¿Qué es la voluntad de Dios para mí? (#866)

¿Qué  de  la  voluntad  de  Dios  para  mí?

 

Malcolm Horlock; Cardiff, Gran Bretaña

                                                Primera parte

                                                Segunda parte

                                                Tercera parte

Primera Parte

 

 

Muchos nos hemos animado en una u otra ocasión por las palabras que dijo Job en cuanto a Dios: “El conoce mi camino”, 23.10. Sin embargo, queda la pregunta importante para cada uno: ¿Cómo puedo conocer el camino que quiere que yo tome?

Sin duda todo creyente cree, por lo menos de una manera general, que el Señor “guía” en las vidas de sus hijos. Tenemos que creerlo, porque las Escrituras lo enseñan claramente. Tenemos, por ejemplo, la promesa de Dios en Salmo 32.8: “Té haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar”.

Sospecho, no obstante, que si somos honestos muchos de nosotros reconoceremos que cuando estamos realmente confrontados con una decisión, no sabemos qué hacer. En muchos casos somos genuinos en el deseo de ir por el camino que Dios ha dispuesto, pero no procedemos con-fiadamente; a veces sentimos angustia, frustración y depresión espiritual.

Ahora, ¿por qué debe ser así?  Probablemente una razón es que estamos bien conscientes del hecho de que Dios guía a su pueblo en general, pero en la práctica no estamos dispuestos a confiar en su gobierno en nuestras propias vidas. Posiblemente una segunda razón sea que nunca hemos comprendido en verdad el método por el cual Él suele guiar a su pueblo en nuestros tiempos.

 

Veamos unos ejemplos. Un creyente joven está por graduarse de sus estudios y tiene que decidir qué trabajo buscar, en qué parte del país, o específicamente en qué empresa. Otro creyente está preguntándose seriamente si debe dedicarse a tiempo completo a la obra del Señor. ¿Pero dónde, y en qué tipo de servicio? Tal vez otro está pensando en el matrimonio y desea estar seguro que esto sea lo que Dios quiere para él o ella. Y aun si es así, ¿es ésa la persona que debe ser su compañero de por vida? Otro hermano o hermana está por perder su empleo; ¿debe continuar donde está viviendo, o radicarse en otra ciudad? Pero con frecuencia se da el caso que uno no sabe dónde comenzar cuando está enfrentado con decisiones como estas. Algunos dicen simplemente: “Voy a orar acerca de eso”. Bien, uno debe orar, pero esto no basta si no tenemos alguna idea sobre cómo reconocer la dirección divina cuando la recibimos.

Así, encontramos que diferentes cristianos tienen diferentes maneras de interpretar la orientación del Señor. Claro está, reconocemos que no todos tenemos la misma experiencia; sería incorrecto pensar que la manera en que Él ha guiado a uno tiene que ser la manera en que conducirá a todos. Sin embargo, tenemos que considerar en un espíritu de oración qué dice la Biblia acerca de su manera normal de guiar a su pueblo. No podemos dejar esto a las adivinanzas; hay demasiado en juego.

 

Comencemos con lo que sabemos. No podemos pensar que Dios nos va a guiar con una columna de fuego en el cielo, por una estrella o por aquello de 2 Samuel 5.24: ¡el ruido como de marcha por las copas de las balsameras!  Tampoco hay mucha probabilidad que nuestros oídos literales escucharán voces literales o que nuestros ojos verán ángeles parados frente a la casa esperando tomarnos por la mano. Dios no está obrando así. Entonces, ¿cómo obra?

Podemos aprender mucho de la oración de Pablo que está registrada en Colosenses 1.9: “… que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual”. Descubrimos aquí que el conocimiento de la voluntad de Dios viene por medio de “sabiduría e inteligencia espiritual”. Pero, ¿qué quiere decir esto? La palabra traducida inteligencia encierra la idea de atar o coordinar las cosas. Se la usaba, por ejemplo, al hablar del flujo de las aguas donde se unen dos ríos.

La inteligencia espiritual es, entonces, el hecho de ver la relación entre una cosa y otra. Nos permite pesar la evidencia disponible y escoger entre dos o más posibilidades para llegar a una conclusión acertada. Al escribir acerca de la voluntad de Dios, Pablo insiste que la inteligencia tiene que ser espiritual. No es cuestión de la habilidad natural de uno, y por lo tanto el apóstol tuvo que orar que los colosenses la recibiesen.

