Los métodos de Dios con el hombre | Las dispensaciones | Profecías cumplidas dos veces | El domingo es especial, el sábado no lo es (#736)

 

Los métodos de Dios con el hombre

Un repaso sencillo de siete dispensaciones,
o regimenes en el gobierno divino

W. M. Lewis

La Sana Doctrina, 1971 a 1973

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Muchas veces se ha pregunta­do por qué hay tantas distin­tas interpretaciones de las Escri­turas, especialmente en el campo de la interpretación profética. Estas diferencias muchas veces proveen a los cristianos la excusa de evitar enseñanzas sobre el tema para poder evitar cualquiera con­troversia. Aun es triste decir que por causa de estas diferencias mu­chos predicadores evangélicos no hablan de la segunda venida del Señor sino en una manera general.

Si vamos a dar una interpretación correcta, hay ciertas reglas que te­nemos que seguir. En particular, hay dos factores sobresalientes:

El trato de Dios con los judíos desde sus principios en Abraham hasta el día presente en Israel.

El trato de Dios con el hom­bre desde Adán hasta que Cristo venga otra vez
para establecer su trono en Jerusalén y ejercer su de­recho divino de reinar sobre
la tierra.

Si entendemos esto, pode­mos seguir el verdadero hilo para llegar a entender la gran doctrina de la venida del Señor. El propósito de este estudio es de tomar la segunda regla, el trato de Dios con el hombre, y de comenzar al principio, con Adán y Eva en el embeleso de su inocencia en el Huerto de Edén.

Si observamos los sucesos des­pués del establecimiento de Adán y Eva en el Edén, vere­mos cómo Dios, que por su pres­ciencia sabía la terrible tragedia que iba a abrumar a sus criaturas, pre­paró para ellas una manera de al­canzar el perdón y un escape de la maldición del pecado. En relación con esto observaremos siete pe­ríodos de tiempo, o edades, en los cuales Dios trata con el hom­bre rebelde. También en estas eda­des, o dispensaciones, veremos a Dios entrando en pactos y prome­sas con el hombre, mientras que lucha por una reconciliación con sus criaturas caídas. En todo esto, vemos la rebeldía del hombre y los métodos de Dios en su trato con ella.

La primera dispensación puede ser llamada la inocencia, y la siguen la conciencia, el gobierno, los pactos y las promesas, la ley, la gracia y el milenio. Así hay siete dispensaciones, recorriendo el período entero del hombre, empezando en el Edén y llegando al clímax en el milenio. Antes de ver la primera dispensación, se puede hacer una observación interesante. Empezando con la inocencia y siguiendo hasta el fin del milenio, encontramos que cada dispensación termina con un juicio.

La inocencia termina en la expulsión del huerto.

La conciencia termina con el diluvio, cuando, posiblemente por segunda vez,
este planeta fue inundado.

El gobierno termina en la confusión de las lenguas en la Torre de Babel.

Los pactos y las promesas terminan en la servidumbre de Israel en Egipto y en Sinaí.

La ley termina en la Cruz del Calvario en la muerte de nuestro Señor.

La gracia termina con la primera resurrección, el arrebatamiento de todos los santos vivos y el tribunal de Cristo.

El milenio termina con la humanidad moviéndose como un torrente turbulento hacia el gran trono blanco y la destrucción final y eterna de la tierra por fuego.

1. La inocencia

La dispensación de la inocencia duró desde la creación de Adán y Eva hasta su caída y expulsión de huerto de Edén. Durante este tiempo el hombre Adán y su esposa Eva vivían en un estado de perfecta inocencia. El pecado era completamente desconocido de ellos y vivían y andaban en su desnudez sin ningún sentimiento de vergüenza (Génesis 2:25). En su estado sin pecado y de pureza, Dios les mandó que fuesen fructíferos y que se multiplicasen para llenar la tierra y sujetarla (Génesis 1:28). Así su intención fue dada a conocer a Adán y a Eva cuando todavía estaban en su inocencia. Debían procrear para traer hijos al mundo, quienes serían como ellos mismos, inocentes y perfectos. No habría mancha en sus hijos, y el pecado no iba a ser conocido ni visto entre ellos. Los hijos estarían en la semejanza de sus padres, quienes habían sido creados en la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27).

Para su continuo estado de perfección e inocencia, el Señor Dios les puso en el Edén; era un huerto de maravillas y de hermosuras, un huerto que era glorioso y perfecto. Además, Dios mismo bajaba de su alto cielo para andar en este huerto y para gozar de comunión con sus criaturas. (Génesis 3:8) Dios hizo crecer todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer. También en medio de del huerto puso el árbol de la ciencia del bien y del mal. (v. 9), y de Edén salía un río para regar el huerto (v. 10).

En medio de aquella maravillosa creación de hermosura gloriosa y de perfección sin pecado, le fue dicho a Adán que la labrara y la guardase. De todo árbol del huerto podían comer, incluyendo el árbol de la vida, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal fueron prohibidos de comer, «porque el día que de él comieres, ciertamente morirás». (2:17)

En esto se les dio a Adán y Eva la prueba de su amor y obediencia a su Creador y Dios. También en esto vemos que Dios con su corazón de amor infinito y deseo compasivo para con sus criaturas probó su voluntad de obediencia y devoción absoluta, la cual era el requisito de una comunión duradera y eterna con Él. En otras palabras, les abrió una puerta, la entrada en una eternidad de perfección sin pecado, siempre en la comunión con Dios. Unos dos mil años después, puso a Abraham a una prueba semejante de obediencia, pero con mucho más tensión para Abraham, porque estaba en juego la vida de su hijo único, Isaac. Él ganó la prueba  y Dios detuvo su mano y perdonó al hijo.

Pero Adán y Eva desatendieron los árboles de huerto, incluyendo el de la vida, y cedieron a la voz del tentador. Comieron del árbol prohibido, e inmediatamente murieron espiritual-mente, lo cual trajo oportunamente la muerta natural, cosa que ha venido a ser la herencia del hombre. El juicio siguió rápidamente, pero su desnudez fue cubierta y ellos fueron expulsados del huerto.

La prueba de la inocencia había fallado. El juicio cayó, pero unos cuatro mil años más tarde era la causa de la muerte del unigénito Hijo de Dios en bien del pecador, para que fuese reconciliado para siempre con su Dios.

2. La conciencia

Con la caída de Adán y Eva, el pecado pasó a todos los hombres. «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).

Así, después de la perfección y la inocencia del huerto de Edén, Adán y Eva y todos los que salieron de ellos se encontraron con un mundo malo y hostil y con el mismo Satanás como su enemigo constante. Sin embargo, aun antes de salir del huerto, el Señor en su misericordia y amor para con ellos y sus hijos, plenamente sabiendo los malos propósitos de Satanás, les dio la promesa de un Redentor, quien le heriría en la cabeza (Génesis 3:15). En ese versículo de las Escrituras tenemos la primera promesa de un libertador. Es aquí donde empieza una descendencia de hombres píos y justos: Abel, Set, Noé, etc. Aquí también vemos las consecuencias de aquel primer pecado, lo cual vino a empeorar todo y no trajo nada sino el dolor sobre la humanidad. El estado de la mujer fue cambiado y el hombre fue hecho la cabeza. La concepción y la maternidad se convirtieron en tiempo de tristeza y dolor. La tierra fue maldita, y el trabajo y la labor se hicieron una carga. Todo era hostil, y, lo peor de todo, Jehová Dios no vino más del cielo para visitar a sus pobres criaturas caídas como en los gloriosos días en el Edén.

Pero ahora, privado de estas bendiciones, el hombre comenzó a vivir según los dictados de su conciencia. Finalmente, cada uno hacía lo que bien le parecía. Esto inevitablemente le conducía a la desconfianza, la sospecha y el miedo. Podemos ver el miedo en el corazón de Caín después del homicidio de su hermano Abel (Génesis 4:14), y cómo Dios le protegió. Vemos el miedo de Lamec, que mató a un hombre en defensa propia (Génesis 4:23‑24).

En Génesis 4:25, nació Set que, según su madre, iba a sustituir a Abel, a quien mató Caín. En el v. 26 leemos que después a Set le nació un hijo, y llamó su nombre Enós, y este capítulo de Génesis termina con las palabras: «Enton­ces los hombres comenzaron a in­vocar al nombre de Jehová».

Así, hasta los días de Noé y del diluvio, siempre había unos pocos hombres que invocaron el nombre de Jehová, y entre ellos estaba Enoc, que no vio la muerte porque Dios lo llevó al cielo para estar con Él. Entre estos hombres ilus­tres de Dios estaba el hombre más viejo que ha habido, Matusalén. De Matusalén nació Lamec, y de él vino Noé. Lamec tenía 182 años cuando nació Noé, y vivió después del nacimiento de Noé otros 595, muriendo a la edad de 777 años.

Noé engendró a tres hijos, Sem, Cam y Jafet, y de aquel tiempo lee­mos: «Aconteció que cuando co­menzaron los hombres a multipli­carse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas» (Génesis 6:1‑2). Claramente por lo que sigue sé ve que esto era el clímax dé la maldad en la edad de la conciencia. Los santos hijos de Dios tomaron para sí a las profanas hijas de hombres malos, y así mancharon la justa simiente de Set con la mala simiente de Caín.

La copa de la iniquidad del hombre estaba rebosando, y al pa­sar el tiempo la justa simiente de Set fue tan consumida por la maldad que no quedaba en la tierra sino un solo hombre justo, Noé. La regla de la conciencia había fallado completamente, y el juicio del Dios justo y santo era inevitable. Así leemos: «Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Je­hová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he crea­do, desde el hombre hasta la bes­tia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho». (Génesis 6:5‑7).

