El creyente en su hogar (#157)

El  creyente  en  su  hogar

J. W. McMillan; el autor es un médico australiano que sirvió
en el evangelio durante muchos años en la India.
Evangelical Literature Services, de Madras, India, publicó este material
en 1962 en la forma de un librito titulado The family life of the believer.

CONTENIDO

I   Introducción

II   Juventud

III   Matrimonio

IV Cónyuge

V  Bodas

VI   Casados

VII   Divorcio

VIII  Paternidad

IX  Familia

X  Hogar

XI  Asamblea

 

 

INTRODUCCION  —

 

El objeto de estos escritos es el de esbozar la enseñanza de la Palabra de Dios en cuanto a la vida del creyente en familia, es decir, en el hogar. Sus capítulos aparecieron originalmente como una serie en la revista Gospel Steward y este hecho explica en parte la repetición que se nota. Aunque al escribirlo se llevaba en mente los problemas peculiares de los creyentes en la India, el autor reconoce que problemas parecidos existen otras partes del mundo tales como Asia y el África.

El autor agradece la colaboración de otros, y especialmente la crítica constructiva y ayuda de su esposa.

Dios se interesa intensamente en la manera en que vive su pueblo. Llegamos a ser hijos suyos no por obra alguna de nuestra parte, por buena que sea, sino por fe en el Señor Jesucristo; Efesios 2.8,9, Juan 1.12. Pero, una vez salvos, debemos tener cuidado para ocuparnos en buenas obras en cada esfera de nuestras vidas; Tito 3.8.

Podemos distinguir tal vez cuatro esferas, reconociendo que están estrechamente ligadas entre sí. Si cualquiera de ellas está fuera de alineamiento en relación con la Palabra de Dios, las demás serán afectadas en breve.

Estas cuatro esferas son:

La vida privada, es decir, cómo nos comportamos cuando solos. Esta esfera abarca nuestras prácticas en la oración, estudio bíblico en privado, testimonio a los demás y aquellas cosas que corresponden a nuestra relación personal con Dios. Esta relación es básica a todas las otras.

La vida en familia, es decir, nuestro comportamiento en el hogar y nuestro trato con los padres, marido o esposa, e hijos. Esta esfera es el tema tratado en los capítulos siguientes.

La vida comercial, una esfera que comprende las relaciones que guardamos como trabajador o patrono, nuestra honestidad en cuanto a lo que vendemos, y todo lo relacionado con la manera en que obtenemos nuestro sostén monetario.

La vida eclesiástica, o sea, nuestra relación con los demás creyentes. Esto abarca el proceder en la asamblea (tanto del varón como de la mujer), la organización del testimonio, las ordenanzas y asuntos conexos.

Si nuestras vidas van a ser cristianas, todas cuatro esferas tendrán que ajustarse a la Palabra de Dios. La relación estrecha entre ellas se ve en la manera en que las epístolas escritas durante el encarcelamiento de Pablo (a saber, Efesios, Colosenses, Filipenses y Filemón) encontramos juntas las enseñanzas sobre la vida en cada esfera. Véanse, por ejemplo, en Colosenses:

  • 12 al 17 la vida eclesiástica; “hacedlo todo
    en el nombre del Señor Jesús
  • 18 al 4.1 la vida familiar; “estad sujetas    obedeced”
  • 18 al 21 la vida comercial
  • 5,6               la vida privada

Tomemos otro ejemplo sencillo de los nexos entre una y otra esfera de la vida. Es la enseñanza clara del Nuevo Testamento que el consejo gubernamental de una asamblea (iglesia local) reside en un grupo de ancianos. Las palabras obispo, sobreveedor y presbítero se refieren todas a esta misma función. Las calificaciones señaladas para el gobierno de la asamblea conciernen la vida familiar según 1 Timoteo 3.2 al 5, la vida comercial en el 3.3 y la vida privada según el 3.23.

Se ha escrito mayormente para varones jóvenes, aunque se espera que también otros lo encuentren provechoso. En todos los países del mundo hacen falta hogares cristianos donde se sigue el modelo divino. Es lamentablemente cierto que algunos cristianos muy estrictos en su interpretación de los principios escriturarios en cuanto a la vida eclesiástica, son a la vez sorprendentemente flojos en la aplicación práctica de los principios escriturarios en sus propios hogares. A la postre ambos testimonios sufren. Es evidente que por regla general el creyente típico pasa mucho más tiempo en el hogar con su esposa e hijos que en la asamblea con otros hermanos en Cristo.

Una consideración de este tema de hecho incluirá cierta mención del aspecto sexual. Al fin y al cabo, si Dios no hubiera hecho a la raza humana varón y hembra, ¡no habría una vida en familia como nosotros la conocemos! Hay aspectos físicos muy importantes que versan sobre el tema que no trataremos en este escrito.

Al tratar el hogar cristiano haremos uso de tanto el Antiguo Testamento como del Nuevo. Esto no significa un desconocimiento del hecho de que la venida al Señor Jesucristo al mundo haya efectuado un cambio radical en el trato de Dios con el hombre. Sí significa que debemos llevar en mente que el mismo Dios que se reveló al pueblo de Israel se ha manifestado a nosotros en la persona de su Hijo; Hebreos 1.1 al 3. Las cosas escritas en el Antiguo Testamento “están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”, 1 Corintios 10.11. No es del todo claro el sentido de la última frase, pero sin duda la idea del versículo entero es que nosotros en esta época debemos aprovechar lo escrito tocante al trato de Dios en las épocas anteriores a la muerte de Cristo, y que esto contiene lecciones precisas para nosotros.

Que el Señor nos ayude a descubrir por medio de estos estudios los principios básicos de su modelo para la vida en el ámbito familiar y ponerlo por obra en nuestros respectivos hogares.

Mission Hospital, Sanbeswar, Belgaum District, India

 

II — JUVENTUD

 

La juventud es un período determinante; se toma decisiones y se forma hábitos que influirán grandemente en toda la vida. Para los fines de este capítulo la definiremos como el período entre el alcance de la madurez sexual —vamos a decir los trece años— y el matrimonio. Algunos escritores occidentales la llaman “el decenio”, aunque su duración varía mucho. En no pocos países puede ser mucho menos de diez años, especialmente para las damas.

Para esta etapa de la vida encontramos un magnífico ejemplo en el propio Señor Jesucristo. A los doce años un muchacho judío era aceptado como hombre para los asuntos de la religión, y desde esa edad tomaba su puesto en la vida religiosa del vecindario. Cuando el Señor Jesús tenía doce años El acompañó a María y José a Jerusalén; Lucas 2.42 al 50.

Luego vinieron lo que se llama “los dieciocho años de silencio” en Nazaret, descritos en dos versículos cortos pero significantes. Lucas 2.51,52 relata: “Descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”.

Aprendemos tres cosas:

Él estaba sujeto a sus padres
Creció en sabiduría y estatura
Creció en gracia con Dios y los hombres

 

Obediencia a los padres  Un joven cristiano debe ser obediente a sus padres. Se dio este mandamiento en el Antiguo Testamento y se lo repitió en el Nuevo; Éxodo 20.12, Deuteronomio 5.16, Efesios 6.1 al 3. Cristo mismo es nuestro ejemplo; Lucas 2.51, 1 Pedro 2.21. Puede que esto sea difícil para jóvenes cuyos padres son incrédulos, pero es lo que Dios espera de sus hijos, salvo que la exigencia parental sea clara y directamente contraria a la voluntad de Dios; Hechos 5.29.

