La preparación de un maestro (#845)

La preparación de un maestro

Servicio en América Latina de parte de Harold St John

 

James Anderson, editor de los dos tomos
de Collected Writings of Harold St John

 

El protagonista de este relato era uno de los gigantes entre las asambleas de su generación por su capacidad como conferencista y todavía es reconocido como uno de los más lúcidos expositores del siglo 20. Lamentablemente, no son muchos sus sermones del señor St John disponibles en español, pero debe interesarnos que un hombre que iba a ministrar a grandes concurrencias en todo el mundo de habla inglesa haya servido su intenso aprendizaje en nuestro continente en circunstancias de por sí llamativas.

Presentamos en seguida una foto de dos amigos: Harold St John y W. E. Vine. Se cuenta que el señor Vine le pidió al más joven intervenir en su servicio fúnebre. El señor St John le preguntó al gran erudito Vine si había algún himno en particular que él quisiera fuera cantado en el entierro. “Sí: Cristo me ama, me ama a mí”.  ¡¡¡!!!        D R A

 

Harold St John era diferente de todos los maestros de la Biblia que he conocido u oído. Se le ha llamado tanto erudito como santo. Las dos cualidades no siempre van juntas, pero en Harold St John sí.

Algunos expositores de la Biblia tienen una vista telescópica y otros una vista microscópica. St John tenía ambas. La hermosura de su enseñanza bíblica quedó au-mentada por sus ilustraciones, dejando entrever cuán amplia era su memoria y cuán aguda su observación. También, su ministerio tenía una veta poé-tica.

Su conocimiento de la Palabra de Dios era enorme. Un estudio bíblico nunca le encontraba sin una referencia y normalmente podía contestar al ser preguntado dónde encontrar un determinado pasaje, añadiendo a la vez qué era su contexto. Si bien por un lado sus discursos siempre parecían haber sido muy preparados de antemano, a la vez podía dar un brillante mensaje extemporáneo si la ocasión lo demandaba. En muchas maneras él era diferente.

 

Durante la segunda guerra mundial los Estudios Anuales de Largs, Inglaterra fueron transferidos a Ayr, Escocia. St John participó por varios años y por coincidencia una serie de estudios estaba en progreso cuando se anunció el fin de la guerra. Al ser declarado un día de fiesta nacional, se hizo evidente que la asistencia sería tan abultada que no serían prácticos estudios conversacionales. Con muy poco aviso se le invitó a Harold ministrar solo. ¡Sus dos temas eran una exposición de Ezequiel capítulo 47 y la preexistencia de Cristo en Juan 1!

Aquello sirve de ilustración de la dirección específica que St John recibió de la Biblia. Él andaba tan cerca de Dios que aquel Libro no era sólo para estudio sino para dirección. Nos dijo aquel día que cuando fue declarado el inicio de la guerra él estaba alojado en un gran hotel en Londres, huésped de Robert Laidlaw de Nueva Zelanda (autor de La razón por qué). Aquel terrible 3 de septiembre de 1939 la mayoría de los huéspedes abandonaron el hotel pero el señor St John se encerró en su habitación a solas con Dios. El mensaje que recibió, y vivió durante los años venideros, fue Salmo 57.1: “En ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos”. Guardó aquello secreto hasta terminar el conflicto mundial.

En años siguientes aprendí otras lecciones del siervo del Señor. Estábamos estudiando 1 Pedro 1.18 y la traducción propia de nuestro hermano era: “Ustedes no fueron redimidos con cosas perecederas, como la plata y el oro de su estilo de vida sin rumbo”. Su comentario fue: “Siento lástima por el mundano que tiene que pararse en cola para poder disfrutar de un par de horas pasajeras. Tengo 50 años de cristiano y nunca he sufrido cinco minutos de aburrimiento en todo ese tiempo. Cada mañana hay algo fresco para estudiar”.

Se amor por el Libro se extendió a una aceptación ilimitada de su exactitud. Habló de visitar una universidad, probablemente en Glasgow, cuando un estudiante se le acercó y dijo: “Señor, claramente no se puede pedirnos creer aquello acerca de una cabeza de hacha que nadó”.