Así, desde el día de Adán hasta el día de Noé, durante solamente unos 1600 años, el corazón malo del hombre no quiso someterse a su Dios y Creador, y los días de su maldad terminaron debajo de las aguas del diluvio (Génesis 7).

Una vez que las aguas habían bajado y Noé con su fami­lia había salido del arca, el primer acto de éste fue edificar un altar y ofrecer un holocausto en él. Esto agradó a Jehová, y obtuvo de Él la promesa de que, a pesar de que todo designio de los pensamientos del corazón del hombre volvería más a maldecir la tierra, pero mientras la tierra permanez­ca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche (Génesis 8:20‑22). Como señal de este pacto, Dios puso el arco iris en las nubes para recordar a la humani­dad que Él no se olvida de su promesa de nunca más inundar al mundo con agua (Génesis 9:8‑17).

Después del diluvio, Noé vivió 350 años más y murió a la edad de 950. Sin embargo, en este pe­ríodo postdiluviano, Dios le mandó a Noé a establecer una forma de gobierno para regir en las vidas humanas. En Génesis 9:1‑17 leemos del pacto que hizo con Noé, y la base del gobierno humano que el hombre debía seguir. Los homicidas deben ser ejecutados (ésta es la más alta función del gobierno). El hombre había de regir y gobernar por Dios, y la humani­dad debía ser dirigida hacia Dios por medio de leyes justas y santas. Este era el diseño expuesto, y también era otra prueba de la vo­luntad del hombre de someterse a las leyes de Dios.

Como en el Edén, cuando en condiciones gloriosas Adán cayó por el pecado de la desobediencia, así otra vez en la época cuando su conciencia dada por Dios era su guía, el hombre sucumbió a sus deseos viles y malos, siguiendo sus propias concupiscencias y rebeldía. Ahora, por tercera vez, la humanidad desafió a Dios al desobedecer adrede, y buscó para sí la gratificación de sus lascivias pecamino­sas. Fue mandado al hombre que gobernara por Dios; en lugar de esto, él gobernó por sí. Le fue dicho al hombre que confiara en Dios por su bienestar; en lugar de esto, organizó una federación, una unión de la humanidad. El hom­bre resolvió edificar una torre cuya cúspide llegara al cielo, y en el proceso de la construcción, la to­rre se hizo el objeto de su adora­ción. Solamente se veía la gloria del hombre. Edificaron la torre para hacerse un nombre, por si fueren esparcidos sobre la faz de (toda) la tierra. Tenían una sola lengua, y temían ser esparcidos, pero no eran dispuestos a someterse a Dios.

En breve, estaban en un estado de re­belión desenfrenada contra Dios hasta el punto en que Dios tuvo que decir: «Nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer» (Génesis 11:6) Ante este acto voluntarioso, el juicio de Dios cayó de repente sobre ellos, y la misma cosa que temían, ahora la recibieron por su desobediencia. «Desde allí los esparció sobre la faz de toda la tie­rra» (v. 9). Así, el período de gobierno, como los de la inocencia y de la conciencia, terminó en jui­cio. Aunque era de origen divino e instituido por Dios, el gobierno fracasó como guía al hombre a Dios.

4. Los pactos

Siguiendo el fracaso de gobierno por el hombre como el método de traer al hombre a Dios, Él usó otro instrumento de persua­sión por el cual pudiera ganar al hombre. Era el de pactos y prome­sas, algunos condicionales y otros incondicionales, pero todos con el mismo propósito por delante: el de devolver a ser humano de sus malos caminos y de restaurarle a las sen­das de justicia y de piedad.

Dios llamó de su pueblo y de su tierra a un hombre en cuya com­pleta obediencia a Él podía confiar. Su nombre, Abram, fue cam­biado a Abraham. Habiendo salido de Ur de los Caldeos cuando tenía 75 años, salió de Harán y llegó a la tierra de Canaán. En Génesis 12:1‑3 leemos: «Pero Je­hová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una na­ción grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás ben­dición. Bendeciré a los que te ben­dijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra». (Génesis 12:1‑3).

Esta promesa a Abram fue con­firmada en Génesis 13:14‑17, después de que Lot se separó de él, y reconfirmada en el 15:18, por medio de una promesa en forma de un pacto incondicional: «En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates».

Esta promesa / pacto tiene siete aspectos:

  1. a) Haré de ti una nación gran­de.
  2. b) Te bendeciré.
  3. c) Engrandeceré tu nombre.
  4. d) Serás bendición.
  5. e) Bendeciré a los que te bendijeren.
  6. f) A los que te maldijeren maldeciré.
  7. g) Serán benditas en ti todas las familias de la tierra.

Ahora Abram y sus descendientes vivían en un período semejante al de la gracia. El pacto está lleno de gra­cia y es incondicional. Fue un cambio grande, porque por él los descendientes de Abraham (Is­rael) se hicieron hijos y herederos de la promesa. Para gozar plena­mente de esta gran herencia, todo lo que tenían que hacer era quedarse en su propia tierra de Canaán y servir a su Dios. En esto fallaron cuando, por causa del ham­bre, Jacob y toda su familia bajaron a Egipto y quedaron allí. En este tiempo se hizo una nación de más de un millón de personas, y la ma­yor parte del tiempo en Egipto eran esclavos de los egipcios.

Pero Dios no se olvidó de su promesa para con su pueblo, y les envió un libertador, Moisés. Moisés sacó a Israel de Egipto, y Josué los metió en la tierra de Canaán. Sin embargo, en el desierto esta dispensación terminó, y desde el Monte Sinaí de repente entronó una nueva dispensación, la ley. Al aceptar la ley, Israel ciegamente dio la espalda a la gracia. Dios les había dado un libertador en Moisés, había provisto un sacrificio por sus pecados, y les había librado de la servidumbre de Egipto. Ahora, ter­minaron esta relación íntima con Dios, y la reemplazaron con las de­mandas de la ley.

No hay espacio aquí para estu­diar los demás pactos, como el de Edén, de Adán, de Noé, de Moisés, de David y el Nuevo Pacto, sino observar que en todos ellos el pro­pósito de Dios era el mismo, el de traer al hombre rebelde a sí mismo. Sin embargo, esto fracasó en cada paso y por la misma razón: la de­sobediencia pecaminosa del hom­bre.

Pero ahora se efectuó un gran cambio. Dios tenía una nación, y por medio de esta nación iba a extender sus brazos amorosos en invitación a toda la raza humana, a judíos y a gentiles igualmente, no haciendo diferencia.

 

 

5. La ley

La ley mosaica fue entregada a Moisés por Jehová en la cumbre del Monte Sinaí. La ley era otro esfuerzo por parte de Dios para traer a Israel a sí.

El pueblo de Israel aceptó la ley en ignorancia y ceguedad, confiando en su propia capacidad de cumplir con sus de­mandas. En lugar de los pactos y las promesas de Dios, que se basaban en su confianza, su fidelidad y su obediencia a Dios, ellos ahora aceptaron una nueva manera de vida, por la cual su an­dar diario sería dictado por las de­mandas de la ley.

Prometieron: «Todo lo que Jehová ha dicho, haremos» (Éxodo 19:8). Eran sinceros, y verdaderamente confiaban en su capacidad de ha­cerlo; pero nunca se ha hecho una promesa tan temeraria e imposible de cumplir, y nunca fue la profun­didad de la depravación humana tan completamente malentendida. Apenas habían dado su promesa de hacer todo lo que Jehová había mandado, y mientras que Moisés todavía estaba en el Monte Sinaí recibiendo las dos tablas de piedra en las cuales estaban escritas los diez mandamientos, el pueblo de Israel ya perdió la paciencia, se olvidó de su promesa, y obligaron a Aarón, el que hablaba por Moisés, hacer un becerro de oro. Cuando Moisés bajó del monte, vio el in­creíble espectáculo del pueblo de Israel danzando en su desnudez al­rededor del becerro de oro y declarando que éste era su dios que les había traído de Egipto (Éxodo 32:15‑28). Así, aun antes de que les fuese entregada la ley que habían prometido guardar, ellos ya la habían violado y quebrantado.

Esto no es el fin de sus fracasos. La historia de su falla en Cades-­barnea es seguida por sus fracasos en el tiempo de los jueces, y en­tonces por aquella larga sucesión de rebeliones idólatras en el pe­ríodo de la monarquía, período en el cual la nación fue dividida en el reino del norte y el reino del sur. Entonces vino la tragedia cuan­do el reino del norte fue conquistado y llevada cautiva a Asiria. Menos de doscientos años más tarde, el reino del sur, Judá, fue conquistado y llevada cautiva a Babilonia. Aun más, desde el día que sustitu­yeron los pactos y las promesas de Dios por la ley mosaica, no heredaron más que una tragedia profunda.

Si las promesas hechas a Abra­ham, a Isaac y a Jacob no lograban retener su obediencia a Dios, ¿qué posibilidad de esperanza podrían tener bajo las demandas de la ley? Mien­tras que pasen los años trágicos, vemos a un remanente bajo Zoro­babel, por el decreto de Ciro rey de Persia, volviendo a su tierra y reedificando el templo y los muros de Jerusalén. Los principales en esta misión, juntos con Zorobabel, eran Esdras y Nehemías. Frente a una oposición hostil y amarga, el servicio del templo fue restaurado y la reconstrucción de los muros fue terminada.

