Números (#763)

Leyendo día a día en Números

J. B. D. Page

Day by day through the Old Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

Introducción

Título: Este cuarto libro del Pentateuco deriva su nombre Números de la versión Septuaginta y fue designado así por el censo del pueblo en el desierto de Sinaí, capítulos 1 al 4, y de nuevo treinta y ocho años más tarde en las llanuras de Moab, capítulo 26.

Escritor: “Moisés escribió sus salidas”, 32.2.

Nexos: Este libro no está desligado de los otros. Éxodo describe el camino de la salida y la verdad fundamental de la redención. Levítico habla del acceso a Dios y detalla los principios de la adoración. Números relata la travesía del desierto, con lecciones para nuestra conducta en este mundo.

En Levítico figuran mucho los sacerdotes, en Números los levitas y hacia el final el pueblo.

Análisis: W. G. Scroggie discierne dos divisiones amplias:

  • La estadía en Sinaí – 1.1 al 10.10, donde el pueblo fue organizado y preparado para el viaje.
  • La marcha a las llanuras de Moab – 10.11 al 36.13. Al llegar a Cades, la incredulidad pone un alto en el viaje. Después de haber vagado por años ellos reiniciaron la marcha, pero no sin quejas.

Instrucción Espiritual: Al referirse a varias experiencias de los israelitas en el desierto, Pablo escribe: “Estas cosas les sucedieron como ejemplos (o tipos) y están escritas para amonestarnos”, 1 Corintios 10.11. Debemos estudiar el libro.

Así como Levítico comienza con la frase “desde el tabernáculo”, Números comienza con “en el desierto”. “Desde el tabernáculo”, donde los creyentes adoran al Señor en primer día de la semana, salimos “en el desierto” para servir al Señor. Cual sacerdotes, adoramos en el santuario; cual levitas, trabajamos en el mundo, testificando para Cristo.

En esencia, Números registra las muchas avatares de la vida del pueblo en desierto, las cuales ilustran las abundantes pruebas que los creyentes encuentran en el mundo. No es en primer lugar un libro de conflicto con los enemigos afuera, como es el libro de Josué, sino un relato de los enemigos adentro, como por ejemplo la murmuración, la incredulidad y la insubordinación en nuestro peregrinaje en el mundo. No falla la gracia de Dios, y se encuentran en Cristo nuestros recursos.

3.5 al 3.9
Los levitas

Los levitas, a quienes Dios había tomado para sí, 3.12, no vivían entre las doce tribus, sino aparte, en torno del tabernáculo, versículos 23, 29, 35. Ellos nos aportan instrucción espiritual.

Desde luego, eran prole de Leví, cuyo nombre quiere decir “unido”. El primer requisito para nosotros es ser unido al Señor, 1 Corintios 6.17, por la obra regeneradora del Espíritu Santo. También son significativos los nombres de los tres hijos de Leví, y de los hijos de ellos.

Gersón (el mayor de los hijos de Leví), sugiere el curso de la vida del creyente. El nombre quiere decir “exilio”, y nosotros como creyentes debemos ser como exiliados, a saber, separados del mundo. Compárese 1 Pedro 1.1, 2.11,12. Su hijo mayor era Libni, versículo 18, es decir “blanco”, que es simbólico de la pureza de un pueblo separado. El hijo menor era Simei, a saber “mi informe”, una insinuación de que cada uno de nosotros dará cuenta de si en el tribunal de Cristo, Romanos 14.10 al 12, 2 Corintios 5.10.

Se ve el carácter de una asamblea en Coat y en sus hijos. El nombre de este segundo hijo de Leví, 3.17, significa “asamblea” y nos hace pensar en la iglesia local. El mayor de los cuatro hijos de Coat era Amram, versículo 19, “pueblo del Exaltado” señalando que los creyentes en una asamblea, tanto particular como colectivamente, deberían reconocer el señorío de Cristo. El nombre del segundo Izhar, quiere decir “unción del Espíritu Santo”, cosa esencial para servir al Señor. El sentido de Hebrón, su tercer hijo, es “unión” que trae a la mente la unión con Cristo y la autentica unión de la asamblea. Uziel, “el poder de Dios”, era el cuarto y nosotros dependemos de Dios en la obra del Señor.

