La Iglesia de Dios (#882)

La Iglesia de Dios

Sus Verdades y Principios Fundamentales

Por FRANKLIN FERGUSON

Director durante treinta años de «The Treasury»
Revista para ministerio de la Palabra de Dios.

Traducción auspiciada por el autor

TERCERA EDICIÓN

GRATIS

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INDICE DE MATERIAS

CAPITULO 1: LOS GENTILES. 3

CAPITULO 2: LOS JUDÍOS. 3

CAPITULO 3: LA IGLESIA DE DIOS. 5

CAPITULO 4: LA IGLESIA ANUNCIADA POR CRISTO.. 6

CAPITULO 5: PENTECOSTÉS: NACIMIENTO DE LA IGLESIA.. 7

CAPITULO 6: LAS MORADAS DE DIOS: PASADA Y PRESENTE.. 9

CAPITULO 7: EL NUEVO CENTRO DE REUNIÓN.. 10

CAPITULO 8: UNA IGLESIA LOCAL.. 12

CAPITULO 9: DOS PODEROSOS BALUARTES. 14

CAPITULO 10: LA CABEZA DE LA IGLESIA.. 15

CAPITULO 11: SISTEMAS RELIGIOSOS Y NOMBRES SECTARIOS. 15

CAPITULO 12: TÍTULOS LISONJEROS. 16

CAPITULO 13: SEMINARIOS E INSTITUTOS TEOLÓGICOS. 17

CAPITULO 14: ORDENACIÓN HUMANA.. 18

CAPITULO 15: MINISTERIO ASALARIADO.. 19

CAPITULO 16: GOBIERNO EN LA IGLESIA.. 20

CAPITULO 17: DESIGNACIÓN DE SOBREVEEDORES. 20

CAPITULO 18: DISCIPLINA EN LA IGLESIA.. 21

CAPITULO 19: RECEPCIÓN DE CREYENTES. 22

CAPITULO 20: EL LUGAR DE LA MUJER.. 24

CAPITULO 21: SEPARACIÓN DEL PECADO.. 26

CAPITULO 22: SEPARACIÓN DEL MUNDO.. 27

CAPITULO 23: SEPARACIÓN DE MALES RELIGIOSOS. 28

CAPITULO 24: LA CONSUMACIÓN DE LA IGLESIA.. 28

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Prefacio

ESTE folleto es la esencia de mensajes dados en varios lugares de Nueva Zelandia, pero en forma abreviada. No se ha intentado aquí una exposición erudita de Las Escrituras; hemos escrito más bien para el lector corriente prefiriendo la presentación sencilla de verdades divinas. Hemos cedido a las solicitudes de varios estimados amigos de que este ministerio oral fuera ahora expresado en una forma más permanente. Dondequiera que los mensajes fueron entregados hubo un interés evidente, tanto de parte de los de mayor edad como de los jóvenes, y con no poca frecuencia se oyó comentar, «raramente recibimos ministerio de esta naturaleza». Es muy cierto, pero no solía serlo.

Reflexionando sobre 50 años de íntima asociación con las asambleas en este Dominio, y habiendo tenido un conocimiento personal de siervos de Cristo que han estado con nosotros, y han asentado los fundamentos de doctrina y orden de las Iglesias, uno no puede abstenerse de rendir ferviente alabanza a Dios por lo que El ha realizado en el crecido número de iglesias del modelo diseñado en el Nuevo Testamento, extensamente distribuidas en estas islas.

Fuimos enseñados claramente que la verdad que nos congregó al nombre del Señor, rompiendo nuestra conexión con anteriores asociaciones, donde la verdad íntegra no era practicada, ni podía enseñarse. El pasado fiel testimonio al Evangelio, y al Señor, cuyo Nombre nos congrega, ha sido grandemente bendecido de Dios en este país.

Nuestros ancianos, maestros y guías, quienes compraron la verdad a gran precio y fielmente la practicaron y enseñaron, han sido todos, con muy pocas excepciones, llamados a estar con Cristo.

Una nueva generación se levanta entre nosotros, de quienes se diría, sin faltar a la caridad, que han obtenido la verdad a mucho menor costo para ellos de lo que fuera para sus mayores; de dónde las verdades espirituales heredadas no son apreciadas en su justo valor.

Las cosas cambian, por cierto, con los tiempos, y esto tenemos que esperar en asuntos humanos. Cuando volvemos, sin embargo, a Dios y a Su Palabra, encontramos que «Tú eres permanente», y que «Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos». Sea cual fuera el carácter de los tiempos en este mundo de constante variación, las «iglesias de los santos» deben aún amoldarse según el diseño del Nuevo Testamento, manteniendo igual proceder cual lo sencillo y Divino del principio.

Debemos confesar que un folleto cual éste, hace tiempo se hace esperar. Pero confiamos que este humilde, aunque tardío esfuerzo, sea bendecido de Dios a cuantos lo lean; y que incite a otros a activarse, a fin de suplir la sentida deficiencia en la exposición de «todo el consejo de Dios»; deficiencia más evidente tratándose de los principios fundamentales de la iglesia. Podría recuperarse, en buena parte, de esta decadencia, si sin demora se intentara, en el temor de Dios y en comunión con El, la diligente exposición de verdades ha mucho descuidadas. El original de este folleto en inglés, ha recibido buena acogida entre las Asambleas de Australia, Tasmania y Nueva Zelandia; y nuevos pedidos llegan constantemente de Inglaterra, América y otros países, acompañados de cartas encomiadoras de parte de hermanos de experiencia.

Dieciocho ediciones ya han salido en inglés, con un total de 70.000 ejemplares. En la actualidad salen 10.000 en alemán, 10.000 en francés, y 8.000 en italiano; y además ediciones en cinco idiomas de la India.

Muchas cartas han llegado a nuestras manos, expresando el provecho y bendición recibidos por su lectura.

 

FRANKLIN FERGUSON,

40 Fitzroy Street, Palmerston North, Nueva Zelandia.

 

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AVISO ESPECIAL

por los Traductores

Esta traducción aprobada por el Autor, ha sido ejecutada con el único propósito de que estos breves comentarios sobre tema tan importante y poco conocido, procedentes de la pluma de un siervo del Señor de tan reconocido don en el ministerio de la Palabra, sean puestas al alcance de todos los creyentes de habla castellana. Por este motivo el libro se ofrece enteramente gratis. Que el Señor se plazca utilizarlo para la gloria de su Nombre y la bendición eterna de sus santos. Pedidos de cualquiera Asamblea o de creyentes particulares, que tenga interés sincero en comprender lo que es la Iglesia de Dios, serán atendidos de buena voluntad, y deberán dirigirse al


LA IGLESIA DE DIOS
SUS VERDADES Y PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

TODAS las gentes de la tierra se hallan divididas, por disposición de Dios, en tres divisiones, según 1 Cor. 10:32, «Sed sin ofensa a judíos, y a Gentiles, y a la Iglesia de Dios». No observar esta distinción es no alcanzar a comprender una disposición divina que desarrolla un gran propósito. Una ley sumamente importante, en el estudio de las Sagradas Escrituras es «trazar bien la Palabra de Verdad» (2 Tim. 2:15). La idea aparece en Levítico 1:6, con relación al holocausto, «lo dividirá en sus piezas».

Ahora consideraremos juntos esta distribución divina de la raza humana.

CAPITULO 1:
LOS GENTILES

HALLAMOS en la Biblia el uso de palabras tales como naciones, pueblos y gentes (paganos); pero dondequiera que son halladas, es a los Gentiles a quienes los escritores hacen referencia. El uso corriente de la palabra «pagano» distingue entre países cristianos, así llamados, y los no cristianos; pero el calificativo («gentes» o «pagano» indistintamente) se aplica realmente a todas las naciones con excepción de los judíos. «Países Cristianos» es una expresión desconocida en las Escrituras; además, una pequeña reflexión nos revelará, la falacia de su uso. El decreto del Padre acerca del Hijo, «Pídeme, y te daré por heredad las gentes» (Sal. 2:8), realmente significa las naciones, y no se limita a gentes paganas, como comúnmente se interpreta.

Con posterioridad al diluvio los descendientes de Noé y de sus tres hijos alcanzaron una forma definitiva como naciones en la tierra de Shinar (Gén. 11). Allí Dios confundió el lenguaje de la gente, para frustrar los propósitos malignos de edificar una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo, y las diera renombre por si fueran esparcidos sobre la faz de toda la tierra. El plan de Dios consistía en repoblar la tierra, y con este fin en vista esparció la nueva raza por todas partes. Los hombres, al intentar frustrar la voluntad de Dios, hicieron que su lenguaje fuera confundido, y dejaron de edificar, porque va no podían entenderse el uno al otro, y de esta manera llegaron a ser esparcidos, como estaba determinado. Esto sucedió unos 100 años después del diluvio. Desde este punto de partida, cada grupo, hablando su nuevo lenguaje propio, salió a buscar su territorio. Pero al correr del tiempo, sucediendo una generación a otra, las naciones se alejaron más y más de Dios, y la maldad aumentó en la tierra.

Cuando Noé y su familia salieron del arca, realmente les fue

DADO UN NUEVO PRINCIPIO,

y tenían el terrible recuerdo del diluvio como un aviso solemne de las consecuencias de pecar. Seguramente semejantes personas, con semejante advertencia, liarían mejor que los pecadores que fueron desechados y perecieron en las aguas de juicio. No, de ninguna manera; y por esta razón: «el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud» (Gén. 8:21). No hay, y nunca podrá haber, una evolución moral— un desarrollo gradual de un estado inferior a otro mejor, y así progresivamente. La historia humana, a través de los siglos, definitivamente comprueba que la evolución es imposible; la tendencia es siempre de bien a mal, de mejor a peor. Por tanto nuestro Salvador declara, «os es necesario nacer otra vez» (Jn. 3:7). Una «criatura nueva» es lo único que podrá satisfacer en bien de uno perdido y arruinado por la Caída (2 Cor. 5:17).

Desde el primer capítulo de la epístola a los Romanos, leemos de cómo a los Gentiles «no les pareció tener a Dios en su noticia», y fueron entregados a una mente depravada; llegando a estar atestados de toda iniquidad, y alcanzando a una séptupla apostasía, aún antes de la venida de Cristo (versos 21-23). No obstante los subsiguientes esfuerzos de la civilización, así llamada, con su influencia cristianizante, la condición presente de las naciones gentiles es «sin Cristo, alejados de la república de Israel, y extranjeros a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef. 2:12). Pero, durante este presente período de tiempo, desde la cruz hasta la segunda venida de nuestro Señor, Dios está visitando a los Gentiles por la predicación del Evangelio, para «tomar de ellos pueblo para su nombre» (Hech. 15:14). De esto hablaremos más adelante.

CAPITULO 2:
LOS JUDÍOS

ESTE antiguo y singular pueblo tuvo su origen en el llamamiento divino de Abram de la tierra de los Caldeos, 428 años después del diluvio, alrededor del año 1921 A.C., y 3859 años a nuestra fecha (1938); según la cronología a nuestro alcance nos permite determinar. Se dice que ahora su número asciende a 16 millones.

Leemos en Gén. 12: «Empero Jehová había dicho a Abram: vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré; y haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición: y bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré: y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.»

AL TIEMPO DEL LLAMAMIENTO DE ABRAM

la idolatría se había establecido en la tierra, con todo lo que ella significa. «Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos, y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes» (Rom. 1:22, 23). A los cuatrocientos años del diluvio se había ya evidenciado un lamentable apartamiento de los hombres del único Dios verdadero. Rápidamente llegaron a ser tan malvados como la raza destruida en días de Noé. Pero Dios, que es «paciente con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3:9), ahora se propone algo nuevo. Desea establecer en el mundo un verdadero testimonio para Sí Mismo entre los dioses falsos; es a saber, un pueblo redimido que fuera un ejemplo de adoración al Ser Supremo «en la hermosura de santidad», y fueran enseñadores del verdadero conocimiento del Dios Alto. Este pueblo fue el Hebreo, comúnmente llamados judíos.

PASAMOS POR ALTO EL DESCENSO A EGIPTO del entonces pequeño grupo de los descendientes de Abram; los 400 años de peregrinación allí; el crecimiento del pueblo y esclavitud bajo Faraón; su poderosa liberación de Egipto y los 40 años vagando por el desierto; la gran conquista de Canaán y el establecimiento del pueblo de Dios en la tierra prometida; su multiplicación y enriquecimiento con toda bendición terrenal; y oportunamente la edificación del magnífico templo de Salomón, el más hermoso y costoso edificio que el mundo jamás ha visto, con un sacerdocio y culto de institución y orden divinos.

TODO EL MUNDO OYÓ

de este pueblo nuevo, al cual Dios había escogido para Sí, y oyó de sus poderosas obras y plagas desencadena das por El sobre Egipto; del éxodo de allí y la división del Mar Rojo con la completa destrucción de Faraón y de su ejército perseguidor en sus impetuosas aguas; del maná cotidiano del cielo para el pueblo escogido; del agua de la peña herida que les seguía; de la nube del día para guiarlos y la columna de fuego de noche; del tabernáculo en el cual el «Dios de Gloria» habitó entre ellos; de la entrega de la ley en Sinaí, de la detención del río Jordán para que pasara el pueblo; de las batallas extraordinarias en Canaán, con la detención del sol por mandato de Josué.

SUS VENTAJAS EXCEPCIONALES.

Consideremos aquí un notable privilegio séptuplo, perteneciente a los Judíos, registrado en Rom. 9:4,5.

(1) De los cuales es la adopción: es decir, adoptado por Dios como su propia nación, para un testimonio especial en la tierra.

(2) Y la gloria — la gloria visible de la presencia de Dios en el tabernáculo en el desierto; y posteriormente en el templo, en la tierra: Dios viviendo de hecho con los hombres.

(3) Y el pacto — pactos hechos por Dios con este pueblo concernientes a sí mismos y la tierra prometida.

(4) Y la data de la ley — Una ley escrita por el dedo de Dios y dada a Moisés en la cima de Sinaí, a donde había subido para encontrarse con El. Subsiguientemente, de tiempo en tiempo, las distintas porciones del Antiguo Testamento fueron dadas en custodia a los judíos, quienes las guardaron celosamente.

(5) Y el culto de Dios — refiriéndose a las ordenanzas y ritual de un culto religioso divinamente dado, en contraste con la adoración falsa de las naciones.

(6) Y las promesas — promesas directamente dadas por Dios, maravillosa en su naturaleza, y dependientes de la obediencia.

(7) De los cuales es Cristo según la carne — maravilloso y especial honor, que el Hijo de Dios, el Redentor, fuera nacido Judío, y éste predicho por los profetas. Véase Is. 7:14 y 9:6,7.

En la manera excepcional descrita, apartó Dios los judíos de todo el resto de la humanidad; los estableció como sus testigos escogidos en la tierra; para que mediante ellos, los gentiles pudiesen aprender el verdadero conocimiento de Dios; pudieran ver qué bendiciones acompañan a la obediencia a sus leyes; y para que por esta luz del cielo, abandonaran todo falso camino y se volvieran a El.

LOS JUDÍOS FRACASARON LASTIMOSAMENTE

en su testimonio para Dios; recordándonos que el hombre puesto en responsabilidad, bajo las circunstancias más favorables, es una criatura indigna de confianza. Castigos y liberaciones; apostasías y cautiverios; y una dispersión final a toda nación bajo el cielo (como al presente), marcan el curso de este pueblo, en un tiempo tan privilegiado y tan responsable.

Sin embargo, no todo fue fracaso. De la ruina de Israel hizo Dios que su Nombre fuera temido entre las naciones, y se glorificó a Sí mismo no obstante.

PERO DIOS NO HA TERMINADO PARA SIEMPRE con ese pueblo de su pacto. En su propósito inalterable hará que se cumpla el arrepentimiento y la restauración de ellos a Su favor, con el restablecimiento suyo como sus testigos por todo el mundo, durante los mil años del Milenio que se aproxima. Esta vez, por medio de ellos 1a tierra será llena del conocimiento de Jehová, como cubren la mar las aguas (Is. 11:9). Nunca más será empañado el nombre de ellos con fracaso. Los propósitos de Dios, aunque frustrados por el momento, tendrán, antes de mucho, gloriosa consumación. «¿Quién resistirá a Su voluntad?» (Rom. 9:19). Profetas hebreos y escritores del Nuevo Testamento han hablado de estas cosas que pronto tendrán que cumplirse.

JUDÍOS Y GENTILES, ENTRETANTO,

«están todos debajo de pecado; todo el mundo culpable delante de Dios» (Rom. 3). La salvación de Dios es ofrecida ahora sin distinción, a Judíos y a Gentiles, y todos los que creen son «justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús»; constituyendo de esta manera un pueblo nuevo para posesión de Dios — la Iglesia. Bien podemos agregar, «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Rom. 11:33).

CAPITULO 3:
LA IGLESIA DE DIOS

DESPUÉS del rechazamiento y crucifixión por los Judíos de su Mesías, determinando su propio descarte temporario y dispersión mundial, fue sacado a la luz algo maravilloso, hasta entonces guardado en secreto; siendo, que en los consejos Divinos, en la eternidad pasada, era propósito suyo sacar de entre Judíos y Gentiles («todos debajo de pecado», Rom. 3:9), un pueblo, haciendo de ellos una «nueva creación» por gracia: y a este pueblo constituirlo una

HERMOSA ESPOSA PARA EL HIJO DE DIOS, gloriosa recompensa por Su indecible humillación y sufrimiento infinito en la cruz por nuestros pecados. Dios «nos escogió en El (Cristo) antes de la fundación del mundo» (Ef. 1:4).

