Éxodo (#808)

Leyendo día a día en Éxodo

R. V. Court,
Day by Day through the Old Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

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Introducción

Se ha dicho que Éxodo (la palabra quiere decir salida) es uno de los libros más conocidos y populares de la Biblia, aunque tal vez el caso sea que este criterio corresponde a solamente determinadas partes del libro.

El propósito de Éxodo es registrar la salvación, por sangre y por poder, de un pueblo esclavizado que era tema de promesas divinas, p.ej. 6.2 al 9. Abre en oscuridad y penumbra y cierra en gloria. En su comienzo cuenta que Dios descendió en gracia para liberar a su pueblo, 3.8, y en su terminación cuenta que este mismo Dios descendió en gloria para morar en medio de un pueblo redimido, 40.34,35.

Su mensaje distintivo es uno de redención, y el registro histórico traza la operación de gracia divina en la redención y recuperación para del hombre por medio de Cristo Jesús. La historia de Éxodo se repite en cada alma que busca una liberación completa, especialmente del pecado y del mundo vistos como un Faraón y una casa de servidumbre; compárese Romanos 6.14 al 18. Hace ver que la redención es sólo de parte de Dios.

En el pronunciamiento de los diez mandamientos vemos que este Dios de gracia y misericordia es un Dios santo, quien debe fijar normas para su pueblo. Con todo, al leer “amarás al Señor tu Dios”, vemos que desea la voluntad y el afecto de su pueblo.

A partir del capítulo 24 Dios ordena construir el tabernáculo y todos los muebles relacionados con él, de suerte que disponga de un centro de adoración donde un pueblo redimido pueda reunirse con él y gozar de comunión con él.

Una relación consumada con Dios es fruto de la redención. Las disposiciones en cuanto al tabernáculo, una manifestación anticipada en gran detalle de Cristo y sus diversos ministerios ─compárense Hebreos capítulos 9 y 10─ aseguran que esta relación puede ser una realidad dentro del marco del carácter de Dios.

El libro relata:

servidumbre                       capítulos 1 y 2

redención                           capítulos 3 al 15

la servidumbre de los israelitas

el llamado y la comisión de Moisés

las plagas sobre Egipto

la pascua

la salida

el viaje a Sinaí                    capítulos 16 al 19

Mara

Zin

Refedim

Sinaí

leyes civiles y morales       capítulos 20 al 23

la adoración                       capítulos 24 al 40

la ley ceremonial

el tabernáculo y el sacerdocio

1.6 al 14, 2.11 al 25
Israel en Egipto

“De maneras misteriosas suele Dios aún obrar”. Al comenzar nuestra meditación sobre el libro de Éxodo, el libro de la redención, nos damos cuenta de una vez de la verdad de estas palabras. En relación con los asuntos de Israel se nos relata el cambio del honor a la servidumbre y el desprecio. Todo era sobrio, pero detrás del relato triste de los capítulos
1 y 2 vemos que Dios estaba a cargo de la situación.

El 1.7 hace ver un cumplimiento  de la promesa de Dios a Abraham en Génesis 15.13 al 16, y a Jacob en el 46.3, pero el v. 8 introduce un intento de parte de Satanás a bloquear la iniciativa divina. Aun cuando vino la persecución, notamos que el v. 12 dice, “Pero cuanto más … tanto más …” En enemigo dijo, en efecto, “Destruiré”, pero Dios había dicho, “como la arena”, Génesis 22.17.

El próximo intento a erradicar el linaje mesiánico, cuando las parteras deberían matar todo primogénito varón, fue frustrado por la firmeza de ellas, quienes temían a Dios y desobedecieron al rey, v. 17. Con esto se hizo el decreto temible, v. 22.

Dios dirige la atención nuestra a una cierta familia en la cual se entendían los propósitos suyos a través de Israel, 2.1 al 4. ¡Un bebé varón! Grande el problema y grande el reto a confiar. Hebreos 11 cuenta que los padres de Moisés actuaron “por fe” al esconderlo, y luego lo colocaron en una arquilla en el río, presuponiendo en esto una revelación divina a ellos acerca del niño, ya que “la fe es por el oir”, Romanos 10.17. Vemos que Dios mantenía el control cuando la hija de Faraón toma el nene y cuida al futuro libertador de Israel, contratando los servicios de la madre del niño para su cuidado e instrucción.

Los años pasan y llega el día cuando Moisés “por fe” ─bien instruido por su madre─ renuncia su posición en el hogar real y toma su lugar con su propio pueblo, “escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios”, Hebreos 11.25. Consecuencia de un acto precipitado ─2.11,15, Hechos 7.23 al 29─ Moisés abandona la tierra de Egipto y se dirige a Madian donde sería enseñado de Dios a lo largo de cuarenta años, Hechos 7.29,30.

Dios está sobre todo allí también, y su pueblo tampoco está olvidado, v. 23. Leemos en 2.24,25, 6.5 que oyó, se acordó y miró. Si “no hubo ojo que se compadeciese”, el ojo de Dios sí, y su prometida fidelidad aseguró todo.

capítulo 4
Las objeciones de Moisés

No obstante las declaraciones positivas de Dios acerca de lo que iba a hacer, Moisés duda todavía y en el v. 1 le oímos expresar su incredulidad. Dios había dicho, “oirán tu voz”, 3.18, pero Moisés dice, “ellos no me creerán, ni oirán mi voz”. Probable-mente el miedo estimuló estos pensamientos. En gran gracia Dios da tres señales que Moisés emplea-ría para convencer al pueblo de la omnipotencia de su Dios; su propósito era asegurarles que Él había enviado a su siervo.

Se han hecho diversas sugerencias en cuanto al sentido de estas señales. Posiblemente en la primera, vv 2 al 4, Dios tiene en mente la historia de su pueblo. La vara simboliza el poder y la autoridad. Dios está haciendo ver que Israel había sido guardado en la mano divina y había llegado a una posición de honor y gobierno por medio de José, pero llegó otra época cuando surgió otro gobernador (y tras él Satanás). Vendría día cuando su poder sería establecido de nuevo y roto el poder satánico. Ellos serían la cabeza y no la cola.

La segunda señal, vv 6, 7, fue para humillarlos. Acaso Moisés y el pueblo se exaltaran al tomar y controlar la serpiente, tenían que ser enseñados que adentro hay un corazón corrompido. Todo poder y todo valor son de Dios.

La tercera señal, v. 9, sería usada en caso que las primeras dos fuesen rechazadas. Hablaba de juicio. El río era la vida de Egipto; véase Ezequiel 29.1 al 12. Dios puede tornar en trágica maldición las bendiciones de una nación, así como de un individuo.

En el v. 10 la incredulidad opera todavía: “Nunca he sido hombre de fácil palabra … soy tardo en el habla y torpe de lengua”, refiriéndose tal vez a un impedimento. Tiernamente Dios le hace tener presente su soberanía en relación con el uso de sus palabras. Mucho mejor la enseñanza del Señor que el don de la elocuencia. ¡Un gran mensaje para el predicador! Pablo no vino “con excelencia de palabras”.

Compárese en v. 15 con 2 Pedro 1.21, donde Pedro habla de “los santos hombres de Dios [que] hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”. Vemos esto en operación en el caso de Moisés, a quien Dios dijo, “yo estaré con tu boca”.

El v. 31 confirma la veracidad de las palabras de Dios en el 3.18, “el pueblo creyó …”, y su intervención provocó adoración de parte de ellos.

capítulo  6
Las promesas de Dios

El capítulo 5 narra el primer acercamiento de Moisés y Aarón ante Faraón. Probablemente esperaban un buen resultado, aunque Dios ya les había advertido acerca de esto en el 3.19, “Yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte”.

Ellos no estaban preparados para la respuesta inmediata de parte de Faraón, un endurecimiento de la condición del pueblo y un aumento en sus cargas crueles. Sabiamente, Moisés se lo contó a Jehová, vv 22, 23. La respuesta de Dios en el capítulo 6 es muy benigna. En el v. 4 dice en efecto, “He prometido y voy a cumplir mi promesa”. En el v. 5 sus palabras son: “Yo he oído el gemido de los hijos de Israel … y me he acordado de mi pacto”. La repetición de este recordatorio de su simpatía y su pacto es otro indicio del conocimiento que tiene Dios de los anhelos de nuestros corazones.

Sigue siete promesas en los vv 6 al 8, con el pronunciamiento inicial, “Yo soy Jehová”. ¡Qué de garantías hay en él! Cada promesa comienza con la afirmación de que Él hará algo. Las tres en el v. 6 tienen que ver con su esclavitud en Egipto, y revelan que ya era cosa del pasado. “Os sacaré … os libraré … os redimiré”. Este tercer punto deja entrever que su liberación iba a costar algo. Esto trae a la mente el éxodo mayor realizado por el Señor Jesús en Jerusalén, Lucas 9.31. Cuán hermosamente trata Pablo la obra del Padre en Colosenses 1.13: “… nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”.

Dos promesas en el v. 7 versan sobre la relación presente. “Os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios”. Eran un pueblo quejoso y presto a dudar, pero Él se identifica con ellos y se digna decir que son suyos. Gloria a él, podemos cantar, “Suyo soy y mío es Él”.

Dos promesas más siguen en el v. 8, refiriéndose al futuro. “Os meteré en la tierra … y yo os la daré por heredad”. De nuevo afirma que es Jehová. Con estas promesas, ¿por qué estar temerosos? Dios sería su Dios y ellos serían su pueblo, y se comprometió a llevarlos –Él mismo— y traerlos. Y este Dios es el Dios nuestro, el que nos ha sacado de la servidumbre, de manera que nos conducirá al lugar preparado para su pueblo: una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos, 1 Pedro 1.4.

capítulo 10
Él espera pacientemente

Los juicios continúan, pero en ellos se ve la longanimidad de Dios. La rapidez con que realizó los diversos juicios, aun cuando las declaraciones de Faraón eran sospechosas, deja en claro que el castigo es su “extraña obra”. El hecho de que una serie de juicios haya sido llevada a cabo, a diferencia de haber infligido un solo gran juicio, hace ver que el propósito era conducir a Faraón al arrepentimiento, 2 Pedro 3.9. Esta longanimidad se destaca en 9.20,21, pero, como hoy, solamente unos pocos creyeron.

La protección de los israelitas continúa a la par que los juicios progresan, y vemos que Dios está actuando conforme con las implicaciones de “mi pueblo” en el 9.13. Hay una nota preciosa en el 10.23, “todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”. La oscuridad se palpaba en derredor, pero adentro había luz. Amados, somos “del día”, y aunque todo el mundo esté perdido en las tinieblas del pecado, nosotros por ser pueblo suyo contamos con la luz de la Palabra escrita, el calor del amor del Padre, la luz de la estrella resplandeciente de la mañana, y aun el Sol de Justicia en nuestras habitaciones. ¡Su nombre sea alabado!

Faraón ya había ofrecido alternativas al propósito declarado por Dios para su pueblo, 8.25,28. Leemos de dos intentos más para llegar a un acuerdo: en 10.10,11 “Id vosotros los varones”, o sea, dejen sus hijos aquí en Egipto; y en el 10.24, “Queden vuestras ovejas y vuestras vacas”, o sea, dejen sus bienes aquí en el país.

Estos compromisos están con nosotros todavía. Algunos padres creyentes hacen todo lo posible para asegurar que sus hijos prosperen en el mundo aun a costa de su bienestar espiritual, y otros hacen inversiones cuestionables sólo porque parecen rentables. Cuánto nos estimula leer las palabras de Moisés, “No quedará ni una pezuña”, v. 26; y palabras parecidas en el v. 9. Por cuanto Dios había dicho “mi pueblo” con base en la redención (“Pondré redención entre mi pueblo y el tuyo”, 8.23), nuestra respuesta debe ser: “Todo para ti”.

Faraón había estado endureciendo su corazón contra Dios a lo largo de la historia, 7.14,22, 8.15,32, 9.7,34,35. Ahora todo llega a un triste clímax con la declaración que “Jehová endureció el corazón de Faraón”, 10.27. Nótense las diferentes palabras empleadas al comparar esto con 4.21. 7.13, 9.12, 10.1, 14.4,8,17. Romanos 9.17,18 reza: “La Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”.

El desafío definitivo de Faraón, v. 28, marca el cierre de la puerta de la gracia.

capítulo 12
Pasaré

Acercándonos a la noche de liberación, se nos hace recordar que lo que iba a suceder aquella noche iba a introducir a este pueblo, como nación, a un nuevo comienzo: “el primero de los meses del año”. Un cordero sería matado y su sangre esparcida a la vista de todos; ¡a partir de este acontecimiento ellos procederían a la libertad, con Dios! Párese por un momentito y reflexione: Estoy libre porque mi Salvador ha muerto, 1 Corintios 5.6, y debo estar firme en esa libertad.

Se habla de un cordero en el v. 2, de el cordero en el v. 4, y de tomar corderos para sí particularmente en el v. 21. Lucas 2.11 habla de un Salvador; Juan 4.42 de el Salvador y Lucas 1.47 de  mi Salvador.

En aquella noche solemne la muerte entró en todos los hogares, bien para el cordero o bien para el hijo primogénito. ¿El procedimiento parece innecesario? ¿Dios no ha podido determinar la posición de cada hogar sin este rito formal? Claro que sí, pero conforme Dios habló a Moisés, y Moisés al pueblo, Él contemplaba otro Cordero, el Cordero de Dios. Su dedo estaba señalando adelante al Cordero que iba a llevar el pecado del mundo, Juan 1.29, 36. Grande es ese Salvador. Si hacía falta probar al cordero en Egipto para asegurarse de que estaba sin defecto, Éxodo 12.5, así este Bendito fue probado por hombres, por Satanás, por Dios, y Dios abrió su cielo para declarar su complacencia en Aquel que siempre hacía lo que agrada al Padre.

El foco central de la reunión en familia en torno de la mesa es el cordero cuya sangre había sido esparcida puerta afuera. El primogénito lo contemplaría intensamente, ya que para él era cosa muy personal y preciosa. Nosotros también, al reunirnos en torno de la mesa que guarda los memoriales, podemos decir con gran gratitud que “Él lo hizo por mí”.

Ellos comieron listos para la marcha, porque los eventos de aquella noche les convirtieron en peregrinos. Dios había dicho: “yo os sacaré … os meteré”, 6.6,8. Iban rumbo a una herencia preparada y tenían que guardar la fiesta del pan sin levadura, con la pascua, 12.14 al 20,
13.3 al 10. La levadura, que habla en la Biblia de lo inicuo, tenía que ser apartada en aquella ocasión, así como ahora, 1 Corintios 5.6 al 8 ( ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?). ¿Cómo puedo permitir que el pecado more en la vida mía, y menos aun que me domine, Romanos 6.12 al 14, si el Cordero de Dios ha muerto para liberarme?

capítulo 14
Ante el Mar Rojo

En el capítulo 13 Dios “hizo que el pueblo rodease”, v. 18. Iban a aprender que esta circunvalación era el “camino derecho”, Salmo 107.7. En su soberanía Dios les conduce a un lugar de extremo peligro. Allí están el mar, Faraón y las montañas en torno de ellos; están encerrados, y Dios les había puesto allí. Sí, Él sabía qué diría Faraón, v. 3, y qué haría,
vv 8, 9. En el caso de Israel, como en el nuestro, “Ciega incredulidad yerra el camino, y su obra en vano adivinar intenta”. Ellos no alzaron sus ojos lo suficiente, v. 10. Esta incredulidad resta a la confianza y el gozo, y en este caso trajo el temor. Pero las situaciones apremiantes son para fomentar la preparación espiritual.

De manera que aprendemos:

  1. 1. La necesidad de confiar, vv 13, 14. “Estad firmes, y ved”. ¡Esto es difícil para la naturaleza humana en su afán por hacer algo! ¿Pero qué podían hace ellos ante el Mar Rojo? ¿Acaso podían secar las aguas o aplanar las montañas? ¡No! Tenían que quedarse quietos y dejar que Dios obrara.
  2. 2. La fidelidad de Dios, v. 14. “Jehová peleará por vosotros”. Este no es un conflicto entre Israel y Egipto, sino entre Dios y Egipto, y en contra de todos los dioses de Egipto Jehová va a ejecutar juicio. Esto debe traer paz a sus corazones atribulados. Busquemos aprender que: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”, Isaías 26.3. El rey Asaf dijo, “en ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos”,
    2 Crónicas 14.11, aun en el caso suyo en contra de un gran enemigo.
  3. 3. La habilidad de Dios, v. 15. “Que marchen”, fue la orden. Esto no contradecía su orden de “estad firmes”, sino la secuela. Lo imposible se torna posible. Cuando Dios manda, habilita. No sabemos si la vía a través de este mar fue abierta de una vez, pero sabemos que la fe estaba en operación. “Por la fe pasaron el Mar Rojo”, Hebreos 11.29. Obsérvese que los egipcios intentaron hacer lo mismo, y perecieron; no era una senda para la carne.
  4. 4. La protección de Dios, vv 19.20. Ahora Dios se coloca entre su pueblo y el enemigo. Para tocarlos el enemigo tenía que enfrentarle a él. Cuán seguros estaban, aun si temblaban todavía. ¿Acaso Él no dice acerca de Israel: “Mío eres tú”, Isaías 43.1?

capítulo 15
El cántico de redención

Este cántico es una secuela lógica al final del capítulo 14. “Vio Israel … y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová”. De manera que, “cantaron los hijos de Israel”.

El cántico inspirado de Moisés reconoce la gracia y el poder de Jehová y contempla la venidera realización de la obra de redención suya que comenzó en Egipto. De veras, Israel  “cantaron su alabanza”, Salmo 106.12. El tema es Dios y lo que Él ha realizado: es y no yo. El pueblo es tu pueblo, v. 16; todos los enemigos fueron vencidos, no sólo Egipto, v. 15. Lo que ha sucedido es una garantía de lo que va a suceder; considere Apocalipsis 15.3: “cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero”.

Dios le comunicó a Moisés los razonamientos de Faraón allá lejos en el palacio. “El enemigo dijo”, v. 9. Y dijo seis cosas, el seis siendo el número del fracaso humano. Terminó con “los destruirá mi mano”. La entera imposibilidad de tal cosa se ve en el capítulo 6, donde Dios había dicho siete veces lo que iba a hacer. Si dice “haré”, nada puede Satanás para impedirlo. Nos vienen a la mente las palabras del Señor en Juan 6.39: “Que de todo lo que me diere (el Padre), no pierda nada”, y 17.12, “ninguno de ellos se perdió”. Satanás podía zarandear el grupito de apóstoles, pero el Señor había orado por Pedro, Lucas 22.31,32. Su poder lo guardó, y nos guardará.

Israel era “este pueblo que redimiste” y “este pueblo que tú rescataste”, vv 13, 16. ¡Qué triunfo de poder, y qué despliegue de gracia, v. 13! Jehová se magnificó grandemente sobre el enemigo, v. 1, y para su pueblo Él es fortaleza, cántico y salvación, v. 2. Aquí no cabe la teoría, sino la experiencia en carne propia.

El futuro está asegurado, tanto la heredad como el santuario que Él había preparado, v. 17, como también el trono, ya que Jehová reinará eternamente, v. 18. Una respuesta apropiada a todo esto es la de Miqueas 6.8: hacer justicia, amar la misericordia y andar humildemente delante de Dios.

capítulo 16
Pan del cielo

Nos acordamos del 13.18, “hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto”, y tenemos porqué concluir que la columna de nube les llevó a la situación descrita ahora. Oímos a la congregación entera en su queja de incredulidad. ¿Qué ha sucedido con las notas de triunfo del capítulo 15? Una falta de alimento hizo que el pueblo dudara de la disposición y la capacidad de Dios para sostenerles. “Haré llover pan del cielo”, 16.4, no azufre que “Jehová hizo llover” en Génesis 19.24, ya que al decir de Salmo 103.10, “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades”.

El 16.6 sugiere que la asignación diaria de esta comida especial del cielo sería una confirmación constante de la obra de Dios a favor de ellos en salvarles de Egipto. Fueron sacados según un propósito específico de Dios y Él iba a cuidarlos. Sabía que pasarían cuarenta años antes de que llegasen a vivir en un lugar fijo, y al efecto “maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán”, v. 35. En lenguaje de Salmo 23.5, Él aderezó mesa delante de ellos, y lo puede hacer aún. El Señor enseñó a sus discípulos a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, Mateo 6.11 – no un suministro para el mes por delante, sino el de cada día.

Él no fracasaba. En la medida en que ellos recogían la provisión inagotable, Dios los iba a probar, si andaban o no en su ley, v. 4. Ellos sí podían fallar, como nosotros también, no obstante la constancia divina.

Al ver el maná la gente exclamó, “¿Qué es esto?” La descripción ofrecida en 16.14,31 y Números 11.8 nos da cierta idea de cómo era. Tenía diversos usos; era sobrenatural según Salmo 78.24, 105.40, 1 Corintios 10.3, señalando a la encarnación de nuestro Señor Jesús. Él era el verdadero pan, el pan de vida y el pan que descendió del cielo. Es la provisión de Dios para un mundo hambriento. Es la comida de un pueblo peregrino que va rumbo al cielo, a través de su meditación en la Palabra de Dios. Sin él perecemos de hambre. Para el vencedor hay la promesa del “maná escondido”, Apocalipsis 2.17, antitipo de la “urna de oro que contenía el maná” en el arca del pacto, Hebreos 9.4.

capítulo 17
Agua y guerra

Al comenzar nuestra lectura vemos una extraña combinación de palabras: “conforme al mandamiento de Jehová”, y “no hubo agua”. Pero se habla de la peña como ubicada en Horeb, v. 6. A través de ella el campamento sería provisto de agua, fluyendo del terreno más elevado, en su marcha a Sinaí, donde iban a acampar por varios meses.

Dios manda a Moisés a tomar su vara, la vara de juicio, y dice: “Yo estaré … sobre la peña … y golpearás la peña”, v. 6. Aun cuando Moisés estaba parado sobre ella, los Salmos afirman que fue Dios que la golpeó, 78.15,16, 105.41, 114.8. Esto es solemne, ya que sabemos que “la roca era Cristo”, 1 Corintios 10.4. Tenemos por delante el gran pensamiento de que en Éxodo 17 encontramos a la Deidad golpeando a la Deidad. Compárese Zacarías 13.7, “Levántate, oh espada, contra el pastor…”.

Se enfatiza aquí el don del Espíritu Santo como resultado directo de la obra de Cristo en la cruz: “saldrán de ella aguas”, aguas vivas, siempre frescas y suficientes. En el Día de Pentecostés, el día en que vino el Espíritu, Pedro declaró con referencia a la resurrección de Cristo, “Dios … ha derramado esto”, Hechos 2.33; compárese Juan 7.39: “… de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen
en él”.

En nuestro pasaje el vínculo entre la peña golpeada y la llegada de los amalecitas es la súbita provisión de agua potable, cosa indispensable para una gente nómada. La experiencia enseña que cuando se hace presente el Espíritu, la batalla comienza. Amalec se torna en figura de la carne que resiste al Espíritu en el camino, v. 16. Tengamos claras estas dos verdades:
(1) la carne no se erradica con la conversión, y (2) la morada continua del Espíritu adentro no cambia paulatinamente la naturaleza vieja en una nueva. Por lo tanto hay un conflicto, ya que no pueden estar de acuerdo la carne y el Espíritu, Gálatas 5.17.

Amados, llevemos en mente que aun cuando Egipto (el mundo) ha sido derrotado y Faraón (Satanás) vencido, Amalec (la carne) nos persigue en el desierto y hace sentir su presencia. Pero llevemos en mente también que la residencia del Espíritu adentro es una garantía de triunfo si nos sometemos a él, v. 14.

capítulo 19
Israel  delante del Sinaí

Llegamos ahora a un punto muy importante en la historia de Israel; obsérvese qué dice v. 1 en cuanto a la ocasión. Dios se revela a ellos, primeramente en gracia y luego con base en la ley. La gracia pura aplicaba antes de que la ley fuera introducida. Hasta este punto se hace caso de la murmuración y la gracia responde, pero ahora ellos declaran su disposición y capacidad de hacer todo lo que Dios requiere de ellos.

La promesa de los vv 5, 6 estaba sujeta a “si diereis oído a mi voz”, y al leer sus condiciones aprendemos qué estaba en el corazón de Dios para ellos. Mucho mejor para ellos hubiera sido reconocer su incapacidad para hacer todo lo que les era demandado, y haberse dejado en las manos de Dios para efectuar sus propósitos benévolos. Sin embargo, Él no será frustrado y en una edad nueva cuando “la gracia reina” Pedro habla de estas bendiciones, las cuales no podían ser alcanzadas por medio del fracaso humano, conforme corresponde a la suerte de un pueblo celestial que ha sido llamado “de las tinieblas a su luz admirable”.