Mi querido joven, ¿dónde fue criado usted? ¿En las Tierras Altas, a 50 millas de un ferrocarril? Yo podría cruzar el río Clyde con usted y mostrarle miles de toneladas de hierro flotando. Más maravilloso aun, el otro día vi miles de toneladas de metal volando. Ahora, si la criatura puede hacer eso, ¿le parece gran cosa que el Creador haya puesto a flotar unas pocas libras de hierro?

Es bien conocido aquel incidente cuando alguien le dijo al señor St John que daría el mundo por tener el conocimiento de la Biblia que él tenía. Respondió: “Mi querido hermano, eso es precisamente lo que di”.

 

¿Quién era Harold St John?

Era hombre alto, majestuoso, de pelo todo blanco y rostro rubicundo y radiante. Cuando la mayoría de los hombres vestían sombrero, él no. Su hija explica en su biografía que la razón era sencilla: él dejó tantos sombreros regados por el mundo que prescindió de usar uno. Le encantaba caminar a su culto y conversar con el Señor en lo que llamaba la oración ambulatoria. Poco sorprende que los transeúntes doblaran la cabeza para observar a aquel que había pasado.

Su padre estuvo toda la vida en el servicio diplomático y Harold nació en el Oriente. Uno se pregunta si eso aportó a darle esa percepción llamativa que usaba con provecho en su enseñanza bíblica. Su madre fue salva en una misión evangélica al visitar Gran Bretaña cuando residente en el exterior y ella se identificó con una asamblea de hermanos y ordenó un hogar cristiano.

Por su parte, Harold fue salvo a los 18 años. Su mente pintoresca se despliega en su propio relato de su conversión, narrado años más tarde:

Me acuerdo del día, nunca lo olvidaré, cuando vi mi Salvador con la cabeza del gigante en la mano, prueba irrefutable de que la obra de la salvación queda eternamente realizada. Él había destruido a aquel que tenía el poder de la muerte y por temor de la muerte había encarcelado a aquellos que toda la vida estaban sujetos a la servidumbre. Desde aquel día, cuando supe que mi Salvador había destruido al gigante y roto su poder para siempre, llevando el testimonio de su triunfo hasta la ciudad de Dios, desde aquel día nunca he sentido el más mínimo temblor en mi corazón en cuanto a mi seguridad eterna en el Señor Jesucristo. Esta noche estoy en pie ante Dios como habiendo visto a mi Salvador con las marcas de su victoria. Él ha triunfado. Ha ascendido hasta Dios, y por la misericordia suya yo voy también.

Era por demás obvio que Harold St John era erudito, pero por instrucción propia. Era estudioso por naturaleza y deseaba grandemente cursar estudios universitarios, pero lo fue negado por un cambio en las circunstancias de la familia y la muerte de su padre en México. La educación de toda la familia sufrió como consecuencia; Harold se vio obligado a buscar empleo en el Bank of England. Leía toda la literatura que podía conseguir, almacenando en la mente información que podría usar como ilustración en la predicación – fuera geográfica, científica o histórica – la cual sería ampliada posteriormente en sus viajes.

La suya era una vida con propósito. Uno de sus colegas en el banco dijo que nunca veía a Harold perder tiempo en la calle u otra parte, ya que parecía siempre tener algún propósito importante en mente. Otro cristiano dijo que nunca tenía tiempo para el deporte ni los pasatiempos, todo su ser hambriento por la Palabra de Dios.

 

Temprano él comenzó a predicar el evangelio. Percy Ruoff [colega en el banco, posteriormente misionero a Zambia] describe sus tardes cada viernes. Después de una merienda modesta iban a Mile End Waste en Londres a predicar. “St John con su voz resonante y lengua fluida atraía la gente y conservaba su atención con sus explicaciones gráficas y su apariencia de joven rubicundo. Solo o con otro, iba a Hyde Park para predicar a un gentío”.

