La Iglesia y las iglesias (#799)

 

Iglesia e iglesias

Un recorrido por el Nuevo Testamento para descubrir cómo presenta la gran, sola Iglesia y las muchas iglesias locales

D. R. A.

Ver

Primera parte

Qué buscamos

La  lógica nos haría pensar que Iglesia se refiere a una congregación e iglesias a varias de ellas. Pero no es éste el sentido del título de este sencillo escrito. Otra idea, común entre muchos, es que las varias iglesias componen la gran Iglesia. No es así en la Palabra de Dios.

Muchos sabios en las Escrituras hablan del ‘aspecto universal de la Iglesia’ y ‘el aspecto local de la iglesia’. Quizás este sea una terminología acertada, porque las Escrituras emplean ‘iglesia’ para referirse a la totalidad del pueblo de Dios en cielo y tierra (desde Pentecostés) y también para referirse a una pequeña congregación específica aquí y ahora.

Pero, con todo, el que escribe se incomoda un poco con ese lenguaje de ‘aspecto universal’ y ‘aspecto local’,  porque para algunas personas puede dar cabida al error que ya hemos señalado, el de pensar que la suma de miles de iglesias, o asambleas, es la Iglesia universal, total o dispensacional.

Pero la Biblia no está redactada al estilo de una enciclopedia o texto escolar que permitiría buscar bajo ‘Iglesia – local’ y luego ‘Iglesia – universal’ y encontrar las respectivas definiciones, historia y directrices.

Por ejemplo, encontramos al Señor diciendo en el primer Evangelio, ‘Edificaré mi iglesia’ y a la vuelta de la página, ‘Dilo a la iglesia’, ¡cuando sabemos perfectamente bien que entre una y otra página Él no había edificado iglesia alguna! Observamos que en el primer caso Él contempla una enorme estructura construida sobre una roca y expuesta a los rebates del hades, mientras que en el segundo contempla la posibilidad de que tan sólo dos o tres personas hayan sido congregadas y Él en medio de ellos.

Llegando al último libro del Testamento no encontramos el vocablo ‘iglesia’ para referirse a la estructura que el Señor ya ha edificado, pero nuestra lectura de los libros intermedios nos ha permitido discernir que aquel edificio espiritual es la compañía que figura en el Apocalipsis como una gran multitud celestial, la esposa ataviada, etc. En cambio, encontramos que Él se dirige a ‘las iglesias’, y por cierto nombra siete de ellas en sendas localidades en los tiempos del desterrado vidente Juan.

Y así es a lo largo del Testamento. Tres de los Evangelios y la Epístola de Judas no hablan de la una ni la otra por nombre, pero los demás libros discurren sobre la Iglesia o las iglesias, y generalmente sobre ambas. Por el texto y el contexto pronto nos damos cuenta de que se trata de una iglesia (o asamblea) en particular, de varias iglesias específicas, o de la gran Iglesia que no admite limitación de localidad o tiempo.

El sentido de la palabra

Estamos empleando la mayúscula —Iglesia— al referirnos a esa vasta compañía, excepto cuando citamos textualmente de la Reina-Valera. Por otro lado, estamos intercambiando entre ‘iglesia’ y ‘asamblea’ al escribir sobre las congregaciones locales, terrenales, pasajeras.

Basta decir por el momento que ‘iglesia’ y ‘asamblea’ sí son intercambiables, ya que proceden de una misma raíz, ¡por mucho que no parece en nuestro idioma! Lo que es más importante es qué quiere decir esa palabra.

‘Iglesia’ es ekklesía y quiere decir ‘llamado a salir afuera’.

(1) Se usa en el Nuevo Testamento para definir lo que el Señor llama ‘mi iglesia’ a construirse, que es su vez lo que Pablo estila el cuerpo de Cristo; Mateo 16.18, Efesios 1.22. El término ‘iglesia universal’ es de factura humana, empleado aquí para dejar en claro que esa Iglesia abarca a todos los salvados en esta dispensación —o estilo de administración divina— en que vivimos. No se limita a los creyentes que están en este momento sobre la tierra, sino abarca a los que estaban (desde Hechos 2) y estarán (hasta el arrebatamiento de los salvos).

(2) Se usa también en el singular para designar una congregación específica que está constituida conforme a las directrices del Señor Jesucristo, o en el plural al referirse a varias de ellas en una determinada área geográfica.

(3) Y en tercer lugar se usa en el Testamento en dos contextos que nada nos interesan aquí, excepto que son buenas ilustraciones de esa idea de ‘llamados a salir afuera’. En Hechos 19 cierto funcionario del gobierno romano exigió a una turba que debería conducirse ordenadamente y definir su protesta ‘en legítima asamblea’. En Hechos 7 Esteban describe al pueblo de Israel, cuando peregrinos rumbo de Egipto a Canaán, como ‘la congregación (ekklesía) en el desierto’.

(La Reina-Valera, por ejemplo, emplea congregación en 1 Corintios 14 y en Hebreos donde emplea iglesia en otras partes en los mismos sentidos).

Recapitulando, entonces:

(1) La Iglesia universal es la vasta congregación de los salvos, judíos y gentiles por nacimiento humano, que han sido llamados afuera de las tinieblas espirituales de este mundo a la luz admirable y eterna de Dios. (Hermoso el comentario de Jacobo en el concilio de Jerusalén: ‘Dios visitó a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre’). Es ese real sacerdocio, nación santa y pueblo adquirido, al decir de 1 Pedro 2.9. No es solamente aquí que ese pueblo anuncia las virtudes del Señor, sino que ‘habrá gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades’, Efesios 3.21.

(2) Una iglesia local, o asamblea, es un determinado grupo que cuenta con Cristo en su medio, congregado en su nombre, Mateo 18.20, llamado afuera de la comunidad de inconversos donde se encuentran, para adorar y servir colectivamente con arreglo a las normas que el Espíritu Santo ha revelado por medio de los dichos del Señor y los escritos de los apóstoles. Esta definición es suficiente para indicar también que ese grupo es también llamado fuera de la comunidad de cualesquier auténticos creyentes que no desea, o no sabe, ceñirse a aquellos dichos y escritos.

El terreno a recorrer

Dicho esto, el que escribe confiesa que tiene aquí un propósito adicional a aquel de ver qué es la Iglesia y qué son las iglesias. Ese segundo propósito es el de descubrir el enfoque principal de los diferentes libros del Nuevo Testamento, en cómo tratan de este binomio que hemos trazado. Veamos la ruta para nuestro recorrido.