Con esta esposa delante suyo, leemos de nuestro Salvador, que «habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza» (Heb. 12:2). Cuando sea formada y perfeccionada, aparecerá en el cielo «una Iglesia gloriosa» (Ef. 5:27). Como el Hijo es «el resplandor de Su gloria (del Padre), y la misma imagen de Su sustancia» (Heb. 1:3), así a los que antes conoció (la Iglesia), también predestinó para que fuesen hechos a la imagen de su Hijo» (Rom. 8:29). Apropiadas son aquí las siguientes palabras: «las riquezas de la gloria de su herencia en los santos… la Iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos» (Ef. 1:18-23). Pensadlo: una multitud como las estrellas de número, cada uno de ellos «semejantes a El» (1 Jn. 3:2).

Mientras tanto la Iglesia en la tierra es vista como una gente peregrina en tierra extranjera; participando con Cristo rechazamiento, oprobio, y pérdida; andando en la senda que El pisó en comunión con el Padre; en el mundo, pero no de él; sacada, y sin embargo mandada al inundo como embajadora para Cristo. (Jn. 17:14,18; 2 Cor. 5:20).

UN PUEBLO LLAMADO FUERA.

«Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (1 Ped. 2:9). «Porque El es nuestra paz, que de ambos (de Judíos y Gentiles) hizo uno… para edificar en sí mismo los dos en un nuevo hombre, haciendo la paz, y reconciliar por la cruz con Dios a ambos en un mismo cuerpo» (Ef. 2:14-16). «Dios primero visitó a los Gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre» (Hech. 15:14). «El evangelio… al Judío primeramente, y también al Griego» (Rom. 1:16).

De estas citas vemos cuál es el propósito de Dios para con la Iglesia. Por la predicación del evangelio de Su salvación y gracia, salvaría a pecadores de entre Judíos y Gentiles, haciéndolos uno en Cristo; todas las anteriores diferencias hallándose ahora suprimidas. El Judío creyente deja de ser Judío; el Gentil salvado no es más Gentil. Unidos constituyen «un nuevo hombre», para ser conocidos en adelante como «la Iglesia de Dios». La posición es la de un pueblo «llamado fuera y separado» al Señor, quien los compró para sí solo, al costo de Su sangre» (1 Cor. 6:19,20).

ES IMPORTANTE NOTAR

que el significado de la palabra griega «ekkclesia», traducida «iglesia», quiere decir una compañía de «llamados fuera». En Los Hechos 7:38 los Israelitas son descriptos como «la iglesia (congregación) en el desierto», indicando categóricamente su posición como «llamados fuera» de Egipto; por otra parte no tienen conexión alguna con la Egipto de Dios, la congregación »llamada fuera» de este presente siglo malo.

TOCANTE AL HIJO DE DIOS

quien es la Cabes de la Iglesia, leemos en Mateo 2:15: «para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta, que dijo: De Egipto llamé a mi Hijo». Su huida en infancia a Egipto (figura del mundo) fue ordenada para que esta fuese cumplida en El, y posteriormente en todos los que son suyos. Cristo y sus miembros participan en común el llamamiento fuera de un mundo que puesto en maldad» (1 Jn. 5:19). Cualquier asociación y amistad de la Iglesia con el mundo constituye un grave apartamiento del propósito de Dios, y es infidelidad a Cristo. Es solemnemente censurada en Santiago 4:4 ¡Cuán cuidadosos deberíamos ser en guardarnos «sin mancha de este mundo»! (Stgo. 1:27).


CAPITULO 4:
LA IGLESIA ANUNCIADA POR CRISTO

EL Señor hizo sus discípulos la pregunta. «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» (Mat. 16:13-19). Al oír su respuesta, les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Pedro contestó. «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». A la cual respuesta el Señor respondió: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. Mas yo también te digo, que tú eres Pedro (Griego: petros, significando una piedra y pedazo de roca); y sobre esta piedra (Griego: petra, es decir una roca, refiriéndose a sí mismo) edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

NO FUE EDIFICADA SOBRE PEDRO.

Hay un pequeño juego de palabras en las usadas por el Señor, que se aprecia en el texto griego del cual procede nuestra traducción, que puede decirse así: «Tú eres un pedazo de roca, y sobre esta gran roca de mi misma persona (Cristo) edificaré mi iglesia». Pedro en su primera epístola (cap. 2:5) muestra que todos los santos, y entre ellos él mismo, son «piedras vivas — edificados una casa espiritual»; y Pablo declara, «nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1 Cor. 3:11). Los Católicos Romanos se han extraviado grandemente al enseñar que la Iglesia está edificada sobre Pedro. No: está:

EDIFICADA SOBRE CRISTO LA ROCA DE LOS SIGLOS.

Sobre Cristo la Roca firme estoy;
Otra base cual arena movediza será.
(Trad.)

Cristo mismo es declarado ser el fundamento de la Iglesia; no obstante en otro lugar leemos que está edificada sobre «el fundamento de los apóstoles y profetas» (Efes. 2:20); el apóstol Pablo también afirma, «yo… puse el fundamento» (1 Cor. 3: 10). Ahora las Escrituras nunca se contradicen, pues son perfectas como lo es su Autor divino; todo está en perfecta armonía.

¿HABRÁ TRES FUNDAMENTOS?

La explicación es sencilla: Cristo puso el fundamento de nuestra salvación por su muerte en la Cruz, y a esa obra nada puede ser agregada. Pero el alma salvada, descansando segura sobre lo que Cristo ha hecho, necesita aún ser edificada; y con este propósito existe un fundamento de doctrina. Aquí se presentan las enseñanzas, primeramente de labios de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento (Hech. 2:42); luego aumentadas y concluidas en forma escrita por las epístolas de Pablo. Sobre Cristo y su salvación, y sobre sus doctrinas comunicadas por intermedio de apóstoles y profetas, descansa la casa que rápidamente va tomando aumento; y las «puertas del infierno» (significando las huestes infernales) no prevalecerán contra ella: nunca han podido, y nunca podrán. ¡Alabado sea el Señor!

Observamos de la aseveración hecha por Cristo mismo que

LA IGLESIA ESTABA AUN EN EL FUTURO;

no había existido antes; debía ser algo completamente nuevo. No podía tener existencia hasta que hubieran tenido lugar la muerte, sepultura, resurrección y ascensión de Cristo, seguidas por el descenso a la tierra del Espíritu Santo para formar la Iglesia, por la predicación del evangelio mediante instrumentalidad humana. Suyo es el poder dotando el mensajero (Hech. 1:8); El, quien convence de pecado, justicia y juicio; y El, el revelador de Cristo, sin el cual nadie puede ser salvado (Jn. 16:8-4). Igualmente puede decirse del Espíritu como del Hijo, «sin mí nada podéis hacer» (Juan 15:5).

Al pecador convicto, el mensaje es: «He aquí el Cordero de Dios» (Jn. 1:29). La mirada de fe a El crucificado, y la creencia en el corazón que El «padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos» (1 Ped. 3:18), efectúa la justificación de ese pecador delante de Dios (Rom. 3:23-26). ¡Bendita Salvación!

¿DONDE TIENEN SU LUGAR LOS SANTOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO?

Podemos afirmar definitivamente que no forman parte alguna de la Iglesia. Son, sin embargo, redimidos por la sangre de Cristo y están en posesión de Vida Eterna, participarán también en común con la Iglesia, de mucho de lo que Dios tiene aparejado para los que le aman. ¿Tal vez tienen lugar con Juan el Bautista como «amigos del Esposo» (Juan 3:29), y son los honrados huéspedes «llamados a la Cena del Cordero» (Apoc. 19:9), esa celebración de gloria sobrepujante en conexión con Cristo y su esposa escogida? Hay algunas cosas acerca de las cuales Dios no ha hablado en particular; pero todas las cosas serán puestas en claro después (Juan 13:7).

HAY OTRO PUNTO QUE ACLARAR:

en ninguna parte aplica Dios la palabra «iglesia» a un edificio hecho con manos humanas. Frecuentemente por su uso común lo aplicamos así, y es uno de los muchos errores que cometemos con referencia a las cosas divinas. Las Escrituras revelan que la Iglesia tiene «oídos» (Hech. 11: 22); puede «orar» (Hech. 12:5); puede ser «perseguida» (1 Cor. 15:9), y hacer otras cosas más; mostrando claramente que se refiere a personas y no a edificios.

SIETE SOLEMNIDADES ESPECIALES

son mencionadas en Levítico 23, ordenadas para Israel en tiempo pasado y guardadas a intervalos durante el año. Estas fiestas eran proféticas acerca del desarrollo de los propósitos de Dios para con los Judíos, y en ellas también están encerradas verdades concernientes a la Iglesia; no discernidas entonces, pero reveladas ahora en la luz del Nuevo Testamento.

(1) La Pascua — en memoria de la redención de Israel de Egipto; también «nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros» y recordada en la Cena del Señor (1 Cor. 5:7; 11:25-26).

(2) La solemnidad de Los Azimos — Esta siguió inmediatamente a la Pascua, cuando toda levadura (figura del pecado) fue apartada; hablándonos de la comunión con Dios y el andar santo resultante de la redención; para aquel entonces, y ahora.

(3) Fiesta de los Primeros Frutos, «Las Primicias» — lo primero de los frutos maduros de la cosecha que Dios les había dado; semilla se había sembrado, y muerto, y luego en resurrección, fructificado grano. Así Cristo, el «grano de trigo» murió, y en resurrección ha llevado «mucho fruto» en una multitud de pecadores salvados; Cristo las primicias; luego los que son de Cristo (Jn. 12:24; 1 Cor. 15:23).

(4) Fiesta de Pentecostés — Juntada ya toda la cosecha, 50 días después de la fiesta de las primicias; la mies recogida fue representada por dos panes para ofrenda mecida, cocidos con levadura. El Pentecostés en Hechos 2 tuvo lugar exactamente 50 días después de la resurrección de Cristo, y fue el descenso del Espíritu Santo para formar la Iglesia; dos panes, porque la Iglesia está formada por Judíos y Gentiles; con levadura, porque en la Iglesia aún hay levadura, siempre figurativa de pe cado (1 Juan 1:8; 3:5). La Iglesia es la cosecha del Cristo resucitado.

(5) Fiesta de sonar las Trompetas — oportunidad especial de reunión y testimonio; y profética de la reunión de Israel después de larga dispersión, después que la Iglesia está completada y con Cristo.

(6) Fiesta de las Expiaciones — siguiendo muy de cerca a la anterior, simbolizando la aflicción, arrepentimiento y limpieza de Israel de pecado.

(7) Fiesta de las Cabañas — señalando a toda Israel en el Milenio, ya en su reposo; y Cristo reinando y la Iglesia con El.

Tales, en síntesis, son los maravillosos propósitos de Dios para su pueblo terrenal, los Judíos; en los cuales también se revelan cosas muy preciosas para la Iglesia, el pueblo celestial.


CAPITULO 5:
PENTECOSTÉS: NACIMIENTO DE LA IGLESIA

EL segundo capítulo de Los Hechos comienza con estas palabras: «Y como se cumplieron los días de Pentecostés». El reloj profético de Dios mantiene hora exacta. Dios nunca se atrasa a su tiempo establecido, ni se adelanta. Es puntual. Cristo resucitó de la tumba en la mañana después del sábado judío, que es el primer día de la semana, o el octavo día. Cincuenta días a partir de ese sábado, nos trae nuevamente al primer día de la semana, que fue Pentecostés, cumpliendo exactamente la figura de Levítico 23. Era el amanecer de

UNA NUEVA DISPENSACIÓN

llamada «el ministerio del Espíritu»; cuando se dio por vieja la ley dada por Moisés, llamada «ministerio de muerte, la letra grabada en piedras» (2 Cor. 3:6-18). Lo que había sido ordenado para vida (haz esto y vivirás), fue hallado en la práctica, obrando para muerte; como el apóstol declaró, «venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí» (Rom, 7:9). Además leemos: «porque nada perfeccionó la ley; mas hízolo la introducción de mejor esperanza» (Heb. 7:19); fue sombra de los bienes venideros» (Heb. 10:1), los cuales son ahora cumplidos en Cristo.

La resurrección había sido atestiguada por más de 500 testigos fidedignos (1 Cor. 15:3-8). Nuestro Señor se había mostrado vivo con «muchas pruebas indubitables», y había ordenado a los «asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto» (Luc. 24:49; Hech. 1:3). Por esto significó la venida del Espíritu Santo, el poder que les investiría para testimonio.

Claramente la palabra «hasta» implica que después que el Espíritu hubiese venido.

NO HABRÍA MÁS DE QUEDARSE EN JERUSALÉN

esperando para que venga otro “bautismo del Espíritu». Todo aquello está fuera de la regla divina ahora. La tercera persona de la Trinidad ya ha venido. Está al mismo tiempo «con» y «en» la cada miembro de ella (Juan 14:9-17). La fe reconoce este hecho. 1a manifestación del poder del Espíritu en que a través de nosotros, está justamente según la medida en que «nos presentamos a Dios», y «no contristamos al Espíritu Santo» (Rom. 6:13; Efes. 4:30).

SER LLENO DEL ESPÍRITU

es necesario tanto para la vida del hogar, la ocupación diaria, el comercio o empleo, como lo es para la predicación y enseñanza, y tal vez aún más. La evidencia de esta plenitud del Espíritu son sus frutos, a saber: «caridad (amor), paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gál. 5:22, 23). Por esto sabemos quién es lleno», y quién no lo es. Muchas personas se equivocan enormemente por no comprender esto, y además por una idea equivocada de que «es lleno» quiere decir el poder de hacer cosas extraordinarias con grandes resultados; Que a no ser que uno esté haciendo semejantes grandezas, no es uno que es «llenado» del Espíritu.

EL DESCENSO DEL ESPÍRITU.

Judíos devotos de todas las naciones bajo el cielo, se hablan congregado en Jerusalén para guardar la acostumbrada fiesta de Pentecostés, realizando poco lo que les esperaba. Los apóstoles y otros discípulos «estaban todos unánimes juntos». Cuando, de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como, el Espíritu, les daba que hablasen». (Hech. 2:24).

Cuando de esto se divulgó, «se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar su propia Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí ¿no son Galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos?» (Hech. 2:6).

EL DON DE LENGUAS.

Evidentemente unos 15 diferentes idiomas fueron hablados ese día, y por hombres que anteriormente sólo sabían hablar el propio. Dios que de repente dio nuevas lenguas en Babel (Gén. 11), para la confusión y dispersión de las gentes; en un momento, ahora, imparte a estos discípulos otros idiomas para proclamar «las maravillas de Dios». Lo primero condujo a división y esparcimiento; lo segundo a unidad y congregación; lo primero fue en juicio, lo segundo en gracia.

Desde el tiempo de los apóstoles no se ha sabido que alguno haya recibido un nuevo idioma sin aprenderlo. Los misioneros saben eso demasiado bien. Este don fue peculiar al período de la introducción de la Iglesia, y una seña necesaria de que el nuevo acontecimiento era del cielo; y acompañaba el poder para efectuar milagros. En el día de hoy la pretensión de algunos cultos de poseer el don de lenguas, es sencillamente una parodia de lo ocurrido en Pentecostés, una charla histérica, no entendida ni del que habla ni del extraño que escucha; ni está confirmado por milagros genuinos.

LA PRIMERA LLAVE DE PEDRO.

El Señor le había dado a Pedro «las llaves del reino de los cielos” (Mat. 16:19) y llaves son para abrir puertas. Dos le fueron dadas. La primera, la usó en el día de Pentecostés; abriendo la puerta del reino de los cielos al gran auditorio de judíos que le estuvieron escuchando, mientras predicaba a «Cristo y a El crucificado.» La palabra fue con tal convencimiento y poder convertidor del Espíritu Santo, que ese mismo día 3.000 judíos creyentes entraron por la puerta abierta de la salvación de Dios. Al poco tiempo el número de los varones convertidos fue como 5.000, y después de eso tan grandes fue el número que entraba, que simplemente se dice, «gran número así de hombres como de mujeres» (Hech. 5:14).

Hasta este momento, ni un solo Gentil había sido agregado a la Iglesia, sino sólo Judíos; por la sencilla razón de que el evangelio primeramente tenía que ser dado a los Judíos (Rom. 1:16).

Ocho años después, según las fechas en nuestras Biblias,

PEDRO TUVO UNA VISIÓN

de una gran sábana bajada desde el cielo, en la cual había animales cuadrúpedos de la tierra, fieras, reptiles y aves del cielo. Cuando una voz le dijo: «Levántate, Pedro, mata y come», contestó, «Señor, no, porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás». Pero la voz respondió: » Lo que Dios limpió, no lo llames tú común» (Hech. 10:9-16). Tres veces fue repetido esto; para de esta manera grabarlo bien en su mente, tan llena de prejuicio judaico, «y todo volvió a ser recogido en el cielo».

El lienzo representaba al evangelio de la salvación de Dios; y los animales que Pedro vio, a Gentiles de toda clase y condición, desde lo notable hasta lo envilecido; pero cada uno en el lienzo no era más «común o inmundo»; todos estaban listos para el cielo. ¡Cuán maravillosa la gracia y poder transformador de Dios!

LA SEGUNDA LLAVE DE PEDRO.

Mientras Pedro dudaba dentro de sí lo que podría significar esta visión, mensajeros de un centurión romano en Cesaren, habían venido para llevarle a ver a este hombre; quien, asimismo, había tenido una visión en la cual le había sido dicho que mandara por Pedro, «el cual te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa» (Hech. 11:14).

