Abraham (#464)

Abraham

 

 Héctor Alves

 

 

La vida de Abraham es una de las narraciones más interesantes en todo el Antiguo Testamento. Su biografía es tal vez la más completa, ya que ocupa Génesis 11 al 25 y varias otras referencias. Tres veces él es llamado el amigo de Dios, 1 Crónicas 20.7, Isaías 41.8 y Santiago 2.2. Cinco palabras sirven de resumen de su vida: «la obediencia de la fe». El Espíritu Santo relata sus fracasos y sus logros, todo escrito para nuestra instrucción.

Se han escrito tomos sobre este hombre sobresaliente que Génesis 17.4 llama padre de muchedumbre de gente y Romanos 4.11 llama padre de todos los creyentes.

En cuanto a su título de amigo de Dios, esta relación está al alcance de todos nosotros. Nuestro Señor dijo: «Sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando». No dudamos de que ésta haya sido una de las razones por que Abraham ganó el título; la obediencia engendra amistad. Por otro lado, «¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?» Santiago 4.4.

 

Algunos temas sobresalientes en el registro que tenemos de este hombre (no los mencionamos ahora en su secuencia cronológica) son su país, llamamiento y valor; su fe en cuanto al nacimiento de Isaac y su obediencia al ofrecerlo; su separación de Lot; sus «miradas»; las tres grandes promesas de parte de Dios; su conquista de reyes y su conversación con Melquisedec; y el pacto de Dios con Abraham. Veamos brevemente algunos.

 

 

 

Dios llamó a Abraham

Posiblemente Job y Abraham eran contemporáneos. Quizás Job vivió en la primera parte de la vida de Abraham cuando todavía en Mesopotamia, pero sin conocer el uno al otro. Sea como fuere, estos dos patriarcas difieren grandemente. Job le conocía a Dios de una manera que Abraham desconocía al principio. Es probable que Job haya vivido y muerto en la tierra de Uz; no estamos seguros dónde quedaba. Abraham era peregrino en la gran parte de su larga vida, una caracterizada por tiendas y altares. La historia de la vida de Job no está vinculada con el pueblo de Dios como es la de Abraham. Ninguno de los propósitos de Dios para su pueblo terrenal se relacionaba con Job, mientras que el pacto de Dios con Abraham está entretejido en la historia de Israel.

Cuatro siglos habían pasado desde el diluvio y durante aquel tiempo hubo mucha migración. Los hijos de Jafet fueron al norte y ocuparon lo que es hoy día Europa y Asia. Los hijos de Cam fueron a sur, aparentemente a la tierra fértil de Caldea. Aquí encontramos una familia de los hijos de Sem, probablemente cerca de la boca del Eufrates. Algunos colocan a Ur más al norte, en un lugar que ahora sería un día de viaje de Harán, pero lo vemos dudoso a la luz de acontecimientos posteriores. Probablemente Ur estaba cerca del Golfo Pérsico, en el sur de Mesopotamia (Irak hoy por hoy).

Los descendientes de Noé, espe-cíficamente los hijos de Cam, practicaban la idolatría. Josué 24.15 alude a «los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río», o más allá del Eufrates. Abraham nació y se crío en medio de esta idolatría. Hay una tradición que él se oponía a ella, pero nada sabemos de esto de las Escrituras.

Génesis 12.1 relata el llamamiento de Abraham: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré». El 11.31 ya había comentado: «Tomó Taré a Abram su hijo y a Lot hijo de Harán». Si esto presenta un problema, las palabras de Esteban en Hechos 7.2 al 4 lo aclara: «El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora».

El Dios de la gloria le apareció. Aquellos que creen en teofanías en el Antiguo Testamento explican que esta es la primera; Dios apareció a un hombre en la persona de su Hijo, llamado a veces el Ángel de Jehová. Ningún hombre jamás ha visto a Dios, así que puede ser que el Dios de la gloria que le apareció al patriarca era el Hijo de Dios en forma humana, como también en Génesis 18.1, «le apareció Jehová en el valle de Mamre».

Para cualquiera de nosotros hubiera sido difícil comprender plenamente cuando «se fue Abram, como Jehová le dijo». No fue apenas un llamamiento a alejarse de la idolatría, aunque esto estaba incluido, sino un llamado a dejar su patria y los suyos. Más de esto, él debía ir a una tierra de la cual no sabía nada. No sabía adónde, a qué distancia ni a qué.

 

 

 

Dios probó a Abraham

¿Quién entre nosotros estaría dispuesto a obedecer hoy un llamado como este? Conllevaría privación. Sin duda Abraham disponía de suficiente para atender a sus propias necesidades y las de su hogar, pero desprenderse de todo lo que estimaba y confiar en la palabra de Dios, fue sin duda una prueba de su fe. Su único asidero era las promesas de Dios.