Al prepararse Dios para revelar su ley a ellos hubo un despliegue terrible de poder divino: una nube espesa, límites, no tocar mano truenos y relámpagos y sonido de bocina. Contrástese con la cercanía y ternura del v. 4, donde el mismo Dios dice: “os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí”. ¡Cuánto les amaba!

La gracia ha quitado el temor asociado con una ley que no podemos guardar, y nos ha traído “al monte de Sion … la Jerusalén celestial”; Hebreos 12.18 al 22, con la invitación de acercarnos “con corazón sincero”. ¿Cómo puede ser, porque nuestro Dios es todavía “el Juez de todos”, 12.23?

Nos dice Hechos 7.38 que el Dador de la ley era el mismo Señor Jesús, y aun al dar la ley Él sabía que iba a sufrir la maldición asociada con su incumplimiento. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición”, Gálatas 3.13. En su propia bendita Persona Él iba a abolir la distancia y el terror para que fuésemos redimidos y justificados. “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia”, Gálatas 4.4,5, Romanos 6.20,21.

Venimos a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel, Hebreos 12.24. No debemos desechar al que nos habla sino tener “gratitud, y mediante ella [servir] a Dios agradándole con temor y reverencia”, v. 28.

capítulo 20
Las diez palabras

Aun habiendo sido comunicados por un pueblo aislado, hasta poco una nación de esclavos, los diez mandamientos son muy superiores a las normas éticas de otras naciones, como en todas las áreas de la moralidad en las escrituras hebreas. Si los hombres cuestionan su origen divino, ¿cómo los explican? Sólo de Israel dijo Dios: “he hablado desde el cielo con vosotros”, v. 20. De nuevo Él llama la atención a la redención de Egipto; es una razón para obedecer.

Los primeros cuatro mandamientos tratan de una responsabilidad directa a Dios, vv 3 al 11, y los seis restantes de una responsabilidad al prójimo, vv 12 al 17. El resumen de parte del Señor Jesús es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Mateo 22.37 al 39. Él busca el amor de su pueblo, manifestado en obediencia. Dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, y por cierto, “mi palabra”, Juan 14.15,23.

Al escuchar estas leyes descubrimos qué hay en la carne, y el Señor Jesús dejó en claro que no es sólo el hecho que nos inculpa; compárese Mateo 5.28 con los vv 17 al 48: “os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.

Todas estas exigencias, con la excepción de aquel relacionado con el sábado, son mandatarios en el Nuevo Testamento, aunque no como una base para la salvación. Lo que la ley no podía hacer, Dios lo ha hecho: “Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”, Romanos 8.3, 4. Hay un sentido en que estas leyes trazan un círculo cerrado, ya que lo que codiciamos en el v. 17 será nuestro dios que servimos, v. 3.

Es sugerente que el capítulo concluya con el altar, el cual debería ser de tierra o piedra. Nada llamativo o adornado debería distraer del hecho desnudo de la insuficiencia del hombre delante de Dios. Gradas para subir al altar eran prohibidas, ya que el hombre no puede idear una manera para acercarse a él sin descubrir su desnudez. Acuérdese también que se trata del altar de un pueblo redimido, consciente a la luz divina de cómo incumplía ante él en sus momentos de mayo devoción. Para los tales hay el holocausto en representación de la obediencia perfecta del Señor Jesús, aun hasta la muerte de cruz. En el disfrute de esto se puede gozar de la comunión con el Dios de paz a través de la ofrenda de olor grato del Señor de paz.

capítulo 25
Moraré entre ellos

El propósito básico del tabernáculo era que Dios contara con una morada entre su pueblo,
v. 8. El altar de bronce en el atrio y el propiciatorio en el lugar santo explican cómo un Dios santo puede morar entre un pueblo inmundo. De esta manera proporciona la santidad en la cual puede reunirse con los suyos pero a la vez salvaguardar su propia santidad.

Las ofrendas para el proyecto serían de parte de “que la diere de su voluntad, de corazón”. No había limitación aquí, no se trataba de una obligación, sino de un corazón tocado por el sentido de la bondad de Dios y un reconocimiento que todo era suyo. “de gracia recibisteis, dad de gracia”, Mateo 10.8.

Se define un patrón divino, vv 9, 40, Hebreos 8.5: “Fue necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así”, 9.23. Su constitución tenía que conformarse a él; leemos repetidas veces en los capítulos finales: “como Jehová lo había mandado a Moisés”. Aun si, hablando humanamente, Moisés pensara que otro esquema sería superior, “el modelo” era su autoridad y era obligatorio ceñirse a ese patrón. Tengamos esto en mente cuando se abogan por procedimientos alternos; no nos alejemos de lo que está escrito.

Dios comienza con el lugar de más adentro, el lugar de su presencia, con el arca, y procede hasta el atrio afuera, del cielo a la tierra como si fuera. En gracia da inicio al movimiento hacia los hombres.

¡Cuán llena de revelación de él es el arca! Era de madera forrada de oro. La acacia, una madera incorruptible propia del desierto, habla de la humanidad perfecta del Señor Jesús y el oro de su deidad. Él es el Hombre y es Dios; misterio profundo. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)”, Juan 1.14.

La tapa del arca, hecha de oro puro, se llamaba el propiciatorio, la cubierta. En el día de la expiación se esparcía sobre ella sangre que había sido derramada sobre el altar de bronce, Levítico 16.14. Con base en esa sangre esparcida el propiciatorio era un lugar de encuentro entre Dios y el hombre, v. 22.

Las tablas de la ley fueron puestas dentro del arca, 40.20, y posteriormente un envase que contenía maná y también la vara de Aarón que reverdeció, Hebreos 9.4. Vemos así una ley santa, tristemente infringida por Israel pero guardada por Cristo. “el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”, Salmo 40.7. Vemos también un propiciatorio manchado con sangre. “… a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia”, Romanos 3.25.

26.31 al 27.8
De mí escribió Moisés

Vamos a limitar nuestros comentarios a un renglón en cada capítulo: el velo en el lugar santo y el altar de bronce en el atrio afuera. Al pararnos dentro del tabernáculo y mirar en derredor, todo proclama su gloria, Salmo 29.9.

El velo era una barrera; “… aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie”, Hebreos 9.8. Más allá, en el lugar santísimo, estaban el arca del pacto y la presencia de Dios, donde se permitía entrada sólo al sumo sacerdote en un día del año, cuando introducía la sangre de la expiación para esparcirla sobre el propiciatorio.

La Epístola a los Hebreos interpreta: “el velo, esto es … su carne”, 10.20. Cuando el Señor Jesús expió en la cruz el velo del templo “se rasgó en dos, de arriba abajo”, Mateo 27.51.
La vía al lugar santísimo había sido abierta súbitamente. No fue la encarnación que trajo salvación y cercanía a Dios, su cuerpo humano tenía que ser “rasgado” en muerte, y por aquella muerte Dios dice ahora: “Acérquense”.

En el atrio vemos al altar de bronce, 38.30, y al considerar su propósito vemos el odio de Dios para con el pecado, pero con todo “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, Romanos 5.20. Reflexionemos en el sacrificio ofrecido para tomar el lugar del culpable. Se lo describe como el altar del holocausto, 31.9, y el altar que está a la puerta, Levítico 1.5. Aquella ofrenda de olor grato, consumada enteramente sobre él, era el medio de designación divina para hacer posible que el hombre se acercara a Dios.

Al contemplar aquel altar, con sus sacrificios repetitivos y variados, Él percibe otro sacrificio en el futuro, ya no de toros y chivos sino de su Hijo amado; Hebreos 10.1 al 10. Aquel vendría para quitar el pecado por el sacrificio de sí mismo, ofreciéndose por nosotros. “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”, Efesios 5.2. La cruz es central: “… en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”, Hebreos 9.26.

En el atrio afuera, el altar de bronce hablaba del pecado atendido conforme al juicio divino y el acceso establecido por la obra realizada de un todo por Cristo. El altar de oro adentro, donde subía la fragancia, hablaba de las perfecciones de Cristo y su obra en curso a favor nuestro, 30.1 al 10. “un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetua-mente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”, Hebreos 7.25. El uno manifestaba el fuego de la ira apagado y la santidad satisfecha, mientras que el otro hablaba del fuego de la adoración encendido, servicio santo.

capítulo 28
Tenemos un sumo sacerdote

Posiblemente algunos estimen innecesarios los detalles diminutos en la descripción de la vestidura del sumo sacerdote, pero debemos preguntarnos por qué están allí. Cuando aceptamos que Dios tenía en mente a su propio Hijo al hablar del sumo sacerdote, desvanecen nuestras dificultades.

Las vestiduras sumo sacerdotales se listan en el v. 4 y se describen en vv 6 al 38. Hay un efod; un manto; una túnica bordada; una mitra y un cinto, Levítico 8.7. Todos eran esenciales para que Aarón (y sus hijos) fuese ministro, v. 41. Compárense vv 1, 43, 29.44, “santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes”.

Las vestiduras sagradas “para honra y hermosura” nos sugieren las glorias personales y oficiales del Cristo ascendido, “coronado de gloria y de honra”, Hebreos 2.9, 7.26.

Considérense los materiales empleados. Aparta de Uno glorificado (oro), quien vino del cielo y ha regresado ahora (azul), a quien ha sido dada autoridad universal (púrpura), el que cumplió los propósitos de Dios en el linaje real de David (carmesí), pero perfeccionado en una humanidad santa, inocente y sin mancha (lino torcido), no estaríamos apoyados suficientemente para la vida presente, Romanos 8.34 al 39.

Se ve que el efod, vv 6 al 14, era la más importante de las vestiduras, la primera en ser puesta. Era de lino fino torcido, figura de una humanidad perfecta.

Se colocaban dos piedras sobre los hombros, como parte del efod, una sobre cada hombro con seis nombres grabados en ella, siendo éstos de las sendas tribus. Las doce tribus, representadas por sus nombres, eran llevadas sobre los hombros del sumo sacerdote, el lugar de fuerza, y así el Señor glorificado lleva el pueblo suyo sobre sus hombros.

Pero leemos también que “llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón”, v. 29. Aquí se ve al pueblo como individuos y no como un conjunto. Las doce piedras, no dos, eran todas diferentes, cada una llevando el nombre de una tribu. El Señor Jesús nos lleva cada uno sobre el corazón y nada nos puede separar de su amor. Cada cual era llevado cuando Aarón entraba en el lugar santo, el lugar de adoración e intercesión, “por memorial delante de Jehová continuamente”. Nuestro sumo sacerdote ha entrado en el verdadero tabernáculo, y allí intercede por nosotros, Hebreos 7.24, 25.

capítulo 30
La adoración

Dios desea la adoración de su pueblo y esto lo vemos en la provisión del altar de incienso en el lugar santo del tabernáculo. El altar habla de la Persona y el oficio del Cristo glorificado como nuestro Gran Sumo Sacerdote y el incienso de sus perfecciones propias en el agrado que proporciona a Dios.

Se nos dan instrucciones meticulosas sobre quién se acercará a este altar y cómo lo hará. No era permitido ofrecer incienso extraño, v. 9, sino aquel confeccionado conforme a la especificación divina, vv 34,  35. Amados, nuestra adoración no debe ser corrompida por la carne, ni rendida por voluntad propia, sino motivada por Cristo, su tema y su delicia. Debe ser divina en origen.

El fuego para consumir el incienso era tomado del altar de bronce, señalando el vínculo estrecho entre la adoración y la obra expiatoria. Así, nuestra adoración no debe ser formal, sino producto de una apreciación de lo que sucedió afuera al altar, para Dios y para nosotros. No será difícil traer adoración pura cuando estimulado por el Espíritu de Dios.

La instrucción acerca del dinero para el rescate está relacionada con el altar de incienso, vv 11 al 16. ¿El Espíritu Santo está diciendo que pueden adorar solamente los que están redimidos? Pero acordémonos que nuestra redención no es por plata ni oro sino por la sangre preciosa de Cristo, 1 Pedro 1.18,19.

Siguen entonces las instrucciones sobre la fuente, o el lavacro, vv 17 al 21, surgiendo que la limpieza por el agua de la Palabra es otra preparación vital para la adoración. El examen propio y el correspondiente ajuste de vida son pasos preliminares esenciales.

Se nota que bajo la ley la quema del incienso es simbólica de la oración. “Suba mi oración delante de ti como el incienso”, dijo el salmista, 141.2. En el templo celestial también se le dio al ángel mucho incienso para ser ofrecido con la oración de los veinticuatro ancianos, Apocalipsis 8.3 al 5. También se dice que el incienso guardado en las copas de oro es “las oraciones de los santos”, 5.8.

Entonces este ascenso incesante del perfume grato se hacía para que su fragancia, producto del fuego traído del altar del holocausto, representara la adoración presentada en las perfecciones de Cristo en comunión con Dios, junto con la expresión más elevada y noble en la vida de oración, la cual es la intercesión a favor de otros.

capítulo 31
Los obreros de Dios

El relato nos hace ver el tipo de obrero que Dios necesitaba. Dice Él: He llamado por nombre a Bezaleel”. Nos conoce a todos por nombre y en su soberanía nos hace conocer su voluntad y deseo. ¿Cómo respondemos? Cuando Moisés recibió el llamado su respuesta fue: “¿Quién soy yo?” 3.11. ¿Importa quién soy si Dios llama? Él ha escogido a los “nadie” para servirle,
1 Corintios 1.27, 28, y en el servicio de ellos Él es glorificado.

“Lo he llenado el Espíritu de Dios” ¡Qué dote! Grande es el consuelo en las palabras “he puesto” en el v. 6. Dios no sólo provee un colega para trabajar con Bezaleel, sino habilita para la gran obra  a ser realizada. Lo iba a promover por enseñanza: “… ha puesto en su corazón el que pueda enseñar, así él como Aholiab”, 35.34.

Obsérvese la referencia a “todo sabio de corazón”. Estos son aquellos cuyos afectos son controlados y a quienes es dada la capacidad para atender a las cosas santas. Todo considerado, iban a estar asociados con las cosas necesarias para establecer un testimonio para Dios en el desierto, vv 3 al 5. También en Hechos 6.3 encontramos a hombres escogidos para una tarea especial que estaban “llenos del Espíritu Santo y sabiduría”.

El Nuevo Testamento narra la selección de apóstoles y la capacidad necesaria que tenían. Ellos enseñaban a otros lo que estaba escrito primeramente en sus propios corazones, vistas preciosas de Cristo puestas en orden divino. “He puesto sabiduría … para que hagan todo”,
v. 6. Él escoge y capacita a sus obreros, pero ellos son responsables a la vez. Deben ocuparse: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti. … poniéndome en el ministerio … la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor”,
2 Timoteo 1.6, 1 Timoteo 1.14. Además, “hará conforme a todo lo que te he mandado”, vv 6, 11. Él define la obra a ser realizada; la necesidad es para obreros obedientes.

Debemos notar, sin embargo, que la necesidad de obreros para el tabernáculo no era de varones solamente. Los vv 35.25, 26 hacen mención especial de las labores asignadas a mujeres, en particular la de hilar y coser. ¡Mucho mejor que desgajar! En la asamblea hoy en día no les corresponde a las hermanas ministrar la Palabra, pero hacen mucho para juntar los hilos de la enseñanza divina.

¿Sabemos qué nos ha dado Dios para hacer? ¿Lo estamos haciendo?

capítulo 32
El becerro de oro

Al leer este capítulo llevemos en mente que “el que piensa estar firme, mire que no caiga”,
1 Corintios 10.12. ¿Por qué se nos relata este acontecimiento triste y trágico? Para mostrarnos qué son los hombres en la carne. La carne no ha cambiado, aun cuando esta gente “vieron al Dios de Israel” y “la gloria de Jehová”, 24.10, 17.

Es grande el contraste con el capítulo anterior, donde se ve gente fabricando todas las cosas según órdenes de Dios, guiada por el Espíritu y no por la imaginación humana. Aquí se ven impulsados por deseos carnales, haciendo un ídolo en forma visible y guiados por otro espíritu. Cuán rápida y sutilmente obra Satanás. En el monte el tabernáculo es revelado como el sistema divino a punto de ser introducido, y abajo se introducen y se acogen con avidez a elementos de idolatría que agradan al hombre, 32.1 al 6. “No seáis idólatras, como algunos de ellos”, advierte Pablo en 1 Corintios 10.7.

Debemos notar aquí que la propensión de Israel a la idolatría, vista tan a menudo en su historia, hace ver que tan sólo una revelación superior a todo lo que sabían explica su fe más elevada.

Fijémonos en la osadía de Moisés cuando Dios le enfrenta con la situación. Se atreve a discutir con Dios, y al hacerlo no señala al pueblo que había pecado, con miras a encontrar en ellos alguna base para que fuesen perdonados. En fe le recuerda a Dios de sus promesas y devuelve todo el asunto a las manos suyas, apelando a su fidelidad a su propia palabra,
vv 11 al 13.

Al hablar a Moisés acerca de ellos, Dios ha dicho “tu pueblo”, v. 7. No, dijo Moisés en el v. 12, son “tu pueblo”. Con todas sus faltas, siguen siendo suyas. Gloria a Dios, nuestra relación con él no depende de nuestra fidelidad. También Moisés oró específicamente por Aarón quien había sido tan débil e incumplido en el asunto. “Contra Aarón también se enojó Jehová en gran manera para destruirlo; y también oré por Aarón en aquel entonces”, Deuteronomio 9.20.

Moisés pregunta: “¿Quién está por Jehová?” y observamos a la tribu de Leví cuando responde con tomar la espada contra los ofensores, algunos de ellos entre los suyos propios. Nos vienen a la mente las palabras del Señor Jesús: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”, Mateo 10.37.

33.1 al 34.7
La presencia y gloria de Dios

El capítulo 33 habla mucho de la presencia del Señor, ¿pero cómo puede Israel seguir experimentando aquella presencia en vista de su pecaminosidad y rebelión? Dios declara que enviará a un ángel delante del pueblo a reanudar su viaje, y esto sugiere que se ha quitado la presencia inmediata de Dios; una sombra se ha intervenido. Israel lamenta, considerando la declaración como “mala noticia”.

El “tabernáculo” – que no debe ser confundido con aquel que no se había construido aún – fue levantado fuera del campamento, vv 7 al 11. Se ve que había estado dentro. Es solemne el pensamiento; la comunión con Dios está tan perjudicada que está fuera del campo en vez de estar morando entre su pueblo. ¿Quién se identificará ahora con Dios en el lugar de separación? “Cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento”, v. 7. Otros adoraban a distancia, todavía campo adentro.

El reto del Nuevo Testamento es: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”, Hebreos 13.13. Si nuestro Señor está afuera, allí está nuestro lugar; la presencia del Señor establece la verdad de la separación de todo lo que debe estar afuera. “¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” 33.16

Moisés formula ante Dios una solicitud asombrosa: “Te ruego que me muestres tu gloria”, v. 18. ¿Es este un hombre con hambre y sed de Dios? Tiernamente Él le recuerda a su siervo que nadie puede ver su rostro y vivir, y le permite revelarle su “bien”, colocándolo en lugar seguro al hacerlo.

En el capítulo 34 vemos que Dios lo hace, vv 5 al 7, en una maravillosa revelación del carácter suyo. Los hombres contemplaron al Señor Jesús y vieron a “Dios manifestado en carne” – su misericordia, gracia, paciencia, abundancia de benevolencia y verdad, perdonando pero de ninguna manera absolviendo al culpable. En el Señor Jesús y su obra en cruz descubrimos la armonía perfecta en el carácter de Dios.

Moisés volvió al campamento como el hombre del rostro resplandeciente, brillando con el reflejo de la gloria de Dios. Lamentablemente, la suya fue una gloria pasajera. Que la nuestra sea una gloria en desarrollo por ocupación en el Señor glorificado, en cuyo rostro vemos “para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”,
2 Corintios 4,6, 3.18.

35.20 al 29, 36.1 al 8
Más que suficiente

La construcción del tabernáculo comienza en los capítulos 35 y 36. La primera etapa, en el 35, registra la entrega al Señor de los aportes del pueblo, y nos llama la atención la variedad que trajeron. Algunos aportaron cosas pequeñas, otras cosas grandes. Algunos aportaron cosas que en sí eran de poco valor y otros lo que era costoso y precioso. El motivo gobernante al donar era el corazón dispuesto.

Nos parece que al dar había en ellos una apreciación de lo que Dios había hecho por ellos y cómo les había sufrido. Al ser así, el pensamiento no sería si uno podía desprenderse de esto o aquello, sino de cuánto podría dar. “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”, 2 Corintios 9.7.

Los aportes eran voluntarios; de otra manera no tendrían valor. Nos preguntamos cuántos el pueblo apreciaban de veras la grandeza de lo que estaban haciendo. Dios estaba resuelto a que en el desierto, en la peregrinación a su tierra, habría un lugar de testimonio constante,
un sitio de encuentro entre él y ellos.

¿Se daban cuenta de que esto dependía en gran medida de ellos y de sus ofrendas? Ciertamente Él iba a habitar entre las alabanzas de Israel, Salmo 22.3. Es más: leemos que los hombres y las mujeres se involucraron con entusiasmo, tenían “espíritu de voluntad”. No sólo aportaban bienes, sino primeramente se dieron a sí mismos a Jehová; compárese
2 Corintios 8.1 al 5.

El capítulo 36 abre con una escena de abundancia. No han sido muchas las veces en la historia de la iglesia refrenar al pueblo de Dios por estar satisfecha la necesidad, pero así fue el caso aquí: “se le impidió al pueblo ofrecer más; pues tenían material abundante para hacer toda la obra, y sobraba”.

La obra de la construcción comienza y los obreros se guían por el modelo exhibido en el monte. Encontramos que había hombres y mujeres “sabios de corazón”, 35.25, 36.1. Reconocemos que posiblemente los obreros eran muchos, pero con todo, al proseguir en el capítulo, encontramos que “hizo”, como que si hubiese uno solo trabajando. Este es el tipo de cooperación que se requiere en la obra del Señor; trabajemos como uno solo.

capítulo 40
Como mandó Jehová

Esta ha debido ser una ocasión emocionante para Moisés y el pueblo de Israel. El proyecto se había adelantado a lo largo de los meses previos, los obreros guiados por la orden de hacer todo conforme al modelo que le fue enseñado a Moisés, 25.40. En ocasiones algún obrero en particular se habrá preguntado por qué se hacía cierta cosa de la manera en que la estaban haciendo, y al haber sido asunto de iniciativa propia ellos hubieran procedido de otra manera. Pero el edicto divino era: “conforme al modelo que te ha sido dado”.

Esta es la lección para nosotros en nuestro servicio; posiblemente seamos tentados a veces a intentar métodos que en los ojos del mundo parecen razonables, y aun más efectivos, pero que no se conforman con la Palabra de Dios. Entraremos en el gozo del Señor si se puede decir de nosotros lo que se dice de Moisés en el v. 16: “hizo conforme a todo lo que Jehová le mandó”. Él no aceptó ninguna responsabilidad por la formulación del plan, pero sí reconoció su responsabilidad por su ejecución. Siete veces en los versículos siguientes leemos de lo que el Señor le mandó hacer. Esto está dentro del encomio comprensivo de Hebreos 3.2: “fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios”.

Es interesante que Moisés sea el único obrero visto en el levantamiento final del tabernáculo. ¿Se debe a que se le presenta como un cuadro de Cristo? Se le ve en la erección, en el ordenamiento de los muebles y en la inauguración de toda faceta del servicio. Si es que se presenta a Cristo, podemos entender el v. 33: “Así acabó Moisés la obra”.

Fue el Señor Jesús quien manifestó lo que es Dios, quien declaró el nombre del Padre, quien santificó a sus hermanos, quien ungió con el Espíritu Santo, vv 9 al 15, y era el ministro del verdadero tabernáculo. Así, como era de esperarse, “la gloria de Jehová llenó el tabernáculo”. La plenitud de esto señala una gloria venidera, pero con todo fue apreciada en parte por el pueblo aun en ese entonces. Así también tenemos ahora “la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”, 2 Corintios 4.6, mientras esperamos “la gloria que será revelada”, Romanos 8.18. Hasta ese entonces se aseguran la presencia y la dirección de Dios, 40.36,37.