Sin embargo, la nación era re­gida todavía por los gentiles, y era así cuando de repente apareció en medio de ellos en vivo poder una gran luz en la persona de su Mesías, cuya venida esperaban. Pero, ay de aquel pueblo endure­cido y trágico que faltó en reconocerlo. Aun más, parecía que no querían reconocerlo. A pesar de sus maravillosos milagros de sanidades y aun de resucitar a los muertos, no solamente no quisieron creer en Él, sino lo resintieron. Le odiaban tan amargamente que lo llevaron delante de Poncio Pilato con acusaciones mentiro­sas, y le demandaron que debía ser crucificado. ¡Qué ceguedad! ¡Qué odio! y a las manos de un pueblo que había tenido tal histo­ria. Honraron a Dios con los labios, pero no con el corazón, porque le odiaban sin causa. Le entregaron a la muerte en manos de los ro­manos, y dentro de unos cuarenta años después de su muerte, esos mismos romanos destruyeron la ciudad de Jerusalén, saquearon la tierra de Israel y expulsaron a los judíos.

Tal era el fracaso bajo la ley, porque era plenamente obvio que el legalismo y el derramamiento de la sangre de los animales no pudie­ron cambiar el corazón humano ni librarlo de la maldición del pecado. Así la época de la ley se une con los anteriores fracasos de las otras edades y termina con el terrible juicio en el Calvario.

6. La gracia

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Estas son las primeras palabras de David en el Salmo 22. Movido en su cora­zón por el Espíritu Santo, el sal­mista clama las mismas palabras de nuestro Salvador en aquel es­pantoso día, muchos siglos des­pués, cuando murió en la cruz del Calvario. Todos le habían desampa­rado, y por el momento su Dios le había desamparado también. Unos minutos después vino otro clamor de aquel cuerpo herido y lacerado en el madero, pero esta vez no era de lamento ni de pre­gunta, sino un glorioso clamor de triunfo y victoria, que sacudió los mismos fundamentos del infierno y retumbó por todo el alto Cielo y el vasto universo de Dios: «Consuma­do es» (Juan 19:30).

El conflicto había pasado; las obras de Satanás fueron destruidas (1 Juan 3:8). Cristo era más que vencedor. El velo de separación en­tre Dios y el pecador fue rasgado en dos, de arriba abajo (Marcos 15:38). Un nuevo camino a Dios fue abierto para que todos los pue­blos de la tierra pudieran entrar. Los reyes de la tierra, los analfabetos, los de alta y de baja catego­ría, los aristócratas y los parias, ninguno fue excluido, sino que to­dos fueron convidados a entrar, con un solo requisito previo: una confesión de pecados y una búsqueda humilde de perdón. Una salvación eterna para el pecador po­dría obtenerse por la muerte de Cristo en la cruz.

Su muerte y sepultura fueron se­guidas por su poderosa resurrec­ción. Solamente unas pocas sema­nas después los creyentes vieron su ascensión al cielo. Pero toda­vía este gran drama no había termi­nado, porque ciento veinte creyentes esperaban y oraban en un aposento alto en la ciudad de Jerusalén. Apenas sabían lo que esperaban. Hubo un estruendo como de un viento recio que soplaba, lenguas coma de fue­go se asentaban sobre cada uno, y según el Espíritu les daba que ha­blasen, todos comenzaron a hablar en otras lenguas, hasta entonces desconocidas por ellos. La victoria del Calvario se efectuó en aquel aposento alto, y en vez de su Señor en persona, ya tenían el bendito Espíritu Santo. En lugar del templo donde Dios moraba y se encontraba con su pueblo por medio del sumo sacerdote, ellos mismos fueron he­chos templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16). Tales eran las circuns­tancias y los poderosos hechos de Dios que introdujeron para toda la humanidad la dispensación de la gracia.

Este período se ha descrito como la edad de la Iglesia. Después de que todos los métodos previos hubieran fracasado, Dios finalmente envió a Hijo unigénito, quien por su obediencia hasta la muerte hizo la expiación de los pecados de todos los creyentes (Romanos 3:21­ al 28). Hoy día, el camino de la sal­vación está abierto a todo hombre. Antes del Calvario, el camino de la salvación apenas se entendía, y por causa de las demandas de la ley casi no se podía alcanzar. Pero ahora, por la muerte y resurrección de Cristo, un camino nuevo se abrió para todo aquel que quiera escoger­lo. La ley con sus obras y deman­das se acabó, y en su lugar tene­mos el bendito don de la gracia, la dádiva gratuita de Dios (Efesios 2:8).

Además, por este nuevo camino el pecador se hace santo y miem­bro de un nuevo cuerpo llamado la Iglesia (Efesios 1:22‑23). Al principiar la Iglesia el día de Pentecostés, Dios había formado otro instrumen­to de su amor para traer al pecador a Él. Después del fracaso de todas las otras dispensaciones y méto­dos, Él ahora tiene un cuerpo que llama su Iglesia, por el cual ahora se extiende para alcanzar al hom­bre pecaminoso. Con la ayuda del Espíritu Santo, la Iglesia hoy día está haciendo para Dios lo que Israel su pueblo escogido no hizo.

Después de Pentecostés, la Igle­sia, con su mensaje de gracia y de salvación gratuita, pasó por siglos de persecución agonizante; pero, sin faltar en su amor y devoción al Señor, esparció este mensaje, has­ta que en nuestros días cada con­tinente y cada nación en el mundo ha oído el mensaje de la salvación por gracia y fe en Cristo Jesús.

Sin embargo, dentro de la iglesia profesante ha crecido un cuerpo apóstata el cual se mofa del evan­gelio de la gracia y ha desviado de la verdad el corazón de muchos. Aun más, tal es el estado de la verdadera Iglesia en el día de hoy que su única esperanza es la veni­da otra vez de su Señor y Salvador. Con su venida, esta dispensación terminará y la Iglesia será trasla­dada para encontrarle a Él en el aire.

7. El milenio

Esta es la séptima y última de las dispensaciones. Es el período de tiempo que durará mil años, después del arrebatamiento de los santos, la gran tribulación, la batalla de Armagedón, el juicio de Israel y de las naciones del mundo. No es algo que el hombre efectuará, ni tampoco vendrá por medio de la predicación del evangelio. Las Escrituras no dicen nada para autorizar la creencia de algunos que todo el mundo va a ser convertido por la predicación del evangelio antes de llegar el milenio. La soberanía de la tierra ha estado en las manos del Dragón, Satanás. Quedará en sus manos hasta que él esté arrojado al abismo, lo cual sucederá al final de la gran tribulación (Apocalipsis 20:2,3).

Así, el milenio comienza después de que termine esta presente dispensación de la gracia en el regreso del Señor. Hasta entonces, las Escrituras enseñaban claramente que los últimos días serán los peores, con los hombres poniéndose más y más malos hasta que llegue el fin. El milenio es un período literal de mil años en el futuro. Cuando Satanás esté atado y arrojado al abismo, ocurrirá en la tierra un cambio tremendo. El poder y la soberanía estarán en las manos de nuestro Señor y de su pueblo.

Hoy día rogamos a los hombres a ponerse bien con Dios; pero enton­ces serán obligados a aceptar su mando y de servirle a Él, o de otro modo perecerán. Hoy día, es el hombre que escoge servir a Dios sin impedimento; pero entonces obedecerá y servirá sin preguntas, o de otro modo será muerto de una vez. Hoy es el período de la misericordia y la paciencia de Dios para con el pecador. Esto termi­nará de repente y será reempla­zado por el gobierno con vara de hierro de nuestro Señor. Hoy día, el cristiano aguanta y sufre los agravios, pero en aquel día el jus­to florecerá y estará en paz, donde la quietud y la confianza le están aseguradas para siempre. Hoy es difícil vivir la vida de un santo; pero en aquel día las penas de la vida será la parte de los inconver­sos.

Así en el milenio, todo para el hombre será gloriosamente distin­to. Aun la misma tierra se cam­biará. Hoy día la tierra gime y está con dolores de parto, esperando su redención. En aquel día será librada de sus gemidos y su co­rrupción. En aquel día habrá gran­des cambios en la tierra, en los cielos, en el sol, la luna y las es­trellas, pero todos los cambios serán a beneficio del hombre. En aquel día toda la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar (Habacuc 2:14). «Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre» (Zacarías 14:9). Hoy la duración de la vida no es sino los setenta años prometidos, pero en aquel día la vida será prolongada. Un hombre que muere a la edad de cien años será considerado como si fuera un niño (Isaías 65:20).

Aun en el mundo de los animales habrá grandes cambios. La naturaleza fiera en el animal será cambiada. «Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el bece­rro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Isaías 11:6‑9).

Algunos han sugerido que estas escrituras se refieren a los nuevos cielos y a la nueva tierra, y no a esta tierra nuestra; y que el reinado de nuestro Señor se refiere a esta nueva tierra. Pero en la visión del nuevo cielo y la nueva tierra que vio Juan, el mar ya no existía más. Este es el pe­ríodo milenario del reinado terre­nal y del triunfo de nuestro Se­ñor después de su larga batalla contra Satanás.

En el huerto de Edén el diablo ganó una victoria, pero en aquel entonces, en esta misma tierra, veremos su derrota completa y to­tal. Aho­ra en el reinado del segundo Adán se hará una realidad lo que fue mandado a Adán en el huerto: «Fructificad y mul­tiplicaos; llenad la tierra, y sojuz­gadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:28), Toda cosa y toda criatura serán sometidas y sujetas a la ley y el reinado de Cristo. Los fines de Dios en la tierra serán completos con el Se­ñor mismo el rey soberano. Como es su derecho, Él reinará por mil años.