Dios tenía una buena razón, porque una gran nación, y aun naciones, llegarían a existir a través de este hombre y su simiente. El capítulo 12 contiene verbos que ameritan nuestra atención: Abraham se fue, saludó, pasó, plantó y partió. Hebreos 11 resume todo este movimiento: «salió sin saber a dónde iba».

No obstante su coraje, él procedió a cometer un error. El 12.10 lo define y el 13.1 pone cote al incidente: «descendió Abram a Egipto», y «salió, pues, Abram de Egipto». Es su única desviación de la senda de fe en sus cien años de peregrinación. La vida de separación no es fácil, y aquí Abraham fue probado severamente. Había llegado a Canaán en tiempo de hambruna, una prueba en sí. Dios le había mandado a esa tierra, y el peregrino ha debido saber que lo cuidaría a él y a los suyos, pero Abraham continuó hasta llegar a Egipto.

Figurativamente, Egipto representa el mundo. Siglos después Dios diría: «¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda!» Cierto, hubo ocasiones cuando Él mandó a los suyos a Egipto. Tenemos el caso de Jacob, a quien dijo: «No temas de descender a Egipto», Génesis 46.3. A José en su tiempo lo mandó: «Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto», Mateo 2.12. Así con nosotros ahora: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio». Y: «Vosotros sois la luz del mundo». Pero Abraham no tenía ninguna palabra de Dios para hacer lo que hizo; él dejó atrás el lugar del altar, y no leemos que haya levantado uno en Egipto.

Un acto de desobediencia dio lugar a otro, como suele suceder cuando nos alejamos de la senda. «Di que eres mi hermana», etc. Abraham jugó el papel de cobarde. En un sentido Sara sí era su hermana, hija del padre de Abraham pero no de su madre. Pero en los ojos de los egipcios era su esposa. La conducta del patriarca deshonró a Dios y dio mal testimonio ante el mundo. Él estaba donde no ha debido estar, y nos enseña que debemos cuidar nuestra conducta ante los inconversos.

Abraham descendió a Egipto solamente «para habitar temporalmente allí» (Versión Moderna, 1893) pero salió del país riquísimo en ganado, en plata y en oro. Su estadía tuvo dos efectos en años posteriores: (i) fue en Egipto que consiguió a Agar, quien llegó a perturbar la familia; (ii) al decidir dónde radicarse Lot «vio la llanura de Jordán … como la tierra de Egipto».

La separación de Lot es la próxima historia de mayor interés, y es una tragedia muy aleccionadora. Abraham le hizo una promesa bondadosa: si Lot quería escoger tierras a la izquierda, el tío iría a la derecha, pero si el menor quería ir a la derecha, el mayor iría a la izquierda. Al hablar así, él dejó la elección con Dios. Está solo ahora; Dios lo había llamado a él no más y Lot simplemente lo acompañó.

Ahora él recibe una revelación divina más amplia que cualquiera anterior. Ahora Dios le promete la tierra para sí, y le hace saber la magnitud de su simiente. Hacemos bien en notar las tres promesas a Abraham. Pueden ser llamadas la del polvo, de las estrellas y de la arena.

Primeramente, «Haré tu descendencia como el polvo de la tierra», 13.16. En las Escrituras el polvo sugiere la humildad. Abraham había asumido una postura humilde al elegir tierra, así que Dios le aseguró que la tierra que iba a ver ahora sería para él y los suyos para siempre y esta descendencia sería tan numerosa como el polvo de la tierra.

Entonces en el 15.15 tenemos la promesa que ella sería tan abundante como las estrellas. Sigue de inmediato a la declaración que este hombre «creyó a Jehová, y le fue contado por justicia». Las estrellas nos sugieren el fruto espiritual de Abraham: nosotros mismos, cuyas bendiciones son espirituales.

En tercer lugar está la del 22.17: «Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar». La arena sugiere la simiente terrenal de Abraham.

Esta promesa sigue de inmediato a las palabras: «por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo».

Es que Dios le había mandado: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas … y ofrécelo allí en holocausto». Esta es la obediencia de fe, sin paralelo en el Antiguo Testamento. Hay un solo evento en la historia de la humanidad que sobrepasa este acto noble, y es aquel cuando Dios el Padre dio a su Hijo a la muerte de cruz, una muerte que no podía ser evitada, aunque la de Isaac sí.