 

De Egipto a Canaán

Ver

John Ritchie, 1853 – 1930, recibió a  Cristo como su Salvador a la edad de 18 años y de una vez comenzó la dedicación al conocimiento y práctica de las Sagradas Escrituras que le permitirían dejar un muy grande legado para el pueblo del Señor. Era por 37 años editor de The Believer’s Magazine, además de ser un respetado ministro de la Palabra de Dios, evangelista y fundador de la casa editorial John Ritchie Ltd. en Kilmarnock, Escocia, donde tuvo su residencia por largos años.

 

Contenido

  1 — Egipto, el desierto y Canaán

Tres posiciones, tres figuras

  2 — La servidumbre del pecado

Éxodo 1

  3 — Los engaños del diablo

Éxodo 5

 4 — La muerte del primogénito

Éxodo 12

  5 — La Pascua

Éxodo 12

6 — La fiesta del redimido

Éxodo 12

7 — La fiesta memorial

Éxodo 12

  8 — La falsificación del diablo

1 Reyes 12, 2 Crónicas 28, Esdras 3

9 — La salida de Egipto

Éxodo 13

10 — La columna de nube de fuego

Éxodo 13

11 — El Mar Rojo

Éxodo 14

12 — El cántico de la redención

Éxodo 15

13 — El desierto

Éxodo 15

14 — El maná

Éxodo 16

15 — La peña herida

Éxodo 17

16 — Guerra con Amalec

Éxodo 17

17 — Sinaí y la ley

Éxodo 18 y 20

18 — El becerro de oro

Éxodo 32

19 — La morada de Jehová

Éxodo 35 et seq

20 — La misión de los espías

Números 13

21 — Acercándose al fin del viaje

Números 20, 22 y 32

22 — En los límites de Canaán

Josué 1

23 — El Jordán

Josué 3 y 4

 

1 —  Egipto, el desierto y Canaán

En las Escrituras vemos a Israel en tres distintas posiciones, y cada una de ellas es típica del lugar y la porción del cre­yente en el Señor Jesucristo.

Israel en Egipto

Aquí se encuentran refugiados por la sangre en el dintel, protegidos del juicio y gozando de paz con Dios. Se ven dentro de sus casas, comiendo con calma la carne del cordero asado al fuego, sus lomos ceñidos, calzados y bordón en mano, listos para salir de Egipto.

Esto representa al cristiano en medio de un mundo condenado, mas salvado por la sangre de Cristo y libertado de la ira veni­dera. En medio de la muerte tiene vida y para él no hay juicio. La sangre del Cordero de Dios satisface toda demanda de la justicia de Dios. El creyente tiene paz con Dios y, mientras que se goce de ésta, se ve participando del cordero muerto, tipo de Cristo en su sufrimiento. Vestido como pere­grino, se encuentra lleno de anticipación, esperando la hora cuando el Señor lo llevará del mundo al cielo. Mientras tanto, está en el mundo pero no pertenece a él. La sangre en el dintel lo separa de los “egipcios” afuera, y recibe orden de no dejar su lugar de separación hasta la mañana, Éxodo 12.22.

En Egipto el israelita queda refugiado, comiendo, esperando. En el mundo el creyente tiene salvación, comunión, esperanza. La primera epístola a los tesalonicenses trata del creyente en esta posición.

Israel en el desierto

Separado el pueblo a Dios, el Mar Rojo queda como obstáculo entre ellos y Egipto, alejándolos para siempre de la escena de su esclavitud e idolatría. Es una gente escogida que habita aparte, sin ser contada entre las naciones. Dios es su guía; la columna de nube está sobre ellos para guiarlos en el camino; recibe el maná de Dios, que cae diariamente del cielo, bebe del agua que corre de la peña herida, camina en la luz del Señor, y pelea bajo su bandera. Egipto queda atrás, Canaán por delante, y Dios está con él.

Esto representa al creyente salvado de este mundo malo por la cruz de Cristo, crucificado al mundo, muerto y sepultado, peregrino en un país extranjero, mirando hacia adelante a un país celestial, Gálatas 6.l4, Colosenses 2.l2, 1 Pedro 2.11.

Este pueblo no toma parte en el gobierno del mundo pero, como peregrino, vive tranquilamente, dando a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios. Anda mirando hacia arriba, y el ojo de su Padre lo ve. Tiene su confianza en Dios, y de Él depende para suplir diariamente todo lo que le falta. Su andar es uno de fe, de pruebas, y muchas veces de flaqueza. Aquí son probadas las aguas de Mara, seguidas por las aguas dulces y las palmeras de Elim.

Aquí sale Amalec para enfrentarlo, pero Dios es con él ahora, como había estado por él en el Mar Rojo. Así, todos sus enemigos son vencidos porque Dios es más fuerte que sus adversarios.

Para el creyente el desierto es la escuela de Dios. Allí aprende a conocer su propia flaqueza y debilidad, y a probar la gracia y poder de un Dios vivo. Él sabe ahora, por teoría como por dura experiencia, que en su carne no mora el bien. La carne ha tenido oportunidad de revelarse y lo ha hecho. Aquí también prueba que el Dios de toda gracia es suficiente para toda emergen­cia, restaurándolo cuando cae. Dios es su fortaleza en tiempo de flaqueza, su libertador en la batalla, su granero y alfolí en todo paso del camino.

Sabemos cuán dulce es oir el nuevo creyente cantar, “Ya mis pecados son perdonados, y con Jesús a la gloria voy”, cuando da el primer paso en el desierto, con corazón rebosando y ojo brillan­do, como Israel cuando levantó su cántico de libertad en la orilla del Mar Rojo.

Pero es mejor aun ver a un peregrino anciano, apoyándose en su bastón, con el desierto largo y severo atrás, con su vida de disciplina, ­goces, pruebas, flaquezas y restauraciones todas pasadas. Parado allí en el último paso del desierto, qué bueno es oírle exclamar como Caleb: “Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como dijo, estos cuarenta y cinco años … Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora, para la guerra, y para salir y para entrar”, Josué 14.10,11.

Él se conoce a sí mismo y ha probado a Dios; esto es experien­cia. Sin duda, cuando nos paramos en su luz, y miramos hacia atrás por todo el duro camino por el cual el Señor nuestro Dios nos ha llevado, entendemos que el Señor nos ha sostenido y defendido, y nos recordamos que cuando estábamos para resbalar Él nos libró y nos sostuvo. Cuando recono-cemos cuán cerca habíamos llegado al precipicio en algunas ocasiones, pero fuimos guardados por su mano, proclamaremos con corazones llenos de adoración que Él ha hecho todo bien.

Salmo 23 es el cántico de uno que anda por el desierto probando que Jehová es su Pastor. • El peregrino se ve con la cruz detrás, Salmo 22; • la gloria delante, Salmo 24; y • el Pastor con él, Salmo 23. Aunque ande en el valle de sombra de muerte, con enemigos en derredor, no teme mal alguno, porque el Pastor está a su lado con su vara y su cayado para alentar y su ojo guiar hasta que llegue a la casa del Señor, su hogar eterno.

Querido creyente, ¿se encuentra en este mundo como en un desierto triste? ¿Se siente como uno que anda por país extran­jero donde no hay para satisfacer su corazón o atraer su ojo? Satanás y su propio corazón procurarán conducirle a un camino descarriado y a los placeres egipcios.

Israel en Canaán

Sus pies descansan en la tierra que fluye leche y miel, con el Jordán ganado, el desierto pasado y Egipto muy atrás. Ese pueblo se para con espada en mano, una nación de soldados, tomando posesión de la tierra de la cual había dicho Dios, “Yo os he entregado todo lugar que pisare la planta de vuestro pie”, Josué 1.3. No es una vida ociosa; es el combate de la fe. Su tema es de proseguir adelante, guiados por el Capitán del ejército del Señor, yendo de victoria en victoria.

Esto representa al creyente como ya resucitado y sentado en los cielos con Cristo Jesús. No es que espera tanto llegar al cielo al fin del camino, sino que ya ha llegado y goza ya de toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, Efesios 1.3.

La epístola a los efesios puede llamarse el Canaán del creyente. Allí se encuentra varias veces la expresión “lugares celestiales”, y el creyente se ve ya en esta posición en Cristo. No la tierra sino el cielo es el lugar de su herencia y bendición. Es participante de un llamamiento celestial, Hebreos 3.1; su ciudadanía está en los cielos, Filipenses 3.20, y donde está su tesoro, allí estará también su corazón, Mateo 6.21. Canaán no es un tipo del cielo, porque allí el creyente tendrá descanso. En Canaán lleva espada y escudo.

Así es la posición de los Efesios. En el capítulo 6 el creyente se ve en conflicto con los espíritus malos, los cuales disputan sobre sus derechos, y procuran impedirle disfrutar de la porción que le ha sido dada por la gracia; por esto hay conflicto. Él se encuentra vestido de la armadura de Dios, como un soldado en el día de la batalla, y vencerá si continúa fuerte en el Señor y en el poder de su fortaleza. El fruto de la tierra, tipo de Cristo resucitado, es su alimento diario. Con esto se fortifica para la batalla. Esta vida de soldado no es juego sino un verdadero conflicto con el diablo, y aquel que conoce más de su lugar y porción en Cristo lo encuentra más violento.

 

 

El verdadero creyente en Cristo de una misma vez está en Egipto, en el desierto y en Canaán.

En realidad estamos en el mundo y es de noche. Se acaba la noche, y lo dejaremos en la mañana, en la venida del Señor. En experiencia estamos en el desierto, niños todavía en la escuela, bajo la disci­plina del Padre. Esto también es una lección de por vida. Será perfeccionada solamente en la venida del Señor para nosotros, o en nuestra partida por medio de la muerte.

En posición estamos en Canaán. Aunque el mundo esté en derredor y la carne dentro de nosotros, en Cristo vivimos muy elevados sobre ambos y nuestra posición está en Él. Allí encontramos al diablo, y nuestro conflicto con él nunca cesará hasta la venida del Señor, cuando él será lanzado fuera del cielo, Apocalipsis 12.9. Aun ahora somos más que vencedores por aquel que nos amó, el cual por nosotros ganó la batalla, y triunfa todavía por medio de nosotros. Satanás será quebrantado debajo de nuestros pies, Romanos 16.20. Durante el conflicto el Señor nos anima, diciendo que todo esto se cumplirá presto.

2 — La servidumbre del pecado

“Los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza; amargaron su vida con servidumbre en hacer barro y ladrillo y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obliga­ban con rigor”, Éxodo 1.13, 14.

El primer capítulo del libro del Éxodo da una vista de Israel en Egipto. Allí son esclavos de Faraón, el rey egipcio, e idólatras, inclinándose a los dioses de Egipto, Ezequiel 20.7,8. Dura era su esclavitud y amarga su suerte, fabricando ladrillos para su dueño de corazón empedernido. El látigo del maestro y el relincho de la cadena revelan su condición y muestran que son sometidos a un poder más fuerte que el suyo. Gimen por la libertad, pero no pueden escapar. El fuerte armado guarda en paz lo que posee.

Con todo, tenían sus placeres, porque hablaban luego del pescado que comieren en Egipto de balde, de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos, Números 11.5. El propósito de Faraón no hubiera sido cumplido al negarles estas cosas, porque con ellas el pueblo se conformaba más con su suerte y trabajaba con mayor voluntad.

Esto representa la condición de todo pecador inconverso. Por naturaleza es esclavo de Satanás; este mundo es la escena de su esclavitud y sus pecados son las cadenas que le atan. El hombre es vendido al pecado, Romanos 7.14; no puede librarse a sí mismo, porque es sin fuerza, Romanos 5.6. Es el utensilio de Satanás, cautivo a la voluntad suya, 2 Timoteo 2.26. La verdad es que esta esclavitud es de buena voluntad, porque Satanás tiene el entendimiento cegado, 2 Corintios 4.4, y entenebrecido, Efesios 4.18, de tal manera que su esclavitud le parece libertad, y ama los mismos pecados que son sus grillos ahora y serán como gusano mordicante que le agonizará en el infierno. ¡Oh las invenciones astutas del diablo! Él afloja la carga un poquito y suelta las cadenas algo para que su cautivo goce “de comodidades temporales de pecado” y así le ata y le ciega para siempre.

Satanás es un buen forjador de cadenas; su experiencia larga le ha dado suficiente oportunidad para estudiar los gustos de sus víctimas y así proveer una cadena adaptada a cada uno. Algunos son detenidos con la cadena de concupiscencia y de pasión, y así van precipitadamente a su condenación; otros, con las cadenas más respetables de la vanidad mundana, el amor al dinero y la alabanza de los hombres. Así son conducidos silenciosa pero ciertamente hacia el hoyo abajo. La copa del borracho, la bolsa del avaro, y la capa de religión falsa del hipócrita, igualmente cumplen su propósito. Una forma de piedad, sin conversión a Dios, puede ser el utensilio más potente de Satanás para engañar y destruir el alma de su víctima.

Déjeme hacer pausa y preguntar: ¿Ha sido libertado de este yugo terrible, o es todavía su esclavo? ¿Está seguro de que no hay un pecado secreto y amado que le va atando a Satanás y a este mundo? Podría ser que su conciencia está adormecida y la cadena por tanto tiempo abrazada por usted podría estar oxidada. Si usted no ha sido librado por el Hijo de Dios, todavía está detenido por el poder de Satanás y le lleva adelante al lago de fuego.

Un ojo había visto a los esclavos fatigándose en los hornos de ladrillos de Egipto; un oído había escuchado su clamor; un corazón había conocido sus tristezas. El Dios de Abraham se acordó de su pacto y dijo: “Yo he des­cendido para librarlos”, Éxodo 3.8. ¡Benditas noticias! Si ayuda viene, tiene que descender, porque “ninguno podrá en manera alguna redimir al hermano”, Salmo 49.7. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, Juan 3.16. “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, 1 Timoteo 1.15.

Aquí tenemos la representación del tipo. Dios ha sido mani­festado en carne; Él ha descendido para librar. Por su muerte en la cruz, ha molido y conquistado a Satanás. La muerte ha sido vencida y su aguijón quitado. El sepulcro de Cristo queda vacío y Él está sentado a la diestra de Dios, con toda potestad en el cielo y en la tierra. Él envía el evangelio al oído del pecador, pro­clamando libertad al cautivo, y demanda creer. Este evangelio viene siendo la potencia de Dios para salvación a todo aquel que cree.

¿Han sido abiertos su oído y corazón para recibir las buenas nuevas? “Si el Hijo os libertare, seréis verdadera­mente libres”, Juan 8.36.

3 — Los engaños del diablo

Moisés y Aarón, encargados por Dios, son enviados a Egipto. En seguida visitan a Faraón, y en medio de la grandeza y pompa de Egipto, presentan la demanda de Jehová.

“Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto”, Éxodo 5.1.

De una vez Faraón declara su desafío abierto, y manda que la servidumbre sea aumentada. Él muestra su desprecio y odio hacia Dios en las palabras: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel”, Éxodo 5.2.

Estas son palabras de Satanás; él se esfuerza en impedir la liberación del pobre pecador. Aquí no hay disimulación. Es el rugido del león del infierno y hostilidad abierta hacia Dios y su verdad. Mientras que pueda mantener a sus esclavos en paz, sirviéndole quietamente, está satisfecho. Mas cuando Dios empieza a tratar con el pecador para librarlo, en seguida el infierno procura detenerlo. Satanás nunca suelta a su víctima sin una lucha. En este estado la condición del pecador es peor que antes —véase Éxodo 5.15 al 23— porque su conciencia se ha despertado y él siente las cadenas. La eternidad se revela y, como el prodigo de Lucas 15, uno ha vuelto en sí.

La primera astucia

La demanda de Jehová se aprieta sobre Faraón. El juicio está cayendo sobre él y sobre su dominio por su denegación. Él cambia de táctica. Ve que en la lucha abierta no tiene éxito porque Dios es más fuerte que sus adversarios. Quizás por astucia podrá efectuar su propósito. Lo probará al menos. Llama a Moisés, y hace la concesión: “Haced sacrificio a vuestro Dios en la tierra”, Éxodo 8.25.

Esto parece muy favorable; Faraón está cediendo mucho. Mas se está ocultando la traición del diablo. El objeto de esta estra­tegia es destruir el mismo propósito de la redención del pueblo y su testimonio al Dios verdadero. Pero Moisés descubrió la estratagema, e inmediatamente lo resistió con la palabra clara de Dios: “Camino de tres días iremos por el desierto, y ofreceremos sacri­ficios a Jehová nuestro Dios, como él nos dirá”, Éxodo 8.27.

La palabra de Dios era limitada y no podía ser comprometida. La distancia fuera de Egipto, donde el altar de Jehová iba a estar situado, fue medida por Jehová mismo y Moisés no pudo rebajar la norma. Él presenta enteramente el reclamo de Jehová en la presencia del enemigo.

Aquí pues tenemos una de las astucias del diablo. Si no puede como león rugiente impedir la liberación de un pecador por oposición abierta, se esforzará como serpiente sutil para que quede sacrificando en la tierra. ¿Y no es verdad que ha logrado su propósito?

Satanás no se opone si el hombre adopta una religión que le retiene guardado como un mundano decente, “sacrificando en la tierra”. No; dará hasta su patronato y aplauso al tal. El mundo hablará bien de él; será amado y admirado de todos. La religión mundana abarca todo y no condena nada, menos lo que se hace de ánimo al Señor. Se procede en la tierra basada en la caridad del mundo, y siendo del mundo, el mundo ama a lo suyo.

Pero deje que sea persistente la llamada de Dios que marche “camino de tres días” al desierto y Satanás excitará al infierno para impedir eso. Los tres días representan la cruz y lo que seguía en el tercer día, la resurrección de Cristo. Satanás aborrece una separación completa a Dios. Bien sabe que aquel que muere y resucita con Cristo se despide de él, de su imperio, de su servicio y de su dominio para siempre.

Cristiano profesante, ¿ha viajado el camino de tres días fuera de Egipto? ¿Está separado del mundo? Acuérdese, no puede llevar un testimonio auténtico para Dios ni adorarle en verdad, y a la misma vez acompañar a los mundanos en sus placeres de pecado o en su religión. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

La llamada de Dios es clara: “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor”,
2 Corintios 6.17.

La segunda astucia

“Yo os dejaré ir para que ofrezcáis sacrificios a Jehová vuestro Dios en el desierto, con tal que no vayáis más lejos”, Éxodo 8.28. Quiere decir: “No vayan fuera de mi alcance, mas quédense tan cerca de Egipto que yo pueda volver a traerlos y así destruir su testimonio como un pueblo separado”. El cristianismo de compro­miso es un pretexto útil a Satanás. Un hombre con intereses divi­didos, una parte para Dios y otra para el mundo, es un tropiezo a todos. El mundo desprecia al hombre que ora una noche en la reunión pública y canta la otra noche en una tertulia del mundo. El pueblo descubre la profundidad de tal profesión y le tiene como hipócrita. No tiene poder para nada sino para mal. Nadie le res­peta, ni el cristiano ni el mundano. Su propia conciencia queda ensuciada, su alma molesta, y su apariencia miserable.

Lot era uno de los que no van muy lejos. Él procuraba mezclar la política con la piedad mientras que vivía en Sodoma y la gente se burlaba de él. Su vanidad mundana paralizó por completo su predicación; sus hijas se casaron con varones de Sodoma y al fin de todo él fue arrastrado fuera de la ciudad, salvado como por fuego. Terminó sus días en una cueva solitaria con su testimonio arruinado. Nuevo creyente, Satanás probará esta estratagema con usted. Le dirá: “No vaya muy lejos. No hay necesidad de ser tan estricto. Puede ser cristiano y a la vez cantar una canción mundana y gozarse de un poco de placer”.

Hay muchos cristianos que no ven nada perjudicial en hacer estas cosas. Dicen que no debemos hacernos distintos de los demás. Tal es del diablo. Así quiere destruir el testimonio de los santos y bajarlos al nivel de los hombres religiosos. El Libro de Dios nos dice claramente que su pueblo es un pueblo adquirido, 1 Pedro 2.9, que no debe andar como los otros gentiles, Efesios 4.17, 1 Corintios 3.3. Hijos de Dios, resistan al diablo; queden firmes en la fe. Contiendan por el camino de tres días en todas sus experiencias. Dejen que la cruz y el sepulcro de Cristo sean la medida de su separación del mundo.

La tercera astucia

“Id ahora vosotros los varones”, Éxodo 10.11. Pobre Faraón está muy conturbado. Le está cayendo más pesadamente la mano de Dios. Él cede un poquito más. Ahora los dejará ir el camino de tres días pero quiere que dejen atrás los niños. Esta es una obra sutil; los padres en el desierto adorando a Jehová y sus hijos en Egipto con los idólatras. ¡Qué espectáculo! ¡Qué testimonio! Bien sabía Faraón que al lograr esto se cumpliría su propósito. Él sabía que si los niños quedaron atrás, pronto los padres regresarían.

¡Ay! muchos padres cristianos se olvidan de esto y han dejado a sus hijos en el mundo, engrosados en los placeres, llevando una carrera desenfrenada. El testimonio de muchos padres cristianos ha sido destruido por dejar a los hijos en Egipto, animándolos a asistir a sus funciones en compañía con el más impío. De esta clase eran Lot y Elí, y el juicio de Dios que cayó sobre sus familias sirve de aviso a nosotros.

La última astucia

Faraón, en su apuro, hace un último intento. “Id, servid a Jehová; solamente queden vuestras ovejas y vuestras vacas: vayan también vuestros niños con vosotros”, Éxodo 10.24. Ahora se conforma con poco. Sus demandas parecen razonables. Ovejas y vacas les serían una molestia en el camino. ¿No sería mejor dejarlos? Moisés dice que no. Aunque personalmente él era uno de los inven­cibles del Señor, no cedería ni un poquito de las demandas de Dios. Las ovejas y vacas eran para Jehová. Él tendría que recibir todo­.

Así Faraón oyó la respuesta final y decisiva: “No quedará ni una pezuña”, Éxodo 10.26. Esta era la demanda divina y no estaba sujeta a discusión. A Jehová pertenecía todo. La deci­sión ganó la victoria, y el enemigo fue obligado a retirarse vencido.

Lector creyente, nunca procure bajar las demandas de Dios; no cede a Satanás. No haga caso a lo que piensan los demás, pero tenga siempre el deseo de obedecer toda Palabra de Dios. Sea como Moisés que no bajaría las demandas de Jehová; como Daniel quien deseaba más entrar en el foso de los leones que desobedecer a su Dios; como los tres jóvenes hebreos, los cuales fueron al horno de fuego antes de adorar a una imagen que fue levantada por un monarca grande en el mundo. Ellos no perdieron nada por su fidelidad, porque Dios ha dicho: “Yo honraré a los que me honran”, 1 Samuel 2.30.

Una separación completa a Dios es la norma divina del creyente. No se pare a medio camino con una sinceridad parcial. La adoración, la familia, el negocio y todo tienen que ir el camino de tres días y llevar la marca de una vida de resurrección: la separación a Dios.

4 — La muerte del primogénito

El juicio final de Egipto fue pronunciado en pocas palabras solemnes.

“Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, Así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová”, Éxodo 12.12.

La paga del pecado es muerte. En las otras plagas Israel había quedado exento, pero esta vez no hay diferencia. Todos han pecado; todos merecen la muerte. Dios, como Juez santo, tiene que ejecutar juicio sobre todos los culpables, sin acepción de personas. En el silencio de la media noche, a la hora menos esperada, el terrible juicio cayó.

Así será el juicio sobre este mundo. Con paciencia, gracia y amor, Dios lo difiere mientras tanto, porque no tiene placer en la condenación del pecador. Pero la hora ha de venir. La ira que ha quedado atesorada por tanto tiempo ha de abrirse en gran furor sobre la muchedumbre sin Cristo que se han olvidado de Dios. El día ha sido señalado, la sentencia determinada. Será ejecutada cuando los hombres menos lo esperan.

Como ladrón en la noche, de repente, velozmente como el relámpago, el Señor Jesús se manifestará del cielo en llama de fuego, para retribuir a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio, 2 Tesalonicenses 1.7,8. Todo procederá como en los días antes del diluvio. El mundo seguirá como siempre, comprando, vendiendo y pecando, hasta que todo se para por la aparición del rechazado Jesús de Nazaret en las nubes del cielo.

Hubo un gran clamor en Egipto, Éxodo 12.30. Expresó la agonía y desesperación de un pueblo que estaba sintiendo la vara de Jehová, el eco de un lamento más profundo y terrible que pronto escapará de los labios de los muchos que han rechazado a Cristo, cuando clamarán a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero”. Pero este clamor del pecador será desatendido. Las peñas se burlarán de su oración, y aquel que more en los cielos se reirá en su calamidad y se burlará cuando les viniere lo que temen, Proverbios 1.26. ¡Qué esperanza tan horrible para el pecador sin Cristo!