Pedro, plenamente convencido, fue con los mensajeros y vino a Cornelio, quien había llamado a su casa a sus parientes y amigos cercanos. Todos eran Gentiles. Después de explicar claramente el motivo de haberle hecho venir, terminó diciendo: «Ahora pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado». Entonces Pedro predicó el evangelio a ese auditorio Gentil, creyendo todos ellos sus palabras y recibiendo el Espíritu Santo (Hech. 10:44). De esta manera Pedro hizo de su segunda llave, abriendo el reino de los cielos a los Gentiles, como había hecho a los Judíos en Pentecostés.

La Iglesia, habiendo sido formada ahora por Judíos y Gentiles, y habiendo recibido la comisión del Señor de predicar el evangelio a todas las naciones (Mat. 18:18-20); y habiendo una persecución, después del apedreamiento de Esteban, dispersada la Iglesia, que había estado centralizada en Jerusalén (Hech. 8:1); los creyentes «iban por todas partes anunciando la palabra» (v. 4). Así fueron hechos «embajadores para Cristo» (2 Cor. 5:20).

LA COMISIÓN DE LA IGLESIA.

Notemos la naturaleza de esta comisión, como es dada en Mateo 28:18-20.

(1) «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id (vosotros)”. Respaldados por autoridad divina, y en el poder del Espíritu, se fueron.

(2) «Doctrinad a todos los Gentiles (las naciones) «; enseñad la verdad de la ruina del hombre y el remedio divino, por el evangelio, proclamando perdón de pecados a todos los que creyeren.

(3) «Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Después de una confesión de fe en Cristo, fueron bautizados por inmersión, símbolo de su muerte, sepultura y resurrección con El, para en adelante andar en novedad de vida (Rom. 6:3-4).

(4) «Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado». Formar los convertidos en «iglesias de los santos» (1 Cor. 14:33), estableciéndolos en toda doctrina y precepto concerniente a la iglesia.

(5) «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (o siglo)».

Fielmente lo llevaron a cabo los primitivos cristianos.

PERO ESTA COMISIÓN HA SIDO DESVIRTUADA,

más o menos, desde hace tiempo; además ha habido mucha dejadez en el cumplimiento de estas instrucciones. Cuando finalmente la cosecha esté totalmente recogida, entonces el Señor hará cuentas con todos sus siervos tocante a la comisión que les diera. Los galardones estarán basados sobre fidelidad, y no sobre éxito aparente. La obra del evangelista no debe considerarse por terminada mientras los salvados no sean bautizados y en comunión en la Iglesia. Cuando esta parte esté cumplida, entonces el Pastor y Enseñador tienen Jugar, para pastorear e instruir el rebaño. Esto, al menos, es como las cosas fueron hechas al principio, cuando los embajadores salieron a todo el mundo; y fue abundantemente bendecido. Toda obra nueva en regiones desconocedoras del evangelio, debería aun hoy en día, ajustarse a la orden Divina impartida originariamente.

Notemos también el

VERDADERO CARÁCTER DE UN EMBAJADOR.

Es una persona enviada de un país a otro, en tiempo de paz; por conducto de quien todos los asuntos de Estado de su país, son comunicados al Gobierno del país extranjero. Su deber es representar digna y fielmente a su Soberano y nación, y por todos los medios disponibles dar al Estado extranjero la mejor impresión posible de su patria. Durante el tiempo de su estada allí, se abstiene de toda participación en política, por cuanto no siendo un ciudadano naturalizado de esas partes, no está capacitado para ejercer su voto. Su interés político está en otra parte. Sin embargo, no debe violar las leyes del país donde está. Como peregrino está en libertad de hacer bien a todos, y cualquier bondad y cortesía demostrada será apreciada. De presentarse dificultades entre los dos países, conducentes a la guerra, el último acto previo a las hostilidades, es la retirada del embajador.

¡Cuán tristemente ha fracasado la Iglesia en alcanzar estas características de embajadores para Cristo! Enviados por El al mundo en una embajada de paz; como extranjeros y peregrinos sin derecho mundano; no reformadores de hombres ni teniendo voto en el país, pero sujetos a las potestades que hay, y, sin embargo, encargados de hacer bien a todos los hombres. Desazón reina hace mucho ya entre la tierra y el cielo. Los embajadores probablemente serán retirados en breve; la guerra será declarada, y los juicios de Dios seguirán (2 Cor. 5:18-21; Juan 17:14-16,18, 36; 1 Ped. 2:11-17; Fil. 3:20, «ciudadanía», V. R.).

CAPITULO 6:
LAS MORADAS DE DIOS: PASADA Y PRESENTE

¿Es verdad que Dios haya de morar sobre la tierra? He aquí que los cielos, y los cielos de los cielos, no te pueden contener» (1 Rey 8:27). La pregunta fue planteada hace mucho, y lo asombroso es que el Gran Dios, quien habita la eternidad, condescendiese a morar entre los hombres. Sí, lo ha hecho en lo pasado; está morando ahora por su Espíritu en la Iglesia; tendrá nuevamente una morada en el Milenio; y finalmente en el Estado Eterno hará tabernáculo entre los hombres (Apoc. 21:3).

UN TABERNÁCULO EN EL DESIERTO.

A Moisés y a los hijos de Israel dijo el Señor: «Hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos. Conforme a todo lo que yo mostraré, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus vasos, así lo haréis» (Éxodo 25:8-9). Tan celoso era Dios de tener todo justamente según su deseo, que dijo además, «Mira, y hazlos conforme a su modelo, que te ha sido mostrado en el monte» (v. 40).

Nada fue dejado al ingenio o a las sugestiones humanas, porque ¿qué sabe el hombre acerca de lo que es idóneo para una morada de Dios?

Este tabernáculo fue hecho con manos humanas bajo la dirección divina. Su construcción, muebles y vasos, atesoraban maravillosas enseñanzas simbólicas, reveladas a la luz del Nuevo Testamento. Cada detalle proclamaba la gloria de Dios; siendo todos símbolos preciosos de Cristo y la Iglesia, para todos los que tienen ojos para ver. Cuando toda la obra estuvo terminada y cuidadosamente examinada, aun en los detalles más insignificantes, y hallada en perfecto orden. «entonces una nube cubrió el tabernáculo del testimonio, y la gloria de Jehová hinchió el tabernáculo» (Ex. 40:34). Esto bien puede llevarnos a comparar el orden de nuestras asambleas con los requisitos inalterables establecidos para la Iglesia, y hacer reajustes donde sean necesarios, a fin de que tengamos la presencia realizada de Dios entre nosotros. El es santo y muy celoso.

Cuando las experiencias del desierto del pueblo de Dios habían terminado, y estaban establecidos en la tierra de promisión, entonces

UN TEMPLO FUE EDIFICADO EN CANAÁN,

para morada de Dios. El modelo de todo había sido revelado a David por el Espíritu, y dado a si, hijo Salomón quien fue encargado de erigirlo. Nada fue dejado para que lo añadiera la sabiduría de Salomón, el más sabio de los hombres. «Todas estas cosas, dijo David, se me han representado por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del diseño» (1 Crón. 28:19). En cuanto a magnificencia de construcción y suntuosidad, este Templo jamás ha sido sobrepasado.

Cuando todo había sido terminado y dedicado, según el diseño, «la casa se llenó entonces de una nube, la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes estar para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había henchido la casa de Dios» (2 Crón. 5:13,14).

¿Por qué es que el Señor no está entre nosotros en poder y bendición, como en los días primitivos de la Iglesia? ¿No es por la desordenada condición de cosas existentes hoy en ella?

LA MORADA PRESENTE DE DIOS

Dejaremos ahora las cosas del Antiguo Testamento, todas escritas para nuestra enseñanza, y pasaremos al Nuevo (Rom. 15:4). ¿Tiene el «Señor de todos» una morada ahora entre los hombres? Sí, por cierto. Sin embargo, no es un templo «hecho de manos» (Hech. 17:24). Todas estas hermosas catedrales e iglesias, con sus maravillosos diseños, esculturas, ventanas de vidrios coloreados, órganos y otros embellecimientos, son únicamente imitaciones de siglos anteriores, hace mucho puestas a un lado, y no autorizadas ahora. Por cierto que un gran celo religioso es manifestado en todas estas exteriorizaciones, pero «no conforme a ciencia» (Rom. 10:2); por tanto faltos son de aceptación con Dios.

LA ADORACIÓN ES AHORA EN ESPÍRITU.

Leemos, «Dios es Espíritu: y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:24). Antes de la venida de Cristo la adoración estaba asociada con objetos materiales que apelaban a los sentidos, un ritual imponente de sentido figurativo. Fue ordenado para el tiempo de entonces, y, habiendo servido su propósito, ha cesado. Ahora se ha establecido por el cielo que «los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Juan 4:23); no en ese hermoso edificio por allí, frecuentemente llamado «la casa de Dios»; pero en un lugar lejano de la tierra, «dentro del velo», es decir, en el mismo cielo (Heb. 10:19-22). Lógicamente, ha de ser en espíritu que entramos allí. El edificio en el cual se congregan los redimidos no contribuye absolutamente nada a la adoración, y es meramente para nuestra conveniencia. Además, adoración ha de ser «en verdad», de otra manera es inaceptable. ¿Qué es verdad? La respuesta es: «Tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Por tanto debemos cuidadosamente ver de que todas las cosas en nuestra adoración estén de acuerdo con la revelación dada a la Iglesia en el Nuevo Testamento.

CAPITULO 7:
EL NUEVO CENTRO DE REUNIÓN

EN la anterior dispensación de ley, había un centro de adoración para todo Israel, Jerusalén; ningún otro podía ser reconocido. «Mas el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allá iréis (Deut. 12:5). Seis veces en este capítulo encontramos las palabras: «el lugar que Jehová escogiere»; estampando claramente de esta manera en las mentes de su pueblo que El había escogido sólo este lugar, y a este centro tenían que traer sus holocaustos y sus sacrificios, sus diezmos y ofrendas voluntarias. Ahí habían de comer delante de Jehová su Dios, y alegrarse en toda obra de sus manos en que Jehová los hubiere bendecido. El no los aceptaría en cualquier otra parte, de su propia elección.

EL LUGAR Y EL HOMBRE.

Aunque Jerusalén no es más el lugar donde los hombres deben adorar, porque el Señor mismo quitó por ahora la aplicación literal de Deuteronomio 12; los principios divinos permanecen inalterados. Hay un lugar, en el cielo (en el santuario por la sangre de Jesucristo, Heb. 10:19) en el cual entramos por fe como adoradores; y hay un Nombre dado, en la tierra, al cual nos reunimos «porque donde están dos o tres congregados en (o «a») Mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mat. 18:20).

Dios ha ordenado que en cada ciudad, pueblo, localidad y comunidad, dondequiera qué el evangelio es bendecido en la conversión de pecadores, que los convertidos sean formados en compañías o grupos, congregados por fe alrededor del Señor Jesucristo. Comenzando con el número más reducido para comunión y testimonio, 2 ó 3, el cual puede aumentara 20 ó 30, a 200 ó 300, y así sucesivamente. Así fue en el principio, y continuó mientras los hombres se atuvieron a las disposiciones de Dios.

¡CUAN DIFERENTE ES LO QUE VEMOS HOY POR DOQUIER!

Iglesias del estado; enormes sistemas organizados de religión; mixturas de judaísmo y cristianismo; el mundo en la Iglesia y la Iglesia en el mundo. ¡Cuán distinto es esto a lo apostólico! Nosotros no podemos cambiar las cosas; las raíces están demasiado firmemente enclavadas en la propia voluntad del hombre. Pero todos los que aman al Señor son responsables de «salir de en medio de ellos, y apartaos»; y «de limpiarnos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios» (2 Cor. 6:17; 7:1).

LA NUEVA ADORACIÓN Y SACERDOCIO

En toda verdad puede decirse: ¡Faltando la sangre, falta la adoración! Nunca ha habido, ni puede haber acercamiento a la presencia de Dios sin reconocimiento de pecado, y el traer de aquello que sólo puede quitarlo. De ahí todos los sacrificios y derramamientos de sangre de animales, desde el día de Adán hasta la ofrenda del «Cordero de Dios» con el derramamiento de su sangre preciosa. Vida dada por vida prendada por el pecado, es el significado primordial del sacrificio. «Cristo también padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Ped. 3:18). Sobre esta verdad se basa la adoración de Dios. Uno tiene que estar disfrutando del bien de la redención divina, y todo lo que implica, o la adoración racional es imposible.

EN EL SISTEMA ANTERIOR

establecido por Dios, existía un sacerdocio separado que ofrecía sacrificios, atendía a las ordenanzas de adoración, y se acercaba a Dios de parte del pueblo. Estos estaban ataviados en vestidos distintivos, teniendo cada parte un significado religioso. Todo ésto ha dado lugar ahora a algo mejor, y más de acuerdo con la gracia y gloria de Dios.

TODOS LOS CREYENTES SON AHORA SACERDOTES,

y todos tienen igualdad de derechos y privilegios de acercarse a Dios como adoradores y a ofrecer sacrificios. «Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido (diferente a todos los demás), para que anunciéis las virtudes de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luí admirable; vosotros, que en el tiempo pasado no erais pueblo, más ahora sois pueblo de Dios» (1 Ped. 2:8-10). «Así que, ofrezcamos por medio de alabanza, es a saber, fruto de labios que confiesen a su nombre» (Heb. 13:15).

UNA NUEVA ORDENANZA.

No hay ahora vestidura distintiva que llevar, más que aquella vestidura espiritual compuesta del fruto del Espíritu, de misericordia, benignidad, etc., indicadas en Colosenses 3:12-17. «Clero y Laico», y sus equivalentes, está todo fuera de sazón y pertenecen al tiempo remoto. Una ordenanza completamente nueva ha sido introducida por el mismo Ser que preparó la primera. ¡0, cómo debe entristecerle ver a tantos de su pueblo perpetuando lo que El ha quitado, tanto tiempo ha, y no abrazando sus nuevos y más amplios privilegios¡

FESTIVIDADES Y DÍAS SAGRADOS.

Además, no hay ya festividades especiales religiosas, ni días santos, para ser respetados; ni aun el sábado judío; ni la ley como regla de vida (Gál. 4:10; 5:4; Col. 2:16-17). Hay un solo día que tiene algún significado para el cristiano, a saber, el primero de la semana, llamado el domingo o día del Señor. Marca el principio de una nueva dispensación: es el día en que nuestro Señor resucitó de los muertos; y en el cual los creyentes se congregan para guardar la Cena del Señor en memoria de El. El día de Navidad, viernes santo y días de los santos, fueron meramente por la voluntad del hombre y no tienen aprobación en las Escrituras. El Señor nunca pidió a su pueblo que guardasen los aniversarios de su nacimiento y muerte; de hecho es bien sabido que no guardamos las fechas exactas. Sin embargo. El solicitó que determinado acto, la Cena del Señor, fuese verificado en memoria de El hasta que venga. Véase 1 Corintios 11:24-26. Estos días especiales tuvieron su origen con la iglesia Romana.

Tales ordenanzas como la circuncisión, la pascua, y varias ceremonias, no son para nuestra observancia ahora. Dos nuevas ordenanzas solamente nos han sido dadas: El Bautismo y la Cena del Señor.

LA MÚSICA EN LA IGLESIA.

La música instrumental fue cultivada y dedicada de antiguo al servicio de Dios, como lo demuestra sobradamente el libro de Salmos, y estaba íntimamente asociada a la adoración en el templo. Esto estaba de acuerdo con la dispensación que existía entonces; pero en el Nuevo Testamento no hay mención de música en la Iglesia. Esto está completamente acorde con la nueva adoración, que es espiritual, sin apelación a los sentidos. Hay, sin embargo, canciones «con salmos, y con himnos, y canciones espirituales —alabando (ó haciendo melodía) al Señor en vuestros corazones» (Efes. 5:19). «Cantaré con el espíritu, y cantaré también. con entendimiento» (1 Cor. 14:15). Dos veces en este último verso tenemos la palabra «cantar», y es la traducción de una palabra griega «psallo», que en este caso es el que, por ser gramatical, debería emplearse, porque significa «cantando con acompañamiento». «¿Con qué tenemos que cantar?» «Cantaré con el espíritu, y con entendimiento». Es éste pues el acompañamiento a que se refiere, y no a un instrumento musical. En Hebreos 2:12 leemos: «En medio de la congregación (Iglesia) te alabaré». La aplicación se refiere al Señor dirigiendo la alabanza de su pueblo. Aquí la palabra griega no es «psallo» sino «humneo», usada simplemente para el canto, es decir, sin acompañamiento; empleada aquí y en Mateo 26:30, Marcos 14:26 y Hechos 16:25.

HAY UN SUMO PONTÍFICE

sobre la casa de Dios, «la cual casa somos nosotros» (Heb. 3:6), Cristo Jesús mismo. Su ministerio se resume en estas palabras: «Constituido a favor de los hombres en lo que a Dios toca» (Heb. 5:1). Bien se ha dicho que el Sumo Pontífice de antaño, representó al pueblo ante Dios (Lev. 9); ofreció los sacrificios que pusieron al pueblo en relación con Dios, también aquellos del gran día de expiación (Lev. 16); y los bendijo en el Nombre de Dios. El, como tomado de entre los hombres, era uno que podía compadecerse y manifestar misericordia hacia los ignorantes y extraviados; pues que él también estaba rodeado de flaqueza (Heb. 5:1-2). Aarón no tomó la honra para sí, ni tampoco Cristo (Heb. 5:4-5). Habiendo El acabado la redención por la ofrenda de sí mismo, penetró los cielos y se sentó a la diestra de Dios. Se compadece de nuestras flaquezas; habiendo sido tentado (probado) en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Vive siempre para interceder por nosotros. Es también el ministro del santuario, presentándose en la presencia de Dios por nosotros; y es el gran sacerdote sobre la casa de Dios (Heb. 4:14-15; 5:1-10; 8:1; 39:11-28).

