La Palabra Eterna (#9608)

9608
La  Palabra  Eterna

La Biblia es el libro que más ha elevado las naciones que caminan a su luz

James (Santiago) Walmsley; Valencia, Venezuela; 1999

 

La Biblia es la palabra que Dios ha dado a la raza humana para guiar a todos al conocimiento de la verdad. Es único entre los libros del mundo.

No hay otro que tenga su antigüedad. Moisés escribió los primeros libros de la Biblia hace cuatro mil años. Algunos podrían argumentar que existen informes de otros que son tan antiguos como ellos, ¿pero dónde aparece una serie de libros que se  comparen con los de Moisés? ¿Dónde está la historia que tenga la envergadura, importancia, detalles de hombres, mujeres y familias que ofrece la Biblia? De otros pueblos, los informes que se han conservado son de índole limitado. Son parcializados, puesto que tratan de héroes nacionales y sus hazañas.

Entre los archivos de las naciones no hay otra fuente que suministre tantos datos como la Biblia sobre el origen del ser humano y las naciones. Ciertamente, enfoca más la nación de Israel, pero también traza la formación de otras. De las primeras naciones que nombra, han salido todos los pueblos y naciones que existen.

El hecho de que muchas naciones conserven sus mitos acerca de tales cosas no es prueba de que la Biblia también sea libro de mitos. Es imposible leer la Biblia sin ser impresionado por su forma de relato sencilla y directa. Su imparcialidad se destaca desde el principio porque cuenta todo, lo malo con lo bueno, sin exageraciones.

Esta sencillez, franqueza, falta de exageraciones, falta de lo absurdo que es la esencia de los mitos; su estilo razonado, su sentir humano, sus datos históricos que la arqueología comprueba cada vez más, sus profecías ya cumplidas —  todo esto combina para dejar la impresión en una mente imparcial que este libro es de Dios y enteramente confiable.

De todos los libros que se puede clasificar como religiosos, la Biblia es el que más ha elevado las naciones que caminan a su luz. Este libro salva de las crueldades y el egoísmo que tipifican la ignorancia, idolatría y espiritismo. Este libro conduce al conocimiento del Dios verdadero y al camino de respeto, la consideración mutua y el amor.

Más que cualquier otro libro, la Biblia habla con claridad, sin titubeos, sobre nuestra responsabilidad para con Dios y el prójimo, sobre la vida y la muerte, y sobre el más allá de la muerte. Si rechazamos esta fuente de luz, no existe otra que pueda orientarnos con respecto a nuestro destino eterno.

Rebajarnos a los libros de religiones ajenas a la que la Biblia establece, es quedarnos con el engaño y confusión de interminables mitos. De las religiones nuevas, es del siglo pasado y sin manera de verificarse el Libro de Mormón, escrito por un prófugo de la justicia llamado Jospeh Smith. En cuanto a la Atalaya de los así llamados testigos, ella comenzó con el pseudo pastor Russell, un hombre sin conocimiento alguno de los idiomas originales de la Biblia.

De en medio de la confusión religiosa que impera en el tiempo presente, se yergue la roca imperecedera de las Santas Escrituras, o sea, la Biblia. Es el libro atacado por el ateísmo, quemado junto con los que confiaban de un todo en ella en la Inquisición, opuesto por la incredulidad y torcido en su sentido por los que convierten en libertinaje la gracia de Dios. Con todo, es el libro que más se vende en el mundo. Circula mundialmente en más de mil cuatrocientos idiomas y dialectos.

De su permanencia testificó el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo: “De cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”.

El que rechaza este libro pierde la única fuente de verdad que jamás se puso en las manos del ser humano. Uno no puede igualar la Biblia con ningún otro libro, como la verdad no puede ser mezclada con la mentira. La mentira no respalda la verdad, y la verdad no depende de la mentira. Permanece sola, aparte de todos los demás libros religiosos y en contra de todos ellos, la Palabra de Dios, la Biblia.

Sus enseñanzas y doctrinas nunca se acomodaron a los conceptos prevalecientes entre los pueblos. Totalmente aparte, distinta y autoritaria en sus declaraciones, ella trae en cada página el imprimátur divino. La doctrina del castigo eterno es clara e innegable, aunque inaceptable a la mente dominada por los sentimientos y emociones y rechazada por los que quieren pecar con impunidad. En nombre de Dios, la Biblia pronuncia sobre los destinos eternos y el juicio final.