Su gran deseo era predicar el evangelio a toda criatura, y pasaba horas repartiendo tratados y visitando los sectores marginados. Dijo tiempo más tarde:

Cuando era más joven solía ir a los barrios bajos de Londres. Llegaba a una pensión corriente el domingo por la noche vestido de levita y sombrero de copa y me paraba, Testamento en mano, para predicar y predicar. A mi sorpresa, no mi hacían caso. Luego descubrí por qué. Pedí prestado el flux más viejo posible y metí cuatro chelines en el bolsillo. Acompañé a los vagos y los desamparados del distrito a aquella pensión donde 200 o 300 iban a dormir. Me senté donde ellos se sentaban y sufrí los chinches de rigor. Los mismos bichos que se arrastraban sobre ellos, se arrastraban sobre mí. Pasé unas noches en esa recámara asquerosa escuchando calladamente sus necesidades y aflicciones.

Entonces a las 6:00 cuando ellos recibían su desayuno, me levantaba y les hablaba, ahora sin la menor dificultad para captar su atención. Me había sentado donde ellos estaban sentados, generalmente por nueve horas desveladas, y comprendía exactamente cuán sucios estaban, cómo los océanos de la vida les estaban sacudiendo, y que estaban perfectamente dispuestos a escuchar a un hombre que había estado donde ellos estaban.

Y el día mayor en nuestra historia fue cuando le plugo a Dios acercarse más a nosotros que jamás había hecho antes. Después de cuarenta siglos de morada bajo una nube y oscuridad intensa, le plugo a Dios acercarse. Pero no envió a su Hijo para predicar algún código; cuando nuestro Señor se ocupó de la cuestión de la Redención, por treinta años no dijo ni una palabra de ministerio público. Él se sentaba donde ellos sentaban y aprendió sus pensamientos y experiencias. Por treinta años conocía hambre, cansancio, pobreza y las sombras y cuitas de aquel pequeño hogar, y cuando había aprendido estas cosas, entonces abrió la boca y comenzó a hablar. El mundo le ha estado escuchando desde ese entonces.

Él dedicaba sus vacaciones de Semana Santa, y otras, a realizar series de reuniones. Con su hermano mayor, visitaba al pequeño pueblo pesquero de St Ives en Cornwall para celebrar una campaña evangelística, donde conocían la dulzura de ver un buen número de almas llevadas al Salvador.

Más y más, el estudio y ministerio de la Palabra estaban desarrollándose en la pasión de su vida. Aunque era joven, se hablaba de él como un maestro de la Palabra de calidad poco común. Participaba en los cultos semanales para los empleados que se celebraban en las grandes tiendas londinenses y ayudaba a Lord Radstock en sus célebres reuniones caseras. No obstante una jornada laboral de nueve horas diarias, rara vez estaba sin culto donde intervenir en la tarde.

 

Unos meses después de contraer matrimonio Harold St John sorprendió a todos los que le conocían al hacer saber que estaba por dejar su empleo en la banca para ocuparse de ser misionero foráneo sin ningún compromiso en cuanto a quiénes le sostendrían. No hubo ningún impulso repentino; él había visto la visión años antes pero el momento no se había madurado. Ahora a los 36 años estaba libre para salir, no a México donde su padre había muerto y adonde él pensaba ir, sino a Brasil. Este conocimiento repentino le vino en la noche y él se levantó en la mañana enteramente convencido de su llamamiento.

Para el pesar y la indignación de sus superiores, renunció su perspectiva excelente en el banco e hizo preparativos para el campo misionero. “Indudablemente hubiera llegado a la cúspide”, dijeron sus compañeros. El subgerente era francamente escéptico: “¿Cómo va a vivir y quién costeará sus gastos?” “Voy a hacer la obra de Dios, y Dios proveerá”, respondió Harold. “Él me está enviando y Él se responsabilizará”.

Harold y la señora resolvieron que a lo largo de su vida conyugal la obra del Señor siempre tendría preferencia para él, y ella nunca se olvidó de su promesa ni se quejó de sus largas ausencias del hogar. Su primer hogar fue una sola pieza en Buenos Aires donde los escarabajos plagaban las paredes de noche, y la pareja colocó las patas de la cama en kerosén. La señora Ella aprendió a atender al hogar en una cocina compartida con cuatro familias españolas.