CAPITULO 8:
UNA IGLESIA LOCAL

FIJÉMONOS en dos referencias a la Iglesia. (1) «Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha, ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha» (Efes. 5:25-27). (2) Dios «lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos» (Ef. 1:22).

Esta es la Iglesia completa, abrazando a cada miembro desde el principio hasta el fin, desde Pentecostés hasta la venida del Señor, sin consideración de credo humano o denominación. Casi su totalidad está ya con Cristo en el cielo.

LA IGLESIA UNIVERSAL NO TIENE JURISDICCIÓN

Se entra en ella por el nuevo nacimiento (Jn. 3:5-7) cada creyente es agregado a ella, en el momento de su conversión, por el acto soberano de Dios (1 Cor. 12:13); no es una entidad visible, para que una persona pueda asociarse con ella; no es una organización religiosa, con una representación electiva que tenga poder de legislar, controlar o guiar, como la Iglesia romana; no tiene cabeza humana; no puede reunirse como una unidad, ni puede admitir la apelación. Si todo esto hubiera sido reconocido en el pasado, habría evitado interminable confusión en su práctica y testimonio.

Esto nos trae ahora a

TRES EXPRESIONES

en el Nuevo Testamento, a saber: «las iglesias de Dios» (1 Cor. 11:16), «las iglesias de Cristo» (Rom. 16:16) y «las iglesias de los santos» (1 Cor. 14:33); en cada caso en el plural; muchas iglesias, no denominaciones diferenciadas. Pero, ¿por qué son así llamadas? Expone un precioso triple aspecto de estas iglesias congregadas, (1) en cuanto a su origen; son de Dios, no del hombre; (2) en cuanto a su dueño: son de Cristo, compradas por su propia sangre; (3) en cuanto a su composición; están compuestas de santos solamente.

COMO TESTIFICA LA IGLESIA

Viendo que la Iglesia, en su aspecto amplio, no tiene jurisdicción presente sobre la tierra, no siendo un cuerpo organizado: ¿cómo, pues, ha de ser un testigo entre los hombres? Respuesta: mediante iglesias locales, de otra manera llamadas «iglesias de los santos».

El orden es: primeramente la predicación del evangelio; luego la agrupación de los convertidos en compañías apartadas del mundo, congregadas al Nombre del Señor con «la fe» (abarcando toda la doctrina) entregada a ellas. Cada iglesia local así designada por la Cabeza, ha de ser una exacta representación de la Gran Iglesia. Las epístolas de Pablo están dirigidas a tales iglesias locales, siendo ellas los testigos responsables en el mundo. Separadamente son arengadas las siete iglesias de Asia, por el apóstol Juan (Apoc. 2 y 3).

Ahora tenemos algo tangible. Tal iglesia puede reunirse en un lugar: es accesible y también apelable; está autorizada a recibir personas (Rom. 16), y también a apartarlas, si fuera del caso; puede ejercer disciplina puede «atar» y «desatar»; en resumen, puede actuar de parte del Señor en cumplimiento de cada función de «la Iglesia, la cual es su cuerpo».

CADA IGLESIA LOCAL SUBSISTE POR SI MISMA

y es directamente responsable a su Cabeza que está en el cielo, a Quien ha de «aferrarse» (Col. 2:19. V. R.). No hay otra autoridad que Cristo. Ni hay ninguna «confederación de Iglesias» de un país, provincia o distrito, ligándose a sí mismas por el gobierno común de sus correspondientes sobreveedores. Ancianos, guías, sobreveedores, obispos (significando todos la misma cosa) son asignados por el Espíritu Santo para iglesias locales solamente, y no tienen poder oficial alguno o control fuera de su propia asamblea. El concilio en Jerusalén (Hech. 15), donde los apóstoles y ancianos decidieron un asunto de libertad cristiana para los creyentes gentiles, no tiene contraparte hoy; porque tenemos las Escrituras del Nuevo Testamento completas, como nuestra guía en todos los problemas, la cual ellos no tuvieron; así que el tribunal de apelación es ahora la Palabra escrita, con el Espíritu Santo para guiarnos mediante ella, a toda verdad.

UNIDAD DEL ESPÍRITU

Mientras que no hay indicio, en tiempos apostólicos, de ninguna amalgamación de iglesia, bajo cabeceras de control; sin embargo hay una «unidad del Espíritu» (Ef. 4:3), que es algo completamente distinto. Dondequiera que verdaderas «iglesias de los santos» eran formadas, siete verdades fueron mantenidas en común: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre; produciendo una admirable comunión de santos. Esto continuará mientras creyentes se apeguen «a Dios y a la Palabra de su gracia» (Hech. 20:32). No formamos una unidad: hay una formada: nosotros tenemos que guardarla en «el vínculo (vínculo de unión) de la paz»; y ésto apela al constante y paciente ejercicio de «toda humildad, y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor» (Ef. 4:1-3).

LAS COSAS ESTÁN COMPLICADAS HOY DIA

y son sumamente intrincadas para las almas sencillas. Hay un babel de persuasiones religiosas. ¿Cuál es la verdadera? Hallar en el día presente un pueblo o ciudad donde todos los cristianos se reúnen en un testimonio unido, pueda aún ser buscado en vano. Lo que realmente nos concierne es, si hay una compañía de creyentes que se congregan en forma similar a la de las iglesias del Nuevo Testamento, congregadas sencillamente al Nombre del Señor. Gracias a Dios, hay tales compañías, no reconociendo nombre sectario alguno, humildemente andando en la verdad.

UNA IGLESIA SEGÚN EL NUEVO TESTAMENTO

¿Cuáles son entonces las marcas mediante las cuales podremos reconocer una iglesia del tipo del Nuevo Testamento? Lo siguiente nos ayudará:

(1) Se compone de creyentes solamente. Véase Hech. 2:47; 5:13.

(2) Se congregan en el Nombre del Señor, y en ningún otro. (Sal. 50:5; Mat. 18:20).

(3) Las Sagradas Escrituras son un solo credo y apelación en todas las cosas. (Isaías 8:20; Jn. 17:14).

(4) Reconocen que hay «un cuerpo» que es la Iglesia, y que las múltiples sectas religiosas están dividiendo el cuerpo de Cristo. 1 Cor. 12:12; 1:13.

(5) Reconocen el señorío de Cristo, y solamente ése. Heb. 3:6.

(6) Reconocen la guía del Espíritu Santo en el ministerio, «repartiendo particularmente a cada uno como quiere». 1 Cor. 12:7-11.

(7) Reconocen el sacerdocio de todos los creyentes, rehusando toda idea de dividirse en clero y laico. 1 Ped. 2:5-9.

(8) Reconocen dones y ancianos, etc., asignados por Dios (no ordenados por hombres) Efes. 4:11; Fil. 1:1.

(9) Han salido al Señor «fuera del real, llevando su vituperio». Heb. 13:13; 2 Tim. 2:19.

(10) Desean reconocer que son co-miembros con todos aquellos que componen «al cuerpo de Cristo», procurando guardar «la unidad del Espíritu», pronto a recibir a todos aquellos que la Palabra de Dios no descalifica para comunión, rehusando a todos los descalificados por ella. 1 Cor. 12:21-27; Rom. 15:15; Efes. 4:3; 1 Cor. 5:6-7.

Esta no es una declaración categórica, pero ofrece las marcas sobresalientes de una iglesia Neo-Testamentaria. Semejante testimonio sólo puede ser de un carácter de «remanente» ahora; en debilidad y vergüenza, muy por debajo de la gloria de los días apostólicos, cuando «todos los que creían estaban juntos, y tenían todas las cosas comunes»; cuando «con gran esfuerzo (poder) dieron testimonio, y «gran gracia era con todos ellos» (Hech. 2:44; 4:33). Nuestro deber en «estos últimos días» es asirnos al Señor en humildad de corazón, evitando toda pretensión jactanciosa, guardando su Palabra, no negando su Nombre, y reteniendo lo que tenemos, hasta que El venga (Apoc. 3:8-11).

EN MEMORIA DE EL

Entremos en una compañía de los redimidos congregados al Nombre del Señor, reconociendo la soberanía de Cristo y la libertad del Espíritu de Dios. En el primer día de la semana, están congregados para «anunciar la muerte del Señor hasta que venga», de acuerdo con su expresa voluntad, «Haced ésto en memoria de Mi» (1 Cor. 11:23-26). No hay ningún hombre ocupando un púlpito o plataforma, ni un sobreveedor que presida; porque son todos un «sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios ‘por Jesucristo» (1 Ped. 2:5).

Están sentados alrededor de una mesa sobre la cual hay un pan y una copa de vino, símbolos del cuerpo y sangre del Señor. No hay nada en su contorno que apele a los sentidos naturales; están adorando en espíritu dentro del velo. Uno u otro anunciará un himno de adoración o alabanza, no seleccionado con anterioridad, sino recientemente impuesto al corazón de quien lo anuncia. Varios tomarán parte en oración, no haciendo peticiones de Dios sino expresando palabras de adoración y acción de gracias. Alguno puede tener una porción de las Escrituras, dirigiendo las mentes de los adoradores al Cordero de Dios en sus sufrimientos y muerte en la cruz. Y todo esto es dirigido por el Espíritu Santo. El pan es roto y participado por todos: asimismo la copa es tomada por todos, y los adoradores se postran de corazón ante el gran Redentor. Otro ministerio de la Palabra podrá ser ministrado después de la Cena, para suplir la necesidad de los que están presentes; y otras oraciones y alabanzas ascienden a Dios.

Cuando semejante adoración en la presencia de Dios es experimentada, el corazón que verdaderamente le es consagrado, no puede tener afinidad para lo que es tan mezclado con arreglos humanos, y en el cual falta el espíritu de verdadera adoración.

«Señor Jesús, yo bien recuerdo
Los años que pisé el camino al infierno;
Y ahora si no fuera por tu maravillosa gracia
Jamás en el cielo hubiera hallado lugar.
Pero ¡con cuánto gozo anuncio hoy
La muerte que mis pecados borró;
la muerte que tú moriste por mí,
Esa muerte mi única esperanza y base!
Contemplo a cada cara radiante,
Y veo pecadores salvados por gracia;
Mi corazón grandemente se conmueve para recibir
A Aquel que «puesto en medio» encontramos.
Contemplo, sí, el pan y veo
El cuerpo que herido fue por mí;
Y en la copa la seña veo
De sangre que fluyó por pecados míos.»
(Trad.)


CAPITULO 9:
DOS PODEROSOS BALUARTES

EL apóstol Pablo, al despedirse de los ancianos de Efeso, mencionó las dos grandes defensas de la Iglesia de Dios para todo tiempo, a saber: Dios y su Palabra. De inmediato esto pone de un lado al hombre y sus credos convenidos, códigos de fe, declaraciones de doctrina, etc., que se ofrecen para ligar en uno y guiar a los santos de Dios. Pero Dios en su infinita sabiduría se pone a Sí mismo y su Palabra ante la Iglesia, y éstos satisfacen toda exigencia. Si la Iglesia hubiera estado satisfecha con esta preciosamente sencilla, y sin embargo abundantemente suficiente provisión, para todos los propósitos, ¡cuán diferentemente habría sido escrita la historia suya! (de la Iglesia).

LO QUE SON LOS CREDOS Y LO QUE HACEN.

Un credo es un resumen de doctrinas creídas por una iglesia, seleccionadas y arregladas por una comisión de sus principales dirigentes. Todos los credos varían, más o menos. Credos son meramente una selección de enseñanzas apostólicas, y no la totalidad de ellas. Cuando cualquiera controversia o asunto de disciplina se presenta, entonces la apelación es al credo como autoridad, y no a la Palabra misma. Si algún caso fuera llevado a los tribunales (en oposición a lo dicho en 1 Cor. 6:1), el Juez entendido, da su veredicto sobre el credo, no sobre las Escrituras. Además, los credos mantienen las divisiones en la Iglesia, y alientan esa perniciosa noción de «esenciales y no-esenciales». Imaginémonos, digamos, seis sectas distintas formando credos y decidiendo lo que es «esencial» y «no esencial» para nuestra fe y conducta; seleccionando de un Libro cuyo Autor declara que todo lo que El ha escrito es obligatorio para su pueblo (2 Tim. 3:16, 17).

LA PALABRA DE DIOS ES SUFICIENTE.

El entremetido ser humano no puede dejar de interponerse en lo que es divino y perfecto en simplicidad y suficiencia, y necesariamente tiene que mejorarlo (?); pero sus esfuerzos sólo traen confusión y mucha maldad, mientras que la Palabra pura y entera nos somete a Dios y a ninguno más. Ningún cristiano está obligado a suscribirse a credo alguno o confesión de fe, aunque sea preparado con la mejor de las intenciones.

Los ancianos de Efeso fueron amonestado por Pablo de que lobos rapaces entrarían entre ellos, no perdonando al rebaño; y aún de ellos mismos se levantarían hombres hablando cosas perversas (Hech. 20-29). He aquí seguramente había una necesidad urgente de encuadrar en una declaración la fe de la Iglesia, y de que todos la firmaran, que todos los que se apartaran de ella fueran excomulgados; protegiendo de esta manera la pureza y rectitud de la doctrina de la Iglesia, y manteniendo la unidad y paz entre ellos. No; el apóstol los echa sobre Dios y su Palabra. Nada más suplirá la necesidad. Estos baluartes nunca decaerán.

CAPITULO 10:
LA CABEZA DE LA IGLESIA

Esa Cabeza ha sido oportunamente establecida por Dios, y está cumpliendo su oficio. Leemos en Efes. 1:22, «Y lo dio (a Cristo) por Cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es su cuerpo»: y en Col. 2: i9 (V. R.). «Aferrándose a la Cabeza (Cristo), de la cual todo el cuerpo, alimentado y conjunto por las ligaduras y conjunturas, crece en aumento de Dios».

Esta Cabeza está en el cielo, y el cuerpo está en la tierra. Aunque El no sea visto, estando a la diestra de Dios, sin embargo, existe una conexión real entre ambos. La mente humana no puede comprender que la Iglesia pueda desenvolverse sin tener una cabeza humana, juntamente con oficiales eclesiásticos.

LOS HOMBRES ARGUYEN

DOS citaciones de las Escrituras, sin indicar más, prueban claramente que la Iglesia necesita una Cabeza; que una nación tiene que tener un soberano o gobernador; un parlamento, su primer ministro: un comercio, su gerente; un ejército, su general; una nave, su capitán; una asamblea, su presidente, y así sucesivamente. ¿No es igualmente esencial que la Iglesia tenga alguna cabeza visible, con una organización debidamente establecida? Así tenemos los grandes sistemas del cristianismo, cada uno con su cabeza y comité dirigente, desde el Papa abajo. Todo ésto, no obstante el hecho de que una Cabeza ya ha sido asignada, con un complemento completo de hombres celestialmente dotados, para la edificación de la Iglesia, fortalecidos por el Espíritu Santo. Semejantes «dones» no son de los hombres, no por hombres (Efes. 4:11-16; 1 Cor. 12:4-11; Gál. 1:1). Todo lo demás es sencillamente un ignorar del derecho y disposición divinos. «El hombre animal (o natural) no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura» (1 Cor. 2:14).

Que ninguno diga que tenemos apoyo del Antiguo Testamento para cabezas y organización. Dios ha terminado con ese sistema, y ha introducido un nuevo orden, como ya hemos demostrado.

¿PUEDE OPERAR NO TENIENDO CABEZA VISIBLE?

Por cierto que puede. Cada «iglesia de los santos», grande o pequeña, dondequiera que se encuentre en la tierra, está en comunicación directa con el cielo, aparte de cualquier intermediario, Papa o sacerdote. En todo tiempo puede alcanzar la Cabeza por oración y súplica, poniendo todas las cosas ante El. ¿Oye y contesta Dios la oración? Todo creyente conoce la respuesta. ¡Alabado sea Dios!

La Palabra escrita es la guía en todo lo que tenemos que ser o hacer. Lo que necesitamos es lectura y meditación de ella, bajo la dirección del Espíritu Santo con corazones obedientes. De esta manera podremos cumplir todos los mandamientos e instrucciones de nuestra Cabeza.

EN LOS DIAS APOSTOLICOS

durante períodos de dificultades, peligro, persecución, o necesidad, la iglesia hacía oración a Dios, sin reconocimiento de autoridad humana alguna, ni aún la de apóstoles. Alcanzando al cielo la oración, la Cabeza obra de acuerdo con su voluntad, y en gracia hace frente a la situación, cualquiera que fuera.

Cuando Dios solo era el rey de Israel, no podría haber habido mejor provisión; pero quisieron tener un rey visible, como las naciones, y lo obtuvieron, a gran desventaja y pérdida suyas. Los santos de Dios siempre corren el peligro de que los menos espirituales deseen introducir en las asambleas, cosas que se acostumbran hacer en las denominaciones, aún cosas completamente en pugna con la Palabra de Dios; sencillamente para que seamos como los demás.

CAPITULO 11:
SISTEMAS RELIGIOSOS Y NOMBRES SECTARIOS

EN su primera epístola a la Iglesia en Corinto, el apóstol Pablo escribió: «Os ruego pues, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer… Cada uno de vosotros dice: «Yo cierto soy de Pablo; pues yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo?» (1 Cor. 1:10-13).

Este es el gran texto de las Escrituras que condena la división y todos los nombres sectarios. El pueblo de Dios que debería haber sido uno en mente y parecer, ha sido despedazado por hombres porfiados; desarrollándose cada sección en un sistema organizado; cada uno separado por credos y tradiciones. De esta manera la división queda sistematizada y perpetuada.

UNIENDO LAS IGLESIAS.

Pero aún personas nominalmente religiosas pueden ver ahora el tremendo error y evidente mal de este estado de división, y creen que la Iglesia, para los mejores intereses del mundo, debería aniquilar las diferencias y ser unida. Así que hay un movimiento universal para una unión de las Iglesias. Probablemente tendrá éxito, trayendo finalmente a todos al regazo de la madre iglesia, Roma; lo que sería aclamado como uno de los acontecimientos más resonantes del siglo.

¡Que el lector discierna claramente que semejante unión de iglesias, es solamente realizable sobre la base de un compromiso completo de principios y modificación de doctrinas, sobre lo conveniente a todos los credos! Ese fiel y gran predicador, Sr. C. H. Spurgeon, dijo en cierta ocasión, con referencia a este asunto: «que podía ver un camino único para la unión de las iglesias, y ése era la unión por medio de la Biblia». Este testimonio es verdadero.

UNA UNIDAD ESPIRITUAL.

Nuestra responsabilidad no consiste en cooperar en una tentativa de reunir total o parcialmente, las muchas divisiones, sino en ser «solícitos a guardar la unidad del Espíritu» (Efes. 4:3). Es nuestro deber, además de nuestro privilegio, afirmarnos sobre terreno seguro, como fue enseñado en días apostólicos: no reconociendo ningún nombre ni cuerpo, que el del Señor; ningunos reglamentos más que la Palabra; la plena unidad espiritual que todos los verdaderos creyentes tienen en él «un cuerpo»; dispuestos a recibir a cualquier co-cristiano al que la Palabra no descalifique, para compartir la comunión de los santos. Esta posición es non-sectaria, y es la única posible en vista de la confusión religiosa que hay en derredor. La máxima divina es: «Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jer. 15:19).

NOMBRES SECTARIOS.

Los nombres humanos conducen a la división; los escriturales obran para la unidad. En Corinto fueron hallados los gérmenes del sectarismo, que han producido un espíritu partidario universal, como se ve hoy; hombres llevando discípulos tras sí (Hech. 20:30). Juan Bautista no era así. Testificó de tal manera acerca del Cordero de Dios, que leemos: «Le oyeron los dos discípulos hablar, y siguieron a Jesús» (Juan 1:36, 37). Declaró además: «A El conviene crecer, mas a mí menguar» (Jn. 3:30). ¡Nobilísimo Juan Bautista!

Algunos en Corinto dijeron: «Yo soy de Pablo».

¿No era él pre-eminentemente el «apóstol de los gentiles?» Siendo también el principal escritor del Nuevo Testamento, ¿no tenía un gran derecho a reclamar la jefatura? Tal vez, pero él no había muerto por ellos; pertenecían a OTRO.

Otros dijeron: «Yo soy de Apolos». El era hombre elocuente, poderoso en las Escrituras, lleno del Espíritu Santo y de fe, y muchas personas por él fueron agregadas al Señor. Los Corintios no eran de él; eran de Cristo.

Un tercer grupo dijo: «Yo soy de Cefas» (Pedro). Oh, éste tenía un derecho único. A él el Señor le había dado las «llaves del reino de los cielos»; una para abrir la puerta de salvación a los Judíos, la otra para abrirla a los Gentiles. Nuevamente estaban equivocados en su elección. Pedro no era más que hombre, y no era el Señor de ellos.

Un cuarto grupo dijo:

«YO SOY DE CRISTO».

¿Estaban equivocados éstos también? Su declaración era verdadera. Todos eran suyos, comprados por su sangre. Si todos los de Corinto hubieran dicho, «Yo soy de Cristo», habría sido un testimonio unido y bienaventurado en apoyo de la verdad, y glorificando a Dios. Cualquier otro nombre era la glorificación de hombres, restando del honor que se debe únicamente al Hijo. «No hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres», y ese es el nombre de Jesucristo, el crucificado pero ahora resucitado y ungido del Padre. ¡Cristo sólo para Mí!

NOMBRES ESCRITURALES.

Cinco nombres se dan en la Palabra para describir al pueblo de Dios, y son propios a cada uno de ellos, y nombres que los unen. Son: Cristianos, Creyentes. Hermanos, Santos, Discípulos.

Te encuentras con un extraño y gozoso le oyes decir: «Yo soy Cristiano». Y contestas; «Yo también». Grata es la comunión de vuestra conversación. El nombre os ha juntado; ningún aliento de división penetra; sois uno en Cristo. Pero, supongamos que este extraño al rato te diga: «Yo soy Anglicano», o mencione cualquier otro nombre humano, inmediatamente estáis conscientes de que un nombre humano se ha interpuesto entre los dos, y la comunión es cortada, aunque no impedida del todo. Tómense los otros cuatro nombres citados arriba de la misma manera y darán el mismo resultado, la plena comunión entre los salvos.

Nombres humanos declaran abiertamente que hay más cuerpos que el que Dios formara, y que creerles gobiernan y no la Palabra sola. De esta manera el hombre estropea la unidad que el Señor ha hecho. Seamos de aquellos que guardan su Palabra, no niegan su Nombre, manteniendo firme lo que tenemos, hasta la venida del Señor.

CAPITULO 12:
TÍTULOS LISONJEROS

HAY tres porciones de las Escrituras que gravitan directamente sobre este tema, que citamos aquí para la cuidadosa consideración del lector.

De Dios está escrito: «Santo y terrible (Reverendo o venerable) es su Nombre» (Sal. 111:9). Nuestro Señor hablando a sus discípulos dijo: «Mas vosotros, no queráis ser llamados Rabí (Enseñador), porque uno es vuestro Maestro (Enseñador), el Cristo; y todos vosotros sois hermanos. Y vuestro padre no llaméis a nadie en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos. Ni seáis llamados maestros (guías), porque uno es vuestro Maestro (Guía), el Cristo» (Mat. 23:8-11). Remontando hasta los días remotos de Job, se halla escrito: «No haré ahora acepción de personas, ni usaré con hombre de lisonjeros títulos, porque no sé hablar lisonjas; de otra manera en breve mi Hacedor me consuma» (Job. 32:21, 22).

EL USO UNIVERSAL DE TÍTULOS.

En vista de estas declaraciones divinas, es sorprendente el grado en que la Iglesia profesante, ha adoptado el uso de títulos lisonjeros: transgrediendo flagrantemente con ellos la voluntad del Señor. El uso de tales títulos se ha hecho tan generalizado, y nos es tan familiar que la mayoría de los cristianos los emplean, sin el menor pensamiento de que tengan importancia. Esta familiaridad con lo malo ha amortecido la conciencia.

Pero el corazón del hombre por naturaleza está inclinado al apartamiento de los mandamientos de Dios. Por ejemplo: el Señor avisó claramente a su pueblo de antaño, Israel, que no se hicieran imagen de ninguna especie para adorarlo (Ex. 20): sin embargo, en el transcurso del tiempo, llenaron la tierra con sus ídolos (Is. 2:8). Nuestro Señor ha dicho claramente: «No seáis llamados Rabí», etc., sin embargo, la Iglesia ha adoptado y multiplicado estos títulos lisonjeros. Hay títulos que corresponden únicamente a Dios, pero que hoy, usurpados por los hombres, resultan blasfemos; con «Su Santidad», «Santo Padre», y «El Reverendísimo el Señor…» Luego hay títulos más modificados, como «El Reverendo», o con el prefijo «Muy» o afijo «ísimo», «Reverendísimo»; y «Padre», «Doctor», «Pastor», etc. Estos son ejemplos, no una lista completa.

¿DE DONDE VIENEN LOS TÍTULOS?

¡De la Iglesia de Roma! Ni un vestigio de ellos se encuentra en el ritual del Antiguo Testamento. ¡Imaginémonos a Abraham, Moisés, Aarón, David, o cualquiera de los profetas, sacerdotes y Levitas, con semejantes rótulos distintivos! ¡Cuánto más fuera de lugar para Pablo, Pedro, Juan, Bernabé, Epafras, u otros insignes de la Iglesia primitiva, los seguidores del rechazado y crucificado Salvador! Ciertamente los hombres les dieron títulos, pero de naturaleza ofensiva, tales como los dados a nuestro Señor (Mat. 10:25).

ALGUNOS TÍTULOS MENORES.

Mientras algunas personas repudian la mayoría de los títulos en boga, toleran sin embargo «Doctor», «Reverendo», «Padre», «Pastor». Pero, ¿cómo puede justificarse esto en vista de Mateo 23:8-10? ¡Imposible! Pero dirán: leemos de «Padre Abraham» en Lucas 16:24. Sí, por cierto; ¡pero acordaos que vino de un hombre en el infierno! ¿Qué hay de malo en «Doctor» y «Pastor»? El título de “Doctor de Divinidades o en Teología» nunca fue dado por el Espíritu Santo a ningún hombre, aunque ninguno era más merecedor de él que Pablo. Aunque ciertamente se halla la palabra pastor («p» minúscula), sólo describe la naturaleza de uno de los dones del Señor ascendido, y puede referirse a un campesino o carpintero de oficio. El término «Reverendo» no tiene justificativo en vista de Salmo 111:9 (Terrible = Reverendo).

CAPITULO 13:
SEMINARIOS E INSTITUTOS TEOLÓGICOS

TENGA a bien tomar nota de las siguientes citas: «Y subió (Jesús) al monte, y llamó a sí a los que él quiso, y vinieron a El. Y estableció (asignó) doce, para que estuviesen hubiesen con El, y para enviarlos a predicar» (Mar. 3:13, 14). Observe también: «Entonces viendo (el ilustre Concilio en Jerusalén) la constancia de Pedro y de Juan, sabido que eran hombres sin letras (enseñanza de los colegios) e ignorantes (simples pescadores), le maravillaban; y les conocían que habían estado con Jesús (Hech. 4:13). Últimamente notemos; «Y lo que has oído de mí entre muchos testigos, esto encarga a los hombres fieles, que serán idóneos para enseñar también a otros» (2 Tim. 2:2).

UN LLAMADO AL MINISTERIO

del Evangelio, u otro servicio, procede del Señor mismo, tan ciertamente hoy como cuando llamó a los doce. El hecho de que ahora esté en el cielo, no hace absolutamente ninguna diferencia a nosotros. Un discípulo en éste, nuestro día, estará (1) completamente consciente en su propia alma del llamado divino al servicio, y (2) su preparación e idoneidad dependen, en gran manera, de su estar «con Jesús» en el secreto de su cámara, en oración y meditación de la Palabra. Del lugar secreto sale en la virtud del Espíritu de Dios que mora en él, para ser testigo para Cristo a los hombres.

La Cabeza de la Iglesia da los dones (Efes. 4:11), no totalmente perfeccionados, pero son desarrollados en un largo y constante crecimiento. La escuela es

UNA ESCUELA DE DIOS.

Ningún colegio de creación humana, con su cuerpo de maestros asalariados, proveerá este perfeccionamiento; nace de una educación que deriva de aprender a los pies del Maestro, y en el contacto diario con hombres para su salvación. El camino áspero de la vida es un gran enseñador de experiencias, y fortalece hueso y musculatura espirituales, como ningún otro puede. Escuelas de enseñanza nunca fueron instituidas por Dios ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Escogió hombres con justamente lo que poseían, y por su Espíritu y Palabra efectuó lo demás.

¿SIGNIFICA ESTO UN MINISTERIO INDOCTO E INSIGNIFICANTE?

De ninguna manera. Confiad, la Cabeza tiene mayor sabiduría que eso. Todas las clases sociales necesitan el evangelio, o morirán en sus pecados. Todos los creyentes, cada uno en el lugar donde fue llamado de Dios, son los testigos escogidos, y se hallan en cada clase social. Entonces, tendremos un ministerio divinamente constituido, sacado de las filas de los más altos a los más bajos en la tierra (sin la ayuda de un colegio religioso), alcanzando de esta manera todas las clases y condiciones de hombres. Tendremos las inteligencias más eruditas exponiendo la Palabra como la aprendieron, sobre sus rodillas; y los sencillos deletreando el mensaje como ellos lo han aprendido también. No podemos mejorar el método de Dios.

Pero cuando los hombres voluntariamente ignoran el sacerdocio de todos los creyentes, y creen en un clero y laicos, entonces necesariamente han de edificar sus colegios costosos y educar a su clero; donde el máximo de ciencia humana se imparte, con el mínimo de enseñanza bíblica. ¿Qué tenemos hoy? ¡Casi todos esos colegios están produciendo una generación de «Modernistas», inundando los países con enseñanza que mandará las almas a la perdición! Tal es uno de los resultados de introducir algo que está en pugna con los métodos del Señor.

TIMOTEO COMISIONADO.

Cuando Timoteo fue instruido por Pablo para encargar lo que había oído, a hombres fieles, idóneos para enseñar también a otros; sencillamente tenía en vista a los ancianos de las varias iglesias que Timoteo tenía que visitar, al entregar los decretos del apóstol. En ningún caso puede aplicarse como referente a los estudiantes de un colegio, preparándose para ser los futuros enseñadores; porque entonces no existía ninguna tal institución, ni podría el apóstol aprobar tal innovación.

¿NO FUE ENSEÑADO PABLO?

¿No leemos que el apóstol Pablo mismo fue «criado a los pies de Gamaliel, enseñado conforme a la ley de la patria (de los padres)?» (Hech. 22:3). ¿No fue ésta una enseñanza eclesiástica? Fue una instrucción en la «ley que por Moisés fue dada; más la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha» (Juan 1:17). Esto, no obstante, sucedió antes de su conversión. Filipenses 3:5-8 demuestra lo que Pablo mismo pensaba de todo ello; «pérdidas por amor de Cristo», «estiércol… para ganar a Cristo…, a fin de conocerle» (v. 10), y se refiere a la «eminencia (excelencia)» de este conocimiento.

EL MEJOR MÉTODO DE TODOS

es el Divino delineado anteriormente. Es fácilmente aplicable; es barato y sencillo; ha sido probado con resultados excelentes; libra de «cabezas infladas» de orgullo y arrogancia; y glorifica al Señor. Es como dijo David de la espada de Goliat: «ninguna como ella; dámela» (1 Sam. 21:9).

CAPITULO 14:
ORDENACIÓN HUMANA

PABLO es el siervo-modelo de Cristo. Su ordenación vino «no de los hombres no por hombre, mas por Jesucristo y por Dios el Padre» (Gál. 1:1). Lo mismo, en principio, subsiste todavía. También leemos: «si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme a la virtud que Dios suministra (1 Ped. 4:1 l). Y: «el que oye, diga: Ven» (Apoc. 22:17).

Dios es dador directo de todas las facultades. A quienquiera que El haya dado, sea mucho o poco, se le ha dado para su uso en comunión con El. Cada alma redimida está autorizada a decir: «Ven». A consecuencia del martirio de Esteban la Iglesia fue dispersada, y fueron por todas partes predicando la Palabra, aparte de cualquier sanción humana (Hech. 8:1-4).

NINGÚN HOMBRE TIENE DERECHO DE PROHIBIR A NADIE

de «predicar a Cristo y a El crucificado». ¡Imaginémonos un grupo de eclesiásticos que prohíba «dirigir reuniones» a un hombre a quien ellos no hayan ordenado! ¿Quién delegó a ellos esta autoridad? ¡Ah! demos gracias a Dios por la bendita libertad de la ingerencia humana, aunque estamos en sujeción al Espíritu y la Palabra.

No reconocemos ninguna otra ordenación que aquella que alguien tiernamente ha descrito como «la ordenación de las Manos Heridas». Esa sola tiene valor con Dios; toda otra es pura arrogancia.

LA IMPOSICIÓN DE MANOS,

donde se menciona en el Nuevo Testamento, es sencillamente la marca de comunión por el «presbiterio» (es decir: ancianos), con uno a quien Dios ya ha llamado y equipado para servicio especial: como por ejemplo, los casos de Timoteo, y de Bernabé con Saulo (1 Tim. 4:14; Hech. 13:14). Ningún don fue comunicado por intermedio de las manos de los ancianos; ni los habían designado ellos para su obra; ni se dice que fueron enviados por la Iglesia, sino por el Espíritu Santo. Era sencillamente una asociación, en el vínculo de gozosa comunión, de los ancianos y los siervos de Cristo.

DESIGNACIÓN DE UN PASTOR.

¿Deberla una iglesia local designar para sí misma un pastor o ministro? Pastores de la grey y ministros de Cristo se hallan ciertamente en el Nuevo Testamento; pero de ninguna manera se les da el lugar que la costumbre actual les asigna. Cuando una iglesia ha aumentado más allá de los «dos o tres» en número, y alcanzado cierta importancia, leemos de «obispos y diáconos»; es decir, de sobreveedores y siervos de la iglesia (Fil. 1:1). Los nombres están en el plural. El Señor es un Dador liberal de hombres para cuidar de su rebaño; y no impone una carga pesada sobre un par de hombros. ¡Cuán diferente al sistema humano! De otra parte, no hay ninguna constancia de un ministerio centralizado en un solo hombre.

