El hijo pródigo

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Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde." Y les repartió los bienes.

No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.

Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.

Y volviendo en sí, dijo: "¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros."

Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.

Y el hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo."

Pero el padre dijo a sus siervos: "Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado."

Y comenzaron a regocijarse.


Un pintor recorría las calles de una gran ciudad buscando a un joven que pudiese servirle de modelo para ejecutar un tema en el que pensaba desde hacía mucho tiempo: el hijo pródigo.

Un día, en un barrio pobre encontró a un muchacho de aspecto miserable, vestido con harapos, el rostro marcado por los vicios, las privaciones y los sufrimientos.

"Aquí está mi modelo," pensó el pintor.

Se acercó al joven y le preguntó si estaba de acuerdo en servirle de modelo por una buena suma de dinero. Encantado, el muchacho aceptó y prometió encontrarse cierto día en la dirección indicada.

Algunos días más tarde, cuando el joven golpeó a la puerta del estudio del pintor, cuál no fue la sorpresa de éste al ver que el joven se había lavado, afeitado y peinado; había cambiado sus harapos por un correcto traje y su cara mostraba una evidente satisfacción. Pero con semejante modelo, el pintor no podía hacer nada.

Queremos dirigirnos hoy a todos los "hijos pródigos," quienes, lejos de Dios, sienten un vacío en su corazón o el temor de la muerte. No visten necesariamente miserables harapos ni viven en barrios de mala fama. Tal vez son muy honorables, muy dignos y muy religiosos. Pero ... ¿qué ocurriría si su corazón revelara todos los malos pensamientos que cobija?

Apreciados "hijos pródigos," ustedes son pecadores y Dios les invita. No traten de cambiar de ropa, es decir, de mejorar su vieja naturaleza. No pueden engañar a Dios, tienen que venir a él tal como son. Ni la lejía, ni el jabón pueden quitar el pecado. Sólo la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, 1 Juan 1:7.

¿Has vagado tan lejos del Salvador? Hijo ven, hijo ven,
¿Que en tristeza y temor hoy tú estás? Hijo pródigo, ven ya;
Con ternura te dice tu buen Señor, Oye al Padre que te invita hoy,
"Hijo pródigo vuelve a tu Dios." Hijo pródigo, ven.


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Creado el 26/10/02

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