Para los primogénitos de Israel se proveyó una redención, se aseguró la liberación.

5 — La Pascua

El capítulo 12 del Éxodo ha sido llamado el retrato de la redención. Es el símbolo más completo y claro de la salvación por la sangre del Cordero en todo el Antiguo Testamento. Este es el tema más grande de las Sagradas Escrituras desde cordero ofrecido en el altar por Abel, fuera del Edén, hasta la cruz del Cordero de Dios, fuera del real de Jerusalén.

De esto hablaron los profetas y cantaron los salmistas, y la melodía del cántico nuevo en el cielo para siempre será: “Con tu sangre nos has redimido para Dios”. Una religión sin sangre es la­ perdición del pecador. Esta fue instituida por Caín el homicida y perpetuada por todo su simiente. Algunos predicadores y profe­sores del siglo XX arrugan la cara y se burlan de lo que llaman una religión del matadero. Acordémonos de que sin derramamiento de sangre no se hace remisión, Hebreos 9.22, y que una religión sin sangre es un título seguro al lago de fuego.

Ahora vamos a considerar este tipo precioso y tan lleno de significa­ción. Sabemos que habla del Señor Jesús, porque escrito está, “Nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros”, 1 Corintios 5.7.

El cordero

Había de ser sin defecto y macho de un año, significando la humildad, pureza y fuerza. Así era Cristo. Como cordero fue llevado al matadero, y para los mismos que derramaron su sangre pidió perdón. Él era sin defecto. Si se hubiera encontrado en él una mancha, no hubiera servido como sacrificio. • Él no hizo pecado, 1 Pedro 2.22; • Él no conoció pecado,
2 Corintios 5.21; • en él no había pecado, 1 Juan 3.5.

Como niñito en Belén, era perfecto; como niño de Nazaret era perfecto; como el Hijo del Hombre era perfecto y como el Cor­dero de Dios en la cruz era perfecto. Él murió en el vigor de la vida y como Hijo de Dios es poderoso para salvar.

“Lo guardaréis hasta el día catorce”, 12.6.

Esto era el tiempo de prueba. Dio oportunidad suficiente para examinarlo para encontrar una mancha, si tal había. Cristo fue bien pro­bado. Su vida aquí abajo fue el tiempo de prueba. El cielo, el mundo y el infierno lo probaron, y tenemos el testimonio de cada uno que Él era el Cordero sin defecto. El Padre testificó del cielos: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia”, Mateo 3.17. Los demonios clamaron: “Sabemos quién eres, el Santo de Dios”, Marcos l.24; y de la tentación en el desierto, cuando las astucias del diablo le vinieron en contra en circunstancias tan adversas, Él salió sin pecado, Mateo 4.11.

El hombre también testificó. Pilato, el gobernador romano, dijo: “Yo no hallo en él ningún delito”, Juan 18.38. Judas, el discípulo falso, confesó que había entregado la sangre inocente, Mateo 27.4. El centurión, cuando vio lo que había acontecido, declaró que era hombre justo, Lucas 23.47. El ladrón moribundo a su lado confesó: “Este ningún mal hizo”, Lucas 23.41. Así los mismos enemigos dieron testimonio del Señor como el Cordero sin defecto: precioso, perfecto Cordero de Dios, sin mancha y sin defecto.

Su muerte

“Lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes”, Éxodo 12.6.

Todo pecador tenía parte en la muerte de Cristo. El mundo fue representado alrededor de su cruz. “Se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel”, Hechos 4.27. Había allí una representación de la sabiduría, del poder y de la religión del hombre, cada cual en contra de Él, como se evidenció en el título sobrescrito con letras griegas, latinas y hebraicas.

Se diferenciaron en muchas cosas, pero todos estaban de acuerdo en que el Hijo del Hombre debía morir. Herodes y Pilato fueron hechos amigos entre sí por medio de su muerte. El cordero fue inmolado en la tarde, el juicio vino a la media noche. Había tiempo solamente para rociar la sangre. Este es el día de gracia; viene llegando la media noche.

Su sangre

La sangre fue puesta en una ponchera y rociada con un ma-nojo de hisopo. Veamos ahora la figura de la salvación de un pecador.

“Tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas … y la sangre os será por señal … y veré la sangre y pasaré de vosotros”, Éxodo 12.7,13.

Fue la sangre en el dintel y en los postes, y la sangre sola­mente, que aseguró la salvación de los hijos primogénitos de Israel en aquella noche terrible. No fue el cordero vivo, atado al poste de la puerta, ni aun la sangre en la ponchera, pero la sangre aplicada y rociada en la puerta donde vivía el primogénito. Esta fue la sangre apropiada por medio del manojo de hisopo. No fue la sangre y las hierbas amargas, ni la sangre y el pan sin leva­dura, sino la sangre del cordero solamente que salvó a los hijos primogénitos del juicio.

Su seguridad de la salvación no dependía en cómo se sintieron, ni en su traje de peregrino, sino en algo mucho mejor. Se asegu­raron de la salvación por la palabra del Dios eterno, porque dijo: “Veré la sangre y pasaré de vosotros”. Esto era suficiente. Estaban tan seguros de la espada del ángel como que ya estuvieran parados en la tierra de Canaán.

Nada le importaba al refugiado bajo la sangre cómo se sentía, o qué temía, mientras que Dios cumpliera su palabra, “Pasaré de voso­tros”. Ni sus temores ni sus sentimientos pudieron cambiar la palabra. La sangre de Cristo solamente da la salvación, y la palabra de Dios la seguridad. La sangre es para con Dios y la palabra para con el hombre.

La sangre no fue puesta en el umbral ni rociada en el suelo. Costó demasiado para ser pisada con los pies. Pero los pecadores están hollando al Hijo de Dios y tienen por inmunda la sangre del testamento, Hebreos 10.29. La cristiandad corrupta del día presente se funda en el hecho de la muerte de Cristo. Lo creen los católico­rromanos, los protestantes y todos los profesantes inconversos; pero es como la sangre del cordero pascual en la ponchera. No está utili­zada; no está apropiada por la fe. No son salvados porque no han rociado la sangre; no han confiado en su poder.

¿Cómo trata usted la sangre de Cristo? ¿Está asegurado o expuesto al peligro? ¿Tiene la sangre sobre la cabeza, aceptada; o debajo de los pies, rechazada?

6 — La fiesta del redimido

Cuando el prodigo de la parábola de Lucas 15 regresó al corazón y hogar del padre, a una mesa bien provista, él tomó parte en una fiesta de gozo. El beso, el vestido principal, el anillo y los zapatos no eran todo. Una vez descansando en el amor de su padre, con sus dudas y temores quitados, le oyó a éste decir con exultaciones: “Comamos y hagamos fiesta”. El que echó la bendición, y el que la recibió, se sentaron juntos para comer el becerro gordo.

Cuando la hija del príncipe de la sinagoga judaica fue resuci­tada a vida por el Señor Jesús, Él mandó que le diesen de comer. Cuando un pecador recibe vida y se hace hijo de Dios, su bendición se corona por ser hecho participante de los hijos. Es llamado a la comunión del Padre y de su hijo Jesucristo; una comunión cono­cida y gozada aun aquí abajo, pero que se conocerá mejor en la presencia de Dios y del Cordero, donde no habrá pecado para impedirlo.

La fiesta preparada para Israel, cuando estaba refugiado bajo la sangre en Egipto, es tipo de esto. Su liberación del juicio había sido obtenida por la sangre rociada en el dintel y en los postes, afuera. Dentro de las casas del pueblo redimido todo fue paz y gozo, mientras que en su derredor fue una escena de terrible desesperación. Los redimidos rodearon una mesa, ceñidos para emprender el viaje con una vara en la mano. Mientras tanto, se ocuparon comiendo el cordero durante las horas de aquella noche tan llena de acontecimientos. No se quedaron indiferentes ni durmiendo.

Dios nos ha dejado en este mundo oscuro por un tiempo para tener comunión con su Hijo, el Cordero. Este es el privilegio más alto de los redimidos del Señor.

Querido creyente, ¿ha conocido el significado de sangre en el dintel? ¿Qué sabe de la mesa provista? Dios ha dado la persona de Cristo para satisfacer su corazón, y cuán feliz es el que se deleita en el Señor.

Comiendo del cordero

“Aquella noche comerán la carne asada al fuego y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán. Ninguna cosa comeréis de él cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus entrañas”, Éxodo 12.8,9.

Jesús es el Cordero de Dios. Asado al fuego representa el sufrimiento. ¡Qué fiesta! Enternece la conciencia, conmueve el corazón y lo llena con amor hacia Él. Al pensar de su agonía, la angustia de su alma sobre el madero, su amor tan profundo que no se podía apagar con muchas aguas, le amamos de nuevo. El corazón se conquista; los afectos se ocupan del Señor; Él solo viene siendo el objeto de la admiración y adoración de los santos. El mundo con todos sus placeres pierde su atracción, porque el alma ya tiene una porción mejor, y queda bien satisfecha.

Comieron el cordero con hierbas amargas. Sería un bocado sin sabor comer las hierbas amargas solas, pero no así cuando se comía con el cordero asado. Las hierbas amargas pueden referirse a la angustia por el pecado. Este se ve más pecaminoso cuando uno está en comunión con el Señor que en cualquier otro tiempo. Allí se cae toda pretensión, y el pecado se revela en su carácter verdadero a la luz de la cruz. Nos recordamos de quién eran los pecados que llevaron al bendito Salvador allí, y por quién murió. El corazón se enternece, corren las lágrimas de un amor puro en tributo a aquel que murió.

Sólo la gracia produce el arrepentimiento verdadero; el amor puede ganar el corazón del pecador rebelde, y donde se halla aquella gracia y amor, se encontrará también la angustia por el pecado y un odio del mismo. Muchas almas han puesto las hierbas amargas en el lugar de la sangre rociada. Han procurado hallar la paz con Dios por sentir angustia por el pasado, en lugar de confiar solamente en la sangre de Cristo. Han continuado en esta condición por años, esperando que sus corazones se ablanden y que se sientan el amor de Dios engendrado en ellos. Tal amor es extraño al corazón del hombre caído. El amor a Dios puede ser engendrado sola­mente por creer en su amor hacia nosotros.

El pan sin levadura completó la fiesta. Encontramos su signifi­cado en 1 Corintios 5.8: “los panes sin levadura de sinceridad y de verdad”. No se podía comer la levadura ni permitirla en la habi­tación. Es un tipo de la maldad, tal como viene afectando al creyente gradualmente, ensuciando y destruyendo la vitalidad de su vida cristiana. Leemos de:

 

 

 

  • la levadura de malicia y de maldad, 1 Corintios 5.8;
  • la levadura de los fariseos, la hipocresía, Lucas 12.1;
  • la levadura de los saduceos, el racionalismo, Mateo 16.6 al 12;
  • la levadura de Herodes, la política, Marcos 8.l5.

Si el creyente permite o practica estas maldades, no podrá gozar de comunión con Cristo. En días como éstos, cuando hay tantos demo­nios de levadura trabajando entre los hombres, conviene a los santos velar para que no sean ensuciados.

La actitud de aquel que comía la fiesta es significante. “Lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresurada­mente, es la Pascua de Jehová”, Éxodo 12.11. Era la actitud del peregrino. Se hallaron como extranjeros en un país extraño, pero su hogar les estaba esperando en el otro lado. Ojalá que fuera verdaderamente así con nosotros, queridos hermanos.

¿Estamos siempre listos para oir aquella voz cuya llamada nos llevará de aquí? Listos o no, la hora vendrá cuando el mismo Señor con aclamación descenderá del cielo, y los vivos juntos con los muertos en Cristo, serán arrebatados a recibirle a Él. La tierra tan pobre quedará atrás, y nosotros estaremos en la gloria. Así salvados por la sangre, asegurados de la salvación por la Palabra, gozando de comunión con el Padre y el Hijo, por el Espíritu, por­témonos como hombres ceñidos que esperan a su Señor, diciendo: “Ven, Señor Jesús”.

7 — La fiesta memorial

La fiesta que fue instituida en la noche de la liberación de Israel había de ser observada por ellos durante todas sus generaciones. Habían de tener siempre en su memoria la redención por la sangre del cordero pascual. Aun después de pasar por el desierto, cuando el ejército peregrino había llegado a la tierra fluyendo leche y miel, la fiesta memorial se guardaría.

Lo que significaba la fiesta de la Pascua a Israel, la cena del Señor en muchos respectos significa al creyente ahora. Hay también muchos puntos de contraste, como la gracia a la ley y el cristianismo al judaísmo.

  • La Pascua conmemoraba la liberación de un pueblo terrenal; la Cena del Señor conmemora la redención y llamada de un pueblo celestial.
  • La Pascua se comía por una nación circuncidada en la carne; la cena del Señor es para aquellos que se consideran muertos a la carne, y ahora viven a Dios en el Espíritu.

En las Escrituras hay tres puntos relacionados a la Pascua que merecen nuestra atención. • Fue instituida por Jehová en el principio, y el pueblo de Dios la observó con obediencia. • Se pervirtió; el diablo hizo una imitación de la Pascua de Dios, y el pueblo de Dios cayó en la trampa. • La fiesta original de Jehová fue restaurada por pasos, según la medida de la luz y la fidelidad de su pueblo.

Era “la Pascua de Jehová”, Éxodo 12.11, así que sólo la Palabra suya debía guiar. Debía obedecerse sus mandatos solamente y para siempre. La fiesta del Nuevo Testamento es la Cena del Señor. No es la cena propia del creyente, ni la cena de la iglesia, o de otra manera se debería de escuchar y obedecer a las voces y opiniones de ellos. Ya que es la cena de aquel que es ahora Señor y Cristo, el corazón fiel cederá a la voluntad suya, y no reconocerá ninguna otra autoridad.

¿Quién le dio al hombre el derecho de entremeterse con lo que es del Señor? ¿No sabe Él cómo debe de ordenar su propia mesa y gobernar su propia casa sin la interposición oficiosa de la volun­tad del hombre? En los días de la vida del Señor aquí en la tierra, la fiesta de la Pascua se había degenerado en una forma religiosa. Las tradiciones de los hombres habían puesto a un lado los mandatos del Señor. Hablando de la fiesta, Jesús la llama la pascua de los judíos y una fiesta de los judíos, Juan 2.13, 5.l. Ya no era una fiesta de Jehová: no era más la Pascua del Señor. Jehová no identificará su nombre con un engaño, ni pondrá en él su sello de aprobación.

Que los creyentes aprendan una lección de esto. Pueden rodear una mesa para romper el pan y beber el vino; pueden guardar una fiesta y llamarla por el nombre del Señor, y con todo puede ser que no sea la Cena del Señor por causa de las tradiciones, mando y presidencia de los hombres en la mesa. La Cena del Señor puede ser observada en verdad solamente donde se reconoce el señorío de Cristo y donde su Palabra es la única autoridad.

Era para todo el pueblo del Señor, Éxodo 12.47, menos algunos que se encontraban cortados, Números 5.6. Si un israelita dejaba de hacer la pascua, fue cortado de su pueblo, Números 9. 13. Dejar de hacer la pascua ofendió a Jehová tanto como hacerlo con inmundicia o con levadura. En el día de hoy se necesita conocer esta verdad. La negligencia en cuanto a la cena del Señor se tolera por todos lados, y el creyente que se ausenta de la del Señor por meses, sin excusa, es permitido sentarse a la mesa sin reprensión, cuando quiere. Sin duda, si en la época de los tipos y de un santuario terrenal se requería una reverencia y sujeción en hacer su fiesta, cuánto más ahora, cuando los santos se congre­gan en la luz de la presencia divina, donde Jesús en el medio es Señor. Un creyente ensuciado por contacto de inmundicia de afuera o por la carne de adentro no debe sentarse a la cena del Señor en esta condición. Algunos en Corinto evidentemente hicieron así, y el Señor los castigo con debilidad, enfermedad y muerte, 1 Corintios 11.30.

Mas para los que están inmundos hay una provisión favorable. Para los israelitas, inmundos por los muertos, había el agua de separación, Números 19.9, y para los creyentes ahora hay el juicio propio y la confesión.

No era para el extranjero ni para el asalariado, Éxodo 12.45. La cena del Señor no es para el inconverso cuya condición es la de extranjeros y advenedizos, Efesios 2.19. No había ningún comu­nicante inconverso en la fiesta cuando fue instituida por el Señor. Judas salió antes de comenzarla (compare Mateo 26 con Juan 13), y leemos que los discípulos perseveraban en el partimiento del pan, y de los otros (los inconversos) ninguno osaba juntarse con ellos, Hechos 5.13.

Todo se ha cambiado ahora. El parroquiano inconverso reclama su asiento en el sacramento, como un puesto en el mercado. En muchas iglesias los ministros ni preguntan si el nuevo comuni­cante ha nacido otra vez. “Asalariados” son en verdad, trabajando mucho para ganar la salvación, que es un don. Algunos del pueblo de Dios están mezclados con este engaño, y, por dar su apoyo, par­ticipan en la ruina de las almas.

Había de ser guardada en el lugar determinado por el Señor. Cuando Israel llegó a la tierra, el Señor escogió un lugar para poner su nombre allí, donde el adorador había de ofrecer sus holo­caustos, Deuteronomio 12.14, y allí había de sacrificar la pascua. La ciudad escogida era Jerusalén. Allí había de ser guardada la fiesta porque allí el Señor puso su nombre. En el día catorce del primer mes, año por año, se podría ver el pueblo de Israel subiendo a la ciudad del Gran Rey para hacer la fiesta memorial. ¡Qué hermosura! Expresaron así su fidelidad a Jehová y su obediencia a su Palabra.

Los discípulos persistieron en congregarse en su nombre para participar de la cena del Señor, y de este modo estaban obedeciendo la petición suya, “Haced esto en memoria de mí”. Era un centro de reunión. Todos los santos estaban juntos; no había sectas ni iglesias rivales en aquellos días.

El día 14 del primer mes era la ocasión señalada por Dios para realizar la fiesta. Hacerlo dos veces al año, o una vez en dos años, sería desobediencia. La obediencia es hacer solamente lo que Dios manda, y más nada. En cuanto a la Cena leemos: “Haced esto todas las veces que la bebieres, en memoria de mí … Todas las veces que comieres este pan y bebieres esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”, 1 Corintios 11.25,26.

La Iglesia, en su primer amor, celebraba la fiesta el primer día de cada semana, Hechos 20.7, y esto es nuestro ejemplo. Uno que cree que una vez o aun cuatro veces al año es suficiente para anunciar su muerte tiene el corazón frío hacia el Señor. Sin embargo, hay miles que practican así y dicen que son del Señor. Que abra los ojos de ellos para que vean un camino más excelente. Vemos que todo ha sido ordenado por el Señor: el orden de la fiesta, los participantes, el lugar y la ocasión; y los corazones que le amen se deleitan en saber qué esta es su voluntad y se gozan en hacerlo.

8 — La falsificación del diablo

Donde quiera que Dios hace una obra en la tierra, Satanás primeramente intenta oponerla y luego se esfuerza en corromperla por introducir una imitación.

Jeroboam, el rey de las diez tribus, era un idólatra. Su propósito era llevar al pueblo fuera de la ciudad de Dios pero no lo hizo abiertamente. Ingeniosamente inventó otro plan. Hizo una imitación de todas las instituciones de Dios para la adoración de su pueblo. Tenía altares en Dan y en Bet-el, con becerros de oro, con sacerdotes escogidos de lo más bajo del pueblo, y celebraba una pascua en el día 15 del mes octavo parecida a la Pascua en Jerusalén. Todos los engaños fueron inventados de su propio corazón, como dice 1 Reyes 12.33. El pueblo se inclinó hacia el engaño de Satanás y puso la realidad de Dios a un lado hasta que la fiesta del Señor desapareció gradualmente.

En cuanto a la cena del Señor, el engaño se percibe fácilmente por aquellos que tienen ojos para ver. Un cristiano puede leer su Biblia y comparar lo que Dios ha mandado con lo que se practica en el romanismo con su “sacrificio de la misa” o en el protestan­tismo con su “sacramento”. ¿Dónde está la autoridad para un sacra­mento anual o mensual, accesible a todos los miembros de la secta, sean convertidos o no? ¿Dónde leemos en la Palabra de Dios de un ministro oficiando, o dispensando el sacramento y administrando la ordenanza? ¿Dónde se lee de tiempos de ayuno para preparar a los carnales y a los inconversos para esté “don de gracia”?

Todos los devotos que están en asociación con estas cosas han de ver que están en directa rivalidad a la voluntad del Señor. Pero esto no es suficiente. Si Dios lo ha hecho posible cumplir su voluntad, conviene a cada santo despertarse en lugar de sen­tarse en las ruinas diciendo que tenemos que contentarnos con lo que se halle. Puede ser que los profesantes mundanos estén con­tentos así, pero nos anima ver en las Escrituras hombres de otro espíritu, como Ezequías, Josías y Nehemías. Además de lamentar la ruina, estos hombres efectuaron una restauración.

Ezequías era el primer reformador. Su padre era idolatra, y su reino estaba en una condición mala; véase 2 Crónicas 28. Sin embargo, quedó firme y se puso a trabajar. “Siguió a Jehová, y no se apartó de él, sino que guardó sus mandamientos”, 2 Reyes 18.6. Cuando uno es obediente a la luz que tiene, Dios le da más luz. Empezó por demoler la idolatría, limpiar la casa del Señor, y poner las cosas en su debido lugar según la luz que tenía.

Después convocó una Pascua. Envío cartas a todo Israel y Judá “para que viniesen a Jerusalén para celebrar la pascua a Jehová Dios de Israel … Porque en mucho tiempo no la habían celebrado al modo que está escrito”, 2 Crónicas 30.1 al 5. Este era un paso valiente, y no se podría esperar una aprobación universal por un pueblo caído; por eso se reían y burlaban, 30.10. Algunos se humillaron y celebraron la fiesta con grande alegría, porque desde los días de Salomón no había tal cosa. Era un paso adelante.

Josías fue el próximo. Siendo aún joven, empezó a buscar el libro de la ley que por tiempo se había perdido. Encontró que las cosas escritas en la ley no se practicaban debidamente. Por eso empezó a trabajar. Hacían la pascua el día 14 del primer mes, el tiempo señalado, en Jerusalén, el lugar escogido. Resultó en mucho gozo y bendición, porque nunca tal pascua fue hecha desde los días de Samuel el profeta.

Había un poco de progreso, pero los días de Samuel no eran como los del tiempo original de Éxodo 12. Después de un tiempo largo, Judá fue llevado cautivo a Babilonia, el templo fue destruido, y el pueblo se sentó en oscuridad y tristeza. La mayoría de la nación no vio más a Jerusalén, pero un residuo volvió con el libro de Dios en la mano. Se pusieron a ordenar todo “como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios”, Esdras 3.2.

Así se debía hacer: volver hacia atrás, más allá que Salomón y Samuel y otros hombres buenos hasta la ley de Moisés. Esta es la única roca firme en la cual podemos poner los pies; “escrito está” debe ser la base de todo. Los hombres buenos no sirven de modelo; se puede apreciar la memoria de ellos, pero sin contra­dicción sabemos que todos se han equivocado. Era Aarón el buen pontífice de Israel que erigió el becerro de oro, y era el malvado Jeroboam que pudo referirse a su ejemplo como autoridad para sus becerros en Dan y en Bet-el. Vemos pues a donde llegaríamos si nos pusiéramos a seguir a los hombres. Dios y su Palabra solamente son infalibles. Tenemos de seguir a aquella Palabra como lo hicieron según el libro de Esdras.

La Pascua se celebró según el capítulo 12 de Éxodo; aunque era la fiesta original revivida, a lo menos en miniatura, sin duda pareció muy sencillo en comparación con los días en el principio. Leemos que algunos lloraban mientras que otros daban gritos de alegría, Esdras 3.11,12. Tenían un poco de fuerza y la usaban para Dios. En cuanto a la cena del Señor, no debemos inventar una fiesta nueva, ni imitar a los reformadores, ni a los hombres buenos de los días pasados, sino volver a la Palabra de Dios para la verdad original.

Durante los últimos tres siglos han sido restauradas muchas de las verdades benditas, pero siempre hay el peligro de conformarse por haberse adelantado un paso. Así han hecho todas las sectas. Pero toda la Palabra de Dios aparte de las tradiciones de los hombres tiene que ser nuestra guía. “El primer día de la semana, reuni­dos los discípulos para partir el pan”, Hechos 20.7, debe continuarse hasta que Él venga, 1 Corintios 11.26.