Si la Biblia no tiene formato de enciclopedia, ¿qué esquema emplea? La respuesta es: varios esquemas. Es un libro de historia, biografías, exhortación, poesía, mandamientos, exposición didáctica y exposición profética. Utiliza parábolas, amonestaciones, casos de estudio y doxologías (alabanzas ‘espontáneas’).

El Antiguo Testamento no nos va a proporcionar doctrina ni historia acerca de la Iglesia y las iglesias, porque no están allí. Una vez que aprendamos de ellas, podemos encontrar en el Antiguo Testamento figuras e ilustraciones, pero sobre ellas no podemos basar la doctrina. Evitaremos a toda costa pensar que la Iglesia es el Israel del Nuevo Testamento. Israel es un pueblo terrenal con un pasado y un  futuro vinculados a este mundo. La Iglesia total es un ente espiritual; sus pocos componentes estaban sobre la tierra cuando comenzó y pocos van a estar cuando se los llevan a la gloria, donde en este momento está la abrumadora mayoría.

Tres maneras de clasificar los libros del Nuevo Testamento son:

Hay los Evangelios, Hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis

Hay los libros mayormente narrativos y los mayormente expositivos

Hay los libros escritos por Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo, Pedro, Santiago y Judas, respectivamente

Hay marcadas diferencias entre los cuatro Evangelios, y especialmente entre Juan por un lado y los otros (llamados ‘los Sinópticos’ por su estilo de presentación). Estos tres libros se ocupan mucho de Israel y, grosso modo, perciben a los Doce como representantes de ese pueblo en el plan profético. Son ricos en su presentación del evangelio, pero con todo son un enlace entre el Antiguo Testamento, el presente y la dispensación venidera cuando Israel estará sobre la tierra pero la Iglesia ausente.

El Evangelio según Juan, en cambio, presenta temas tales como la venida de Cristo por los suyos, el Dios que ama al mundo entero, y el Hijo de Dios en contraste con el Hijo del Hombre en los Evangelios anteriores. Es el Evangelio más rico en pasajes clave sobre el plan de salvación en el tiempo presente.

Hechos de los Apóstoles es un puente entre lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar y lo que los suyos hicieron en treinta años posteriores a su ascensión. Nada nos debe sorprender, entonces, el progreso, o cambio, en las prácticas a medida que avanzamos en nuestra lectura de este libro de los Hechos. Quizás nos parezca que lo más lógico hubiera sido presentar la base de fe en los Evangelios, proceder a exponer sus preceptos doctrinales en las Epístolas y luego narrar su aplicación práctica en la Iglesia primitiva en Hechos de los Apóstoles. Pero no es así. Al Espíritu le plugo narrar la historia en Hechos antes de abundar en las Epístolas sobre sus bases conceptuales. La cena del Señor es un buen ejemplo de un tema manejado así; el bautismo es otro.
¡E Iglesia/iglesias es todavía otro!

Ya hemos señalado que hay las Epístolas de Pablo y hay otras. A Pablo le fue revelado el misterio —una verdad hasta ese momento oculta— ‘respecto de Cristo y de la iglesia’. Le fue dado anunciar el evangelio ‘para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia’, Efesios 5.32, 3.10. Él es también quien más escribe acerca de la iglesia local, pero veremos que el tema no fue desconocido a Santiago, Pedro y Juan.

Pensamos abundar más adelante sobre el hecho de que algunas epístolas están dirigidas a particulares, otras al pueblo de Dios como tales —es decir, como miembros de la Iglesia universal— y algunas a congregaciones en particular. Algunas de las epístolas de Pablo están en la segunda categoría, como son todas las de los otros autores —el Apocalipsis aparte.

Uno esperaría encontrar toda la instrucción sobre las iglesias locales en las epístolas cuya salutación hace saber que están dirigidas a una u otra asamblea, pero, otra vez, no es así. La primera carta a Timoteo y la carta a Tito son ‘epístolas eclesiales’ al igual que 1 Corintios. Hablaremos más de esto en su debida oportunidad. Es la razón por distinguir en la Segunda Parte entre ‘Un grupo de epístolas’ y otra sección denominada, ‘Otro grupo de epístolas’.

 

Asociamos Apocalipsis con los estremecedores acontecimientos de la gran tribulación y la gloriosa Nueva Jerusalén, pero haríamos mejor en pensar en Apocalipsis como un compendio de eventos presentes además de futuros.

Juan fue instruido en Apocalipsis 1.19 a escribir sobre:

las cosas que él había visto; a saber, la revelación de la persona de Jesucristo
en el capítulo 1

‘las [cosas] que son’; a saber, las cartas a las siete asambleas en los capítulos 2 y 3

las ‘cosas’ que iban a suceder, y todavía están por suceder, que él vio a partir del 4.1

Es en su totalidad una revelación para ‘testimonio en las iglesias’, como anuncia el Señor en el 22.16, pero es también, en los capítulos 2 y 3, un libro acerca de lo que ha acontecido y está aconteciendo en la Iglesia y las iglesias. Bien se nos enseñan que se puede entender las siete cartas como:

un relato de cómo estaba, y qué esperaba, cada asamblea en particular en aquellas siete ciudades

una reseña de la condición espiritual que se ha encontrado y se encontrará en la Iglesia universal, o algún segmento de ella, en una u otra etapa de su historia desde los años postapostólicos hasta la venida del Señor por su pueblo

una descripción del estado espiritual y la perspectiva de un creyente en particular o una asamblea en particular

Efectivamente, ¡Apocalipsis es un libro eclesial!

La Iglesia universal, la esposa de Cristo, está ausente de la escena terrenal en Apocalipsis desde el comienzo del capítulo 4 —el famoso ‘Sube acá’— porque Juan habla de cuando ella está arrebatada a la gloria. Pero, aparece, por ejemplo, cuando Juan llega a las bodas del Cordero, y por supuesto la encontramos como actor con Jesús y el Espíritu, cerrando el libro con un gran ‘Ven’, 22.17.

La ruta

Emprendamos nuestros recorrido. Veremos que la instrucción sobre la Iglesia y las iglesias es al estilo de aquel muy citado trozo en Isaías 28, ‘un poco allí, otro poquito allá’, pero de esta manera alcanzaremos a conocer ‘mandamiento tras mandamiento’.

Resistiremos la tentación de ir en línea recta desde Mateo hasta Apocalipsis, o desde Romanos hasta 3 Juan. Veremos primeramente los libros que aluden a una iglesia local pero que realmente no dicen qué es. Luego veremos los libros que la definen. En otras palabras, entraremos por la puerta trasera, asumiendo la postura de una persona que al inicio no sabe nada pero quiere llegar a la sala y disfrutar de toda la revelación que el Espíritu nos ha dado acerca de eso de congregarse en el nombre del Señor con el Señor mismo en medio.

