El monaguillo no sabía latín (#9686)

9686
El  monaguillo  no  sabía  latín

D.R.A.

 

Fue en la ciudad de Boston, en 1911, que se ajetreaba el monaguillo, viendo para allá y para acá mientras el cura cumplía la rutina de la misa. Muchas palabras, pero ningún sentido para uno que no entendía el latín. De repente una pausa; el clérigo dejó el latín. Claras y reverentes las palabras ahora:

Cristo, por su propia sangre entró para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin macha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?

Y otra vez el latín. – Gloria Tibi, Mater dolorosa

El monaguillo había captado lo dicho:  Cristo entró en los cielos … redención para otros … se ofreció a sí mismo … en el Calvario, por supuesto … puede salvar … reconciliación con Dios.

Unos días después, el mozo se acercó al anciano, confiado en la ternura con que éste siempre lo trataba. “Padre, usted dijo …” Cuando el clérigo se dio cuenta de que sus palabras habían caído en oídos ansiosos de la verdad, tomó su Biblia. Mostró al joven el imprimátur del obispo, pero enfatizó que se trataba de la Palabra de Dios.

Buscó el trozo que había citado el domingo: Hebreos capítulo 9. El muchacho lo leyó un par de veces. “Sí, Padre, así entendí, y  he reflexionado sobre eso. Cristo se dio por mí, su sangre da la salvación. Pues, si Él puede limpiar mi conciencia … bueno … si Él quiere recibirme, yo tengo esa redención”.

“¿Es así, Padre?” El viejo lo contemplaba tiernamente. Buscó en 1 Juan 1. El monaguillo leyó: – La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.

“Pero, esto es lo mismo, y es lo que creo. Digo, he aceptado la sangre de Jesús dada por mí”.

“Hijo, si confías sólo en esa obra para tu perdón, eres salvo. Por fe en esa obra no más. Hijo, yo he confesado mis pecados ante Él; he aceptado que sólo su sangre me salva. José, vete, porque aquí te van a decir otra cosa. Soy viejo y no puedo. Eres joven y eres salvo ahora. Que Dios te ayude en tu vida nueva”.

Juancito Coughlan se marchó no mucho después. Por sesenta años vivió al amparo de la verdad que aprendió la única vez que el sacerdote habló en lenguaje que él pudo entender. Ha entrado ya donde Jesús entró; está con Aquel que se ofreció una sola vez, para recibir para siempre a quien lo reciba a Él.

Ahora ha desaparecido el latín de muchos servicios de la Iglesia romana. Quién sabe cuántos, dejando o no ese sistema idólatra, han visto más allá de altares y confesionarios, para mirar por fe al que murió en la cruz por ellos, y vive para salvar a todo aquel que cree.

El monaguillo lo hizo. ¿Pero tú? La sangre de Jesucristo te salvará, una vez que acudas contrito a Él, quien es fiel y justo para limpiar tu conciencia de obras muertas para que sirvas al Dios verdadero y estés eternamente con Él.

 

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