9 — La salida de Egipto

Junto con la salvación del pueblo de la espada destructora del ángel, hubo la separación y salida de la tierra de Egipto. En la misma noche que rociaron la sangre del cordero pascual en el dintel y postes de la puerta, los israelitas dieron espaldas a Egipto, a su pueblo y a sus dioses. Se despidieron de la escena de su idolatría y esclavitud para siempre. Toda cadena fue rota, y salieron libres para servir al Dios verdadero.

¡Cuán solemne debía haber sido su salida de aquel país condenado! En la hora terrible de la medía noche, entre el clamor de los egipcios lamentando la muerte del primogénito, salieron rápidamente. Egipto se alegró por su éxodo, Salmo 105.38, y Faraón los apuró. En verdad podrían decir, “Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto de casa de servidumbre”, Éxodo 13.14, y Aquel que los sacó nunca volvería a meterlos en Egipto.

La separación del creyente del mundo va con su salvación. Leemos que Jesucristo se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, Gálatas 1.3,4. La cruz de Cristo es la puerta de escape de un mundo condenado, así como un lugar de refugio para el pecador culpable. Por la cruz el cre­yente está crucificado al mundo y separado a Dios.

Muchos no ven esto, o no quieren verlo. Se jactan de que la cruz les ha librado de la ira venidera, pero ignoran el poder de la cruz para separarlos del mundo. Viven contentos en Egipto. Los inconversos son sus compañeros, y, aunque hablan de estar en el cielo al fin, agarran todo lo posible del mundo. No es la voluntad de nuestro Padre que sus hijos sean asociados con el mundo. “Oh almas adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?” Santiago 4.4. De esta parte de la historia de Israel se aprende, pues, que el Señor quiere una sepa­ración completa de esta sociedad impía.

Pero dice el 12.38 que también subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes. Esta multitud mixta nos enseña otra lección. Si una astucia no sirve, el enemigo procurará otra, porque sus invenciones son muchas. Si no puede guardar algunos de los redimidos en Egipto, enviará a unos egipcios para Canaán. A media noche sería difícil descubrir algunos egipcios entre una compañía de unos dos millones de personas. Quizás algunos de los egipcios eran amigos de los israelitas, porque parece que algunos se habían casado, Levítico 24.10, y sería natural que acompañaran a sus amigos. Pero éstos causaron debilidad y maldición entre ellos. Era la multitud mixta que pidió carne y que se fastidió del maná, y pronto los israelitas hicieron lo mismo, Números 11.4.

Siempre es así. Cuando unas almas son salvadas, Satanás introduce sus falsificaciones y las mete entre los redimidos del Señor. Puede ser que marchen bien por un tiempo, pero poco a poco se manifestarán, y siempre dejan su marca entre el pueblo de Dios. Algunos buscan los panes y los peces, y otros, siendo parientes y amigos, se juntan por sentimientos naturales. Los tales llegarán a ser un lazo para el creyente verdadero; así, pues, debemos ser vigilantes para que los mundanos no entren encubiertamente.

“Hicieron los hijos de Israel conforme al mandamiento de Moisés, pidiendo de los egipcios alhajas de plata y de oro, y vestidos. Y Jehová dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios”, Éxodo 12.35,36.

Algunos han usado estos versículos para afirmar que debemos despojar al mundo y utilizar sus materiales y dinero en la obra del Señor. Evidentemente estas joyas se usaron en la construcción del tabernáculo, o quizás para hacer el becerro de oro según Éxodo 32. Cuando los israelitas demandaron de los egipcios estos bienes, estaban tan sólo cobrando su salario por los años de trabajo en que hacían ladrillos. Esto no justifica la costumbre de hacer sermones suplicantes o rifas religiosas para conseguir dinero. Que los santos de Dios sean guardados del espíritu de tales cosas y de comunión con ellas. Trabajar por un maestro mundano y recibir su salario está bien; pero pedir al mundo o endeudarse con el mundo, es contra la enseñanza clara de la Palabra de Dios; Romanos 13.7,8, 2 Corintios 8.21.

10 — La columna de nube de fuego

Como pecadores necesitamos un Salvador; como cautivos nece­sitamos un Libertador; y como peregrinos necesitamos un Guía. El Dios de amor, que nos miró desde su habitación santa y dio a su Hijo para ser nuestro Salvador y Libertador, nos ha dado también su Espíritu Santo y su Palabra para guiarnos. El Padre, Hijo y Espíritu Santo, todos han sido ocupados en la obra de nuestra salvación, y todos se ocupan en llevarnos al descanso más allá.

“Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego”, Éxodo 13.21,22.

Acampados en Elam a la entrada del desierto, no conociendo un paso del camino que se extendía entre ellos y Canaán, qué gozo debía haber sido para los israelitas ver la columna de nube descender. Sin pedirlo o esperarlo, Dios descendió para guiarlos, para caminar con ellos y defenderlos. ¡Qué importaba si el camino fuera largo y triste, y el desierto grande y terrible, cercado de peligros, lleno de serpientes y escorpiones, con tal que Dios estaba con ellos! Él conoce cada paso y cada peligro, y si uno sigue, todo saldrá bien.

Durante el día la nube los cubría, extendiéndose sobre el campo entero, abrigándolos del calor; y cuando caía la noche, se convirtió en columna de fuego para alumbrar, Salmo 105.39. Así que, nunca estaban en la oscuridad. Viajar de noche era tan fácil como de día, porque el Señor Dios les daba luz, y allí no había noche. Cuán fiel y amablemente efectuaba su obra guiadora como el Pastor de Israel. “Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo … Jehová solo le guió”, Deutero­nomio 32.10,12.

No obstante sus muchos pecados y murmuraciones, Él no los dejó ni les quitó la columna de nube. Los acompañó todos los cuarenta años de su peregrinación; estaba con ellos cuando marcharon triunfantes por el Jordán, y por fin reposó entre las glorias del templo en la tierra. Este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre. La posición triple de la nube nos dice que Dios es • por nosotros, • con nosotros y • en nosotros. En el Mar Rojo se puso entre ellos y sus enemigos, Éxodo 14.20; cuando viajaron por el desierto, pasaron por delante a buscar un lugar de descanso, Números 9.17; y en el tabernáculo se quedó en medio de ellos, Éxodo 40.34. En la marcha, la nube seguía; al pararse, descansaban. Jehová era su Guía y Rey. Él mandaba y ellos debían obedecer. Él era Pastor, ellos las ovejas. Aquel que guiaba a Israel por el desierto triste con la columna de nube y fuego, no nos deja sin provisión. Nos ha dado a su Espíritu y su Palabra.

De la Palabra está escrito en Salmo 119.105, “Lámpara es a mis pies tu Palabra, y lumbrera a mi camino;” y del Espíritu dice, “Él os guiará a toda verdad … y os hará saber las cosas que habrán de venir”. Qué bueno para el pueblo de Dios si no conocieran a ningún otro consejero. Leemos de dos verdades importantes en la Palabra de Dios:  ● la persona y obra del Espíritu ● la autoridad y suficiencia de las Sagradas Escrituras.

El otro Consolador que Cristo prometió en la víspera de su partida es una persona divina; no es sencillamente una influencia. El Espíritu Santo descendió diez días después de que el Resucitado ascendió del Monte de los Olivos para sentarse a la diestra de Dios. Desde entonces ha estado aquí, aunque, como en los días de la columna de nube, el pueblo a quien vino a guiar ha sido infiel e indigno de él. Pero nuestro Señor nos ha dicho que estará con nosotros para siempre. No somos dignos, mas como la columna descansaba sobre la sangre de expiación en el propiciatorio durante los cuarenta años de flaqueza en el desierto, así el Espíritu Santo mora con nosotros por medio de una redención efectuada.

Al creer al Evangelio, un pecador está sellado con el Espíritu Santo. Dios le pone su sello y dice: Tú eres mío. El Espíritu de Dios mora en él, testificando con su espíritu que es hijo de Dios, y haciéndole clamar: “Abba, Padre”, Gálatas 4.6. Él es las arras de nuestra herencia, para la redención de la posesión adquirida para alabanza de su gloria, Efesios 1.13,14.

Por medio del Espíritu Santo adoramos; sólo la adoración que se engendra en el corazón del santo por medio de Él es acep­table al Padre, Juan 4.23,24, Filipenses 3.3.

Él es nuestro Enseñador, Juan 16.13, 1 Juan 2.27. Sin su enseñanza la Palabra de Dios sería un tesoro escondido, porque nadie conoció las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios,
1 Corin­tios 2.11. Esto humilla al hombre, pone a un lado su sabiduría, y echa a tierra su ciencia jactanciosa. El nuevo convertido que escudriña la Palabra de Dios, dependiendo de las enseñanzas del Espíritu, aprenderá en realidad más de la verdad de Dios que si fuera enseñado en toda la filosofía del mundo.

Las cosas profundas de Dios han sido escondidas de los sabios y entendidos y han sido reveladas a los pequeños. Esto consuela al santo aislado. Puede estar en un lugar donde no reciba la comunión de los santos ni el ministerio del enseñador, pero no tiene por qué afligirse. No está solo. El mejor expositor está con él, aun el Espíritu Santo. La sabiduría teórica es barata; se puede adquirir fácilmente, y tan fácilmente se pierde. Pero la voz del Espíritu, hablando a nosotros por medio de su Palabra, guardará nuestro corazón cerca de Él. Algunos de los santos tienen la idea errónea que solamente un hombre docto puede exponer las Escrituras con confianza, por haber estudiado un poco del griego y del hebreo. Esto conduce al reconocimiento de un ministerio falso, como existe hoy en todas partes.

Esto se observa particularmente donde un sacerdote romano, o un reverendo protestante, por ejemplo, tiene el solo derecho de exponer la Palabra. Otros quizás no llegan tan allá, pero todavía se encuentra el germen de esta maldad cuando se cree que la Palabra de Dios queda como un libro sellado al pueblo común, y que los que han sido instruidos en las universidades mundanas son sus únicos exponentes.

Es nuestro privilegio ser guiado por el Espíritu, no tan sólo en la adoración sino también en nuestra vida diaria. Se necesita que nos guíe día tras día. Es necesario que reconozcamos a Cristo como el Señor, y su Palabra como nuestro único consejero. La guía del Espíritu siempre era contraria a la de la carne; es una vereda donde sólo la fe puede andar. Acordémonos de la senda trazada por Cristo. Al bautizarse en el Jordán, fue llevado del Espíritu para ser tentado del diablo y finalmente a sufrir la agonía de la cruz.

11 — El Mar Rojo

“Los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda, y siguiendo los egipcios, entraron tras ellos hasta la mitad del mar, toda la caballería de Faraón, sus carros y su gente de a caballo”, Éxodo 14.22, 23.

Hay muchos creyentes que no se gozan de una paz fija. A veces están gozosos, pero otras veces tristes y desconso­lados; en algunas ocasiones tienen una seguridad, pero muchas veces se encuentran con dudas acerca de su salvación. Ocupados de sus emociones, alegrías y tristezas, dependen de sus propias experiencias en lugar de guardar el ojo de fe en Cristo, alegrándose en Él y en la salvación que les ha dado.

Puede haber varias causas de esta condición. Algunos, en el tiempo de su conversión, no habían oído el evangelio en toda su cla­ridad. Les han enseñado unas doctrinas falsas que les hacen preocu­parse por su propia santidad o corrupciones. No queremos dar a entender que el creyente debe tener en poco su propia condición. Cada creyente debe reconocer la debilidad de la carne y el poder de Satanás, pero no se gana la victoria sobre estos por estar siempre pensando en ellos. La victoria, y no la derrota; la libertad, y no la cautividad, es la condición normal de la persona que ha creído en Cristo. Dios manda a sus santos a gozarse siempre.

Tenemos a Israel ya redimido, acampado entre Migdol y el mar. Pihahirot era el lugar de su campamento. Esto quiere decir “Puerta de libertad”, y para ellos era así. Todavía estaban cerca de Egipto, en los límites del reino de Faraón. Por delante estaba el Mar Rojo fueron encerrados por el desierto. Faraón, enfurecido por haberles perdido, se apuró con seiscientos carros para alcanzarlos con el fin de volverlos a esclavizar. El pueblo, con miedo, clamó a Dios porque todavía no conocían que Él estaba a su favor y en contra de sus enemigos.

Esta experiencia es común en la vida de muchos creyentes nuevos, y en algunos no tan nuevos. ¿Se ve usted en esta condición? Al creer en el Señor Jesucristo usted recibió la paz con Dios, pero Satanás, como Faraón, le persigue. Le hace recordar el pasado y le oscurece el futuro. Le dice que pertenece a él, que ha hecho el trabajo de él y por lo tanto debe recibir su salario. Le parece que su condición es peor que cuando estaba sin Cristo; en aquel entonces no tenía estas dificultades porque el diablo guardaba su posesión en paz.

Como Israel, piensa que quizás hubiera sido mejor quedarse en Egipto, haciendo el trabajo del diablo, porque parece que pronto él le tendrá otra vez en sus garras. Otros son felices; cantan con gozo, pero usted está gimiendo. Quizás los otros no le tienen simpatía porque no entienden su dificultad. Nunca se han parado entre Migdol y el mar. Es necesario que vea la salvación del Señor, como tipificado en el Mar Rojo, para poder cantar con gozo.

La palabra para Israel era: “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros Jehová pele­ará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”, Éxodo 14.13,14. ¡Qué palabra para los millares de Israel! ¡El Señor se había encargado de la batalla! Se puso entre ellos y el enemigo. Ya no era Faraón contra Israel: ahora Faraón se encontró con el Dios de Israel. Así con nosotros, es Cristo que aboga nuestra causa.

 

 

La vara de Moisés fue extendida sobre el mar y las aguas se abrieron inmediatamente. Entre las olas agitadas quedó abierto un camino. Esta era la obra del Señor. Ahora la orden fue: “Di a los hijos de Israel que marchen”. Entraron por medio del mar en seco. Por fe siguieron, paso por paso, hasta llegar al otro lado. Se lanzó el enemigo también; mas ¡ay del poder de Egipto! Ya había llegado su destrucción total.

Primero, la oscuridad por la nube, después, el trastorno por las ruedas de sus carros, y finalmente las olas grandes de la muerte que rodearon al ejército de Faraón les hicieron reconocer que Jehová peleaba por los israelitas y en contra de ellos. El triunfo era completo; ni un solo egipcio se salvó, ni un solo israelita se perdió. Amaneció el día con el ejército de Faraón enterrado bajo las aguas y los redimidos parados en la orilla, gozándose de la salvación del Señor, entonando su cántico de victoria.

Esta es la figura de un conflicto mayor y de una victoria más grande ganada una vez a favor del hombre pecador. Faraón es tipo de Satanás, Egipto del mundo. El Mar Rojo representa la muerte, el lindero del reino de Satanás, su baluarte último y más fuerte. El lugar del campamento entre Migdol y el mar es figura de la condición en que se encuentran aquellos que todavía no comprenden la plenitud de la salvación del Señor provista para ellos por la muerte y la resurrección de Cristo. Que ponga el creyente su vista por un momento en el lugar del Calvario y en la tumba vacía, y contemple la obra que se efectúo allí a su favor. Al ver acercarse los enemigos y el poder de las tinieblas, que vea cómo todo ha sido vencido para siempre. Esta vista le dará una paz duradera, y si le llegan dudas y temores la cruz los expelerá.

Allí estaba el mundo en todos los aspectos. Alrededor de aquella cruz fue representado el mundo religioso, político y profano. Esta obra que selló la condenación del mundo, a la vez libró al creyente. Como el Mar Rojo separó a los israelitas de Egipto, así la cruz queda entre el creyente y el mundo. ¿Sabe el lector esto, lo cree, anda en su realidad? ¿Se considera muerto al mundo con Cristo, para que con Él pueda resucitarse a gozar una vida mejor?

Allí también estaba Satanás en todo su poder. En el Calvario se encontraron el Príncipe de la Vida y Aquel que tenía el imperio de la muerte. Fue la disputa decisiva entre la simiente de la mujer y la serpiente. Satanás tenía el imperio de la muerte; era el baluarte de su reino. Hombres de fe como Ezequías lloraron amarga­mente cuando la muerte se acercaba, porque hasta entonces nadie había pasado por ella y después regresado a la tierra. Pero Jesús entró por este baluarte, y por un tiempo parecía que había sido vencido. El Príncipe de la Vida fue puesto en el sepulcro. El rebaño esparcido y el mundo regocijado parecían decir que Satanás había ganado el día.

Pero su triunfo aparente era corto. Cristo reventó las cadenas de la muerte. En vano pusieron la piedra, el sello y la guardia para retener el Príncipe de la Vida. “Por la muerte destruyó al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo”, Hebreos 2.14. La cabeza de Satanás fue herida; fue conquistado en su propio baluarte; perdió su poder y su reino.

El Señor ha resucitado de veras; las llaves de la muerte están en su mano; Él ha ganado para su pueblo una vida fuera del alcance de la muerte v del poder de Satanás. El creyente más débil tiene vida en Cristo, vida para siempre; Satanás nunca puede cautivarle más, ya que él ha sido librado de la potestad de las tinieblas y tras­ladado al reino del amado Hijo de Dios. Por cuanto vive Cristo, vive él. La victoria es completa. La salvación del Señor es segura.

12 — El cántico de la redención

“Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico …”, Éxodo 15.1.

“Bueno es alabarte, oh Jehová; es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza”, Salmo 92.1, 147.1. Pero antes de poder alabar a Dios es necesario conocerle. Dar gloria a un Dios desconocido, o dar gracias a uno conocido como duro y austero, sería imposible. No se puede exigir un cántico del corazón dolorido, ni alabanza de un alma en esclavitud. La libertad tiene que ser experimentada y la salvación aceptada antes de esperar de los labios del pecador una nota de gratitud y alabanza hacia Dios. Todo tiene que ser arreglado con Dios, y la conciencia tiene que estar en estado de descanso.

Todo esto se ve en el cántico de Éxodo 15. Es la primera canción mencionada en las Escrituras, y fue entonada por un pueblo salvado. Muchos hoy en día cantan cuando más bien deben estar llorando. En el capítulo anterior estos cantores se ven aterrori­zados con sus enemigos en derredor; gimen con temor; no pueden cantar. Pero ahora, la victoria ha sido ganada. El orden es: • vieron, • creyeron, • cantaron, Éxodo 14.31, 15.1. Y otra vez: “Creyeron a sus palabras, y cantaron su alabanza”, Salmo 106.12.

Así es con la alabanza; viene después de la salvación, no antes. El hijo pródigo recibió primeramente el beso del padre, entonces empezó a regocijarse. Felipe descendió a Samaria y predicaba a Cristo; el pueblo creyó la Palabra, y había gran gozo en aquella ciudad, Hechos 8.8. El etíope en el desierto de Gaza creyó y después fue por su camino gozoso, Hechos 8.39. Siempre es igual: primeramente la salvación, después el gozo que trae.

Amado lector, ¿puede cantar en verdad estas palabras: “Él es mi Dios y mi salvación?” Los inconversos pueden decir, “nuestro Salvador”, y como la muchacha de Filipos que tenía espíritu pitónico, pueden decir, “Estos hombres nos anuncian el camino de salvación”, y todavía estar sin Cristo. La canción más dulce para el creyente es, “Jehová es mío, y soy de él”. Con David puede decir, “Jehová, roca mía y castillo mío y mi libertador: Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio”, Salmo 18.2. Todo es personal y seguro, sin presunción. Hay la misma seguridad aquí como se ve en la canción de los israelitas a la orilla del Mar Rojo.

Fíjese también en el tema de esta “canción nueva”. Todo es de Jehová: la gloria de su persona, la magnitud de su poder. No hay ni una palabra de uno mismo. La canción nueva del cielo será, “Digno es el Cordero”. Multitudes de religiosos pueden cantar salmos e himnos, pero si no han visto la salvación del Señor, si no han pasado por el Mar Rojo, todo es superficial. Mientras que el alma esté muerta en delitos y pecados no puede alabar, porque “no alabarán los muertos a Jah”, Salmo 115.17.

Hay muchos insultos ofrecidos a Dios bajo el pretexto de adorar. Las escenas más solemnes de los sufrimientos de Cristo represen­tadas en los himnos son cantadas por centenares de pecadores des­cuidados. Si pudieran reflexionar sobre la ternura del corazón que están hiriendo por esta obra tan profana, los verdaderos creyentes no participarían en tales cosas, sino recordarían las tinie­blas y la agonía por donde pasó Él con el fin de comprarlos y separarlos del mundo que le rechazó.

13 — El desierto

“Hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Sur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua”, Éxodo 15.22.

El cántico, el pandero y la danza han sido puestos a un lado, y el primer amor y gozo que llena el alma nuevamente librada se había enfriado. El pueblo empieza a mirar alrededor al desierto tan seco y arruinado. La tierra buena está por delante pero lejos; Egipto queda muy atrás con el Mar Rojo como un obstáculo para excluirlos de allá para siempre.

Es ahora que empiezan a darse cuenta de su condición y de lo que ha acontecido. Se encuentran en un nuevo ambiente. El cre­yente se acuerda de su propia experiencia: la esclavitud primero y entonces la salvación del Señor con todo el gozo y esperanza que viene al alma. Todo se cambió; el mundo se vio tan retirado y el cielo parecía tan cerca. Así debe ser; Dios quiere que sigamos con gozo inefable y glorioso, 1 Pedro 1.8.

Algunos hablan de aquellos días como si fueran de pura emoción y se felicitan en su nueva condición de estar más serios e inteli­gentes ahora. Ya tienen mayor conocimiento de la Palabra y pueden hablar de ella, pero en muchos casos parece que el aumento de ciencia no va acompañando con la correspondiente ampliación de corazón. Si el entendimiento ha ganado algo, el corazón ha per­dido mucho. No hay el calor de la afección ni el amor de los primeros días. El mayor conocimiento del Señor y de sus propósitos debe producir otro efecto al conocerle. Así debe haber más devo­ción y más gozo. La emoción puede acabarse, como la flor de los árboles, pero queda el precioso fruto del Espíritu de Dios: amor, gozo, paz, Gálatas 5.22, y estos se madurarán a medida que vivamos en el calor y claridad de su presencia.

Cuán pocos continúan así, cantando en medio de las aflicciones del desierto. Muchos de los que cantaron en la orilla del Mar Rojo en el principio del viaje por el desierto, no participaron en la canción de Números 21.17 cuando la jornada estaba por terminarse. ¡Cuántos murmuraron en el camino y fueron destruidos! ¿No es así todavía? No hablo de la salvación eterna del alma pero de los descuidos de los salvados durante su peregrinación aquí.

Éxodo 15.22 nos da una relación de las primeras experiencias del pueblo en el desierto. “Anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua”. No había prueba como ésta en Egipto. “Hambrien­tos y sedientos, su alma desfallecía en ellos”, Salmo 107.5. Ahora el Dios que les amaba quería tenerlos a solas con Él para guiarlos e instruirlos en muchas cosas, Deuteronomio 32.10. Esta es la primera lección, pero no deseaban aprenderla. El pueblo murmuró, y dijo: “¿Qué hemos de beber?”

Así es la condición presente del hijo de Dios que se encuentra en un desierto espiritual. No hallará su porción aquí; no tendrá las comodidades de casa mientras que esté en su peregri­nación. Tendrá que enfrentarse con muchos peligros, enemigos y conflictos. Llevará aflicciones; no encontrará agua.

Amado creyente, ¿así lo encuentra desde que fue con­vertido a Dios? La sociedad y compañía que gozaba antes de la conversión ha perdido su atractivo. Como nueva criatura en Cristo, los placeres mundanos le son tan desagradables ahora como lo eran dulces al hombre viejo. En este mundo no halla agua. No hay nada para refrescar y consolar su alma sedienta. Pero no hay necesidad de murmurar, porque con Dios está la fuente de vida y le está enseñando que tiene que depender de Él para toda su satisfacción y sostenimiento.

Esta es la lección mayor del desierto: confiar en un Dios invisible pero siempre presente; esperar en Él, día a día, hora a hora, todo lo que necesita para sostenerle. Esta lección no se aprende en un solo día; pero no temamos, porque conocemos la mano que nos está guiando y el amor del corazón que está proyectando por nosotros. Si nos lleva por aguas turbulentas donde corren las lágrimas, sabemos que Él no nos dejará; y si se nos quita todo apoyo humano, es con el fin de tenernos más cerca de Él para mostrarnos su benevolencia. Así, castigados, humillados y sin la ayuda del hombre, iremos por el desierto apoyados sobre el brazo de nuestro amado.