En este recorrido nos daremos cuenta de que la abrumadora mayoría de las instrucciones y exhortaciones a los creyentes aplican por igual al creyente que goza de su incorporación en una asamblea local y al creyente que, por supuesto, está en la Iglesia universal pero por razones buenas o malas no identifica con ninguna. No queremos ser de aquellas personas que ven la asamblea en cada versículo de la Biblia, ni tampoco de aquellas que creen que la pueden tachar de las Escrituras como una opción que no les apela.

Este último punto tal vez requiera una aclaratoria. La obediencia al Señor no depende de que estemos o no en una iglesia local; es obligatoria porque estamos en la Iglesia universal. Pero en todo departamento de la vida nuestra comunión con Él puede ser fomentada y fortalecida cuando uno le haya obedecido en el bautismo y buscado la debida comunión y disciplina mutua de un núcleo de ‘los dos o tres’ congregados en su nombre.

Segunda parte

 

Nuestro viaje exploratorio nos llevará, entonces, por:

  • Los Evangelios
  • Hechos de los Apóstoles
  • Un grupo de Epístolas
  • Otro grupo de Epístolas

Nuestro propósito ya lo hemos definido. Queremos encontrar qué enseñan acerca de (i) la gran Iglesia universal a la cual todo creyente pertenece, sabiendo que ahora la abrumadora mayoría ya están con Cristo; (ii) las pequeñas iglesias locales, compuestas de determinadas personas en una u otra parte a lo largo de la historia a partir del Día de Pentecostés.

Los Evangelios

El Hijo del Dios Viviente proclama: ‘Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella’. A Pedro, quien acaba de reconocer la deidad del Señor, dice: ‘Te daré las llaves del reino de los cielos’, Mateo 16.16,19.

(De paso preguntamos si los arrebates de ‘las puertas del Hades’ se refieren a la actividad de demonios hoy día, o también a las iniciativas de personas como Saulo de Tarso, de quien vamos a hablar más adelante).

Con esto aprendemos como mínimo que en ese momento no había una iglesia pero el Señor iba a ‘edificar’ una. Sería objeto de persecución satánica pero no vencida por ella. Sería un ente distinto a Israel con su Juan el Bautista, Elías y los profetas.
Su vínculo no sería con Jesús cual Hijo del Hombre, sino con el Hijo del Dios Viviente. Pero no sería el reino suyo en sí, o sea, toda la esfera del gobierno divino para la cual Pedro tenía una cierta autoridad delegada. Otros muchos la tienen, 18.18.

Prosiguiendo, el Señor abunda sobre la debilidad humana, aun entre ciudadanos del reino de los cielos, 18.1. Habla de algunas ocasiones de caer, de una oveja perdida, de ofensas interpersonales y de una mayordomía abusiva.

En este asunto de pecar el uno contra el otro, Él exige una reconciliación entre hermanos, preferiblemente a solas ellos dos. Pero, dice, la cosa puede llegar al extremo que sea necesario decírselo a la iglesia, y peor, que el ofensor sea excluido de la comunión normalmente acordada a un hermano: ‘tenle por gentil y publicano’ —
u, obviamente, por estar fuera de la iglesia ahora, donde no se espera encontrar ‘gentil y publicano’. 18.15 al 17

¿Decirlo a qué iglesia? ¿Apartar el ofensor de qué comunión? Mal podemos intentar encajar estas iniciativas en aquel ente que el Señor iba a construir según anunció en el capítulo 16 que ya hemos visto. Pero en seguida Él echa luz sobre este otro ente que tiene en mente, diciendo: ‘Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’, 18.20.

Ahora estamos entendiendo mejor la relación interpersonal en la secuencia comentada, y ahora vemos una razón y un instrumento para una disciplina colectiva.
Es que unos pocos están congregados —se acostumbran a congregarse— como un ente, y el Señor se digna estar en medio de ellos si reconocen la autoridad suya.

En este pasaje hemos encontrado el germen de la iglesia local. Las instrucciones fueron dadas en anticipación de la  época  de  la Iglesia que comenzaría el Día de Pentecostés, Hechos 2.41,42.

Nos impresiona el hecho de que se basa en la presencia y autoridad del Señor, en las relaciones entre personas específicas y en un régimen de gobierno encomendado a seres humanos. Y, nos humilla reconocer que esta primera mención de la iglesia local haya sido hecha en el contexto de posibles diferencias entre creyentes.

Hasta allí el uso de la palabra ‘iglesia’ en los cuatro Evangelios. Figuras e ilustraciones hay en ellos, pero no las percibimos hasta llegar tierra adentro en el Testamento y luego retroceder a los Evangelios a ver qué estaba enseñado Jesús sin revelarlo todo de una vez — una práctica que encontramos a lo largo del Sagrado Libro.

La primera mención en todo el Libro del arrebatamiento de los creyentes para consolidar la Iglesia universal en la casa del Padre es la de Juan capítulo 14.  Contando hoy día con pasajes como 1 Tesalonicenses 4 y 1 Corintios 15, podemos comprender algo de lo que el Señor quería decir al hablar de preparar un lugar y volver por los suyos. Pero si tuviéramos sólo el Evangelio según Juan, aun con lo que Jesús reveló a Marta, nos quedaríamos con muchas preguntas.

Algo parecido podemos decir respecto a la cena del Señor. Con 1 Corintios 11 abierto delante de nosotros, nos deleitamos en el relato del aposento alto en Lucas 22, etc. y percibimos a los Once como representantes nuestros. ¿Pero acaso lo sabríamos si nuestra Biblia terminara con Juan capítulo 21?

La semilla está sembrada en los Evangelios. Sabemos que el Señor visualizaba una gran Iglesia y una pequeña iglesia de ‘dos o tres’, pero tendremos que continuar en nuestro viaje exploratorio para aprender más que esto.

Hechos de los Apóstoles

El escenario ha cambiado radicalmente. El Espíritu Santo se ha presenciado para morar en los suyos. Miles de personas han sido salvas. Sabemos que al cierre de los Evangelios había más de quinientos hermanos, 1 Corintios 15.6, y ahora leemos de tres mil convertidos en una sola ocasión y luego de cinco mil.

Esos tres mil fueron salvados, bautizados y añadidos en seguida, Hechos 2.41. Pero, ¿añadidos a qué o a quiénes? A la Iglesia total sin duda, y nos atrevemos a decir que a la iglesia en Jerusalén, la única que había a la sazón. ¿Se trata de la iglesia local en dos versículos vecinos: ‘Los que recibieron su palabra … se añadieron’, 2.41, y ‘El Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos’, 2.47? La incorporación en la gran Iglesia fue instantánea, y en la iglesia local fue realizada con mucha prontitud en Hechos de los Apóstoles.

