Leyendo día a día en Lucas | Viudas en el Evangelio según Lucas (#807)

Leyendo  día  a  día  en  Lucas

R. Jeffery y R. V. Court
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

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Introducción

El Evangelio según Lucas enfatiza la humanidad del Señor, cuya misión era la de buscar y salvar lo que se había perdido, 19.10. En cada página nos encontramos de frente con Aquel que expresa el amor divino en “palabras de gracia” y “cosas gloriosas”, 4.22, 13.17. Su corazón apasionado por el hombre caído se manifiesta tanto en hechos como en palabras. ¿Qué mente iluminada por el Espíritu puede dejar de ver que hay un sentido profundo en parábolas como las del hijo pródigo y el buen samaritano? Buscar y salvar es la obra peculiar de Jesús, y es de ésta que leemos a lo largo del Evangelio según Lucas.

Como uno que acompañaba mucho a Pablo, y de quien se dice en Colosenses 4.14 que era el “médico amado”, Lucas ofrece detalles hermosos, especialmente al escribir de los milagros y gestos de compasión; por ejemplo en el relato del difunto de Naín, 7.12. Hasta el final de la narración, estamos considerando al Señor Jesús como uno que, por vida y lengua, habla en términos que podemos entender y nos traen a Dios de cerca como si fuera.

Este obrero poderoso se declara, y Lucas expone esta declaración al escribir las cosas por orden desde su origen, como dice en el 1.3. Otros habían tratado de relatar “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas” y Lucas asumió la tarea de ordenarlas acertadamente, ya que las conocía desde el comienzo. No está dispuesto a dejarlas en forma de una tradición oral, sino que ve la necesidad de una exposición permanente e invariable de manera que Teófilo tuviera certeza al respecto.

Nosotros también hacemos bien en trazar estas cosas acertadamente. Hasta donde sepamos, Lucas es el único escritor gentil en la Biblia. Escribe en narración a otro gentil, Teófilo, y nuestro interés se profundiza a medida que nos damos cuenta de que estas buenas nuevas son dirigidas a nosotros los gentiles, por cuanto Israel hizo caso omiso.

1.1 al 38
Propósitos y personas

Las personas que se destacan en este relato son Herodes, Zacarías, Elisabet, Gabriel, José y María. Con la excepción Gabriel, se presenta una muestra de la humanidad por medio de la cual Dios va a obrar para traer las buenas nuevas de salvación. Un monarca pagano, un sacerdote hebreo y una esposa sin hijo; un varón llamado José y una virgen por nombre María. No parece ser un surtido muy destacado, pero fueron destinados a ser asociados de cerca con Aquel que vendría a buscar y a salvar a los perdidos.

Tanto Zacarías como Elizabet eran “justos delante de Dios”, moral y ceremonialmente. Pero, sufrían una gran desilusión en la vida; no tenían hijo. Elisabet era estéril. Con el tiempo, su oración sobre este asunto fue oída, como Gabriel le anunció a Zacarías. Gozo y alegría fueron prometidos por el mensajero celestial, pero la incredulidad le robó a Zacarías de cualquier placer en anticipar el evento (como la incredulidad hace siempre), y el ángel le participó que se quedaría mudo hasta que sucediera lo prometido.

“La multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora incienso”. La confirmación angelical de que la oración de Zacarías había sido oída nos hace recordar que, no obstante que tanto oremos, y tantas son las cosas diferentes que pedimos, “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones le hayamos hecho”, 1 Juan 5.14, 15.

Poco comprendían Zacarías y Elisabet que su hijo prometido iba a ser el precursor del Mesías, que tendría enorme impacto sobre la sociedad de su día, y sería señalado por el Señor Jesús como el mayor de los profetas.

El anuncio que Gabriel le dio a María fue asombroso, y ella la recibió en la belleza y sencillez de la fe verdadera: “Hágase conmigo conforme a tu palabra”. Hemos descubierto algo acerca de los propósitos del escritor, 1.1 al 4, y hemos conocido algunas de las personas involucradas en ese año que tiene que ser uno de los más estupendos que ha habido en todo el trato de Dios con la humanidad.

1.39 al 80
El Señor engrandecido

Elisabet bendijo en alta voz a su prima hermana María; María engrandeció al Señor, llena del Espíritu Santo; Zacarías bendijo al “Señor Dios de Israel”. Ese ambiente de alabanza conduce nuestros pensamientos a Salmo 34.3 y la invitación allí: “Engrandeced a Jehová conmigo, y exaltemos a uno su nombre”. Es en estas circunstancias y por medio de esta maravillosa introducción al Evangelio según Lucas que captamos algo de la excitación que había en el área donde tuvieron lugar estos acontecimientos. Mayor iba a ser el revuelo, no sólo en “una ciudad de Galilea, llamada Nazaret”, en la montaña, y en “una ciudad de Judá”, ya que este hijo de Elisabet, cual Juan el Bautista, iba a tronar palabras de advertencia a una “generación de víboras”, anunciando que “verá toda carne la salvación de Dios”.

Este es el enfoque que Lucas capta al presentar a su amigo, y por cierto a todos los demás lectores del Evangelio, un relato certero de los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Juan el Bautista y que precedieron el nacimiento del hijo de María, el Jesús.

Siempre hay cierto ambiente de alegría cuando el Señor bendice a su pueblo, y esta gente humilde tenia gran motivo para regocijarse juntas al ver con inteligencia espiritual el comienzo de las actividades de Dios para salvar a la humanidad por gracia. Como era de esperarse, son frecuentes en el Evangelio según Lucas las referencias al regocijo, la alegría y la alabanza. El primer capítulo presenta dos mujeres con motivos para regocijarse: Elisabet en el 1.58 y María en 1.46,47. Cerca del final del Evangelio, Lucas escribe de un reducido grupo en Jerusalén, atónito ante la noticia traída por dos que acababan de ver a Jesús después de su resurrección, quienes “de gozo, no lo creían”, 24.41. El escrito termina con las palabras: “Estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén”.

La escena que se desarrolla ahora al comienzo es, como si fuera, para demostrar el poder y amor de Dios que traería la salvación a todos los hombres por medio de Jesucristo. El primer capítulo termina con una referencia al Bautista, todavía niño, quien se desarrollaba en cuerpo y espíritu como preparación para su manifestación pública a Israel.

2.1 al 31
Llegó el Salvador

Las palabras de Pablo, “se hizo pobre”, 2 Corintios 8.9, vienen a la mente al leer este relato del nacimiento de Jesús. A raíz de un decreto de César Augusto, José y María viajaron de Nazaret a Belén para cumplir con el censo. Mientras estaban allí, María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Fue el comienzo de la maravillosa historia de cómo la gracia de Dios, manifestando la salvación a todos los hombres, vino por “Jesucristo hombre”, 1 Timoteo 2.5, Tito 2.11, Juan 1.17.

No obstante el desconocimiento general del nacimiento de Jesús, la bajeza del ambiente y la ausencia total de festejo en una ocasión tan trascendental, había algunos, aun gente de poca posición social, a quienes el ángel del Señor dio nuevas de gran gozo. Los pastores, a quienes se les anunció estas noticias alegres, tuvieron gran temor, y seguramente se quedaron todavía más atónitos cuando una multitud de las huestes celestiales se unió con el ángel en alabar a Dios.

No dejemos que nuestra familiaridad con el relato de la venida de Jesús mengüe nuestro sentido de regocijo y asombro. Había nacido en este mundo un hombre veraz, puro y sin pecado. Descendió del cielo, Juan 6.38, para dar su vida en rescate por todos, 1 Timoteo 2.6. Que esto nos sea más que simple historia, ya que tiene que ver con nuestra necesidad personal y salvación eterna.

La gloria del Señor resplandeció cuando el Señor Jesús entró en residencia aquí en la tierra y habitó entre nosotros, Juan 1.14. Esto corresponde a la gloria que llenó el tabernáculo y el templo cuando el arca fue introducida, Éxodo 40.34 y 2 Crónicas 5.14 .

Muchos se maravillaron y algunos temieron cuando vino el Salvador del mundo, Juan 4.42. Los pastores glorificaron y alabaron a Dios. Un hombre justo y piadoso bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz”. Una anciana llamada Ana daba gracias a Dios, hablando del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.

Lucas sabía que la venida de Jesucristo hombre era para la redención del pecador, y que esto requeriría a la postre su muerte vicaria en el Calvario.

2.40 al 52
Perdido y hallado

Fue a la edad de doce años que los muchachos judíos comenzaban a asistir a los festivales en Jerusalén, y a esta edad Jesús fue llevado a la convocación santa de la pascua, como se estableció en Deuteronomio 16.1,2. Ha debido ser para Él un gran atractivo acercarse a los rabinos mientras discutían los asuntos de la ley de Moisés junto con “la tradición de los ancianos” y “los mandamientos de los hombres”, Marcos 7.5 al 7. Eran hombres como éstos que más adelante se opusieron ferozmente a Él y clamaron por su muerte. Se quedó en Jerusalén mientras María y José, inconscientes del hecho, viajaron “camino de una día”, pensando que estaba entre la compañía.

Las decepciones suelen venir cuando “pensamos” esto o aquello acerca del Señor. Por ejemplo, hay el caso del 3.23: “hijo, según se creía, de José”. El gozo indecible de María Magdalena fue detenido aun cuando ella estaba tan cerca de Él, porque pensaba que era el hortelano, Juan 20.15.

Los padres del “niño Jesús” se dieron cuenta repentinamente de su ausencia de entre el grupo de sus relacionados y conocidos. Buscaron tres días con tristeza hasta encontrarlo en el templo. No estaba enseñando, sino oyendo y preguntando a los doctores de la ley. Leeremos más de sus palabras maravillosas a medida que proseguimos en el Evangelio según Lucas.

Se sorprendieron, inclusive su madre, quien estaba perpleja por dentro pero guardaba todas estas cosas en su corazón, 2.19,51. Aquellos que han debido conocerle mejor en la tierra parecen haberle conocido muy poco. Sabían de qué se ocupaba, pero cuando declaró en qué se ocupaba, no entendieron las palabras que les habló, 2.49,50. Más adelante Él diría a sus discípulos que el hacer la voluntad de su Padre era su comida, la misma existencia de su vida, Juan 4.34.

Dejando atrás Jerusalén, la compañía volvió a Nazaret. Él descendió con ellos, y estaba sujeto a ellos. Como la sierva del Señor en 1.38, hay muchas cosas que no comprendemos. Ella creyó lo increíble y guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Donde el razonamiento no presta ayuda alguna, el amor se goza en la verdad, 1 Corintios 13.6,7.

capítulo 3
Una voz en el desierto

En este capítulo un amplio surtido de la humanidad tiene su encuentro con Juan el Bautista. Había soldados romanos, “el pueblo”, y algunos descritos como una generación de víboras. Juan no excusó a ninguno. La voz que clamaba en el desierto era una voz de advertencia; en la predicación de este hombre no había dichos graciosos para los pecadores. Se acercaba el tiempo para Israel; el Mesías iba a presentarse dentro de poco, y su aventador separaría el trigo de la paja, lo verdadero de lo falso.

Juan comparaba esto con: “Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado”, 3.5,6. Todo ser humano sería puesto a un nivel común ante Dios para que su salvación fuese vista por todos. Muy parecida a la de Elías, la voz del Bautista es una de advertencia. Sus denuncios de los pecados del pueblo no fueron modificados cuando reprendió a Herodes por las maldades que había hecho; a menudo un hombre fiel tiene que sufrir por su fidelidad, y Herodes encerró a Juan en la cárcel.

Él les había dicho que “viene uno más poderoso que yo”. Aquel creció mientras que Juan menguó, y en este proceso el gozo de Juan fue cumplido, ya que la voz del Esposo reemplazó la de uno que clamaba en el desierto, Juan 3.29. Es importante notar que la enseñanza de Juan no podía tener lugar simultáneamente con la del Señor Jesús. De manera parecida, la Iglesia sobre la tierra no podía existir lado a lado con el judaísmo; el Señor Jesús tuvo que volver al cielo para que el Espíritu se hiciera presente.

Este capítulo que menciona tantas personas y termina con la genealogía de María, habla también del Padre, el Hijo amado y el Espíritu Santo. Cuán placentero es para nosotros dejar a un lado el hombre en su pecado, confusión, falacias y orgullo, para contemplar a Jesús mismo. Él ha sido declarado como el Hijo amado del Padre en quien éste tiene complacencia, 3.22,23.