 

En Mara hay prueba aun más grande.

“Llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas … porque eran amargas”, Éxodo 15.23.

Lo que se vio en el principio como un alivio se volvió pura amargura. Tan fácil es para el corazón humano depender de cual­quier cosa terrenal en lugar de confiar únicamente en el Dios vivo, dejándole a Él proveer lo necesario. Pero nos ama demasiado para permitir aquello, y por eso cambia nuestros gozos imaginarios en amargura.

Todos hemos pasado por Mara desde que empezamos nuestra pere­grinación. Algunos han pasado por la amarga experiencia de ser despreciados por sus padres y amigos por causa de Cristo. Es muy penoso a la naturaleza recibir el desdén del mundo frío y cruel y ser sospechosos a aquellos a quienes queremos bendecir. No debemos sorprendernos de este trato porque Cristo lo prometió, y así estamos en compañía con Él mismo y con los santos antiguos.

Nos dijo que en el mundo tendríamos aflicción, y que sería menester que por muchas tribulaciones entráramos en el reino de Dios. Algunos que alegan que son del Señor han encontrado un camino fácil, donde se goza de la amistad del mundo. Pero la senda antigua, donde anduvieron Cristo y su sufrido pueblo, todavía tiene sus amarguras, ¿y quién sería tan cobarde que procurará escaparlas?

Fíjense en Pablo. Convertido en el camino cuando iba a perseguir a los santos de Dios, le fue dicho inmediatamente que tendría que padecer por el nombre de Cristo, y vemos en 2 Co-rintios 11.23 al 28 cómo eran aquellos sufrimientos. La primera epístola de Pedro, que trata muy especialmente de la peregrinación del creyente en el desierto, tiene como clave la Palabra “sufrir” en 2.l9, 3.14 al 17, 4.12 al 19. ¡Qué de sufrimientos, pero también de consolaciones!

En Mara el Señor le mostró a Moisés un árbol. Una vez metido el árbol en el agua, las aguas se endulzaron. ¡Tan cerca de las aguas de amargura se encontró el árbol de dulzura! Tan cerca del peregrino sufrido de primera Pedro se encuentra el Cristo sufrido. Estamos cruzando el desierto por donde anduvo Él; encontramos las mismas pruebas que Él tuvo, ¿y quién temerá seguir en una senda donde tenemos tanta comunión con Él? No podemos participar con Él en los sufrimientos tan hondos de la cruz. Él sólo bebió la copa amarga y temible de la ira de Dios, pero podemos ser parti­cipantes con Él en sus sufrimientos como testigos en un mundo impío.

Piensen en Pablo y Silas en la cárcel de Filipos, primeramente maltratados, entonces con los pies apretados en el cepo. Estaban en Mara, pero el árbol estaba en las aguas. Durante la noche se oyeron sus alabanzas, y sabemos el resto de la historia. Las aguas de Mara se endulzaron. Consideren a los tres jóvenes hebreos arrojados al horno de fuego ardiente en Babilonia. ¡Qué testigos tan nobles de la verdad del Dios a quien amaban! Pero no fueron dejados solos; tuvieron un compañero que paseaba con ellos y su parecer era seme­jante al Hijo de Dios. ¿Quién rehusaría andar, aun allí, con tal compañía?

La lección para nosotros es esta: el Señor no remueve la prisión, ni extingue las llamas, pero queda a nuestro lado mientras pasemos por la aflicción. Él promete estar con nosotros en la prueba y dará con la tentación la salida, para que podamos aguantar, 1 Corintios 10.13. Esto se aplica a las muchas cosas pequeñas de la vida diaria. Él no quitó el aguijón pero da la gracia necesaria para soportarlo, 2 Corintios 12.7 al 9, y así la amargura se endulce. Por lo tanto nos gloriamos en las tribulaciones, Romanos 5.3.

Después viene Elim con sus doce fuentes y setenta palmeras; véase Éxodo 15.27. Era un oasis en el desierto, muy oportuno después de la prueba. Elim no era Canaán, pero era un sitio de delicia en el camino, un gozo anticipado de cómo sería para Israel, una vez en la tierra buena, cuando celebrarían la fiesta de los tabernáculos en la sombra de las palmeras. Para nosotros, Elim representa la gloria venidera de la cual tenemos ahora la esperanza. Apreciamos más la esperanza bienaventurada después de haber gustado de las aguas amargas.

Hay una relación muy notable entre los sufrimientos y la gloria en 1 Pedro l.11, etc. Aun aquí quedan cerca los dos sitios, Mara y Elim. Los discípulos en el lago de Galilea deben haberse gozado en la calma que Jesús les proporcionó después de una tempestad tan terrible. Los corazones de Marta y María deben haber sido llenos de gozo en la fiesta de la reunión después de la tristeza y las lágrimas de Juan 11. Así será con nosotros cuando Él haga cesar las dificultades de la vida para recibirnos a nuestro hogar. ¡Oh, qué bueno estar allí!

14 — El maná

“Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley o no”, Éxodo 16.4.

(a) El maná era el alimento de los israelitas en el desierto. Duran­te los cuarenta años les fue dado diariamente por mano de su fiel Dios. Ni sus murmuraciones ni sus pecados le restringieron de enviarlo, hasta que sus pies tocaron la tierra de su posesión y ellos habían comido de su fruto. “El maná cesó el día siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra: y los hijos de Israel nunca más tuvieron maná”, Josué 5.12.

El capítulo 16 de Éxodo empieza con una vista del desierto y de un pueblo murmurando por falta de pan. Ya hacía un mes desde que salieron de Egipto, y el pan que habían traído consigo se había acabado. Pero no tenían recursos aparte de Dios, y Él estaba cerca y dispuesto a responsabilizarse de su necesidad. No mecerían esto, pero Dios les amó con un amor que no podía ser apagado aun con todas sus murmuraciones. ¡Qué bendición para ellos y para nosotros ser recipientes de tal amor! La provisión de Dios para ellos correspondía a su amor; y así el maná cayo con abundancia de los mismos atrios del cielo a sus puertas. No se consiguió con el sudor de la frente; cayó durante las horas de la noche mientras dormían, cual dádiva de Dios. Ellos tan sólo tenían que recogerlo y comer. “Los sació de pan del cielo”, Salmo 105.40.

Cristo es el maná para nuestras almas, y es por alimentarnos de Él que se nutre y se sostiene nuestra vida espiritual. Solamente Él puede dar y sostener vida. Esto lo hace por presentarse a nosotros en la Palabra escrita por medio del Espíritu. Se presenta no solamente en su muerte como el cordero molido, y en su resurrección como el fruto de Canaán, sino también como el humilde, el cual estuvo aquí en la forma de siervo, “Aquel Verbo fue hecho carne, y habito entre nosotros”.

Como peregrinos aquí, necesitamos la amistad y consolación de Uno que ha sido peregrino, y aquel es Jesús. Da conso-lación al alma trazar la vida del Señor desde el pesebre hasta la cruz, como tenemos en los Evangelios. Allí le vemos como el maná, pequeño, redondo, sobre la faz de la tierra, desconocido y sin nombre entre la humanidad. Fue despreciado por aquellos a los cuales vino a bendecir. No le conocieron, pero su pueblo le conoce y toma placer en meditar en Él como aquel que se humilló a sí mismo.

(b) El maná era blanco. Se encontró puro en el rocío que cayó en la arena del desierto. Así fue con nuestro bendito Señor. Aunque en el mundo y siempre pasando por las escenas corrompidas, Él quedó santo, inocente, limpio. Era blanco como su vestidura en el monte de la transfiguración. Así es la Palabra escrita que le revela. La infidelidad y superstición han hecho todo lo posible para probar que tiene manchas e imperfecciones, pero en vano. La Palabra sigue resplandeciendo en toda su brillantez, y los santos proclaman con adoración: “Sumamente pura es tu Palabra; y la ama tu siervo”, Salmo 119.140.

(c) El maná era dulce, su sabor como de hojuelas con miel. Los filisteos preguntaron en una ocasión, ¿Qué cosa más dulce que la miel? El creyente más nuevo puede contestar, “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras; más que la miel a mi boca!”, Salmo 119.103. Así es el pan con que el Señor quiere alimentarnos durante nuestra peregrinación.

Aun después de esta vida no nos olvidaremos de él; se atesoró un gomer de maná en el lugar santísimo, como recuerdo. El maná, que una vez fue extendido sobre el desierto, fue recogido y atesorado en una urna de oro detrás del velo. Este oro, como en otras partes, representa la gloria. Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza aquí en la tierra, y ahora está glorificado en el cielo, y veremos su gloria. Pero aun entonces, la memoria de su humillación no será olvidada. Nunca nos olvida­remos de Getsemaní y Gólgota. Tendremos presente el recuerdo de Betania y Naín, y comeremos del maná escondido, Apocalipsis 2.l7, en su dulzura eterna.

(d) La manera en que recogieron el maná es de importancia para nosotros. Lo hicieron cada uno según su capacidad de comérselo. Dios lo envío pero lo buscaban. Para aprovecharse de este alimento, tenían que apropiarse de ello. Así con nosotros. En Cristo hay plenitud para todas nuestras necesidades; hay pan en abundancia, pero tenemos que recogerlo diligentemente de la Palabra para nosotros mismos. Ningún creyente puede esperar que su alma prospere si se descuida en cuanto a la Palabra de Dios. Este es el medio determinado por Dios con lo cual ministra fuerza y sostenimiento a su pueblo, y aquel que desprecia esto, no aprovecha de la provisión de Dios. Si uno es negligente en cuanto a alimentar su cuerpo, disminuirá su fuerza. Así es con el hombre interior, pero desgraciadamente esto no se percibe con tanta facilidad.

Amado creyente, queremos grabar esta verdad sobre su corazón y conciencia. Sentimos que es una cuestión sumamente importante y que afecta la esencia del cristianismo. La debilitada condición espiritual del pueblo de Dios, la falta de poder divino en el servicio del Señor, y la vida contradictoria de muchos que profesan ser de Cristo es el estado deplorable entre nosotros. ¿No hay razón por todo esto? Indubitablemente hay una causa, y tendrá su origen en la negligencia en cuanto a la meditación en la Palabra de Dios a solas con Él. Estamos en una época de mucha ocupación.

Hay mucho para atraer al creyente fuera de su cámara donde pudiera meditar en la Palabra y gozar comunión con Dios, y Satanás aprovecha de cada ocasión cuando el hijo de Dios está en dificul­tades para alejarle del “lugar secreto”. En el mundo comercial abundan perplejidades y turbaciones, y algunos cristianos emplean todo el día procurando solucionar las dificultades. Es justo que el creyente tenga su negocio bien ordenado para que el mundo no pueda señalar con desdén su modo de proceder, pero nada en la tierra puede justificar la negligencia espiritual; la bendición del Señor no puede venir sobre aquel que practica tal cosa.

El Señor conoce nuestras circunstancias y, si tenemos poco tiempo, puede bendecir ese poco, porque no faltaba al que había recogido poco. Todos recogieron según pudieran comer, unos más, otros menos, pero el maná fue adaptado a las necesidades de todos. Así con la Palabra de Dios en ella hay una porción para los hijitos, los padres y los jóvenes.

(e) Otro detalle es que lo recogían temprano en el día. El campamento estaba en movimiento en la mañana, porque cuando el sol se calentaba, se derretía el maná. Este es un punto importante. “Me hallarán los que temprano me buscan”, es la experiencia de los santos.

“Jehová el Señor … despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”, Isaías 50.4. Este fue el lenguaje del Hombre perfecto. Fue su costumbre muy de mañana, aun muy de noche, buscar el lugar solitario para estar a solas con Dios; el rocío de la mañana muchas veces mojó sus pies cuando iba al monte para tener comunión secreta con su Dios. Si uno lee la prensa como primera cosa en la mañana, no habrá apetito para el maná celestial. Si uno se deja ocupar con los quehaceres de la casa o con los afanes del negocio antes de que el alma se fortalezca por la meditación en la Palabra, puede esperar que todo le vaya mal durante el día. ¡Qué pudiéramos sentir esto más!

Pero si la bendición del maná no se goza, la falta de ella no se siente muy fácilmente. Si somos fortalecidos por el pan de Dios, con el hombre nuevo renovado día tras día, qué calma tendremos para confrontar las vicisitudes de la vida, y qué paz gozaremos aun en el encuentro con los conflictos y dificultades.

(f)  El maná fue recogido diariamente. La porción de ayer no sirve para hoy. El maná del día del Señor no sirve para el lunes. Los israelitas tenían que recogerlo cada día; si no, criaba gusanos y se pudría. El conocimiento de la verdad atesorado en la mente o anotado en un librito no tiene valor si el alma no lo experimenta, es decir, si no es practicado en la vida. Sirve únicamente para ensoberbecernos y para los demás es como una pudrición que repugna. Es por usar el conocimiento que podemos crecer en las cosas del Señor. Así sea con nosotros, hermanos, hasta que hayamos cruzado el desierto.

(g)  El maná llegó a ser despreciado. En Números tenemos otra mención del maná, pero desgraciadamente ya fue desestimado. “¡Quién nos diera a comer carne! … pues nada sino este maná ven nuestros ojos”, Números 11.4,6.

Tan pronto que el oro fino pierde su brillo, el calor del primer amor declina. El segundo año en el desierto muchas veces encuentra el creyente con menos fidelidad que en su primer año. Así fue con Israel. A la redención por la sangre, al escape de Egipto, y aun al maná diario faltaban el sabor de antes; eran cosas insípidas para los que se habían alejado del Dios vivo. “En sus corazones se volvieron a Egipto”, Hechos 7.39, y ahora están acordándose de las cosas buenas que allí tenían, y desean obtenerlas. Piensan de los bocados exquisitos pero no hay ni una palabra de la servidumbre ni del trabajo de hacer ladrillos. Satanás pone a la vista todos los placeres del estado anterior para que el maná sea despreciado.

¿Sabe algo de esto, querido hermano? ¿Puede decir sinceramente que Cristo es su todo? Acuérdese de los días gozosos cuando Él era precioso a su alma, y su Palabra tan dulce que la leía con anhelo en cada momento libre. Siendo que su Biblia era su compañera constante, no había atracción en aquellos días para la literatura liviana de este mundo. Sólo Jesús fue suficiente para su alma; en Él encontraba todo su placer.

¿Es así todavía? En muchos casos, como el de Israel, se han apartado de corazón a Egipto. Lo que rechazaron en el pasado, ahora devoran con gusto. Asisten a las reuniones del mundo, las diversiones inocentes, así llamadas, pero su ausencia en la reunión de oración es conspicua. La novela tiene mucho uso, pero la Biblia se llena de polvo; se gastan horas en conver-saciones frívolas y minutos en la oración. Para excusarse algunos dicen que no podemos estar hablando de Cristo siempre. No podemos leer Biblia sin cesar. Necesitamos variedad.

La gente extraña empezó a codiciar la comida de Egipto y los demás se contaminaron. Nuevo creyente, guárdese de los que falsamente protestan una religión, y aun de los cristianos carnales. Ellos pueden llevarle más lejos de Dios que un enemigo acertado.

(h) Pero esto no fue todo. La codicia por la comida de Egipto cambió el gusto del maná. Al principio sabía a miel pero ahora se dice que es como de aceite nuevo. La dulzura ya se ha desapa­recido. No estaban satisfechos con el maná en la forma dada por Dios; empezaron a hacer tortas de él, quizás para eliminar el trabajo de recogerlo diariamente, Números 11.8.

Cuando el corazón se aleja de Dios, la Palabra tiene poca dulzura y su lectura no tiene gusto. Es más fácil encontrar las tortas de maná; las explicaciones de la Palabra mezcladas con los pensamientos del hombre son más sabrosas y eliminan mucho trabajo. ¡Ay de la persona que prefiera las palabras del hombre acerca de Cristo más que el mismo testimonio de Dios en cuanto a su Hijo!

Números 21 descubre la extensión de su pecado. El pueblo habló contra Dios: “No hay pan … y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano”. ¡Qué palabras! Provocaron el juicio de Dios. ¡Cuántas veces sucede así con el creyente! Con el descuido en la oración y la lectura de la Palabra viene una caída terrible o se siente la vara de Dios y así el perezoso se libra de las garras del diablo. ¡Ojalá que pudiéramos siempre agradar al Señor, viviendo en el regocijo de la provisión suya para nuestras almas!

 

15 — La peña herida

“Toma en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y vé. He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo”, Éxodo 17.5,6.

“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”, Salmo 42.2. Estos son los suspiros de un santo de Dios en el desierto, el deseo de aquella vida divina que encuentra su todo en el Dios vivo. Esta vida descendió de Dios, y por lo tanto asciende a él. Como el agua sube a su propio nivel, así la vida nueva en sus aspiraciones asciende al Dios de quien vino, y fuera de esto no hay satisfacción verdadera para el nuevo hombre. Ceremonias religiosas y ritos muertos pueden saciar el alma de los que tienen nombre que viven y están muertos, pero la persona nacida de arriba clama por Dios como el ciervo brama por las corrientes de las aguas. Esta será la experiencia de cada hijo de Dios; hace la distinción entre el hombre del mundo y el creyente en Cristo.

Estos pensamientos vienen a la mente cuando leemos los primeros versículos de Éxodo 17 y vemos a los israelitas murmurando en medio de un desierto seco sin una gota de agua. Fue su incredulidad que motivó la murmuración porque no tenían la vista en Jehová su Dios. Nunca leemos de los egipcios murmurando así, ni tampoco de los israelitas cuando estaban en Egipto cerca del río. Ahora estaban en el lugar de necesidad, donde se prueba la fe y donde muchas veces ésta falta. A pesar de toda su murmuración, el Señor estaba allí, dispuesto a satisfacerles con agua.

Así hemos experimentado nosotros muchas veces desde que empeza­mos nuestra vida en el desierto. Dios mandó a Moisés a tomar la vara con que había cambiado el agua en sangre y herir la peña en Horeb. Al herir la peña, el agua brotó. La misma vara que cayó en juicio sobre los egipcios fue usada en gracia para traer el torrente refrescante a los muchos miles de Israel.

La aplicación espiritual es clara: “La roca espiritual que los seguía … era Cristo”, 1 Corintios l0.4. Él fue herido en la cruz para nuestra bendición. El agua es tipo del Espíritu dado a nosotros como fruto de la muerte y obra consumada de Cristo. Si la peña no hubiera sido herida, el agua hubiera quedado estancada dentro de ella; y si el Señor no hubiera llevado el juicio por nosotros, no hubiera habido salvación ni posesión del Espíritu de Dios. Pero, bendito sea su nombre glorioso, Aquel que fue herido de Dios y abatido ahora está glorificado en el cielo. El Espíritu ha descendido como testigo de su exaltación y de la purgación de nuestros pecados, y mora en todos los creyentes como Sustentador y Fortificador de su ser espiritual.

De Israel leemos que todos bebieron la misma bebida espiritual; y de los creyentes ahora todos bebieron de un mismo Espíritu. Esta es la primogenitura y la herencia de cada miembro de la familia de Dios. No hay tal cosa como un creyente en Cristo que no haya recibido el Espíritu. Algunos niegan esto y procuran enseñar que ciertos hijos de Dios no han sido sellados con el Espíritu Santo. Pero esa doctrina es contra la enseñanza de la Palabra y la expe­riencia de los santos de Dios. Lo que aprendemos de la Biblia es, “A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”,  y “Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama ¡Abba, Padre!” Gálatas 4.6. No es porque conoce esta o aquella doctrina o por­que ha conseguido un cierto grado de santidad o devoción, sino porque somos hijos. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, Romanos 8.9.

Las Escrituras distinguen entre creyentes que han recibido el Espíritu y los que están llenos del Espíritu. También hay una distinción entre la vida y el crecimiento. La vida en todos es igual, pero el desarrollo de aquella vida puede ser diferente en cada uno. El Espíritu de Dios mora en cada hijo de Dios, pero puede manifestarse en distintas medidas.

La Palabra habla de • los flacos y de • los firmes, de • los carnales y de • los espirituales, pero aquí es cuestión del desarrollo y no del carácter de la vida recibida. Algunos por causa de la munda­nalidad y falsa doctrina, como los de Corinto y Galacia, están creciendo en extremo y manifestando el fruto del Espíritu. Esteban y Bernabé eran hombres llenos del Espíritu, mientras que algunos en Corinto eran meramente niños, habiendo entre ellos celos, contiendas y disensiones. Sin embargo, Pablo se dirigió a ellos como a santi­ficados en Cristo Jesús, llamados a ser santos.

Hay una diferencia entre una quebrada pequeña y un río caudaloso, aunque el agua sea igual en todos dos. El Señor nos manda a ser • llenos de Espíritu, Efesios 5.18, y • guiados del Espíritu, Gálatas 5.16. Aquellos que más experimentan esta verdad, menos hablan de ella. Como Moisés cuando descendió del monte con la piel de su rostro resplandeciente, no habrá necesidad de decir a los demás lo que sentimos; será manifiesto. Si bebemos de las aguas de la fuente, aprovecharán también las almas sedientas que encontramos en el desierto, porque las aguas vivas saldrán de nosotros en ríos.

Esta es la gran necesidad entre aquellos que ministran la Pala­bra a los santos y predican el evangelio al mundo. Que el Señor nos ayude a no ser satisfechos con una predicación, aunque sea sana, que carece del poder del Espíritu. Para caminar con Dios y servirle así es necesario atender a las admoniciones: • No contristéis al Espíritu Santo de Dios; y, • No apaguéis el Espíritu. Desgraciadamente muchas veces lo hacemos y esta es la causa de nuestra flaqueza y esterilidad espiritual.

En Números 20.7 al 11 leemos más acerca de la peña. Aquí Dios mandó a Moisés hablar a la peña y ella daría su agua. No se permitía otra herida. Pero Moisés, en lugar de hablar  a la peña, habló al pueblo imprudentemente e hirió la peña. Desobedeció a Dios, y como resultado no le fue permitido entrar a la tierra de Canaán como capitán de Israel.

Nuestra Piedra ha sido herida una vez, y el Espíritu nos ha sido dado. Él está en nosotros como testigo de la purgación perfecta de nuestros pecados, como el sello de nuestra redención presente y como las arras de la gloria futura. Como el pozo en el jardín suple la humedad para las matas, y la quebrada en el campo permite que la semilla brote y crezca, así es el Espíritu de Dios en el creyente. Aquel que se acerca a Dios y habla a la Peña “no tendrá falta de humedad;” su hoja será verde y, como la palma, estará lleno de savia y floreciente. Sus palabras refres­carán a los santos y de Él correrá el agua de vida a los peca­dores.

16 — Guerra con Amalec

“Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim”, Éxodo 17.8.

Después de haber recogido el maná por primera vez y haber tomado el agua de la peña herida, Israel pasó adelante al primer encuentro con el enemigo y a la primera batalla como los redimidos de Jehová. De buena voluntad hubieran pasado en paz hacia su hogar en Canaán. Ellos no deseaban la guerra; no eran los agresores. Amalec, pariente de Israel según la carne y nieto de Esaú, ahora se había aumentado en un pueblo fuerte y guerrero, “cabeza de naciones”, Números 24.20.

Este pueblo salió para impedir el progreso de Israel y para pelear contra el en el desierto. Su objeto era de extirpar al pueblo del Señor. Lo hizo como cobarde también, porque cayó primero sobre los flacos, la retaguardia, el cansado y trabajado. Estas lecciones forman una parte de las cosas que son escritas para nuestra admonición, para que seamos instruidos para la guerra del desierto, de la cual esto es una sombra.

Debíamos contemplar esta batalla, primero en su relación con Israel, después como el tipo de la guerra en la cual participa cada creyente.

La enemistad de Amalec contra Israel no era nueva. Era una continuación de la lucha del mayor contra el menor, el hijo de la carne y el hijo de la promesa, como Ismael persiguió a Isaac. Esaú luchaba con Jacob desde la hora de su nacimiento. Ahora Amalec lucha contra la nación recién redimida y separada para ser el pueblo escogido de Jehová.

Mientras Israel estaba en servidumbre en Egipto, no tenía que luchar. Amalec quedaba en su lugar en paz y su enemistad dormía. Pero tan pronto se efectúen su redención y separación a Dios, el maná gustado y el agua bebida, el enemigo sale para oponerse y pelear. Así, se ve que se opone a un pueblo redimido y peregrino, que la lucha es desconocida en los días de servidumbre, y que la libertad de Faraón tiene que preceder a la guerra con Amalec.

