Ana del A. T. (#403)

Ana

 Jack Hay

 

Introducción

Se dedican menos de dos capítulos a la biografía de Ana, pero con todo ella impactó extraordinariamente sobre el bienestar espiritual de Israel. El período de los Jueces había sido un espiral de anarquía y rebelión, y en el tiempo de Ana el sacerdocio cayó a decadencia. Los sacerdotes jóvenes disfrutaban de la buena vida por robar a Dios y eran descaradamente inmorales. Estaban bajo la sentencia de muerte. Para añadir al malestar, la nación estaba permanentemente bajo el talón de los filisteos.

Estas circunstancias eran esalentadoras, pero la preocupación de Ana dio inicio a procedimientos para revertir el desliz. Su carga por un hijo varón puso en marcha una serie de acontecimientos que resultaron en los días estelares de la historia de Israel: la supremacía militar de David y la era dorada de Salomón.

Las circunstancias modernas también dan razón para preocuparse, pero hombres y mujeres de visión nunca aceptarán el fracaso como definitivo, ni la extinción como inevitable. Como Ana, anticipan un futuro espiritual más brillante y buscan la ayuda y orientación del Señor para ver que esa visión sea una realidad. No se conforme usted con el statu quo. Un político norteamericano dijo una vez: “Algunos ven las cosas como están y dicen: ¿Por qué? Yo veo las cosas como pueden estar y digo: ¿Por qué no?”

Sus problemas

Los problemas personales de Ana eran difíciles de sobrellevar. Ella compartió los afectos de su esposo con un rival, 1 Samuel 1.2. La bigamia había sido introducida por Lamec, un descendiente de Caín, Génesis 4.19, y dentro de poco se veía entre el pueblo de Dios. Con el tiempo, lo que es corriente en el mundo puede llegar a ser aceptable entre los creyentes; cuídese.

La situación de Ana la agravaba el hecho de que su rival tenía hijos y ella era estéril. Penina se aprovechaba de esto para provocarla, y las lágrimas de Ana, con su pérdida de apetito, evidenciaban que las pullas dolían en verdad. Siempre había una nube sobre lo que ha debido ser una visita feliz a Silo.

La conducta de Penina era vergonzosa. Es reprochable valerse del “infortunio” o aprovecharse de los impedimentos o desventajas de otros. “No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo”, Levítico 19.14. Para la vergüenza de los fariseos, ellos devoraban las casas de las viudas, Lucas 20.47. Siba se aprovechó de un lisiado, 2 Samuel 19.26,27, y Jacob sacó ventaja personal de la ceguera de Isaac, Génesis 27. La intimidación es inaceptable, pero Ana tenía que sufrirla.

Su infecundidad es atribuida al Señor en 1.5,6, pero sin insinuar que ella resentía lo que Él había dispuesto. En circunstancias similares, Raquel era envidiosa e irrazonable, Génesis 30.1, pero Ana no. En su aflicción, faltaba el apoyo emocional que requería, pero si bien Elcana la amaba, una porción doble difícilmente compensaba lo agradable de oír a muchachos jugando en el hogar. ¡Fue un tanto insensible su sugerencia que él era mejor para ella que diez hijos! Cierto, no se enojaba como Jacob, Génesis 30.2, pero ha podido tratar con más delicadeza la sensibilidad femenina de su esposa. Los desanimados, decepcionados y deprimidos todos necesitan la palabra hablada a su tiempo, Proverbios 15.23. Ana no tenía esta dicha.

Su oración

La amargura de alma y las lágrimas reveladoras acompañaban la oración de Ana, 1.10. Su ruego a Dios emanaba de un corazón acongojado. El cielo nunca hace caso omiso de lágrimas como aquellas; “He visto tus lágrimas”, fue la palabra de animación a Ezequías, 2 Reyes 20.5. No están puestas en su redoma, Salmo 56.8. Así, carente de apoyo humano, Ana derramó su alma ante el Señor, 1.5.

 

¿Hay aquí quien nos  ayude,
quien comprenda nuestro ser,
cuando al alma está transida

De dolor?

