El intelectualismo (#720)

El intelectualismo

 

Condensado de un escrito por August Van Ryn;
Food for the Flock, +/-  1960

 

Respondiendo Jesús, dijo: Aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón.

 

Está circulando una idea en el sentido que la persona intelectual debe ser alcanzada a su propio nivel. La considero errada. Se dice que si vamos a ayudar al inconverso educado, nosotros mismos tenemos que adquirir una preparación avanzada, especialmente en las materias teológicas. A mi juicio, las Escrituras rechazan este criterio.

Tres razones

Primera: Es inútil, porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”, 1 Corintios 2.14. La Biblia dice que los intelectuales inconversos “andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón”, Efesios 4.18.

Es inútil razonar con un incrédulo en lo que se refiere a las cosas divinas, ya que no puede comprenderlas por la vía intelectual. No es por medio de la comprensión humana que uno es conducido a creer. Es por la fe que uno aprende cómo aprender. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo …”, Hebreos 11.3.

Segunda: Razonar con los incrédulos para convencerlos de la verdad es injusto a ellos porque presupone que tienen una capacidad para absorber las cosas de Dios. La Biblia afirma claramente que no la tienen. Es de profundo significado el hecho de que Jesús haya sido crucificado en el Lugar de la Calavera, Mateo 27.33. Una calavera tiene el espacio indicado para el medio del entendimiento, pero precisamente carece de él. En lo espiritual es así con la persona que no es salva.

La Palabra de Dios no se predica a la mente sino al “corazón”. Leemos en 2 Corintios 4.4 que Satanás ciega el entendimiento de los incrédulos, pero leemos en el 4.6 que la luz del Evangelio resplandece en el corazón para la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.

Tercera: Es incorrecto suponer que hay una determinada clase de gente que requiere que las demandas de Dios les sean presentadas de una manera diferente de la que otros necesitan. Dios reconoce sólo dos clases: los salvos y los perdidos. Ambas necesitan el mismo humilde mensaje acerca de la culpabilidad del hombre delante de Dios y la necesidad del arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo.

Era esto que Pablo tenía en mente al escribir que “la palabra de la cruz es locura a los que se pierden”, 1 Corintios 1.18. No es la cruz sino la predicación de la cruz que parece ser un disparate al hombre natural. El Evangelio es una proclamación de una demanda de parte de Dios; no es una invitación a un debate o un foro filosófico. Es esto que provoca resentimiento en la persona de mucha preparación.

Cuando un joven recibe un oficio de las autoridades militares de su país, avisándole que tiene que cumplir con el servicio militar obligatorio, nadie está preguntándole qué opina. Nadie está averiguando si está a favor o en contra de la conscripción, o recluta; simplemente se trata de una orden de presentarse en el centro de alistamiento. Así, el Evangelio se proclama para la obediencia de la fe, Romanos 16.26, y no para el beneplácito de la mente.

El siervo de Cristo tiene que predicar el Evangelio; no tiene que comprobarlo. La orden para presentarse al cuartel para el servicio de rigor está redactada de la misma manera para el joven inteligente como para el torpe, y es así el Evangelio. No es para que la mente quede convencida, sino para que el alma quede convicta.

Al hombre le encanta razonar; es algo que alimenta su orgullo. Pero no debemos halagar el gusto de la soberbia de nadie. Escuche al apóstol Pablo: “… refutando argumentos [“destruimos las acusaciones”] y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo”, 2 Corintios 10.5.

Pablo dice que el razonamiento humano se levanta contra el conocimiento de Dios. La mayoría de los intelectuales niegan la autoridad de la Palabra de Dios. La destrucción de esta altanería se realiza sólo cuando los pensamientos están puestos en sujeción a Cristo. El cautivo del pecado nunca será un cautivo de Cristo hasta que se entregue y se arrodille humildemente a los pies de Jesús.

Los pensamientos del hombre tienen que ser puestos en sumisión porque cuando el hombre natural piensa en relación con las cosas divinas, él siempre piensa erradamente. No es por nada que Isaías 55.7 manda al impío a dejar su camino y al inicuo sus pensamientos. Ellos tienen que volver a Dios, el cual tendrá misericordia.

Algunos pensadores humanos

  • Naamán, al buscar un remedio para su lepra, dijo: “Yo decía para mí [“yo pensaba”], saldrá él …”, 2 Reyes 5.11. Pero pensó mal; el profeta no salió para complacer a Naamán.
  • En Ester 6.6 leemos que “dijo Amán en su corazón”. Pensaba, “¿A quién deseará el rey honrar más que a mí?” Pero su pensamiento fue errado.
  • El hombre rico de Lucas 12.17 “pensaba dentro de sí”. Pensaba, “¿Qué haré? Esto haré … y diré …” Pero, ¡qué equivocación! Nada de esto sucedió.  
  • Saulo de Tarso era un hombre intelectual si es que alguna vez ha habido uno. Su testimonio fue: “Yo ciertamente había creído mi deber …”, Hechos 26.9. Pero aprendió súbitamente que su deber era muy diferente, y la lección le costó caro.

Usted ve por qué todos estos estaban equivocados. Es que pensaron en sí mismos. Decían para sí, pensaban en sí, consideraban a sí mismos. El ser humano está encantado consigo mismo, y ninguno más que la persona de cierta preparación mundana. Es la propia Palabra de Dios que observa que “el conocimiento envanece”, 1 Corintios 8.1.