Los St John se enrumbaron a Argentina inmediatamente después del comienzo de la primera guerra mundial. En una de las reuniones de despedida él dijo:

La empresa principal de todo cristiano en el mundo hoy día es la de evangelizar. Ninguna consideración de edad, sexo, pobreza o rango le permite escapar. Permítanme decir que su primer pensamiento no es su esposa ni su bebé, ni tampoco su negocio; son cuestiones secundarias. El único factor controlador que está delante de usted es que su ocupación en este mundo sea aquel de proclamar el evangelio a toda criatura … Al encontrarse cara a cara ante el Señor Jesús, su primera pregunta no será cómo manejaba su negocio en el mundo, sino ‘¿Cómo predicaba mi evangelio? ¿Cómo atendió a los intereses míos? ¿Era uno de los que llevaban el estandarte en alto y portaba la luz de mi evangelio a brillar por dondequiera en el mundo?’

¡Oh! cuidado que no sea uno de aquellos de quienes Él se avergonzará. Es la responsabilidad de la Iglesia borrar la mancha que le cubre debido a aquella mitad del mundo que todavía no ha oído nada de Cristo, porque van ya casi 1900 años desde que nuestro Señor estuvo de pie en Galilea y dijo: ‘Id por todo el mundo y predicad el evangelio’. Quizás antes de que regresemos algunos de los jóvenes aquí presentes habrán sido guiados de Dios para ir a América del Sur y predicar el evangelio. No llevamos nada sino la historia sencilla de la cruz de Cristo, su resurrección y su regreso. Estas verdades constituyen nuestro inventario, los bienes que el Señor Jesús está mandándonos a negociar en aquellas partes distantes.

La manera de hacer del Señor al enviar sus discípulos es la mejor hoy en día, Lucas 10.2 al 4. Si se nos guarda para volver acá, posiblemente Él nos preguntará lo que les preguntó a aquellos obreros: ‘Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo?’ Las necesidades temporales de sus siervos son bien conocidas a Jesucristo, y sus necesidades espirituales son marcadamente más importantes.

Así que, la pareja recién casada abordó un vapor para América del Sur, llegando a Buenos Aires para recibir aviso que el amigo que les iba a recibir había sido reclutado para el servicio militar y les había dejado una nota indicando la dirección en un sector marginado de la ciudad donde ellos se alojarían. Habían traído consigo los muebles esenciales: dos literas, una mesa plegable y un palanquero. Tres meses más tarde Harold escribió:

Estamos muy contentos y trabajando tan duro como permite el calor extremo. He repartido unos pocos centenares de tratados en plazas públicas, pero por supuesto todavía no puedo intentar conversación con la gente.

 

Seis meses más tarde Harold había progresado con el idioma y con gusto aceptó la invitación del señor Payne para acompañarle en una gira de Bolivia. [El Henry Payne que era el pionero en Bolivia no debe ser confundido con el Henry Payne que era paladín en Barcelona, España]. Emprendió viaje a Catamarca en una suerte de transporte de ganado designado para los viajeros más pobres. Ocupó las 38 horas en conversación con los otros pasajeros y en el reparto de tratados. Se reunió con los señores Payne y Stacey, quienes por diez días predicaron al aire libre en la plaza ante una muchedumbre y en un salón cada tarde.

Luego Henry Payne y Harold St John viajaron a caballo 14 horas para visitar una familia cristiana en la sierra, quienes guardaban una pieza pequeña a la disposición de evangelistas. La compartieron con el perro, gallinas, chivos y el loro. Harold usó sus conocimientos médicos que había adquirido en un curso premisionero para atender a los enfermos. Pasaron tres días en cultos, visitas y enseñanza. Fue aquí que nuestro hermano predicó por vez primera en español, y fue aquí que los tres se sentaron con el grupito para celebrar la cena del Señor por vez primera en aquella zona.

Al cabo de seis semanas Harold volvió a sus dos piezas alquiladas [en Bolivia], su servicio para el Señor tomando la forma de visitas con el señor Payne a grupos aislados de creyentes en las montanas. Repartían tratados, predicaron y enseñaron. Sin embargo, él estaba sintiendo de nuevo que su fuerte sería la de alimentar al pueblo de Dios.

Escribió en 1915:

He reflexionado mucho sobre la gloria del don del pastor. Aquel constituyó a unos apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. El dador de estos dones ejerció cada uno Él mismo; era un apóstol, Hebreos 3.1; un profeta, Hechos 3.22; un evangelista, Lucas 4.18; un maestro, Juan 3.2. Pero nunca dijo: ‘Yo soy el bueno apóstol, profeta etc.’, sino sólo: ‘Yo soy el buen pastor, y el buen pastor su vida da por las ovejas’.