Crecimiento en sabiduría y estatura  El crecimiento en estatura es algo que no podemos controlar, Mateo 6.22, pero sí podemos ayudarnos a crecer en sabiduría. Dios ha prometido dársela abundantemente al que pide; Santiago 1.5. En esta etapa de su vida el creyente joven debe aprender algún oficio o profesión; 1 Tesalonicenses 4.11.

En este oficio, él debe procurar llegar a ser “un obrero que no tiene de qué avergonzarse”, como dice 2 Timoteo 2.15. Empero, no debe olvidarse de que “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría”, Proverbios 9.10.

Este es el período de la vida cuando por regla general la mente está en su mejor condición, y es el tiempo por excelencia para echar una buena base de conocimientos de la Palabra de Dios. Este conocimiento de la Palabra protegerá a cualquier joven de los peligros que trataremos al final del capítulo.

Crecimiento en gracia            A medida que crecemos en el conocimiento de la voluntad de Dios y procuramos agradarle, también creceremos en favor con Él y estaremos en condiciones de ser más útiles para la gloria suya en la  medida que crecemos en el entendimiento y práctica de nuestro oficio o profesión, aumentaremos de hecho en el favor de los hombres. Debemos recordar que no podemos complacer a todos, y no debemos ser como los fariseos que recibieron honra de los hombres y no buscaron la honra que viene sólo de Dios; Juan 5.44.

Por tanto, la juventud puede ser una etapa muy fructífera. Otra de sus características es que trae menos responsabilidades que los períodos posteriores de la vida y según lo ideal puede ser fecunda en servicio cristiano. El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, cómo agradar al Señor, escribió Pablo en 1 Corintios 7.32. La experiencia en servicio cristiano que uno gana cuando soltero le será útil en el servicio cristiano después de casado.

La juventud puede ser también una etapa cuando las vidas se echan a perder. La Biblia enseña claramente que debe ser un tiempo de continencia, y que las relaciones sexuales fuera del estado matrimonial son pecados que merecen el juicio de Dios; Hebreos 13.4. En esto está uno de los grandes problemas de la juventud. El instinto sexual se ha despertado con la madurez del cuerpo pero no ha llegado el tiempo señalado para su cumplimiento. ¿Cómo se lo puede controlar? ¿Qué enseñanza contiene la Palabra de Dios para guiar a los jóvenes en esta fase de sus vidas?

El consejo es doble; tanto negativo como positivo.

Huid de las pasiones juveniles, 2 Timoteo 2.22. Universalmente se reconoce al Cantar de los Cantares como una de las más grandes canciones de amor que existe en la literatura. Su “coro” bien podría ser aprendido por todo creyente joven. El “coro” figura en 2.7, 3.5 y 8.4, y es: “Yo os conjuro … que no despertéis ni hagáis velar el amor hasta que quiera”. Generalmente se considera que el sentido es, “hasta que [el amor] quiera”, y no hasta que el amado o la amada quiera.

En otras palabras, no debemos hacer nada para despertar nuestras pasiones sexuales. Hay tres maneras posibles en que éstas se expresan, y todo creyente joven debe estar en alerta para defenderse de ellas. La primera es cualquier forma de estímulo propio. La segunda es cualquier contacto sexual con otra persona del mismo sexo. La tercera es cualquier contacto sexual con una persona del otro sexo.

La primera no se menciona específicamente en las Escrituras, pero obviamente ella está en conflicto con los principios ya expuestos. Las otras dos se condenan terminantemente, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; Levítico 20.10 al 13, 1 Corintios 6.9,18. Son razón para que uno sea excluido de la comunión de la iglesia local, 1 Corintios 5.9 al 13, y pueden dañar permanentemente nuestro testimonio como cristianos.

Por supuesto, “huir” de estos pecados quiere decir evitar el compañerismo de aquellos que los practican. “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas”, Proverbios 1.10. En lo posible, debemos guardarnos de situaciones en que estas tentaciones suelen presentase.

Guardar los dichos de Dios.  Dijo el salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”, Salmo 119.11. El temor y conocimiento de Dios es el mejor resguardo contra cualquier pecado, incluyendo el pecado sexual; Proverbios 6.20 al 35. Lea y estudie el libro de Proverbios con esto en mente.

El relato de José nos brinda un ejemplo hermoso en este sentido. Era esclavo en tierra extraña pero con todo pudo resistir una tentación terrible a pecar, porque temía a Dios; Génesis 39.7 al 12.
La espada del Espíritu es la Palabra de Dios. Si la utilizamos bien, podremos, con la ayuda del Señor, soportar las tentaciones propias de la juventud. En consecuencia, estaremos en mejores condiciones para recibir las responsabilidades y privilegios de la vida de casado cuando llegue
el tiempo para ello.

III —  MATRIMONIO

 

Al considerar cualquier tema escriturario, conviene volver al principio y ver su primera mención en la Biblia. Esto nos lleva al amanecer de la historia humana, ya que leemos que Dios mismo hizo para Adán una esposa y le llevó a él. Otro autor ha señalado cinco lecciones sobresalientes en esta “creación ideal” que se relata en el Génesis. Las citaremos a continuación, comentando sobre las mismas a la luz de la Palabra de Dios.

Habrá una sola mujer para cada varón.       Si hubiera sido la voluntad de Dios que el hombre tuviera más de una esposa, Él habría creado varias para Adán. Pero Génesis 2.22 relata que “Dios … hizo una mujer y la trajo al hombre”.

Esto indica que la poligamia (la práctica de que el varón tenga más de una esposa) y la poliandria (la práctica de tener la mujer más de un marido) son ambas contrarias a las normas divinas.
Al escribir a los corintios Pablo dijo: “Cada uno tenga su propia mujer y cada una tenga su propio marido”, 7.2.

Aunque es cierto que se toleraba la poligamia en el Antiguo Testamento, queda muy evidente de su historia que aquellos varones con más de una esposa tenían más “aflicción en la carne” que los que tenían una sola; 1 Corintios 7.28. Es claro que la poligamia descalifica a uno para gobernar en la asamblea; 1 Timoteo 3.2, Tito 1.6. La poliandria es mucho menos conocida, pero su desastroso resultado social queda evidente entre los yoda— una tribu en el sur de la India— por ejemplo.

La mujer se sujeta al marido.   Esto se entreveía en la creación, ya que ella fue hecha para el hombre; Génesis 2.18, 1 Timoteo 2.13. Dios hizo entrar en vigor esta sujeción cuando la mujer violó este orden divino en la ocasión de la tentación; Génesis 3.16.

Este principio está presente en toda la Palabra de Dios. Tanto en las epístolas de Pablo como en las de Pedro, a las esposas se les mandan sujetarse a sus maridos; Efesios 5.22,23, Colosenses 3.18,
1 Pedro 3.1 al 6. Es a la vez la razón fundamental del mandamiento a las mujeres a guardar silencio en las reuniones de la asamblea; 1 Timoteo 2.11 al 14. En cuanto a esto, debemos notar la lista dada en 1 Corintios 11.3: Cristo es la cabeza de todo varón, el varón de la mujer y Dios de Cristo.