Como cristianos, debemos tener una escala de valores radicalmente diferente de la que tienen los que no son salvos. La inteligencia que Pablo tiene en mente involucra nuestra aplicación de estos valores todo lo que tiene que ver con la decisión que vamos a tomar. Nuestra evaluación debe ser formada sobre la base de consideraciones espirituales, o sea, a la luz de los motivos cristianos y las enseñanzas de la Palabra de Dios.

Otro pasaje de gran importancia es Santiago 1.5,6: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe …” Los cristianos que recibieron la epístola de Santiago estaban padeciendo persecución. Tenían muchas necesidades apremiantes, y una fue la de saber cómo conducirse cuando tenían que tomar decisiones.

Para nuestro fin presente, vamos a observar que Dios ha prometido suplir la sabiduría necesaria cuando uno pide de la manera apropiada. Esta promesa sigue vigente para nosotros; podemos orar como el salmista: “Enséñame, oh Jehová … dame entendimiento …” 119.33,34.

 

 

Segunda Parte

 

 

Veamos ahora cinco ejemplos en el Nuevo Testamento que demuestran cómo los discípulos primitivos tomaron sus decisiones. Por favor: Lea los pasajes a los cuales nos referimos.

 

  1. Hechos 6.1 al 4. Los apóstoles tenían un problema. Los judíos de habla griega en la iglesia se quejaban de que las viudas entre su número no estaban atendidas adecuadamente en el reparto de la ayuda para los necesitados. ¿Cómo reaccionaron los apóstoles?  Escuche sus palabras: “No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos de entre vosotros…”

En vista del ministerio espíritu que el Señor les había encomendado, no hubiera sido sensato, dijeron, invertir su tiempo en este otro asunto; correspondía a otros hacerlo. No hacía falta una señal visible ni una misteriosa convicción interna. Había un reconocimiento que, desde el punto de vista espiritual, era “justo”. Esto bastaba.

 

  1. Hechos 11.28 al 30. Aquí llegamos a conocer a Agabo. Uno tiene que sentir cierta lástima por Agabo, porque en los capítulos 11 y 21 figura como portador de malas noticias. Esta vez su tarea era de anunciar que se acercaba una gran hambre. La respuesta de los creyentes en Antioquía fue automática; observe la palabra entonces al comienzo del versículo 29: “Entonces … los discípulos determinaron enviar socorro …”

Bastaba con conocer las enseñanzas del Señor sobre las responsabilidades cristianas en cuanto al amor y la comunión hermanable. ¡Su respuesta fue determinada por la simple aplicación de las normas conocidas a todo creyente!

 

  1. Romanos 1:9 al 13, 15:18 al 24.            En su carta a los cristianos en Roma, Pablo explica sus razones por no haber visitado la asamblea antes. No fue por falta de deseo; fue sencillamente porque había estado tan ocupado que no había encontrado tiempo. Se había dedicado de lleno a la predicación en la región desde el sur de Palestina hasta el norte de Macedonia, 15.19. Su prioridad sobresaliente había sido las áreas que no conocían el evangelio, 15.20.

Ahora, sin embargo, las circunstancias habían cambiado. Ahora había iglesias locales establecidas en toda la región, y por lo tanto Pablo sentía que no tenía tanta responsabilidad allí, 15.23. Por consiguiente, reflexionó sobre la situación, sabiendo que podría impartir algún don espiritual a los creyentes en Roma. Sabía también que una visita a Roma le daría la oportunidad de proclamar el evangelio allí, y tal vez le sería factible seguir hasta España también.

Estos factores resolvieron el asunto para Pablo. Sin esperar ningún “llamado de Macedonia” –véase Hechos 16.9– o alguna señal peculiar, él se dedicó a orar a favor de una visita a Roma y hacer sus planes en este sentido; pero todo “por la voluntad de Dios”, como dice en el 1.10.

 

  1. 1 Corintios 16.4 al 9, 2 Corintios 1.15 al 24. Pablo había escrito a los corintios que, Dios mediante, quería visitarles pronto y pasar un tiempo entre ellos; véase 1 Corintios 16.2 al 6. Pero no había llegado, y algunos en la asamblea estaban diciendo que era incumplido y que no hacía sus planes con el debido cuidado, 2 Corintios 1.17.