 

La boca habla

Esta vanidad se observa en el gusto que los intelectuales —la mayoría de ellos— tienen por las palabras largas y complejas. No hace mucho que encontré en una revista religiosa algo acerca de “la carpenta adefagéstica en la esfera terrestre”. ¡Parece que el hombre quería decir que algunas personas tienen hambre! Otro artículo hablaba del “Cristo taumatúrgico”. Por qué no se pudo decir simplemente que Jesús hacía milagros, yo no sé. Si no fuera tan triste, ¡esta verbosidad bombástica y polisilábica sería ridícula!

Lo que hace, por supuesto, es “engrandar” al ministro y minimizar el mensaje. Se cuenta de uno, años ya, que escuchó a un gran orador un domingo en la tarde en un enorme teatro en Londres. Al salir, su comentario fue, “¡Qué disertador!” En la noche, fue llevado a oir a Spurgeon predicar el santo evangelio a una muchedumbre todavía mayor. Al salir, dijo, “¡Qué Salvador!”

En materia de las cosas espirituales, el oratorio sirve sólo para esconder la cruz detrás del predicador, y cada fiel siervo de Cristo debe hacer todo lo posible para evitar que esto suceda. Aprendamos a hablar de una pala, y no de “¡un instrumento cuadrilongo con manga fija en forma de palo liso, siendo un aparato que se emplea comúnmente en la agricultura!”

Desde luego, las Escrituras condenan de frente el uso de palabras vanas, y lo hacen tanto por precepto como por ejemplo. “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” Los fariseos engreídos preguntaron en su intelectualismo acerca de Jesús, “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” Juan 7.46, 7.15.

Pablo nos dice que él no predicaba con sabiduría de palabras, para que —y observe esto— “no se haga vana la cruz de Cristo”, 1 Corintios 1.17. “Ni mi palabra ni mi predicación”, prosigue él en el 2.4, “fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”.

Tome nota del estilo de Pablo: “Pues por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es algo que ustedes mismos hayan conseguido …” Fíjese en la sencillez de la manera de hablar de nuestro Salvador: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Esa forma de expresión es demasiado fácil para que uno no entienda.

El aprendizaje

Pero algunos van a insistir en que tenemos que ponernos al nivel del intelectual para estar en condiciones de refutar sus argumentos y ganarle así para Cristo. Yo no puedo encontrar este concepto en las Escrituras. Uno no tiene que saborear todos los venenos para saber decir a la gente que son peligrosos. Lo que usted y yo tenemos que hacer es divulgar la verdad; tenemos que conocer la Palabra de Dios y decirla. Ella de por sí pulveriza toda teoría falsa.

El Señor no desfiló su vasta sabiduría para refutar sus enemigos. Ellos siempre querían saber “cómo puede”, pero Él respondía con decirles “quien puede”. Yo no creo que el Señor haya explicado la verdad a los incrédulos. A ellos les dijo la verdad, y la explicó más tarde a los suyos. Sólo el creyente puede comprenderla, porque la fe conduce a la comprensión.

Otra sugerencia que he oído es ésta: Dicen que es cierto que cualquier creyente puede entender y gustar de la Palabra de Dios por el poder del Espíritu, pero se requiere una persona estudiosa y docta para lograr que otros la capten inteligentemente.

Esta idea tampoco encuentra apoyo en la Biblia, creo yo. Los discípulos del Señor no habían recibido una educación formal, pero hablaron con poder por dos razones: eran salvos, y el Espíritu moraba en ellos. Todo verdadero creyente cuenta con estas dos cualidades, dándole a cada uno la misma posibilidad de ser un ministro clave de la Palabra.

¿Dónde encontramos la solución para cualquier falla que exista en el testimonio de nuestra asamblea? No está en las escuelas de preparación bíblica, ni en las universidades. Está al alcance de todo creyente: (a) Andar con Dios, como los doce andaban con Jesús para aprender de él. (b) Desear de corazón sincero, con propósito específico, ser usados para la gloria de Dios y el bien de los demás.

Lo que debe ejercitar cada creyente en Cristo es el hecho de que todo santo tiene plena capacidad para comprender y divulgar la Palabra, pero muchos son indiferentes al uso del don que Dios les ha dado. Ninguna cantidad de preparación en seminarios puede hacer del estudiante un sabio espiritual ni puede capacitarle para el ministerio de la Palabra en cualquier manera. Ninguna falta de esta preparación formal puede impedir que un hijo de Dios sea un verdadero estudioso de la Palabra.

Lo ideal es que un joven aprenda mientras esté sirviendo, y en particular en la compañía del pueblo del Señor. Los jóvenes y los nuevos requieren el cuidado, ayuda, orientación y muchas veces la corrección de sus hermanos mayores. No hay un verdadero sustituto para esto. Es la manera en que nuestro bendito Señor preparó y capacitó a sus discípulos. Los llamó “para que estuviesen con él”, Marcos 3.14. Su carácter moral necesitaba desarrollo, como sus fuerzas mentales también. Tenga presente cuántas veces el Señor tuvo que reprenderlos, en especial sobre el gran tema de su necesidad de la humildad.

Que todo creyente, y en especial el que es joven, se dé cuenta de su responsabilidad de testificar por Cristo. Y, que aquellos creyentes que no cuentan con muchos estudios formales, estén conscientes de que el poder y la devoción para el servicio cristiano se encuentra en Cristo y en ninguna otra parte.

 

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