Bernabé (#407)

Bernabé

 

Jack Hay

 

 

Originalmente, su nombre era Joses (José); su sentido, añadiendo. Como el José original cuyos vástagos se extendían sobre el muro, el servicio de este hombre resultó en que “gran número se convirtió al Señor”. Reconociendo que era inspi-rador, los apóstoles le dieron el apellido de Bernabé, que es hijo de exhortación. Le correspondía bien, como se vio de nuevo en Antioquía, cuando exhortó a todos que permaneciesen fieles al Señor con propósito de corazón.

El estímulo fluía de él. Muchos de nosotros somos como los diez espías que vieron solamente las dificultades, y el hecho es que el desánimo puede ser contami-nante. Por esto se envió a casa al soldado medroso y pusilánime, acaso “apoque el corazón de sus hermanos”, Deuteronomio 20.8. Beba ampliamente del espíritu de Bernabé porque su actitud motivó bien a otros.

Le conocemos primeramente al final de Hechos 4. Era un levita que vendió su terreno para que el producto de la venta fuera distribuido entre los necesitados. Siendo levita, en realidad no ha debido poseerlo, pero tan temprano como en Nehemías 13 los levitas poseían tierras y en aquel entonces resultó ser su único medio de supervivencia. Ahora que Bernabé era cristiano, él no tenía la posibilidad de depender del sistema levita. Aquella parcela era su último resguardó contra la indigencia, pero, aun así, la vendió. Se había negado una protección económica, entregándose a una vida de dependencia de Dios, la vida de fe por la cual fue descrito posteriormente como “lleno de fe”.

Esta clase de fe quitará toda ansiedad acerca de las necesidades de la vida, Mateo 6.30. Que sea una lección para nosotros, porque Dios es fiel todavía y la generosidad de Bernabé puede ejercitarnos. El único otro levita en el Nuevo Testamento es el personaje imaginario de quien el Señor habló en Lucas 10. Él contemplaba la necesidad humana y de una manera fría, mezquina e insensible, se distanció de ella. ¿Cuál de estas dos actitudes está reflejada en las vidas nuestras?

 

Bernabé se presenta luego en Hechos 9 al facilitar la incorporación de Saulo en la asamblea en Jerusalén. Como hemos observado en un artículo anterior, al trasladarse a un área diferente, los creyentes usual-mente portaban una carta de recomendación, pero las circunstancias de Saulo eran anormales. Bernabé podía dar fe de él, y sabiamente lo llevó a los apóstoles. ¡Esto no fue una conversación acalorada cinco minutos antes de comenzar la reunión! Bernabé podía hablarles de la salvación de Saulo y su servicio posterior, v. 27. Aquel testimonio clarificó las cosas de manera que Saulo se quedó con ellos y servía entre ellos. En una situación moderna, los ancianos atenderían al asunto y uno esperaría que un candidato digno de la comunión fuera tratado con simpatía, como fue Saulo.

En esta coyuntura tan crítica del desarrollo de Saulo, la inter-vención de Bernabé fue tan crucial como fue la de Ananías en el capítulo 9. Pablo nunca se olvidó del “Hermano Saulo” con que Ananías dio al antiguo perseguidor la bienvenida a la familia cristiana.

En Hechos 11 Bernabé es visto como un pastor con un profundo interés en la grey. Fue escogido por la asamblea en Jerusalén para visitar el grupo recién formado en Antioquía. Allí, su conducta manifestó que era un hombre de inmensa estatura espiritual. Se alegró al ver la gracia de Dios. Le entusiasmó ver evidencia de la obra de Dios. No había una pizca de celos en este hombre. Él no había aportado a aquella obra divina, ni insinuó de ninguna manera que dudaba de su validez. Moisés también era generoso en su apreciación de otros. Cuando Josué estaba incierto en cuanto a su posición, Moisés dijo: “Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta”, Números 11.29. Que Dios nos guarde de esa actitud deplorable que desprecia cual-quier obra donde no estamos involucrados. Es espíritu era completamente ajena de Bernabé.

Su ministerio en Antioquía fue conmovedor. Apuntó a todos los creyentes; “exhortó a todos”, v. 29. Abogó por convicción, propósito de corazón, aquella cualidad que inspiró al joven Daniel en la Universidad de Babilonia. Apeló por devoción, asiéndose al Señor. Sabía bien que solamente con permanecer en la vid los pámpanos pueden llevar fruto. Sus exhortaciones emanaban de su entrega al control del Espíritu Santo, y tenían peso por su propio carácter moral. Se le respeta por ser uno de los hombres en las Escrituras designados como buenos.

Guárdame, Señor Jesús,
para que no caiga;
cual sarmiento de la vid,
vida de ti traiga.