Después del lenguaje puntual del versículo 41 (‘recibieron … fueron bautizados … se añadieron’), el 42 abre con un verbo que indica continuidad. Aquellos nuevos creyentes ‘perseveraban’. Ellos ‘continuaban perseverando’ en su apego a la doctrina, en la comunión interpersonal, en la cena del Señor y en las oraciones.

De que lo hayan hecho en el contexto de la abultada iglesia local de Jerusalén, no lo dudamos, pero tres de aquellas cuatro actividades han podido ser realizadas —a medias, tal vez— sin una asamblea. No así la cena del Señor (‘el partimiento del pan’ en 2.42 y 20.11). Leyendo sólo el capítulo 2, no podemos justificar esta afirmación, pero Mateo 18 nos preparó para reconocer esta verdad (‘congregados en mi nombre’), y en nuestra lectura del resto del Testamento no vamos a encontrar que se haya celebrado la cena del Señor fuera del contexto de una iglesia local. Y, es más: la exposición doctrinal del partimiento del pan, 1 Corintios 11, está en aquella sección de la Epístola (capítulos
11 al 14) que se encabeza ‘cuando os reunís’ — es decir, cuando están congregados en capacidad de iglesia.

Aquí podemos abrir un pequeño paréntesis para enfatizar la secuencia salvación-bautismo-incorporación en una comunión. Más adelante en Hechos vamos a leer, como ejemplo, que ‘muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados’. Por otro lado, no vamos a leer de cristianos no bautizados que fueron incorporados en una asamblea. Hechos de los Apóstoles relata tres ejemplos de personas que cumplieron con sendas responsabilidades:

la responsabilidad de buscar la salvación: El carcelero clamó, ‘Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?’ 16.30

la responsabilidad de buscar el bautismo: El etíope, al creer, observó, ‘Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?’ 8.36

la responsabilidad de buscar la recepción en una iglesia local: Saulo de Tarso, recién convertido y bautizado, ‘trataba de juntarse con los discípulos,’ 9.26

Con este tremendo despegue que ofrece el capítulo 2, proseguimos en nuestro recorrido por Hechos de los Apóstoles a ver qué nos enseña acerca de ‘Iglesia e iglesias’.

Parece que encontramos cuatro referencias directas a la Iglesia universal, pero no pocos estudiosos entienden que se trata de una iglesia local. ‘Vino gran temor sobre toda la iglesia’ y ‘Saulo asolaba a la iglesia’, 5.11, 8.3. En este ambiente, ‘Herodes echó mano a algunos de la iglesia’ y ‘la iglesia hacía sin cesar oración por [Pedro]’, 12.1,5. Bien se puede argumentar que todo aquello tuvo lugar en Jerusalén, pero este no es el punto. ¡Podemos estar seguros de que Saulo y Herodes no se cuidaron de hostigar a tan sólo los cristianos de una asamblea en particular! Su ira se incendió contra el pueblo de Dios en general.

Cuando Saulo iba camino a Damasco, el Señor le preguntó retóricamente: ‘¿Por qué me persigues?’ El apóstol confesó tiempo después: ‘Perseguí a la iglesia de Dios’,
1 Corintios 15.9. Viene a la mente de nuevo la declaración del Señor: ‘Edificaré mi iglesia … y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella’.

Pero se nos resalta en Hechos el término ‘las iglesias’. Las iglesias tenían paz, 9.31; los siervos del Señor en su viaje confirmaron las iglesias, 15.41; y las iglesias eran confirmadas en la fe, 16.5. La individualidad de cada congregación queda evidente, con todo que había denominadores comunes entre ellas. La Iglesia estaba creciendo a paso acelerado, pero un creyente en particular no sólo era miembro de ese gran conjunto, sino también se identificaba con una iglesia en particular.

No había una administración centralizada (¡por mucho que los hermanos de Jerusalén hayan pensado al principio que así debería ser! 11.22), ya que Pablo y Bernabé ‘constituyeron ancianos en cada iglesia’. Posteriormente, Pablo hizo llamar a los ancianos de la iglesia de Éfeso y les instó a mirar por el rebaño en que el Espíritu Santo les había puesto ‘para apacentar la iglesia del Señor’, 20.28.

Un grupo de Epístolas

Vamos a repasar ahora una serie de Epístolas que no están dirigidas a creyentes en su carácter de componentes de una asamblea en particular, en su salutación por lo menos. Si quiere decirlo así, están dirigidas a creyentes en su carácter de componentes de la Iglesia universal. Con todo, veremos que no dejan de entrever que había una iglesia en su localidad. ¡Es que el Señor presupone que cada individuo salvo por su gracia es una persona bautizada e incorporada en un testimonio específico!

Romanos está dirigida a ‘todos los que estáis en Roma, llamados a ser santos’, 1.7. Es en primer lugar una gran exposición del evangelio — el mayor tratado sobre la doctrina del evangelio que tenemos en la Biblia. Habla en la primera sección del gentil y el judío; en la segunda, de la restauración de Israel; en la tercera, de los deberes de todo cristiano, con saludos a varios de ellos en particular.

Es sólo cuando llegamos a estos últimos capítulos que nos damos cuenta de que aquellos santos en Roma se reunían en congregaciones y que uno de sus deberes era una correcta relación entre ellos mismos. La palabra ‘recibir’ figura tres veces, aunque no siempre en exactamente el mismo sentido. Los saludos en el último capítulo van dirigidos a uno y otro con ‘la iglesia de su casa’, ‘y a los hermanos que están con ellos’, etc.

Vemos también dos alusiones a las relaciones entre asambleas. En el 16.16 Pablo escribe desde Éfeso, ‘os saludan todas las iglesias de Cristo’. Al principio de aquel capítulo él recomienda que reciban ‘en el Señor’ una hermana que era diaconisa de la iglesia en Cencrea, una población en Grecia. Nos hace recordar Hechos 6, donde conocimos a varios varones en Jerusalén que estaban realizando labores en aquella numerosa congregación, aunque no se aclara allí que eran diáconos. Ahora con esta mención del término quedamos en espera de enseñanza al respecto. La vamos a recibir, pero mucho más adelante en nuestro recorrido.

Pasamos a dos epístolas parecidas entre sí y ricas en doctrina acerca de la Iglesia universal. Efesios fue enviada a ‘los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso’, 1.1, y Colosenses a  ‘los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas’ (una ciudad vecina), 1.1. Hasta allí, ningún indicio que vamos a aprender acerca de la asamblea local.