Esta prueba no fue una tentación. Parece haber venido repentinamente; todo estaba marchando bien, cuando como rayo del cielo Abraham fue sujetado a esta exigencia. Versaba sobre su hijo querido, la pieza clave de las promesas. No tenía que ver tan solo con su amor por Isaac, sino también con los planes de Dios a ser cumplidos en él. Abraham ni siquiera se quedó pasmado ante la orden, ni hubo una palabra de regateo. Se levantó temprano y emprendió viaje conforme al mandamiento de Dios.

Grande fue la fe encerrada en su repuesta a la pregunta de Isaac: «Dios se proveerá de cordero para el holocausto». Obsérvese: se proveerá para sí. ¿Fue a esto que nuestro Señor se refería al decir: «Abraham se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó»? ¿En qué pensaba el patriarca en aquellos tres días de marcha? ¡Nunca sabremos! Isaac no era ningún niño, sino hombre capaz de llevar la leña cuesta arriba.

Ni él ni otro hombre alguno compren-derían lo que estaba sobre el corazón de Abraham. Al avistar el cerro, les dijo a los mozos: «Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos». Su explicación es muy significativa por cuanto revela que él iba a devolver a Dios lo que Dios le había dado a él. Y agrega: «volveremos a vosotros». Creemos que dijo esto por estar seguro que de alguna manera Dios proveería un sustituto, e Isaac regresaría con su padre. «Fueron ambos juntos». Estaban de acuerdo entre sí, cualesquiera los pensamientos del uno y del otro.

Pero no es necesario que repasemos más de la historia. La fe triunfó y Abraham, «cuando fue probado, ofreció a Isaac». Al efecto, volvió adonde los esperaban los siervos, pero el relato no dice que Isaac volvió. Dios lo había recibido en figura. El capítulo 22 de Génesis siempre ha sido un favorito de los lectores de la Biblia; en él tenemos un cuadro por demás hermoso del Calvario.

 

 

Dios honró a Abraham

A su tiempo, murió Sara. En pie ante su esposa difunta, Abraham se pronunció extranjero y forastero en la tierra que Dios le había prometido. Así fue que se veía a sí mismo, pero el pueblo de Het lo proclamó principié prestigioso. Tengamos presente lo que les dijo: «Dadme propiedad para sepultura …» Es la primera mención en las Escrituras de un entierro.

En 25.8,9 leemos que Abraham exhaló el espíritu, muriendo en buena vejez. Isaac e Ismael lo sepultaron en la cueva de Macpela. Se debe seguir este patrón en todo país donde hay cementerios. La cremación del cuerpo no es apropiada para el hijo de Dios; es una costumbre copiada del paganismo. A lo largo de las Escrituras leemos de la sepultura de los muertos. La ordenanza del bautismo se perfila como sepultándose con Cristo.

El entierro del padre fue ocasión de colaboración entre sus dos hijos que eran tan diferentes el uno del otro. «Lo sepultaron Isaac e Ismael en la cueva». Ismael era hijo de esclava, Isaac hijo de la promesa; Ismael altivo e independiente, Isaac calmado y sumiso. Estas diferencias desaparecen en el momento de luto; los dos se unen para atender a su padre.

«Allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer», 25.18. Con estas palabras el Espíritu Santo cierra el registro del amigo de Dios.

 

 

Las miradas de Abraham

A menudo hablamos de la tienda y el altar, pero la larga vida de este patriarca se caracterizó también por sus «miradas». Era un hombre que no miraba las cosas que se ven, sin las que no se ven, que son eternas.

 

La primera mirada está registrada en Génesis 13.14 al 16: «Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada».

Abraham estaba ante una de las grandes crisis de su vida. Para poner fin a las contiendas infelices que existían, él, aun siendo el menor, le dio a su sobrino Lot el derecho de elección. Lot también levantó sus ojos y él vio la tierra fértil del Jordán. No los levantó suficiente-mente; se ocupó de la llanera y no del Señor. Como resultado, se hizo amigo de Sodoma, mientras que Abraham amigo de Dios.

 

Su segunda mirada está en el 15.5: [Jehová] «lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia».

Apenas había regresado de su victoria sobre los reyes, y el relato de aquel encuentro termina con las palabras: «Desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo [el rey de Sodoma], para que no digas: Yo enriquecía a Abraham».

Esta postura noble incitó palabras de confianza, «No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande», y con esto el patriarca preguntó, «Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo?» Con esto vino la orden de mirar al cielo: «Así será tu descendencia». El comentario del Espíritu Santo es que Abraham creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. En esta segunda mirada la visión fue mayor que en la primera, ya que Abraham tendría una simiente espiritual compuesta de tanto judío como gentil, y no solamente una simiente natural como el polvo de la tierra.