 

Sin embargo, los cristianos serán espiritualmente flacos si los restringen a una dieta de exhortaciones. Sabiendo esto, Bernabé fue a Tarso para buscar a Saulo. Le consideraba una persona que podía enseñar mejor que él. Esta fase de su vida nos instruye. Aquí estaba un hombre dispuesto a incorporar a otro que sabía que iba a sobresalir más que él. Al efecto, ya para el capítulo 13 “Bernabé y Saulo” son “Pablo y sus compañeros” y en el capítulo 14 Pablo figura como el orador principal. A Diótrofes le gustaba tener el primer lugar, pero a Bernabé no. Él estaba dispuesto a ser eclipsado si fuera para el bienestar de los santos.

El hecho de que haya invitado a Saulo nos es autoridad escrituraria para que los hermanos traigan a la asamblea alguien cuyo ministerio sería provechoso. Para mantener equi-librio en nuestro comentario, el esfuerzo que hizo Bernabé para buscar a Saúl condena la manera descuidada en que se suelen fijar itinerarios muy anticipadamente hoy en día. Con una indebida frecuencia, las agendas están a la vista en las conferencias como una fugaz evidencia de planes a futuro para reuniones. Parece una práctica muy alejada del gran ejercicio que trajo Saulo a Antioquía.

Aun cuando él solicitó ayuda en la enseñanza, no debemos pensar que Bernabé mismo carecía del don de enseñar. Era maestro además de exhortador. En Hechos 11.26 él compartió la enseñanza “con Saulo, instru-yendo a muchos. En el 13.1 es el primer nombrado de cinco maestros, y en 15.35 está enseñando “con muchos otros”.

En estas diferentes etapas de la historia de la asamblea en Antioquía, Bernabé era uno de los que compartieron la responsabilidad de instruir a los santos, pero tengamos presente que varios hombres con don cumplieron en esto. No encon-tramos en ninguna parte de las Escrituras un precedente para el sistema clerical, donde un solo hombre tiene la función de ministrar. Cierto, en Éfeso había ancianos maestros, pero en el plural: “los que trabajan en predicar y enseñar”, 1 Timoteo 5.17. Enyugado con Saulo, entonces, Bernabé enseñaba, y tal fue el impacto de aquel año de ministerio que los discípulos fueron llamados cristianos primeramente en Antioquía.

Cuando el telón cae sobre aquel capítulo en Antioquía, su honestidad e integridad son reconocidas por su elección, junto con Saulo, para llevar la ayuda monetaria a Judea. Su desinterés por cosas materiales ya había sido demostrado. Fiel desde el principio en la mayordomía de las riquezas injustas, Dios le había encomendado lo verdadero, Lucas 16.11.

 

Sus hazañas misioneras con Pablo están bien documentadas en Hechos de los Apóstoles 13 a 15. El Espíritu Santo había llamado a los dos y juntos recibieron un caluroso reconocimiento de sus con-creyentes en Antioquía. Juntos llevaron la tea del Evangelio al oscuro centro del paganismo. Juntos habían doblado sus pasos para consolidar su obra. Al regresar, juntos ellos se posicionaron hombro a hombro contra los ataques el error.

Con todos estos antecedentes, es muy triste leer al final de Hechos 15 de contienda, contienda severa. Juan Marcos estaba en el meollo de la controversia. Obviamente, Pablo no pensaba que era hora para su rehabilitación, pero un nexo familiar influía en Bernabé. Observadores imparciales apo-yaron a Pablo y éste prosiguió con el beneplácito de ellos, mientras que Bernabé y Marcos navegaron a Chipre sin este voto de aprobación.

Quizás la semilla de discordia había sido sembrada un poco antes cuando Pedro estaba en Antioquía y actuó hipócrita-mente. “Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos”, Gálatas 2.13. ¿Le dolió a él todavía la vergüenza de aquel traspié? Cualquiera el caso, la lección para nuestras almas es obvia: tenemos que estar en alerta hasta el fin. Por espiritual y útil que sea un hombre, abundan los peligros.

No oímos más de él, excepto que Pablo, sin rencor, hace un comentario positivo acerca de Bernabé en 1 Corintios 9.6. No era ningún náufrago en cuanto al servicio de Dios, pero se nos queda la pregunta si volvió a su pleno potencial después de aquel incidente lamentable en Antioquía. Que todos nosotros seamos sumamente cuidadosos.