Al explicar el asunto, Pablo insistía en que tenía una razón válida por no haber ido. No era que no se sentía guiado a viajar a Corinto, sino que la mala conducta de los cristianos en Corinto le obligaría a asumir una actitud severa hacia esos hermanos, y él quería evitar el uso de “la vara”, como indica en 1 Corintios 4.21 y 2 Corintios 1.23. Su sabiduría espiritual le había impulsado a postergar la visita hasta poder realizarla en amor y en un espíritu de mansedumbre.

 

  1. 1 Corintios 16.12. Por una razón u otra, Pablo había animado a Apolos a visitar a Corinto de nuevo. Apolos, sin embargo, no estaba dispuesto hacerlo. No era que estaba esperando que alguien le metiera unos billetes en la mano, en el monto exacto del pasaje a Corinto, para poder decir que había recibido del Señor una señal que debería viajar. Al contrario, Pablo pudo asegurar a los corintios que su conservo iría en la primera oportunidad conveniente.

Es evidente, pues, que los cristianos de los tiempos del Nuevo Testamento no requerían, por regla general, algún acontecimiento milagroso, una visión, o una serie de coincidencias llamativas. Tampoco aceptaron las circunstancias del momento como una guía definitiva. Aquellos factores que influyeron en sus decisiones eran evaluados e interpretados a la luz de su conocimiento de Dios y cualquier enseñanza relevante que Él había dado.

Nuestra Biblia nos cuenta que cuando Jonás huyó de la presencia de Dios a Jope, encontró una barca que iba a Tarsis. Pero sabemos que esta coincidencia no era indicio alguno de la voluntad de Dios para él. Al interpretar la nave a la luz de lo que Dios ya le había dicho, vemos que este transporte tan conveniente representó una tentación para Jonás y no una evidencia de la dirección del Espíritu Santo.

Podemos citar también un ejemplo de la vida de David cuando huía de Saúl. Hubo esa ocasión cuando Saúl entró en una gran cueva en el desierto de En-gadi, no sabiendo que David y sus hombres estaban escondidos en la misma cueva en ese momento, 1 Samuel 24.1 al 7. Los hombres que rodeaban a David intentaron persuadirle que Dios había ordenado esta circunstancia, entregando a Saúl en sus manos para que David, o ellos mismos, se aprovecharan de la misma matando a Saúl de una vez.

David rechazó la idea de plano. Él disponía de otra cinta métrica para discernir la voluntad de Dios, sabiendo que Dios había designado a Saúl para reinar sobre Israel.  No obstante las circunstancias del momento, David reconoció que el Señor no le conduciría por una vía que no fuese las “sendas de justicia”.

 

 

 

 

 

 

 

 

Tercera Parte

 

En la Primera Parte esbozamos el método que Dios ha escogido para guiar a su pueblo hoy en día. Vimos que consiste en la aplicación de valores y normas cristianos a las cosas que afectan nuestra situación o decisión. En la Segunda Parte consideramos cinco ejemplos del Nuevo Testamento que ilustran que así fue que la Iglesia primitiva experimentó la dirección divina. Ahora vamos a intentar a relacionar a nosotros mismos lo que hemos aprendido.

Es esencial que el creyente, y especialmente el creyente nuevo en la fe, conozca bien las enseñanzas básicas de las Escrituras que gobiernan nuestra conducta diaria, ya que sus decisiones sobre las cosas aun rutinarias deben ser tomadas sobre éstas. Pero es esencial que entendamos qué quiere decir esto. La Biblia no nos anima a esperar que Dios nos guíe por medio de palabras o versículos sacados fuera de su contexto.

Dios no ha prometido “darnos un versículo” en este sentido. Por ejemplo, un cristiano lee Deuteronomio 1.6, “Habéis estado bastante tiempo en este monte”. ¡Él no brinca a la conclusión que Dios quiere que venda su casa y compre otra, o que renuncie su empleo en seguida!

Un misionero joven tenía el propósito de servir al Señor en Egipto. Antes de viajar a ese país, encontró varias veces en su lectura diaria palabras como las de Génesis 26.2: “No desciendes a Egipto …” ¿Qué haría? Sabiamente, no dejó que eso le estorbara; se dio cuenta de que lo importante era el sentido espiritual o simbólico de esa prohibición. Ningún sentido habría en una interpretación literal de esas palabras tomadas fuera de su lugar en la Biblia.