Las dispensaciones empeza­ron en el huerto de Edén, donde, hasta la caída de Adán, reinó Jeho­vá Dios. Terminarán con el Señor mismo el Soberano absoluto, y to­da la tierra cambiada en un huerto glorioso de hermosura y delicias para el gozo de todos los redi­midos.

Las dispensaciones

Frederick A. Tatford
Southsea, Inglaterra; 1901-1986

Ver

“Distínganse los tiempos”, dijo Agustín, “y las Escrituras se encajan”. La Biblia se divide en períodos bien definidos, o dispensaciones, y la discriminación de estas divisiones con sus estrictos propósitos divinos constituye uno de los factores más importantes en la correcta interpretación de las Escrituras. 1

Por cierto, aun el que lee la Palabra de Dios superficialmente debe haber notado que las relaciones que Dios ha tenido con el mundo, y su gobierno sobre el hombre, no han continuado siempre iguales desde el comienzo de los tiempos. En momentos específicos se han presentado cambios en las exigencias y diferencias de énfasis en las responsabilidades humanas, y con el evidente propósito de que pruebas distintas sean impuestas sobre la humanidad.

Cada dispensación comienza con el hombre puesto por Dios en una posición nueva de responsabilidad y privilegio, y termina con el fracaso del hombre y, por consiguiente, el merecido juicio de Dios. Estos períodos de tiempo, o dispensaciones, “se unen en probar que en ninguna circunstancia imaginable es el hombre capaz de guardar o recobrar su integridad y salvarse de la corrupción. Su única esperanza reposa en una intervención directa por parte del Eterno, y una infusión del Espíritu Santo tan maravillosa que se efectúe un cambio completo en su naturaleza”.2

 

Interpretación del concepto

 

Este principio no es nuevo en la interpretación bíblica. En la iglesia primitiva había un reconocimiento claro del trato dispensacional de Dios con el mundo, aun cuando los acontecimientos subsiguientes condujeron a una delineación de esta divisiones bíblicas más precisa que había antes. 3

Lo que se llama corrientemente el dispensacionalismo moderno parece haberse originado mayormente en las reuniones proféticas del siglo pasado. Entre 1826 y 1830 se celebraron reuniones o conferencias de esta índole en la villa privada del señor Henry Drummond en Inglaterra, y se efectuaban reuniones parecidas en Irlanda desde 1830 hasta 1838 en el castillo de la dama Powerscourt. 4

Evidentemente John Nelson Darby, más que cualquier otro de su época, fue responsable por el reavivamiento de interés en la enseñanza escatológica 5 y en un nuevo reconocimiento del significado de las dispensaciones. Esta clase de enseñanza recibió mucho ímpetu en el siglo 19 de las obras escritas por J.N. Darby, William Kelly, C.H. Mackintosh, W.E. Blackstone, William Trotter, G.C. Morgan y otros. 6

La popularización del esquema dispensacional de interpretación bíblica en el siglo actual se debe mucho a la Biblia anotada que se publicó en 1909. El redactor fue el doctor
C.I. Scofield, quien fue ayudado por un comité de siete. 7 Debemos hacer hincapié en el hecho de que Scofield no introdujo ninguna interpretación nueva. Más bien, aplicó lo que había aprendido. Aun las enseñanzas al respecto por Darby, Kelly, etc. son implícitas en algunas interpretaciones dadas siglos antes.

Una posición más extremista es la que fue adoptada por ciertos ultra-dispensacionalistas como el doctor E.W. Bullinger, pero esta escuela no ha gozado de amplio apoyo y parece estar muriéndose. 8

Ha habido últimamente una marcada reacción en contra de las enseñanzas de esta índole que fueron expuestas por los hermanos mencionados arriba, y aun más en contra de la estructura dispensacional presentada en las notas de Scofield. Posiblemente esto se debe al énfasis indebido e impropio que las han sido dadas por maestros mal orientados. Los ataques extremos que algunos han hecho en este sentido no admiten justificación.

 

El sentido de la palabra

 

Aun el uso dado a la palabra dispensación no es estrictamente correcto. El vocablo oikronomia no se refiere realmente a un ciclo histórico sino a un plan o una mayordomía; se puede decir que es una administración.*  El señor Vine dice: “Una dispensación no es un período o una época (un empleo de la palabra que es común pero errado), sino un modo de tratar y un arreglo, o una administración de los asuntos”. 9 Sin embargo, el sentido que se le da es tan corriente que sería algo pedantesco sugerir un sustituto ahora.

Si uno se acerca al tema con la mente libre de prejuicios, no podrá evitar la conclusión de que hay ciertas divisiones claras en la historia que la Biblia contiene. Llámenlas lo que las llamen, es evidente que cada división se distingue por la promulgación de un pacto por parte de Dios. En los diferentes pactos se define la relación entre Dios y el hombre y los deberes del hombre hacia Dios en el período dado. Cualquier otra conclusión crea dificultades de interpretación y conduce a preguntas que nadie puede contestar.

 

El período de inocencia

 

La historia humana no comienza, por supuesto, con la creación del mundo. Esta creación pudiera haber sido realizada milenios atrás, pero la historia del ser humano empieza con la creación de Adán y Eva. La obra del Creador fue perfecta. Nuestros padres se encontraron en un estado de inocencia, y fueron puestos en un ambiente perfecto. Sin la molestia de los deseos de una naturaleza pecaminosa, y libres de las sombras del dolor, las enfermedades y las dificultades, bien se pudiera haber esperado que estos seres viviesen en lealtad a su Hacedor, gozándose de una continua comunión con Él y el incalculable bienestar que les hizo posible.

Les fue concedida una libertad completa, excepto una sola prohibición. De todo árbol del huerto edénico podrían comer con la única salvedad del árbol del conocimiento del bien y del mal, Génesis 2.17. Su obediencia a Dios sería probada por esta prueba tan pequeña. Bien dijo un escritor que el yugo que les fue impuesto no fue apenas ligero sino casi imperceptible. Solamente los destemplados caprichos del orgullo y la voluntad propia podrían descubrir algún peso en esa carga.

Adán y Eva habían sido advertidos de la pena encerrada en la contravención de la demanda de Dios, pero estos antepasados nuestros respondieron a la tentación. Cayeron. Uno pecó por el orgullo y el otro por el deliberado propósito.

El hombre se mostró incapaz de guardar su inocencia y cumplir la voluntad de Dios, aun en circunstancias idílicas y bajo condiciones tan privilegiadas. El Creador justo no tenía otra alternativa sino la de expulsarlos del paraíso terrenal. Así terminó el primer período de la prueba humana.

 

El régimen de la conciencia

 

Dios vistió de pieles a sus criaturas caídas, dándonos un recordativo de que el abrigo y la protección se hacen posibles ahora por medio del sacrificio o muerte de otro. Habiéndoles advertido de las tristezas y penalidades que de allí en adelante serían parte de la vida humana, les puso por delante la esperanza de un Redentor futuro, Génesis 3.14 al 19. No hubo ley ni gobierno pero el hombre estaba en el deber de abstenerse del mal y seguir el bien. Su guía fue el precepto de su conciencia.

Por tanto, los 16 1/2 siglos del período antes del diluvio presentan un cuadro de fracaso calamitoso. La tierra está llena de violencia y corrupción; el pecado se enseñorea sobre una raza culpable. Tan terribles fueron las condiciones que Dios estuvo constreñido a barrer la totalidad de la humanidad por el juicio del diluvio, Génesis 7. La única excepción fue Noé con su familia.

 

La disciplina de gobierno

 

En el mundo post diluviano el Todopoderoso introdujo un principio nuevo bajo el cual se mediría la capacidad de la naturaleza humana para hacer lo bueno. Al hombre le fueron dadas la autoridad y responsabilidad para el mutuo gobierno propio. El malhechor sería castigado por su mal en manos de sus conciudadanos. Por ejemplo, el homicida pagaría con su propia vida por la que había quitado, y esta sentencia sería efectuada por sus semejantes. La vida de cada cual estaba bajo el cuidado de los demás en derredor, Génesis 9.5.

Esta autoridad fue conferida primeramente a Noé. No obstante todas las implicaciones encerradas en esta autoridad, Noé mismo fue el primero en mostrar una falta de capacidad para gobernarse a si mismo, Génesis 9.21. Esta carencia de poder para gobernarse fue confirmada y remanifestada en sus descendientes.

El único resultado de la disciplina nueva fue la creación de una impía solidaridad en la raza, la cual se manifestó en Babel, Génesis 11.4. En la embriaguez de su unión política, los hombres se rebelaron contra Dios y fueron frenados sólo por la intervención de Dios y la confusión de su idioma, impuesta por castigo. A la vez, cuando su gobierno servía para unirlos en contra de su Creador, de nada valió para refrenar su corrupción moral.

La responsabilidad de gobernar pesa todavía sobre los hombros del hombre, pero la dispensación que la puso como prueba concluyó después de haber manifestado que fue un fracaso.

 

La base de fe

 

A lo largo del período desde Noé a Abraham “hubo un desarrollo del orgullo nacional, de intereses propios, y las animosidades resultantes. Como consecuencia, se perdió la solidaridad de la raza y se introdujeron los conflictos entre naciones prejuiciadas”. Por esto, Dios en su divina sabiduría escogió la sola familia de Abraham para el propósito de crear una nación nueva, ligada por el principio unificador de la fe. 10

El separó a Abraham y sus descendientes de los demás pueblos de la tierra y se comprometió a hacer de ellos una gran nación, diciendo que en ella todas las demás naciones serían bendecidas, Génesis 12.