Lucas separa, como si fuera, a Jesús de todos los demás. Así debe ser siempre. Con razón pensamos en el que es presentado como “el varón” en el Evangelio según Lucas, pero no olvidemos que es también el Señor del cielo, el postrer Adán, el segundo hombre, 1 Corintios 15.45 al 47. Es único en todo sentido, el Amado, y sólo en Él puede un pobre pecador ser aceptado por Dios.

 

4.1 al 13
Tentado por Satanás

La tentación de Jesús sigue al testimonio de Dios acerca de su Hijo amado. Lleno del Espíritu Santo, fue conducido por el Espíritu al desierto. Inmediatamente antes del comienzo de su ministerio público, fue emplazado por el adversario, cual preludio apropiado a su obra de deshacer las obras del diablo, 1 Juan 3.8.

Esta tentación en el desierto no fue la única vez que el Señor fue atacado por el enemigo, ya que más adelante habló a sus discípulos de que ellos habían permanecido con Él en sus pruebas, 22.28. No estaban presentes cuando fue tentado en el desierto; parece que sus únicos compañeros allí eran “las fieras”, Marcos 1.13. Seguramente le fue una tentación cuando, después de haber dado de comer a cinco mil, los hombres le tomaron por fuerza para hacerle rey, Juan 6.15. Luego salió solo a una montaña a orar. Hubo también la ocasión cuando Pedro expresó su desagrado a la mención por el Maestro de su muerte y resurrección por delante, Marcos 8.31 al 33.

El Señor fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado, es decir, pecado aparte, Hebreos 4.15. El propósito de su tentación no fue el de descubrir si podría pecar, ¡sino de mostrar que no podía! “Viene el príncipe de este mundo, y él no tiene nada en mí”, Juan 14.30. Cualquiera que fuere el aliciente, Él no respondía. Como el oro puro no puede ser atraído por un imán, así no fue atraído ni seducido por tentación y codicia como somos nosotros, Santiago 1.14.

Pan le hubiera sido muy aceptable en su hambre. Los reinos de la tierra y su gloria parecían más deseables que el ser despreciado y desechado entre los hombres. Entregarse al heroísmo falso con lanzarse del pináculo del templo hubiera puesto a prueba la palabra de Dios. Ante todas estas insinuaciones el bendito Hijo de Dios citó como respuesta de uno de los libros de Moisés; Deuteronomio 8.3,6.13,16.

No obstante toda la ferocidad y sutileza de este triple ataque al Señor Jesús, salió ileso, inmaculado y victorioso. Nos hace recordar su idoneidad perfecta como Sumo Sacerdote quien puede compadecer de nuestras debilidades por cuanto comprende la senda que transitamos, Hebreos 4.14 al 16.

4.14 al 44
Sinagoga, ciudad y sanatorio

“En el poder del Espíritu”, Jesús volvió al lugar donde fue criado, a Nazaret. La sinagoga era un lugar de testimonio para Él, y aun cuando había aquellos que allí escucharon sus palabras de gracia, mostraron que no le aceptaban. El relato dado por Lucas acerca de esta visita a la sinagoga es fascinante por los detalles incluidos.

Primero, “se le dio el libro” de Isaías; luego Él abrió el libro, halló el lugar, y comenzó a leer de Isaías 61.1,2. Habiendo terminado su lectura, enrolló el pergamino, lo dio al ministro, y se sentó. Hubo una dignidad en todo el incidente, y Jesús manifestó una profunda reverencia en la lectura pública de las Escrituras. No nos sorprende que todos dieran buen testimonio de Él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca.

El salmista escribió del Mesías en cuyos labios la gracia se derramó, Salmo 45.2. Jesús dijo: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”, Juan 6.63. No obstante, como dijo, “ningún profeta es acepto en su propia tierra”. Sólo tenía que hablar de la bendición de Dios para con los gentiles, para que su congregación se llenase de ira y procurase destruirle. En la sinagoga de Capernaum echó fuera de un hombre un espíritu de demonio inmundo, y todos los presentes se maravillaban, y hablaban unos a otros, diciendo: “¿Qué palabra es esta?” Así su fama le siguió.

Entró en casa de Pedro, cuya suegra tenía una gran fiebre. Él reprendió a la fiebre, ella fue restaurada a salad y al instante servía a los que estaban en la casa. El Señor siempre era pronto en discernir cualquier discordia en un hogar, 10.40 al 42, y todavía restaura la tranquilidad y paz donde hay cualquier clase de “fiebre”. La “fiebre” en el hogar es una enfermedad común en nuestro tiempo, ¡con demasiada frecuencia ella entra en y agita a la mamá! La madre es el corazón de la familia; el padre es la cabeza. Nos hace falta tanto el amor como el liderato, así que vamos a “rogarle” por las madres, 4.38, en nuestras oraciones.

capítulo 5
Pescar, limpiar y llamar

Este capítulo nos presenta una variedad de contactos y una diversidad de necesidades, pero el Hijo del Hombre es siempre mayor que la necesidad de los hombres.

Jesús obtuvo en préstamo la barca de Simón. Alejándose de la orilla y empleando la barca como púlpito, enseñó al pueblo. Como galardón, o como fortalecimiento de la fe de Simón después de una noche de trabajo en vano, la red fue echada para conseguir una gran cantidad de peces. El suceso constituye una especie de lección ilustrada, ya que Simón fue informado que sería pescador de hombres de allí en adelante, 5.10; Hechos 2.41; 10.44 al 48. Dondequiera que haya una demostración de gloria divina, hay el sentido de culpabilidad humana; 5.8; 7.38; Isaías 6.1 al 5.

Entonces el Señor encuentra a un leproso y un paralítico, quienes tipifican la corrupción y la impotencia que el pecado produce. En el caso del leproso y su condición tan lastimosa, vemos la gracia y el poder del Hijo del Hombre al tocarle. La enfermedad repugnante se fue de él al instante. Luego le es presentado el hombre paralítico. La dificultad para los cuatro que cargaban su amigo a Jesús, Marcos 2.3, fue vencida al quitar las tejas del techo de la casa. Lo bajaron delante de Jesús, quien veía lo que nadie más veía, a saber, la fe de ellos.

Pronunciando, “tus pecados te son perdonados”, dio a los espectadores incrédulos una muestra de la realidad de esto al decir también: “Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Los que vieron estaban atónitos y dijeron: “Hoy hemos vista maravillas”. Leví fue el próximo a tener su encuentro, y le fue exigido seguir. Levantándose y dejando los cobradores de impuesto que le acompañaban, hizo gran banquete en su casa, ¡y convidó a todos! Los fariseos y escribas murmuraron contra sus discípulos a causa de tantos invitados sospechosos, pero Jesús respondió: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Su llamado, señaló, fue a los pecadores. Sus discípulos comían y bebían mientras “el esposo” estaba con ellos, ¿y por qué no?

capítulo 6
¿Verídico o falso?

El capítulo delante nosotros comienza con dos incidentes que tuvieron que ver con el sábado. Los discípulos recogían espigas de maíz, las restregaban con las manos y comían los granos. Una objeción de parte de los fariseos a que hiciesen esto en un día sábado fue contestada con una referencia a algo que había hecho David, 1 Samuel 21.6. Como el Señor del reposo, o el sábado, había sido rechazado, no podía haber un verdadero sábado para esta gente, sino sólo una hueca profesión de obediencia a Dios. Jesús, cual Señor del sábado, tenía perfecto derecho de permitir que sus discípulos satisfagan su hambre y que sanasen a un hombre cuya mano estaba seca.

Luego Él escogió a doce de entre un número no especificado de discípulos, y a estos también llamó apóstoles.

El sermón dado sobre el monte, que sigue a esto, fue dirigido a los discípulos, 6.20,40. El Señor les dio instrucciones en cuanto a su actitud hacia un mundo opuesto a ellos. Amar a los enemigos de uno, dar bien por mal, ser pobre y estar hambriento, llorar, ser aborrecido a causa del Hijo del Hombre; todo esto traería el correspondiente galardón en los cielos. El cristianismo es Cristo, y aquellos que escucharon sus palabras fueron puestos cara a cara con el precio del verdadero discipulado en un mundo de valores falsos y lealtades ajenas.

El Hijo del Hombre no escatimó a nadie al tratar el asunto de la hipocresía. Los ciegos que presumían guiar a ciegos y el hombre con la viga en su propio ojo, quien veía una paja en el ojo del ajeno y ofrecía quitársela, eran sus ilustraciones de la hipocresía. La sinceridad debe ser siempre el sello del discipulado cristiano. Llamarle a Cristo “Señor, Señor” y dejar de practicar sus enseñanzas es una mera impostura.

El capítulo termina apropiadamente con la ilustración del Señor acerca de dos constructores. El uno representa el hombre que oye los dichos del Señor y los pone por obra, y el otro el hombre que oye sus palabras pero no las hace. El uno tiene un fundamento de “roca” pero el otro construyó “sobre la arena” con resultados desastrosos. Seamos seguros de que nuestra fe repose en Cristo y no en la mera religión.

7.1 al 35
El gran médico

Ciertamente este es un capitulo que alegra el corazón. Jesús hace frente a los estragos causados por el pecado y vemos que tiene completo dominio sobre ellos. “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, ya los pobres es anunciado el evangelio”. ¿Acaso un hospital en el mundo entero habrá visto semejante grupo de pacientes? No más tanteos para los ciegos; no más languidez para los cojos; no más exclusión para el leproso; no más silencio para el sordo; y ahora vida para los muertos que oyen su voz, y “buenas nuevas” para los pobres.

El centurión mandó a buscar al Señor para que sanase a su siervo, los mensajeros testifican a su dignidad, Notemos de paso que en el Nuevo Testamento se dicen cosas loables acerca de todos los centuriones mencionados: Marcos 15.39, Lucas 23.47, Hechos 10.1, 27.43.

La fe sublime de este centurión romano, cuando midió su propia autoridad de mando contra el “sólo decir la palabra” de Jesús, dio lugar al testimonio de Cristo de que no había hallado tanta fe, ni siquiera en Israel. El siervo que había estado enfermo fue hecho sano. En dos ocasiones Jesús se maravilló: una vez a la incredulidad de sus paisanos, Marcos 6.6, y una vez a la fe de este centurión.

Inmediatamente después de una situación donde un siervo estaba por morirse, Jesús se encontró en Naín con un grupo que llevaba el cadáver del hijo único de una viuda. Su corazón fue conmovido de compasión, y, tocando el féretro, dijo: “Joven, a ti te digo, levántate”. El que había sido muerto se incorporó y comenzó a hablar.

En la cárcel, Mateo 11.2, Juan se preguntaba si, después de todo, el Mesías había venido o no. Jesús no dijo en tantas palabras a los mensajeros de Juan que sí era el Mesías, pero mandó a hacer saber a Juan lo que habían vista y oído. Seguramente sus obras eran prueba suficiente para convencer a Juan que era aquel de quien Juan había hablado, Juan 1.15. Cuando los mensajeros se marcharon, Jesús comenzó a contar a la gente de la grandeza de su mensajero, el Bautista, y la importancia de su misión.

7.36 al 50
Jesús acepta una invitación

»Uno de los fariseos” — la secta que se oponía tan amargamente al Señor Jesús — le invitó a comer. Él aceptó la invitación. Más tarde, se incorporó en el grupo una mujer conocida en la comunidad como “una pecadora”. Lucas nos presenta un cuadro singular por cierto: allí están Jesús, el verdadero justo; el fariseo, quien se tildaba de justo; y la mujer, quien era claramente injusta.

Tal vez ella contemplaba aquellos benditos pies, que tan pronto serían horadados a causa de los pecados de ella y de nosotros, y hacía contraste entre cómo andaba Él y cómo andaba ella. Sus hermosos pies eran de Uno que traía alegres nuevas y anunciaba la paz, Isaías 52.7. Los pies de la mujer eran, por inferencia, inquietos y errantes, Proverbios 7.11,12.

Ella se paró, lloró, lavó con sus lágrimas, secó con sus cabellos y ungió al Señor. Todo esto cuenta de un corazón adorador y un sentido de culpabilidad en la presencia de la gloria divina. El fariseo miraba y preguntaba dentro de sí qué clase de profeta seria éste, ya que la mujer que le tocaba era pecadora. Jesús leyó sus pensamientos, y fue esto que dio lugar a su parábola en los versículos 41 y 42.