Es en una docena de versículos al final de Colosenses que percibimos que sí había una compañía bien definida, y no unos cuantos creyentes dispersos. Adicionalmente, llegamos a saber de por lo menos dos asambleas más. En Laodicea, otra ciudad vecina, un grupo se congregaba en casa de Ninfas; había ‘la asamblea de los laodicenses’. Y en la hermosa carta a Filemón aprendemos que había una iglesia en su casa. Leyendo el primer versículo de aquella comunicación y el penúltimo de Colosenses, nos preguntamos que si se trata de una y la misma congregación.

Pero no podemos dejar así a Efesios y Colosenses si nuestro interés abarca también la Iglesia universal. ¿Acaso habrá en el Libro entero una exposición mayor a la de los primeros tres capítulos de Efesios acerca del creyente —todo creyente— como en Cristo, o de aquellos trozos en Colosenses que proclaman el otro lado de la moneda: ‘las riquezas de la gloria … que Cristo está en vosotros, la esperanza de gloria’?

‘La iglesia’ abunda en estas epístolas, y es la Iglesia universal, total, dispensacional, mística, eterna.

En Efesios, por ejemplo:

Cristo es la cabeza de la iglesia; la iglesia está sujeta a Cristo;
Él amó a la iglesia, 5.21 al 25

Cristo ha sido constituido cabeza sobre todas las cosas, con respecto a su Iglesia,
la cual es su cuerpo, el complemento de aquel que lo llena todo en todo,
1.22,23, Versión Moderna

… la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia
por todas las edades, por los siglos de los siglos, 3.21

Colosenses abunda sobre el concepto de la Iglesia como el cuerpo de Cristo, y hemos dejado de mencionar que Él va a presentarse a sí mismo una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga. Múltiples veces habla en Colosenses de ‘Cristo’; para todo creyente Él es la vida, su esperanza, su Cabeza.

Las llamadas ‘epístolas generales’ —escritas por Pedro, Juan, etc.— no comienzan con salutaciones a determinadas congregaciones. Van a los cristianos en la dispersión (Santiago y 1 Pedro), a los que ‘han alcanzado fe’ (2 Pedro), o, si Juan escribe, a ‘os’ —sin aclarar quiénes— y a una cierta señora y a un caballero llamado Gayo. Con todo, Pedro entrega el saludo de ‘la iglesia en Babilonia’ y Juan habla de la iglesia donde estaba Gayo.

Pero Pedro aporta valiosa instrucción acerca del cuidado en una asamblea local. En la playa de Mileto, Hechos 20, Pablo había recordado a varios ancianos efesios que el Espíritu Santo les había puesto por obispos ‘para apacentar la iglesia del Señor’,
y ahora leemos en 1 Pedro 5, ‘apacentad la grey de Dios’. Aquellos señores estaban entre —no sobre— la grey. Igualmente, dice, uno debe sujetarse a los ancianos, porque Dios resiste a los soberbios.

Pedro abunda sobre la Iglesia grande, sin emplear el vocablo. (Dijimos ya que fue a Pablo que se reveló la verdad de la Iglesia como el cuerpo de Cristo). —

Elegidos, rociados, guardados, con una herencia incorruptible, casa espiritual, sacerdocio santo, nación santa.

Llamados por la gloria y excelencia divina, con preciosas y grandísimas promesas, apresurándonos para la venida del día de Dios.

Si andamos en luz tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado.

Sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él.

La verdad permanece en nosotros.

El Señor es poderoso para guardarnos, y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría.

No pensemos en Iglesia como algo remoto, esotérico, simplemente teológico. ¡Estas son descripciones para nosotros mismos, miembros del cuerpo de Cristo por haber sido salvos por su gracia!

 

¿Por qué nos hemos ocupado de estos detalles, por incompletos que sean, en este surtido de epístolas? Es porque todas ellas enseñan verdades acerca de la Iglesia universal y la mayoría de ellas, aun cuando no se enfocan en sus primeras líneas a la iglesia local, arrojan luz sobre cómo funciona una asamblea y cómo debemos comportarnos en ella.

Otro grupo de Epístolas

Ahora vamos a los libros del Nuevo Testamento que claramente están dirigidos
a ciertas asambleas que existían en tiempos apostólicos.

1 Corintios es la principal ‘epístola eclesial’. Parece que es la Versión Moderna (1893) que expresa mejor quiénes son sus destinatarios; a saber:

la iglesia de Dios que está en Corinto,
es decir, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos

juntamente con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y el nuestro

La dirección de 2 Corintios es parecida, pero no la misma:

a la iglesia de Dios que está en Corinto

juntamente con todos los santos que están en toda Acaya

El apóstol reconoce (i) una asamblea en la ciudad de Corinto, (ii) otras asambleas y (iii) creyentes en otras partes, congregados o  no en capacidad de una iglesia local.

La ciudad de Corinto pertenecía a la provincia de Acaya. No había una ‘iglesia de Acaya’, ya que una iglesia local se conceptúa como abarcando solamente la ciudad donde los cristianos ‘invocaban el nombre del Señor Jesucristo’. Este lenguaje a su vez nos hace recordar Mateo 18.20: ‘dos o tres que se congregan en mi nombre’.

Cencrea sería una de las otras asambleas en Acaya. No sabemos si Atenas contaba con una, pero sí sabemos por las últimas palabras de Hechos 17 que había allí algunos de esos ‘santos que están en toda Acaya’.

Esta distinción de la asamblea en una ciudad y las asambleas en una provincia la encontramos claramente en Gálatas 1.2, ya que aquella carta se dirige a ‘las iglesias de Galacia’, a saber, según entienden muchos, a Derbe, Listra, Liaconia, etc. (Hechos 14.6, 16.1). Y, por cierto, en el mismo capítulo el escritor alude a ‘las iglesias de Judea’. Aun más palpable es la estructura de los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis. En una misma provincia, y geográficamente muy cerca la una a la otra, había siete ‘candeleros’ (además de Colosas, Hierápolis, etc.). El Señor no se dirige a la iglesia de Asia compuesta de siete o más núcleos.

La lección es obvia y relevante. Las Escrituras insisten en el carácter local de cada uno de los múltiples testimonios sobre la faz de la tierra. No obstante toda la lógica humana que puede haber en agrupaciones, sedes-y-sucursales, organigramas, etc., el patrón apostólico es precisamente el de Apocalipsis 1.20: ‘los siete candeleros … son las siete iglesias’.

Pero hay otra lección en toda la superficie de estos mismos trozos de la Palabra de Dios. Es que, aun cuando una asamblea es un ente en sí, responsable directamente al Señor, las condiciones, los aciertos y desaciertos y oportunidades en una pueden ser, o pueden llegar a ser, comunes entre varias, especialmente si están ubicadas en una misma zona.