Merari, el tercero de los tres de Leví, y los hijos suyos, imparten una advertencia. Merari quiere decir “amargo” y él contaba con dos hijos Mahli y Musi; “enfermo” y “flexible”. La amargura de espíritu hacia un con-creyente, o aún hacia el Señor, conduce a enfermedad espiritual, pero la sanidad viene de la sumisión al Señor, Efesios 4.31, 32. Una actitud como la de Cristo hacia otra persona promueve la armonía, Filipenses 2.2 – 5.

4.1 al 33
La obra de los levitas

Los levitas se dedicaban exclusivamente al tabernáculo, tanto en el campamento como en la travesía del desierto. Esta porción de Números describe los preparativos para la marcha. Fue una obra ordenada por Dios, y cada tarea para ellos fue definida con precisión divina, de manera que cada cual sabía qué debía hacer, y lo hacía. El mismo principio debe aplicar para nosotros.

Al ser señalado que se iba a marchar, los hijos de Coat cubrían el arca del velo, con pieles de carnero y finalmente de un paño todo de azul, versículos 5 y 6. Estas cubiertas hablan de la persona de Cristo en su humanidad y humillación, Hebreos 10.20, Filipenses 2.5 al 8, mientras que el paño azul, lo único que estaba a la vista, era un recordatorio constante de que el Señor es del cielo, 1 Corintios 15.47. La mesa de los panes, la lámpara para luz y el altar de oro fueron cubiertos como segundo paso, versículos 7 al 12, y se quedaban visibles solamente las pieles de tejones que por regla general se usaban como suela para zapatos, Ezequiel 16.10. Estos artículos simbolizaban el ministerio de Cristo, necesario a lo largo de toda la peregrinación.

El altar, una vez quitadas las cenizas, se cubría de un paño de púrpura y también de pieles de tejones, 4.13, 14. Esto nos dirige hacia la obra de Cristo. Si la cubierta exterior, las pieles, es emblemático de la profundidad de su humillación, entonces la púrpura – un color de dignidad entre la realeza, Jueces 8.26, Ester 8.15 – proclama que para el crucificado Señor de gloria,
1 Corintios 2.8, habrá una gloria venidera, 1 Pedro 1.11.

No se menciona la fuente; no estaba en la carga asignada a la familia de Coat. Los muebles simbolizaban a Dios revelado en Cristo. La fuente servía para la purificación de los sacerdotes en su servicio.

Los hijos de Gersón eran responsables por las cortinas y la cubierta de pieles de tejones, además de la cerca de tela, 4.24 al 26.

La responsabilidad de los de Merari era la de las tablas que formaban las paredes del tabernáculo y la de las columnas del atrio, 4.29 al 32.

Con estas cargas preciosas listas para la marcha, los levitas estaban en condiciones de proseguir. Nosotros debemos emprender nuestro servicio para el Señor en el poder del santuario en el día del Señor. El orden divino es primeramente la adoración y luego la obra. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás” Mateo 4.10.

8.5 al 26
La consagración de los levitas

Una vez que los príncipes tribales habían traído sus ofrendas en doce días consecutivos, durante la erección del tabernáculo, y Aarón había encendido la lámpara, 7.1 al 8.4, los levitas fueron puestos aparte para el servicio del santuario. La ceremonia se dividía en tres fases.

La purificación, versículos 5 al 7: Para realizar esta, el mandamiento divino fue: “Rocía sobre ellos el agua de la expiación” versículo 7; compárese con Éxodo 30.19, 20 que es figura del lavamiento de la regeneración, Tito 3.5. Luego, ellos debían rasurar todo el cuerpo, no sólo una parte del mismo, recordándonos que nuestro hombre viejo está crucificado con Cristo, Romanos 6.6. Entonces debían lavar su ropa, porque aún nuestros hábitos deben ser purificados por, y ajustarse a, la Palabra de Dios.