El acreedor tenía dos deudores, quienes debían 500 y 50 denarios, respectivamente. La deuda del primero era diez veces la del segundo, pero en un detalle ellos estaban en iguales condiciones: ¡ambos estaban en bancarrota! No teniendo con qué pagar, el acreedor perdonó a ambos por gran generosidad. Así es Dios, “quien perdona todas tus iniquidades”, Salmo 103.3. Desde luego, el que más debía, más amaba, y las acciones de la mujer habían expresado su hondo agradecimiento de aquel que tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, Marcos 2.10.

No obstante la oposición palpable de los que estaban sentados juntamente a la mesa con Él, Jesús anunció su perdón y le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vé en paz”. La lección que se desprende de esta parábola es que todos somos deudores; unos mas, otros menos. El asunto no es tanto la cuantía de nuestro pecado, sino el hecho que lo haya. Que experimentemos todos lo que esta mujer experimento, y habiendo sido perdonado mucho, que le amemos más al Señor como consecuencia.

capítulo 8
Decir y hacer

El Gran Obrero se asemeja a un sembrador cuya semilla es la Palabra de Dios, 8.11. Jesús iba por todas las ciudades y aldeas predicando y anunciando el evangelio, y sus compañeros eran aquéllos en cuyos corazones la semilla había llevado fruto. Siguen luego dos parábolas en que habló de cosas naturales para ilustrar las espirituales. Él enfatizó la verdad espiritual de que aquellos que con corazón bueno y recto oyen la palabra la retienen y reflejan a otros la luz recibida. Los tales gozan de la más íntima relación espiritual con el Señor.

Entonces entró en una barca con sus discípulos con el fin de pasar al otro lado del lago, y entraron en una tempestad de viento. En su angustia los discípulos clamaron: “¡Maestro, maestro, perecemos!” Levantándose del sueño ante su clamor, reprendió al viento y a las olas y cesaron. Hubo bonanza. Era un cuadro en el reino natural de lo que sucede el reino espiritual ante la palabra de su mando; véase el caso del endemoniado en el v. 29. Este pobre hombre “al otro lado” fue liberado de los poderes del mal por la palabra todopoderosa de Jesús, y se sentó a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio. Volviendo el Señor, Jairo se presentó, y también cayó a sus pies, en este caso para interceder por su hija de doce años que estaba por morirse.

Mientras el Señor respondía a este llamado, una mujer se presentó de entre la multitud y tocó su vestido. Azotada por una enfermedad aparentemente incurable, había dicho que “si tocare tan solamente su manta, seré salva”, Marcos 5.28. Su sanidad fue tan repentina como sorprendente y ella declaró toda la verdad ante todo el pueblo. Su fe la había salvado y se marchó en paz.

Hablando Él la palabra de paz, le fue traída la noticia de la defunción de la hija de Jairo. No parecía tener sentido proceder con el asunto, pero avisó: “No temas; cree solamente, y será salva”. Entró en la casa de muerte y tomó la niña por la mano. Llamó, diciendo sólo: “Muchacha, levántate”. Ella fue restaurada a vida, fuerza y razonamiento, y sus padres se quedaron atónitos.

La palabra del Señor trajo la bonanza en 8.24, el cabal juicio en 8.35, la paz en 8.48 y la vida en 8.55.

9.1 al 27
Miradas hacia el reino

Jesús reunió a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Sus medios para la evangelización consistieron en la autoridad suya. No les era permitido tomar nada para sus visitas; su poder sería suficiente en toda situación que encontrarían. Los discípulos, “anunciando el evangelio y sanando por todas partes”, dejaron a Herodes perplejo. El tirano dijo: “¿Quién … es éste, de quien oigo tales cosas?” Acto seguido, después de toda esta actividad y manifestación del poder del Señor con ellos, les tomó aparte. La comunión con Él mantiene al siervo tranquilo, refrescado en espíritu y en condiciones para el ministerio. Luego, la multitud recibió los panes y pescados. Su compasión no permitiría que la gente se dispersara hambrienta, de manera que mandó: “Dadles vosotros de comer”. Todos se saciaron.

El mundo al cual había venido era no sólo un lugar de hambre y miseria, con el pecado como la causa en el fondo, sino un lugar donde Él era despreciado y rechazado. Le encontramos en oración a solas. Era un hombre solitario, por cierto, aun cuando sus discípulos estaban con Él. La sombra de una gran tristeza se extendía sobre su alma. La gente especulaba sobre quién era, y varón recta que era, sentía el alejamiento.

Así, pregunta a sus discípulos: “¿Vosotros, quién decís que soy?” La respuesta de Pedro, “el Cristo de Dios”, era del todo cierta, pero Él tenía que explicar que habría para Él sufrimiento antes de la gloria. Más adelante Pedro aprendió esta lección por las lágrimas de su propio remordimiento y el gozo de la resurrección de Jesús, 1 Pedro 1.3 (“nos hizo renacer por la resurrección”), y 5.1 (“participante de la gloria”).

Un hombre diría más luego que, “Señor, te seguiré a dondequiera que vayas”, 9.57, pero el precio del discipulado era elevado, como Él explica ahora. Negarse, tomar la cruz y seguirle era un precio excesivo según los cálculos del joven rico de Marcos 10.21,22. ¿Cómo lo estimamos nosotros? ¿Nos avergonzamos de Él en el mundo que lo crucificó, y le rechazamos, o nos identificamos con Él para honrarle ahora y recibir su “Bien hecho” después? Ganar la vida para uno mismo o perderla para Él: la elección es nuestra.

 

9.28 al 50
Vimos su gloria

Después de la escena del hambre en los versículos 10 al 17, Lucas nos presenta ahora una escena de gloria, y el Señor en oración. Tomando a los tres favorecidos, Pedro, Jacobo y Juan, asciende una montaña. Dedicado a la oración, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. La gloria que emana de sus mismos vestidos es la suya propia, velada anteriormente en consideración a su gloria y amor para que fuese vista mejor, aunque sea con espejo oscuro como si fuera; compare 2 Corintios 3.18.

Moisés y Elías estaban con Jesús, hablando de su partida o “salida” por la muerte. Como representantes de la ley y de los profetas, respectivamente, ellos deben ceder. Ahora los discípulos van a oírle a Él, el amado Hijo del Padre, acerca de quien la voz del cielo va a testificar. La ocasión fue tan abrumadora que, despertándose de su sueño profundo y viendo su gloria, Pedro quería retener el gran espectáculo con tres cabañas, “no sabiendo lo que decía”. Retenerle así iba en contra del propósito divino, el Cristo iba a sufrir primero y luego entrar en su gloria.

La escena cambia; el día siguiente, al descender ellos del cerro, les salió al encuentro un hombre que rogaba ansiosamente que Jesús viera a su hijo, su único, quien había sido tomado por un espíritu inmundo. Los discípulos no habían sido de ayuda al hombre en su desespero, pero el Maestro dijo: “Trae acá a tu hijo”. Reprendiendo al espíritu inmundo, sanó al muchacho, y se lo devolvió a su padre, ¡Discípulos impotentes; Cristo poderoso!

Manifestando la grandeza de Dios, al asombro de todos, Él recordó a sus discípulos de su juicio por delante y su muerte en manos de hombres. Era una atmósfera rara, ciertamente, en la cual decidir cuál de ellos debería ser mayor. Tomó a un niño como ilustración gráfica de la humildad, y dijo: “El que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande”.

Otra lección sobre la humildad siguió a ésta, cuando respondió a una queja acerca de uno que usó su nombre al echar fuera demonios, “porque no sigue con nosotros”. No puede haber neutralidad donde Cristo está involucrado. “El que no es contra nosotros, por nosotros es”, 9.50.

9.51 al 10.42
Él es Señor

Cuán fácil es llamar a Jesús Señor pero a la vez negar por nuestros hechos lo que profesamos. Jacobo y Juan creían que estaban actuando de acuerdo con los deseos de su Maestro cuando dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos que desciende fuego …?” Desde luego, era lo que ellos mismos estaban dispuestos a hacer, y pensaban que estaban en lo cierto. La reprensión del Señor, »No sabéis de qué espíritu sois”, pone de manifiesto claramente que semejante actitud de enojo y deseo para juicio no estaba de acuerdo con este reconocimiento de su señorío.

El hombre que dijo, “Señor, te seguiré adonde quiera que vayas”, no se había enfrentado con lo que estaba involucrado en su afirmación. Como muchos han aprendido desde ese entonces, la sumisión a su señorío ha querido decir marchar en pos de un rechazado y, al ser necesario, la pérdida de todo. Es bueno que nos demos cuenta de lo que está involucrado, antes de hablar ligeramente de nuestro “Señor”. En 9.59 otro hombre le dijo Señor pero agregó primero yo. No es difícil ver que esto no cuadra. Si Jesús es Señor, debe ir primero, y no que yo vaya primero. Su voluntad y su dirección deben prevalecer. Aun otra vez oímos Señor en 9.61 pero de nuevo está condicionado: “Señor, déjame …” En esta casa la familia se interpone y la supuesta obediencia al Señor resulta no ser tal cosa.

Bien puede ser que al leer estas palabras nos acordemos de más de una ocasión en nuestras vidas cuando hemos usado como nuestras las palabras de Pedro en Hechos 10.14, “Señor, no”. Que nuestra contemplación de la bendita persona del Salvador conduzca al lugar donde podremos decir: “¿Señor, qué quieres que yo haga?” Hechos 9.6.

De que sea el Señor queda demostrado claramente más adelante. En su soberana voluntad despachó setenta discípulos para que anunciasen su venida, y declaró: “El que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió”. Reclamó el derecho de exigir que fuese recibido, y declaró claramente que rechazarle a Él resultaría en juicio. Cuán felices estaban los discípulos al poder regresar y decir: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Sí, Él es Señor aun en el mundo de los espíritus.

11.1 al 26
Pedir, buscar, llamar

Como el Hijo del Hombre, el Señor Jesús tomaba el puesto de dependencia en Dios, y esto se refleja en las referencias frecuentes a la oración en su vida. Los discípulos le vieron ocupado en oración (no por vez primera) y lo que vieron les convenció que la oración era un factor determinante en aquella gran vida. Esta realización creó en ellos el deseo de una experiencia similar: “Señor, enséñanos a orar”. La vida que observaban estaba unida en constante contacto con Dios, y querían conocer el secreto.

Con gran gracia les enseñó que la oración se basa en relación: “Padre nuestro”. Es para los miembros de su familia. La oración verdadera asigna a Dios su debido lugar — “santificado sea tu nombre” — y anhela el día cuando el Hijo del Hombre será vista como Señor en su propio reino sobre la tierra. Abarca la necesidad de cosas materiales — “el pan nuestro de cada día” — y las necesidades espirituales — “perdónanos” — y pide ayuda para vivir correctamente en medio de la presión constante del maligno.

¿Alguna vez algún conocido le ha venido de viaje, o fuera del camino, como dice 11.6 en el griego, y usted no ha tenido con qué darle la ayuda que necesitaba? ¿Se acuerda haber ido a aquel Amigo que tiene recursos abundantes, y haber recibido la ayuda de Él? El hecho es que hay un Amigo a quien podemos recurrir y quien resplandece en este pasaje, pero hay la advertencia de que Dios puede probar nuestra sinceridad al no darnos de una vez, 11.9,10. No es un Dios indispuesto, pero sí sabe cuándo más conviene dar.

Siga en peticiones. Todo el que persigue, recibe; el que busca, halla; el que llama constantemente, ve la puerta abrirse ante él. Parece que Abraham terminó de pedir por Sodoma antes de que Dios terminara de darle, Génesis 18.23 al 33. Tenemos que recordar, sin embargo, que si Dios dice No, es una respuesta tanto como su . Continuando desde este punto, el Señor saca una lección de la manera como los padres terrenales generalmente dan a sus hijos. Ellos se preocupan por su bienestar. No están dispuestos a darles lo que resultará dañino, o negarles lo que es provechoso. Cuánto más su Padre celestial, quien en su persona es bueno mientras que los hombres son de por sí malos, dará aquello que es bueno.