Uno hay, uno hay;
En Cristo el bendito uno hay,
Cuando viene aflicción
a nuestro corazó,
un amigo hay en Cristo, uno hay

 

Ana nos enseña una lección en la oración intensa; ella “persistía largo tiempo en orar”, 1.12, Versión Moderna, y varias veces las Escrituras nos animan a orar sin cesar, 1 Tesalonicenses 5.17, o hablan de “la necesidad de orar siempre, y no desmayar”, Lucas 18.1. Muy pocos de nosotros tenemos la tenacidad del patriarca en su regreso: “No te dejaré, si no me bendices”, Génesis 32.26.

Su oración fue silenciosa, 1 Samuel 1.13, pero eficaz. Que esto dé ánimo a nuestras hermanas en la reunión de oración. El silencio impuesto divinamente, 1 Corintios 14.34, no invalida su aporte inaudito y sincero, ni disminuye el valor de su súplica seria al Trono.

En tres ocasiones en el capítulo Ana recibió un golpe. Penina la había ridiculizada, Elcana había sido condescendiente, y ahora, mientras ella ora, viene del sumo sacerdote una palabra de reproche, v. 14. La disposición de Elí de aplicar una norma para unos y otra para otros es objetable. Su crítica de los excesos de los hijos fue apagada y débil, 2.23 a 25. El no controlaba a Ofni y Finees, pero fue severo con Ana. Verosímil, ¿verdad? ¡La familia tira! ¡Cuán atroz fue que Ana fuera tan mal entendida!

Sin embargo, no obstante sus fracasos obvios, Elí tenía cierto sentido espiritual, y sabía que la paz vendría después de la súplica de ella, 1.17. Los corazones ansiosos siembre cuentan con la protección de la paz de Dios cuando hay oración y súplica, Filipenses 4.6,7. Sucedió aquí, porque el apetito de Ana fue restaurado y su faz radiante declaraba que la carga había sido quitada, 1.18, y esto antes de cualquier indicio de que Dios respondería a lo que ella pedía. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sostendrá”, Salmo 55.22. ¡Cuántas veces nos dicen que la oración cambia las cosas!

Su promesa

Ana juró que, al serle dado un hijo varón, el muchacho sería consagrado al Señor, 1.11. Características del nazareo serían evidentes desde su infancia, y al ver a ese muchacho de pelo largo la gente sabría que su madre lo había dedicado a Dios. Su compromiso fue irrevocable y permanente, “todos los días de su vida”, 1.11. No había vuelta atrás una vez puesta la mano al arado. Sin duda su preocupación acerca de las condiciones reinantes acentuaba su deseo por este hijo quien podría en marcha el largo ascenso al reavivamiento espiritual. Una cosa era jurar cuando no había hijo en el horizonte, ¿pero la llegada del nené disminuiría su resolución? ¿Los instintos materiales perjudicarían sus aspiraciones? ¡Nunca! Samuel se presentaría delante del Señor así como había sido prometido, y se quedaría allí para siempre como ella prometió, 1.22.

A la hora de la verdad, cuando no había por qué demorar más, él fue conducido a Silo para ser concedido [sic] “todos los días que vivía”, 1.28. Se cumplió el juramento pronto y exactamente. ¿Quién puede imaginarse las emociones que le abatieron cuando dejó su muchacho en el cuidado del sacerdote miope y sus hijos errantes? Esto fue costoso; honrar el juramento implicaba sacrificio, pero ella estaba a la altura del reto.

¿Nosotros renegamos en nuestras promesas a Dios? Jacob aprendió que el Dios de Bet-el nunca se olvida de nuestros juramentos, Génesis 31.13. Revocar nuestras promesas invoca su enojo, Eclesiastés 5.4 a 6: “Cuando a Dios haces promesa, no tarde en cumplirla”. Ana pagó su juramento y fue recompensada ricamente. Fue a Elí que fue dicho. “Yo honraré a los que me honran”, 2.30, pero fue Ana que lo experimentó, ¡porque el Señor le dio tres hijos y dos hijas! Nunca perdemos al respetarle a Él.

Sus propósitos perfectos
a su tiempo cumplirá,
y lo que es ahora amargo
dulce fruto llevará.