La presentación, versículos 8 al 14, estaba vinculada con “un novillo, con su ofrenda de flor de harina” y “otro novillo para expiación”, versículo 8. Los dos hablan del sacrificio perfecto de Cristo.

Aarón los ofreció en el tabernáculo, donde los israelitas congregados pusieron las manos sobre los levitas. Aarón los ofrecía a éstos como ofrenda delante del Señor para servir en el ministerio, versículo 11. En figura, los levitas fueron presentados como sacrificio vivo, pero nosotros debemos presentarnos al Señor en realidad para el servicio suyo, Romanos 12.1.

Una vez que los levitas habían impuesto las manos sobre las cabezas de estos novillos, los cuales se ofrecieron en sacrificio por ellos, Moisés presentó a estos hombres delante de Aarón y de sus hijos (los sacerdotes) cual ofrenda a Jehová para que realicen el servicio del tabernáculo, versículos 12 al 15, pero no les era permitido entrar en el mismo, 18. 2 al 7.

La posesión, versículos 15 al 19: “Porque enteramente me son dedicados a mí los levitas… en lugar de todo primer nacido”, dijo el Señor en versículo 16. En el inicio el Señor reclamó a los primogénitos para juicio en Egipto, Éxodo 11.4 al 7, pero posteriormente los levitas asumieron el lugar de éstos en el servicio divino; véase 3.12, 13, 40 al 51.

Los levitas pertenecían al Señor pero fueron devueltos a los sacerdotes para servir. Nosotros tampoco somos nuestros, sino del Señor, 1 Corintios 6.19,20, y debemos servir a nuestro Gran Sumo Sacerdote.

10.11 al 36
La marcha

Los levitas se destacan hasta el 10.10 como figura de los siervos del Señor en su obra, pero de allí en adelante el tema es Israel en la marcha cual ilustración de la vida de los creyentes.

“La nube se alzó del tabernáculo”, 10.11, señal para los levitas a tocar las dos trompetas de plata como aviso. Cada uno de los cuatro campos debían emprender el viaje en secuencia, 10.2,6. El campo este, Judá, asumió la delantera en la marcha, 10.14 al 16, seguido por Gersón con los de Merari llevando “el tabernáculo”, a saber, la estructura, 10.17, en sus vagones tirados por doce bueyes que habían sido aportados por los príncipes, 7.1 al 8. El campo sureño de Rubén seguía en orden, 10.18 al 20, y luego Coat “llevando el santuario”, (los muebles), 10.21, a cuestas porque su carga era sagrada, 7.9. En tercer lugar estaba el grupo occidental de Efraín, 10.22 al 24, y finalmente el campo norteño de Dan, 10.25 al 28.

Cuando el conjunto de Judá había asumido el primer lugar, cada uno de los demás podía emprender la marcha al sonido de las trompetas de plata, 10.18,22,25. Antes de proceder nosotros, debemos consultar y ser guiados por Él.

Antes de despedirse de Sinaí, Moisés tomó la iniciativa imprudente de pedir a su cuñado madianita Hoab a ser “en lugar de ojos” para Israel, 10.28 al 32. Recurrió a un hijo del desierto para orientación en lo desconocido. ¡Cuán fácil es solicitar la ayuda del hombre y olvidarnos de que el Señor es nuestro recurso!

El arca no estaba en el lugar intermedio de la columna humana, sino “fue delante de ellos”, 10.33, para conducirles. Al aludir a esta escena, el salmista percibía el arca como símbolo del Pastor de Israel que moraba entre los querubines, conduciendo a José (representativo de la nación) como ovejas a través del desierto con los demás siguiendo atrás, Salmo 80.1,2; véase Génesis 49.24 y Números 10.22 al 24. Para nosotros, Cristo es el Líder todo suficiente, cual buen Pastor.

