Anarquía en Israel (#489)

 

Anarquía en Israel

Nadab, Baasa, Ela, Zimri, Omri

 

N R Thomson

 

 

Después de la muerte de Jeroboam, le siguieron cinco dictadores sobre el trono de Israel (no Judá), hasta los días de Acab. La anarquía reinaba. La división siempre trae sus tristes resultados. Cuando las diez tribus se separaron de Judá y se apartaron de Jerusalén, ellas tenían sus justas quejas en cuanto al gobierno pasado. Pero ninguna queja justifica el apartarse de los principios bíblicos para sustituirlos por los mandamientos de los hombres. Hay que mantener el orden en obediencia a los mandatos de Dios y conforme al diseño divino. La nación que se independizó no siguió bien.

Pero Dios siempre buscó el bienestar de los fieles que se dejaron llevar por Jeroboam. Él les envió tribulaciones como disciplina. Resultó que después de los días turbulentos de Jeroboam, reinó Nadab su hijo. Pero él duró apenas dos años antes que lo matara Baasa. Este procuró asegurar su dictadura y matar también a todos los familiares de Nadab. Logró mantener el poder por veinticuatro años. Pero muerto Baasa, su hijo Ela reinó solamente dos años cuando estalló otra rebelión. Zimri, capitán del ejército, mató al rey y tomó el poder. Posteriormente, él mató a todos los de en casa de Ela, pero siete días después otro capitán llamado Omri se levantó contra él. Zimri se suicidó, dejando el reino en confusión. La mitad siguió a Omri, y otra mitad a Tibni, hasta que Omri ganó, y reinó por doce años (1 Reyes 15:25 al 18:28).

¡Qué confusión resulta cuando cada uno busca lo suyo propio y no lo que es de Dios! Al volver a leer estas historias, nos damos cuenta de la causa de esta tristeza. El rey “anduvo en el camino de su padre (Jeroboam), y en su pecado con que hizo pecar a Israel”. El pecado de Jeroboam fue si de dejar el lugar escogido por Dios (Jerusalén), y establecer su propio orden de culto en Dan y Be­-tel. La desobediencia siempre conduce a peores cosas y a la gran confusión (1 Reyes 15:26,34, 16:7,28).

Hay debilidades entre las asambleas que se congregan en el Nombre del Señor aunque profesan seguir los principios apostólicos y el diseño dado en las Escrituras. Pero hay peores cosas en otros lugares donde se ha establecido un orden que no está, basado en la doctrina de los apóstoles. Tantas veces se ve confusión y anarquía. Cada uno busca la preeminencia. ¡Qué tengamos cuidado de no degenerar igualmente, para introducir ideas extrañas a la Palabra de Dios!

Cuando hay debilidades, hay que corregirlas. No hay que desamparar la asamblea, sino fortalecerla. El que se va a otro lugar creyendo que le irá mejor allí, puede encontrar experiencias como las de Israel en días de estos cinco reyes.

En 1 Corintios capítulo 12 aprendemos que cada asamblea debe funcionar como funciona el cuerpo humano. Hay muchos miem­bros, y todos no tienen la misma función, pero todos son necesarios. La cabeza es Cristo, quien debe dirigir todo; pero en cuanto a los miembros del cuerpo, siempre hay pluralidad de dones. La vista se comparte entre los dos ojos, el oír entre los dos oídos. El olfato se comparte entre las dos ventanas de la nariz, y el palpar se reparte entre los diez dedos. Asimismo toda responsabilidad en la iglesia debe compartirse entre varios.

En el cuerpo humano no hay dos lenguas; es un miembro que actúa solo. Santiago nos recuerda que es el miembro más peligroso y más difícil de controlar (Santiago 3:5‑12). Es llamativo que el Espíritu no haya mencionado la lengua en la ilustración del funcionamiento de la iglesia. Cuando uno se levanta solo en la iglesia para actuar como dictador, ¡ay del cuerpo! Acordémonos de Diótrefes en 3 Juan 9, y de la advertencia de Pedro en 1 Pedro 5:3.

 

Hermanos, no deben haber contiendas ni vanagloria entre nosotros. Si un miembro (como el ojo) está más a la vista pública que otro (como el pie), eso no quiere decir que el otro no es importante. El que tiene más don no debe jactarse de ello, sino usarlo para el bien de todo el cuerpo. El que tiene menos don no debe envidiar al otro para procurar su puesto, sino funcionar en su propio puesto para el bien del cuerpo. El cuerpo no anda bien cuando aun un solo dedo del pie está hinchado o herido. Cuando seguimos el modelo divino de las iglesias, con humildad, amor y consideración, se evitan la anarquía y el desorden en ellas en la forma en que se manifestó en Israel, “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de otros” (Filipenses 2:4).

Si en el cuerpo humano, un miembro importante como el ojo se enferma, entonces el cuerpo se cuida de no sacar el ojo, sino ponerlo venda y sanarlo. El ojo enfermo puede representar un sobreveedor (anciano) que no cumple con vigilar y pastorear la grey. Si un dedo se enferma, no lo cortamos, sino que procuramos sanarlo con cariño. El dedo puede ilustrar uno entre los muchos servidores responsables, como diácono. De modo que siempre debemos buscar la mejoría y la restauración, y no la amputación (1 Corintios 12:23-26).

En el caso de Israel, cuando Nadab no agradaba al pueblo, Baasa lo cortó de su puesto. Luego cuando Omri se levantó contra Zimri, éste se suicidó. Son ejemplos malos de algunos entre las asambleas. Si un anciano no agrada al pueblo, otro lo aborrece y le hace mal. “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida” (1 Juan 3:15). Otros, cuando uno les reclama un error, dicen: “Me voy; no sigo más”. Es como un suicidio espiritual. Estos no son los remedios espirituales para las faltas entre el pueblo de Dios.

El último rey mencionado, Omri, trasladó la capital desde Tirza hasta Samaria (1 Reyes 16:24). Este no fue una iniciativa divina, sino un plan humano. Samaria siguió como capital y centro de la división hasta el cautiverio. Aun después, los samaritanos, raza mezclada entre aquellas tribus divisionistas y gente extranjera, persistían en oposición a Jerusalén y a la casa de Dios allí. En los días de Jesús los samaritanos y los judíos no se trataban entre sí, y Jesús, a pesar de su misericordia a algunos como la mujer samaritana, mandó a sus apóstoles que no fuesen a Samaria (Mateo 10:5). Después, cuando se formó la iglesia, que eliminaba las distinciones raciales, Jesús mandó que se predicase en Samaria. Pero fue necesario que los apóstoles manifestaran su comunión y armonía por la imposición de sus manos, para que fuese dado el Espíritu Santo a los samaritanos, de modo que no quedara ningún rasgo de la división antigua (Hechos 8:14-17)

 

Como dice la advertencia del tránsito, “El único choque que se gana es el que se evita”. Asimismo es mejor evitar los choques en las asambleas. Todos sufren. Hay que seguir en la doctrina de los apóstoles. Sólo así habrá la unidad verdadera. El rey Ezequías dio frente al problema de las tribus que habían apoyado a Samaria. “Envió después Ezequías por todo Israel y Judá, y escribió cartas a Efraín y Manasés, para que viniesen a Jerusalén a la casa de Jehová para celebrar la pascua … Algunos hombres de Asar, de Manasés y de Zabulón (de la nación sectaria del norte) se humillaron, y vinieron a Jerusalén”, al lugar que Dios había escogido (2 Crónicas 30:1,11). Cuando hay confusión y anarquía, el único remedio es hacer un llamado para volver a la obediencia a la Palabra como al Principio.

 

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