Amalec, que significa “un pueblo que lamea”, es tipo de la carne. La guerra en Refidim con Israel tipifica el conflicto de los redi­midos de Dios, librados de la autoridad de las tinieblas y separados del presente mundo malo. El inconverso no sabe nada de esto, sino está bajo el dominio de la carne, sirviendo la concupiscencia y haciendo su voluntad. Así, la carne no lucha con sus sujetos sino reina sobre ellos. Pero desde el momento de la regeneración y la entrada del Espíritu Santa, el conflicto con la carne empieza. Como en el tipo, es siempre la carne que comienza la lucha. El recién nacido, vivo a Dios y prosiguiendo la senda celestial, desea alimentarse del maná (Cristo) y beber el agua de la peña (el Espíritu) en paz, pero la carne no lo permite. “La carne codicia contra el Espíritu”, Gálatas 5.17.

El primer ataque de este enemigo sutil muchas veces es una sorpresa al joven creyente. Acaba de empezar su viaje en el desierto con una canción; las cadenas de su servidumbre han caído; ha comido del pan celestial y bebido del arroyo refrescante. Los pecados de otros días han pasado y se ha perdido el gusto por las cosas del mundo. Si no fuera por las espinas y los cardos bajo sus pies, casi se olvidaría de que este mundo es un desierto, tan grande es su gozo y tan satisfecha su alma mientras que anda en calma con su Dios.

De repente se oye el enemigo y el conflicto empieza. Alguna vieja costumbre ha surgido; algún pensamiento vil ha pasado por la mente; algún deseo carnal demanda que sea concedido. Esto espanta al creyente. No había pensado en tal cosa; creía que todo eso ya era pasado. Siendo una nueva criatura en Cristo y un hijo de Dios, imaginaba que la carne se habla muerto. Tan quieta e inofensiva había sido desde la conversión que imaginaba que había sido erradicada, raíz y rama. Pero, ¡no era así!

Seductiva, traicionera y sutil, la carne había quedado emboscada, buscando la oportunidad de atacar la vida nueva y pelear contra el Espíritu de Dios morando en el hijo de fe.

Estos dos son tan distintos como Amalec e Israel en el desierto. El Espíritu de Dios ni desarraiga ni absorbe la carne en el creyente. No se puede expulsar ni mejorar. Es mala, solamente mala, siempre mala; es enemistad contra Dios. No debemos • tener confianza en la carne, Filipenses 3.3, • ni hacerle caso, Romanos 13.14, • ni presentar nuestros miembros por instrumentos en su ser­vicio, Romanos 6.l3. La carne siempre se opone pero no debe oprimir; siempre está en conflicto pero no debe conquistar, por­que el Señor de los Ejércitos es por nosotros y nos dará la victoria.

Israel no tuvo la fuerza en sí para confrontarse con este enemigo. Amalec era primero de las naciones, un pueblo acostum­brado a la guerra. Israel no había visto guerra, Éxodo 13.17, y no tenía experiencia en el uso de la espada y el escudo. Si la batalla hubiera sido una de fuerza contra fuerza, Israel habría sido derrotado, pero el Cielo no pudo permitir esto. Aunque flacos e ineptos para el conflicto, eran el pueblo de Jehová. Habían sido redimidos y separados a Él. Su brazo les había librado de Faraón, y Él no permitiría su derrota por Amalec. El mismo poder que había derrotado a Faraón ahora iba a ser usado por ellos en victoria sobre Amalec.

Hay veces cuando parece que los redimidos del Señor van a ser tragados de repente por sus enemigos. En cuanto a ellos mismos, esto podría hacerse fácilmente. El pecado en la carne es un enemigo fuerte e incansable. El creyente novato parece de fácil rapiña, pero el Señor de los Ejércitos está a favor suyo; el poder divino está a su lado. El mismo poder que levantó a Cristo de los muer­tos ahora obra en el santo más débil, Efesios 1.l9, 3.20, y aquel poder es su fuerza para la batalla. Bendito sea Dios; es segura la victoria a la postre. Por un tiempo puede parecer que Amalec prevalecerá, mas al fin perecerá para siempre, Números 24.20.

Hay lecciones en la manera en que se ganó la batalla. El campo tenía sus esferas superior e inferior. Arriba, en el cerro, Moisés tenía la vara, símbolo del poder de Jehová. Abajo en el valle, Josué usaba la espada sobre la fuerza de Amalec. Mientras que las manos de Moisés sostenían la vara, Israel prevalecía. En Moisés sobre el monte tenemos el tipo del creyente en comunión con Dios. Mientras que queda allí con las manos levantadas, el poder de Dios se manifestaba en él. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, es la experiencia del santo sobre el monte con la vara de Dios en la mano. Pero el hombre no se queda en esta posición. Tiene que tener ayuda o sus manos se caen. Aarón (“exaltado”) y Hur (“nacido libre”) se ponen a su lado y sos­tienen sus manos hasta que la victoria haya sido ganada por la espada de Josué.

Esto es una ilustración de los dos abogados que se ejercen a favor del creyente, por los cuales su comunión y fuerza están sostenidas en la guerra del desierto.

  • A un lado tiene el Gran Pontífice dentro del velo, viviendo siempre para interceder por ellos, Hebreos 7.25, un abo­gado con el Padre, Jesucristo el justo, 1 Juan 2.1. Él está repre­sentado por Aarón y nos dice: “Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”, Isaías 41.10.
  • Al otro lado está el Consolador, el Paraclete o Abogado (la misma palabra) del cual se dice que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad … el Espíritu mismo intercede por nosotros, Romanos 8.26.

Así, con un intercesor con Dios por él y otro intercesor de Dios en él, el creyente tiene el poder de prevalecer.

Pero hay otra esfera en esta guerra. Josué, manejando la espada contra Amalec, representa al creyente usando la espada ­aguda de dos filos de la Palabra de Dios, Hebreos 4.12, contra su propia carne, haciendo morir los malos deseos, Colosenses 3.25, derribando sus consejos,
2 Corintios l0.5, y no más ocupándose de las cosas de la carne, Romanos 8.5. Esta guerra no es imagi­naria sino verdadera. El que mora habitualmente en el monte con Dios sabe mejor cuán feroz es la batalla en el valle contra la carne que siempre está en enemistad con Dios.

Que ninguno sea engañado con las teorías de un descanso de fe donde no se conoce la guerra, o de una región de paz a donde no llega Amalec. El guerrero se acuerda de la palabras, “Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación”, Éxodo 17.16, y tiene la espada siempre a la mano.

Más adelante leemos de Amalec como enemigo de Israel. Saúl perdonó a Agag su rey, y también lo mejor de las ovejas y del ganado bajo la excusa de hacer sacrificio a Jehová,
1 Samuel 15.9. Por esto Saúl fue rechazado y perdió su reino, y el que perdonó al amalecita fue muerto más tarde por un varón de ese pueblo enemigo, 2 Samuel l.10. Mardoqueo el judío era de otro espíritu. Él rehusó doblar la rodilla o reconocer al Agageo como su Señor, Ester 3.2, y su obediencia ganó el día.

 

17 — Sinaí y la ley

De la batalla y la victoria en Refidim, Israel debe pasar adelante a otras escenas.

La visita de Jetro, 18.1 al 12

El capítulo 18 de Éxodo presenta una ilustración del milenio. Los gentiles representados por Jetro se ven regocijando en la bondad de Jehová a Israel. Las tribus reunidas, con el trabajo y dolor atrás, representan aquella nación en el futuro después de la prueba fiera de la gran tribulación, reunida en paz debajo de su Mesías, el Rey. En Séfora y sus hijos se ve la Iglesia, la esposa de Cristo.

Aquí, como en otras partes del viaje por el desierto, se vislumbran los días de gloria venidera, pero solamente como un rayo pasajero de sol en un día de nubes. El camino del desierto, con sus trabajos y conflictos, tiene que ser confrontado otra vez. Así llegaron al desierto de Sinaí y acamparon delante del monte de Dios.

Grandes acontecimientos iban a suceder allí, y la hueste peregrina no se olvidaría de las lecciones aprendidas. Hay tales épocas todavía en la historia de los santos de Dios. Hay un receso en el servicio y conflicto particular y colectivo; tenemos que acampar y escuchar la voz que habla. En soledades mayores que las de Horeb la palabra de ley y de gracia viene con poder a las almas del pueblo del Señor. Pero no hay necesidad de asombrarnos, porque conocemos lo que Israel no sabía, que el que habla no lo hace con ira sino como el Padre a sus hijos, y solamente para su gozo y bendición.

La ley es dada, capítulo 20

La entrega de la ley es el primero de los grandes aconteci­mientos durante el campamento en Sinaí. Para Israel, era el principio de una nueva dispensación en su relación con Jehová.

Hasta ahora la gracia había obrado por ellos; sus pecados y murmuraciones habían evidenciado nuevas muestras de la gracia de Jehová. Hasta ahora, a pesar de sus faltas, habían recibido bendiciones incondicionales, Jehová les había extendido su corazón y su mano, cumpliendo su promesa en el pacto con su padre Abraham cuando le dijo, “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré y después de esto saldrán con gran riqueza”, Génesis 15.13,14. Ahora Él pudo decir en Éxodo 19.4: “Visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí”.

De aquí en adelante la bendición continúa sobre la base de su obediencia. “Si diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos”. El pueblo, ignorante de su capacidad y de la santidad de Dios, asintió de una vez, diciendo: Todo lo que Jehová ha dicho haremos, Éxodo 19.8.

 

Aquí notaremos brevemente el testimonio de la Palabra de Dios en cuanto a la relación entre el creyente y la ley divina antes y después de su conversión. Hay una distinción entre ley como un principio del trato de Dios con el hombre y la ley dada por Moisés a Israel en Sinaí. También hay un contraste claro entre la era de ley y la de gracia.

El concepto de ley caracteriza toda la administración divina en todas las edades. Es un Dios de orden y de mando; en cielo y tierra, todo está sujeto a su mando. Tres veces Dios habló por los labios de Daniel al orgulloso gentil Nabucodonosor: “El Altísimo gobierna el reino de los hombres, y a quien él quiere lo da”, Daniel 4.l7. Es así a lo largo de todas las dispensaciones.

La ley fue dada en un tiempo específico a un pueblo especial y con un propósito definido. No hubo tal ley desde Adán hasta Moisés. El período de la ley está declarado claramente: “La ley por medio de Moisés fue dada”, Juan l.17, y “hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”, Gálatas 3.19. Entonces la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, y bajo la gracia Dios sigue tratando con el hombre.

La ley no se dio para la salvación del hombre. Fue añadida a causa de las transgresiones, Gálatas 3.19. La ley se introdujo para que el pecado abundase, Romanos 5.20. El mandamiento es santo y justo y bueno. El hombre es pecador, y por el conocimiento de lo que Dios requiere de él en la ley entiende que el pecado es sobremanera pecaminoso, Romanos 7.l3. Así el mundo se sujeta a Dios.

¡Cuán llamativo es que lo que Dios dio para mostrar al hombre su ruina y condenación sea usado por éste para alcanzar al cielo por sus propias obras! Así es la perversidad del hombre. Si Dios le da la ley, prometerá guardarla, y entonces quebrará abiertamente los primeros tres mandamientos antes de llegar a él las tablas de piedra. Si Dios proclama la salvación por gracia, procurará ganarla por guardar los fragmentos de la ley quebrada.

Para el creyente, la ley con sus demandas no tiene terror. Sabe que en Cristo sus requisitos fueron cumplidos. Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, Romanos 8.31. El fin de la ley es Cristo. En Él el creyente murió judicialmente a la ley que no puede demandar más de él. Puede decir: “Yo por la ley soy muerto para la ley a fin de vivir para Dios”, Gálatas 2.l9.

La ley no puede arrestar ni condenar a un muerto; y el creyente está muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, Romanos 7.4. Ahora está en Cristo, resucitado, poseído de una nueva vida, unido a un nuevo esposo, controlado por un nuevo poder. “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”, Romanos 8.2, es el lenguaje y la experiencia de su alma.

Se ha dicho que la ley es la regla de vida para el creyente. Esto pensaban los gálatas. Habían empezado con gracia, pero habían vuelto a la ley como regla de vida. No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia, les contesta Dios. El creyente es un hijo en la casa del Padre, sujeto a Él. Está en el reino de su amado Hijo; confiesa y reconoce a Jesús como su Señor. Todo esto trae responsabilidad, pero su obediencia es el resultado de amor. Su sujeción no es con el espíritu de esclavo sino de hijo. Sirve con la libertad de uno que tiene acceso y bienvenida al círculo interior del favor y amor divino.

 

El creyente no es una persona sin ley ni tampoco es legalista; anda y sirve en la libertad con que Cristo le hizo libre, Gálatas 5.1. Este honor pertenece a todos los santos. Que no lo deje escurrir, amado creyente, ni lo pierda por la mundanalidad ni en las nubes de la tradición humana. Que Cristo sea su objeto. Póngalo delante de usted como su ejemplo. Hónrele como su Señor. Haga que su Palabra solamente sea su regla y guía.

 

18 — El becerro de oro

“Tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé ;se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado”, Éxodo 32.7,8.

Siendo llamado por Jehová, Moisés había subido al Monte de Dios. Aarón, Hur y el pueblo habían quedado en la llanura al pie del monte Sinaí. Allí fueron probadas su dependencia y obediencia durante la ausencia de su líder, y el resultado muestra cuán tristemente faltaron y en dónde estaba la falta. Moisés no estaba a la vista, sino en la presencia de Dios.

Por poco tiempo parecía que todo iba bien, pero por fin ellos perdieron la fe y la paciencia. Cuando vieron que Moisés tardaba en descender, se reunieron con Aarón y le demandaron que les diera dioses que fueran delante de ellos. Juntaron con esta demanda las palabras que revelan su condición caída, “A este Moisés, varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido”.

En la playa del Mar Rojo habían atribuido a Jehová la gloria de su liberación, pero aquí, a la vista del pico del Sinaí, donde podía verse la gloria de Jehová como un fuego consumidor sobre el monte, apostatan de Dios y dieron su gloria a otro. Tal es el hombre; no solamente es caído y perdido por naturaleza, pero aun después de su redención y separación del mundo, su corazón malvado, dominado por la incredulidad, le desviará del Dios vivo.

Israel se olvidó de Dios su Salvador, “En sus corazones se volvieron a Egipto”, Hechos 7.39. Esta era la raíz de su pecado. Aarón, deseoso de agradar al pueblo y sin duda en la misma con­dición de incredulidad como ellos, les convidó quitar sus adornos, y con sus propias manos fabricó un becerro de oro, el cual puso delante de ellos, edificando un altar y proclamando “una fiesta a Jehová”. Fue una maldad terrible, aun mayor por haber sido cometida por un hombre en la posición de Aarón. La suma maldad era eso de asociar el santo nombre de Jehová con esta idolatría pagana.

La escena delante del monte Sinaí ha sido repetida vez tras vez en la historia de la cristiandad. El Señor Jesús ha subido a la presencia de Dios. Su pueblo, la Iglesia que lleva su nombre y le llama Señor, está en el mundo, en el lugar de sumisión y obediencia para guardar su Palabra, testificar por su nombre y reco­nocer su señorío hasta que Él venga.

“Servir” y “esperar” era el empleo y actitud de los santos primitivos, pero esto continuaba poco tiempo. La esperanza se oscureció y ellos sintieron lo terreno. “Mi Señor tarda en venir”, se hizo el lenguaje de muchos, y entonces las tradiciones de los hombres, los modos del mundo, el clero, el sacerdocio, la doctrina de demonios vinieron como río, y la apostasía a Dios resultó. El becerro de oro, la religión de Egipto, algo para apelar a los sentidos de los hombres y llenar sus ojos, tomó el lugar de Jesús en medio. La voz de los líderes y los credos de los hombres suplan­taron la Palabra de Dios y el lugar de Cristo como Hijo y Señor sobre la casa de Dios.

La que corrientemente se llama la Iglesia hoy día es un campamento mundano donde la voluntad y la palabra del hombre predominan. La voz del pueblo siempre puede hallar algunos en puestos altos, como Aarón, que debían saber mejor pero temen al pueblo más que a Dios, que cumplen sus deseos, y así la apostasía de la cristiandad se efectúa.

¡Qué vista delante del Cielo! Aquella hueste ofrecía sus holocaustos y ofrendas de paz, pero ninguna expia­ción de pecado, delante su becerro, y entonces llenaba el día con sus parrandas impías. “Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse”.

Tal es el mundo y su religión, una combinación de hipocresía y disolución. Van de la misa al baile, de la iglesia al teatro, del altar al juego y la borrachera. El insulto más destacado contra el Dios santo es que hombres como Aarón, que han tenido conocimiento de la Palabra y han trabajado con hombres de Dios, están entre las cabezas de esta hipocresía. Verdaderamente tendrán su galardón.

Mientras que esta escena de religión falsa se efectuaba en la llanura, otra se hacía en la cumbre. El hombre en el monte recibía de Jehová su parecer sobre todo eso. Cuando Moisés descendió del monte, ya poseía la mente de Dios en cuanto a esta vista vergonzosa. No fue engañado por las excusas y mentiras de su hermano. Había oído de Jehová que el pueblo se había corrompido; él veía la escena desde la presencia del Señor y esto hace la diferencia.

El hombre carnal solamente ve el pecado cómo le afecta a él u otros. El hombre espiritual lo ve cómo deshonra a Dios, y trata con él y con los culpables de consiguiente. Años antes, cuando Moisés encontró a su hermano Aarón en el monte de Dios, lo besó. En aquel entonces habían salido de la presencia de Dios y su comunión era en la luz y el amor hermanable. Pero ahora habían perdido esa comunión; se había apartado del camino y hecho a otros extraviarse. Moisés sabía que no era tiempo de besar ni hablar de amor. Más bien, le acusó a Aarón de pecado y, tomando el ídolo, lo quemó y lo molió a polvo. Procedió conforme a la mente de Dios; era el juicio del Cielo. Hacer menos no hubiera bastado. Habían pisoteado el honor de Jehová, y Moisés no permitió que el amor hermanable lo impidiera vindicarlo fielmente.

Ni era esto todo. Sabía que el campo ya no podía ser el lugar de descanso de Jehová. Así se puso a la puerta y dijo: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo”. Ya no era asunto de quiénes eran israelitas. Eso se había aclarado la noche de su salida de Egipto, pero ahora era, ¿Quién está por Jehová?” Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Tomaron su puesto al lado de Jehová, abierta y definitivamente, y por eso recibieron la aproba­ción del Señor y su pacto de vida y de paz, Malaquías 2.5. No dejaron de ejecutar el juicio del Señor, aun sobre sus hermanos, por el temor de Jehová y el honor de su nombre.

Hoy día, el campamento manchado, la iglesia apóstata, en donde el nombre de Dios y el señorío de Cristo es deshonrado e ignorado, vuelve a oir la llamada: ¿Quién está por Jehová? No es asunto de quiénes son cristianos, sino de quiénes están dispuestos a dar al Señor su lugar y ponerse al lado suyo, aunque tengan que dejar a sus familias y sus tesoros terrenales más deseados para obedecer la voluntad de Dios y purgarse del sucio donde Él había sido deshon­rado. Es seguro que nos costará algo, aun más de lo que aguantemos, pero los que se ponen al lado del Señor con propósito firme recibirán la fuerza de salir a Él fuera del campamento, y de usar la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, para hacer todo lo que Él ha mandado.

Moisés tomó el [mini] tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el tabernáculo de reunión. “Cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión, que estaba fuera del campamento”, Éxodo 33.7. Así es que todos los que busquen al Señor y oigan la llamada del Cristo rechazado, cuyo nombre ha sido deshonrado de la que profesa ser su Iglesia, salen a Él fuera del campamento, congregándose sólo a su nombre, recono­ciendo sus derechos sobre ellos individualmente como sus discípulos, y su autoridad y señorío en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad, 1 Timoteo 3.15.

19 — La morada de Jehová

El tabernáculo era la morada de Jehová en medio de su pueblo redimido. Las doce tribus acampaban alrededor de él, y la nube quedaba sobre él. Fue aquí donde empezaron el sacrificio, el sacerdocio, la adoración y el orden divino. No había santuario en Egipto. Tenía que efectuarse la redención y la separación antes de que pudiera haber una morada para Dios o un lugar de adoración y servicio para el hombre. El tabernáculo era la sombra de las buenas cosas venideras; señalaba a Cristo. Sus sacrificios pronosticaban el solo sacrificio perfecto. Su sacerdocio tipificaba el sacerdocio de Cristo dentro del velo.

Por supuesto, hay muchos puntos de contraste porque la ley no era la imagen exacta de las cosas pronosticadas. Los sacrificios eran imperfectos y tenían que ser repetidos. El sacerdocio pasaba de generación en generación. Pero Cristo, habiendo venido, se hizo un sacrificio perfecto de valor eterno, y un Sacerdote que permanece y vive para siempre.

El tabernáculo era el centro divino alrededor del cual se reunía y acampaba el pueblo escogido, cada uno en su lugar orde­nado divinamente. Allí fue reconocida la regla divina. Obede­cieron los mandamientos de Dios en todo lo que pertenecía a su gloria y el bienestar de su pueblo. Desde aquel tabernáculo Él habló y dio mandamientos que pertenecían a su adoración y el orden de su casa, y de todo lo que pertenecía al pueblo en su servicio, trabajo y guerra. La casa era compuesta de las ofrendas voluntarias del pueblo, y edificada según el diseño divino mostrado a Moisés en el monte. Allí la nube, la presencia manifestada de Jehová, descendió y permanecía sobre el santuario, siendo visible sobre él de día y de noche.

El tabernáculo y el campamento, “la iglesia (o congregación) en el desierto”, era el lugar de la morada de Dios. Este círculo de la regla divina es típico de la Iglesia de Dios, su morada y su reino.

Allí en medio de las naciones, separados de todo y no recono­cidos como dignos de un lugar entre ellas, estaba el pueblo de Jehová, su tesoro especial, “un pueblo a él cercano”, Salmo 148.14, en medio del cual moraba y entre el cual reinaba como Rey. “Jehová su Dios está con él, y júbilo de rey en él”, Números 23.21. Era la gloria distintiva de Israel, y su poder entre sus enemigos.

Pero lo perdieron por el pecado y demandaron un rey para ser como todas las gentes, 1 Sa-muel 8.5, y Dios contó que le habían rechazado a Él, 8.7. Elegir un líder, escoger a un hombre como el ministro, es verdaderamente echar al Señor Jesús de su lugar en medio de su pueblo, Mateo 18.20. Puede ser que el hombre tenga muchos dones; puede ser desde el hombro arriba más alto que todo el pueblo, como Saúl, el hombre escogido del pueblo, pero eso no hace diferencia. En principio, Dios es rechazado, el señorío de Cristo es negado tan seguramente como si fue el escogido uno de los sacerdotes de Jeroboam, levantados de lo más bajo del pueblo.

Que los santos de Dios aprendan el pecado del clericalismo y del mando humano, y que huyan de los dos, humildemente buscando congregarse alrededor de Cristo como su único Señor y centro en medio.

20 — La misión de los espías

A primera vista parece que eso de enviar a los doce espías para reconocer la tierra de Canaán había partido del mandamiento de Jehová: “Jehová hablo a Moisés, diciendo: Envía tu hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel, de cada tribu de sus padres enviaréis un varón; Números 13.1 al 3.

Pero está claro en Deuteronomio 1.22 que se originó de la voluntad del hombre.

“Vinisteis a mí todos vosotros, y dijisteis, Enviemos varones delante de nosotros que nos reconozcan la tierra”.

Cuando pensamos en el objeto de la misión, se nos confirma el hecho de que era el fruto de la incredulidad y el desdén para la Palabra de Dios. Él les concedió su deseo, y fue lo mismo después cuando desearon un rey, pero ni eso de enviar a los espías ni el deseo de un rey eran por la voluntad de Dios.

Cuando el propósito de Jehová para la liberación de su pueblo fue aclarado por vez primera a Moisés, fue en las palabras: “He descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, tierra que fluye leche y miel”, Éxodo 3.8. Ya habían recibido el cumplimiento de las primeras dos partes de esta promesa; librados de Egipto y sacados de aquella tierra, debían haber contado con su fiel Dios para cumplirles lo que quedaba, o sea, “la tierra buena”.

Pero en lugar de confiar en Dios y su Palabra, demandaron que espías fueran enviados para observar la tierra, “cómo es … si es buena o mala … si es fértil o estéril”, Números 13.l9 al 21. Esto equivale a decir: No podemos confiar en lo que Dios dice de la tierra; tenemos que confirmarlo. Con este espíritu prevaleciendo, es fácil entender la actitud de la congregación cuando los espías volvieron y hablaron mal de la tierra. Estaban dispuestos a reci­bir y creer el dicho de hombres incrédulos, y desconfiar en Dios. Así es el corazón del hombre.

