El superintendente en la escuela dominical (#706)

 

El superintendente en la escuela dominical

Es un diácono, y candidato para grado honroso

 

D.R.A.: Bet-el número 81

 

  • … a todos los santos en Cristo Jesús que están en filipos, con los obispos y diáconos, Filipenses 1.1
  • Los que ejercen bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe, 1 Timoteo 3.13
  • … nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; … ella ha ayudado a muchos, Romanos 16.1.2

 

Un diácono es un servidor. Es un ministro en el sentido más elevado de esa palabra.

No es un subanciano, aun cuando muchas veces un anciano es un diácono también. Puede ser un hermano o una hermana cuyo servicio toma la forma de un trabajo manual o técnico, o sea, cuyo ministerio trata de administrar cosas materiales entre el pueblo del Señor o de atender a sus necesidades cotidianas, pero de ninguna manera se limita el  diaconado a estas esferas de las finanzas, la hospitalidad y el cuidado del lugar de las reuniones. El uso más frecuente de la palabra es las Epístolas es con referencia al predicador y el pastor.

En la traducción que usamos a diario es solamente en los pasajes citados arriba que encontramos esta palabra diácono, pero la misma figura muchas veces como ministro o siervo. Cristo vino a ser ministro, o diácono, para mostrar la verdad de Dios, Romanos 15.8. Los ministros (diáconos) de Satanás se disfrazan como ángeles de luz, 2 Corintios 11.15. «Si alguno quiere ser mi diácono,» dijo el Señor, «sígame … allí estará mi servidor,» Juan 12.26. Y, «Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor (diácono) de todos,» Mateo 9.35.

 

Basta esta lista para recordarnos que uno no debe tener una idea rara sobre esta palabra griega que por alguna razón ha entrado en nuestro idioma casi sin traducción. Un diácono no es exactamente un siervo en el sentido de un dóulos, un esclavo. Los sabios en la materia comentan que generalmente el Testamento habla del siervo / dóulos en su relación con su amo, y de un ministro / diácono en relación con su trabajo.

Para ser un buen ministro de Jesucristo, uno tiene que ser nutrido con las palabras de fe y doctrina, tiene que desechar las fábulas, y tiene que ejercerse para la piedad, 1 Timoteo 4.7. La lista de cualidades que más conocemos es la de 1 Timoteo 3, quizás porque allí se traduce ministro como diácono. Hay en el capítulo una lista que se refiere a los ancianos en la asamblea y otra a los servidores. Si vemos con cuidado las dos, pronto se nos irá la idea que el diácono es una especie de anciano de segunda clase.

Veamos:

  • la moral: honesto, sin doblez, no dado a mucho vino, no codicioso
  • la doctrina: guarda el ministerio de la fe con limpia conciencia
  • la experiencia:  sometido a prueba primero
  • el hogar:  una sola esposa; buen gobierno en el seno de la familia

Y la mujer que aspira a ser una Febe moderna:  honesta, no calumniadora, sobria y fiel

 

Ahora bien, el superintendente en una escuela dominical es un diácono. Es uno de esos servidores de quienes hemos venido hablando. No es un jefe, sino un evangelista, pastor, coordinador, y a veces un cantor y maestro o ayudante. Es un pequeño Pablo, quien dijo de sí mismo en Colosenses 1.25 que era ministro «según la administración de Dios» y «para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios».

Esto lo persigue el superintendente. Se pregunta si hacen falta maestros, si el recinto y los equipos bastan, si los maestros tienen lo que necesitan. Procura palpar el sentir de los alumnos, acaso haya problemas con algunos maestros. No necesariamente dirige el canto, pero se interesa grandemente por la calidad espiritual de lo que los alumnos están aprendiendo en coros e himnos.

El superintendente es el intermediario entre la asamblea y sus ancianos por un lado, y la escuela dominical por otro lado. A veces tiene que decir respetuosamente a los ancianos que la escuela dominical no está recibiendo el apoyo que amerita y necesita. Otras veces tiene que recibir de ellos el mensaje que están sucediendo cosas en la escuela que no convienen para la asamblea.

Hemos dicho que él está pendiente de la capacidad y dedicación de los maestros, pero hay  otro lado a este asunto. Muchas de nuestras escuelas dominicales (o sabatinas, etc.) cuentan con hermanas (y varones también) de gran dedicación y mucho ejercicio en cuanto a sus alumnos. No pocas veces son mejores maestros que el mismo superintendente. Es de temer que a veces subestimamos lo que algunas señoritas y señoras están haciendo para el Señor en sus clases, y de cómo se sacrifican para llevar esos alumnos sobre sus corazones.

El buen superintendente no deja que sean una ley para sí, ni que sólo ellas o ellos dispongan de los recursos que la asamblea puede aportar, pero a la vez él se cuida de no estar metiendo la nariz innecesariamente en las clases donde hay una estrecha relación entre maestro y alumnos.

Ya lo hemos dicho:  el superintendente en la escuela bíblica no es un jefe, sino un servidor. El coordina. Es, si quiere, un evangelista especializado. Si es cumplido en su ministerio, trabaja duramente, y debemos reconocer que eso le cuesta. Acordémonos: los que ejercen bien esta forma de diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe.

 

¿Qué es la lección?  Para el superintendente, como para cualquier otro diácono en la asamblea, la lección es de doble filo:

  • Debe ser sano espiritualmente.
  • Si uno está intentando servir, debe averiguar si su vida está a la par
    con el ministerio que pretende realizar.

«Su buen servicio es un  gran honor», expresa un himno que cantamos a menudo. Sí, y una gran responsabilidad también.

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