Con la experiencia de Sinaí detrás de ellos, el arca procediendo delante de ellos y la nube sobre ellos, 10.34, Salmo 105.39, marcharon con Dios siempre presente, una vez que Moisés había orado, 10.35.

11.1 al 9
La queja del pueblo

Al organizar y proveer para su pueblo en el desierto, el Dios omnisciente domina los primeros diez capítulos, pero a partir del 11 se manifiesta el hombre en su conducta miserable. Este capítulo abre con la primera de las cuatro murmuraciones desde Sinaí hasta Moab.

En el desierto yermo y caluroso, el Señor alimentó a su pueblo cada día con el maná, llamado “trigo de los cielos” en Salmo 78.24. Llorosos, el pueblo se quejó y dijo: “¡Quien nos diera a comer carne!” aludiendo al pescado y los seis tipos de legumbres que comían en Egipto, versículos 4,5. Sin hacer mención de los azotes infligidos por sus capataces y la labor de hacer ladrillos, ellos anhelaban la dieta egipcia. Esta actitud ilustra la naturaleza humana no santificada con sus gustos y tendencias mundanos. Por nuestra parte, mengua el primer amor, se disminuye la frescura de la vida divina y se nos apelan las cosas carnales del pasado.

Quejándose todavía, el pueblo dijo: “Nada sino este maná ven nuestros ojos”, versículo 6. Se habían cansado de la maravillosa provisión de Dios. ¡Terrible! El maná es un tipo de Cristo, Juan 6.31 al 59, y así, figurativamente, ellos hablaban en contra de Cristo. Es posible que los placeres y apetitos mundanos desplazcan a Cristo en nuestras vidas y que lleguemos a quejarnos. Cuando esto ocurre, Cristo deja de ser la porción preciosa que sacia nuestra alma, y así, como los israelitas se quejaron abiertamente que “nuestra alma se seca”, nuestra experiencia interior se torna en lo mismo debido a una hambruna espiritual. El pescado y las frutas de Egipto no son ningún sustituto para “el trigo del cielo” como alimento para el hombre interior.

Probablemente la razón del fracaso del pueblo haya sido la “gente extranjera que se mezcló entre ellos”, versículo 4. Ellos, que se juntaron con los israelitas en su salida, Éxodo 12.38, no habrán sido gentuza ni vagos, sino, más probable, egipcios casados con hebreos. Aquí en el desierto tuvieron “un vivo deseo” versículo 4, que dio lugar al malestar y a la postre desastre para el pueblo de Dios. Como un principio, las mezclas, que Dios aborrece, provocan la debilidad espiritual. Por el otro lado, la separación de los entremezclados es una fuente de fuerza, como Israel descubrió siglos más tarde según Nehemías 13.3.

11.10 al 35
La responsabilidad de Moisés compartida

La secuela de la murmuración del pueblo, versículos 1 al 9, fue un disgusto de parte de Moisés. El pueblo falló y Moisés también, como se percibe en las palabras que dirigió al Señor en el versículo 11: “¿Por qué has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí?” Él sentía la enorme carga de conducir a dos millones de personas. A veces usted y yo sentimos el peso y el calor del día, pero el salmista dice: “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sostendrá”, Mateo 20.12, Salmo 55.22.

Exhibiendo su inconformidad con el maná, el pueblo lloró y dijo: “¡A comer carne!” De manera que Moisés, al quejarse ante el Señor, dijo en el 11.13: “¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo?” Moisés no podía suministrar alimentos para esa multitud por un solo día en ese desierto, ¡pero el Señor lo hizo todos los días por cuarenta años! Aun en una sociedad afluente, es posible estar inconformes con nuestra suerte, y la lección para nosotros es: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”, Filipenses 4.11, y: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”, 1 Timoteo 6.6.