El pacto fue sin condiciones y su cumplimiento no dependía del hombre sino de la fidelidad de Dios. Por consiguiente todas sus promesas deben ser realizadas algún día.

Sin embargo, la dispensación durante la cual ese pacto fue dado fue a su vez otro período de pruebas divinas. Esta vez la base fue completamente diferente a cualquiera previa. El resultado fue el mismo. Maldispuestos a ejercitar fe implícita en Dios, los descendientes de Abraham se encontraron en una miserable servidumbre en Egipto.

Aun cuando Dios en misericordia los rescató de esa esclavitud, ellos innecesariamente cedieron sus promesas a cambio de la Ley, Éxodo 19.8. Habiendo experimentado la gracia, despreciaron la bondad de Dios y aceptaron en su lugar el legalismo obligatorio de la Ley.

 

La época de la Ley

 

Una época nueva comenzó con el anuncio de la Ley. Desde este momento hasta que Cristo vino por vez primera, Israel fue juzgado conforme a esta regla que había aceptado tan ligeramente. No cabía incertidumbre en cuanto a lo que Jehová esperaba de ellos. Se promulgaron reglamentos sobre casi cada detalle de la vida nacional y particular. Los sacrificios, ofrendas, fiestas, sacerdocios, conducta social, nexos sociales, prácticas sanitarias, etc.:  todos fueron regidos por reglamentos dados por Dios.

 

Pero la historia de la nación bajo profeta, sacerdote y rey demostró el fracaso de los intentos de seguir en la voluntad de Dios. La acusación final de Esteban en este sentido fue que recibieron la Ley por disposición de ángeles pero no la guardaron. Añadieron a su transgresión el hecho de rechazar la teocracia y demandar una monarquía. Logrando esto, se dividieron a causa de la inconformidad. Ambos reinos de la nación dividida se mostraron incorregibles al extremo que fueron castigados por el destierro.

Aun cuando se permitió el regreso de un remanente, cambiaron la espiritualidad por el formalismo, y por la sinceridad la indiferencia. Su cumplimiento de la Ley fue según la letra pero no según el espíritu de la misma. Finalmente, cuando vino su Mesías ellos le rechazaron y así dieron prueba conclusiva de su iniquidad frente al Calvario. Por esto Dios los expulsó de su tierra y los rechazó cual pueblo suyo.

 

El paréntesis de la gracia

 

Después de la muerte de Cristo, Dios puso la nación de Israel a un lado y, en las palabras del concilio en Jerusalén, “visitó a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre”, Hechos 15.14. En esta época actual las personas son regeneradas por el Espíritu Santo y unidas al Cristo que vive. Tienen una ciudadanía celestial y sus esperanzas son celestiales en vez de terrenales.

La época es una de gracia, Tito 3.4, y bien dice la anotación de Scofield que la prueba determinante ahora no es una obediencia legal como condición de salvación, sino la aceptación o el rechazamiento de Cristo. Pero se agrega la nota triste que el fin que se prevé para la prueba del hombre bajo la gracia es la apostasía de la iglesia profesante.

La mayoría en el mundo ve la gracia que Dios ofrece o con una indiferencia o con oposición amarga a la oferta de misericordia y salvación en Cristo. La iglesia que profesa su nombre le es infiel a Él, y el vidente apocalíptico la llama gráficamente “la madre de rameras”, Apocalipsis 17.

Tan completamente será manifestado el fracaso del hombre aun en un período de gracia sobreabundante que el Señor cerrará la dispensación con quitar de en medio a la Iglesia verdadera, 1 Tesalonicenses 4.15 al 19.

 

El reino de la justicia

 

Las escrituras proféticas ponen en relieve que el mundo pasará por un período de tribulación sin paralelo antes de que se introduzca la séptima dispensación. Esta séptima implicará la reanudación del trato de Dios con Israel y la revelación de nuestro Señor en gloria. Primeramente, el mundo que rechazó a Cristo se sujetará al Anticristo. La nación que rehusó a su propio Mesías será sujeta a la opresión de un rey inspirado por el diablo.

Sin embargo, en el momento señalado el Señor Jesucristo volverá a la tierra para establecer el reino prometido desde hace mucho ya, Daniel 2.44. Él hará pacto nuevo con su pueblo, Jeremías 31.31 al 34. Satanás será echado al abismo por espacio de mil años y Cristo reinará sobre la tierra en justicia y equidad.

Israel será puesto al frente de las naciones; la creación doliente será suelta de su servidumbre; la opresión y el sufrimiento serán suprimidos; la longevidad será universal. El hombre estará sujeto a prueba bajo las más favorables circunstancias posibles, pero pondrá de manifiesto su fracaso. Satanás será suelto del abismo, Apocalipsis 20.1 al 9, y la dispensación terminará en una sublevación universal. Como en toda dispensación, el fracaso del hombre será seguido por el juicio de Dios; fuego consumirá a los rebeldes.

 

El último tribunal

 

Cualquiera la dispensación y cualquier el método que el Divino haya empleado para probar al hombre, éste se manifiesta incurablemente pecaminoso. Nunca es capaz de alcanzar el nivel de los requerimientos divinos. Aparte de la gracia de Dios, podría esperar sólo la ruina. Es sólo por gracia que puede soltarse de las esposas de su propia pecaminosidad y ser llevado a un nexo con Dios mismo.

Pero, para el hombre no regenerado no hay esperanza alguna. El vidente del Apocalipsis predice la disolución del cielo y la tierra, como se ve también en 2 Pedro 3.10 al 12, y luego presenta un gran trono blanco. El trono está colocado en el espacio. Ante él se convocan los muertos para que sean juzgados según las cosas escritas en los libros. Quien no se encuentre anotado en el libro de la vida será echado al lago de fuego, Apocalipsis 20.

En la ocasión de este juicio final el mismo pecador será convencido de su propio pecado y excluido para siempre de la presencia de Dios.

 

El estado eterno

 

El apóstol declara que, después del reino milenario de Cristo, viene el fin. Él entregará el reino al Dios y Padre, habiendo suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia, 1 Corintios 15.24. Algunos escritores entienden por esto que habrá otra época después del milenio pero antes que Cristo entregue el reino. Dicen que en esta ocasión se cumplirán las profecías del Antiguo Testamento y habrá una felicidad duradera por parte de los que están bajo el Rey.

Más bien, cuando las dispensaciones pasen, habrá nuevo cielo y nueva tierra en lugar de aquélla que habrá sido destruida por el fuego. La presencia de Dios será conocida entre los hombres; la gloria divina estará a la vista de sus criaturas, y aparentemente el trono eterno será visible a los seres creados, Apocalipsis 21 y 22.

Lo que el futuro guarda a la postre no se ha revelado en detalle al hombre, y por cierto quedará más allá de su comprensión. Sin embargo, es evidente que desde el principio Aquel que distingue entre el principio y el fin ha venido dirigiendo su programa divino hacia aquel fin, y que su mano ha estado manifiesta a lo largo de toda la historia de la raza humana. Se acaban las dispensaciones pero Él queda.

 

Los tiempos de los gentiles

 

Hay otro período que traspasa las dispensaciones, y es el que se llama en el Nuevo Testamento los tiempos de los gentiles.

En su predicción de la destrucción por los romanos, nuestro Señor declaró que “Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles se

 

cumplan”, Lucas 21.24. “Se ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles”, Romanos 11.25.

Siglos antes, el empedernido pecado y la idolatría de Israel (las diez tribus) y luego los de Judá (las dos tribus), condujeron a su rechazamiento por parte de Dios. Fueron llevados Asiria, 2 Reyes 17.18 al 23, y Caldea, 2 Reyes 24.14, 25.21. Todo el peso de la vieja amenaza de castigo por pecar no cayó de inmediato sobre la nación; el juicio adicional predicho por nuestro Señor en Lucas 21.24 no fue efectuado hasta que los judíos llenaron la medida de su culpabilidad al matar al Príncipe de la Vida. El merecido juicio que experimentaron después continúa hasta ahora.

Una vez que Dios había rechazado a su pueblo, concedió a los poderes gentiles  la supremacía gubernamental en la tierra. Se comenzó con el imperio babilónico y su líder autocrático, Nabocodonosor, Daniel 37.38. El poder gentil ha prevalecido desde aquel entonces, y Daniel indica claramente que éste será ejercitado hasta que se establezca el reino de Dios sobre la tierra.

Este período de “los tiempos de los gentiles” se ha prolongado ya casi 2500 años. Jerusalén está en manos de la nación de Israel por un tiempo limitado. 11 El apóstol Juan se refiere a la ciudad santa como hollada por los gentiles durante 42 meses, Apocalipsis 11.2. Esto sería por toda la segunda mitad de la semana 70 de Daniel 9.27, comprobando que Juan predecía un período antes de la libertad definitiva de la ciudad de Jerusalén. Así, aquella ciudad volverá a pasar a manos gentiles, porque los tiempos de los gentiles no se han cumplido aún. Zacarías 14.2 confirma esto: “Yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén …”.

A lo largo de los siglos de la supremacía gentil, Israel no ha sido reconocido por Dios; sus propósitos esenciales para ese pueblo han sido guardados en reserva. Los tiempos de los gentiles se caracterizan por la pérdida de dominio e independencia para los judíos, por sujeción a los conquistadores gentiles y sufrimiento a sus manos, por el espar-cimiento de todas las doce tribus de Israel, y por la conquista de su tierra. 12 Imperios internacionales se han levantado y vuelto a caer, pero la época de los gentiles continúa.