 

11.27 al 54
Mayor

Al comienzo de nuestra lectura una mujer pronuncia una bendición sobre María porque era madre del Señor Jesús. Esto concuerda con la declaración angelical a ella: “Bendita tú entre las mujeres;” 1.28. Algunos han elevado a María a una altura que no tiene justificación. Observamos que las palabras del Señor rectifican esto, porque coloca en el lugar de gran bendición a aquellos que oyen la Palabra de Dios, y la guardan. Los nexos naturales no son tan importantes como las relaciones espirituales; en Santiago 1.1 y Judas 1 los autores respectivos se identifican como siervos de Jesucristo, aun siendo, según entendemos, hermanos suyos en la carne.

El Señor reclamó para sí la dignidad de ser más que Salomón y más que Jonás. Una reina viajó larga distancia para conversar con Salomón, habiendo oído de su fama. Una ciudad impía se arrepintió como consecuencia de la predicación de Jonás el profeta. ¿Cómo trataron los contemporáneos del Señor a Uno que era mayor que aquellos dos? “A pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él”, Juan 12.37. Tristemente el Señor declaró que mayor luz conlleva mayor juicio. ¿Y cómo hemos reaccionado nosotros en respuesta a su revelación?

Los versículos 37 al 54 conducen a la casa de un fariseo, que con aire de superioridad había invitado al Señor a comer con él. De entrada el Señor violó una de las primeras reglas de los fariseos: no se lavó antes de la comida. Esto no tenía nada que ver con la higiene, sino que era un requisito netamente ceremonial. En respuesta al asombro de los fariseos, el Señor les llamó la atención a la hipocresía de su práctica de exaltar la conducta exterior sobre la condición interior.

Ellos daban limosnas pero no amaban a Dios. Se colocaban sobre un pedestal para ser vistos de los hombres, pero Dios conocía su corazón. Hay “fariseos” aún, y Dios todavía se interesa más por lo de adentro. “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”, 1 Samuel 16.7.

La reprensión del Señor provocó una respuesta de parte de un escriba que sentía que la crítica hacia los fariseos iba contra él también. El Señor estuvo de acuerdo, y muy firmemente denunció a un grupo de hombres que decía ser maestros de la Palabra de Dios pero encerraba aquella Palabra en reglas establecidas por los hombres. Les acusó de sustraer la llave de la sabiduría, a saber, la Palabra de Dios.

12.1 al 34
La providencia divina

Dice específicamente que este pasaje fue dirigido a los discípulos (excepto los versículos 13 al 21, hablados al hombre que interrumpió al Señor). Tomando nuestro puesto en esa categoría, son nuestras las palabras de consuelo y confianza. Qué Dios es el nuestro; Él se interesaba aun en el pajarillo que se agregaba gratuitamente cuando el cliente compraba cuatro más; compare el 12.6 con Mateo 10.29 (“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto?”). Son contados aun los cabellos de nuestra cabeza; tan es así su conocimiento de nosotros. Cuando el Señor dijo, “Más valéis vosotros que muchos pajarillos”, sabía que muy pronto su propia sangre preciosa sería derramada para la redención de sus discípulos. Le somos preciosos a Él.

Su cuidado se extendería a aquellas experiencias difíciles cuando sus discípulos serían llevados ante las autoridades por su testimonio fiel. En tales circunstancias, dijo, deje el asunto de la defensa en manos de Dios. Él dará las palabras apropiadas a decir cuando no es posible prepararse uno.

La interrupción a partir del versículo 13 dio la oportunidad de advertir contra la avaricia. La avaricia da a entender que no estamos satisfechos con la provisión que Dios da, y que podríamos hacer mejor que Él.

En el 12.22 comienza de nuevo el discurso a los discípulos, y de nuevo somos llevados al régimen de la providencia divina. Los cuervos, aves inmundas, no tienen graneros pero Dios asegura su provisión diaria, y los discípulos valen mucho más que los cuervos. Los lirios del campo, sin trabajar y sin hilar, son mantenidos en una esplendidez que sobrepasa la de Salomón, y así son un testimonio a la fidelidad del Padre. Somos nosotros mejores que los lirios. La hierba del campo, cosa tan común, es mantenida por Dios. Ella “viste”. ¡Cuánto más a los suyos!

La confianza en nuestro Dios guardará de la preocupación ansiosa. Sabemos que necesitamos las cosas materiales, pero más importante es el hecho de que Él lo sabe, 12.30.

La ansiedad no debe ser, y el enfoque principal de nuestra vida diaria debe ser el de buscar el reino de Dios. En esto estamos en contraste con “las gentes del mundo” quienes dirigen su energía hacia lo que han de comer y beber. Buscar la gloria de Dios primeramente quiere decir que “todas estas cosas” nos serán añadidas. No son necesariamente las que deseamos, las cuales podrían resultar dañinas, sino las que Dios considera provechosas. Él sabe mejor.

12.35 al 59
Él viene

La vida de confianza en el Señor, que vimos en la lectura anterior, está acompañada de vigilancia y fidelidad. A menudo el Señor hacía referencia a su venida, e instó a sus discípulos a vivir a la luz de este gran acontecimiento. Si va a venir, no puede haber una disminución de esfuerzos; los lomos tienen que estar ceñidos y las lámparas encendidas. Los lomos ceñidos hablan de la disposición de trabajar y las lámparas encendidas del testimonio a guardarse en medio de la oscuridad. Este es el trasfondo de su regreso, para el cual no ha señalado fecha alguna.

Una sincera bienvenida para aquel que viene está seguida por indicios de su aprobación, 12.36 al 40. “Bienaventurados aquellos siervos”. ¿Quién puede explicar todo lo que esto involucra? Viene luego la afirmación tan sorprendente de que Él, el Señor, “se ceñirá … a servirles”. Es humildad que no admite palabras, pero en ella brilla su grandeza. Había dicho a sus discípulos: “El que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo”, Mateo 20.27. Aun en el lugar de servicio, demuestra su derecho de ser el mayor.

Los versículos 42 al 48 conducen a la esfera de la fidelidad y nos presentan al “mayordomo fiel y prudente”, quien acepta responsabilidad mientras su señor está ausente.

Pablo habló de la mayordomía y enfatizó que se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel, 2 Corintios 4.2. Una responsabilidad nos ha sido encomendada en la ausencia de nuestro Señor, y para ella se nos exige la fidelidad. El 12.43 hace saber la reacción del Señor a esa constancia en su venida. ¡Qué profundidad hay en aquellas palabras, “bienaventurado aquel siervo”! Pero queda el triste hecho de que la fidelidad no se hallará en todos los siervos, y vemos que el Maestro trata apropiadamente con los incumplidos. Hay la posibilidad de que nos alejemos de Él en vergüenza en su venida, 1 Juan 2.28.

La fidelidad y la vigilancia tendrán su costo. El Señor habla de la división a causa suya. Si le somos fieles, no debemos pensar que todos van a estar de acuerdo; aun dentro del círculo familiar puede haber oposición. El Señor, el Fiel y Verdadero, conocía en carne propia un “bautismo” de sufrimiento a manos de hombres y de Dios, pero guardó su título hasta el fin.

 

capítulo 13
Si no os arrepentís

El arrepentimiento es un cambio de actitud que conduce al individuo a confiar en Dios y abandonar el pecado. Juega un papel clave en el trato de Dios con el hombre. Algunos hablaron al Señor de aquellos que Pilato mató y de aquellos que murieron cuando una torre les cayó encima; dieron a entender que las tales personas eran especialmente pecaminosas y por esto habían sido enjuiciadas. “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. La respuesta de Cristo quita la mirada de aquellos que habían sufrido en esos acontecimientos, y la dirige hacia nosotros, sus oyentes. El arrepentimiento es esencial, o todos perecerán. Cristo acepta la universalidad del pecado y por lo tanto no hay exención del requisito del arrepentimiento.

La parábola que sigue está vinculada a nuestro primer pasaje, pero incluye la verdad adicional de la paciencia de Dios. En la higuera en la viña (un lugar de tierra nutrida) vemos la nación de Israel bajo el cuidado de Dios. El viñador (el Señor Jesús) la había cuidado estos tres años (el período de su ministerio público). El dueño buscaba rendimiento pero lamentablemente no había. No hubo fruto, no obstante el hecho de que el Hijo de Dios había manifestado su gracia entre ellos.

El “viñador” rogó por otro año antes de que viniera el juicio, pero fue en este cuarto año que la nación se reveló en toda su iniquidad y crucificó al Mesías. La instrucción “córtala” se cumplió en el 70 cuando Jerusalén fue destruida. Al no haber arrepentimiento no hay nada para Dios y la situación no ofrece esperanza.

El versículo 34 (“¡Jerusalén Jerusalén, que matas a los profetas …!”) puede ser relacionado con estos dos pasajes. Esta apasionada manifestación del corazón del Señor muestra que veía una ciudad que no se arrepentiría. Veía una higuera que no daría fruto, y el divino Hijo de Dios no veía alternativa a la tragedia por delante. “Quise … y no quisiste”. ¡Oh! qué tragedia en todo esto. El Señor no descartó de una vez a los que no se arrepentirían y los que no daban fruto, pero llega el momento cuando debe hacerlo y lo hace con tristeza.

¿Son pocos los que se salvan? El Señor no contesta ni “sí” ni “no”. Mandó a quien pre-guntaba a asegurarse de que entrara por la puerta estrecha. Esto requiere el arrepentimiento.

capítulo 14
El reto

Se nos dan varias parábolas a raíz de la invitación que dio un fariseo al Señor a cenar con él. Los invitados gozan de cierta posición social, y el Señor observa sus maniobras para conseguir los mejores puestos en el comedor. Aun cuando Él mismo estaba allí como un invitado, critica esta actitud y dice en efecto: “Tome el lugar de más abajo, y así cualquier cambio será hacia arriba”. Enfatiza lo que es claramente un principio divino: “Cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla, será enaltecido”. Él es el ejemplo supremo de esta humillación propia y de la exaltación divina, Filipenses 2.5 al 11.

Luego instruye en cuanto a quién invitar a comer; a saber, a los que no pueden reciprocar la invitación. Esto provoca el comentario de uno: “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”. El Señor responde con otra parábola sobre una fiesta, esta vez ofrecida por Dios y los hombres como huéspedes. Tal vez los primeros convidados representan la nación de los judíos, pero de todos modos hubo un rechazo general de la invitación. Las excusas por no asistir son mezquinas e indican claramente una predisposición a rechazar la invitación. Como Pablo señaló, la transgresión de la nación judaica sería “la riqueza del mundo”, Romanos 11.12. Dios abrió de par en par la puerta de bendición para el mundo gentil, para los indignos y rechazados que responderían a la invitación.

Al introducir las próximas tres parábolas, el Señor advierte en contra de un discipulado “fácil”. Las multitudes le seguían, pero no por convicción. Él destacó el reto de ser discípulo; exige la supremacía en la vida del tal. El amor para con Él debe ser tan grande como para que todos los demás amores se reduzcan a nada. La parte más difícil del discipulado concierne su propia vida, como dice el 14.26. Es más fácil poner a otros a un lado que a uno mismo.

Dos de las parábolas muestran que Cristo no quiere seguidores que asumen el discipulado ligeramente, 14.28 al 33. Son parecidas las parábolas del hombre que construyó la torre y la del rey que va a la guerra, pero son diferentes. En la primera parábola Jesús dice: “Siéntese a piense si puede pagar el precio de seguirme”. En la segunda dice: “Siéntese y piense si puede pagar el precio de rechazar mis exigencias”. Ambos asuntos son importantes.

capítulo 15
Un Dios que busca

Hay un vínculo estrecho entre la parte final del capítulo 14 y el comienzo del 15. El Señor había hablado de la sal insípida y por tanto inútil, e instó a sus oyentes a oír lo que decía. Los publicanos y pecadores se acordaron que esta descripción les correspondía a ellos, y se acercaron a oir. Esto dio lugar a quejas de parte de los escribas y fariseos, quienes no entendían cómo el Señor podría tener trato con los tales. No comprendieron que el propósito eterno de Dios era de buscar y salvar a semejantes personas. Para explicar esto, Él habló la parábola incomparable del capítulo 15. Es en realidad una sola, dividida en tres secciones.