El marido es enteramente leal a la esposa.   A él se exige unirse a su mujer; Génesis 2.24. [Nacar-Colunga lo traduce: “se adherirá a su mujer”]. Esta misma fidelidad se requiere, por supuesto, de la esposa. Esto también se encuentra en tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento y cualesquier otras uniones se consideran impías; Proverbios 6.27 al 35, Hebreos 13.4.

Debe existir unión completa de propósitos.  El ideal de la creación exige la unión de personalidades y metas. El varón y su esposa deben conducirse en conjunto y de tal manera como si fueran una misma persona, “una carne;” Génesis 2.24. Ante Dios esta unión es tan completa que un solo nombre basta: “Llamó al nombre de ellos Adán”, Génesis 5.2.

La expresión física de este hecho de ser una sola carne es la unión sexual; 1 Corintios 6.16. El que está unido al Señor, “un espíritu es con él”, 6.17. Tal como el nombre Adán fue dado al hombre y su esposa conjuntamente, así en 1 Corintios 12.12 el nombre Cristo se da al Señor y a la vez a los que son miembros de su cuerpo que es la Iglesia.

Dios tiene un propósito para ellos.  Adán y Eva deberían fructificar, multiplicarse y llenar la tierra; Génesis 1.28. El matrimonio sin hijos es contrario al ideal divino. Es trágico que algunas parejas procuren no tener hijos. De unión viene multiplicación. Esta verdad figura también en el último libro del Antiguo Testamento. Dios hizo de dos “uno” porque buscaba una descendencia para sí; Malaquías 2.15.

Esta consideración de las normas divinas sobre el matrimonio se ha incluido con un fin específico. El joven creyente que es inteligente querrá buscar para sí una esposa con quien se podrá cumplir estas normas. Ella debe ser una que reconoce que le corresponderá sujeción a él; que le será del todo fiel; que estará de acuerdo con él en servir al Señor; que será buena madre a cualesquier hijos que Dios les dé.

Pueda que digan que le fue mucho más fácil para Adán que para nosotros, ¡ya que él fue el único varón y Eva la única mujer! Pero, no obstante, Dios puede unir a aquellos que Él escoge hoy tal como lo hizo al amanecer de la historia. Y lo hace.

Él sabe, ama y se interesa; da lo mejor a los que le dejan escoger.

IV — CONYUGE

 

Hablemos ahora del escogimiento de un compañero de por vida. La voluntad de Dios para la mayoría es que se casen. En unos pocos casos, “por causa del reino de los cielos”, Dios pide a hombres y a mujeres a prescindir, deliberada y resueltamente, los placeres del matrimonio para que le sirvan mejor a él “sin impedimento” en determinadas esferas; Mateo 19.10 al 12, 1 Corintios 7.35. Al contemplar el matrimonio, nos precisa la confianza de que ha llegado el tiempo señalado por Dios mismo; Eclesiastés 3.1. Sin embargo, este tiempo siempre vendrá en la vida de la mayoría de los jóvenes.

Hay dos maneras principales para escoger una esposa, aunque en muchos casos se recurren a ambas.

Por arreglo.   Este es el proceder normal en la mayoría de los países orientales. Los padres del joven le consiguen una compañera y hacen los arreglos con los padres de la joven. Puede que la pareja tenga o no el derecho de veto.

Por amor previo.  El conocimiento se torna en amistad y la amistad en amor. Viene el noviazgo y luego el matrimonio. En los países occidentales ésta es la manera normal de conseguir una esposa, y cualquier otro procedimiento sería casi impensado. Es por esto que son de valor limitado en otras tierras tantos libros sobre el tema que han sido escritos para la mente europea. No obstante, hoy día “el matrimonio por amor” se está haciendo más común en muchos lugares.

¿Cuál método es escriturario? La respuesta es: ambos. Los primeros dos matrimonios presentados en la Biblia con cierto detalle ejemplifican los sendos procedimientos. El matrimonio entre Isaac y Rebeca fue convenido de un todo; él aprendió a amar a Rebeca después de casarse con ella; Génesis 24. En cambio, Jacob amaba a Raquel antes de casarse con ella y trabajó siete años para ganarla como esposa; Génesis 29. Este es un asunto en el cual es preciso tomar en cuenta las costumbres sociales. Es de notar que hay cierto peligro moral en cualquier noviazgo romántico, aun cuando el joven tenga las intenciones más honrosas. Hay lecciones por aprender del relato sórdido de Génesis 34.1 al 19.

¿Qué asuntos debería un joven tener en mente al escoger una novia? El punto esencial es que ella sea la persona que el Señor ha escogido para él, por cuanto el matrimonio debe ser “en el Señor”. Pero el Señor nos ha dado sabiduría y debemos usarla al enfrentarnos con esta decisión vital. El matrimonio no es una cosa de importancia pasajera, sino algo de por vida. Por tanto, es del todo necesario que tengamos confianza de conocer la mente de Dios en el asunto.

Podemos agrupar bajo cuatro rubros los asuntos que se deben considerar:

Consideraciones espirituales   No debemos entrar en un yugo desigual con una persona que no sea salva; 2 Corintios 6.14. Claro está que el matrimonio es un yugo, y ningún joven debe pensar en casarse con una señorita si ella no es salva. Además, ella debe ser una creyente que muestra claramente su deseo de obedecer la voluntad de Dios para su vida.

Consideraciones morales y legales   El matrimonio no debe celebrarse entre parientes muy cercanos; Levítico 18.6 al 17. Al varón no le es permitido divorciarse de su esposa y casarse con la hermana de ella; Levítico 18.18. Al haber lugar para duda uno debe conseguir consejo sabio antes de anunciar cualquier compromiso.

A veces los padres son inconversos o no se dan cuenta de la suprema importancia del aspecto espiritual del matrimonio, viendo el enlace sólo desde el punto de vista económico o material. Siendo así, problemas muy grandes pueden confrontar los jóvenes en sociedades donde se practica el matrimonio por arreglo.

Los jóvenes y las jóvenes en esta situación deben avisar a sus padres muy claramente que ellos no se casarán con una persona inconversa, y por lo tanto de nada serviría arreglar semejante unión. En los tales casos puede ser aconsejable encomendar a un amigo confiable y maduro en las cosas del Señor —y preferiblemente casado— la tarea de conseguir para uno su compañero de por vida.

Consideraciones médicas   Hay enfermedades que se contraen en la unión sexual, y cualquier persona que no ha sido casta en su juventud quedó de hecho expuesta a haberse contaminado. Las tales personas deben recibir tratamiento apropiado de un médico competente antes de casarse.

Hay también enfermedades que hacen peligroso que una mujer tenga hijos. Cuando hay duda en cuanto a si una mujer puede o no tener hijos, se debe consultar a un médico competente antes de entrar en compromiso para casarse.

Consideraciones sociales        En la práctica parece mejor si la pareja tiene antecedentes similares en cuanto a raza, idioma, rango social, etc. La unión absoluta de personalidades, propósitos e intereses, de la cual hablamos en el capítulo anterior, es más fácil en estas circunstancias. Afortunadamente, es cierto que en Cristo “no hay judío ni griego”, pero la pareja debe asegurarse más allá de duda que sea la voluntad de Dios un matrimonio que implicará tensiones sociales tanto para ellos como también para sus hijos.

Tal vez debemos mencionar el asunto de la edad. Es preferible cuando los dos son de aproximadamente la misma edad, tal vez el varón un poco mayor. Si las edades son disparejas es mejor cuando el novio sea mayor. No es de desear que una señora sea mucho mayor que su marido.

“El que halla esposa halla el bien”, Proverbios 18.22. Que cada uno esté asegurado de que la esposa que escoge sea la que el Señor tiene para él. Y cada señorita creyente ore también que el Señor la guíe a ella y a sus padres al hombre que Dios tiene para ser su marido.

V — BODAS

 

Se ha escogido. Falta fijar la fecha del matrimonio. ¿Cómo se debe realizar el evento? ¿Cuáles son los principios escriturarios envueltos?

Debemos decir al principio que se buscaría en vano en el Nuevo Testamento para cualquier descripción de bodas cristianas o instrucciones sobre sus arreglos. Del Antiguo Testamento aprendemos que las celebraciones del matrimonio de Jacob con Lea duraron una semana, Génesis 29.27, y es muy probable que algunas de las canciones en el Cantar de Cantares fueron entonadas en una ceremonia matrimonial. Las costumbres matrimoniales de la Palestina antigua guardan cierto interés para el estudiante de la Biblia.

Sin embargo, el Nuevo Testamento trata dos incidentes —uno pasado y otro futuro— que se relacionan con el tema del matrimonio cristiano. El primero es que nuestro Señor Jesucristo efectuó su primer milagro en una fiesta matrimonial; Juan 2.1 al 12. Allí Él hizo del agua vino. El segundo incidente también lo relata el apóstol Juan; en el Apocalipsis él habla de la consumación final de la unión de Cristo y su pueblo como “las bodas del Cordero;” 19.7 al 9. Estos dos eventos indican que efectivamente las bodas son una ocasión para festividad y regocijo.

Examinemos algunos otros principios de la Palabra de Dios para ver qué luz echan sobre el asunto.

Santificación y honor “Cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor”,
1 Tesalonicenses 4.4. El matrimonio es una ordenanza santa y honrosa, Hebreos 13.4, y por tanto conviene que comience con oración y acción de gracias.

Rectitud          “… procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres”, 2 Corintios 8.21. Se debería hacer notorio que el matrimonio será efectuado.

Ordenanza   “Por causa del Señor someteos a toda institución humana”, 1 Pedro 2.13. En la mayoría de los países hay leyes y reglamentos sobre el matrimonio cristiano. Conforme con el principio expuesto por Pedro, un creyente debe cumplir con los mismos. Estas reglas versan sobre tres asuntos y presumen que habrá un cuarto:

(a) Acuerdo: Ambas partes deben de estar de acuerdo en que se casarán. Ningún matrimonio puede efectuarse contra la voluntad de uno u otro de los novios. Si cualquier de ellos, o ambos, es menor de edad, también es preciso el consentimiento del padre o representante.

(b) Ceremonia: Esta consiste en alguna especie de acto en el cual la pareja toma el juramento.

(c) Certificación: Debería prepararse en presencia de testigos una constancia firmada por los contratantes y por la persona que efectuó el acto.

(d) Consumación: El matrimonio debería consumarse por la unión física de la pareja. Esto es lo que realmente hace que los dos sean “una sola carne” ante Dios.

El nombre del Señor   “Hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”, Colosenses 3.17. A la luz de este mandamiento, conviene que el hecho más importante en la vida de dos creyentes sea celebrado en una reunión cristiana, en el nombre del Señor Jesucristo y con acciones de gracias a Dios.

Sin deuda         Endeudarse a causa de unas bodas es desobedecer a Dios. Los gastos deberían de estar dentro de la capacidad de las personas involucradas. ¡Té con galletas, sin deuda, es preferible a una gran fiesta y una gran deuda!

Aunque lo dicho es aplicable a casi todos los casos, hay circunstancias en las cuales una pequeña ceremonia civil sería mucho más deseable que un evento público en un local dedicado a reuniones evangélicas. Si la pareja ha estado viviendo en concubinato, una ceremonia reducida es por regla general la que más conviene.

Después de las bodas viene el período de adaptación a la vida de casado. La costumbre occidental de la luna de miel, cuando los recién casados toman una breve vacación alejados de los quehaceres diarios, tiene mucho para recomendarse.

VI — CASADOS

 

Se han casado el varón y la mujer, siendo ambos del Señor. Los dos estaban de acuerdo en cuanto a su unión, y su enlace se realizó decentemente y con orden ante Dios y los hombres, conforme a la ley y de tal manera para no incurrir deudas. También se lo efectuó en el nombre del Señor Jesucristo con oración y acción de gracias; Colosenses 3.17. El matrimonio ya se consumó con la unión física y Dios ve a los dos como un solo cuerpo; Génesis 2.24.

Bien; ¿y ahora cómo debe ser su vida en unión? ¿Cómo mejor pueden realizarse los propósitos de Dios en cuanto a su matrimonio? Veamos cuidadosamente cuáles son estos propósitos.

Son coherederos.   El marido y la esposa son coherederos de la gracia de la vida; 1 Pedro 3.7. Apenas tres veces más se encuentra en el Nuevo Testamento la palabra coherederos:

  • Isaac y Jacob compartieron las promesas de Abraham;
    Hebreos 11.9.
  • En nuestros tiempos tanto a los gentiles como a los judíos es predicado el evangelio; Efesios 3.6.
  • En el futuro participarán de la gloria de Cristo los creyentes que participaron aquí de sus padecimientos; Romanos 8.17.

Y así también el esposo y la esposa participan juntos de la gracia de Dios.

Esto no quiere decir que el matrimonio sea una sociedad con responsabilidades iguales, ya que la cabeza de todo varón es Cristo y a su vez el varón es cabeza de la mujer; 1 Corintios 11.3. En la vida matrimonial cada cual es el complemento del otro. Cada uno de los dos debe cumplir con su responsabilidad con amor, honor e inteligencia, para que la unión sea armónica.

El apóstol Pedro y el apóstol Pablo enseñan una misma cosa en cuanto a este asunto. La enseñanza de Pedro sobre la materia se encuentra en su primera epístola en 3.1 al 7, y el pasaje contiene instrucciones tanto para el marido como para la esposa.

(a) La esposa debe estar sujeta a su marido. La sujeción no implica la inferioridad, pero sí significa el reconocimiento del orden divino para la vida en familia. La regla impera aun cuando el marido no sea creyente; 3.1. En estos tiempos cuando tanto se habla de la supuesta igualdad de los sexos, la señora cristiana debe recordarse de que esta bíblica sujeción es una verdadera señal de la piedad, y lo ha sido en toda época. Las ideas humanas cambian pero los principios divinos no cambian.

(b) La mujer cristiana debe adornarse espiritualmente y no por fuera. Algunas personas han interpretado esto como queriendo decir que la mujer no debe llevar joya alguna. Sin embargo, cuando una comunidad reconoce algún signo del matrimonio por el cual se puede distinguir una mujer casada de una soltera, y el tal signo no se asocie con la idolatría, parece muy conveniente que la mujer cristiana lo utilice para manifestar al público que ella se ha casado dignamente. El aro,
o anillo, cumple este fin en el mundo occidental, y la mangala sultra lo hace en la India. En cambio, en la India la mujer cristiana no debe usar la tilha, por cuanto ésta tiene un significado religioso a los hindúes.

(c) El marido debe vivir con su esposa sabiamente, es decir, reconociendo que la composición mental y física de la dama es distinta a la del varón. Él debe comportarse conforme con esta circunstancia.