Algunos han calculado la duración de este período pero han tenido que basarse en suposiciones falsas. No hay revelación bíblica de su duración precisa.

Hoy día Israel como nación está ciega a la revelación de Dios en Cristo y la verdad de su gracia, 2 Corintios 3.14, Romanos 11.25. La bendición divina alcanza más bien a los gentiles. Romanos 15.16. Sin embargo, en la Iglesia no hay distinción de raza, y a lo largo de los últimos diecinueve siglos muchas personas judías han aceptado a Cristo como su Salvador en la misma manera que el hombre o la mujer gentil lo hace. Pablo habla de estos como un remanente escogido por gracia, Romanos 11.5. Al otro extremo, la característica sobresaliente de la época actual es que Dios está tomando para sí un pueblo de entre los gentiles, Hechos 15.14.

Esta operación terminará, por supuesto, con la consumación de la Iglesia. En lenguaje de Romanos 11.25 la plenitud de los gentiles habrá entrado. Con la Iglesia quitada por Cristo en su venida, un Israel despertado volverá a aquel que sale de Sion para librar a su pueblo y purgar su impiedad, Romanos 11.26.

El período largo que es los tiempos de los gentiles terminará cuando el Señor vuelve a la tierra en gloria, Mateo 25.31 al 46. Será roto el dominio gentil, y libre Jerusalén. Un Israel restaurado gozará del reino benéfico de su anhelado Mesías.

El período no es sinónimo con ninguna de las dispensaciones como tal. Más bien se impone sobre dos de ellas al menos, y continúa hasta la edad de oro que es el milenio.

 

1 Major Bible Themes: L.S. Chafer     2 The great prophecies of the centuries; G.H. Pember     3 A biblical history of dispensationalism;  Arnold Elhert      4 Se reunían estudiantes y maestros bíblicos tales como S.P. Tregelles, Edward Denny, J.N. Darby, Edward Irving, B. W. Newton y Robert Daly (el obispo anglicano de Cahel, quien presidía).     5 No pocos de los eruditos nombrados figuraban entre los primeros miembros de las asambleas que se establecieron en Inglaterra e Irlanda alrededor de 1830. *      6 Un libro escrito por Morgan en 1898, God’s methods with man, dio una exposición sencilla de la interpretación corriente en el grupo.    7 Una traducción al castellano de la edición de 1909 fue publicada en 1966 por Spanish Publications Inc. La edición en inglés que se usa ahora salió poco después.*     8 Los lectores venezolanos se acordarán que el finado don Guillermo Williams hablaba de sus experiencias entre este grupo en Escocia cuando recién convertido y antes de conocer él “un camino más excelente”.*       9 A dictionary of New Testament words: W. E. Vine.    10 G. Campbell Morgan    11 El traductor ha cambiado este párrafo, ya que el señor Tatford escribió esta obra antes de la guerra relámpago de 1967. Cuando él escribió, Israel no poseía la parte antigua de Jerusalén.*  12  Light for the last days, H.G. Guinness           * Notas del traductor

Edades que difieren

William MacDonald, traducido a solicitud de
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Administraciones distintas

Augustín dijo en cierta ocasión, “Distínganse las edades y las Escrituras se armonizan”. Dios ha dividido toda la historia humana en edades. “… por el cual también hizo los siglos”, Hebreos 1.2 en el Nuevo Testamento Interlineal. Estas edades pueden ser largas o cortas.
Lo que las distingue no es su duración sino la manera en que Dios trata con la humanidad.

Dios mismo no cambia, pero sus métodos sí. Él obra de maneras diferentes según los tiempos. A veces usamos el término “dispensación” al hablar de la manera en que Dios administra sus asuntos con el hombre. Estrictamente hablando, una dispensación no quiere decir una edad sino un gobierno, una mayordomía, un orden o una economía. Pero es difícil para nosotros pensar en una dispensación sin pensar en tiempo. Por ejemplo, hablamos de la historia de un país como dividida entre las administraciones de sus sucesivos presidentes. Queremos decir, por supuesto, la manera en que se gobernaba el país mientras cada uno de ellos ejercía la presidencia. El punto importante es las políticas que regían pero necesariamente relacionamos aquellas políticas con el respectivo lapso de tiempo.

Por lo tanto, en esta lección pensaremos en una dispensación como la manera en que Dios trata con los hombres durante un período específico de la historia. Su trato dispensacional puede ser comparado con la manera en que funciona un hogar. Cuando hay sólo el esposo y la esposa en el hogar, se sigue cierto programa. Pero cuando hay varios hijos pequeños, se introduce toda una nueva serie de prácticas. A medida que ellos maduran, los asuntos del hogar se manejan de otra manera más. Podemos ver este mismo modo de proceder en el trato de Dios con la raza humana, Gálatas 4.1 al 5.

Por ejemplo, cuando Caín mató a su hermano Abel, Dios puso una marca sobre él para que cualquiera que lo encontrara no lo matara, Génesis 4.15. Pero después del diluvio introdujo la pena de muerte, decretando que, “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada”, Génesis 9.6. ¿Por qué la diferencia? Porque ya era otra dispen-sación.

Otro ejemplo: en Salmo 137.8,9 el escritor reclama un juicio severo sobre Babilonia: “Hija de Babilonia la desolada, bienaventurado el que te diere el pago de lo que tú nos hiciste.  Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña”.  Pero más adelante el Señor enseñó a su pueblo, “Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”, Mateo 5.44. Parece obvio que el lenguaje apropiado para el salmista viviendo bajo la ley no lo sería para cristianos viviendo bajo la gracia.

¿Cuántas dispensaciones hay?

No todos los cristianos están de acuerdo en cuanto al número de dispensaciones o los nombres que se debería asignar a ellas. De hecho, no todos los cristianos aceptan que haya tal cosa. Con todo, podemos demostrar la existencia de dispensaciones como sigue.

Primeramente hay dos dispensaciones cuanto menos: la ley y la gracia. “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”, Juan 1.17. El hecho de que nuestra Biblia esté dividida en el Antiguo y el Nuevo Testamento indica que hubo un cambio de dispensación. Una prueba adicional se encuentra en que los creyentes en el tiempo presente no están obligados a ofrecer animales en sacrificio; esto evidencia que Dios ha introducido un régimen nuevo.

Pero si estamos de acuerdo en que hay dos dispensaciones, estamos obligados a creer que hay tres, porque la dispensación de la ley no fue introducida hasta Éxodo 19, centenares de años después de la creación. Así que, ha debido haber una como mínimo antes de la ley; véase Romanos 5.14. Con ésta, van tres.

Y, debemos estar en condiciones de reconocer una cuarta, porque las Escrituras hablan de “los poderes del venidero siglo”, Hebreos 6.5 en la versión interlineal. Se refiere, por supuesto, a cuando el Señor Jesucristo volverá a reinar sobre la tierra en lo que se conoce como el milenio.

El apóstol Pablo también distingue entre la edad presente y una por venir. Primero habla de una dispensación que le fue encomendada en relación con la verdad del evangelio y la Iglesia, 1 Corintios 9.17, Efesios 3.2, Colosenses 1.25. Es la edad presente. Pero en Efesios 1.10 él señala también una edad futura, refiriéndose a “la dispensación del cumplimiento de los tiempos”. Es evidente por su descripción que la misma no ha llegado todavía. Sabemos, entonces, que no estamos viviendo en la época final de la historia del mundo.

Dr. C. I. Scofield, editor de la biblia anotada que lleva su nombre, apunta las siguientes siete dispensaciones:

Inocencia, Génesis 1.28; desde la creación de Adán hasta su caída

Conciencia o responsabilidad moral, Génesis 3.7; desde la caída hasta el final del diluvio

Gobierno humano, Génesis 8.15; desde el final del diluvio hasta el llamamiento de Abraham

Promesa, Génesis 12.1; Desde el llamamiento de Abraham hasta la entrega de la ley

Ley, Éxodo 19.1; desde la entrega de la ley hasta el día de pentecostés

Iglesia, Hechos 2.1; desde el día de pentecostés hasta el arrebatamiento

Reino, Apocalipsis 20.4; el reinado de Cristo por mil años

En su carta gráfica sobre “el curso de los tiempos desde la eternidad hasta la eternidad”,
A. E. Booth presenta siete dispensaciones de la historia humana proyectadas anticipadamente por los siete días de la creación;

Primer día:              El hombre probado por la luz y la promesa de la creación

Segundo día:           El gobierno;  desde el diluvio hasta la división de las naciones

Tercer día:               Israel; desde Abraham hasta el final de los Evangelios

Cuarto día:              La gracia, un período parentético

Quinto día:              La tribulación

Sexto día:                El milenio

Séptimo día:            La eternidad

Si bien no es importante estar de acuerdo en cuanto a los detalles exactos, sí lo es que veamos que hay diversas dispensaciones. La distinción entre la ley y la gracia es especialmente importante, porque de otra manera tomaremos porciones de las Escrituras que aplican a otras edades y las referiremos a nosotros mismos. Toda la Palabra de Dios es útil, 2 Timoteo 3.16, pero no toda fue dirigida directamente a nosotros. Los pasajes que versan sobre otras edades tienen una aplicación para nosotros, pero su interpretación primaria es para la edad a la cual se refieren. Por ejemplo, a los judíos viviendo bajo a ley les era prohibido comer la carne de cualquier animal inmundo, o sea, uno que no tenía pezuña hendida, ni rumiaba, Levítico 11.3. Esta prohibición no es vinculante para los cristianos hoy en día, Marcos 7.18,19, pero está en pie el principio subyacente: el de evitar la contaminación moral y espiritual.