Parece que su propósito fue el de enseñar que toda la Trinidad divina está estrechamente interesada en los perdidos y deseosa de su restauración. En la primera sección, el Hijo está visto como el Buen Pastor que sale y busca la oveja perdida. En la segunda, es el Espíritu Santo que está presentado en la figura de la mujer que prende la luz para buscar la moneda perdida. En la última sección el Padre de la bienvenida al hijo perdido. Cada parte enfatiza el gozo que viene al encontrar lo que se había perdido.

El Hijo ve el fruto de la aflicción de su alma y queda satisfecho, Isaías 53.11. Cuando más adelante el Señor entró en Paraíso desde la cruz, llevando consigo una oveja que había rescatado de las garras de la muerte, seguramente ha podido clamar a las huestes celestiales a “gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”. La mujer se regocija al encontrar la moneda extraviada, una cosa muerta, y el Espíritu Santo se regocija porque las almas muertas reciben la vida eterna. El Padre ve al hijo perdido en su regreso al seno de la familia y escuchamos sus palabras: “Era necesario hacer fiesta y regocijamos”.

La parábola revela que hay un sentido en que Dios siente una pérdida mientras los hombres estén alejados de Él. El pastor había perdido su oveja, la mujer su moneda, y el padre su hijo. Fue este sentido de pérdida que trajo al Hijo de Dios al desierto a buscar y salvar al que se había perdido.

Llegando a donde estaba, me trajo a su redil.
y al ver que Cristo me salvó, ¡el cielo entero se alegró!

capítulo 16
Mayordomía defectuosa

El relato del administrador fiel nos presenta problemas de interpretación, debido mayormente a que no entendemos plenamente las transacciones que realizó para salvaguardar su futuro. Su manejo de los bienes del amo había sido deficiente y esperaba ser despedido con consecuencias funestas. El propósito de los ajustes de cuenta que se mencionan en el relato era de obtener un trato favorable para sí en manos de aquellos que estaba favoreciendo. Es posible que estos arreglos no hayan sido deshonestos sino más bien la corrección de ciertos abusos en negocios realizados en otras ocasiones.

El amo alabó la sagacidad manifestada en estos convenios, y no la deshonestidad que tal vez había caracterizado al individuo. El Señor señala lo que el hombre hizo, y dice en efecto: »Mire, ese mundano actuó con sensatez en tiempo de crisis, y al hacerlo consiguió cierta seguridad para cuando le faltaría empleo”. Si los hijos de este mundo actúan sabiamente en su administración de las cosas materiales, cuánto más deben hacerlo los hijos de luz. Se afirma el principio de que uno que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel. Claramente, sin embargo, el individuo debe ser dedicado a Dios y no a las cosas materiales, y éstas deben ser manejadas a la luz de aquella devoción, 16.13.

En los versículos 19 al 31 vemos otro hombre culpable de una administración defectuosa, ya que emplea para sí los bienes que Dios ha dada. No podemos imaginamos un contraste mayor que aquel entre “hacía cada día banquete” y “ansiaba saciarse de las migajas”. Con todo, no se acusa a este rico de impiedad. Cambia la escena. Muere el rico y es enterrado con esplendidez, pero en el hades encuentra tormento. Muere Lázaro también. No leemos de entierro, pero le encontramos en Paraíso, en lugar de bendición.

Debemos considerar la verdad solemne de que llega el momento cuando el destino queda fijo y sin posibilidad de cambio. Al escuchar la conversación entre el rico y Abraham, descubrimos que si el rico hubiera hecho caso a la enseñanza de Moisés y los profetas, no hubiera entrado en el lugar de tormento. Él vivía para sí. Lo que se da a entender es que Lázaro, aun cuando pobre en las cosas de este mundo, era rico en fe.

capítulo 17
En vista de su venida

Un espíritu indispuesto a perdonar es un problema. El Señor dice que debemos perdonar cuando uno nos ofende y se arrepiente. Se podría insistir que si la ofensa se repite, aun siete veces, hay lugar para dudar del arrepentimiento profesado. Pero la lección es clara: si se arrepiente, perdónele. Puede que dudemos de que el arrepentimiento sea genuino, pero nos corresponde perdonar.

Podemos comprender la solicitud de los discípulos, “Auméntanos la fe”, porque esta actitud de perdón queda más allá del poder humano. El Señor respondió que no es la cantidad de fe que es importante, sino la calidad. Habló del árbol sicómoro, que posiblemente sea la morera, con sus raíces muy profundas. Es un cuadro apropiado del espíritu arraigado que no está dispuesto a perdonar. Pero la fe puede contra Él.

El esclavo no tenía derecho a esperar las gracias por lo que había hecho, sino sólo cumplió su deber. Acordémonos que, a la luz del Calvario, jamás podremos hacer demasiado, ni siquiera suficiente, por nuestro amado Maestro. Vemos nuestro servicio como inútil; que Dios nos guarde de verlo de otra manera. Dios lo ve de una manera diferente, y el siervo fiel oirá las palabras: “Bien, buen siervo”.

Diez leprosos reciben la sanidad pero sólo uno vuelve para dar las gracias. El Señor espera encontrar la gratitud en aquellos a quienes limpia. ¿Faltamos aquí? ¿Tomamos como un derecho nuestra salvación? El hombre que regresó, recibió una bendición más profunda. Mientras que los nueve fueron sanados de la lepra, el décimo fue sanado de su pecado también, y gozó de una relación más estrecha con su Maestro.

Luego el Señor dirige la atención de los discípulos al día de la venida del Hijo del Hombre. Están por delante Israel y el mundo, pero no la Iglesia, y vemos que el Hijo intervendrá severamente en juicio. El mundo estará absorbido en sus propios asuntos y se sorprenderá ingratamente por los acontecimientos súbitos. Antes de suceder todo esto, sin embargo, la Iglesia será llevada a estar para siempre con el Señor, 1 Tesalonicenses 4.17. Es con este feliz evento por delante que pedimos gracia para manifestar un espíritu perdonador y servir a Dios de manera aceptable.

capitulo 18
¿Cómo oramos?

En este capítulo leemos de las oraciones de una viuda, un fariseo, un publicano y un mendigo.

Los versículos 1 al 8 tienen que ver con “la necesidad de orar siempre, y no desmayar”. Vemos una viuda que pasó por un tiempo de prueba y buscó justicia para remediar la situación. No logrando lo que le correspondía, volvió una y otra vez hasta que el juez cedió y le adjudicó lo que le pedía. La persistencia da recompensa. ¿El Dios nuestro niega actuar? No; Él dará desde un corazón de amor, pero dará cuando conviene hacerlo; no anti-cipadamente ni con tardanza. Siga orando.

Un fariseo oraba, ¿pero era en verdad oración? Jactándose de qué era y qué hacía, no tenía tiempo para la confesión ni la adoración a Dios. Para un hombre así no había respuesta del cielo. ¿Oramos así?

Un publicano oraba. Era uno en quien el Espíritu de Dios estaba obrando, y se veía a sí mismo como Dios le veía: un pecador. ¿Cómo se atrevería un hombre tan corrupto acercarse a un Dios santo? En el atrio afuera había visto un altar humeando, el cual hablaba de sacrificio, y en el lugar santísimo había el propiciatorio cubierto de sangre del altar. Aquí había esperanza. “Dios, sé propicio (literalmente, ten misericordia) a mí, pecador”. Bastó. Dios, quien lee por igual el corazón de fariseo y de publicano, intervino en misericordia y “éste descendió a su casa justificado”. Dios contesta la verdadera oración.

Un mendigo oraba. Había escuchado acerca del profeta de Nazaret, y lo que oyó le convenció que era el Mesías, el Hijo de David. Ahora estaba a su alcance. Haciendo caso omiso de todo intento a impedirle, clamó por ayuda. “Jesús entonces, deteniéndose”. ¡El Hacedor de cielo y tierra, el Sustentador del universo, se detuvo ante el clamor de un mendigo! ¡Qué gracia! ¿Y qué dijo Jesús? “¿Qué quieres que te haga?” “Señor, que reciba la vista”. Su oración no fue larga pero fue efectiva. Tal vez el Señor le dice a usted hoy: “¿Qué quieres que te haga?” Dígale con franqueza toda su necesidad y vea cómo obra. Lo que verá le hará alabarle.

“A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria … en Cristo Jesús”, Efesios 3.20,21.

capítulo 19
Salvación y perdición

Leemos en los primeros diez versículos de un publicano, y a veces se hace la sugerencia interesante de que éste es el mismo hombre a quien se refería el Señor en el capítulo anterior. Sea así o no, el Señor había venido específicamente a buscarle a él, y éste le invitó a Jesús a su casa. Mucho nos complacería saber cómo fue la conversación entre ellos, pero sólo tenemos conocimiento de los hechos siguientes y del gran cambio operado en ese hombre. No era sólo un despreciado cobrador de impuestos, sino el jefe de los tales, y en su ascenso se había hecho rico.

Ahora, como evidencia de su naturaleza cambiada, divulga su propósito de deshacerse de sus ganancias mal habidas. Esto es lo que sucede cuando un pecador recibe la misericordia; no sólo regresa a su casa “justificado”, sino que el rumbo de su vida cambia. Las palabras del Señor en 19.10 indican que por esta causa vino: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Prosiguiendo, encontramos siervos que custodiaban el dinero de su amo, quienes han debido emplearlo para el bien de ése en su ausencia. Tal vez vemos en el dinero el compromiso básico que tiene todo siervo a poner su fe por obra. Como individuos esos siervos respondieron de maneras diferentes a la exigencia de su maestro. A uno le oímos decir “buen siervo”, y vemos que le dio la oportunidad de un servicio más amplio. Para otro, quien no tomó acción alguna, encontramos palabras de reproche y la pérdida de lo que dejó de emplear. ¿Iremos nosotros con las manos vacías para encontramos con nuestro Señor?

El Señor ascendía a Jerusalén, y estaba destinado a entrar en ella según las escrituras proféticas; Zacarías 9.9. En un pueblo cercano había una gente con un pollino; lo poseían entre ellos, una evidencia de pobreza. Pero vino la palabra: “El Señor lo necesita”. No había vacilación; la bestia fue entregada. ¿Será que esta gente había recibido bendición, y así reconoció el derecho del Señor sobre todo lo que tenían?

Considerando las palabras solemnes de 19.41 al 44, Jesús llorando sobre Jerusalén, las vinculamos con 13.6 al 9, la higuera estéril, y especialmente lo de: “Córtala ¿para qué inutiliza también la tierra?” Con todo, cuando consideró la perdición de la ciudad, lloró. Sentémonos a los pies de Cristo hasta que aprendamos el secreto de sus lágrimas y, contemplando los pecados de nuestra ciudad o comarca, lloremos sobre ellos.

capítulo 20
Un asunto de autoridad

Varias veces nuestro capítulo toca la cuestión de autoridad, y vemos al Señor Jesús aduciéndola en todo departamento de su enseñanza. Su autoridad fue cuestionada por lo que parece ser una delegación del Sanedrín. Posiblemente, al plantearles su pregunta acerca de Juan el Bautista, Él estaba retando no sólo su sinceridad sino también su competencia como líderes religiosos. Si ellos, en su capacidad y responsabilidad oficial, no habían podido llegar a una conclusión sobre Juan el Bautista, ¿cómo podrían guiar al pueblo y cómo podrían formar un juicio sobre Uno mayor que Juan? Si en realidad conocían la verdad acerca de Juan y no estaban dispuestos a enfrentarse a las consecuencias lógicas de que él haya sido de Dios, entonces el Señor no iba a tolerar semejante deshonestidad. Les había dicho previamente, »Yo descendí del cielo”,  y ellos bien sabían de dónde emanaba su autoridad.

Jesús afirma luego que rechazaron deliberadamente la autoridad suya, aun cuando algunos gobernantes sabían que su posición era sana. Los labradores en la viña eran figura de los líderes de Israel, responsables a Dios por la manutención de la nación y producción de fruto para Dios. Rechazaron los siervos del dueño (los profetas) y finalmente a uno que reconocieron como el heredero (el Hijo). Él fue lanzado afuera y muerto, de manera que podrían quedarse con el control absoluto. El Señor señaló solemnemente que esa manera de conducirse no podía prevalecer, ya que Dios actuaría en juicio.

Sus adversarios le pusieron a prueba con una pregunta acerca del dinero del tributo. Con gran autoridad atendió a la trampa tendida, enseñado que había cosas que César puede exigir y cosas que Dios puede exigir.