Toda Acaya habrá sido influenciada por su ciudad capital, y hubo una sana colaboración a nivel de provincia en reunir fondos para los necesitados en Jerusalén,
2 Corintios 9.2, Romanos 15.26. La levadura del legalismo —la ley desplazando la gracia— había penetrado la generalidad de las congregaciones de Galicia, de manera que Pablo las engloba en su angustiado llamado: ‘¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó?’ Este principio de distinta-pero-no-aislada, o independiente-pero-interdependiente, encuentra su máxima expresión en las cartas a las siete asambleas de Asia. La reseña de lo que el Señor quería para cada una termina en cada caso con:
‘El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias’.

 

Pero nos hemos alejado de las cartas a los corintios. Encontramos de entrada una lista muy llamativa de las cualidades de los corintios. Leyendo tan sólo los primeros nueve versículos de 1 Corintios 1, uno pensaría que en aquella ciudad había una congregación estelar: santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, enriquecidos en Cristo, sin falta en don, esperando la manifestación de Cristo, irreprensibles en el día del Señor Jesucristo y llamados a la comunión con el Señor. Al referirse a, por ejemplo, ‘nada os falta en ningún don’, Pablo tenía en mente a los corintios en particular (y de esto va a hablar en seguida), pero la lista en general aplica a ‘todos los santos … en cualquier lugar’. En otras palabras, describe a todos los miembros de la Iglesia universal.

A partir del 1.10, el panorama cambia radicalmente. Ahora es cuestión de divisiones, sabiduría de los hombres, envanecimiento, incesto, demandas judiciales y más obras de la carne. Esto no es el cuerpo de Cristo como tal, sino una iglesia local en un estado de frialdad.

Vez tras vez el apóstol alude en la epístola a ‘las iglesias’ y ‘la iglesia’. ‘Ordeno en todas las iglesias. Los que son de menor estima en la iglesia’, etc. Un versículo que frecuentemente se cita como mención de la Iglesia universal es el 10.32: ‘No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles ni a la iglesia de Dios’. Es verdad que Dios cataloga la raza humana de esta manera (aunque en esta dispensación Él no distingue judicialmente entre el judío y el gentil), pero esto es una aplicación y no una interpretación del pasaje. Pablo está exhortando a los corintios a comportarse de tal manera que no ofendan a los judíos en la ciudad, ni a los gentiles allí, ni al pueblo del Señor.

¿Y qué diremos del 12.28? ‘A unos Dios puso en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros’. El capítulo 12 trata de los dones espirituales en el contexto del cuerpo de Cristo, y presenta el cuerpo no sólo como la Iglesia universal sino a la vez como la iglesia local. Si uno reacciona en seguida diciendo que no había apóstoles en la asamblea de Corinto, tiene la razón. Pero, cuidado: él acaba de decir en el versículo anterior al citado, ‘Vosotros, pues, sois cuerpo de Cristo’ [sic]. Obsérvese, no ‘nosotros’ sino ‘vosotros’, los corintios. No ‘parte del cuerpo’, sino ‘sois cuerpo’.
Él prosigue diciendo que no todo corintio tenía cada uno de estos dones, pero deberían anhelar los mejores de ellos.

Hemos llegado a una sección clave en la Epístola (1 Corintios) y en el Nuevo Testamento en su enseñanza sobre la asamblea local. Es la sección Cuando es reunís, o sea, ‘Cuando ustedes están congregados en calidad de iglesia local’. Esto no fue el tema de la sección anterior —capítulos 6 al 10— ni será el del capítulo 15. Pero el culto y la vida eclesial es lo que se trata en los capítulos 11 al 14, por mucho que 13 trasciende estos límites (el amor), la primera parte del 11 también (en lo que se refiere al pelo a diferencia del velo) y el 12 en su manejo en paralelo del pueblo de Dios como un cuerpo (en la Iglesia universal y la iglesia local).

Su temario es, entonces:

la cabeza y la cobertura como símbolos de la jerarquía Cristo-varón-mujer
en la asamblea

la cena del Señor ‘cuando os reunís como iglesia’, 11.18

la diversidad de dones dada por el Espíritu, con una unidad subyacente

el amor como el impulsor por excelencia en el culto y en otras esferas

los procedimientos y la conducta en las reuniones de la asamblea, con la cuestión
del don de lenguas como un caso ilustrativo (¡otro ejemplo de cómo la Palabra de Dios maneja dos temas simultáneamente!)

Doce veces en esta sección, el 11 al 14, encontramos ‘la(s) iglesia(s)’. Pero no todo creyente en Corinto era componente de la asamblea local. El 14.23 contempla una situación en que ‘toda la iglesia’ esté reunida en un solo lugar y de repente entran otras personas de una o dos categorías: o indoctas o incrédulas. Así entendemos lo que está escrito: ‘los indoctos, o los que no creen’ (Versión Moderna); ‘no iniciadas o no creyentes’ (Nueva Versión Internacional). ¿Incrédulos tan sólo en cuanto al don de lenguas? Mal cabe la idea a la luz del contexto. Las dos categorías, los indoctos y los incrédulos, son: (i) cristianos no iniciados / incorporados en la congregación,
y (ii) personas inconversas.

 

Gálatas atrajo nuestra atención por sus palabras de apertura: ‘a las iglesias de Galacia’. En cuanto a la Iglesia total, nos encanta la frasecita en el 6.10: ‘hagamos bien a todos, mayormente a los de la familia de la fe’. Afirma el escritor en 3.26, ‘Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús’. Aprendemos en Efesios 4 que ‘hay … una fe’, así como un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, un bautismo y un Dios y Padre. Son términos que aplican por igual a todos los salvados. (¿Pero los vivimos todos por igual?)

Filipenses está dirigida a una asamblea local, como se desprende del 4.15, aunque la salutación inicial no lo dice claramente. Aquella salutación es ‘a todos los santos en Cristo que están en Filipos, con los obispos y diáconos’, y la bendición es ‘a todos los santos’.

Es llamativa esta mención de los ancianos y los diáconos, haciéndonos sobrentender que los diáconos son un grupo discreto y puede haber diáconos (como Febe en Cencrea) que no son reconocidos como ancianos. Por estar encontrando mucha mención de los ancianos en una asamblea (nunca ‘el anciano’, ‘el pastor’, ‘el encargado’, ‘el reverendo’), nos damos cuenta de que este elemento del gobierno interno es importante en la estima de Dios.