Al dar expresión a la debilidad humana, como a veces hacemos todos, Moisés dijo: “No puedo yo solo soportar a todo este pueblo”, 11.14. Reza Deuteronomio 1.9,10: “Yo solo no puedo llevarlos, Jehová vuestro Dios os ha multiplicado … sois como las estrellas del cielo en multitud”. A partir de esta coyuntura, compartirían la carga setenta ancianos, quienes serían capacitados para dar liderazgo al pueblo, porque el Señor “tomaría del espíritu” que estaba en Moisés y lo pondría sobre ellos.

El principio expuesto es el de una responsabilidad colectiva, y cada anciano en Israel fue capacitado divinamente para su labor. Esto aplica igualmente a los ancianos de una asamblea. Dijo Jehová a Moisés: “No la llevarás tu solo”, versículo 17, y esta aplica también a cualquiera que intente hacer lo mismo en la obra del Señor. El patrón escriturario para una asamblea no es el de un solo anciano, sino siempre varios, y ellos comparten la responsabilidad de pastorear una asamblea. “Constituyeron ancianos en cada iglesia”, Hechos 14.23.

capítulo 13
El informe de los espías
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Acampados en el desierto de Parán, 12.16, 10.12, relativamente cerca del lindero de Canaán, los israelitas habían llegado a una etapa crucial en su peregrinación. Se podría pensar que el Señor les había ordenado a reconocer la tierra de Canaán, 13.1, pero ellos ya habían declarado: “Enviemos varones delante de nosotros que nos reconozcan la tierra”, Deuterono-mio 1.22. El Señor mismo ya había evaluado aquella tierra, Ezequiel 20.6. Este reconocimiento no era de Dios sino por voluntad humana, y la voluntad carnal termina en desastre.

Comisionaron a doce jefes tribales a reconocer la tierra, y ellos lo hicieron, subieron desde el sur hasta Hebrón, 13.22.

Los espías llevaron de regreso un racimo de uvas que cortaron en el valle de Escol en la vecindad de Hebrón, junto con granadas e higos, versículo 23. Estos tres frutos, evidencia de la fertilidad de la tierra, eran emblemáticos de Cristo. Las uvas, fruto de la vid, se mencionan en primer lugar y dirigen nuestros pensamientos a “la vid verdadera”, Juan 15.1, que es Cristo mismo, especialmente en su preeminencia, Colosenses 1.18. Las granadas las asociamos tanto con el tabernáculo como con el templo, Éxodo 28.33, 2 Crónicas 4.12,13, y por ende con la adoración. Al recorrer las escrituras, los higos y su dulzura nos recuerdan de Cristo como nuestro sustento dulce, Cantares 2.2. Estos frutos, dijimos, fueron encontrados en la localidad de Hebrón, cuyo sentido es “comunión”, y la comunión con el Señor es esencial para participar del fruto divino de Escol.

Al volver al campamento al cabo de cuarenta días, versículo 25, los espías informaron que la tierra era buena, pero el pueblo y sus ciudades eran fuertes, versículos 27,28. Esto dio lugar a inquietud, pero el espía Caleb (“entusiasta, sin reservas”) aquietó al pueblo: “Subamos … más podemos nosotros que ellos”, versículo 30. Él desplegó la confianza de fe en Dios.

Los otros espías dijeron: “No podemos”, expresando su falta de fe, “aquel pueblo … es más fuerte que nosotros” versículo 31. Fue una manifestación de incredulidad, dejando afuera a Dios.

Entonces estos espías incrédulos circularon entre el pueblo, diciendo: “Vimos allí gigantes … éramos como langostas”, versículo 33. Fue la conclusión de la vista. Tengamos cuidado nosotros para andar por fe y no por vista, 2 Corintios 5.7.

capítulo 14
La rebelión del pueblo.

Es evidente que, al oír el informe incrédulo de los espías, el pueblo no se dejó gobernar por la fe sino por una incredulidad oscura y deprimente. “Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto…”, versículo 2. Protestaron contra Dios mismo, versículo 3, y resolvieron entre sí designar un capitán y volver a Egipto, versículo 4. Trágicamente, en primer lugar despreciaron su redención de Egipto, y luego exhibieron su incredulidad deliberada. Josué y Caleb intervinieron pero sin prevalecer, versículos 6 al 9. Por cuanto la incredulidad es incapaz de ver la razón, el pueblo quería apedrear a estos dos espías, pero el Señor se manifestó en su gloria.