El hombre siempre quiere evitar su responsabilidad como ser creado con capacidad espiritual y moral. Su genio inventa un sinfín de teorías que le absuelve de toda culpa, sea por negar la existencia de Dios o por disfrazar su pecado. Los viejos conceptos de la evolución que se presentan ahora vestidos en un manto de venerabilidad y respetabilidad niegan a Dios a la vez que hacen genuflexiones ante un triple dios de la omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia. Dicen que la supuesta explosión con que la materia tuvo su comienzo se viste de estas características.

¡Quienes hablan así no reparan en que los atributos que tan fervientemente adoran son los de la Deidad! No puede existir conocimiento alguno sin la correspondiente capacidad mental que lo absorbe. Donde hay capacidad mental hay personalidad; de otra manera sería menester comprobar que existe, decide y domina en todas las partes del universo una inteligencia impersonal, sin vida, que impregna todo, ligada con poder absoluto. La experiencia vivida de cada ser humano dice a voces que esto es imposible. La teoría —pues no pasa de ser teoría — de la evolución es uno de los inventos de los que quieren eliminar, si fuera posible, su responsabilidad ante Dios y olvidarse de un castigo que será consciente en una llama eterna.

El que más habló de este tema, y lo aclaró más que cualquier otro,  fue el que lleva el nombre Jesús, que quiere decir “Jehová, el Salvador”. Él vino en misión de Dios a buscar y a salvar lo que se había perdido. Por cuanto iba a conocer en su muerte el castigo de Dios en contra del pecado, con amor pudo advertir acerca de la pena de eterna perdición.

Es incontrovertible el sentido de sus palabras. Cada persona debería prestar atención a sus declaraciones acerca del castigo eterno. Se llevará a cabo en “fuego que nunca se apaga” y que “no puede ser apagado”. Si alguno objetara que el fuego lo consume todo, no debiera hacer caso omiso de la enseñanza del Señor en Marcos 9.49, que el fuego eterno tiene la propiedad de conservar lo que se echa en él. Por ejemplo, la zarza de Éxodo 3.2 ardía en fuego pero no se consumía.

En el capítulo 19 del Evangelio según Lucas, el Señor mismo cuenta el caso de un hombre rico que · murió, · fue sepultado, y · estaba en tormentos en el Hades. Dijo aquél: “Estoy atormentado en esta llama”. En su enseñanza el Señor distingue entre · la muerte,
· la sepultura y · los tormentos.

El hombre conservaba enteras las facultades y la memoria, retenía todos sus sentimientos y no quiso que otro le acompañara en el lugar de tormentos. Aprendió demasiado tarde que entre los salvados y los perdidos existe una gran sima, de manera que nadie puede pasar de una parte a la otra.

Esta enseñanza, confirmada por otras muchas Escrituras, elimina toda posibilidad de un purgatorio y el universalismo que en vano espera que todos serán salvos a fin de cuentas. En Mateo 25.46 las palabras eterno, eterna, representan la misma palabra en el texto griego: “Irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”. Si la vida es de duración eterna, igualmente lo es el castigo. Fue el Señor Jesucristo que impartió esta enseñanza.

Muchas son las voces que se levantan en contra de la clara enseñanza de la Biblia. Acusan a Dios de injusto, algunas por motivos sentimentales y otras con argumentos intelectuales. A ninguno de estas personas les ha interesado la voluntad divina, ni han entendido su palabra. Ven todos desde su propio punto de vista reducido, egoísta y distorsionado.

A lo largo de los siglos Dios ha variado su trato con la raza humana. En todo se ha revelado como fiel Creador, proveyendo para todas sus criaturas, de modo que no cae en tierra ningún pajarito sin que lo tome en cuenta. Además, desde el principio Él ha dado palabra de salvación al humano. A medida que iban pasando los siglos y se acercaba el tiempo de presentarse en el mundo el Salvador, al mismo ritmo se acrecentaba la palabra de Dios e iban en aumento sus promesas.

Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. La muerte de cruz, soportado por ese Hijo de Dios, es el medio por el cual Dios ha provisto salvación para todos los hombres. En nada de esto ha sido injusto en su trato con su criatura.

La oferta de salvación que Dios hace extensiva a todo hombre y mujer es a la vez su única y última provisión. Es la única porque se adapta a todas las exigencias de la santidad y justicia divina. Él se queda satisfecho con la muerte vicaria de Cristo. Es la última porque cubre la necesidad del pecador, y Dios no requiere más.

Cuando los muertos, grandes y pequeños, se pongan de pie a ser juzgados, sentado Él en el Gran Trono Blanco de juicio final, se desplegará la justicia de todo lo que Él ha permitido. En aquel día se cumplirá la palabra bíblica en cuanto a Santo Dios: “… para que seas justificado en tus palabras y venzas cuando fueres juzgado”.

 

 

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