Podemos reforzar esta observación por una mención pasajera de la Epístola a los Hebreos. Todos nosotros hemos sido impresionados por la ausencia de una salutación inicial. Su contenido en doce capítulos deja entrever que el auditorio puede ser la suma de todos los cristianos judíos (hebreos), pero en el capítulo final nos damos cuenta de que el escritor tenía en mente a un grupo en particular. El único detalle que menciona en cuanto a su orden interno es el de ‘vuestros pastores’.

Si quiere, podemos decir lo mismo acerca de Santiago, una epístola escrita muy temprano en los años apostólicos y que no se ocupa de Iglesia / iglesias. Pero el 5.14 recomienda que en caso de enfermedad, ‘Llame a los ancianos de la iglesia, y oren
por él’.

Pero tenemos que volver a Filipenses. Repetidas veces Pablo usa el pronombre vuestro (‘vuestras oraciones’, ‘vuestra gentileza’, etc.), refiriéndose a características de los creyentes en general en la congregación en Filipos. En el 4.15 dice que en cierta etapa de su evangelización, ‘ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir [Ellos daban dinero y él lo recibía] sino vosotros solo’. Nos está enseñando la práctica que debe caracterizar a toda asamblea: la de prestar apoyo económico a aquellos que laboran en la obra del Señor. 1 Corintios 9.9 emplea lenguaje pintoresco: ‘No pondrás bozal al buey que trilla’. Es el tema de los capítulos 8 y 9 de 2 Corintios, aunque allí el enfoque primario es a la ayuda a los creyentes que tienen necesidad.

Vamos a valernos a la salutación a los Tesalonicenses para comentar sobre ese pequeño pronombre de: ‘a la iglesia de los tesalonicenses’. La asamblea era de los cristianos en Tesalónica en el sentido que ellos la componían. Leemos de ‘las asambleas de Galacia, de Judea’, etc. Eran de esas provincias en el sentido que estaban ubicadas allí. Romanos 16.4 dice que cierta pareja expusieron su vida y gozaban del aprecio de ‘todas las iglesias de los gentiles’. No es que no hay judíos en las asambleas, pero ese acto noble permitió a Pablo evangelizar entre los gentiles que llegaron a formar la abrumadora mayoría de las asambleas. Pero Corintios va dirigida a ‘la iglesia de Dios que está en Corinto’. La asamblea era de Dios en el sentido que Él era su dueño. Pablo exigió a los ancianos de Éfeso que apacentaran ‘la iglesia del Señor’. La asamblea era del Señor en el sentido que Él la compró con su sangre.

Igual de provechoso sería para el lector cuidadoso un repaso de frases como ‘en la iglesia’,  ‘encomendados por la iglesia’, ‘saludar a la iglesia’, ‘callen en las con-gregaciones’, etc. Estas sencillas ‘lecciones en gramática’ arrojarían como conclusión que la asamblea tiene personalidad propia y una persona pertenece a ella o no pertenece a ella. Una cosa es la reunión, otra es la iglesia en sí. Uno ha dicho que la asamblea del pueblo del Señor no es un parque público, donde el transeúnte entra y sale a su gusto, y la enseñanza de la doctrina en la asamblea tampoco es una cafetería, donde uno escoge lo que le agrada y deja a un lado el resto.

Tesalonicenes es como Filipenses en el sentido que no abunda grandemente sobre la asamblea pero sí arroja luz acerca de qué clases de personas podemos encontrar en ella. En Filipos había mujeres en pugna y el peligro de hacer las cosas con murmuraciones y contiendas. Algunos estaban afanosos. Los ritualistas (‘mutiladores del cuerpo’) eran una amenaza. ¡Aquellos obispos y diáconos tenían mucho a que atender! En Tesalónica había los flojos (aunque la asamblea en sí se caracterizaba por dinamismo en la evangelización), había distanciamiento entre esposos y esposas en sus legítimas relaciones sexuales, y había confusión en cuanto a la venida del Señor por su pueblo y posteriormente con su pueblo.

Aquellos creyentes deberían reconocer ‘a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan’. A los tales —ancianos, maestros, pastores a tiempo convencional y a tiempo completo— se estimaban no por su cargo sino ‘por causa de su obra’. Y cuán llamativo es que el pasaje, 5.12,13, dice en seguida: ‘Tened paz entre vosotros’. Por supuesto, llama la atención la lista de gente problemática: los ociosos, los desanimados, los débiles; y, dice, para no dejar a ninguno de nosotros afuera con nuestras propias fallas, ‘seáis pacientes para con todos’.

 

Hemos llegado a las Epístolas Pastorales, o sea, Timoteo y Tito. Si se protesta que fueron escritas a particulares, reconocemos que eso es cierto. Pero versan sobre sus deberes de pastorear las asambleas en Éfeso y Creta, respectivamente, y 1 Timoteo y Tito se colocan entre las más instructivas ‘epístolas eclesiales’.

El versículo clave es 1 Timoteo 3.15: ‘Te escribo … para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad’. (¿El lector se acuerda de que fue ‘el Hijo del Dios Viviente’ que dijo que iba a edificar su Iglesia?)

La casa de Dios es donde mora Dios. En el Antiguo Testamento Él moraba entre su pueblo en el tabernáculo. Hoy día la casa de Dios es la iglesia local. ‘… sois templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es’,
1 Corintios 3.16,17. Cristo es Cabeza y Señor sobre ella.

Además del versículo citado, Pablo enseña en el 3.5 que una de las funciones de un anciano es la de cuidar de la iglesia de Dios. En el 5.16 habla de la responsabilidad de creyentes de cuidar las viudas en su propia familia  para permitir a la iglesia canalizar sus recursos a aquellas que no tienen quienes proveyeran por ellas. Es evidente que en cada caso él se refiere a la congregación de creyentes en una determinada localidad.

Cuatro pasajes principales tratan el tema de los ancianos: 1 Timoteo 3.1 al 7, 5.1,
17 al 20, Tito 1.5 al 9, y ya hemos hecho mención del discurso a los ancianos de la asamblea de Éfeso que Pablo dio en  Hechos 20. Había un grupo de ancianos reconocidos en Éfeso antes de la llegada de Timoteo, pero una de las razones para que Tito se quedara en Creta fue la de constituir ancianos en cada ciudad, Tito 1.5. Parece que se había descuidado el asunto.

El Nuevo Testamento contempla una pluralidad de ancianos en cada congregación. Pablo emplea tres términos para describir estos hombres y su obra: ‘Anciano’ describe el hombre mismo. Se caracteriza por madurez espiritual. ‘Sobreveedor’, o epískopos enfatiza el lugar que el hombre tiene entre el pueblo del Señor y de una manera general señala su responsabilidad. Él ejercita autoridad espiritual entre la grey. ‘Pastor’ alude a su principal ejercicio. Él despliega una capacidad espiritual para alimentar, guiar y cuidar al pueblo del Señor.