Cuando una asamblea se ha juntado para adoración, está fuera de lugar para una persona hacerse cargo de todo; él solo dando los himnos, guiando en oración, leyendo y ministrando la Palabra; cuando todos los santos presentes son un «sacerdocio real», con igualdad de derecho para «ofrecer sacrificios espirituales».

CAPITULO 15:
MINISTERIO ASALARIADO

EL servicio de Dios no es un «oficio» que un hombre aprende, tal como abogacía, el ejército o la marina, o la profesión médica. No es algo con un buen «medio de vida» o sueldo liberal que lo acompañe. Entrar al servicio de Dios como un medio de vida (como muchos hacen), degrada la naturaleza de dicho servicio; y el hombre se hace, en muchos casos, un «asalariado», denunciado por nuestro Señor en Juan 10: 12, 13.

EL HOMBRE NO DEBE ALQUILAR A LOS SIERVOS DE DIOS;

están al servicio de un Maestro superior. Cuando un hombre está asalariado, se hace siervo de aquellos que le pagan, y tiene que servir como para agradarles a ellos. El apóstol Pablo, y otros, se refirieron a sí mismos como «siervos de Jesucristo» (Rom. 1:1; 2 Ped. 1:1; Judas 1). Y siendo comprados por El al gran precio de su sangre, somos amonestados; «no os hagáis siervos de los hombres» (1 Cor. 7:23).

El, SEÑOR ES QUIEN AJUSTA

a sus propios siervos, y El garantiza su pago. Tiene muchas maneras y medios diversos de mantener a sus obreros, que «andan por fe y no por vista». Los relatos de las Escrituras a este respeto, suministran lectura interesantísima. La senda del siervo es de luz y sombra; de abundancia y escasez; de navegación en aguas mansas y mares tempestuosos; «como no teniendo nada, más poseyéndolo todo»; pero ¡nunca abandonado de su Maestro!

NOTEMOS UN HECHO IMPORTANTE;

los siervos del Señor no forman una clase distinta entre su pueblo. Su servicio no es un monopolio en posesión de unos pocos. Todas las almas redimidas, según su capacidad y en su propia esfera, son «siervos de Dios» (Ron. 6:20-23). La mayoría sirven bajo condiciones comunes de vida, mientras se emplean en todas las ocupaciones usuales. Algunos que han ocupado empleos, han prestado en ellos gran servicio al Señor. Evangelistas, pastores y enseñadores, no son necesariamente hombres exclusivamente dedicados a esta obra. Los dones enumerados en 1 Corintios 12:4-11 y 28-31, y Efesios 4:11-16, y Romanos 12:4-8, abarcan un campo de servicio muy amplio, y principalmente efectuado por personas que trabajan, para su sustento.

UN SERVICIO QUE MONOPOLIZA TODO EL TIEMPO

Pero algunos son llamados a dedicar todo su tiempo a cierta obra, y la misma naturaleza del servicio requiere la renuncia de todo otro trabajo. Para ésto el Señor ha hecho provisión, pero no conforme con el método común entre los hombres. De tales obreros para Dios leemos: «partieron por amor de su Nombre, no tomando nada de los Gentiles» (3 Juan 7); expresión que implica la no recepción de remuneración por servicios efectuados, de aquellos que no conocen a Dios. «De gracia recibisteis, dad de gracia» (Mat.10:8). Su auditorio inconverso no les sostiene.

Todos los favores y bendiciones divinos se confieren «sin dinero y sin precio» (Isaías 55:1). Bondades comunes de una persona inconversa, pueden ser aceptadas con gratitud, siempre que sean hechas sin la intención de mantener la obra de Dios. Pero el pedir dinero del mundo, para Su servicio o causa, es completamente incorrecto; porque, ¿cómo apoyará Satanás a Dios en su obra contra el reino de las tinieblas?

EL MÉTODO DIVINO DE SU SOSTÉN.

¿Cómo mantiene el Señor a sus siervos? El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera: «Si nosotros os sembramos lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos lo vuestro carnal? (cosas del cuerpo). Así también ordenó el Señora los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio» (1 Cor. 9:11, 14). El Señor dijo también a sus discípulos, «posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os dieren; porque el obrero digno es de su salario» (Luc. 10:7). Esto no da apoyo alguno a un sistema de «jornal»; pero sobre el mismo principio sus siervos están habilitados a recibir lo que se les da. Servicio espiritual no se hace con el propósito de ganancia’ (2 Cor. 12:14).

De otra parte, las necesidades de los siervos del Señor se suplen por las ofrendas voluntarias de los santos, sobre cuyos corazones el Señor ha encomendado el cuidado de los mismos. Esta no es la misma cosa que un sistema de sueldos.

Hubo ocasiones cuando Pablo, por razones de peso,

NO ACEPTO DÁDIVAS,

como en Corinto y Efeso, prefiriendo trabajar con sus manos (1 Cor. 9:15-18; Hech. 20:33-35); sin embargo aceptó las ofrendas de la iglesia en Filipos, estimándolas como «un olor de suavidad, sacrificio acepto, agradable a Dios»; y declaró que redundaría a cuenta de ellos (Fil. 4:10-18). Esta iglesia envió sus ofrendas «una y otra vez», mientras trabajaba el apóstol en distintos lugares.

Tener comunión con un obrero solamente al tiempo de alguna visita, huele algo a simple retribución por servicios hechos; por otra parte, el obrero debería evitar la costumbre de esperar una ofrenda en cada lugar visitado. Ambas costumbres no están en acuerdo con el ejemplo Escritural.

A su Maestro mira exclusivamente el hombre de fe, y no a sus hermanos; sin embargo la Iglesia tiene la responsabilidad de ministrar a quienes «trabajan en predicar y enseñar». Porque la Escritura dice: «No embozarás al buey que trilla» (1 Tim. 5:17, 18). Cuando fallan los conductos comunes de provisión, como sucede a veces, el Señor provee de fuentes nuevas. El nunca tiene agotados sus recursos.

HAY CASOS

de muy dignos siervos del Señor, que han aceptado sueldos fijos, sin pensar que fuera en alguna manera incompatible con su vocación celestial. No los juzgamos. Procedieron de acuerdo a la medida de luz que tenían. No obstante, nosotros nos ponemos del lado del apóstol y decimos: «mas aún yo os muestro un camino más excelente (1 Cor. 12:31). «Tened fe en Dios», y la senda se hará conocer como la mejor, y la correcta. (Mar. 11:22).

CAPITULO 16:
GOBIERNO EN LA IGLESIA

LOS santos de Dios componen su Casa (Heb. 3:6). Su presencia entre ellos exige santidad, y sumisión a su voluntad (Sal. 93:5; Sant. 4:7). Donde la voluntad humana deja de sujetarse a la autoridad divina, entonces las cosas se despedazan espiritualmente. El libro de Jueces revela el triste fracaso de Israel por esta causa. Es un solemne relato de apostasía y castigo, con citas de las misericordiosas intervenciones salvadoras de Dios. El último capítulo refiere el origen de todo el mal; «en estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo recto delante de sus ojos». (v. 25). En otras palabras, no había gobierno ni autoridad reconocida, de donde nació un espíritu de anarquía y rebeldía. El criterio humano nunca debería usurpar la soberanía divina.

EL GOBIERNO ES DE DIOS,

y sumamente esencial para el bienestar del hombre; ya sea con respeto a naciones, o a la Iglesia de Dios o a la familia (1 Pedro 2:13-15; 1 Cor. 16:16; Efes. 6:1). En lo que a la primera autoridad se refiere, se requiere el sometimiento a las «potestades superiores»; a la segunda, ancianos o sobreveedores han de recibir consideración similar; y a la tercera, obediencia a los padres se encarga.

SUMISIÓN A LOS ANCIANOS.

Ancianos son la provisión del Señor para el cuidado de las Iglesias locales, y se les reconoce en responsabilidad ante la Cabeza, para mantener buen orden ante Dios, según la Palabra, y para velar para que sea eficazmente guardada la fe que ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Tienen que guardar el rebaño de las asechanzas de’ los «lobos rapaces» y enseñadores de «cosas perversas», que quisieran arrastrar discípulos tras sí (Hech. 20:28-30). Especialmente son amonestados a «apacentar la grey» (1 Ped. 5:2). En resumen, han de velar por las almas de la grey como hombres que han de dar cuenta a Dios (Heb. 13:17).

Ancianos no constituyen un grupo de varones que han de imponer su propia voluntad o gobierno; gobernarán para Dios. Son «guías» del rebaño y «ejemplos» vivos de lo que enseñan; guías y rebaño por igual sujetos a la Palabra; todos conjuntamente sosteniendo la Cabeza (Col. 2:19). Verdaderos sobreveedores tienen que recibir sometimiento, en el temor del Señor (Hech. 20:28; 1 Ped. 5:1-4; Heb. 13:17).

CAPITULO 17:
DESIGNACIÓN DE SOBREVEEDORES

SI ancianos han de ser designados, ¿quién ha de hacerlo? Ahora no hay apóstoles que los podrán nombrar. Ellos echaron los cimientos de la doctrina eclesiástica, (Hech. 2:42; Efes. 2:20) y ésta, su obra especial ha caducado. Ellos, y los profetas, no son más necesarios para la Iglesia, ahora que las Escrituras del Nuevo Testamento están completas. Lo que queda son: evangelistas, pastores y enseñadores (Ef. 4:11), y éstos son nombrados en su orden correcto. El evangelista, extrae las «piedras» de la «cantera», por así decirlo, y las coloca en el edificio de Dios; los pastores ahora cuidan de las almas salvadas, llamadas por otra parte «piedras vivas»; y luego los enseñadores las edifican en su santísima fe, según los principios fundamentales asentados por los apóstoles. Esto es el orden divino.

No solamente no existen apóstoles ahora, sino que

NO TENEMOS SUCESIÓN APOSTÓLICA;

no hay autoridad delegada, cual la de Pablo a Timoteo y a Tito (1 Tim. 3 y Tito 1), para designar ancianos. Como tampoco hay evidencia en el Nuevo Testamento de un grupo de iglesias organizadas, de un distrito o provincia, con alguna especie de ejecutivo con faculta des de superintendencia; por lo tanto, no hay ningún cuerpo o personas de afuera que tenga el derecho de designar ancianos. Mucho menos derecho tiene una iglesia local de seleccionar sus propios ancianos. ¿Escogerán las ovejas a sus pastores? Pero algunos dirían: ¿Por qué ha recibido la Iglesia la lista de los requisitos necesarios en los ancianos, si no son para guiarla en escogerlos? (1Tim. 3:1-7; Tit. 1:5-9).

EL ESPIRITO SANTO DESIGNA A LOS ANCIANOS

Nótese que el Espíritu Santo es quien designa los sobreveedores o ancianos en la iglesia, como está claramente establecido en Hechos 20:28; y que tale, dones (hombres que han recibido estos dones) son dados por la Cabeza en el cielo, «para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo» (Efes. 4:12).

Leemos en 1 Timoteo 3:1, «si alguno apetece (deseo nacido del Espíritu) obispado (obra de sobreveedor o anciano), buena obra desea». Tal hombre revelará un cuidado piadoso para el rebaño; y al ejercitarlo, su don crece. No solamente es «conocido» y «tenido en estima» por «amor de su obra» (1 Tes. 5:12, 13); es «reconocido» por esas mismas cualidades designadas en las epístolas a Timoteo y Tito.

¿POR QUE SON MENCIONADOS LOS REQUISITOS?

Un doble propósito se cumple en los requisitos: no solamente ayudan al rebaño en el «reconocimiento del hombre que es un verdadero sobreveedor; sino que éste mismo por su intermedio tiene una norma a la cual debe mantenerse, por la gracia de Dios. Tales ancianos, hechos por el Espíritu Santo han de ser reconocidos (recibir sujeción) en el nombre de Dios». «Igualmente mancebos, sed sujetos a los ancianos; y todos sumisos unos a otros, revestíos de humildad» (1 Ped. 5:5).

«Obispado» es una obra, un servicio humilde, paciente, arduo, frecuentemente mal apreciado. Grande será sin embargo el galardón. «Y cuando apareciere el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria» (1 Ped. 5:4). Apartémonos de la idea de «oficialismo» en la Iglesia; teniendo en cuenta la imagen de un cuerpo sano, cada miembro cumpliendo su parte asignada, con el Señor mismo la Cabeza dirigente.

CAPITULO 18:
DISCIPLINA EN LA IGLESIA

PODEMOS dejarlo asentado como principio que los ancianos (significando lo mismo que sobreveedores y obispos) tratan todas las cuestiones que requieren disciplina. El resultado de su juicio se trae delante de la iglesia para su información y conformidad; el juicio se torna entonces en acción no solamente de los ancianos sino de toda la iglesia. Aún «la naturaleza misma nos enseñaría» (1 Cor. 11:14) que no es prudente discutir asuntos de disciplina ante toda la iglesia, formada sobre todo por personas sin experiencia.

Consideremos algunos casos ejemplares, que requieren tratamiento distinto.

EL CASO DE GÁLATAS 6:1.

«Si fuere alguno tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado». «Restaurar» es volver a poner en orden, sobre todo en lo que está roto; reajustar, reparar: La palabra «falta», en este verso, significa una caída accidental, un contratiempo; un apartamiento del deber, con referencia especial a la debilidad de la persona, y no tanto a la naturaleza de su pecado. Ahora se necesita restitución; en un sentido su conducta se ha «deshecho» y requiere «reparación». ¿Quiénes han de hacerlo, «Vosotros que sois espirituales»? ¿Cómo? «Con el espíritu de mansedumbre». ¿Cuál debería ser la consideración sobresaliente en la mente? ¡Podría haber sido yo! Una visita y conversación amistosa; una aplicación de la Palabra al que está en falta, como agua para los pies (Juan 13:14), hecha en mansedumbre, indudablemente restaurará el alma del débil. Si confiesa su falta, y todos los presentes buscan gracia para el futuro, la disciplina podría ser innecesaria.

NOS ENCONTRAMOS CON CASOS SERIOS,

que requieren medidas extremas. Léase 1 Corintios 5:4-13. Aquí hay un caso de inmoralidad, y no puede ser tolerado. Es un escándalo y vileza, y tiene que ser apartado. «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre» (Sal. 93:5). No obstante, la misericordia de Dios que es como la altura de los cielos sobre la tierra (Sal. 103:11), prohíbe el pensamiento de exclusión perpetua; pero tiene en vista el arrepentimiento, la restauración de alma y la recepción posterior a nueva comunión (2 Cor. 2:6). Se señalan en 1 Corintios 5:11 seis pecados de naturaleza seria; a saber: fornicación, avaricia, idolatría, maledicencia, borrachera y extorsión.

Con los tales se nos amonesta que no andemos ni comamos con ellos. Son ineptos, en estas circunstancias, para sentarse con nosotros a la mesa del Señor, o a la nuestra propia. Esto no significa rehusarles alimento, si fueran necesitados; pues «si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber» (Rom. 12:20); pero tenemos que restringir toda expresión de comunión con uno que está bajo disciplina.

Hay casos de

ERRORES DE DOCTRINAS.

Pablo cita a Himeneo, Fileto y Alejandro, quienes fueron acusados de blasfemia. Los dos primeros habían enseñado que la resurrección había pasado ya, y habían arruinado la fe de algunos. El tercero había resistido en gran manera las palabras (predicaciones) de Pablo. Véase 2 Timoteo 4:14,15. Estos, juntamente con el fornicario de 1 Corintios 5, recibieron disciplina extrema — fueron entregados a Satanás (como castigador) para la destrucción de la carne; pero nótese la siguiente declaración, «porque el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (v. 5). Para todos tales casos serios, el mandamiento divino es «quitad pues a ese malo de entre vosotros» (v. 13). Como «un poco de levadura leuda toda la masa», así el retener entre nosotros una maldad determinada no juzgada, tendría la tendencia de corromper toda la iglesia local; por lo tanto, somos exhortados a «limpiar la vieja levadura» (vs. 6,7).

Además de todo lo que antecede, hay

OFENSAS ENTRE HERMANOS,

que no requieren arreglo por la iglesia, salvo que toda otra tentativa fracase. Léase Mateo 18:15-17. Si un hermano pecare contra mí, entonces tengo que ir y señalarle su culpa, particularmente, procurando ganar a mi hermano, no para reprenderle y decirle lo que pienso de él. Y una buena práctica es orar antes de hacer la visita. De ser eso infructuoso, entonces tengo que llevar uno o dos más conmigo, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Sírvase observar cómo se procura mantener el asunto desagradable dentro del círculo más pequeño que sea posible, para que nada pueda alcanzar publicidad, come conviene al amor fraternal. Solamente cuando el segundo esfuerzo resulta infructuoso es tiempo de apelar a la Iglesia, en la persona de sus sobre-veedores. En caso de que el transgresor tercamente rechace la última tentativa, entonces, por el momento debe ser considerado no como cristiano (aunque lo sea) sino como «un étnico y publicano»; y ninguna asamblea de santos admite a un pagano o publicano a la mesa del Señor.

DIVERSOS CASOS DE DISCIPLINA.

(1) Personas que causan divisiones u ofensas (ocasión de tropiezo) contrarias a las doctrinas que hemos aprendido; han de ser evitadas (Rom. 16:17).

(2) Tenemos que apartarnos de todo hermano que anda desordenadamente, y no según la enseñanza apostólica; también de aquellos que no trabajan y son perezosos, y están ocupados en curiosear, rehusando ser amonestados; más, se nos prohíbe juntarnos con ellos, para que sean avergonzados (2 Tes. 3:6-14).

(3) Luego tenemos a los contumaces y habladores de vanidades, y engañadores, que enseñan lo que no conviene, atendiendo a fábulas judaicas y a mandamientos de hombres: las bocas de los cuales es preciso tapar (Tito 1:10-14).

(4) Aquellos que en la Iglesia pecan (persisten en pecado) tienen que ser reprendidos delante de todos, para que otros teman. Probablemente esto se refiere a algunos que han sido reprendidos frecuentemente por los ancianos y aún no hacen caso (1 Tim. 5:20).

ALGUNA DISCIPLINA QUE NO TOCA A LA IGLESIA.

Hay asuntos que nunca vienen delante de la Iglesia, y que no tienen lugar alguno en su disciplina. Nos referimos a pecados personales entre el creyente y Dios, pero que no pueden ser pasados por alto sin disciplina de la mano divina. «El Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo». Penoso es sufrir la vara; no obstante, «después da fruto apacible de justicia a los que en él son ejercitados» (Heb. 12:5-11).

UNA PALABRA DE ADVERTENCIA.

No debemos pasar por alto cierto hecho solemne, a saber: ni una iglesia, por indiferencia, deja de ejercer disciplina donde sea necesaria; o que protege a un transgresor por no ofender a personas de influencia; ¿no lo toma en cuenta el Señor? ¿No tomará medidas tarde o temprano? ¿No detendrá su bendición y prosperidad de aquella iglesia, por amor de su Santo Nombre?

CAPITULO 19:
RECEPCIÓN DE CREYENTES

LA recepción o admisión a la participación de los hijos de Dios, es algo muy grato, y la comunión de santos es muy dulce, y es de Dios. Toda facilidad correcta para su cumplimiento debe ser utilizada, pero con cuidado para que todo esté en orden, y que no se abuse de ella.

COMUNIÓN ES UNA PARTICIPACIÓN,

el tener las cosas en común. Uno que es admitido a una asamblea de santos, es recibido a todo lo que les pertenece; a la participación en sus privilegios, su testimonio, sus responsabilidades, etc. Sea amplia nuestra concepción de la idea. La participación no es parcial; es completa; es justamente lo que Dios quisiera que fuera. Comunión es como el enlace perfecto desplegado en el cuerpo humano (1 Cor. 12:12-27); una maravillosa co-operación y vinculación. Cada miembro tiene su lugar; es necesario, es indispensable. Todos obran conjuntamente. Cada uno contribuye algo al bienestar de todos. Si un miembro sufre, todos a una se duelen; si uno es honrado, todos a una se gozan. Todos los miembros están unidos unos a otros, y no hay desavenencia en el cuerpo. Cada uno es dirigido por la Cabeza. Nunca se ha sabido que una mano o pie en nuestro cuerpo, mientras funciona normalmente, ha resistido nuestra voluntad. Siempre hay obediencia instantánea… ¡Qué lección para nosotros, los miembros de Cristo!

A TAN BENDITA COMUNIÓN

se da la bienvenida a un hijo de Dios, con la esperanza de que sea permanente. Fue así al principio. Cuando el judaísmo, o alguna otra religión, se dejó para seguir a Cristo, se consideró como terminante; el producirse una recaída fue motivo de tristeza a los creyentes. En aquellos días había una separación entre ellos y los del mundo; la cual provocó la pero ésta mantuvo a la iglesia en una condición saludable y leal al Señor. Lo que se ha dado en llamar «comunión casual habría parecido algo raro a la iglesia primitiva. Además la «recepción a la mesa del Señor» no se encuentra en las Escrituras; recepción es a la comunión de la iglesia, abarcando todo lo que le pertenece, inclusive la Cena del Señor.

COMO RECIBIR A LOS CREYENTES.

«Recibid los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios» (Rom.15:5-7, V. R.). En la recepción ha de ser, ante todo, completamente evidente que la persona sea realmente del Señor; ¿ha recibido Cristo al tal?, En segundo lugar, ¿está él o ella libe de doctrina errónea de naturaleza fundamental? En tercer el carácter moral ha de ser sin reproche. Estas consideraciones son de primordial importancia, y en ningún caso han de ser puestas a un lado. De aparecer ahora todas las cosas satisfactorias, entonces la pregunta podría ser formulada: ¿Ha sido Vd. bautizado (por inmersión) como creyente en Cristo? Según el mandamiento del Señor, este acto de obediencia e identificación con El, sigue a la conversión, y las citas de Los Hechos demuestran que los discípulos obedecieron sus instrucciones. En la. Iglesia primitiva no había creyentes no bautizados. El bautismo, por cierto, ni es necesario a la salvación, ni es la puerta de entrada a la Iglesia, como algunos afirman. Somos salvos por la fe sola (Efes. 2:8, 9), y Cristo es la puerta (Juan 10:9). No obstante, esta ordenanza es esencial a la obediencia, y sigue a la conversión como el próximo paso importante.

Sin discutir detalladamente el tema del bautismo, es siempre prudente seguir el orden y vinculación escriturales de las cosas, copio fueron practicadas por la Iglesia primitiva. En Hechos 2:41, leemos, «Así que, los que recibieron la palabra, fueron bautizados y fueron a como tres mil personas». Conversión, bautismo y admisión a la iglesia están bien ligadas y en ese orden; por tanto, «lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre» (Mat. 19:6).

NECESIDAD DE GUARDIANES.

Ancianos no solamente son guías del rebaño, son también guardianes. Han de guardar las iglesias de los santos, de aquellos que entrarían subrepticiamente (Jud. 4) y harían un sin fin de daños; de aquellos que son meramente pretendientes (no verdaderamente salvos); de cualquiera cuya vida fuera un mal testimonio. Dios nos intima a hacer todo «decentemente y en orden» (1 Cor. 14:40); por lo tanto, suficiente tiempo y cuidado piadoso han de ser manifestados en la recepción de uno que profesa ser Cristiano, acerca del cual poco o nada se conoce.

Siendo que sería sumamente grato recibir a Cristianos sobre la sencilla base de estar en él «un cuerpo», no obstante, las condiciones presentes de cosas hacen que sea sumamente difícil hacerlo. Condenamos cualquier espíritu de severidad hacia cualquier creyente en los sistemas que nos rodean; y recomendamos un amor para con ellos para darles la bienvenida a lo que es muchísimo mejor; sin embargo, realizamos que, a la medida que pasa el tiempo, se aumenta la necesidad de un correcto ejercicio de cuidado.

En el caso de creyentes nuevos, todo es relativamente sencillo y feliz; y en cuanto a alguno portador de una carta de una asamblea de otra parte, que nos es conocida, todo es también generalmente muy satisfactorio. La carta se lee a la Iglesia, y el creyente extraño recibe la bienvenida.

Todos los casos de recepción se presentan delante de los ancianos, y sobre su recomendación

LA IGLESIA LOS RECIBE.

Así que la recepción, estrictamente hablando, no es por los ancianos, sino por toda la Iglesia. Ninguno tiene derecho personal de traer a otro a la mesa del Señor, ni tiene alguno la libertad de decir a cualquiera que no venga. Tiempo suficiente también, debería permitirse transcurrir para que cualquier miembro de la iglesia produzca evidencia, si existiera, que podría impedir la recepción del candidato. Frecuentemente la prudencia de semejante proceder ha sido constatado en el caso de uno que es completamente extraño.

NO PODEMOS ESTABLECER UNA REGLA UNIFORME

que se adapte a todos los casos; porque se presenta de vez en cuando uno que es excepcional, y debe ser considerado según su propio mérito. Pero lo que hemos procurado hacer, es indicar principios generales que sirvan de guía, y no imponer detalles acerca de los cuales ha habido mucha controversia.

Si alguno pensara que estamos inclinándonos a la parte de una comunión restringida; a los tales diremos, que nuestras observaciones solamente deberían ser consideradas como implicando la urgencia de tomar mayor cuidado, en vista de los peligros que abundan; sin ninguna intención de excluir a ninguno a quien el Señor quisiera que admitamos. «No impongas de ligero las manos a ninguno» es el principio al que quisiéramos dar énfasis (1 Tim. 5:22).

CAPITULO 20:
EL LUGAR DE LA MUJER

EL mismo espíritu de cambio y rebeldía que caracteriza al mundo en estos «últimos días» está extendiéndose rápidamente en lo que profesa ser la Iglesia de Dios. La mujer está dejando el lugar que el Señor le ha asignado. Está reclamando igualdad de derecho con el hombre, para ocupar cualquier posición que le agrade, indiferente a lo que las Escrituras digan al respecto. Eclesiásticamente el colmo se alcanza cuando una mujer asume la función de pastor o ministro de una iglesia. Tales casos no son raros. Mujeres predicadoras, enseñadoras y disertadoras, en plataforma pública, están aumentando grandemente. Hay mujeres «ancianas» y «diaconisas». Mujeres que oran en reuniones de oración ante los hombres; y en otras reuniones de iglesia se oyen sus voces.

Que una mujer pueda poseer mejor don de oratoria que muchos hombres que hablan en público, no justifica que tome un lugar que Dios no le dio a ella, aunque pueda derivarse alguna bendición de ello. Cuando Moisés hirió la roca en vez de hablar sencillamente a ella, como le fue mandado, las aguas brotaron para los Israelitas sedientos, pero el resultado no justificó su acción; no, porque se atrajo el desagrado de] Señor, de tal manera que él y Aarón su hermano perdieron el honor de introducir al pueblo en la tierra prometida. No habían creído a Dios ni le habían santificado en los ojos de Israel (Núm. 20: 7-12). Que las hermanas en Cristo tomen advertencia y no pierdan un galardón completo.

Veamos lo que las Escrituras enseñan acerca del lugar de la mujer.

LA TRIPLE DESIGNACIÓN DE CABEZA.

«Cristo es la cabeza de todo varón; y el varón es la cabeza de la mujer; y Dios es la cabeza de Cristo» (1 Cor. 11:3-16). No hay palabras que podrían establecer más claramente este triple aspecto de supremacía. Indudablemente todos los creyentes de las Sagradas Escrituras se inclinarán ante esta declaración divina. Cuando Dios mismo dice que la cabeza de la mujer es el hombre, no es decoroso disputar y discutir.

El hombre orando o profetizando con la cabeza cubierta, deshonra a su cabeza, Cristo mismo; la mujer orando o profetizando con la cabeza descubierta, deshonra a su cabeza, el hombre. El hombre es la imagen y gloria de Dios; la mujer es la gloria del hombre. El hombre no es de la mujer; la mujer es del varón (refiriéndose al acto original de la creación). El hombre no fijé criado para la mujer, sino la mujer para el hombre. Por tanto leemos: «por lo cual, la mujer debe tener

SEÑAL DE POTESTAD

sobre su cabeza, por causa de los ángeles» (1 Cor. 11:10). Su velo, o cubierta de cabeza, m la señal de la autoridad de su marido, lo cual es una lección demostrativa a los ángeles. Su cabello largo le es dado por velo (cubierta). Es una vergüenza para ella ser trasquilada o afeitada. ¡Y sin embargo, mujeres cristianas quitan el cabello en ojos de los ángeles (¡qué pensarán los seres angelicales!) y rompen el mandamiento del Señor! ¿No pueden las mujeres salvadas, por amor de Cristo, guardar su cabello? ¿Qué tiene que ver la moda con ello?

LA RELACIÓN DE LA MUJER AL HOMBRE.

«Ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón». «La mujer es del varón, así también el varón es por la mujer». «Empero todo de Dios». La mujer es sujeta al varón, pero el hombre depende de la mujer. Si un hombre adopta postura de superioridad y mira con desprecio a una mujer, obra como desprovisto de sentido y conocimiento. El hombre fue hecho para llenar el lugar prominente y de responsabilidad, la mujer el lugar discreto y silencioso. El hombre no fue hecho para estar solo, la mujer es «ayuda idónea» para él. El hogar es su principal, aunque no su única esfera; en ello procede dignamente y brilla para mejor provecho. La mujer ha de someterse a su marido, como al Señor; el marido ha de amar, alimentar y cuidar a su esposa, como el Señor a la Iglesia (Efes. 5:22-33). Hermosa es la vida del hogar donde tal es el caso.

LA RELACIÓN DE LA MUJER AL MINISTERIO PÚBLICO

«Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar» (1 Cor, 14:34, 35). La palabra griega traducida «hablar» se emplea en versos 19, 21, 28, 29, 34 y 35 de este capítulo. Toda traducción del Nuevo Testamento da «hablar» en cada verso. Nadie necesita un diccionario para conocer el significado de esa palabra; aún una criatura entiende cuando se le dice que no hable.

Algunos que se irritan por causa de esta restricción de hablar en la iglesia, han dicho que esta palabra griega quiere decir «hablar» en los primeros cuatro versos, y «charlar» en los dos últimos; que el Espíritu mediante el apóstol no quiso prohibir a una mujer «hablar», pero ¡que no debe «charlar»! Pero esto está en contra de las traducciones más autorizadas, y está en contra del contexto del capítulo; además, es una observación descortés contra el carácter de una mujer cristiana, inferir que es dada a charlar cuando la iglesia está en reunión. No seremos culpables de esta absurda interpretación, y la desechamos.

AQUÍ HAY SIETE HECHOS SIGNIFICATIVOS:

(1) Ninguna mujer fue usada para escribir alguno de los 66 libros de de la Biblia, aunque algunos de sus dichos son relatados; (2) ninguna mujer sacerdote fue designada en el Antiguo Testamento; (3) no hubo ninguna mujer que oficiara en el Tabernáculo o Templo; (4) ninguna mujer fue escogida por nuestro Señor como uno de los doce apóstoles; (5) ninguna mujer evangelista, pastor o enseñador (en sentido público) hay en el Nuevo Testamento; (6) ninguna mujer se menciona que haya hecho algún milagro públicamente; (7) ninguna mujer se nombra en 1 Corintios 15:5-9 como testigo público de la resurrección, aunque el Señor apareció primeramente a mujeres después que resucitó.

¿Por qué todo esto? Sencillamente, que a la mujer, el «vaso más frágil» (1 Ped. 3:7), no se le asigna el lugar de responsabilidad y testimonio público, en la Iglesia o en el mundo.

LA RELACIÓN DE LA MUJER A LA ORACIÓN Y ADORACIÓN EN PÚBLICO.

En 1 Timoteo 2 se trata de la oración y el orden divino de los sexos. Verso 8 dice: «Quiero pues, que los hombres oren en todo lugar»; eso incluye todo lugar donde la oración se hace públicamente, o donde hombres y mujeres estén juntos. Énfasis se pone sobre «los hombres», queriendo decir no las mujeres. Los hombres oran con la cabeza descubierta; las mujeres están en silencio, cubiertas. Después que el apóstol menciona a los hombres, se dirige luego a las mujeres (vs. 9-14) encargándoles modestia, silencio y sujeción; adelantando la razón de esta disposición; «porque Adán fue formado el primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo seducida, vino a ser envuelta en transgresión».

¿Significa todo esto que una mujer no tiene parte alguna en la adoración y oración, cuando la iglesia está congregada? De ninguna manera. Nuestros himnos forman una parte importante de nuestras reuniones. Hermanos y hermanas se asocian en cantar sus pensamientos de adoración, alabanza y acción de gracias. Durante el canto nadie ocupa lugar de preeminencia; esto está completamente en orden. Todos los hermanos presentes no toman parte en oración; pero el que así lo hace expresa y dirige la adoración de los demás, y al final todos respondemos con «Amén». Todos estaban adorando, los hermanos silenciosos Y las hermanas calladas también. Un corto ministerio de la Palabra se ofrece; nuevamente cada uno escucha en silencio, hermanos y hermanas, todos impresionados. Hay pausas durante las cuales ningún sonido se oye en la compañía; pero no obstante, adoración asciende de todos los corazones, hermanas igualmente con hermanos.

En el caso de la reunión de oración, lo mismo puede decirse de ella. Aun aquí las hermanas pueden orar, no están excluidas. Véase 1 Samuel 1:9-17. Esta mujer piadosa, Ana, seguía orando al Señor, cuando estaba en la casa de Dios, donde estaban congregados quienes adoraban. Dice que oraba, derramaba su alma; fue oída en el cielo: Dios contestó su oración. Pero obsérvese: «mas Ana hablaba en su corazón, y se movían solamente sus labios, y su voz no se oía» (v.13). Orar de tal manera que se uvera, no hubiera sido permitido en esa compañía mixta; sin embargo, a ninguna mujer se le prohibió orar «en su corazón y eso fue de igual efecto con Dios.

ALGUNAS ESCRITURAS EXPLICADAS.

Gálatas 3:28. «No hay Judío ni Griego; no hay siervo ni libre; no hay varón ni hembra; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». Esto no tiene aplicación alguna a conducta u orden en la iglesia, puesto que en ella la Palabra declara claramente que hay diferencias entre los sexos. Pero en la familia redimida de Dios no hay distinción alguna en cuanto a la salvación y gracia conferidas; todos están en el mismo cuerpo; todos tienen el mismo Espíritu, esperanza, Señor, fe, bautismo, Dios y Padre; sea varón o hembra, «todos son uno en Cristo Jesús». La cita no tiene otro significado.

Mateo 28:7. «Id presto, decid a sus discípulos que ha resucitado». De esa manera habló el ángel a las dos mujeres. No publicaron las nuevas en las calles de Jerusalén, ni donde se congregaba la gente en el atrio del templo; pero fueron enviadas a avisar a sus discípulos privadamente. No eran testigos públicos, de donde sus nombres no están concluidos en la lista de 1 Corintios 15:5.

Lucas 2:36-38. Esta mujer, Ana, era profetisa según el orden del Antiguo Testamento. Las tales fueron provistas durante tiempos de decadencia, y sus mensajes fueron entregados privadamente a hombres que estaban en responsabilidad (Juec. 4:14; 2 Crón. 34:22-28). Ana servía a Dios «con ayunos y oraciones”; éste fue su servicio. Ella confesaba al Señor, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» — no en reunión pública (eso no sería permitido), pero a individuos.

Juan 4:28, 29. Esta mujer de Samaria no predicó públicamente; pero convidó a los hombres de la ciudad diciendo: «Venid, ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho». Cualquier mujer puede invitar a otros a venir a escuchar el evangelio.

Hechos 1:14. «Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruegos, con las mujeres». Suponiendo momentáneamente que las mujeres oraron, el ritual judaico les prohibiría orar en voz alta delante de hombres; tenían que orar en voz alta aparte de los varones. Obsérvese Zacarías 12:10-14, que viene muy al punto. Si no oran aparte, entonces lo harían como Ana, «se movían sus labios y su voz no se oía» (1 Sam. 1:13). Además, la Iglesia no había sido formada aún, ni el reglamento Iglesia en cuanto al silencio de la mujer; así que Hech. 1:14 no es guía para el tiempo de la Iglesia. Pero claramente dice 1 Corintios 14:34 que las iglesias seguían la ley antigua en este asunto, imitando a Ana de 1 Samuel 1:13.

Hechos 18:24-28. Priscila y su esposo declararon las Escrituras a Apolos el predicador, pero fue particularmente, en su propia casa. Cualquier mujer cristiana puede ayudar a su esposo de la misma manera.

Hechos 21:29. Felipe el evangelista «tenía cuatro hijas, doncellas, que profetizaban». Siendo de un hogar piadoso, no procederían de manera impropia, pero se atendrían al límite para mujeres, y sus mensajes serían de naturaleza particular, como al estar de visita o al recibir la visita de vecinas.

Filipenses 4:3. Aquí se nombran ciertas mujeres que «trabajaron» juntamente con Pablo en el evangelio. Aquel que claramente estableció que a una mujer no le es permitido hablar (1 Cor. 14:34), ¡difícilmente podría tener a mujeres predicando en la plataforma con él! Hay que pensar en otras maneras en que «trabajaron»; tales como avisando a otras personas acerca de las reuniones; visitando y ayudando a las mujeres; atendiendo a Pablo mismo. Todo esto es de la incumbencia de la mujer y es trabajo que cuesta llevarlo a cabo.

Hechos 2:17, 18. «Y será en los postreros días (dice Dios), derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán… y sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán». Perfectamente bien, pero no para sobrepasar la enseñanza clara dada a la Iglesia acerca de las mujeres; eso jamás podría ser. Profetizarían, ciertamente, pero no ante hombres, públicamente.

ACTIVIDADES PROPIAS A LA MUJER.

Mujeres ministraron al Señor de sus haciendas, y pueden hacerlo aún en la persona de aquellos que pertenecen a El (Luc. 8:2, 3).

En Romanos 16:1-12 vemos a mujeres sirviendo a la Iglesia; socorriendo a muchos; ayudando a los siervos de Cristo; además de efectuar otros hechos nobles.

En 1 Timoteo 5:5-14, encontramos a mujeres continuando en oraciones; conocidas por sus buenas obras; criando a niños; alojando a extraños; lavando los pies de los santos, y aliviando a los afligidos.

En Tito 2:3-5, ella se ve viviendo como ejemplo ante las de su propio sexo, y enseñándoles el bien.

Nadie tan dotado para educar a la juventud como las mujeres. Lo que una persona llega a ser en la vida, es más el resultado de la paciente enseñanza de la madre que del padre.

Mujeres pueden hacer obra muy importante en la esfera misionera. En países mahometanos, y en otros casos, ella sola puede entrar en los bogares para hablar a las mujeres.

Para cuidar a los enfermos, visitar y recibir las visitas, las mujeres aventajan completamente a los hombres.

La mitad de la raza humana está formada por mujeres, por tanto, ¡qué campo de acción tienen las mujeres para toda clase de servicio! Los hombres frecuentemente se ven en situación embarazosa al tratar con las mujeres; las mujeres nunca lo están.

Cualquier mujer puede hablar a un hombre acerca de su alma, cuando se le presenta la oportunidad apropiada; con tal que se haga de acuerdo a las costumbres morales del país.

SU HONOR ESPECIAL CON UN LLAMADO CARIÑOSO.

En dos aspectos importantes Dios ha honrado a la mujer más que al hombre, y son únicos en su género. Cristo nació de una mujer, la Virgen María. Nuestro Señor, después de su resurrección, apareció primeramente a una mujer, María Magdalena.

¡Oh, mujer guarda el lugar que la infinita sabiduría de Dios te ha asignado! No es el lugar de cabeza; ese pertenece al hombre, y es su responsabilidad a Dios. La parte pública no es tuya, sino de él. El Señor así lo ha deseado. Tu esfera es maravillosa. No la empañes por inmiscuirte en lo que es de la incumbencia del varón. Que ambos guarden sus respectivos lugares, en el temor del Señor. El clamor de medio mundo de «derechos de la mujer», es contrario a Dios; es rebelión y una señal depravada de «los últimos días».

CAPITULO 21:
SEPARACIÓN DEL PECADO

COMO la redención, éste es tema grande e importante, surcando la Biblia, desde el primer capítulo hasta el último. Todo el castigo que ha caído sobre el pueblo de Dios, en todas las edades, ha sido porque no ha sacado lo precioso de lo vil (Jer. 15:19); sino que persistieron en tener comunión con obras de tinieblas.

El carácter de Dios demanda la separación del pecado. En Isaías 6:1-5 se ve al Señor sentado sobre un trono alto, ante cuya inmaculada y gloriosa presencia los serafines cubren con sus alas sus caras y pies; clamando el uno al otro: «Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos». El profeta, contemplando la visión, llega a estar tan impresionado con el contraste de su propia condición comparada con semejante inmaculada santidad, que exclama: «¡Ay de mí, que soy muerto!». Ocupando lugar de profeta entre los hombres, sin embargo semejante visión le obliga a decir: «Siendo hombre inmundo de labios». Tal fue la revelación dada a Israel de antiguo.

De 1 Juan 1:5-10 recibimos un mensaje sumamente importante para nuestro propio día. Primero se anuncia: «nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo»; luego, «Dios es luz, y en El no hay ninguna tiniebla. Si nosotros dijéremos que tenemos comunión con El, y andamos en tinieblas, mentimos, y no hacemos la verdad; mas si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión entre nosotros (Padre, Hijo y aquellos que andan en luz), y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado».

Aunque esta comunión divina ciertamente se extiende a todos los «santos», en su plenitud está limitada a los que «andan en la luz, como El está en luz». Si alguno hace alarde de esta comunión, y «anda en tinieblas (como muchos cristianos indudablemente hacen), miente y no hace la verdad». El profeta Amós escribe: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto?» (Amós 3:3); por tanto, ¿cómo andaremos nosotros en comunión con Dios, si nuestras vidas no están en «concierto» con El?

NUESTRO DEBER EXPLICITO,

en vista de la santidad de Dios, se nos pone delante en 2 Timoteo 2:19-26; «apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo»; y que nos «limpiemos» de maldad, para «huir de deseos juveniles», etc. Hacerlo es llegar a ser «un vaso para honra, santificado y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra». ¡Qué honor ser un tal vaso!

POR FALTA DE SEPARACIÓN DEL PECADO,

el mundo antiguo pereció anegado en agua; Sodoma y las ciudades de la llanura fueron consumidas por fuego del cielo; los hijos de Israel perdieron su herencia y fueron esparcidos entre las naciones; los pueblos de Canaán, Moab, Amón, Edom y Asiria, ya no son más; imperios mundiales tales como los de Babilonia, Medo-Persa, Grecia y Roma, cayeron y son meramente asuntos históricos.

Por causa del pecado las naciones actuales están acercándose a su ruina final en Armagedón; y la Iglesia profesante, haciéndose apóstata, ha de ser «quemada con fuego» (Apoc. 18:8). Desde el Gran Trono Blanco todos los impíos muertos serán lanzados en el lago de fuego —una separación perpetua entre Dios y el pecado (Apoc. 20:14; Mar. 9:43-50).

¿Por qué todo esto? «Porque la luz vino al mundo, y los hombres amaron las tinieblas más que la luz; porque sus obras eran malas». (Juan 3:19).

CAPITULO 22:
SEPARACIÓN DEL MUNDO

TODO el mundo está puesto en maldad» (en el malo V. R.). Satanás es su dios (2 Cor. 4:44); es dominado y guiado por su dios (Efes. 2:2); es enemistad contra Dios, no se sujeta a su ley, ni puede agradarle (Rom. 8:6-8). Tanto judíos como gentiles están debajo de condenación por haber matado al Príncipe de Vida (Hech. 3:15; 1 Cor. 2:8). No obstante, la actitud de Dios es de infinito amor y compasión a un mundo perdido, con una oferta de perdón y salvación, «no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3:9). No obstante, «el año de la buena voluntad de Jehová» será seguido por «el día de venganza del Dios nuestro» (Isaías 61:2).

El mundo aborrecerá a los que son de Cristo, si adoptan la posición de separación de ello, como El lo hizo (Juan 17:14-18). El cristiano no ha de amar al mundo (este gran sistema mundano), ni las cosas que están en el mundo (1 Juan 2:15-17). Todo el sistema está en abierta oposición al Padre, y finalmente ha de desaparecer en juicio.

EL MUNDO PROVEE PARA TODA CLASE DE CONCUPISCENCIA

de la carne en nosotros, cualquiera que fueran nuestros gustos, decentes o groseros. Sus modas, placeres, deportes, entretenimientos y pasatiempos se proveen abundantemente, sin considerar ni el trabajo ni el costo. Por la radio pueden ser traídos a nuestras mismas viviendas los discursos de los grandes de la tierra; las noticias del mundo; el progreso de los deportes y peleas y luchas; los sermones y recitaciones cómicas; cotizaciones comerciales y datos para las carreras; la música desde lejos; las devociones matutinas y frivolidades nocturnas; los discursos floridos y vulgaridades groseras; en resumen, santo y pecador; pío y profano; profesor o comerciante; maestro o siervo; anciano y joven; varón y hembra — ¡todo y todos servidos!

Hay el cine, otro inmenso entretenimiento mundano, atrayendo a su seno todos los rangos sociales. La bebida arruina sus miles, el cine sus diez millares. Su moralidad, la de Sodoma; sus actores, los hombres y mujeres de Gomorra. Los auditorios hacinados contemplan, con familiaridad espantosa, escenas obscenas e indecorosas; hombres y mujeres haciendo lo impropio: la corrupción escasamente velada no hace sonrojar la mejilla, ni turba la conciencia. ¿Son así todas las funciones? De ninguna manera. Eso nunca convendría. Lo educacional, lo hermoso, lo instructivo — están todos presentes. Es una mezcla ingeniosa; pero en el fondo de la copa están las heces destructoras del alma, y ¡muchas de sus víctimas están en las profundidades del infierno!

¡Basta! ¿Para qué seguir adelante? Dios y el mundo son polos opuestos; y en breve lo destruirá, con todo lo que hay en él. Guardémonos apartados.

LA VERDADERA SEPARACIÓN

no es la de la ermita ni del monasterio, encerrándonos distanciados de nuestros semejantes. Esto nunca lo hizo el Señor. Libremente se rozó con todas clases y condiciones de hombres, pero solamente para su salvación. El era «santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores» (Heb. 7:26); separado por su mismo carácter, de sus malos caminos, placeres de pecado, designios mundanos y política. Era un extranjero celestial en un mundo hostil, testificando para su Padre. Nos ha dejado un ejemplo, para que sigamos sus pisadas (1 Ped. 2:21).

CAPITULO 23:
SEPARACIÓN DE MALES RELIGIOSOS

LA predicha apostasía de la Iglesia está rápidamente tomando forma y llegará a su completo apogeo cuando aparezca el Anticristo. Todas las denominaciones están afectadas. Pero antes de llegar al colmo, el Señor «descenderá al aire» para recibir a Sí mismo a su verdadera Esposa (1 Tes. 4:13-18). La mayoría de las personas meramente religiosas, nunca han «nacido de nuevo», y serán dejadas. Las Escrituras revelan que no hay remedio para la apostasía; es decir, para el deliberado abandono de las verdades fundamentales de la Palabra, una vez reconocidas (Heb. 6:4-8). Es imposible cambiar los sistemas religiosos tan leudados con «Modernismo»; todo lo que se puede hacer, es abandonarlos. «Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas» (Apoc. 18:4). Al salir, no es para empezar algo nuevo; sino simplemente para volver al orden y disposición de Dios para su Iglesia, como al principio.

«FUERA DEL REAL».

Leamos en Hebreos 13:10-16: Los judíos a quienes les había sido confiada la Palabra de Dios (Rom. 3:2), y reglamentos del culto (Heb. 9:1), rechazaron a su Mesías, diciendo: «Quita, quita, crucifícale». Por eso su casa de culto, con todo su ritual, ahora había de ser dejada desierta. (Mat. 23:28). Habían desechado al Hijo de Dios y no quisieron su enseñanza. Le sacaron fuera de su ciudad al Calvario y allí le crucificaron, en ignominia y vergüenza. Como el sacrificio para la expiación del pecado antiguamente fue quemado fuera del real, así también Jesús padeció fuera de la puerta (Lev. 6:30; 16:27).

DENTRO DE AQUELLA CIUDAD APOSTATA

el culto del templo prosiguió, como de costumbre, con toda la hermosa ostentación; pero, ¿dónde estaba el Cristo de Dios? ¡Afuera, rechazado, muerto! ¿Podría ser acepto a Dios ese culto ahora? ¡Imposible! ¿Sería Cristo más aceptable hoy día para el Cristianismo, si viniera? Los dirigentes están negando su Deidad, su nacimiento virginal, su sangre expiatoria. ¿Podrían rechazarle más abiertamente? Sin embargo, continúan sus cultos ornamentales en sus cincelados edificios arquitectónicos, en apariencia adorando a Dios. ¿Lo acepta? ¡No! El verdadero adorador ha de dar la espalda a esta decepción religiosa, para «salir pues a El fuera del real, llevando su vituperio». Crucifixión es un vituperio, y la cruz una vergüenza y ofensa, hasta el día de hoy. Este es el tiempo para que el verdadero discípulo se identifique con el despreciado y rechazado Hijo de Dios.

EL LLAMADO A LA SEPARACIÓN.

«Salid de en medio de ellos, y apartaos (dice el Señor), y no toquéis lo inmundo», es el deber ineludible de todo hijo de Dios (2 Cor. 6:17). Y cuando, ante su orden nos hemos separado de todo ello, no en un espíritu farisaico, sino en el temor del Señor, ¿cómo podemos justificarnos en volver, aunque tan sólo fuera por una hora, a lo que hemos dejado? Las inspiradas palabras apostólicas son: «Si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago» (Gál. 2:18).

¿Por la separación de males religiosos y de sistemas humanos, queda reducida nuestra utilidad? No, de ninguna manera. Al obediente, el Señor le da un bendito estímulo: «He aquí, he dado una puerta abierta delante de ti, la cual ninguno puede cerrar; porque tienes un poco de potencia, y has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Apoc. 3:8).

CAPITULO 24:
LA CONSUMACIÓN DE LA IGLESIA

UNA bella esperanza ha tenido por delante siempre la Iglesia, desde la ascensión de su Señor al cielo; a saber, su regreso desde allí para arrebatarla de este mundo. «Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3).

El lugar para la cita entre Cristo y su Iglesia será en el aire». El descenderá de los cielos y los suyos serán «arrebatados» para encontrarle; como un gran imán atrayendo a sí mismo las agujas halladas en un gran vaso de alfileres. Los redimidos ya dentro del cielo, vendrán con Cristo a fin de recibir sus cuerpos de gloria. Primero serán resucitados todos los cuerpos muertos de los salvos, para que sean transformados a la misma semejanza gloriosa del cuerpo de gloria de su Señor, para que no vean más la corrupción. Luego los cuerpos de los creyentes vivos serán transformados a la misma semejanza gloriosa, para que nunca lleguen a sufrir la muerte. Entonces todos juntos serán transportados al encuentro celestial, y las nubes recibirán la Iglesia, quitándola de los ojos del mundo. Todo esto se verificará en «un momento, en un abrir de ojos». Ningún salvo será dejado para sufrir los horrores de la «gran tribulación». Todos irán juntos como los israelitas al salir de Egipto (1 Tes. 4:13-18); 1 Cor. 15:23, 50-58; Hech. 1:9-11).

Después de la venida del Señor se sentará el Tribunal de Cristo, donde será manifestado el servicio y testimonio de la Iglesia, efectuados en la tierra; a fin de poner en claro el carácter de sus obras; cuando cada salvo recibirá recompensas eternas o sufrirá las pérdidas merecidas. Todo lo que aguantara la prueba será para la gloria y alabanza de Dios (1 Cor. 3:10-15; 4:1-5).

Después, se celebrará la Cena de las bodas del Cordero; en la cual la Iglesia será vestida del lino fino de la justicia perfecta y adornada con la belleza de su Señor. Ahora al fin, será conformada a la imagen del Hijo de Dios; esposa perfeccionada para su Marido Majestuoso; compañera idónea para El; para compartir toda su gloria, y eso por todas las edades del siglo de los siglos. Amén. (Apoc. 19:7-9; Rom. 8:17, 29; Juan 17:24; Efes. 3:21; 5:27).

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