Esto parece estar en contraste con los pastores de antaño, ya que para ellos las ovejas morían por el pastor. Abel tomó un primogénito de entre el rebaño, pero Cristo murió por las suyas. Para muchos es de muchísimo más valor cuidar las almas, visitar y gastar fuerzas por la grey y sus necesidades, que predicar a los concurrentes en un culto común. Ambas actividades son necesarias, pero la obra permanente de un pastor dedicado no admite estimación.

¿No es cierto que toda congregación de cristianos en Inglaterra estaría en desarrollo, creciendo en amor y conocimiento, viendo un aumento en número y logros, si uno de sus miembros se dedicara al Señor con el propósito firme de poner su vida por el bien de la grey, sencillamente porque las ovejas son de Cristo? No hace falta sello oficial ni aprobación humana. El equipo suficiente es sólo amor por Cristo vinculado con amor por las ovejas.

Esta obra pastoral llevó a Harold St John por todas partes a caballo. Que él la describa:

La obra en estas partes se debe sencillamente a la lectura de la Palabra de Dios. Biblias llegaron a las manos de dos o tres mujeres en un pueblo y a un par de leñadores en otro. Obedecieron la verdad y ahora con muy poca ayuda humana ellos se reúnen a leer las Escrituras. Les encontramos cargados de preguntas, y por cuanto es su costumbre anotar cualesquier dificultades, un visitante puede pasar horas en responder a la lista que producen.

Por diez días consecutivos el tiempo permitido para la cama fue de 3 ¾ horas promedio cada noche. Había poca tentación a flojear, ya que no es favorable para los sueños el acostarse de manera que el fuego de carbón abrase un lado del cuerpo dejando el otro congelado, especialmente cuando los pies del colega están en la cara de uno. Metí de contrabando entre los Evangelios una barra de jabón y un cepillo de dientes, pero encontré poco incentivo para utilizarlos. El agua escasea y la ducha es vista como una excentricidad de los ingleses. Con todo, es sorprendente cómo uno se presente a las 5:00 sin haberse lavado ni desayunado.

 

La señora Ella se quedó atrás en Córdoba en el aprendizaje del español y comenzando a ayudar en la obra entre mujeres. Esperaba su primer hijo cuando supo que su padre estaba grave, de manera que fue decidido que se marchara a Inglaterra. El resultado fue que los esposos estaban separados por un océano cuando llegó el bebé. Ella encontró imposible volver a América del Sur debido a la guerra.

Mientras tanto, él continuó su ministerio con Henry Payne en Bolivia y Paraguay. Abril-junio 1916 le vio acompañando al señor Strange en lancha para visitar las islas en el río Plata, y julio vio el comienzo de una gira a pie en Uruguay. Escribió acerca de sí:

Tarde cierto día mis compañeros y yo estábamos llegando al fin de una marcha prolongada, cargados de un lote de libros. Proseguimos por millas por una senda en los cerros hasta no poder ver el camino por falta de luz. Era pleno invierno y el frió penetrante, pero estábamos a varias millas del pueblo. Hubiera sido inconcebible dormir a la intemperie y hacía demasiado húmedo como para permitir una fogata. Oré a Dios que nos encontrara una solución. Aun mientras oramos, oímos el ruido de ruedas y en la penumbra apareció un coche rústico cuyo chofer ofreció llevarnos al pueblo. Debido a la enfermedad de un hacendado rico, había sido necesario traer un médico y el cochero estaba de regreso.

Un segundo incidente fue un toque más tierno de la mano de Dios. Hacía calor cuando llegué del norte para reunirme con mi esposa, y vestía sólo ropa de la más liviana. Debido a la imposibilidad de conseguir pasaje para ella, pasaron meses y me encontré de viaje en un invierno recio. Mis cajas estaban en un depósito y el precio de ropa nueva era exorbitante, de manera que puse mi situación delante del Señor.