Habiendo hablado de las cualidades del anciano modelo, el apóstol hace lo mismo con respecto a los diáconos, 1 Timoteo 3.8. A veces se traduce una misma palabra como siervo, o servidor o diácono. Un diácono es, sencillamente, uno que tiene una responsabilidad específica y cumple con ella. Puede ser, por ejemplo, un evangelista, un pastor, un tesorero, un portero o uno asignado a atender a la limpieza del inmueble de la asamblea. ¡Se hablan de los ángeles como ministros, o diáconos! En la iglesia local es de esperar que un verdadero anciano sea un diácono, pero muchos diáconos no son ancianos. Lo que hemos encontrado en Hechos, Filipenses y Timoteo debe hacernos ver que en la estima del Señor ninguno de estos deberes es poca cosa.

La  iglesia  y  las  iglesias

LA IGLESIA UNIVERSAL (o total) Y LAS ASAMBLEAS LOCALES

Héctor Alves, Vancouver, Canadá, 1896-1978

Ver

En Mateo 16.18 nuestro Señor le informó a Pedro: ‘Sobre esta roca edificaré mi iglesia’. Se refirió a lo que se acostumbra llamar la iglesia universal. Cristo es su constructor y todos los creyentes en Él son sus componentes. Esta iglesia no consiste en congregaciones sino en individuos renacidos. Se encuentran en todas partes, sean o no miembros de una iglesia local, o ‘asamblea’. La construcción comenzó en el Día de Pentecostés y continuará hasta que el Señor descienda del cielo con voz de mando. La mayor parte de la iglesia universal ya está en el cielo. La iglesia universal se llama en Efesios 1.23, ‘la iglesia que es su cuerpo’.

Hay también el aspecto local de la iglesia. Por ejemplo, Pablo escribió a ‘la iglesia de Dios que está en Corinto’, ‘a las iglesias de Galacia’, y ‘de los tesalonicenses’, etc. Ellas se componían de creyentes congregados en localidades específicas. Quien primero habló de la iglesia local fue Jesucristo, al decir, ‘dilo a la iglesia’, Mateo 18.17. Es cierto que ese momento no existía una iglesia local, pero Él preveía, e hizo provisión para, lo que habría dentro de pocos años.

En Romanos 16.16 estas congregaciones del pueblo de Dios son llamadas ‘las iglesias de Cristo’. No todo creyente está en una de ellas, congregado así al nombre del Señor Jesús. Leemos en Hechos 2.42 que ciertas personas fueron añadidas; es decir, fueron agregadas a los 120 que estaban en la iglesia en Jerusalén según el 1.15, no a los quinientos hermanos en diversas partes de Palestina. Había una comunión en Jerusalén, y los que recibieron gustosamente la palabra de su salvación fueron añadidas a aquella comunión o asamblea. En nuestros tiempos hay muchas personas que han estado en la iglesia universal por largos años antes de ser añadidas a una iglesia local en determinada localidad.

La asamblea en Corinto, como tantas otras, se componía de creyentes que habían sido llamados a una comunión; véase cómo lo expresa 1 Corintios 1.9. Creemos que este llamamiento se refiere a la comunión local, como la que mencionamos en cuanto a Jerusalén, donde los componentes del testimonio ‘perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones’, Hechos 2.42. La asamblea en sí no es un componente de la iglesia local, pero sus miembros lo son. La asamblea se compone de creyentes congregados en/al/hacia el nombre del Señor Jesucristo. ‘En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros …’, 1 Corintios 5.4. Una iglesia —una ekklesía— es un grupo llamado para salir afuera. Cada asamblea es un ente en sí, responsable solamente a su Cabeza que está en los cielos.

La iglesia que es el cuerpo de Cristo continuará hasta que Él la presente a sí, ‘una iglesia gloriosa que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante’, Efesios 5.27. Una iglesia local, en cambio, puede dejar de existir en cualquier momento. Leemos en la carta a los efesios en Apocalipsis 2.5: ‘arrepiéntate … quitaré tu candelero de su lugar …’ Sabemos, por cierto, que la iglesia en aquella localidad, Éfeso, ha dejado de existir.

El Señor mismo construye la iglesia que es su cuerpo; ‘Edificaré mi iglesia’, proclamó en Mateo 16.18. Él surte los dones necesarios para su expansión. Cada vez que una persona se salve, se añade un alma a aquella iglesia, y esta es la única ‘membresía’ eclesial que nosotros debemos reconocer. La iglesia local, en cambio, es construida por hombres bajo la dirección del Espíritu Santo. ‘Yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica’, 1 Corintios 3.10.

La iglesia que es su cuerpo consiste solamente en material genuino. En cambio, hay la posibilidad de que lo falso o ilegítimo sea recibido en una iglesia local. Judas 4 habla de los que han entrado encubiertamente; y Juan, en 1 Juan 2.19, de aquellos que ‘salieron de nosotros, pero no eran de nosotros’. Esto no puede suceder en la iglesia universal que Cristo está construyendo.

La manera de entrar en la iglesia universal se define en 1 Corintios 12.13. ‘Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo …’ La incorporación, o recepción, en una iglesia local es facultativa de aquella compañía. Véase, por ejemplo, el caso de Saulo de  Tarso en Hechos 9.26 al 28 y el de la doña Febe en Romanos 16.1,2.
1 Corintios 14.23 habla de la posibilidad de que ‘toda la iglesia’ —la asamblea en una localidad— esté junto en un mismo lugar en una misma reunión.

Ningún creyente jamás será expulsado de la iglesia que es el cuerpo de Cristo; es salvo eternamente. Por el otro lado, leemos en 1 Corintios 5 y otras partes de personas expulsadas de una iglesia local, y otras quitadas en juicio según 11.28 al 31. Algunos han optado por desincorporarse a sí mismos; la expresión en Gálatas 5 es ‘mutilarse’. En la iglesia universal no hay ancianos ni diáconos, pero los tales son una parte esencial de la asamblea local.

Cada iglesia local debe actuar en su propia esfera y en comunión con otras que también reconocen a Cristo como Señor. La Primera Epístola a los Corintios va dirigida a la congregación en Corinto en particular y a todos los que invocan a Cristo, Señor de ellos y de los demás. La carta contiene los mandamientos del Señor para toda asamblea en todo tiempo.

Los nombres humanos dividen; el nombre del Señor Jesucristo une. Una iglesia local según el Nuevo Testamento reconoce un solo nombre: el de Cristo. No quiere etiquetas ni nombres calificativos. Seamos como la de Filadelfia: ‘No has negado mi nombre’, Apocalipsis 3.8.

Comparte este artículo: