Miguel Ángel (#9632)

9632
Miguel Ángel

1475 – 1564

 

Este pintor, escultor y arquitecto florentino era, en las décadas finales de su vida, creyente en Jesucristo como su único y personal Salvador:

Llega ya el curso de la vida mía,
Cual frágil nave en mar tempesteada,
Al común puerto a dar, atribulada,
Cuenta rendir de mi obra triste o pía.

Aquella afectuosa fantasía
Que hizo del arte reina idolatrada:
Conozco bien que fue de error cargada,
El alma acusada su mal ansía.

Santos y ángeles para salvar son vanos.
¿Qué son hoy si a dos muertes me avecino?
De una estoy cierto. La otra me amenaza.

Ni el pintar ni esculpir con estas manos
Sosiega mi alma. Vuelvo hacia el divino
amor de Cristo en cruz, quien me abraza.

Miguel Ángel Buonarroti; 1556

Miguel Ángel Buonarroti era el escultor más renombrado del Renacimiento Italiano y uno de los sobresalientes de todos los tiempos. Se interesó mayormente por el cuerpo humano en mármol, y uno de sus contemporáneos expresó que “sus vivos tienen vida; sus muertos, muerte”.

Sus primeras obras incluyen la estatua David, de 5 ½ metros, y la Pietà de Jesús sobre las rodillas de María. Mayores son sus pinturas al fresco de la Capilla Sixtina del Vaticano, las esculturas de la tumba de Julio y la capilla de los Médicis. Anciano ya, diseñó la Iglesia de San Pedro.

Sus colegas le imitaron en lo posible. Está por demás decir que era buscado por los ricos, los reyes y los Papas de turno.

Como si no fuera suficiente, él escribía sonetos al estilo de su época. “Eran muy personales, no tan amplias en su alcance como su arte”, dice un historiador, “pero iguales en la vitalidad de su expresión”.

Sí. Y en convicción. En una que escribió ocho años antes de morir, aprendemos que su fe no estaba en fama ni religión. “A dos muertes me avecino. De una estoy cierto. La otra me amenaza”. Lejos de sentirse inseguro, expresó la confianza que el lector de este folleto puede tener: “Vuelvo hacia el divino amor de Cristo en cruz, quien me abraza”.

Su biógrafo relata las últimas horas: “Se agravó su mal y en presencia de su médico y otros queridos amigos que lo rodeaban, hizo con pleno conocimiento su testimonio en tres frases:

  • dejaba su alma en las manos de Dios
  • su cuerpo a la tierra
  • sus bienes a los deudos más próximos.

Y, pidió que, al pasar de esta vida, le recordasen “el padecimiento de Jesucristo”. Nada de confesión a mero ser humano.

No muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, dijo el apóstol Pablo en 1 Corintios capítulo 1, son los que ponen fe en Jesucristo como Salvador. Pero Miguel Ángel fue uno entre varios.

Del cuerpo y de los bienes de mi lector, nada tengo que decir. ¿Pero qué de su alma?

“¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Para usted, ¿qué de lo que el florentino llamó “el padecimiento de Jesucristo?”

“Llevó El mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia, y por cuya herida ustedes fueron salvos”.1 Pedro 2.24.

Aquellos creyentes, sí. Miguel Ángel, sí. ¿Usted?

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