El Señor estaba provocado al punto de castigar y desheredar a esta gente rebelde, versículos 11,12, y Moisés medió por ellos cual figura de nuestro gran Mediador, versículos 13 al 19. Moisés fue celoso por la honra de Dios en su ruego, diciendo que al ser muerto todo ese pueblo, las naciones dirían que Él no podía meterles en la tierra que había prometido, versículos 15,16.

Tentado ya más allá de su límite de tolerancia, el Señor le dijo a Moisés que esta generación rebelde iba a perecer en el desierto, versículo 20 al 25, salvo Caleb, quien “decidió ir en pos de mí”. Esta rebelión presagia la que habrá después del regreso del Señor por la Iglesia, cuando perecerán los rebeldes y apóstatas entre los judíos, pero el remanente fiel, habiendo ido en pos del Señor así como los dos espías, entrarán en la dicha milenaria, “Nunca más te llamarán Desamparada … se gozará contigo el Dios tuyo”, Isaías 62,4,5.

Moriría esta generación apóstata, de veinte años para arriba en el primer censo, 1.45,46. Sus hijos no serían peregrinos sino andarían errantes en el desierto por cuarenta años – un año de andanza por cada día de reconocimiento infructuoso, versículo 26 al 35. Aquellos diez espías infieles perecieron en una plaga.

Enfurecidos por esta sentencia de parte del Señor, y no obstante la advertencia de Moisés, el pueblo subió presuntuosamente a la cumbre de un monte con la idea de entrar en la tierra prometida, pero muchos cayeron victimas de los amalecitas y cananitas, versículos 39 al 45.

El comentario inspirado es: “No pudieron entrar a causa de la incredulidad”, Hebreos 3.19. Ay, la incredulidad puede inhibirnos de entrar en y poseer nuestra porción aquí y ahora.

16.1 al 40
La rebelión de Coré.

Coré, el líder de una gran conjura, era levita y de la familia de Coat, quienes eran responsables por los muebles más sagrados del tabernáculo, versículo 1, 4.14,15. Indujo a tres rubenitas y 250 príncipes a levantarse en rebelión, versículos 1,2. Es de notar que Coat quiere decir “asamblea” y Coré parecía ser muerto en Espíritu, mientras que sus tres colegas rubenitas, descendientes del primogénito rechazado, eran descontentos. Tristemente, algunos miembros carnales en las asambleas hoy en día son desleales, así como Coré, y otros inconformes al estilo de los rubenitas; ambos tipos son perturbadores.

Habiéndose juntado “contra Moisés y Aarón”, estos rebeldes dijeron: “Os levantáis vosotros sobre la congregación”, versículo 3, aunque el Señor había llamado y capacitado a estos dos líderes, figuras ellos de Cristo como Señor y Sacerdote, respectivamente. Moisés les retó, como levitas: “¿Os es poco … que ministréis en el servicio del tabernáculo?” y prosiguió: “¿Procuráis también el sacerdocio?” versículos 8 al 10. La meta de Coré y sus colegas no era la de servir en el tabernáculo, como Jehová había ordenado, sino conseguir la posición sacerdotal.

En respuesta a las instrucciones de Moisés, estos rebeldes se pusieron en pie en frente de sus tiendas y “se abrió la tierra”. Descendieron vivos al Seol, versículos 31 al 34, pero fueron excluidos los hijos de Coré, 26.11. Hay un significado profético en la tragedia de Coré y los transgresores principales. Ellos no experimentaron la muerte corporal, sino descendieron vivos al Seol. Al volver Cristo en poder regio, la bestia y el falso profeta serán lanzados vivos al lago de fuego, Apocalipsis 19.20.