Su alabanza

El corazón afligido del 1.8 es el corazón alegre del 2.1. No obstante el trauma de dejar su hijo en Silo, sentía un gozo profundo al hacer la voluntad de Dios, y esto generó alabanza. Muchos aspectos del carácter de Dios le fascinaban, pero para ella era especialmente relevante su soberanía, expresada en su habilidad para revertir las circunstancias. Él puede revertir las circunstancias militarmente, 2.4. Él puede revertir las circunstancias económicamente, 2.5a. Él puede revertir las circunstancias domésticamente, 2.5b. Que esto aliente al santo atribulado cuya situación es adversa y sombría. Lo hizo para ella y puede hacerlo para usted.

Su provisión

Alcanzamos a ver a Ana por última vez en sus visitas anuales a Silo. El terror de estas ocasiones ha cedido ahora a la anticipación de una breve reunión con Samuel. Cada vez que iba, estaba provista de una pequeña túnica. No tenía etiqueta prestigiosa, porque ella misma la hacía, pero cada punto fue insertado con amor. El efod de lino, 2.18, muy acorde con su carácter y servicio sacerdotal, estaba complementado por esta prenda de hechura casera. ¡Su desarrolló demandaba una túnica nueva cada año!

La lección espiritual es clara. Tantas veces nos conformamos con la túnica espiritual del año pasado; como los corintios, podemos ser atrofiados, 1 Corintios 3.1. Más bien, imitemos a los tesalonicenses cuya fe crecía y cuyo amor abundaba, 2 Tesalonicenses 1.3. “Creced en …”, 2 Pedro 3.18.

 

 

 

DRA  EMA

La historia que nos interesa aquí se encuentra en los primeros dos capítulos de
1 Samuel. Para entender el pleno significado y resultado de su actuación, tenemos que recordar la condición de cosas descrita en Jueces y conocer también la historia de Samuel como está presentada en el 1 Samuel 3 en adelante. Los últimos versículos del libro de Rut nos preparan para una mejora en la condición decaída de Israel que encontramos en Jueces. Ana y su hijo Samuel iban a jugar papeles importantes en aquella restauración.

Comienzan los libros de Samuel diciéndonos que Ana era una de las dos esposas de Elcana y que no tenía hijos. Pero Elcana “amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos”. Penina, la otra esposa de Elcana, se aprovechaba esta circunstancia para burlarse de Ana, por lo que la estéril lloraba y no comía. Una vez al año toda la familia de Elcana subía a tabernáculo, y fue en una de estas visitas a Silo que ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente, diciendo: “Si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”.

Las mujeres en Israel se apenaban al no tener hijos. En la ley de Moisés, un hombre que había tomado dos esposas tenía que ser justo para con los hijos de ambas; Deuteronomio 21.15 al 17. Sin embargo no es la voluntad de Dios que un hombre tenga dos esposas o que despida una para casarse con otra. La ley de Moisés permitía estas cosas en algunos casos, pero desde el principio Dios no lo planificó así, Mateo 19.8. En la iglesia un hombre con dos esposas no puede servir como anciano o líder, 1 Timoteo 3.2,12.

Tengamos presente que Elí era muy viejo, 2.22; sus hijos eran hombres impíos, 2.12; la palabra de Dios escaseaba en aquellos días, 3.1. Ana concibió y consagró a uno que, fuera ya de su control, “creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras … y todo Israel sabía que Samuel era fiel profeta”, 3.19,20.

Los problemas de esta dama fueron tres: la esterilidad, la burla de otra mujer en el hogar y luego la falta de comprensión de parte del sumo sacerdote. “Con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”, 1.10. Su sacrificio fue básicamente uno: dar a su primogénito a Dios. Pasajes clave sobre tres etapas en su experiencia son: “Lo pedí a Jehová”, 1.20,27; “… lo llevé y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá [en el tabernáculo en Silo] para siempre”, 1.22; “Le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año”, 2.19.

El tabernáculo se llama aquí la casa de Jehová y el templo, pero no era el templo que Salomón construyó muchos años más tarde. Elí el sacerdote temía al Señor pero no controlaba sus propios hijos, 2.22. Mujeres malas se acercaban muchas veces al tabernáculo y Elí no hacía nada para alejarlas.

Elí vio a Ana moviendo los labios sin decir nada en voz alta. Pensaba que había tomado un exceso de vino, como tantas otras mujeres que iban a ese lugar. Ella le explicó que estaba orando a Jehová. “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. Al oir esto, el sacerdote pidió a Dios que su petición fuera concedida.

La oración de Ana llenó los requisitos de Isaías 66.2: pobre, humilde de espíritu y que tiembla a la palabra de Dios. La fe con que oraba se evidencia cuando dice el relato que ella se fue por su camino, y comió, y no estuvo más triste. Al cumplirse el tiempo Ana dio a luz un hijo y lo llamó Samuel, diciendo: “Por cuanto lo pedí a Jehová”.

Ana volvió a su hogar con la familia y al cabo de un tiempo Dios contestó su oración. Al nacer el bebé, ella le llamó Samuel, que quiere decir, Pedido de Dios. Ana cuidó al niño hasta que él pudo comer alimentos comunes. Parece que la familia tenía ciertos recursos económicos, puesto que Ana “después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros … y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño”. Esto hace contraste con la ofrenda de los palominos que trajo María cuando se presentó en el templo con Jesús. Entonces le llevó al tabernáculo y se lo dio a Jehová. Le dijo a Elí que Dios había respondido a su oración. Samuel viviría en el templo y serviría al Señor Jehová durante toda su vida.

Así, la vida de Ana se caracterizó por oración y adoración. No nos extrañe que dedicó a su primogénito al servicio de Dios en el tabernáculo. La piedad de Samuel es, sin duda, un reflejo del ejemplo que le dio su madre y de las enseñanzas espirituales que le inculcó en tan corto tiempo que lo tuvo consigo. Unas diez veces la Biblia comenta sobre la oración o la actitud delante de Dios de madre e hijo respectivamente.

Para mostrar que pertenecía a Dios el muchacho que Ana pidió, ella dejaría crecer su cabello. Esta era la ley para cualquier hombre que quería servir a Dios por un período corto como un nazareo, Números 6.5. (Sansón fue puesto aparte a Dios como nazareo desde el día de su nacimiento, Jueces 13.5. ¿Qué le sucedió a él cuando fracasó como nazareo? Jueces 16.17 al 21. El hijo de Ana haría mejor).

Llegamos, entonces al canto, u oración, en el capítulo 2.

“La realidad es que en ningún caso plugo al Espíritu de Dios utilizar a una mujer para redactar las Sagradas Escrituras. Tampoco incluyó el Señor a una dama en el núcleo apostólico, aun cuando estaba rodeado de mujeres que en nada eran inferiores a los doce en su devoción a él. Pero también es una realidad que algunos de los poemas más nobles que se encuentran en la Palabra de Dios fueron pronunciados por mujeres. Son de valor infinito los pronunciamientos de María en Israel, Débora, Ana madre de Samuel, y de María de Nazaret”. (W.W. Fereday)

Ana cantó y oró. (Hablamos acertadamente de su canto, aunque el 2.1 dice que oró y el 1.28 que adoró. La adoración generalmente consiste en algunas de las formas del canto y oración). Fue primogenitora de Samuel que invocó el nombre de Dios, Salmo 99.6, y de “el cantor Hemán”, 1 Crónicas 6.33.

Hay un marcado paralelo entre la adoración de Ana y la de la virgen María en Lucas 1.46 al 45. ¡Da a pensar dónde María leía en su Biblia! Como mínimo:

Mi corazón se regocija en Jehová                 Engrandece mi alma al Señor
Mi poder se exalta en Jehová                          Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador
Los arcos de los fuertes fueron quebrados           Hizo proezas con su brazo
Los débiles se ciñeron de poder                    Esparció a los soberbios …
Jehová mata, y El da vida                                 Quitó de los tronos a los poderosos
El hace descender al Seol, y hace subir                 Exaltó a los humildes
Los saciados se alquilaron por pan              A los ricos envió vacíos
Los hambrientos dejaron de tener hambre            A los hambrientos colmó de bienes

Ana pensaba en un rey, pero su hijo no sería aquel rey que gobernaría con gran poder y fuerza. Su hijo sería más bien el primero de una larga línea de profetas, y precisamente aquel que Dios emplearía en la introducción de un linaje real. Samuel iba a ungir a Saúl, pero más agrado tendría como consejero del venidero rey, David. Pero la profecía de Ana va más allá de David. Llega a Cristo, el verdadero, eterno Rey. De ahí la inspiración que María encontraría en el canto de Ana, aunque ésta tampoco sabría que su Hijo no entraría de una vez en su reinado.

 

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