El grande tesoro

1040.jpg"Bien, niños, empecemos con un coro que hable de la Biblia."

Tengo un grande tesoro,
más vale que plata y oro
Es de mi vida el todo,
La Palabra de Dios.

Con sumo entusiasmo cantaron todos hasta hacer resonar la sala, y al llegar al último renglón, alzaron las manos, orgullosos de mostrar sus Biblias.

¿Cuántos de ustedes han hecho lo mismo en su escuela dominical? En verdad, ¿se dan cuenta de cuán grande es este tesoro? Cuando el Señor Jesús estuvo en el mundo, ningún niño tenía Biblia, y era necesario ir a la sinagoga para escuchar la lectura de una parte de ella.

Cuando fue inventada la imprenta, era más posible conseguir una copia, pero aun entonces costaba muy caro, y eran pocas las personas que podían comprarse una.

Más tarde, en algunos países, los mismos gobiernos prohibían que se tuviesen Biblias en las casas, y mandaban a los soldados para destruirlas, y muchas veces encarcelar a los dueños.

Tales condiciones existían en el país de Escocia cuando sucedió lo que loes voy a contar a continuación.

Era una humilde casa de campo situada en la ladera de uno de los escarpados y hermosos cerros de ese país. A pesar de ser temprano en el día, el dueño de casa ya había salido a su trabajo en los sembrados. La señora estaba ocupada amasando pan, y una niñita de más o menos ocho años jugaba afuera con el perro.

Viendo una escena tan tranquila, hubiéramos dicho, ¿qué peligro hay? ¿quién podría amenazarles? Pero en el valle, escondido por los cerros, caminaba a caballo un grupo de soldados. Habían sabido que en una de las casas existía una Biblia, y fueron despachados para buscarla. Iban con la determinación de encontrarla y encarcelar a los dueños.

Mientras jugaba la niñita, de repente levantó la vista y vio a los soldados, distantes todavía, pero que sin duda venían a la casa de ella. Se detuvo petrificada por un instante, entonces dejando caer los palitos con los cuales estaba formando una casita, corrió donde la mamá.

"Mamá," gritó jadeante, "los soldados vienen."

"¿Estás segura, hija?" preguntó la mamá, mientras daba media vuelta, sus manos todavía en la masa.

"Sí, oh sí, mamá," contestó la chica angustiada. "Vienen a caballo, y la Biblia, ¡van a encontrar la Biblia!."

Una leve sombra de miedo cruzó la cara de la señora, y ella empezó a limpiarse las manos, pero de repente se detuvo: "Corre, hija, tráeme la Biblia."

Con unos pocos movimientos la señora terminó de amasar, recibió la Biblia de las manos de su hijita, y rápidamente formó un pan de molde alrededor del libro, y colocó todo dentro del horno ya caliente.

"Ahora, hija, que vengan los soldados; Dios nos ayudará para que no encuentren nuestro tesoro."

Todavía estaba ocupada en limpiar la mesa cuando sintió llegar los caballos. Un soldado abrió la puerta con un puntapié, y en tono amenazante dijo: "Sabemos, señora, que ustedes tienen una Biblia, y mejor será para usted que nos la entregue inmediatamente, pues en su defecto registraremos toda la casa."

"Bien, señor, ustedes pueden buscar, pero estoy segura que no encontrarán ninguna Biblia," contestó ella con toda calma, a pesar del miedo que sentía.

Sin piedad empezaron la búsqueda. Desarmaron las camas, vaciaron el estante, levantaron una tabla suelta en el piso, pero por fin, frustrados, se fueron refunfuñando. Pueden imaginarse el gran alivio que sintió la señora y su hija cuando vieron que en verdad se habían ido aquellos enemigos de la Biblia. Con cuánto cuidado limpiarían el precioso libro, a la vez dando gracias a su Padre celestial por su protección.

Cada vez que ocupen la Biblia, acuérdense que es un tesoro precioso que Dios ha conservado para nosotros. Merece ser cuidada, leída y obedecida. Solamente en ella se encuentran la salvación y la felicidad verdadera.


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Creado el 12/04/03

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