El porqué es muy significativo. Es “para que vuestras oraciones no tengan estorbo”, 1 Pedro 3.7.
El marido y la esposa deberían orar juntos, y estas oraciones serán impedidas si hay resentimiento entre los dos. Si para ellos la unión física resulta un impedimento a la oración, pueden acordarse mutuamente la suspensión de tal unión por un período limitado, para dedicarse a la oración;
1 Corintios 7.5.

Es para evitar la fornicación.   Esto lo leemos en 1 Corintios 7.2. Esta razón para el matrimonio es secundaria, pero con todo es importante. En el capítulo sobre la juventud, hicimos mención del consejo en cuanto a la castidad: de no despertar al amor, y de guardar en el corazón los dichos de Dios. El primero de éstos pierde fuerza con el matrimonio, por cuanto el matrimonio es la esfera correcta y apropiada para el despertamiento del amor. El consejo a los casados es diferente y resalta el hecho de que el matrimonio debe ser una unión exclusiva. Véanse Proverbios 5.15 al 21 y Eclesiastés 9.9. Para evitar la fornicación, el esposo y la esposa deben reconocer la necesidad de cada cual en este sentido y procurar su cumplimiento.

Aquí debemos hacer hincapié en un hecho muy importante. El matrimonio como un medio para evitar la fornicación pierde mucho de su valor cuando la pareja está separada el uno del otro por períodos prolongados. Estas separaciones pueden dar lugar a tentaciones. Experiencia en la profesión médica me ha dado evidencia abundante de que es así. Las tales separaciones nunca deben realizarse livianamente y sin el común acuerdo de las partes. Puede que sean necesarias en tiempos de aflicción, persecución o tragedia, o por el bien del evangelio, pero se debe considerarlas muy cuidadosamente si el motivo es sólo económico o algo así.

Que Dios ayude a cada pareja cristiana a vivir juntos de tal manera que sus vidas sean siempre para la honra y gloria de su común Señor y Salvador.

VII — DIVORCIO

 

Es el propósito de Dios que el matrimonio sea una unión permanente. El mismo Señor Jesucristo dijo del marido y su mujer: “No son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”, Mateo 19.6. Esta unión se deshace por la muerte: “Si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido”, Romanos 7.2. Dios aborrece el repudio, Malaquías 2.16, y el creyente debe “guardarse en su espíritu” de manera que no surja nunca una situación que daría lugar a pensamientos del divorcio.

Ha habido muchas discrepancias de criterio entre los estudiosos de la Biblia sobre este asunto tan importante. [Mayormente] estas diferencias giran en torno del sentido preciso del vocablo griego traducido fornicación en las palabras del Señor Jesús en Mateo 5.31,32 y 19.9.

Algunos lo entienden en un sentido restringido, y enseñan que el Señor decía que un varón estaba en libertad de dar por terminado su desposorio, o sea, no realizar el matrimonio, si llegó a saber después del compromiso que la muchacha no era virgen. Ellos citan Mateo 1.19 como ejemplo. Ellos no permitirían el divorcio ni el rematrimonio en ninguna circunstancia.

Pero la palabra fornicación tiene también un sentido más amplio, como se ve en 1 Corintios 5.1. Incluye todo tipo de pecado sexual, y creo que algunos traductores de la Biblia hacen bien al traducirla como falta de castidad.

Veamos el tema bajo tres encabezamientos.

El matrimonio realizado cuando ambos eran inconversos. Posterior mente, una de las dos partes llega a ser cristiano. ¿Qué debe hacer él o ella?

La Biblia enseña claramente que el hermano o la hermana no debe hacer nada deliberadamente para romper la unión. Mientras la persona inconversa esté dispuesta a vivir con el creyente, éste debe quedarse con su cónyuge; 1 Corintios 7.12 al 17. En estos casos el gran objetivo de la vida del cristiano debe ser el de ganar a su esposo / esposa para el Señor; 7.16, 1 Pedro 3.1.

Pero en algunos casos la persona inconversa no está dispuesta a vivir con su cónyuge cristiano.
Le abandona y se divorcia de él o ella por haberse convertido a Cristo. En estas circunstancias la enseñanza bíblica es que “no está sujeto el hermano o hermana a servidumbre en semejante caso, sino a paz nos llamó Dios”, 1 Corintios 7.15.

Estas palabras han dado lugar a no poca controversia. ¿De qué servidumbre se habla? Creo que se trata del lazo matrimonial; es la “servidumbre” de preservar el hogar y la obligación al cónyuge.

¿Qué debe hacer un creyente cuando esto sucede? En el 7.11 Pablo escribió que si la mujer se separa, “quédese sin casar, o reconcíliese con su marido”. Esto parece ser buen consejo también en el caso que estamos considerando. Por lo general el motivo del inconverso al abandonar al cristiano y divorciarse es el de estar libre para casarse con otra persona más congenial.

Una vez que el antiguo cónyuge vuelva a casarse, indiscutiblemente el creyente está libre a casarse de nuevo. [Sin embargo, no siempre conviene que lo haga, especialmente cuando tiene hijos grandes a su cargo].

Vinculada a esta situación es aquélla en la cual un hombre tiene más de una esposa, y él y/o una de ellas recibe a Cristo para la salvación. Esto sucede en sociedades donde la poligamia es una institución reconocida. Es una situación delicada y deprimente, y es una que está claramente en contraposición al ideal divino del matrimonio.

En 1 Corintios 7.17 se encuentra enunciado el principio que “como Dios llamó a cada uno, así haga”. El 7.27 deja en claro que este principio se refiere al yugo matrimonial: “¿Estás ligado a mujer? No procuras soltarte …” Algunos han insistido en que aquel hombre despache a todas menos su primera mujer, pero esto parece ser muy perjudicial para las demás esposas y sus hijos. Es evidente por 1 Timoteo 3.2,12 que el tal hombre no es apto para ser anciano ni diácono en la asamblea.

El matrimonio realizado entre creyente y no creyente.        Este es un caso donde es mejor evitar que curar. Sucede solamente si el creyente es muy ignorante de lo que Dios ha mandado, o es muy desobediente a Él. El mismo principio prevalece. El creyente debe procurar ganar a su esposo / esposa para el Señor.

El matrimonio realizado entre dos verdaderos creyentes.  Semejante matrimonio nunca debe terminar en divorcio. Aquí también, mejor es procurar evitar los problemas que remediarlos.
La única base para divorcio en estos casos es la falta de castidad; Mateo 19.9. Cuando esto ocurre, se verá en muchos casos que parte de la causa fundamental es que la otra parte —el cónyuge que es creyente— no ha cumplido en sus obligaciones.

Aun si este pecado ha tenido lugar, la parte inocente puede perdonar y recibir de buena voluntad a su esposo / esposa errante. “¿Cuántas veces perdonaré? … No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”, Mateo 18.21,22. En relación con esto, uno debe leer el relato conmovedor del profeta Oseas.

Pero si la parte ofensora no muestra evidencia de arrepentimiento, y obviamente desea que el lazo sea roto, entonces no parece haber razón bíblica para no hacerlo. El yugo de la “una sola carne” ha sido deshecho por el adulterio.

En conclusión, hagamos hincapié en lo dicho al comienzo. Dios repudia el divorcio. El juzgará a los fornicarios y adúlteros; Hebreos 13.4. El divorcio debería ser desconocido entre los creyentes porque jamás debe haber incontinencia. Mucho mejor es evitar que curar.

