El hombre que no dormía (#9660)

9660
El  hombre  que  no  dormía

  1. E. Surgenor,
    Cleveland, Estados Unidos

En Trenton, en el estado norteamericano de Nueva Jersey, vivía un hombre que contradecía las leyes de la naturaleza en cuanto al dormir. ¡Se difundió la noticia de que Al Herpin era raro porque nunca dormía! Por supuesto esto llamó la atención de la profesión médica, de manera que en la década de los 1940 un sinfín de investigadores llegó a la puerta de la rústica cabaña de Al Herpin para averiguar, poner al descubierto la falsa noticia y así robustecer sus teorías sobre la materia.

Encontraron una mecedora y una mesa — ¡pero ninguna cama, ni lecho, ni hamaca! No había donde uno podía acostarse. Algunos de aquellos médicos y estudiantes se quedaron por turno con Herpin por días y semanas, esperando que cerrara los ojos por un ratico, ¡pero no lo hizo! Después de un día de faena dura él se encontraba cansado, pero su manera de reposar era de sentarse en la mecedora y leer siete periódicos a lo largo de varias horas hasta sentirse refrescado.

Herpin afirmaba que la causa de ese insomnio de por vida se debía a una herida que su madre sufrió pocos días antes de dar a luz.

Pero el día siempre llegó; el hombre que no dormía entró en la eternidad el 3 de enero de 1947 a la edad de 94 años. Los vecinos decían que por fin Herpin logró dormir.

¿Pero era cierto?

La resurrección

Cuando la Santa Biblia habla del sueño de los muertos, siempre es en relación con el cuerpo, no con el alma. La razón es que en esta vida si uno duerme de noche, se despierta por la mañana. Así en un sentido espiritual, cuando el cuerpo reposa en muerte, habrá un día en que se levantará de su “sueño”.

Este evento por delante se llama “resurrección”. El mismo Señor Jesucristo habla de dos resurrecciones, a saber “la resurrección de vida” para los que son salvos y “la resurrección de condenación” para los perdidos; Juan 5.29. Estas dos resurrecciones tendrán lugar en dos ocasiones diferentes.

Muchos se preguntan adónde va el alma cuando uno muere. No hay tal cosa como el sueño del alma, o la aniquilación. El momento en que el cuerpo muera, el alma deja el cuerpo y viaja en pleno conocimiento a su morada eterna.

La casa del Padre

El Señor Jesús relata a sus discípulos que en la Casa de su Padre hay muchas moradas. Su propia entrada en el cielo en resurrección ha preparado lugar para ellos. Él promete que es “para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, Juan 14.2,3.

El apóstol Pablo habla de su “deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”, Filipenses 1.23. Él estaba dispuesto a estar “ausente del cuerpo y presente al Señor”, 2 Corintios 5.8. Dios habla de los santos en el cielo con Jesús el Mediador del nuevo pacto, Hebreos 12.23,24. En Apocalipsis 5.9 vemos una multitud de creyentes en el cielo cantando un cántico nuevo.

No están allí por pertenecer a cierta religión, o por haberse comportado como buena gente, por haber sido bautizados o por haber participado de sacramentos. Ah, no, amigo mío, hace falta mucho más que esas cosas para limpiar su alma de sus pecados y conseguir entrada al cielo. ¡Ninguna obra suya bastará! ¡La Palabra de Dios es meridianamente tajante en esto!

Hay un sola manera, y en el cielo se canta, “Digno eres … porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido de todo pueblo”. Sí, es solamente para la sangre de Cristo, el Hijo de Dios, que puede limpiarle de todo pecado, 1 Juan 1.9. Dios lo dice, yo confío en ellos; ¡soy salvo y voy al cielo! Mi único pasaporte a aquella dicha eterna es que Jesús murió por mí.

El lago de fuego

Cuando personas mueren sin Cristo, ¿adónde van? El Señor cuenta de un hombre que en vida nunca se aprovechó de la oportunidad de recibir la salvación que Dios ofrece. Dice que “murió y fue sepultado”. Su cuerpo fue puesto en un sepulcro. ¿Pero dónde estaba él? El Señor describe su estado de pleno conocimiento con decir, “En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos”.

Entonces aquel que se había ido habla en su angustia, exclamando, “Ten misericordia de mí … refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama”, Lucas 16.22 al 24. ¡El alma del difunto siente todas las sensaciones como si estuviera aún con el cuerpo!

En la resurrección de condenación —todavía por realizarse— el Hades entregará todas almas que abriga y la tierra entregará los cuerpos de todas ellas. Unidas alma y cuerpo, la persona será juzgada por sus pecados y lanzada al lago de fuego, Apocalipsis 20.11 al 15.

“El también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre … y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche. En contraste, dice Dios, “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor”, Apocalipsis 14.10 al 13.

En la resurrección de vida —el arrebatamiento— los salvos que ya están en el cielo, y los que se encuentren aún en la tierra, recibirán un cuerpo semejante al cuerpo de la gloria de Cristo, Filipenses 3.21. Jamás hará falta dormir, ni sentirán cansancio en el cielo. Es un lugar de dicha infinita.

¡La eternidad desconoce el sueño! En el cielo no hace falta ni es buscado. En el infierno es anhelado pero negado. Usted, ¿dónde va a estar en la eternidad? Solamente el cuerpo de Cristo le puede asegurar un descanso eterno.

 

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