 

Tercera: «Alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él», 18.2. Abraham corrió a recibirlos en la puerta de su tienda, y se postró ante ellos. Notamos que los visitantes son descritos como tres varones, mientras que en el capítulo siguiente son dos ángeles que visitan a Lot en la puerta de Sodoma. Abraham se dio cuenta de quién era uno de los tres y lo llamó Señor. Trató a sus visitantes con verdadera hospitalidad, no sabiendo con qué propósito vinieron. Pronto oyó las buenas noticias: «Sara tu mujer tendrá un hijo».

Pero Sara se rió entre sí. Negó haberlo hecho: «No, no me reí». Hasta donde sabemos, fueron las únicas palabras audibles que pasaron entre esta mujer y Dios. Dejaron entrever incredulidad, pero no debemos ser demasiado severos en nuestra evaluación de ella. Esta esposa no tenía el conocimiento que tenía su marido. Leemos en Hebreos 11: «Por fe … siendo estéril, recibió fuerza para concebir … porque creyó que era fiel quien lo había prometido». En esta tercera mirada encontramos a Abraham plenamente asegurado de tener hijo.

 

Llegamos ahora a la cuarta mirada y la prueba mayor en la vida de Abraham. Él «alzó» los ojos y vio el lugar de lejos, 22.4. Viajaron tres días para alcanzar el lugar que Dios le habló, donde Isaac sería ofrecido en holocausto. ¿Por qué tres días? Puede haber en este detalle el pensamiento de muerte, sepultura y resurrección. Moisés demandó de Faraón un viaje al desierto de tres días para sacrificar a Dios. Dijo Dios a Josué: «Dentro de tres días pasarás el Jordán para entrar a poseer la tierra», una figura de la muerte. Jonás estaba tres días y noches dentro del pez. Nuestro Señor dijo que era necesario que resucitara después de tres días. ¡Qué sentimientos extraños han debido posesionarse de Abraham al llegar a aquel lugar el tercer día!

Nunca sabremos qué pensó. Había dicho a los dos siervos que esperasen con el asno y que él con el «muchacho» iban a adorar y volver. ¡Fe indómita en Dios! Creemos que él creía que de alguna manera Isaac saldría ileso, bien por resurrección o por sustituto. Él no veía nada sino la senda de la obediencia. Isaac, cargando la leña, preguntó: «¿Dónde está el cordero para el holocausto?» Sin duda estas palabras traspasaron el corazón del patriarca, pero él creía a Dios sin saber qué haría Él. Con todo, respondió: «Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío».

 

Quinto, versículo 13: «Alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí … un carnero». Fue una mirada por demás maravillosa. Isaac estaba sobre el altar y el cuchillo estaba en la mano del padre. Todo estaba listo cuando la voz del cielo mandó: «No extiendas tu mano». Dios sí se proveyó de sustituto, y éste estaba a las espaldas del oferente. Abraham llamó el lugar Jehová-jireh (Jehová proveerá, o verá) Este es el primero de diez acoplamientos al nombre Jehová que encontramos en el Antiguo Testamento, y tiene el sentido de «pase lo que pase, lo cierto es que Jehová podrá».

 

Vamos ahora al Nuevo Testamento para la sexta mirada de Abraham. En Juan 8.56 leemos: «Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día, y lo vio, y se gozó». Moisés no menciona esta mirada, y quizás no le fue revelado este hecho maravilloso. Hemos sugerido ya que posiblemente aconteció en la marcha al Moriah cuando Abraham dijo: «Dios se proveerá de cordero».

¿Él anticipaba en esa ocasión la encarnación del Hijo de Dios? ¿Veía su muerte expiatoria en el Calvario? Al ver el carnero trabado en el zarzal y ofrecido en lugar de su hijo, ¿él percibía lo que es claro para nosotros ahora? Estaba entre aquellos que murieron conforme a la fe sin haber recibido las promesas. Pero las vieron, explica Hebreos 11.18, y las saludaron desde lejos.

 

La séptima mirada de Abraham, si se nos permite hablar aquí de ver lo invisible, era que «esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios», 11.10. Tenía la revelación de una tierra, una simiente, un sustituto y un Salvador.

Cual peregrino y forastero, nunca construyó una ciudad sino esperaba la que Dios iba a levantar. Su tienda no tenía fundamentos pero él anticipaba una ciudad que sí tendría. Lot veía una ciudad, sin esperar una. Él moró en Sodoma, una ciudad sin bases firmes, que hombres pecadores construyeron. La ciudad que Abraham veía, descrita en Apocalipsis 20.10 al 27, tenía doce cimientos.

Abraham tenía la certeza de lo que esperaba y la convicción de lo que no veía. Por esto alcanzó buen testimonio.

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