Dios le prometió al pueblo de Israel que los haría prósperos materialmente, con tal que le obedecieran, Deuteronomio 28.1 al 6. El énfasis en aquel entonces estaba sobre las bendiciones materiales en lugares terrenales. Pero no es el caso hoy en día. Dios no promete que premiará nuestra obediencia con la prosperidad financiera, sino que las bendiciones de esta dispensación son espirituales en lugares celestiales, Efesios 1.3.

La salvación: un constante

Aun cuando hay diferencias entre las distintas edades, hay una cosa que nunca cambia, y es el evangelio. La salvación siempre ha sido, y es ahora, y siempre será, por fe en el Señor.
Y la base de salvación para toda edad es la obra consumada por Cristo en la cruz del Calvario. La gente del Antiguo Testamento fue salvada al creer cualquier revelación que Dios les diera. Abraham, por ejemplo, fue salvo al creer a Dios cuando dijo que la simiente del patriarca sería tan numerosa como las estrellas, Génesis 15.5,6. Abraham sabía poco, si acaso algo, de lo que sucedería en el Calvario siglos más tarde. Pero Dios sabía. Cuando Abraham le creyó, Él contó a favor del patriarca todo el valor de la obra futura de Cristo en el Calvario.

Alguien ha dicho que los santos del Antiguo Testamento fueron salvos “a crédito”. Es decir, fueron salvos con base en el precio que el Señor Jesús iba a pagar siglos más tarde; así es el sentir de Romanos 3.25. Nosotros somos salvos con base en la obra que Cristo realizó hace más de 1900 años. Pero en ambos casos la salvación es por fe en el Señor.

Debemos rehusar cualquier idea de que el pueblo en la dispensación de la ley fue salvo por guardar la ley o aun por ofrecer sacrificios de animales. La ley sólo puede condenar; no puede salvar, Romanos 3.20. La sangre de toros y chivos no puede quitar un solo pecado, Hebreos 10.4. ¡No! ¡Dios salva sólo por gracia! Véase Romanos 5.1.

Otro buen punto a llevar en mente es este: cuando hablamos de la edad presente como la de la gracia, no estamos dando a entender que Dios no extendía gracia en dispensaciones pasadas. Queremos decir simplemente que hoy día Dios está probando al hombre por gracia y no por ley. Hablaremos más de esto en una entrega posterior.

***

También es importante reconocer que las dispensaciones no cierran de un momento a otro. Muchas veces hay un período de transición. Vemos esto en Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, cuando la nueva Iglesia tardó cierto tiempo en deshacerse de ciertas características de la dispensación previa. Es posible también que haya un lapso entre el arrebatamiento y la tribulación durante el cual le será permitido al hombre de perdición manifestarse y el templo será levantado en Jerusalén.

Una palabra final. Como toda cosa buena, el estudio de las dispensaciones puede prestarse a abusos. ¡Hay cristianos que llevan el dispensacionalismo a tal extremo que aceptan solamente las epístolas que Pablo escribió cuando preso como aplicables a la Iglesia hoy en día! Por esto ellos no aceptan el bautismo ni la cena del Señor, porque éstos no se encuentran en las Epístolas del Cautiverio. Enseñan también que el mensaje evangélico de Pedro no era el mismo que el de Pablo. (Véase Gálatas 1.8,9 para una refutación de esto). A veces se les da a esta gente el nombre de bulingeristas (por un maestro llamado E. W. Bullinger). Sus criterios extremistas en materia de las dispensaciones deben ser rechazados.

Profecías  cumplidas  dos  veces

William MacDonald, traducido a solicitud de
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Cuando emprendemos el estudio de las escrituras proféticas, una de las pautas más útiles es la de reconocer que algunas profecías tienen más de un cumplimiento. No es inusual encontrar que una profecía tenga un cumplimiento preliminar, uno parcial y posteriormente uno definitivo. Esto se conoce como la ley de doble referencia.

 

(1) El ejemplo clásico es la profecía de Joel acerca del derramamiento del Espíritu Santo.

“Después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.  Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado”, Joel 2.28 al 32.

Cuando Pedro citó este pasaje en el día de Pentecostés, Hechos 2.14 al 21, dijo, “esto es lo dicho por el profeta Joel”. Pero no ha podido querer decir que era un cumplimiento completo, ya que algunos de los hechos que Joel mencionó no ocurrieron en Pentecostés.

El Espíritu no fue derramado sobre toda carne, sino sobre solamente tres mil judíos. No hubo prodigios en cielo y tierra: el sol no se convirtió en tinieblas, ni la luna en sangre. No todas las señales en la tierra fueron dadas, como por ejemplo la sangre, el fuego y las columnas de humo.

Esto quiere decir que Pentecostés fue un cumplimiento relativamente cercano e incompleto de la profecía de Joel. Su realización plena tendrá lugar en el segundo advenimiento de Cristo. Su venida será precedida por las señales profetizadas y seguida por el derramamiento del Espíritu sobre toda carne en el reino milenario.

 

(2) Otra ilustración de la ley de doble referencia la encontramos en el famoso pasaje “virgenal” de Isaías 7.14: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Obviamente el pasaje tuvo un sentido inmediato para Rey Acaz, a saber que un niño nacería y sería llamado “Con nosotros Dios”, dando a entender que la victoria estaba por realizarse. Antes de saber discernir entre lo bueno y lo malo, la alianza entre Siria e Israel sería deshecha, y dentro de unos pocos años más el niño estaría viviendo en gran abundancia, 7.15. Pero el pleno cumplimiento tuvo lugar con el nacimiento de Cristo: “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”, Mateo 1.22,23.

 

(3) Un tercer ejemplo de cumplimiento dual se encuentra en la primera parte de Salmo 118.26: “Bendito el que viene en el nombre de Jehová”.

En el primer domingo de palmas, cuando Jesús entró en Jerusalén, la muchedumbre aclamaba, “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” Mateo 21.9. Pero sabemos que esto no cumplió enteramente la profecía, porque Él iba a lamentar sobre Jerusalén, “Os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”, Mateo 23.39. El cumplimiento definitivo tendrá lugar cuando el Salvador vuelva a la tierra en poder y gloria a un pueblo que le dará la bienvenida como su Mesías y Rey.

 

(4) Todavía otra ilustración de una profecía que cuenta con dos cumplimientos concierne la destrucción de Jerusalén. Jesús predijo la disolución de la ciudad en Lucas 21.20 al 24. Obviamente sus palabras fueron cumplidas en el año 70, cuando Tito y sus legiones romanas saquearon la ciudad y demolieron su templo. Pero las tribulaciones de Jerusalén no han terminado. Es evidente por Apocalipsis 11.2 que los gentiles hollarán la ciudad santa por cuarenta y dos meses durante el período de la tribulación.

 

(5) En Hechos 4.25,26 se cita Salmo 2.1,2: “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido”.

En Hechos 4.27 se aplican las palabras a la crucifixión de Cristo: “Verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel”. Este fue un cumplimiento preliminar y parcial de las palabras del salmista. Pero la profecía tendrá un cumplimiento más amplio al final de la tribulación, cuando los gobernantes del mundo se unirán en un intento vano a impedir que Cristo tome las riendas del gobierno universal.

 

(6)   Un último ejemplo de la ley de doble referencia se puede encontrar en las profecías acerca de la reconsolidación de Israel, como son Isaías 43.5 al 7, Jeremías 16.14,15, Ezequiel 36.8 al 11, 37.21.

Estas profecías fueron cumplidas muy a medias cuando un remanente de los judíos volvió a Israel del cautiverio en Babilonia conforme se lee en Esdras y Nehemías. Pero el evento principal está en el futuro todavía. Cualquier reincorporación en el pasado ha sido apenas una gota. Durante el período de angustia para Jacob, Dios llevará a su escogido pueblo terrenal de regreso a Israel desde todos los rincones del mundo.; Mateo 24.31, Deuteronomio 30.3,4, Ezequiel 36.24 al 32, 37.11 al 14. En aquel entonces, y solamente en aquel entonces, se cumplirán las profecías que hemos mencionado.

El  domingo  es  especial;  el  sábado  no  lo  es

J.B.D. Page, Inglaterra

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El sábado en tres tiempos

En su sano entusiasmo por respetar el carácter especial del domingo, el Día del Señor, algunos cristianos lo confunden con el sábado, el día de reposo nombrado con frecuencia en el Antiguo Testamento. Así, antes de hablar de lo especial que es el Día del Señor para el creyente en Cristo, vamos a observar que este día, el domingo, no es especial por las razones del sábado.

Vamos a estudiar el sábado

  • en la creación,
  • bajo la ley de Moisés
  • en el milenio por venir.

Una vez realizada la creación, Dios reposó el día séptimo de toda la obra que hizo, Génesis 2.2. El Creador no estaba cansado; Isaías 40.28 dice que no desfallece, ni se fatiga con cansancio. Él reposó por estar satisfecho. Aprendemos de esto que desde el comienzo de la historia humana hay el principio de señalar un día en siete para reposo en respuesta a la necesidad del hombre.

Los israelitas pusieron en práctica este concepto cuando Dios les dio por vez primera el maná, antes de recibir la Ley del Sinaí. Dijo Jehová: “Seis días lo recogeréis [el maná]; mas el séptimo día es día de reposo; en él no se hallará. Así el pueblo reposó el séptimo día”, Éxodo 16.26, 30.