Por otro lado, hay muchos versículos en la Biblia que contienen por sí solos una u otra enseñanza relevante, y una dirección que Dios nos está dando. Voy a ilustrar. Un creyente había resuelto no cumplir un compromiso que había asumido, porque se dio cuenta que no le sería tan ventajoso como había pensado. Antes de echarse atrás, sin embargo, leyó el Salmo 15, y encontró allí estas palabras: “¿Quién morará en tu monte santo? … El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia”. En obediencia a este mensaje del Señor, cumplió la promesa que había hecho.

Otro ejemplo sencillo: Es clara la enseñanza de 2 Corintios 6.14 (“No os unáis en yugo desigual …”), de manera que sería ridículo aseverar que sea la voluntad de Dios que un cristiano se casara con una persona inconversa, o que la tuviera como socio en su negocio. En mi propio caso encontré en mi juventud una ayuda enorme en las palabras de 1 Corintios 10.23: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica”. Este versículo me enseñó que hacían falta dos preguntas al evaluar mis intereses y actividades: (1) ¿Esto tiene provecho espiritual? (2) ¿Esto fortalecerá mi vida espiritual? ¡No tardé mucho en determinar mi actitud hacia la música popular, el cine, el cigarrillo y una serie de cosas más!

Finalmente, permítame mencionar dos peligros contra los cuales debemos protegernos cuando buscamos la voluntad del Señor. Son la incredulidad y la insinceridad.

La incredulidad: Hay una condición importante que Dios ha puesto a su promesa a concedernos la sabiduría necesaria. Es la oración de fe; Santiago 1.5 al 7. Tenemos que distinguir entre la oración a rodillas acerca de una decisión que nos tiene perplejos y la preocupación a rodillas, o sea, el afán carnal.

Debemos encomendar nuestra situación al Señor, pedir la sabiduría, y confiar que Él la proveerá. “No dudando nada”, dice Santiago. La promesa de Dios es: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”, Proverbios 3.5,6. Santiago nos asegura de la disposición divina a dar la comprensión espiritual a quien la pida;  Él da abundantemente, a saber, con libe-ralidad, sin reserva.

La insinceridad: Antes de llegar a una decisión tenemos que hacer un esfuerzo honesto a reconocer cualquier pre-ferencia personal o predisposición hacia cierto criterio. Es preciso un deseo genuino a conocer la voluntad del Señor. Somos egoístas por naturaleza, y muy adeptos para justificar lo que queremos hacer. Las Escrituras nos relatan diversos casos de hombres que buscaron dirección de Dios pero procedieron a hacer lo que habían decidido de antemano.

Un ejemplo de esto lo tenemos en 2 Crónicas 18. Josafat y Acab hicieron guerra contra Siria, habiendo pedido consejo de los profetas de Acab y luego de Micaías, profeta de Dios. La conciencia de Josafat requería que consultara a Dios pero él hizo caso omiso de la respuesta recibirla. Otro ejemplo está en Jeremías 42.1 al 43.7. Johanán y todos los oficiales de guerra hablaron de una manera muy bonita a Jeremías: “Sea bueno, sea malo, a la voz de Jehová nuestro Dios … obedeceremos”. Pero, cuando el profeta les comunicó la respuesta que Dios le dio, ellos protestaron: “Mentira dices; no te ha enviado Jehová …” ¡Guárdese contra la confusión entre sus propios deseos y la voluntad divina!

Si pedimos con fe, y si somos sinceros al evaluar los hechos a la luz de los valores cristianos, Dios ha prometido condu-cirnos a la decisión certera. No es que nunca ha usado señales para guiar a su pueblo. Lo ha hecho. No es que nunca da a los suyos “convicciones” particulares acerca de su voluntad. Muchos casos de esto existen en la experiencia y en biografías escritas. Con todo, estos métodos no representan su manera normal de proceder. Él se ha comprometido a proveer la sabiduría necesaria para que tomemos las decisiones correctas. ¡Podemos estar seguros de que cumplirá su Palabra!

Puede que cambien posteriormente los hechos que nos condujeron a tomar cierto paso. Esto no debe preocuparnos. Simplemente volvemos a pedir nueva dirección, confiados que Dios da “sin reproche”. O sea, Él no nos ridiculiza; Santiago 1:5. Nos regocijamos en la confianza que compartimos con el salmista: “Me has guiado según tu consejo, y después, me recibirás en gloria”, 73.24.

 

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