En su respuesta al intento de los saduceos a hacerle tropezar, el Señor dio a conocer que su conocimiento se extendía también a la vida de los resucitados. Cuán triste fue este constante cuestionamiento de su autoridad. Es posible, sin embargo, que nosotros también lleguemos a ser culpables. Véase el versículo 41: “David … le llama Señor”. Hagámoslo en todo aspecto.

capítulo 21
Poco es mucho

Es interesante notar cómo el Espíritu Santo ha conectado un evento aparentemente insignificante y el discurso sobre los tremendos acontecimientos a realizarse en la historia de Israel. Pocos se hubieran dado cuenta de lo que el Señor notó. El versículo 1 nos relata que vio a los ricos y el versículo 2 que vio también a una viuda muy pobre. Ha podido observar sin comentario, pero tuvo a bien dirigir la atención a la mujer, y señaló que su ofrenda pequeñísima sobrepasó por mucho las ofrendas de los ricos. Después de todo, cuando ellos ya habían dado, mucho se les quedó; cuando ella ya había dado, nada se le quedó. Ella dio el cien por cien, pero detrás de su ofrenda había un corazón creyente que estaba dispuesto a confiar en Dios para el futuro. Se ha dicho que Dios arroja al pozo del abismo el oro de la afluencia que se da porque no hace falta, pero toma y besa para convertir en oro eterno el cobre manchado de sangre.

El relato pasa al discurso del Señor acerca del futuro, tanto cercano como más distante. Parece que alternó entre los dos al conversar con los discípulos. La historia iba a ser la explicación de sus palabras. En los versículos 5 y 6 se contempla la destrucción del templo en dC 70; parece que los versículos 8 al 11 se refieren a los días inmediatamente antes del regreso de Cristo en gloria; los versículos 12 al 19, “antes de todas estas cosas”, relata las experiencias de los discípulos en el lapso hasta la caída de Jerusalén; los versículos 20 al 24 se refieren de nuevo al 70; los versículos 25 al 28 se enfocan de nuevo a los días precedentes a su venida cual Hijo del Hombre.

En la parábola de “la higuera y todos los árboles” el Señor da una señal acerca de cuándo se presentaría “el verano” para Israel. La higuera comenzará a dar evidencias de crecimiento, pero los otros árboles también. Contemplando la tierra de Israel, vemos que la higuera está brotando hojas. Mirando más allá vemos que las naciones emergentes abundan con evidencias de nueva vida nacional. Amados, “está cerca el reino de Dios”, 21.31. Obsérvese el carácter definitivo de las palabras del Señor en su afirmación en el versículo 33: “… mis palabras no pasarán”. Ocupémonos con las palabras del versículo 37: “de noche … se estaba en el monte que se llama los Olivos. ¿Oraba con miras al Calvario?

22.1 al 38
El aposento alto

Satanás estaba muy activo mientras se acercaba la ocasión para el sacrificio del Salvador. En el versículo 2 encontramos los sacerdotes y escribas ocupados en su conspiración y en el versículo siguiente Satanás se posesiona de Judas, quien de buena voluntad se hace cómplice. En el trasfondo de todo esto está el divino preconocimiento, y podemos recordar Salmo 2.4: “El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos”. Dios obrará todo según el consejo de su propia voluntad; ¿qué pueden hacer hombres y demonios?

En confianza absoluta el Señor sigue por su camino. Manda a sus discípulos a preparar la fiesta de la pascua, sabiendo de antemano qué sucederá, y que cierto discípulo no nombrado gustosamente pondrá su salón a la orden de su Señor. Nótese que dice que hallaron como les había dicho. La pascua se fusiona en algo nuevo, la cena del Señor, 22.19,20. El pan y la copa de la fiesta asumen repentinamente un sentido nuevo cuando el Señor los toma y los señala como símbolos de su cuerpo y su sangre. Aunque Satanás esté tramando, el Señor puede ver la constitución de una iglesia. Él prevé que los creyentes se deleitarán a lo largo de los siglos en la sencilla fiesta de amor. “Haced esto en memoria de mí”.

En los versículos 21 al 23 el Señor hace referencia a la traición de Judas, pero no le nombra. Perplejos, los discípulos preguntan cuál de ellos podría ser. No saben. El Señor tenía conocimiento de su verdadera identidad cuando le llamó, Juan 6.64, pero no había descubierto a Judas ante los demás, ni por palabra ni por insinuación. Cuán triste es que en tales circunstancias sus discípulos hubiesen tenido en mente una grandeza terrenal. Jesús está pensando en su cruz pero ellos en su posición.

Nos llegan hoy las palabras del Señor a corregir esta actitud: “Sea … el que dirige, como el que sirve”. Satanás está en el cuadro de nuevo en el 22.31, ahora como uno que pide permiso para tener acceso a los discípulos con el fin de zarandearlos. Tiene que pedirlo porque Dios es supremo. Dirigiendo sus palabras a Pedro, el Señor da consuelo: “He rogado por ti, que tu fe no falte”. ¡Gloria a Él!

22.39 al 71
Despreciado y desechado

Esta es tierra santa. Fíjese en el versículo 39: “como solía”. Getsemaní no le era desconocido como lugar de oración, y “Judas … conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”, Juan 18.2. Pero nunca antes el Señor había pasado por una experiencia como ésta. El Calvario le quedaba por delante; el juicio por el pecado se le acercaba, y horror se encerraba en torno de Él. Es muy posible que había presiones satánicas también, pero le oímos decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. El médico Lucas hace mención de los resultados físicos de la presión: “Su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. ¡Cuán grande su amor por nosotros y su devoción a la voluntad del Padre!

La traición se narra en 22.47 al 53. Ahora se revela quién era el traidor, pero el Señor mira más allá de Judas al decir: “Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas”.

Es difícil comprender cómo este hombre pudo figurar por tres años en medio de perfecta pureza y amor, y todavía ser tan bajo y vil. Fue el último toque de horror, la máxima expresión de la infamia humana, cuando allí en el huerto Judas entregó a su Maestro, no con grito ni golpe ni puñalada, sino con un beso.

Judas le traicionó, Pedro le negó. No vamos a criticar demasiado a Pedro. Si nunca hemos negado al Señor (y es dudoso) acordémonos de que “allí, salvo por la gracia de Dios, voy yo”. Pedro fue restaurado; la mirada del Señor lo quebrantó. Más tarde, resucitado ya, el Señor le buscó.

Al leer los versículos 63 al 65, vamos a recordar a quién fue que trataron así. Al Hijo de Dios. En 2 Samuel 6 leemos que Uza tocó el arca de Jehová; aquí los hombres hacían lo equivalente pero Dios detuvo su mano. Observe la tranquila dignidad ante el Sanedrín de parte de este Rechazado. No estaba dispuesto a entrar en discusión sobre la pregunta: “¿Eres tú el Cristo?” Conocía la falta de sinceridad en quienes le hablaban. Pero, cuando le preguntaron, “¿Eres tú el Hijo de Dios?” contestó, en efecto, “Lo que ustedes dicen es correcto”. Bastó; lo que ellos perseguían era una justificación por acusarle de blasfemia.

capítulo 23
Pasmados quedad

Al contemplar al Salvador en este capítulo, recibimos “una grande visión” en todas las situaciones proyectadas. Fue enviado a Pilato, porque los judíos carecían de autoridad para eliminarlo. Para que Pilato diese la sentencia de muerte, les fue necesario urdir una acusación a la cual prestaría atención, de manera que le implicaron en cuestiones políticas. Pronto se dio cuenta Pilato de que no había sustancia en la acusación, y le envió a Herodes, quien tampoco halló causa de muerte en Jesús. Al contemplarle delante de estos dos gobernantes, notamos la superioridad moral del preso en contraste con los jueces.

Llegó el momento cuando Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos pedían, y cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, allí le crucificaron a Jesús. Había un movimiento divino hacía aquel lugar donde la formación del consejo eterno y la determinación de que el que hombre sería redimido. En un sentido no fueron Judas, Pilato, Herodes ni los judíos que le pusieron allí, ni fijaron la ocasión. Todo fue ordenado por Dios, Romanos 5.6: “Cristo a su tiempo murió por los impíos”. Esto estaba en mente cuando el Hijo del Hombre vino al mundo y declaró: “he aquí, vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”, Hebreos 10.9.

Es posible llegar cerca del Salvador y perderse, y estar lejos pero salvo. Ninguno que vio a los malhechores sobre cruces aquel día hubiera pensado que antes del fin del día uno de ellos estaría en el paraíso con el Señor de gloria. Su corazón tocado por el Espíritu de Dios, el hombre reconoció su pecado y buscó ayuda en el Señor. En estas circunstancias ciertamente estaría dispuesto a bendecir, habiendo venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. El compañero en crimen, igualmente cerca del Señor, murió impenitente.

La imaginación humana es inútil cuando uno intenta comprender el misterio de las tinieblas que cubrieron la tierra. No fue permitido a ojo humano ver lo que sucedió cuando Dios trató con su Hijo a causa del pecado. Nos paramos de lejos. Intentamos sondear el misterio. Escuchamos su clamor desde la oscuridad: “¿Por qué me has desamparado?” Y luego: “Consumado es”. Allí en el templo el velo es partido y de repente queda libre el acceso a la presencia de Dios.

24.1 al 35
Él ha resucitado

El amor vence las dificultades. Fue muy de mañana cuando aquellas queridas mujeres emprendieron camino al sepulcro para llevar a cabo el ministerio que su amor había propuesto. Era aún oscuro, Juan 20.1. Había por vencerse el problema de la gran piedra, pero con todo se acercaron. Encontramos que este problema ya había sido resuelto; entraron en el sepulcro y vieron los lienzos, pero no encontraron cuerpo alguno.

Dos mensajeros de Dios estaban allí para comunicarse con ellas y reprenderlas suavemente por buscar entre los muertos a uno que vivía. Los ángeles les recordaron que su Señor les había dicho que esto tenía que suceder. Su pensamiento parece haber sido, “por cuanto Jesús lo dijo, tiene que ser”. Las mujeres se acercaron y, con corazones llenos de una esperanza nueva, volvieron a Jerusalén. Lamentablemente, a los discípulos “les parecería locura las palabras de ellas, y no las creían”. Pedro corrió a ver, pensativo pero no del todo convencido.

El Señor quiere que sepamos que vive. Es interesante que escogiera a dos discípulos desconocidos (¿marido y mujer?) para una revelación especial ese primer día de la semana. Fue a corazones entristecidos que les abrió las Escrituras. Tal vez debemos entender esto no como la selección de una serie de versículos clave, sino como una demostración verbal de que a lo largo de todo el Antiguo Testamento se desarrolla uniformemente un propósito divino, un propósito que al fin pudo significar solo la cruz.

Fue una caminata larga – más de doce kilómetros – pero a medida que prosiguieron se les fueron todo cansancio y desánimo. Sus corazones ardían. El “desconocido” entró con ellos a comer y, asumiendo el lugar de anfitrión, partió el pan y lo dio a ellos. Los dos se dieron cuenta de esto, y posiblemente vieron las marcas de la cruz en sus manos. Pero Él se había ido. ¿Qué hacer ahora?

Con semejantes noticias por contar, deben correr de nuevo los doce kilómetros en la oscuridad de la noche. Al llegar encontraron corazones regocijados, y recibieron noticias de la resurrección. Entre éstas oyeron que “el Señor ha aparecido a Simón”. Si, Pedro había recibido una revelación personal del Señor que había negado. Nos preguntamos sobre qué conversaron ellos dos. Qué maravilloso amor el Señor había manifestado a Simón.

24.36 al 53
¡Qué regocijo!

¡Qué día fue ese! Mientras los dos de Emaús estaban contando su relato y los demás en el salón contando los suyos, de repente se presentó ante ellos el gran tema de su conversación. No tuvo que abrir la puerta; su cuerpo resucitado era un cuerpo en verdad, pero no sujeto a las leyes naturales que lo habían gobernado. Hay quienes niegan que el cuerpo de Cristo fue resucitado, alegando que sólo el espíritu suyo salió de la tumba (¿acaso entró en ella?) y que el cuerpo volvió gases. El Señor sabía que esto vendría, y previó tales ideas dijo: “Palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni hueso, como veis que yo tengo”.

