De los ídolos a Cristo Jesús (#9677)

9677
De  los  ídolos  a  Cristo  Jesús

Eliana Santelices

Nací y crecí en casa humilde en Chile, de madre católica y padre ateo. Nada aprendí que me llevara a conocer a Dios, pues mi madre a una iglesia no iba y mi padre cuanto más lejos mejor. Ella decía que si se caía la sal o se quebraba un espejo, grandes calamidades nos iban a mortificar. Él decía que el único dios era el trabajo y el dinero. Creía que la adoración de imágenes, fueran o no del romanismo, actuaban de antídoto a cualquier maleficio. Ellos no ponían impedimento para que una vecina me aleccionara en la santería, y esa mujer resultó ser la peor influencia en mi niñez.

Llegué a Venezuela en 1978 y con sorpresa me percaté que acá la santería tiene un arraigo mucho más profundo de lo que yo había oído en mi terruño. Me vi más que sorprendida por el rumbo que tomaba mi vida al querer conocer el país que me intrigaba.

Esta búsqueda me llevó a la serranía de Sorte, en donde el diablo hace de las suyas. La gente dice que busca ayuda espiritual, pero encontré a la mayoría entregada al baile, sexo, licor y hechicería. Me fui decepcionando hasta aborrecer por completo ese vivir idolátrico. Caí en el taoísmo, leí a Confucio, me metí en la astrología, el control mental y cuanta lectura metafísica que encontraba. Nada me llenaba; nada me satisfacía. Recibí trágicamente las cosas fuera de común que me sucedían.

Entré en la fase del fariseo de Lucas capítulo 18, quien oraba para destacar su propia bondad. Siendo yo una buena persona, decía, ¿cómo no podía salir de tanta tribulación? En sueños sufría pesadillas por desagradables persecuciones. Sin embargo, acepté la invitación de asistir unas tres veces a reuniones en una tienda de lona donde unos señores hablaron “de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero”.

Meses después, distraída, sin buscar nada en particular, me senté a leer. No sé explicar cómo era que yo poseía una Biblia, por supuesto sin haberla leído. Pero en esa ocasión ese libro me llamó la atención, el Señor quiso mostrarme algo. Leí:

No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique la adivinación, hechicería, magia, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, Deuteronomio 18.12.

Se me estremeció el cuerpo; un terremoto sacudió mi ser; el andamiaje de mi vida se vino abajo. Me di cuenta de lo que yo creía bondad era vanagloria y que a los que yo señalaba como pecadores, así era yo. Comprendí que esas palabras que leí en la Biblia eran para mí y que nunca vería a Dios sin salir de las tinieblas que me rodeaban.

Abrí el libro de Éxodo y en el capítulo 20 leí el primer mandamiento en la Ley de Dios:

No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.

¡Amigos! Esto me estremeció más aun. Mis pecados se destacaron en nefasto valor. Caí de rodillas. Vi que Jesús fue clavado a la cruz por mí, que fue por mi maldad que Él sufrió.

Se abrió como nunca la fuente de penas; bañada en lágrimas me sentía sucia. Pero por primera vez un rayo de amor empezaba a vislumbrar. Llorando confesé mis pecados ante Dios. Con humildad me entregué al Señor Jesucristo, pidiendo perdón por mi vida de pecado y separación de Dios. Entre llanto y estremecimientos le dije: Quiero ser salva, Señor. Ayúdame … Al haberlo conocido en ese entonces, hubiera cantado el himno que comienza: Después de contemplar la cruz, mis ídolos dejé. Camino nuevo emprendí y dicha allí encontré.

Me sentí aliviada como nunca antes podía, ya que percibía desaparecido aquel peso de maldad que siempre cargaba. Desde aquella noche yo seguía con la Biblia en mis manos; en su lectura encontré consuelo. ¡Cuánto tiempo había perdido, sin ver lo que siempre estaba ahí a mi alcance en el único lugar donde uno podría encontrar lo que quería, y encontrar a Dios!

El Señor había limpiado mi alma. Me puse a limpiar físicamente mi apartamento; pasé horas botando todo el lastre, no queriendo guardar imágenes, sahumerios, velas, etc. En la medida en que iba desprendiéndome de la vida de antes, amanecí renovada; por la gracia de Dios, ya era otra.

Doy gracias a Jesucristo por su amor para conmigo cuando yo vivía en la oscuridad. Ahora entiendo que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres, y es Jesucristo hombre; 1 Timoteo 2.5 El que cree de corazón en Él como su Salvador, no pone confianza en amuletos, ni teme al mal de ojos, sortilegios y hechicerías. La Biblia condena todo eso como idolatría que le impide a uno entrar en el reino de los cielos.

La pregunta que hago es si el lector cabe -como quepo yo, por la gran gracia de Dios- en 1 Tesalonicenses 1.9,10, donde el apóstol dice de cierta gente de la antigüedad:

Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.

 

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