Aun cuando solemos prestar poca atención a Coré y su conspiración, Judas le incluye entre tres personajes pecaminosos, versículo 11, no en orden cronológico, para ilustrar y advertir contra el deterioro espiritual al final de la época: Caín actuó en voluntad propia, Balaam buscó el enriquecimiento propio y Coré apuntó a la exaltación propia.

Además de la advertencia profética, hay una lección práctica de parte de Coré para nosotros: ¡no aspire a desempeñar un ministerio que el Señor no le ha asignado!

16.41 al 17.13
La vara de Aarón que reverdeció

Aun cuando los israelitas habían visto la trágica pérdida de Coré y su gente, ellos murmuraron contra Moisés y Aarón, diciendo falsamente “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová”, versículo 41.

El pueblo se congregó “contra Moisés y Aarón”, versículo 42, así como habían hecho Coré y los suyos, versículo 3. El Señor estaba dispuesto a consumirles “en un momento” en su ira, versículo 45, así como en el caso de Coré y los otros conspiradores, versículo 21, pero esta vez se estalló pestilencia entre el pueblo.

Por lo tanto Moisés mandó a Aarón a tomar un incensario lleno de fuego tomado del altar y de poner en él incienso para hacer expiación por el pueblo. “Y cesó la mortandad”, pero murieron 14.700, versículos 46 al 49. En la rebelión de Coré se estaba desechando la fidelidad al sacerdocio, y se hacía lo mismo en la sublevación del pueblo solamente dos días más tarde. Era necesario restablecer la autoridad y la posición del sacerdocio.

Para vindicar el sacerdocio, 17.17, el Señor mando a Moisés a tomar doce varas de los cabezas de tribu, quienes inscribieron sus nombres en ellas. El nombre de Aarón fue puesto sobre la vara de Leví. Se colocaron estas varas en el tabernáculo delante del arca del testimonio con el aviso que florecería la vara del hombre escogido por Dios.

El día siguiente, el cuarto después de la conspiración de Coré, Moisés fue al tabernáculo y encontró que la vara de Aarón había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras, 17.8. ¡No había un solo botón en las demás varas! Solamente la de Aarón reverdeció, y floreció, señalando que el sacerdocio de Aarón no era por nombramiento propio ni humano, sino de Dios. “Nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón”, Hebreos 5.4.

La almendra, que se dice ser el primer árbol que florea cada año, es heraldo de una vida nueva, y por lo tanto emblemático de resurrección, y en este caso, especialmente la resurrección de Cristo. La vara de Aarón no floreció en el desierto sino en el tabernáculo, y no es en el desierto que es este mundo, que el Señor resucitado ejerce su ministerio sacerdotal, sino en “aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”, aun “en el cielo mismo”, Hebreos 8.2, 9.24.

20.1 al 22
La oposición de los edomitas

Con “el mes primero”, cuarenta años cumplidos desde que amaneció el Éxodo, los años de peregrinación llegaron a su fin.

Una ruta más corta desde Cades vía Edom hubiere llevado a la nueva generación de israelitas hasta Canaán. Era mucho más largo dar la vuelta de Edom, ya que este territorio se extendía desde el Golfo de Agaba hasta el Mar Muerto. Consciente de la ruta directa, Moisés envió mensajeros desde Cades al rey de Edom para pedir permiso para su “hermano” Israel a pasar a través de su territorio. No obstante la promesa que el pueblo no saldría del Camino Real, versículos 14 al 17, el rey respondió: “No pasarás por mi país”. Moisés intentó de nuevo, pero el rey grosero rehusó otra vez, versículo 20. El escritor inspirado agrega: “No quiso, pues Edom dejar pasar a Israel por su territorio, y se desvió Israel de él”. Esto tiene un significado doble para nosotros.