Los discípulos estaban espantados y atemo-rizados, una reacción natural a lo supernatural. Pero esto pasó pronto, y los discípulos se regocijaron viendo al Señor, Juan 20.20. El miedo cedió al regocijo; el Señor vivía y estaba con ellos. Como había hecho con los dos en la vía a Emaús, ahora conduce el grupo atrás a la revelación del Antiguo Testamento, y les abre el entendimiento para que aprendiesen las Escrituras. No fue solamente para el provecho espiritual de ellos, sino porque iban a emplear las Escrituras al proclamar el evangelio.

Es probable que 24.46 al 48 constituyan un resumen de la enseñanza del Señor durante los próximos cuarenta días. En estos versículos expuso a los discípulos lo que ya sabían.

No era para ellos solamente; era para ser predicado entre todas las naciones, comenzando en casa. El Señor sabía que era una tarea imposible para hombres actuando en su propia fuerza. En gracia, entonces, habló del Espíritu Santo, la promesa del Padre, quien les dotaría de poder. Notemos sus palabras: “Quedaos … hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Querido, creyente, no se atreve a ir sin esto.

Que culminación maravillosa. Estaban en la ladera, conversando, cuando repentinamente Él comenzó a subir. Los discípulos miraron mientras se iba, las manos extendidas en bendición, hasta que no lo veían más. ¿Fue este el fin? ¡No! Lucas cuenta en su segundo libro que mientras miraban al cielo una voz les dijo: “Este mismo Jesús … así vendrá como le habéis visto ir”, Hechos 1.11. ¡Un Salvador resucitado, un Espíritu presente, un Señor que vendrá! ¡Aleluya!

Viudas  en  el  Evangelio  según  Lucas

Notas de estudios bíblicos en el Perth Gospel Hall, Reino Unido, 2004

www.perthgospelhall.com

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Ana

La de Sarepta

La de Naín

La viuda y el juez injusto

La que tenía dos monedas

 

Ana

Lectura   Lucas 2.13 al 20, 25 al 40

Visto y oído   Sobre este capítulo en el Evangelio según Lucas podemos escribir 1 Juan 1.3: “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos”, porque encontramos a Ana no sólo hablando, sino “hablaba del niño”, v. 38, y también los pastores y Simeón:

2.15 al 20  los pastores “alababan a Dios por todas las cosas que habían oído”

2.25 al 35  Simeón: “José y María estaban maravillados de todo lo que se decía de él”

2.36 al 38  Ana “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención”

Antes de que lleguemos a los pastores, fijémonos en cómo los ángeles también hablaban, o cantaban, a causa del recién nacido, vv 13,14. El mensaje fue dado tocante a “un Salvador que es Cristo el Señor” y de repente una multitud de ellos glorificaban a Dios. La secuencia es importante: primero, “gloria a Dios”, y después, “buena voluntad a los hombres”.

vv 15 al 20; los pastores   La noche de Lucas 2 fue una que nunca olvidarían; fue la noche cuando encontraron al Salvador, una noche de asombro y gozo: “Volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios”. ¿Es así con nosotros? ¿Todavía nos asombramos y alabamos al recordar el día de nuestro encuentro con el Salvador? Los pastores alababan a Dios “por todas las cosas que habían oído y visto”, v. 20. ¿Qué habían oído? Oyeron el mensaje del ángel: un Salvador nacido. ¿Qué mensaje y qué cambio trajo a los pastores en los predios de Belén? Se apresuraron a llegar, ¿y qué vieron? Vieron, como dijo el ángel, al niño acostado en un pesebre: el Salvador, Cristo el Señor, Dios manifestado en carne, “envuelto en pañales”. Al haber oído y al haber visto, hablaron lo del v. 17 acerca de “el niño”. “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos”.

Los pastores eran hombres comunes con una historia extraordinaria (compárese Hechos 2.1 al 13) y “todos los que oyeron, se maravillaron”, v. 18. Mientras otros se asombraron, “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, v. 19. (Compárese v. 51, “su madre guardaba estas cosas en su corazón”). ¿Leemos nuestras Biblias de esta manera, guardando las palabras en nuestro corazón, comparando pasaje con pasaje en un intento por conocer la voluntad de Dios?

vv 25 al 35; Simeón   Unos cuarenta días después de todo esto, María y José lo llevaron al templo en Jerusalén. Lo hicieron en cumplimiento de la ley; véase Levítico 12. En Jerusalén había un hombre “justo y piadoso” llamado Simeón, quien esperaba la venida del Mesías, y “el Espíritu Santo estaba sobre él”.

Simeón era del remanente según Malaquías 3.16, “los que temían a Dios hablaron cada uno a su compañero”. Así como los pastores habían sido avisados del nacimiento de Cristo, el Salvador, también le había sido revelado a Simeón que iba a ver al “Ungido de Dios”. ¿No debe ser así con usted y conmigo? Somos parte de un pequeño remanente temeroso de Dios en un mundo perverso, guiados por el Espíritu Santo y en espera de la venida del Señor.

Guiado por el Espíritu, Simeón llega al templo y “le tomó en sus brazos”, v. 28. Él guardó en sus brazos al poderoso Creador de 1 Juan 1.1, “palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida”. (Al final de este Evangelio leemos de otro hombre justo, José de Arimatea. Lucas registra acerca del cuerpo del Señor Jesús que este varón piadoso “lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro”).

Se había realizado el anhelo de la vida de Simeón, “han visto mis ojos tu salvación”, v. 30. Así como los pastores, cuando Simeón vio, habló. Habló primeramente a Dios, vv 29 al 32, y fue acerca de su Hijo: tu salvación, v. 30; el camino preparado, v. 31; una luz, v. 32; y la gloria de su pueblo. Simeón comprendía lo del Mesías y su primera respuesta fue como la de los ángeles: dar gloria a Dios.

“José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él”, v. 33. Es la misma palabra que en el v. 18, maravillarse. Poco nos sorprende, porque se trataba de la singu-laridad del niño.

En vv 34,35 Simeón se dirige a María, pero su tema es todavía “éste”. Sin embargo, mientras ellos se regocijaron y alabaron a Dios por el niño nacido, Simeón explica lo que está por delante. La razón por la llegada de este niño es que “está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha”, v. 34.

vv 36 al 38;  Ana   Los vv 36,37 narran una historia breve de Ana. Así como Simeón era un anciano que esperaba la venida del Mesías, Ana era una anciana que esperaba “la redención en Jerusalén”.

  • Era profetisa. Por casi cuatrocientos años, hasta donde las Escrituras revelan la historia, Dios había guardado silencio. No se levantó profeta desde Malaquías. Israel contó con pocas profetisas; se nombran cuatro y hubo una quinta en el Antiguo Testamento. Ahora, al nacer el Cristo, una profetisa viene al templo y por ella vendría la palabra de Dios; ella “hablaba del niño”.
  • Podía trazar su genealogía desde la tribu de Aser. Setecientos años después de la derrota de Israel y la deportación a Asiria, Ana es conocida como una hija de Aser y es la única persona de renombre de esta tribu que se especifica en la Biblia.
  • Era viuda, habiéndose enlutado cuando joven. Después de sólo siete años de vida conyugal, murió su esposo.
  • Era muy anciana, “viuda hacía ochenta y cuatro años”. [Debido a la dificultad con la traducción, algunos entienden que Ana tenía 84 años; otros, 91]. Aquí tenemos a una viuda anciana que había servido a Dios fielmente por muchos años. Ana era lo que Pablo describiría como “la que en verdad es viuda”, 1 Timoteo 5.5, “diligente en súplicas y oraciones noche y día”.
  • Servía a Dios continuamente. ¿Qué podía hacer una mujer de edad avanzada? Ella se entregaba a los ayunos y las oraciones, v. 37. Al estilo de María de Betania en Marcos 14, “Esta ha hecho lo que podía”. Es un gran reto para nosotros, y bien preguntamos qué podemos hacer. Asegúrese de hacer lo que puede.
  • Era un ejemplo para otros y un estímulo a quedarse fiel a Dios. “Hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”, v. 38.

Al igual que Simeón, ella fue guiada por el Espíritu; “presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios”. De nuevo se nota la secuencia: primeramente las gracias a Dios y luego el testimonio a otros. Hablaba de la redención venidera, así como el remanente fiel “hablaron cada uno a su compañero”.

¿Qué compañerismo buscamos nosotros? ¿Queremos estar con “los que temen a Jehová”? ¿Sobre qué conversamos? ¿Hablamos de Él?

 

La de Sarepta

 

Lectura   Lucas 4.16 al 32, 1 Reyes 17.8 al 24

Tres localidades    Lucas 4 es un capítulo de tres localidades:

vv 1 al 13    en el desierto, una ocasión de tentación

vv 14 al 30  en Nazaret, una etapa de rechazo

vv 32 al 41  en Capernaum, un momento de aclamación

En el desierto el Señor Jesús experimentó la tentación, y su recurso fue la palabra de Dios. Obsérvese el “escrito está” en vv 4, 8 y el “dicho está” en v. 12.  Capernaum fue un lugar de muchos milagros y la demostración del poder divino. Aquí la gente estaba admirada y maravillada, vv 32,36, y le buscaba a Jesús, v. 42, pero con todo leemos en el capítulo 10, “Tú Capernaum, hasta el Hades será abatida”. En un día futuro, cuando Dios juzga, serán tratados conforme a sus privilegios aquellos lugares que han oído la palabra de Dios y han visto cómo cambia vidas.

Nazaret, por su parte, fue donde Jesús vivió como niño y joven, y ahora sus ciudadanos, al oírle leer, reaccionan con decir en el v. 22, “¿No es éste el hijo de José?” Pero su actitud se tornó en desagrado cuando el Salvador aplicó el pasaje leído e insinúa que Él sería rechazado como aquellos del Antiguo Testamento. Ciertamente, vino a lo suyo pero los suyos no le recibieron, Juan 1.11.

Notamos en esta sección, “conforme a su costumbre”, v. 16, y también su cuidado en la lectura. Al comparar el relato en Lucas con la escritura que Él leía en Isaías 61, nos damos cuenta de que el Salvador termina a mitad de versículo. Esto se reviste de mucha importancia, porque no leyó del “día de venganza del Dios nuestro” en el 61.2. Nos acordamos de que por el momento Él no ha venido a condenar, sino a salvar.

Elías y Eliseo   Habiendo dado la aplicación a su lectura en la sinagoga, el Señor nos hace recordar dos incidentes en el Antiguo Testamento. Elías fue enviado a esta viuda de Sarepta en tiempo de hambruna, aun cuando había muchas otras en Israel. En los días de Eliseo, había muchos leprosos en Israel, pero fue un sirio que recibió la curación. Dios hace ver que puede usar en el servicio suyo a aquellos de antecedentes gentiles – la mujer viuda – y a la vez traer bendición a los gentiles – la curación de Naamán.

Obsérvese que ambos incidentes tuvieron lugar en días de un marcado alejamiento de parte de Israel. Hubo el caso de Nabucodonosor, quien fue usado para llevar al pueblo de Dios al cautiverio, y mucho más tarde Darío fue usado para dar inicio al retorno de algunos a su propia tierra para construir el muro y el templo en Jerusalén.

Humildad   Una primera lección que aprendemos de la historia de la viuda está en el hecho que no se nos dice cómo se llamaba. En cualquier servicio para Dios, no es importante quién sea el siervo. En Génesis 24 no se nombra, siquiera, el siervo que fue usado para llevar una esposa a Isaac. Poco sabemos de la mujer en nuestro estudio presente y, hasta donde sabemos, ella no vuelve a figurar en las Escrituras. Dios puede aprovecharse de cualquier servidor suyo y usarlo a lo largo de un período extenso, o una sola vez.

Pobreza   Nos cuesta imaginar cuán pobre era esta mujer. No sólo era pobre en lo que respecta a su condición natural, sin esposo para proveer por ella y la probabilidad de que su hijo era demasiado joven para hacerlo. Nada recibía del Estado, ni una pensión como esperaríamos en nuestros tiempos. La hambruna se había prolongado por tres años y medio. Ella resume su situación como “un puñado de harina … y un poco de aceite”, 1 Reyes 17.12. A veces Dios nos lleva a lo extremo de nuestros límites antes de usarnos en el servicio suyo. Nada de la carne puede ser beneficioso en su servicio; sólo su poder bastará. La confianza que tenía Pablo nunca se debía a sus antecedentes, pero dijo que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, Filipenses 4.13.