Introducida ya la época de la Ley, se hizo obligatorio para Israel como nación guardar el sábado. Entre los diez mandamientos, el cuarto reza: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios”, 30.8 al 11. Este es el único mandamiento que habla de Acuérdate, dando a entender que el pueblo ya sabía que Dios había santificado el sexto día. La razón es que ese día conmemoraba la realización de la creación. Dice el versículo que sigue a los citados: “En seis días hizo Jehová el cielo y la tierra … y reposó en el séptimo día”.

Este respeto por el sábado se incorpora en la constitución de la nación, y al Señor le plugo explicar que el día de reposo “señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo”, 31.16, 17. Aun cuando otros pueblos han imitado el principio de poner aparte un día en siete para descanso, el sábado es una señal con sentido exclusivo para Israel. Tiene simbolismo entre Dios y esa nación no más, porque sólo Israel como nación tiene una relación peculiar con Él; 31.13.

Pasados los siglos, cambió la actitud aun de los israelitas. Nehemías se afligió al ver a los hombres pisando uvas en los lagares en el día de reposo y llevando mercancía para venta en la capital como en cualquier otro día; Nehemías 13.15. Esta actividad estaba en franca violación del cuarto mandamiento y evidencia de una indebida liberalidad de conducta entre aquellos judíos que habían regresado de Babilonia.

Como era de temerse, hubo una reacción exagerada, yendo ahora al legalismo. [Cuántas veces vemos este fenómeno entre nosotros en uno u otro departamento de la conducta. El error de una actitud legalística es tan censurable como el del liberalismo]. Con la intención de rectificar este rumbo y volver a las Escrituras, los rabinos codificaron la conducta sabatina, echando una serie de reglas por encima de lo que Dios había establecido. El resultado fue que el sábado se convirtió de bendición en pesado yugo. Esta fue la situación que prevalecía en los días del Señor Jesús, como vemos varias veces en los Evangelios. Dos casos servirán de ilustración.

Habiendo sanado al hombre paralítico, el Señor le mandó tomar su lecho y andar, y el sujeto lo hizo. Viendo al hombre, los judíos le dijeron que no le era lícito llevar su lecho en el día de reposo; Juan 5.10. Al hablar así, estos señores tenían en mente la interpretación que los rabinos daban a Jeremías 17.21: “Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo, y de meterla por las puertas de Jerusalén. Ni saquéis carga de vuestras casas”. Según el Talmud, esto quería decir que era prohibido llevar algo de una casa o meterlo en ella. Nuestro Señor no había venido para abrogar la Ley sino cumplirla, Mateo 5.17, así que no iba a instruir a ese hombre a quebrantar un mandamiento de Dios. Los rabinos habían sacado del libro de Jeremías un sentido diferente al mensaje que el profeta había dado.

Cuando los discípulos recogieron y restregaron espigas, cosa permitida según Deuteronomio 23.25, ciertos fariseos se quejaron que no era lícito hacer tal cosa en día sábado. La enseñanza de los rabinos era: (1) arrancar espigas con la mano era cosechar; (2) restregarlos era trillar el grano; (3) no era permisible cosechar ni trillar en día de reposo. Su razonamiento humano había dado a la Palabra de Dios un sentido ridículo, y el Señor les respondió: “El día de reposo fue hecho por el hombre, y no el hombre por el día de reposo”, Marcos 2.27.

Que la lección no sea perdida para nosotros. No debemos ser ni liberales ni legalísticos, sino bíblicos.

Dejando el pasado y mirando al futuro, consideraremos el milenio, cuando se habrá construido el templo de nuevo, lleno de la gloria de Dios, y lugar de adoración de parte de judío y de gentil. De nuevo se observará el sábado. Leemos en Isaías 66.23: “De mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová; y 56.1 al 6: “… a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle … a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo … yo los llevaré a mi santo monte”. Tal como era bajo la Ley, así el carácter especial del sábado será observado en esa época futura de santidad; Dios le dijo a Ezequiel: “Santificarán mis días de reposo”, 44.24.

Hemos repasado brevemente el sábado, el día de reposo, desde su introducción en la creación, y en los tiempos antiguos de la Ley, y en el milenio por venir. Es claro que tiene que ver con Israel. Lo que hemos visto nada tiene que ver con la Iglesia.

Domingo: el día del Señor

Para este tiempo presente no hay instrucción alguna para el cristiano a guardar el sábado. Parece que esta es la razón por la que el cuarto mandamiento no se repite en el Nuevo Testamento, a diferencia de los otros nueve. El Espíritu Santo no capacitaba a los que estaban bajo la Ley, pero sí da poder al cristiano de esta época de gracia para cumplir con las exigencias divinas. Es cierto que el creyente no puede hacer caso omiso de aquello que Dios decretó, pero no hay para él requerimiento alguno a santificar el séptimo día.

Cualquier intento en este sentido sería una falta al estilo de la de los gálatas: “Volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos … Guardáis los días [los sábados], los meses [luna nueva], los tiempos [las semanas festivas] y los años [los años sabáticos]” 4.10. Ese proceder nada hace para enriquecer el alma, sino esclaviza al creyente, como dice el versículo 9.

El apóstol dijo lo mismo a los colosenses: “Nadie os juzgue … en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir”, 2.16. Él agrega que la sustancia es de Cristo. O sea, lo que es para el disfrute del creyente en Cristo es por mucho superior a cualquier régimen sabático. Es cierto que Pablo iba a la sinagoga los días sábado en sus viajes misioneros; Hechos 13.42,44; 17.2; 18.4. Pero no lo hacía para cumplir con la Ley de Moisés, cosa que condenó en Gálatas, sino visitaba las sinagogas para predicar el evangelio de la gracia.

Sin embargo, Dios ha mantenido el principio de poner aparte un día de la semana. Por cuanto la gracia caracteriza esta época, no ha dado un mandamiento al estilo de aquél del sábado, pero sí ha mostrado en su Palabra que el primer día de la semana se distingue de tres maneras.

Primera: La resurrección de Jesucristo hace que el día sea distintivo, por cuanto todos los cuatro Evangelios especifican que fue el primer día de la semana que nuestro Señor resucitó de entre los muertos, Mateo 28.1, etc., y esta gran obra significa la realización del plan de redención.

Segunda: Desde la Fiesta de las Primicias, cuando Cristo resucitó de los muertos, transcurrieron cincuenta días [los judíos cuentan el primero y el último], de manera que había llegado el Día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo se derramó sobre los creyentes; compárese Hechos 2.1 con Levítico 23.15.

Tercera: Fue en el primer día de la semana que los creyentes primitivos se reunían para celebrar la Cena del Señor. Considerando que el Salvador resucitó en ese día y el Espíritu vino en ese día, es muy apropiado que sea el día en que el pueblo de Dios se congregue para partir el pan, Hechos 20.7, y anunciar la muerte del Señor hasta que Él venga, 1 Corintios 11.26.

Es en esta ocasión, según las Escrituras, que se efectúa la ofrenda. Sabemos por 1 Corintios 16.2 que cada primer día de la semana cada uno en la congregación pone aparte algo, según el Señor le haya prosperado, y que este “algo” constituye “la ofrenda de los santos”. Aprendemos que en el Nuevo Testamento esta ofrenda dominical es la aplicación del principio que prevalecía bajo la Ley, cuando los judíos traían de la abundancia voluntaria en sus manos, según Jehová su Dios les hubiere bendecido. Esto lo hacían cada año precisamente en el Día de Pentecostés (“la fiesta de las semanas”) según relata Deuteronomio 16.10.

En ninguna parte de la Palabra de Dios se habla del primer día de la semana como un sábado. Destacamos, sin embargo, que el creyente en Cristo da buen testimonio a sus prójimos, y beneficio a su propia alma, al respetar el carácter peculiar del domingo de una manera parecida a como el santo del Antiguo Testamento respetaba el día sábado. Es el Día del Señor, el día que le corresponde a Él, cuando el Espíritu Santo comenzó otra obra y cuando Dios desea recibir de los suyos una ofrenda de gratitud.

 

Algunas diferencias

  • El sábado es el séptimo día; el domingo es el primero de la semana.
  • El sábado era día de reposo para el Creador; fue en el domingo
    que Cristo resucitó y echó la base para el reposo nuestro en redención.
  • El cumplimiento con el sábado era obligatorio bajo la Ley,
    pero el reconocimiento del domingo es un privilegio bajo la Gracia.
  • El sábado señalaba a un pueblo terrenal, Israel,
    pero el domingo distingue a un pueblo celestial, la Iglesia.
  • El sábado proclamaba lo que Israel podía hacer para Dios;
    el domingo significa lo que Cristo ha hecho para nosotros.
  • El sábado se celebraba con la ofrenda de dos corderos como holocausto,
    uno en la mañana y otro en la tarde, y la con lectura de las Escrituras.
    El domingo se celebra con el partimiento del pan en conmemoración
    de lo que Cristo ha hecho a nuestro favor, y también con efectuar
    la ofrenda de los santos.

Algunas actividades que muchos creyentes
prefieren no realizar en el Día del Señor

  • Hacer mercado que se puede realizar otro día
  • Leer periódico; ocuparse de las noticias del mundo impío
  • Salir de paseo a expensas de las reuniones y actividades entre el pueblo de Dios
  • Ocuparse en deporte
  • Mantener o reparar la casa y el vehículo
  • Hacer tareas para la escuela o la universidad
  • Cumplir con turnos en el lugar de empleo, cuando el patrono aceptaría
    que uno trabaje otro día de la semana
  • Asistir a fiestas, cumpleaños, etc.
  • Abrir el negocio al público
  • Malgastar la oportunidad de estar con el pueblo de Dios
    y/u ocuparse de la Palabra de Dios
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