 

 

 

Héctor Alves

 

 

Bernabé bien puede ser clasificado como una de las columnas en Hechos de los Apóstoles. Aportó mucho al progreso espiritual de la Iglesia en sus primeros años. Su nombre de cuna era Joses – «el añadirá» – y su nombre apostólico Bernabé – «hijo de consolación» – dado por los apóstoles en vista de sus cualidades espirituales. Rara vez se ha nombrado a uno mejor; encontramos que «exhortó a todos que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor», Hechos 11.23,24.

Nada se dice de la conversión de Bernabé, pero la introducción a su historia echa base buena. Le encontramos en el 4.37 vendiendo su terreno y entregando el producto a los apóstoles. Se destaca en contraste, en los versículos siguientes, la historia triste de Ananías y Safira. A diferencia de ellos, él no tenía ningún motivo secreto ni reserva al ofrendar su propiedad al Señor. Su consagración es evidente. Sentía que el terreno era del Señor y lo vendió sin que le fuera requerido, para aportar a la obra del Señor. Por cuanto era levita, en realidad no ha debido poseer tierra, Números 18.24, pero nos acordamos de Jeremías 32.9: «compré la heredad … pesé el dinero». Si esta era una razón para vender la parcela, no sabemos, pero sí sabemos que Bernabé era uno de los dadores alegres de 2 Corintios 9.7.

La segunda mención está en Hechos 9.27 donde él trata benignamente a Saulo de Tarso y al hacerlo presta un servicio valioso a la asamblea en Jerusalén. «Bernabé, tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús». Algunas traducciones dan a entender que Saulo había hecho varios intentos. Quién sabe cuándo hubiera ganado la confianza de aquellos creyentes sin la intervención de Bernabé.

Sin duda el Espíritu había arreglado que Bernabé estaría cerca. Este hijo de consolación convenció a los hermanos que el perseguidor de antaño era un trofeo genuino de la gracia de Dios. Vemos en esto consideración y benignidad al ofrecer la recomendación nece-saria para que uno sea añadido a una iglesia local. La doctrina apostólica contempla que la recepción a una asamblea sea sustentada por el testimonio de un tercero o por una carta de recomendación.

Merece atención el proceder de Bernabé en Antioquía. La muerte de Esteban había desatado una gran persecución y en con-secuencia una dispersión de los discípulos. Un resultado fue la evangelización en Antioquía de Siria, con abundantes conver-siones a Dios. Noticias de esto llegaron a Jerusalén y Bernabé fue despachado para ver qué estaba sucediendo. Fue escogido por ser hombre bueno y uno lleno del Espíritu Santo y fe. Son cualidades ricas.

Las Escrituras señalan a solamente tres como hombres buenos. 2 Samuel 18.27 dice que Ahimaas era «hombre del bien» y Lucas 23.50 que José de Arimatea era «varón bueno y justo». Salmo 37.23 afirma en la Versión Moderna que los pasos del hombre piadoso son orde-nados de Jehová, y seguramente fue así cuando Bernabé se dirigió a Antioquía. También aplica Proverbios 12.2: «El bueno alcanzará favor de Jehová».

No es sólo que Bernabé era bueno, sino también estaba lleno del Espíritu. El Señor le habilitó para servicio en Antioquía, y esto resultó en aun mayor bendición en la congregación. «Gran número creyó y se convirtió al Señor». Bernabé no tenía perjuicios, sino se contentó. Comprendió que la gracia era de Dios y la reconoció como tal. Otro ha podido protestar: «¿Qué pueden hacer esos predicadores? Sus profesantes no son genuinos». No; Bernabé vio que Dios honraba la predicación de hombres procedentes de Chipre y Cirene, y que oyentes idolát-ricos estaban buscando al Señor. Sin ser celoso, exhortó a todos a permanecer fieles porque como hijo de consolación él entendía esta necesidad.

Entonces, cuando muchos habían sido añadidos, él fue a Tarso y buscó a Saulo. ¿Por qué? Probablemente Saulo era menor que él, habiendo creído después, y tal vez Bernabé conocía sus propios límites. Lleno del Espíritu, sabía que Saulo había sido comisionado para ser vaso escogido del Señor, para llevar su nombre en presencia de gentiles, 9.15. La Iglesia estaba en espera del tiempo en que esto se realizaría en la voluntad de Dios, y aquí una puerta abierta para su predicación. «El hombre de bien … gobierna sus asuntos con juicio», Salmo 112.5.

