Abiam / Abías (#487)

Avías (Abías)

N. R. Thomson

 

 

Este fue el segundo rey de Judá una vez dividida la nación entre “Israel” y “Judá”. Su corta historia se halla en 1 Reyes 15 y en 2 Crónicas 13. Se habla mal de este rey en el libro de Reyes y se dicen cosas buenas referentes acerca de él en Crónicas, un hecho que nos da a entender que estos libros son complementarios y no repetición, como aseguran algunos.

En el libro de las Crónicas, por lo regular, Dios nos enseña los hechos que sirven de ejemplo y de provecho en las vidas de los reyes, sin hablar mucho de sus faltas. Pero en el libro de los Reyes, Dios saca a la luz todo el pecado y nos enseña el cuadro final de sus vidas, como una advertencia a nosotros.

Entonces, aprendamos lo bueno escrito en las Crónicas. Se dice que “hubo guerra entre Abías y Jeroboam”. La batalla en sí no era cosa buena. Los dos grupos en división (Israel y Judá) eran hermanos. Por lo tanto no se justificaba una guerra. Dios había mandado a Roboam a dejar de pelear contra Jeroboam (2 Crónicas 11:1-4). Pero cuando por fin estalló la guerra, Dios castigó a los más culpables.

Nunca debemos pelear entre hermanos. Las divisiones son causa de pleitos. Bueno es seguir el ejemplo de Abraham con Lot, y retirarse unos de otros en vez de seguir en contenciones. Mejor sería volver en humillación con obediencia a la Biblia, para echar la base justa y adecuada de la unidad. “Si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros” (Gálatas 5:15).

Abdías, en vez de atacar con espada, empezó a exhortar a sus enemigos. Él hizo ver a Israel que ellos habían hecho mal en dividirse; habían rechazado el sacerdocio divino y el lugar del santuario escogido por Dios; habían andado según su propio parecer (13:8‑11).

 

Pero Jeroboam hizo caso omiso de la reprensión, y atacó con su ejército. Luego el pueblo de Judá, en su apuro, clamó al Señor. Dios nunca desampara a los que les buscan de todo corazón. Por lo tanto Dios los oyó, y los libró de sus enemigos. “Invócame en el día de angustia; te libraré y tú me glorificarás” (Salmo 50:15).

Sin embargo, Avías no glorificó a Dios como resultado de su ayuda. Más bien se entregó a las concupiscencias, siguiendo el mal ejemplo de su abuelo; tomó catorce mujeres y engendró treinta y ocho hijos. De modo que Avías solamente hizo bien cuando se humilló a clamar a Dios. Pasada la prueba, él volvió atrás.

En el libro de los Reyes Dios nos da su opinión verdadera acerca de él. Se ve que Avías había sido hipócrita cuando dijo: “Dios mismo es con nosotros como capitán”. Avías no anduvo con Dios después, sino que permitió la idolatría en su familia. Su propia madre tenía un ídolo, y Avías no tuvo el valor de destruirlo; su hijo lo hizo después (1 Reyes 15:13). No solamente creció la idolatría sino también la inmundicia de la sodomía. Muerto él, su hijo tuvo que limpiar el país de tales cosas. También 2 Crónicas 14:3 revela que a pesar de haberse jactado delante de Jeroboam que Judá tenía sus sacerdotes y levitas en el Templo, Abías no permitió que ellos enseñaran la ley. Él tenía la apariencia de la verdad, sin la obediencia a ella.

 

Es vanidad decir que apoyamos la sana doctrina si no la practicamos. ¿De qué vale profesar que: Dios es con nosotros, y exhortar a otros acerca de su desobediencia, si nosotros mismos, como Abías, albergamos cosas malas dentro de nuestra propia familia? “Tú, pues, qué enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras?” (Romanos 2:21).

Hay muchas cosas que llegan a ser ídolos; el mismo trabajo puede conducirnos a la avaricia, que es idolatría (Colosenses 3:5); las ocupaciones mundanas, como el televisor, pueden robar al Señor de tener el primer lugar en nuestro corazón. Entonces nuestra profesión, “Dios es con nosotros como capitán”, será vana, como en el caso de Abías. Cuando Dios escriba nuestra historia en sus archivos celestiales, ¿tendrá que decir, como dijo de Abías, “No fue su corazón perfecto con Jehová su Dios”? (1 Reyes 15:3).

 

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