El rechazo de Edom: Por cuanto los edomitas eran descendientes de Esaú, y los israelitas de su hermano Jacob, había un nexo carnal entre ellos. Se esperaba una cooperación entre hermanos, pero fue negada. Ahora, la palabra hebrea para Edom está vinculada con la de “Adán”, así que este hermano según la carne simboliza la naturaleza irregenerada dentro de nosotros, que Romanos 6.6 llama “nuestro viejo hombre”. El nombre Israel quiere decir “Dios gobierna” y es figurativo de nuestra naturaleza regenerada, llamada en Colosenses 3.10 y Efesios 4.24 “el nuevo hombre”. Edom no quiso dejar pasar a Israel, manifestando enemistad hacia su “hermano” Israel. La enemistad no puede ser cambiada en amistad, como esperaba Moisés. El mismo principio aplica espiritualmente; nuestras dos naturalezas, la vieja y la nueva, son incompatibles, así como eran Edom e Israel. Gálatas 5.17 acota que “el deseo de la carne es contra el espíritu”.

La reacción de Israel: Ante esta oposición, Israel no recurrió a la fuerza para forzar a Edom, sino “se desvió Israel de él”, versículo 21. Nosotros tampoco peleamos contra la carne, porque, habiendo sido crucificado con Cristo nuestro hombre, lo percibimos como muerto. “Somos sepultados juntamente con él (Cristo) para muerte por el bautismo. Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo”, Romanos 6.6,11. “Cristo vive en mí”, Gálatas 2.20. Por esto debemos huir de las pasiones juveniles y andar en el Espíritu, 2 Timoteo 2.22, Gálatas 5.16.

22.41 al 24.25
Las parábolas de Balaam

Los hijos de Israel acamparon en la llanura de Moab al final del viaje, 22.1. Balac, rey de los moabitas, temía por estar este pueblo triunfante tan cerca de los linderos de su país, y por esto mandó por Balaam, a Madián, a maldecirlos, 22.2 al 11. Con este fin, Balac lo llevó a tres miradores.

Habiendo subido a Bamot-baal, Balaam pronunció su primera parábola, 23.7 al 10. Rehusó maldecir a quien Dios no maldijo, y dijo: “He aquí un pueblo que habitará confiado [o solo] y no será contado entre las naciones”. La separación caracteriza a Israel, como a la iglesia también: “No son del mundo, como yo tampoco soy del mundo”, Juan 17.14.

Protestando que había visto solo la cuarta parte de Israel, fue llevado a la cumbre de Pisga, 23.14, para un panorama más amplio, y se le demandó una maldición. Ahora, 23.18 al 24 dice que Dios “no ha visto iniquidad en Jacob”. Con la trasgresión perdonada y la iniquidad cubierta, Israel es visto justificado. “Bienaventurado aquel cuya trasgresión a sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad”, Salmo 32.1, Romanos 4.6 al 8.

Enfurecido, Balac llevó al profeta recalcitrante a la cumbre de Peor, 23.28, para dar su tercer pronunciamiento, 24.3 al 9. Dijo Balaam, al ver las tiendas de las doce tribus colocadas ordenadamente: “¡Cuan hermosas son tus tiendas, oh Jacob!” Predijo que el “Rey” de Israel sería más exaltado de todos, “su reino será engrandecido”. Con todos sus enemigos subyugados, Israel será segura como leona, “¿y quién lo despertará?”

Habiendo oído esta tercera parábola, Balac estaba furioso y mandó a Balaam a escapar por su vida, 24.10, 11. Antes de marcharse, Balaam pronunció una cuarta, 24.15 al 24, en la cual relató “los postreros días”, versículo 14. Profetizó: “Saldrá Estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel”. Cual Estrella, Cristo vendrá humildemente de entre un pueblo incrédulo, “Jacob”. En contraste, no identificado como monarca poderoso, pero personificado como un “Cetro” – símbolo de autoridad imperial – Él está todavía por levantarse en un regenerado “Israel” para subyugar sus enemigos y reinar supremo.

Sobrenaturalmente, Balaam fue refrenado para maldecir a Israel. Maravillosamente, fue obligado a bendecir a aquellos que Jehová ha puesto aparte de entre las naciones para ser justificado en un día todavía futuro. Son destinados para el pináculo del poder en asociación con su Mesías-Rey.

 

 

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