Nadie ha podido criticar a Bernabé si hubiera continuado solo en Antioquía, considerando aquella ciudad como su esfera especial de servicio para el Señor. Sin embargo, estaba pensando en la gloria de Dios y no en la suya propia, así que no entró en sus pensamientos la posibilidad de ser eclipsado por alguien de posiblemente mayor don. Nada sorprende que haya sido en Antioquía donde primeramente los discípulos fueron llamados cristianos, y esa ciudad pronto se convirtió en el centro de donde el evangelio fue llevado a los gentiles. 8

 

Prosiguiendo, el Espíritu Santo llama a Bernabé a salir. Él figura en primer lugar entre los maestros nombrados en el relato al comienzo del capítulo 13. Posiblemente han transcurrido dos años desde los eventos del capítulo 11. A menudo el Espíritu hace maestros de los pioneros en el evangelio. Bernabé había ganado la confianza de sus hermanos en Jerusalén y había validado sus credenciales en Antioquía, y ahora el Espíritu lo está enviando a territorio lejano. Tenemos aquí un patrón para el encomendamiento de hermanos y hermanas a la obra del Señor a tiempo completo en nuestros días. Es una responsabilidad que demanda el máximo de discernimiento, y conviene notar aquí la cooperación y unidad de criterio de parte de los hermanos en Antioquía.

El concilio en Jerusalén es el próximo evento en la vida de Bernabé que está registrado para nuestra instrucción. Es única esta reunión de apóstoles y ancianos para considerar la cuestión de la circuncisión en relación con la salvación. El conflicto existente tenía que ser resuelto. Pablo y Bernabé percibían la obra sutil en Antioquía de parte de ciertos hombres de Judea, y les habían retado de frente. Los hermanos designaron a estos dos para viajar a Jerusalén. Uno se pregunta cómo se sentiría Bernabé al ser envuelto en este tipo de controversia, porque no parece haber sido el tipo de hombre que estaría a gusto en circunstancias como estas.

Sea como fuere, hubo armonía entre los apóstoles. Terminado el debate, Pablo y Bernabé intervinieron, y quizás el primero de estos fue el primero en hablar, 15.12. Declaró sencilla-mente qué había efectuado Dios, y estaba capacitado para relatar los hechos. No hubo contienda, ni ataques ni justificación propia. Esto preparó el ambiente para la intervención decisiva de Jacobo.

Más adelante leemos de una falla. Cuando Pedro traicionó a su propia conciencia dada por Dios, «aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos».

Hechos 15 también incluye la última mención de la hermosa sociedad de Pablo y Bernabé, y allí leemos de la triste división entre ellos. Yugados feliz y provechosamente por unos once años, se separaron por una diferencia de opinión, y hasta donde sabemos nunca volvieron a trabajar juntos en la obra del Señor. Ha debido ser una experiencia dolorosa para ambos.

Pablo surgió que viajaran juntos de nuevo, visitando cada ciudad donde habían predicado la Palabra. Aparentemente Bernabé estaba enteramente de acuerdo, pero también «resuelto» que Juan Marcos les acompañara. Pablo no se había olvidado de lo que sucedió en una ocasión anterior cuando Juan Marcos se retiró de la obra con ellos y volvió a casa, y por esto no quería que les acompañara de nuevo. Esto dio lugar a una contienda nada pequeña, de manera que los dos se separaron. Bernabé se marchó con su joven sobrino, o primo hermano, y Pablo escogió a Silas como acompañante.

Una disputa es de por sí cosa triste, y más cuando surge entre dos siervos del Señor. A menudo se pregunta quién tenía la razón. Es difícil saber; quizás ambos se equivocaron. Quizás Bernabé permitió que el nexo familiar le gobernara y posiblemente Pablo se excedió al asumir una postura severa. ¿Él tenía esto en mente al escribir, años más tarde, a no hacer nada con parcialidad? 1 Timoteo 5.21. Cosas de esta índole no deben incidir en nuestro servicio para el Señor. El favoritismo de parte de Bernabé y la manera como Pablo se opuso revelan que la carne está presente en nosotros siempre. Hombres grandes no siempre son sabios.

Con todo lo bueno que era ese varón, Bernabé sí parece haberse equivocado en esta ocasión. Por otro lado, ¿el haber llevado a Marcos consigo aportó a la restauración del joven? O: ¿lo que Pablo escribió en
2 Timoteo 4.11 nos permite pensar que reconoció haber sido imprudente? Es evidente que los hermanos en Antioquía favore-cieron la postura de Pablo: «Pablo … salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor». Aparentemente Bernabé y Marcos navegaron a Chipre sin el encomendamiento de esos hermanos, y nada está regist-rado acerca de sus viajes posteriores.

Sin embargo, hay algo de encomio en la última mención que Pablo hace de su antiguo compañero de milicia. «¿Sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar?» 1 Corintios 9.6. Esto revela que Bernabé aún estaba en la obra del evangelio, aparentemente no con Pablo. Se ve que guardaban amistad, quizás siete años después de lo que hemos narrado. De ninguna manera Pablo se había olvidado de su amigo y colega de antaño.

 

 

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