Dos días más tarde un sastre cristiano se me acercó al final del culto, diciendo: ‘Tengo un flux que un cliente no reclamó y me imagino que podría servirle a usted, aunque tal vez no le guste la tela’. Respondí que si el Señor tenía ese flux para mí, ciertamente Él escogería buena tela, y en cuanto a la talla Él sabe hasta cuántos pelos hay en mi cabeza. Como era de esperarse, dos días más tarde me encontré vestido bien y protegido del frío.

La familia St John se radicó en Los Cocos [Argentina], sierra arriba. El corazón de Harold sentía la necesidad de los habitantes en el valle, pero todavía él se sentía atraído a los creyentes con su lamentable falta de cuidado e instrucción.

 

Temprano en 1917 Stuart McNair vino de Brasil y conversó sobre la posibilidad de una escuela bíblica. Stuart había laborado por 20 años en un distrito escasamente poblado en Brasil. Los domingos por la mañana los creyentes se reunían de lugares muy distantes, algunos habiendo viajado un día entero. Harold St John se unió con él, visitando cada pequeño grupo cristiano en un radio de 50 millas, y predicando varias veces en el día.

En noviembre comenzaron lo que tenían en mente, con el fin de ayudar a los varones jóvenes a crecer en el conocimiento de las Escrituras. El curso tenía una duración de seis meses con instrucción cada día de 5:00 a 8:00 pm, dejando tiempo para que cada cual trabajara por sueldo. Los candidatos tenían que ser recomendados por hermanos responsables y costear sus propios gastos. La hoja que anunció el proyecto rezaba: “Nuestro deseo principal es que prevalezca un ambiente de oración y poder espiritual con el fin de que, adicional al progreso de los estudios, haya más progreso en el conocimiento de Dios”.

La escuela bíblica en Carangola fue una iniciativa pionera. Comenzó con doce estudiantes y fue un éxito inmediato de tal manera que llegaron cartas pidiendo a St John que iniciara otras escuelas. Él continuó en Carangola hasta 1921. Aun cuando se le ofreció una residencia permanente allí, respondió a la solicitud a ayudar en otras partes, dejando la escuela en Carangola con Stuart McNair.

En 1921 se marchó de Brasil por última vez para viajar a Guayana Británica donde reunió a los santos por una temporada de instrucción.

 

Así comenzaron cuarenta años de viajes incesantes de parte de este siervo del Señor para instruir a creyentes en América del Norte, el Caribe, Europa, África del Norte y del Sur, Palestina y las Antípodas. Dondequiera que fuera, hombres, mujeres y niños testificaron haber recibido bendición. Viajaba con poco bagaje y se aprovechó de sus visitas para honrar al Señor.

Su esposa crió a los hijos, cinco por todo. Él bautizó a cada uno en el local evangélico de Malvern [Inglaterra]. La señora llegó a regentar una escuela para señoritas en Abergele [Gales] y fue allí que Harold dio su último ministerio. Terminó su carrera en 1957.

Su llamamiento al lugar celestial fue glorioso. Cerca del fin escribió:

Me estoy regicijando en la sentencia: ‘Jehová guardará tu salida’: La salida de un mundo partido y entristecido por contención, pero alumbrado dondequiera por los rostros de hombres, mujeres y niños que aman al Señor Jesús. Y ‘tus entradas’ a la tierra donde vamos que es tan hermoso que me pregunto por qué el Señor guarda a tantos de nosotros aquí; debe ser que nos necesita para alguna tarea aquí. Pero cuando entramos no habrá sombras.

Su regicijo alcanzó un climax durante la última semana de su vida. “Cuando entro a ver el Rey será brillante”, susurraba a intervalos. “El rey en su hermoura … gozo puro sin sombra … todo ha pasado, mis pecados, mis temores … sólo Cristo ahora … soy el hombre más feliz que vive … ¡Es brillante, todo brillante!” Aun cuando no conocía su familia reunida en torno de él, procuraba cantar: “Jesús, refugio de mi alma, Jesús ha muerto por mí”.

Había dictado su propio aviso de defunción la semana anterior. Decía sencillamente:
Harold St John, tercer hijo de Oliver Cromwell St John, antiguo tesorero de Sarawak. Un gran pecador redimido por la sangre preciosa de un gran Salvador. A ser puesto a reposar en el camposanto de St George para esperar la venida de Jesús.

 

 

 

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