VIII — PATERNIDAD

 

Dios hace de la pareja casada “una sola carne;” Mateo 19.5. “¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios”, Malaquías 2.15. En el curso normal de los acontecimientos, después del matrimonio viene el nacimiento de hijos. El propósito primordial de la unión sexual es la reproducción de la raza. Una razón porqué Dios prohibió toda relación sexual fuera del matrimonio fue para asegurar que el niño reciba todo el cariño y cuidado que necesita. Así que, el niño es fruto y expresión corporal del amor de sus padres.

Aun cuando los hijos son el resultado directo de la unión sexual, bajo ningún concepto esto quiere decir que todo acto de unión resulte en el nacimiento de un hijo. “Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre”, Salmo 127.3. Por tanto, los hijos deben ser criados en disciplina y amonestación del Señor; Efesios 6.4.

El esposo tendrá que ser sabio de manera especial en todo su trato con su esposa en el período antes y después del alumbramiento. Es una etapa cuando ella más necesita su cariño y apoyo. Excepto cuando sea absolutamente necesario (por ejemplo, por falta de apoyo médico), ella no debe estar separada de él en esta ocasión. Si su madre, hermana u otra dama puede estar presente para ayudar, bien, pero un lapso prolongado de ausencia de su marido en casa de su madre no es cosa deseable por las razones expuestas en el capítulo anterior.

Aunque por regla general el cuidado del niño muy pequeño corresponderá a la mamá, el padre también juega un papel importante en la crianza de los hijos. Los sicólogos han investigado lo que llaman las necesidades emocionales básicas y han aprendido que hay cinco. Los padres cristianos deben notarlas y observar que cada una es un pequeño reflejo de lo que Dios mismo ha hecho
a nuestro favor en Cristo.

El amor           Ambos padres deben manifestar libremente su afecto para con sus hijos. El hijo, por su parte, amará a sus padres. Este es uno de los tres grandes amores de la vida humana. Los tres son el amor del niño para con sus padres; el amor del niño, adulto ya, para con su cónyuge; y el amor del niño, ahora un padre, para con sus propios hijos.

Los sicólogos ven un estrecho enlace entre los tres. Pero hay algo todavía más importante que un padre debe guardar en mente. Dios es llamado nuestro Padre celestial y su amor se compara en Salmo 103.13 al amor del padre para sus hijos. ¿Qué concepto del amor de Dios reciben nuestros hijos a través de nuestro amor hacia ellos?

La seguridad   El niño debe saber que en verdad él está seguro en el cuidado y afecto de sus padres. Esta seguridad puede ser a la vez en la mente del niño una figura de la seguridad eterna a la cual Cristo conduce a aquellos que confían en él.

La disciplina   Al niño no se debe permitir que haga lo que quiera. Debe fijarse límites y éstos deben de respetarse. La desobediencia debe traer por resultado el castigo. “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”, Proverbios 13.24.

De esta manera el niño aprenderá de su propio padre un cuadro de la bondad y la severidad de Dios; Romanos 11.22. No sólo esto; hay también la promesa de Dios en Proverbios 22.6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

La libertad   Esta también ayuda a preparar al niño para la vida de adulto. Un niño disciplinado tiene más libertad verdadera; cuando mayor puede velar mejor por sí mismo que puede aquel que carecía de guía y ayuda cuando joven. El mismo Señor Jesús nos impone el yugo que Él cargó —el yugo de la obediencia a la voluntad de Dios; Mateo 11.19— y es el que hace a uno verdaderamente libre; Juan 8.36.

El reconocimiento   Aun cuando los errores del niño deben ser corregidos y la desobediencia castigada, cualquier éxito que el niño alcance debe ser reconocido y él debe recibir elogio por sus logros. El creyente anticipa con sentimientos mixtos al tribunal de Cristo cuando “cada uno recibirá su alabanza de Dios”, 1 Corintios 4.5.

Estas cinco cosas deben ser acompañadas de la enseñanza diaria de la Palabra de Dios. Deuteronomio 11.19 dice en cuanto a las normas divinas: “Las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientas en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes …” En esta manera el niño será preparado para la ocasión en que él o ella aceptare al Señor Jesucristo por sí. Habrá aprendido las verdades básicas en cuanto al trato de Dios para con el hombre.

Para concluir, deseamos decir una palabra acerca de aquellos que, sin culpa por su parte, no pueden participar de los goces de la paternidad. Algunos se sentirán en condiciones de recibir a un huérfano u otro niño que no tenga hogar propio, para criarlo como suyo. Otros tendrán gozo en llenar sus vidas con servicio para Dios en otras formas, en una medida mayor de la que será posible para personas con la responsabilidad de hijos. El Señor puede guiar a los que piden su dirección en todo, y lo hará para cada uno que le busque.

IX — FAMILIA

 

Vamos a hablar de la familia en el sentido de las personas que viven en la casa o apartamento / departamento. De ellos depende cómo el hogar se conduce. Es posible despachar a los cochinos de una cochinera, limpiar el paraje y hacerlo apto para que seres humanos lo ocupe; pero si usted mete aquellos cochinos en un palacio, ¡aquel palacio pronto se convertirá en una cochinera!

Cada familia cristiana debería constituir su hogar. No necesariamente una casa, pero un hogar sí.

El esposo debería ser la cabeza. Por regla general él vivirá en el hogar de su padre hasta que se case pero al casarse deja a sus padres para formar un hogar conjuntamente con su esposa. Dice Génesis 2.24: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer”.

Él es responsable para el gobierno del hogar; obsérvese cómo se habla de gobernar la casa en
1 Timoteo 3.4,5,12. Además, debe proveer para el hogar: “Si alguno no provee para los suyos …”, 5.8. Él es cabeza para con su esposa, y debería amarla a ella como Cristo amó a la Iglesia; Efesios 5.25,28,33. Él debería criar sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor, no provocándolos a ira; 6.4.

La esposa, como una sola carne con su marido, debería sujetarse a él como la Iglesia está sujeta a Cristo; Efesios 5.22 al 24. Ella ha sido llamada a amarle a él; dice Tito 2.4 “que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos”. Ella comparte con él la honra y obediencia de los hijos: “Honra a tu padre y a tu madre”, Éxodo 20.12, Efesios 6.2.

La esposa debería recordar siempre que ella y su marido son coherederos de la gracia de la vida;
1 Pedro 3.7. Es absolutamente necesario que ella y su esposo sean de un mismo parecer en cuanto a todos los asuntos del hogar.

Los hijos deberían estar sujetos a sus padres mientras sean miembros del hogar. Al casarse un hijo, él deja a sus padres y constituye su propio hogar; Génesis 2.24. Al casarse una hija, ella va al hogar de su esposo y se hace un solo cuerpo con él.

Puede haber otros en el hogar, como serían los dependientes ancianos, niños huérfanos y en algunos casos los domésticos. Todos deben reconocer el gobierno de la cabeza de la casa.

Aparte de los miembros “fijos”, puede haber huéspedes de tiempo a tiempo. ¿A quiénes se deben dar la bienvenida? Para contestar esta pregunta, nombraremos un grupo de personas quienes definitivamente deberían ser excluidas; a saber, los maestros falsos. 2 Juan 10 enseña que “si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: Bienvenido”.

En cambio, sí se debe recibir calurosamente aquellos que están sirviendo al Señor fielmente de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras. Al mostrar hospitalidad para con ellos uno coopera con la verdad, según 3 Juan 4 al 8.