Los espías, volviendo, no podían decir nada en contra de la tierra. Su testimonio era que fluía leche y miel, pero prosiguieron dando una descripción exagerada de los enemigos y obstáculos que encontrarían. Vieron ciudades con muros y grandes gigantes allí, y a ellos mismos como langostas. No dijeron una palabra de Dios y su promesa. “No podían entrar por la incredulidad”, Hebreos 4.6. “Decían el uno al otro: Designemos un capitán y volvámonos a Egipto”, Números 14.4. En su corazón ya estaban aún en ese país de servidumbre, y donde está el corazón, los pies seguirán.

Ya estaban acampados en Cades-barnea, en los límites de aquella buena tierra. Sus frutos estaban delante de ellos; se les recordaba que el Señor podría hacerles entrar y dárselos. Pero a pesar de todo eso, le dieron la espalda y rehusaron entrar. Esto era una crisis en su historia. Jehová les habla llevado con paciencia en todas sus murmuraciones y faltas, pero Él tenía que castigar ese repudio deliberado de su herencia, esta incredulidad ante su palabra. Si no hubiera sido por la intercesión de Moisés, la justa ira de Dios les habría consumido en un momento. El pueblo incrédulo tenía que cosechar lo que había sembrado. Tenía que pisar el desierto por cuarenta años y entonces morir y ser enterrado allí; sus hijos entrarían y poseerían la tierra, pero los despreciadores perecerían.

Aquella buena tierra es el tipo de la vasta herencia de bendiciones espirituales a las cuales cada creyente tiene acceso, pero tienen que ser pisadas para ser poseídas. Conocer la geografía de un país es una cosa pero pisar su suelo es otra. Tomar posesión de las bendiciones espirituales nos traerá sin duda al lugar de “los hijos de Anac” y “las ciudades con muros”. Las uvas y los gigantes por lo regular se encuentran juntos, y si queremos alimentarnos de unas tendremos que luchar con los otros. Las uvas son dulces pero los gigantes son fuertes, y antes de encontrarlos, desprecian toda la herencia de bendición, y vuelven a la munda­nalidad.

¡Cuántas veces hemos visto a santos, verdaderos creyentes en Cristo, en los límites de los lugares celestiales, encantados de la bendición de la vida de fe! Pero tienen que llevar la cruz; los amigos se oponen; el mundo se burla. Estos son las ciudades con muros y los gigantes por los cuales se prueba la fe. El Señor dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”, Lucas 9.23. Así vuelven al mundo en algunas de sus formas, y allí terminan sus días, rebeldes o infelices, y siendo tropezaderos para otros.

El resto de la historia de este ejército incrédulo es un vacío. Dios considera que no vale la peña escribirla. Desde el día que despreciaron la buena tierra hasta que volvieron a sus límites al cabo de treinta y ocho años de vagar, hay solamente dos relato:

  • el apedreamiento del hombre que profanó el sábado
  • el pecado y condenación de Coré y su compañía.

Estos dos hechos tienen mucha significación en la historia de un pueblo caído y rebelde, y sin duda tienen sus antitipos en las rebeliones y apostasías de la cristiandad.

Es un alivio al corazón volver la vista del ejército incrédulo a los dos hombres fieles, que se pararon valerosamente y confesaron su fe en el Dios vivo. Caleb y Josué eran de los doce hombres escogidos para espiar la tierra, pero eran de espíritu distinto al de los demás. Creyeron a Dios. Creyeron que era fiel el que lo había prometido. Estaban dispuestos a seguir al Señor de un todo, como Caleb confesó en la tierra de Canaán cuarenta y cinco años después: “Yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón”, Josué 14.7.

Si Caleb hubiera sido guiado por la tierra de Canaán con los ojos vendados, todavía habría dicho que era una tierra buena. No recibió su información de lo que veía sino de lo que el Señor su Dios había dicho. La Palabra del Señor estaba en su corazón y él creía a Dios en cuanto a la tierra y también en cuanto a su poder de hacerlos entrar en ella. Vio las ciudades con muros, vio a los gigantes, pero sobre todo vio al Dios vivo. Creía que Dios muy bien podía darles la victoria, y testificó: “Subamos luego y tomemos posesión de ella, porque más podremos que ellos”, Números 13.30.

Esto no era el lenguaje de soberbia sino de fe. Es consecuente con las palabras con las cuales respaldó su exhortación, “Con nosotros está Jehová: no los temáis”, Números 14.9. ¡Ben­dito testimonio! Aunque no tenía efecto en el ejército incrédulo, fue valorado y galardonado por el Dios del Cielo.

Cuando los diez espías incrédulos yacían muertos en el desierto, Caleb y Josué vivían todavía. Recibieron la promesa de Jehová que les traería a la tierra que sus hermanos habían despreciado. Tuvieron que esperar treinta y ocho años para el cumplimiento de la promesa, y así andar con fe y paciencia. Tenían que pisar el desierto al lado de aquellos que les hubieran apedreado, y ver uno tras otro caer a su lado, pero sabían que la promesa no faltaría.

Cuán bendito es ver a los ancianos guerreros después encontrarse en la tierra fluyendo leche y miel, y oir de los labios de Caleb su testimonio a la fidelidad de Dios. Allí se paraba, fuerte y vigoroso, a la edad de ochenta y cinco años, todavía apto para la guerra como en los días de su juventud, listo para ir y tomar posesión de su herencia, todavía contando con el Señor para derrotar al enemigo.

Hebrón, el lugar de la comunión, se hizo su herencia, y de Él sacó a los tres hijos de Anac que habían atemorizado al ejército entero, Josué 15.14. De esto aprendamos, amados creyentes, que Dios es siempre fiel a los que confían en Él, y que la senda de bendición y comunión es la senda de fidelidad y obediencia a lo que el Señor ha mandado.

21 — Acercándose al fin del viaje

Los últimos capítulos del libro de Números relatan los últimos sucesos del viaje por el desierto. Están llenos de instrucciones y avisos solemnes para los santos de estos últimos días. Aquí vamos a referirnos brevemente a ellos.

La muerte de María

“Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada”, Números 20.1.

La dulce cantora que había guiado la canción de alabanza en la playa del Mar Rojo falleció primero y fue enterrada en el desierto de Cades. Como muchos creyentes, ella tuvo un principio brillante en la senda peregrina, pero su cielo pronto se nubló. Participó en las murmuraciones e incredulidad del ejército y por eso tenía que caer con ellos en el desierto.

De esto debemos aprender una lección solemne. Es bueno empezar con una canción, pero si deseamos terminar nuestro peregrinaje con alabanza y tener una entrada abundante al reino, tenemos que continuar con Dios.

El pecado de Moisés

“Reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeo la peña con su vara dos veces, y salieron muchas aguas, y bebió la congregación y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”, Números 20.10 al 12.

De todos los pecados y faltas del desierto, la falta de Moisés, el varón de Dios, está llena de la instrucción más solemne para el pueblo de Dios. Fue mandado a tomar la vara y hablar a la peña para que sus aguas refrescantes pudieran brotar. Pero Moisés en ira hirió la peña y habló al pueblo. “Hicieron rebelar a su espíritu, y habló precipitadamente con sus labios”, Salmo 106.33, y por eso fue impedido de entrar en la tierra prometida.

Es verdad que le irritaron pero esto no disminuyó su pecado en los ojos de un Dios Santo. Su alta posición, su fidelidad anterior, su acerca­miento a Dios, su mansedumbre personal, no compensaban por la deshonra enorme a Jehová. Había cometido un pecado de muerte, y ni sus rogativas a Dios ni su intenso deseo de entrar en la tierra podían alterar la Palabra del Señor, Deuteronomio 3.25 al 27.

Aquí hay lecciones solemnes para nuestras almas. La desobedien­cia, aun en lo santo, no puede ir sin castigo. Es verdad que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, Romanos 8.1, pero hay un castigo de parte del Padre, del cual el mundo no conoce. Un santo de Dios nunca puede perder su posición en la familia divina, pero si peca voluntariamente, tiene que sentir la disciplina de la mano del Padre. Cuanto más elevada su posición, cuanto más grande su privilegio, así más severo será su castigo.

Así fue con Moisés. Se le permitió ver la buena tierra desde los altos de Nebo y de terminar su carrera con ojos no oscurecidos. Fue honrado como ningún hombre antes ni después jamás ha sido honrado, enterrado por la mano de Dios, pero no le fue permitido guiar a su herencia al pueblo redimido, al cual amaba. Como representante de la ley, no podía; como siervo de Dios, faltó en obediencia y le fue prohibido.

La muerte de Aarón

“Aarón será reunido a su pueblo, pues no entrará en la tierra que yo di a los hijos de Israel, por cuanto fuisteis rebeldes a mi mandamiento en las aguas de la rencilla”, Números 20.24.

Aarón el sacerdote era el próximo en partir. Fue llevado al monte de Hor, desnudado de sus vestiduras oficiales, y reunido a su pueblo. Como representante de aquel orden de sacerdocio que era de la ley, quedaba en contraste a Cristo, cuyo sacerdocio nunca pasará a otro. “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”, Salmo 110.4.

Balaam y Balac

“Balac hijo de Zipor era entonces rey de Moab. Por tanto, envío mensajeros a Balaam … para que lo llamasen, diciendo: Un pueblo ha salido de Egipto, y he aquí cubre la faz de la tierra, y habita delante de mí. Ven pues, ahora, te ruego, maldíceme este pueblo”, Números 22.4 al 6.

La peregrinación llegando a su fin, otro enemigo avanzó a encon­trar a la hueste de Israel. Era Balac, rey de Moab, ayudado por Balaam, el profeta avaro. Aquí no podemos dar los detalles de este pacto extraordinario ni trazar los proyectos de este siervo de Satanás. Basta decir que su objeto era de maldecir a la hueste de Dios y de exterminar al pueblo escogido de Jehová.

El tiempo escogido fue al fin de sus extravíos, después de cuarenta años de provocación e infidelidad a Dios. Balaam suponía que podría incitar a Jehová a maldecir al pueblo por sus muchas faltas, pero se equivocó. En lugar de dejarle pronunciar maldición, Dios llenó la boca del profeta con bendiciones. En lugar de acusar al pueblo, pro­nunció en lenguaje alto y sublime, tal como nunca había usado anteriormente, su delicia en sus redimidos, su posición gloriosa en gracia, su vocación presente y su gloria venidera.

Así es el Señor. Él mismo reprenderá y castigará a su pueblo por su desobediencia, pero no permitirá al enemigo levantar su voz en contra de ellos. No escuchará al adversario como su acusador. Satanás puede buscar acusación contra los santos, pero no puede obtener juicio en contra de ellos. “Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?” Romanos 8.33,34. En la presencia de Dios, Satanás puede acusar pero no puede condenar, y el día llegará cuando será lanzado de su lugar como el acusador de los hermanos, y por fin será hollado bajo los pies de los santos y de los vencedores por la sangre del Cordero. ¡Alabad al Señor!

Entonces el enemigo reveló otro complot. Si no puede destruir al pueblo del Señor por maldecir, procurará seducirlo por sutileza. Cuando el diablo no puede vencer a los santos como el león rugiente, intenta seducirlos como la serpiente sutil, y muchas veces logra su propósito. Se dice de este segundo complot de Balac que enseñaba a Balaam a poner tropiezo delante de los hijos de Israel, Apocalipsis 2.14, y de este modo logró la alianza de ese pueblo con el inmundo.

La referencia a esto en el Nuevo Testamento como la doctrina de Balaam en medio de la iglesia de Tiatira nos avisa que la misma táctica será usada para arrastrar a la Iglesia de Dios a una alianza impía con el mundo. El diablo sabe muy bien que una iglesia corrompida, mezclada con los impíos, traerá el juicio de Dios, como la iniquidad de Baal-peor hizo en los días pasados. Que los santos se despierten a esto. Ya hay muchos anticristos y el misterio de iniquidad ya está obrando. El propósito principal de Satanás entre los santos es de seducirlos a una alianza con el mundo, y así borrar su testimonio como un pueblo puesto aparte al Señor.

 

La herencia del desierto

“Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una muy inmensa muchedumbre de ganado; y vieron la tierra de Jazer y de Galaad, y les pareció el país lugar de ganado. Por tanto, dijeron, si hallamos gracia en tus ojos, dése esta tierra a tus siervos en heredad, y no nos hagas pasar el Jordán”, Números 32.1,5.

Las dos tribus y medía, buscando y obteniendo su herencia en el lado desierto del Jordán, fuera de la tierra de promesa, pre­senta otra forma de cristianismo a medias que es común en nuestro día. Fueron atraídas por la tierra de Galaad y sus pastos como terreno para su ganado. Interés propio les guió en su elección, como había guiado a Lot en días anteriores, y por esto optaron por sepa­rarse de sus hermanos y perder su parte en la tierra prometida. Es verdad que mantenían una clase de unidad con ellos, pero según su propio diseño, Josué 22.10, y siempre eran una fuente de debi­lidad y dificultad entre los moradores de la tierra.

Este género todavía se encuentre entre el pueblo del Señor. Nom­bran al Señor y pretenden ser del pueblo suyo, pero el lugar de su morada y la manera de su vida y testimonio saben más a este mundo que al Cielo. Profesan ser una parte de los del llamamiento celestial, pero es claro que las cosas de la tierra tienen más lugar en su corazón que las de arriba. Es mucho mejor habitar al otro lado del Jordán, en la tierra donde el ojo del Dios de Israel descansa siempre, y donde Él mora en su Tabernáculo en medio de su pueblo.

22 — En los límites de Canaán

“Josué mandó a los oficiales del pueblo, diciendo, Pasad por en medio del campamento y mandad al pueblo, diciendo: Preparaos comida, porque dentro de tres días pasaréis el Jordán para entrar a poseer la tierra que Jehová vuestro Dios os da en posesión”, Josué 1.10,11.

Por fin se alcanza la última etapa del largo viaje, y la hueste peregrina vislumbra la tierra prometida. Canaán, el lugar de su herencia, se extiende delante de ellos en toda su riqueza y hermosura. La tierra fluyendo leche y miel, los arroyos de agua, las fuentes en los valles y colinas, los campos de trigo y viñas, las lindas llanuras, todo como el Señor había dicho, ya estaba en plena vista. ¡Cómo aquella vista gloriosa debe haber conmovido el corazón de aquella gente!

Solamente quedaba una cosa: “Levantaos y poseed la tierra”. Ya era suya por promesa, pero tenían que pisarla para poseerla. La Palabra de Jehová era: “Yo os he entregado todo lugar que pisare la planta de vuestro pie”, 1.3. No era suficiente verla, o poder describirla; tenían que pisar la planta del pie en su suelo para poder poseerla y gozarla. La medida de su posesión era lo que realmente caminaban.

Así con nosotros. En las cosas espirituales, no es cuánto sabemos sino lo que realmente poseemos lo que enriquece nuestras almas. La sabiduría teórica, sin apropiarla por la fe, es de poco valor. Es una cosa leer en el Libro de Dios las palabras, “Nos bendijo con toda bendi­ción espiritual;” es otra cosa tener la reali­zación de estas bendiciones en el alma. La medida de nuestra auténtica riqueza espiritual no es lo que vemos contenido en las promesas de Dios, sino lo que sacamos de ellas día tras día. Toda bendición espiritual es de nosotros en Cristo, pero la medida en la cual estará en nosotros es limitada por la cantidad de fe en ella.

Cuando el pueblo salió de Sitim, su último campamento en el desierto, y llegó a la orilla del Jordán, era tiempo de la cosecha, la estación de la bendición más rica de la tierra. Veían la herencia en su mejor condición, pero un obstáculo quedaba entre ellos y la buena tierra. El río Jordán, “el Descendiente”, profundo y ancho, revirtiendo sobre todos sus bordes, impedía su progreso. ¿Qué debían hacer? Pasar adelante, y dejar a Dios disponer de la dificultad. Habían probado ya su fidelidad en dividir las aguas del Mar Rojo delante de ellos cuando salían de Egipto, y el mismo Jehová Dios estaba con ellos, y para ellos ahora en las orillas del Jordán.

 

Aquí debemos parar por un momento y reflexionar sobre el tipo —la figura, o ilustración— delante de nosotros. Muchos entienden que el río Jordán significa la muerte y que Canaán, más allá, es el tipo del Cielo. “Cruzar el Jordán” en nuestros himnos generalmente se entiende como la muerte del creyente, y la playa brillante y el pasaje lindo al otro lado, el lugar a donde va el espíritu redimido del cristiano cuando sale del cuerpo mortal.

Sea lo que fuere de verdad en todo esto, ciertamente no es la enseñanza del tipo delante de nosotros. El otro lado del Jordán no puede significar el Cielo al cual va el creyente cuando la vida terrenal se pasa. Allí no hay ciudades con muros ni gigantes ni carros de hierro. El creyente allí no maneja la espada y el escudo; no pelea con sus enemigos; no lleva la armadura del guerrero.

En el Paraíso, él descansa en Cristo. Ya peleó la batalla y terminó la guerra,
2 Timoteo 4.7,8. Pero cuando Israel cruzó el Jordán y entró en Canaán, tenía que pelear. Entraron como hombre de guerra para manejar la espada y el escudo. Los enemigos están allí para disputar su derecho a la posesión de la tierra, y Jehová dijo en cuanto a estos enemigos que tenían que herirlos y del todo destruirlos, Deuteronomio 7.2.

Canaán es aquí el tipo del lugar presente de bendición para el creyente, como lo tenemos expresado en las palabras: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”, Efesios 1.31. Aquí está nuestro Canaán espiritual, nuestra tierra que fluye leche y miel. En la misma epístola, tenemos nuestros enemigos y nuestra guerra. “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas, contra huestes de maldad espirituales en las regiones celestes”, Efesios 6.12.

Aquí tenemos nuestros canaanitas buscando repelarnos de nuestra tierra e impedirnos de la posesión de nuestras bendiciones. Toda la armadura de Dios está provista para habilitar al guerrero cristiano a encontrarse con el enemigo, y bajo el mando de su divino Josué, su glorioso líder, el capitán de la salvación, el Cristo resucitado, tomar posesión de la buena tierra.

23 — El Jordán

El cruce

“Aconteció cuando partió el pueblo de sus tiendas para pasar el Jordán … las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos”, Josué 3.14,16.

El día tan esperado llegó por fin, y el Señor pronunció su mandato: “Levántate y pasa este Jordán”, Josué 1.2. El río impetuoso y desbordado se estrechaba delante de ellos e impedía su acceso a la buena tierra, pero aun la espesura del Jordán tiene que ceder al poder del Señor de toda la tierra que ahora guiaba a su pueblo al lugar de su herencia. La vara de Moisés había sido el instrumento para dividir el Mar Rojo cuarenta años atrás, pero aquella vara y la mano que la manejaba ahora están lejos de esta escena del Jordán. El arca del pacto con su propiciatorio y cubierta de azul, llevado en los hombros de los hijos de Leví, vestidos en sus ropas sacerdotales, va a ser ahora el instrumento de la liberación de Israel.

Cuando los sacerdotes, llevando el sagrado vaso, mojaron los pies en la orilla del río crecido, las aguas se detuvieron. Se pararon como en un montón atrás, cerca de la ciudad de Adán. (Este lugar es desconocido, pero es evidente el significado de su nombre en relación con el primer hombre y la muerte que trajo). Las aguas así partidas siguieron y fueron tragadas por el Mar Muerto, para nunca ser vistas más. Nada del Jordán quedaba visible a Israel aquel día. El lecho seco del río se extendía tan lejos como el ojo podría ver por lado y lado. Los sacerdotes con el arca en los hombros se ubicaban entre el pueblo y el montón de las aguas; así el pueblo se dio prisa y pasó.

Mientras que los sacerdotes con el arca del pacto estaban entre el pueblo y las aguas, ni una gota podía alcanzarlos. Antes de que el niño más débil en Israel pudiera ser alcanzado por estas aguas, tendrían que sobrepasar a los sacerdotes y el arca. Mientras los pies de los sacerdotes quedaban firmes en el lecho del Jordán, los demás estaban completamente seguros, tan seguros como Jehová podía hacerlos. Así toda la hueste, los hombres de guerra, los viejos y los niños, pasaron el Jordán en plena luz del día, y plantaron sus pies en el lado de Canaán.

Esto también tiene su lección para el pueblo de Dios.

  • El cordero pascual y la sangre rociada en Egipto señalaban la muerte de Cristo, como aquello que salva de la paga del pecado y la ira venidera.
  • El Mar Rojo habla de la liberación del poder de Satanás y de la separación del mundo por la cruz de Cristo.
  • El Jordán es el tipo de la muerte y resurrección de Cristo, por la cual se ha abolido la muerte, el juicio se ha pasado y un camino al Cielo ha sido abierto para el pueblo de Dios.
  • El paso de Israel por el río seco habla del creyente tomando posesión experimental y prácticamente de esta gran verdad en su alma, contándose muerto y resucitado con Cristo.

Echar mano de estas verdades gloriosas por la fe, y hacerlas de uno mismo, da la entrada a una región ancha y rica de bendición espiritual. Aquella buena tierra en donde está toda bendición espiritual en lugares celestiales, donde hay las inescrutables riquezas de su gracia y la supereminente grandeza de su poder, aquella tierra está más allá del Jordán. El hombre que vive en la carne, el hombre mundano, puede leer y hablar de estas bendiciones, pero sólo aquel que se cuenta muerto y resucitado con Cristo puede gozar de ellas.

Los memoriales

“Tomad de aquí de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes, doce piedras, las cuales pasaréis con vosotros, y levantadlas en el lugar donde habéis de pasar la noche”, Josué 4.3.

El cruce del Jordán por Israel no debía ser olvi-dado. Doce hombres esco-gidos, uno de cada tribu, volvieron al lecho del río, al lugar donde los pies de los sacerdotes todavía quedaban firmes, y de allí cada uno recogió una piedra, la cual llevó en hombros al lado de Canaán, y la puso en la tierra prometida. Estas piedras eran para memoriales del poder del Señor en cortar las aguas del Jordán y conducir al pueblo a la tierra prometida. Habían de ser testigos a las generaciones venideras del poder de la mano de Jehová.

Estas piedras de recuerdo fueron levantadas del lugar de muerte y colocadas por un poder fuera de sí a una nueva posición, en la cual debían testificar por Dios. Nos recuerdan de la posición nuestra, resucitados y senta­dos con Cristo. Una vez, como estas piedras, yacíamos en la muerte, bajo el juicio, pero ahora por la gracia y poder de Dios hemos sido levantados y sentados juntos en los lugares celestiales en Cristo. Los creyentes que viven en el poder de esta posición y manifiestan por su vida diaria con Dios que la mira está en las cosas de arriba, pronto atraerán la atención del mundo. Se preguntará, ¿Qué os significan estas piedras?

Gilgal, donde el vituperio fue quitado, era un testigo continuo a todos los moradores de la tierra de lo que la mano del Señor había hecho por su pueblo Israel, Josué 4.24.

“Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; y han estado allí hasta hoy”, 4.9.

También era preciso erigir otro memorial en un lugar distinto. En el lecho profundo del Jordán, en el lugar donde estaban los pies de los sacerdotes, Josué levantó otras doce piedras, para ser sumer­gidas y enterradas por las aguas del Jordán cuando volvieron a su cauce. Aquí tenemos el otro lado del asunto.

  • Las doce piedras sacadas del Jordán y puestas en Canaán nos hablan de la nueva posición del creyente, resucitado en Cristo.
  • Las doce piedras enterradas en el Jordán, para nunca ser vistas por ojos humanos, hablan de la muerte y sepultura del creyente con Cristo.

El bautismo fue divinamente señalado como figura de la muerte, sepultura y resurrección con Cristo. Él es la respuesta del Nuevo Testamento a las piedras conmemorativas (i) en
y (ii) más allá del Jordán. A los que conocen y por la fe se apropian y experimentan la realidad, el recuerdo será grato y precioso. Para otros será una piedra de tropiezo y roca de escándalo.

El libro de Josué sigue contando de la conquista de la tierra y la distribución de la herencia entre las tribus escogidas. La energía, el celo y la fe desplegados por el pueblo, las conquistas y victorias ganadas, los enemigos vencidos y los errores cometidos están llenos de instrucción para el pueblo de Dios en este día de comodidad e indiferencia en las cosas espirituales. Que nosotros prosigamos como guerreros con el mismo espíritu de fe, vestidos de la armadura del Señor, sufriendo penalidades como fieles soldados de Jesucristo.

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