sí son ejemplos.

 

Viajeros desconocidos

  • Romanos 16.1,2: Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo.
  • 3 Juan 12: Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero.
  • Colosenses 4.7 al 9: Todo lo que a mí se refiere, os lo hará saber Tíquico, amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor, el cual he enviado a vosotros para esto mismo, para que conozca lo que a vosotros se refiere, y conforte vuestros corazones …

Observamos que estas cartas dicen algo en cada caso acerca de la persona recomendada. ¡No son simples boletos de entrada a una función! Sus lectores no tendrían ninguna duda sobre cómo tratar a Febe, Demetrio, etc. Allí hay una lección para los hermanos que redactan las cartas de recomendación en estos tiempos.

Siendo tan espirituales, ¿por qué requerían cartas estos hermanos? Porque Febe iba de Grecia a Italia y Demetrio era desconocido al buen hermano Gayo en la asamblea tan atribulada adonde iba. Tíquico había comenzado su servicio evangelístico con Pablo cinco años antes de esta carta. Ahora está en Roma, y va por vez primera a Colosas y Éfeso, ciudades que no había visitado con Pablo en sus viajes.

Las Escrituras no dan ejemplos de cartas expedidas a personas que iban de visita a un lugar donde eran conocidas, salvo que había alguna noticia de interés especial.

 

Noticias pertinentes

  • Colosenses 4.10: Aristarco, mi compañero de prisiones, os saluda, y Marcos el sobrino
    de Bernabé, acerca del cual habéis recibido mandamientos; si fuere a vosotros, recibidle.
  • Filemón 10 al 17: Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones. Si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo.
  • Filipenses 2.25 al 30: Tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador. Gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado. Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir … Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza

 

 

Marcos era un siervo del Señor que había tenido problemas con Pablo un tiempo antes, como sabemos por Hechos capítulo 15. Pablo había tratado el asunto en alguna ocasión con hermanos responsables, y ahora avisa a la asamblea que él no tiene dificultad en cuanto a su consiervo.

Onésimo era básicamente un nuevo creyente. Filemón y otros en la asamblea de Colosas le habían conocido, ¡pero como ladrón y cimarrón! Así el apóstol, quien conocía al uno y al otro, avisa del gran cambio operado en el viajero. El hermano recibe dos cartas: una personal a Filemón y otra a la asamblea, tratándose del evangelista Tíquico y del nuevo creyente. ¡Qué interesante! El buen misionero y el exprófugo en una misma carta, el uno porque iba a ministrar en una asamblea que no le conocía personalmente, y el otro por merecer una buena recomendación.

Epafrodito era filipense y uno que gozaba de la confianza de la asamblea, porque los hermanos le habían escogido para llevar una ofrenda a Pablo. Ahora, meses después, él va de regreso. Pero había estado muy enfermo y se había mostrado ser especialmente digno de la estima en la cual sus hermanos le tenían. Pablo se aprovecha de su viaje para avisar a la asamblea de estos detalles.

 

Otras lecciones

Los ejemplos nos permiten someter otras observaciones a la consideración del lector, quien debe aplicar la regla dada a los tesaloniceneses: “Examinadlo todo; retened lo bueno”.

  1. Los modelos dejados para nuestra instrucción tratan de recomendaciones dadas personalmente por apóstoles, refiriéndose siempre a personas de su propio conocimiento. Esto no quita, sin embargo, de la mención en Corintios de la posibilidad de una carta expedida por una asamblea.
  2. Las recomendaciones se refieren a siervos del Señor, a otros creyentes de reconocidas cualidades espirituales y a uno recién convertido, quien regresaba adonde le habían conocido cuando inconverso.
  3. En casos excepcionales, la carta fue dirigida a un líder en la asamblea. Juan escribió a Gayo personalmente, porque Diótrefes no le iba a recibir cris-tianamente a Demetrio. Juan había podido abundar sobre el tema, pero optó por decir sólo lo esencial en la carta. Aclara: “he escrito a la iglesia pero Diótrefes …”

Al escribir a Filemón, Pablo habla mayormente de cuestiones domésticas, pero debemos llevar en mente que la asamblea se reunía en la casa de ese hermano, y que Pablo envió una recomendación breve, dirigida a la asamblea.