Hay otros también a quienes se puede dar la bienvenida. Los que están buscando el camino de la salvación pueden recibir ayuda por una conversación privada en la casa. Quienes no conocen debidamente las Escrituras pueden recibir ayuda de la misma manera. Hay un hermoso ejemplo de esto en el caso de Aquila y Priscila, quienes expusieron a Apolos el camino del Señor “más exactamente” en su casa; Hechos 18.26.

Desde luego, los amigos y familiares cristianos también son bien recibidos.

La carta de Pablo a Filemón presenta un cuadro hermoso de un hogar cristiano del siglo I. Filemón, un hermano muy amado y un colaborador, era claramente la cabeza de la casa, ya que atendió a cuestiones tales como los siervos o domésticos. (Pablo escribió a Filemón a causa de Onésimo, un esclavo prófugo a quien había conocido en Roma). “La amada hermana Apia” era casi sin duda su esposa, y Pablo la saluda juntamente con su marido.

“Arquipo nuestro compañero” parece haber sido un hijo mayor de edad que vivía todavía en la casa. No hay nada para dar a entender que era casado. Por Colosenses 4.17 sabemos que él tenía algún servicio específico en la asamblea, ya que Pablo le exhortó a cumplirlo.

Filemón era dado a la hospitalidad; una asamblea se reunía en su casa (versículo 2) y Pablo sabía que podría confiar en él para alojamiento en caso de visitar a Colosas (versículo 22).

Finalmente, debemos referirnos a cierta enseñanza común acerca del hogar cristiano, la cual recibe el apoyo de muchos en la cristiandad y aun entre creyentes evangélicos, pero que nos parece contraria a la Palabra de Dios. Nos referimos al bautismo de familias enteras, o sea, la idea de que todos los miembros de un hogar deberían ser bautizados con base en la fe de la cabeza de la familia. Esta doctrina involucra la creencia que los hijos menores en una familia cristiana son aptos para el bautismo.

Cuatro veces en el Nuevo Testamento se hace referencia al bautismo de familias (“con toda su casa”) y en ninguna se encuentra indicio positivo de que había niños entre el grupo. No se hace mención alguna del marido de Lidia, y es muy posible que su “casa” haya sido constituida por los trabajadores en su negocio de tintorero; Hechos 16.15. Pablo y Silas hablaron la Palabra del Señor no sólo al carcelero sino a todos los que estaban en su casa; Hechos 16.33. Crispo, el principal de la sinagoga en Corinto, creyó en el Señor con toda su “casa”. Dado que los gobernantes de las sinagogas eran ancianos de edad, es poco probable que el principal entre ellos haya tenido hijos menores; Hechos 18.8. La familia de Estéfanas se dedicaba al ministerio tiempo después de la referencia ellos en 1 Corintios 1.16, ¡cosa que no es la labor de niños! Véase el 16.15.

No despreciamos la bendición que un niño recibe al ser levantado en un hogar cristiano, pero percibimos que la enseñanza de las Escrituras es que una fe personal en el Señor Jesús debería preceder al bautismo aun en tal caso.

X —  HOGAR

 

Las personas que viven en la casa o apartamento son las que constituyen el hogar y son de mucho más importancia que la casa en sí. No obstante, la Palabra de Dios expone ciertos principios importantes que deberían caracterizar las moradas de sus hijos. Varios de éstos figuran en el Antiguo Testamento pero encierran verdades básicas que aplican al pueblo de Dios en estos tiempos también.

La casa donde se forma un hogar puede ser de cualquier tamaño y forma. Puede ser una choza en un poblado, una casita en el campo o un amplio apartamento en una gran ciudad. Pero dondequiera que se ubique, quienes hacen de la vivienda un hogar, deberían recordar que es la morada de aquellos en quienes mora el Espíritu Santo de Dios. “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”, 1 Corintios 6.19. “Jehová tu Dios anda en medio de tu campamento”, dijo Moisés a los israelitas según Deuteronomio 23.14.

¿Cuáles deberían ser algunas características de un hogar cristiano?

Debe ser un lugar de seguridad.   “Cuando edifiques casa nueva, harás pretil a tu terrado, para que no eches culpa de sangre sobre tu casa, si de él cayere alguno”, Deuteronomio 22.8. El tipo de casa que Moisés tenía en mente era de platabanda o techo plano, como es común en ciertas partes aquí en la India, en el Cercano Oriente y algunas otras partes. En las temporadas calurosas le gente suele dormir en el terrado; a falta de baranda uno puede caer abajo por un lado.

Aparte de su sentido literal, este versículo contiene lecciones para quienes vivan en cualquier tipo de vivienda. Las estadísticas indican que todos los días ocurren accidentes en la esfera doméstica que fácilmente han podido ser evitados. Los cortocircuitos en cables eléctricos, la quema descuidada y las estufas mal protegidas, los frascos que contienen veneno pero carecen de etiqueta, las medicinas potentes al alcance de niños, los pisos resbaladizos, los pozos sin tapa: todos éstos son peligros al estilo del techo plano sin baranda o muro de protección. Tengamos cuidado de manera que nuestras casas sean lugares seguros para quienes entren en ellas.

La Palabra de Dios debe tener prominencia. “Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas”, dicen Deuteronomio 11.18 al 21, 6.7 al 9 en cuanto a los dichos de Jehová. Todavía podemos cumplir este mandamiento en sentido literal, aunque también podemos comprar buenos textos impresos, los cuales no sólo adornan nuestras paredes sino dan a la vez un mensaje bíblico a todos cuantos nos visiten.

Debe ser un ambiente de pureza sexual.        Lea Deuteronomio 21 a partir del versículo 10 y el 23.17, por ejemplo. Las personas responsables por un hogar deberían velar a fin de que no se cometa en la casa ninguna falta en lo moral. [Un gran problema en este sentido es el hijo inconverso que quiere vivir en concubinato en la casa de sus padres. Acordémonos: la cabeza del hogar es responsable por lo que se permite en el recinto].

Debe ser un lugar higiénico. “Tendrás un lugar fuera del campamento a donde salgas … al volverte cubrirás tu excremento …”, Deuteronomio 23.12 al 14; favor de leer el pasaje. Dios mandó claramente que el pueblo de Israel no debería imitar las costumbres sanitarias (¡o mejor dicho las costumbres anti sanitarias!) del perro. Más bien, ellos deberían imitar un animal que habrá sido conocido a ellos en Egipto y fue domesticado en aquel país, a saber, el gato. Es extraño que el gato no se mencione en la Biblia.

Si el sencillo mandamiento de cavar y cubrir fuera cumplido por todos, habría de inmediato una gran disminución en los casos de la fiebre tifoidea, cólera, diarrea, disentería e infecciones parecidas que azotan a muchos pueblos. Toda casa de creyente, sea choza urbana o casita de campo, debería tener al menos una letrina que se mantenga limpia. [Es preferible, desde luego (y hoy día generalmente es posible) un baño que se mantenga limpio]. Si hay peligro de que el agua para uso doméstico sea contaminada, será precisa hervirla.

Debe ser un lugar de refugio.             “No entregarás a su señor el siervo que se huyere escapado de su amo”, Deuteronomio 23.15. Cualquiera que se hubiere escapado de la tiranía del pecado debería encontrar un refugio feliz en el hogar cristiano. Debería ser un sitio donde los creyentes que trabajan o viven en el ambiente mundano, encuentren un asilo de reposo y comunión.

