El agua de vida (#9938)

9938
El agua de vida

C.M./S.J.S.

 

Una caravana de árabes iba atravesando las arenas candentes del vasto desierto del Sahara en el norte del África. Después de tres días de caminar bajos los rayos abrasadores del sol tropical, sus fuerzas estaban agotadas. La jo­roba en los lomos de los camellos iba menguando.

Los árabes llegaron al sitio donde acostumbraban pasar la noche y conseguir el agua pre­ciosa. Grande fue su desesperación al descubrir que se habían secado los pozos que nunca antes habían faltado.

Les quedó un solo recurso. Sobre uno de los camellos llevaban un hermoso animalito llamado ga­cela, con sus patas amarradas para que no se escapara. Lo soltaron. Después de haber estirado sus lar­gas patas, y desesperada por la terr­ible sed, la gacela alzó la cabeza y empezó a olfatear mientras los via­jeros lo miraban en silencio.

De repente se fue corriendo a grandes saltos. Los árabes tenían preparado un camello blanco de raza corredora y el hombre que lo montó era vaqueano en seguir las huellas de la gacela.

Esta pronto desapareció de la vista, corriendo y saltando rumbo a una lejana cordillera de cerros pelados y colorados. Allá en una garganta hubo una roca hendida de donde salía un chorrito de agua cristalina.

La gacela había buscado y ha­llado el agua de vida. Poco a poco, vino llegando la caravana, cuando los hombres y camellos podrían satisfacer su sed. Sus vidas habían sido salvadas.

«¡Gracias a Dios y alabado sea el Señor quien nos ha dado agua!» exclamó uno. «¡Alabado sea el Señor quien nos dio la gacela que nos dio al agua! » añadió otro.

El instinto de olfatear el agua permite que la gacela viva en el de­sierto, donde perecería otra criatura. En muchas partes del Sahara se encuentra el agua a solo un metro debajo de la superficie. Las corrientes subterráneas se llaman batas al secarse.

Por unas semanas cada año, inmediatamente después de las lluvias torrenciales, el agua abunda. Luego se pierde en la arena y las batas se convierten en ríos de agua. El agua está allí pero el hombre tiene que excavar para conseguirla. La gacela no puede ver el agua pero busca hasta encontrarla.

David hizo referencia a este hermoso animal en Salmo 42: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo». En muchos en el día de hoy existe una intensa sed por algo permanente que satisfaga. Sólo el Dios vivo y verdadero puede suplir la más profunda necesidad del corazón humano.

Sin embargo, las corrientes están escondidas para millones de hombres y mujeres en todas partes del mundo. Satanás ha cegado su vista para que no vean y sean salvos. Cristo mismo es la viva Fuente quien pone al alcance de todos el agua de vida, habiendo muerto El en la cruz.

Queda vigente su oferta hecha aquel día hace 1900 años, cuando dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su in­terior correrán ríos de agua viva», Juan 7. La última invitación de la Biblia se encuentra en Apocalipsis 22: «El Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oiga diga: Ven. Y el que tenga sea, venga; y el que quiera, tome del agua de vida gratuitamente». Es la última oportu­nidad en este gran día de la gracia.

La primera cosa que hace falta al alma en el infierno es el agua. Dice la Biblia en Lucas 16 que cierto hombre difunto, dando voces, dijo en el Hades: «Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama». En aquellos tormentos infernales no se halla ni una gota.

Hoy, querido lector, la sal­vación de Dios corre como un río. Millones ya han saciado la sed de sus almas y todavía hay para ti. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que re­húsa creer en el Hijo no verá la vida sino que la ira de Dios esta sobre él», Juan 3.

 

 

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