  1. Jamás hablan estas epístolas de una admisión a la cena del Señor. Siempre recomiendan la persona a la comunión cristiana en un sentido amplio. Esto no debe sorprendernos. Una carta “para participar de la cena” echa duda sobre qué es la cena, qué es una asamblea y qué es la comunión. La cena es la máxima expresión visible de la comunión, pero no es la única. Si uno necesita una carta por no ser conocido en la asamblea que va a visitar, la necesita para el primer día de su visita, y no simplemente para el primer domingo en la mañana.

No hay nada en la doctrina apostólica para apoyar la idea de ser admitido a una reunión como participante (p.ej. la cena del Señor) pero no a la comunión de la asamblea en todos sus aspectos.  Hay grados de responsabilidad e idoneidad o libertad para intervenir en los ministerios, pero uno está en la comunión o no está. Esto queda claro en un pasaje como 1 Corintios 14.23, por ejemplo. (“Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar …”) Repetimos: la cena puede ser la expresión más evidente de si uno forma parte de la iglesia local o no, pero la cena no es la comunión ni la comunión es la cena.

A veces conviene una nota para acompañar a un creyente que no está en la comunión pero tiene el sano deseo de visitar a una asamblea, o asistir a una conferencia. Esto nada tiene que ver con las cartas que estamos estudiando aquí.

  1. No hay un procedimiento prescrito en cuanto a la lectura de las cartas de recomendación. Si nos visita una Febe, o si se nos escriben acerca del regreso de un fervoroso Epafrodito, la asamblea querrá que su carta sea leída públicamente. Sería apropiado hacerlo al final de la cena o en una reunión bien asistida durante la semana.

(No parece ser muy conveniente leer las cartas al comienzo de una cena del Señor, ya que quitaría nuestros pensamientos de la santa persona cuya muerte ya hemos estado meditando y hemos venido a conmemorar. Si el pueblo del Señor tiene confianza en sus porteros y ancianos, sabrá que no hay en la cena nadie que no debe estar.  ¡Podemos esperar hasta el final de la reunión para saber cómo se llama ese visitante, y qué necesidad tiene que requerirá nuestra ayuda durante la semana!)

Otras cartas no tienen por qué ser leídas a la congregación entera; muchas veces basta que uno diga simplemente que “nos complace contar con la presencia de los Esposos X de la asamblea en tal y tal parte”.

 

Conclusión

La comunión en una asamblea, y la comunión entre asambleas, son conceptos básicos del Nuevo Testamento, y la personalidad propia de cada iglesia debe ser respetada. Un creyente no puede llegar de buenas a primeras a una congregación ajena y esperar gozar de su intimidad sin  ser reconocido como uno que tiene ese privilegio en su lugar de origen.

Le conviene llevar una carta de recomendación si sus anfitriones no van a saber quién es, o si tienen fundadas razones para querer saber si una disciplina ha sido levantada o existe alguna circunstancia de especial interés. El hecho de esperar recibir una carta en estos casos no es cuestión de dudar de la salvación del individuo, sino de mantener en alto el gran privilegio de una verdadera comunión cristiana.

El otro lado del asunto es que las cartas de recomendación pueden convertirse en una mera rutina legalista. Pueden llegar a ser simples “boletos de entrada”, ni necesarias ni edificantes. La rutina externa y la mecánica pueden imponerse, sin representar el cumplimiento con la voluntad divina. A eso habían llegado algunos hermanos en Corinto. Ellos pensaban  haber encontrado una excusa para atacar al apóstol: ¡el hermano había viajado sin una carta de reco-mendación!

Fue cuando Pablo les señaló a los corintios su error en este sentido que prosiguió diciendo que “la letra mata”. El punto es significativo. (“… ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica”, 2 Corintios 3.5,6.) Las cartas de recomendación tienen un lugar, pero su uso es limitado.

 

Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo,
y tened en estima a los que son como él.

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