Puede ser un lugar para reuniones.   Ejemplos de esto en las Escrituras se encuentran en Romanos 16.5, 1 Corintios 16.19, Colosenses 4.15 y Filemón 2. Las reuniones caseras pueden ser de gran bendición para quienes viven en la propia casa y para sus vecinos y amistades también.

Debe ser un lugar sin ídolos.   “No traerás cosa abominable a tu casa, para que no seas anatema …”, Deuteronomio 7.26. “Hijitos, guardaos de los ídolos”, 1 Juan 5.21.

En el segundo de los diez mandamientos, Dios prohíbe enfáticamente la hechura de cualquier cosa para fines de adoración; Éxodo 20.4 al 6. La ira de Dios se incendió cuando Aarón hizo un becerro de oro a fin de que fuese adorado, y lo mismo cuando Jeroboam cayó en el mismo pecado mucho después; Éxodo 32, 1 Re-yes 12. Sin embargo, Dios no desaprobó cuando Salomón mandó a fundir para el templo doce bueyes como apoyo para el mar de bronce, por cuanto éstos eran netamente decorativos; 1 Reyes 7.23 al 26.

De la misma manera, la adoración de una imagen o cuadro de Cristo es netamente antibíblica; Cristo mismo enseñó que debemos adorar en espíritu y en verdad; Juan 4.24. Pero es un asunto muy diferente el uso de cuadros, cartas gráficas y objetos similares para fines de enseñanza bíblica.

Sin embargo, hay otro principio involucrado. Si los vecinos inconversos ven las tales cosas en nuestros hogares, ¿no van a pensar a veces que nosotros las adoramos, tal como hacen ellos con sus imágenes? Que Dios nos ayude a exhibir la Palabra de Dios y hacer de nuestro hogar una morada digna del Señor.

XI — ASAMBLEA

Hemos trazado brevemente lo que creemos sea el modelo escriturario para la vida cristiana en el hogar.

El creyente joven y soltero debería vivir una vida casta, concentrando sus energías en la obra del Señor. Al llegar el tiempo cuando el joven se case, él debe averiguar la voluntad del Señor en el asunto, escogiendo una señorita creyente que será de verdad una con él en el deseo de vivir en entera obediencia a la Palabra de Dios. Deberían realizar las bodas de una manera santa y honrosa, en el nombre del Señor Jesús, con la debida consideración para las leyes del país y de tal forma que la familia no contraiga deudas.

La vida de casados debería ser una unión exclusiva de esposo y esposa, y los dos deben vivir y orar juntos, como quienes han llegado a ser, de una manera muy particular, coherederos de la gracia de Dios. Cuando les sean dados hijos, ellos deberían procurar criarlos en la disciplina y amonestación del Señor.

Cada pareja de casados debería disponer de su propio hogar y el marido debería ser cabeza del mismo. Ellos deberían estar en capacidad de brindar hospitalidad a otros, y especialmente a aquellos que sirven fielmente al Señor. Su hogar debería ser ordenado según el modelo divino; la Palabra de Dios debe gozar de un lugar prominente en él, y la vivienda debería ser un lugar de seguridad y refugio. No debe haber en ella inmundicia física ni moral; tampoco debe haber ídolos.

Es el caso ideal, y es una meta posible de alcanzar con la ayuda de Dios.

Hay casos, sin embargo, donde lo ideal no es alcanzable de una vez. Nos referimos a aquellos que tienen cónyuges inconversos en el momento de su conversión. Estos tendrán muchas dificultades. Pero, las Escrituras enseñan claramente que ellos deberían cumplir sus obligaciones a sus respectivas familias mientras sea posible, aunque el hermano o la hermana no están sujetos a servidumbre si el incrédulo se separa.

Dios nos ha dado en su Palabra un modelo tanto para la vida en la asamblea como en el hogar. Es la convicción de este autor que pocas cosas ayudarían más en cumplir con nuestros deberes y privilegios en las asambleas del pueblo de Dios que el cumplimiento del mismo orden divino en nuestros propios hogares.

Debemos recordar, sin embargo, que el hogar y la asamblea son dos esferas muy distintas y que una conducta que podría ser muy aceptable en el hogar puede ser muy fuera de orden en la asamblea.

Dios ha expuesto claramente que la mujer debe guardar silencio en la iglesia local,
1 Corintios 14.34, y que los varones deben expresar las oraciones, 1 Timoteo 2.8, 3.15, pero es enteramente apropiado que la dama formule preguntas a su marido en casa, 1 Corintios 14.35. Podemos estar seguros de que Priscila nunca dio ministerio en la asamblea, pero sabemos que ella ayudó a su esposo en la explicación de la voluntad de Dios a Apolos en el hogar; Hechos 18.26. Basándonos en 2 Timoteo 1.5, sería razonable asumir que la madre y la abuela de Timoteo le enseñaron la Palabra de Dios en su niñez; 2 Timoteo 3.5.

En 2 Corintios 11 encontramos una distinción similar: una conducta desordenada cuando los cristianos se reunían “en un solo lugar” (11.20) constituía en efecto un menosprecio a la iglesia de Dios (11.22); pero Pablo les recordó a aquellos creyentes que ellos tenían casas en que comer y beber (11.22).

Conviene notar con énfasis que la iglesia local es un grupo de creyentes y no el lugar donde ellos se reúnen. Si la asamblea no cuenta con salón propio (y en todo el Nuevo Testamento hay una sola referencia a un salón de reunión para una iglesia local; Santiago 2.2), en muchos casos las reuniones se celebrarán en la vivienda de uno de los creyentes. Esto es de un todo apropiado y hay varios ejemplos en el Nuevo Testamento, como comentamos en el capítulo anterior. Si éste es el caso, se debe entender que la reunión es un acto de la asamblea, aunque realizada en una casa particular. Se debe respetar, entonces, el orden que corresponde a la iglesia, y a la familia.

A veces sucede lo opuesto, como cuando a un siervo del Señor y su esposa se les dan alojamiento en un edificio cuya función principal es para reuniones de la asamblea. Claro está que en este caso la esposa no tomaría parte en voz alta en aquellas reuniones, pero una vez a solas allí con su esposo y familia, ella estaría como si fuera “en casa” y el ambiente del hogar prevalecería.

Algunos posiblemente piensen que estas cuestiones son demasiado obvias como para ser mencionadas, ¡pero la experiencia ha mostrado que no siempre es así!

Y, también tengamos muy en cuenta que una de las calificaciones básicas para un anciano y para un diácono en la asamblea es que el tal debe ser competente como cabeza de su hogar. Se enfatiza este punto tanto en 1 Timoteo 3.4, 5,12 como en Tito 1.6,8. Por cierto, sería muy positivo que todo hermano en Cristo procurara alcanzar las cualidades listadas para estos ministerios. La debida realización de sus responsabilidades como cabeza del hogar le calificará más que cualquier otra cosa para la responsabilidad mayor de “cuidar de la iglesia de Dios”.

 

Hemos llegado al final de esta serie y enfatizamos de nuevo lo que dijimos al comienzo. Dios está intensamente interesado en toda fase y esfera de nuestras vidas. Si uno va a estar en condiciones que Él le utilice a lo máximo, tendrá que estar en línea con la voluntad divina su vida en privado, en el modo de ser de manera que redunde a su gloria y alabanza.

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