Adversidad   Como que si la hambruna no bastara, se presentó otra prueba en la forma de la muerte de su hijo. Antes, cuando llegó Elías, ella le reconoció en su expresión en el v. 12, “Vive Jehová tu Dios”. La exigencia del profeta la puso a prueba: “Hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida”, v. 13. Al darle la preferencia a Elías, ella se somete a la demanda de Mateo 6.33, “Buscad primeramente”. Nunca debemos perder de vista que lo que hacemos por otros tiene su impacto arriba. Esta es claramente la enseñanza de Mateo 25.40: “Lo que hiciste a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

En esta primer prueba la fe de la viuda es buena: “Fue e hizo como le dijo Elías”, 17.15, y la fe triunfa en el v. 16: “la harina en la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó”. Pero cuando se presenta la segunda prueba, la muerte del hijo, posiblemente hay un indicio de que la fe falló; de una vez la mujer siente que está bajo juicio por algún pecado en el pasado. Sin embargo, “el varón de Dios”, v. 24, interviene y lleva el asunto a Dios en oración. Sucede un gran milagro. Nunca antes uno había sido levantado de los muertos. Esta vez la fe del siervo de Dios triunfa y el niño es restaurado.

Conclusión   Este incidente concluye con la confesión de la viuda que “la palabra de Jehová es verdad en tu boca”. Una mujer gentil ha sido usada por Dios para proveer por su siervo y entrar en la bendición de conocerle y reconocerle como Señor.

 

 

 

 

La de Naín

 

Lectura   Lucas 7.11 al 17

Introducción   El foco se quita de un centurión fuerte con iniciativa para alumbrar a una viuda pobre y desconsolada. Es uno de tres relatos de cómo Jesús resucitó a personas de la muerte, las otras siendo la hija de Jairo y Lázaro. La joven había muerto recién, el joven aquí está por ser sepultado y Lázaro había fallecido cuatro días antes. El apóstol Juan considera este último caso como una señal; a saber, una evidencia de la personalidad y deidad del Señor.

El local, Naín, pasaría sin mención si no fuera porque el Señor tuvo a bien favorecerlo con su presencia. No era como Belén o Jerusalén, lugares que se mencionan en otras partes de las Escrituras.

  1. 11 “Aconteció después” o “al día siguiente” en otras traducciones. Las Escrituras hablan de “los días de su carne”, Hebreos 5.7. Nótese en particular cómo Juan 1 habla de varios días, uno tras el otro.

Una multitud andaba con Jesús, y “mucha gente” con ella en el v. 12. Así que, hubo una tranca en toda la salida del pueblo. Se ve en varias narraciones de la Biblia que Dios sabe exactamente cuándo actuar; p.ej. Abraham y Melquisedec, el siervo de Abraham y Rebeca, Rut y Booz, Elías y la viuda, Felipe y el etíope. (¡Busque estas historias en su Biblia!)

Pero, no tomemos un acontecimiento en lo que parece ser el momento oportuno como por sí solo un indicio de la aprobación divina. Jonás llegó a buena hora para abordar una nave que le llevaría, pensaba, a Tarsis, pero viajaba en desobediencia.

  1. 12 La puerta Es la única puerta de una ciudad que se menciona en los Evangelios, aunque sabemos que Jesús padeció “fuera de la puerta”, Hebreos 13.12, y hablaban en contra de él “los que se sentaban a la puerta”, Salmo 69.12. En ambas puertas estaban una madre, un hijo y la muerte.

“Hijo único”. Compárese 8.42, 9.38 (la hija de Jairo y el lunático) y véase también Marcos 12.6, “teniendo un hijo suyo amado”.

“La cual era viuda”, así que la tragedia la estaba golpeando por segunda vez. Las pruebas de la vida no siempre vienen aisladamente. Jacob perdió a José, Simeón estaba encarcelado en Egipto, ¡y querían quitarle Benjamín también! Génesis 49.36. Job sufrió una serie de golpes, capítulo 1. Los discípulos se encontraron en una tempestad en Marcos 4 y en otra en Marcos 6. Pablo anota un catálogo de tribulaciones en 2 Corintios 11.

  1. 13 El Señor la vio Varias veces las Escrituras cuentan que Él observó a los que estaban afligidos. Por ejemplo, Éxodo 3.7, Marcos 6.42, Apocalipsis 2.9 y Job 23.10. Tengamos presente su compasión, no sólo aquí sino también por los enfermos en Marcos 1.41; los errantes en Mateo 9.36; los ciegos en Mateo 20.34. “No llores”, dijo. Él secó las lágrimas de la viuda entristecida, pero más adelante en el capítulo dejó que otra mujer llorara en arrepentimiento y gratitud. En este sentido, v. 38, “bienaventurados los que lloran”.
  2. 14 “Tocó el féretro” La única otra vez que se menciona féretro en la Reina-Valera es en 2 Samuel 3.31 en la ocasión de la muerte de Absalón, y lo más que pudo hacer David fue seguir tras el cajón en la procesión. Él estaba impotente ante las circunstancias, pero el Señor Jesús no.

“Joven” – un recordatorio de que la muerte no es exclusiva de los viejos. Tenemos una sola vida, larga o corta, y lo único que perdurará es lo que hayamos hecho por Cristo.

  1. 15 “Comenzó a hablar” El hecho de hablar dio evidencia de la vida de este joven. En el caso de la hija de Jairo, su apetito dio esta evidencia, Marcos 5.42,43. En cuanto a Lázaro, fue su comunión a la mesa con Cristo que hacía ver que tenía vida, Juan 12.2.

Le entregaron a su madre. Estamos ante uno de los incidentes que hacen ver la consideración de Cristo. Otros están en Marcos 5.43, la hija de Jairo; y 6.39, la alimentación de los cinco mil.

  1. 16 “un gran profeta” “Profeta en medio de ti … te levantará Jehová tu Dios”, Deuteronomio 18.15. Él es el gran sumo sacerdote, Hebreos 4.14; el gran rey, Mateo 5.35. De veras, “este será grande”, Lucas 1.32.

“Dios ha visitado a su pueblo”. “Nos visitó desde lo alto la aurora”, 1.78.

 

 

La viuda y el juez injusto

 

Lectura   Lucas 18.1 al 8

Peculiaridades    Solamente Lucas registra este incidente, como también el de la viuda de Naín en el capítulo 7, la de Sarepta en el 4 y Ana en el 2. El relato de la viuda con sus dos monedas en el capítulo 21 se encuentra también en Marcos 12. Esto refuerza la lección que Lucas tiene un interés especial en las viudas, los pobres y los rezagados, posiblemente por el hecho de ser él mismo un gentil y no procedente de la nación de Israel.

También, como tres de las otras viudas, no se registra el nombre de ésta, un detalle que nos hace recordar que no somos importantes en las cosas de Dios y nunca debemos intentar atraer la atención a nosotros mismos. Esta viuda es la única que está presentada en forma de parábola; las otras figuran en relatos históricos.

Trasfondo del capítulo   Los acontecimientos registrados en este capítulo tuvieron lugar al final del ministerio público del Señor Jesucristo. Tan atrás como en el 9.51 hizo saber que iba a Jerusalén, pero aquí en el 18.31 dice de nuevo, “subimos a Jerusalén”. Él va a enseñar a los suyos en privado y a la vez obrar milagros en la zona de Jericó – véase la parte final del capítulo 18 y el principio del 19 – pero su enseñanza en público está por terminar.

Esta sección hasta el 18.31 trata de dos parábolas y dos incidentes. Ambas parábolas versan sobre la oración, pero a auditorios diferentes. La palabra les en el v. 1 parece referirse a sus discípulos por cuanto es a ellos que habla en el 17.22 (“Desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre”), mientras que el auditorio para la segunda parábola (la que nos interesa) es “unos que confiaban en sí mismos”, v. 19, a saber, los fariseos que habían estado en la compañía desde el comienzo de la sección en el capítulo 17.

Los dos incidentes tienen que ver con la presentación de niños a Jesús, vv 15 al 17, y el joven rico, vv 18 al 30.

Trasfondo en el libro    Estamos ante el cierre del ministerio público del Señor Jesús y el comienzo de su viaje a Jerusalén. Su padecimiento se acercaba, vv 32,33, y los discípulos debían estar preparados para ser dejados en la tierra. Es por esto la moraleja principal de la parábola, “la necesidad de orar siempre, y no desmayar”, v. 1. No tenemos por qué intentar otra aplicación que la que está dicha. En días de dificultad y la oscuridad de la duda y los problemas, qué bueno es aceptar la enseñanza de la palabra de Dios, que si voy a ser preservado, será por el poder de la oración.

Contexto para los discípulos   Estaban por delante días oscuros y difíciles. Se hace referencia a los días de Noé en el capítulo 17 y a los días de Lot en el 18.18. Ambos vivían cerca del fin de sus épocas respectivas; se avecinaban el diluvio con sus resultados desastrosos y el juicio sobre Sodoma y Gomorra. Es evidente también que el pasaje no sólo mira atrás sino adelante a la vez, a lo que le esperaba al Hijo del Hombre, v. 31, a saber, su manifestación para establecer su reino sobre la tierra al final del período de la gran tribulación. Serán días como nunca antes ni después en la historia de hombre y aquellos que sean fieles a Dios serán preservados tan sólo por la oración.

De manera que, trátense de las pruebas de los santos del Antiguo Testamento, de los discípulos a punto de ser dejados por el Señor, de los cristianos que viven por Dios hoy día al final del día de salvación, o aquellos que le van a seguir en el futuro, la lección es “la necesidad de orar siempre y no desmayar”.

Los caracteres   De ninguna manera el juez injusto puede ser aplicado a Dios; el título mismo de un injusto está en acusado contraste con Aquel que es de un todo santo y justo. Nunca se puede decir que Dios toma medidas para inhibir a su pueblo a presentar sus peticiones. Por cuanto Él es soberano, sabrá cuándo proceder para efectuar sus propósitos eternos.

Toda la sección versa sobre un contraste entre este juez y la manera en que Dios actúa a favor de los suyos:

  • El juez injusto es lento para responder a la mujer, pero Dios hará justicia “pronto”, v. 8.
  • El juez injusto no temía a Dios, ni respetaba a hombre, pero nuestro Dios amaba y dio a su Hijo por los que acuden a Él.

La viuda merece elogio por su tenacidad y en esto hay una gran lección para nosotros, pero vemos que:

  • Ella no contaba con recursos, mientras que nosotros estamos bendecidos con toda bendición espiritual, Efesios 1.3.
  • Ella no tenía parentesco con el juez, pero nosotros somos hijos de Dios, Gálatas 3.26.
  • Ella formuló su solicitud estando aislada, pero nosotros tenemos el privilegio de la oración colectiva y también el apoyo en oración de parte de creyentes que están al tanto de las dificultades que enfrentamos.
  • Ella estaba distanciada del juez, pero nosotros estamos invitados a acercarnos, Hebreos 10.22.
  • Ella tuvo que preparar su propia rogativa, pero nosotros tenemos “abogado para con el Padre”, 1 Juan 2.1.
  • Ella no recibió ningún estímulo del juez, pero a nosotros se nos asegura “pedid, y se os dará”, Mateo 7.7.
  • Esta mujer podía actuar solamente cuando el juez se hacía accesible, pero sabemos que Pablo podía orar “de noche y de día”, 1 Tesalonicenses 3.10, por cuanto nuestro Dios no está sujeto a un horario.

Insistencia de la viuda   Debemos reconocer que la tenacidad en la oración no sólo es loable sino también es una característica que se encuentra en otros en las Escrituras:

  • Ana oraba largamente, 1 Samuel 1.9,12
  • Elías clamó tres veces por un niño, 1 Reyes 17.19 al 23
  • Nehemías hizo duelo por algunos días y oró, Nehemías 1.4 al 11
  • Daniel se arrodillaba tres veces al día, Daniel 6.10
  • El Señor Jesús, en el huerto de Getsemaní, se postró y oró, Mateo 26.39; oró otra vez, v. 42; y oró por tercera vez, v. 44
  • Pedro, en la cárcel, fue beneficiario de oración sin cesar, Hechos 12.5
  • Pablo, al sufrir de un aguijón en la carne, rogó tres veces al Señor, 2 Corintios 12.7.8

Apuntes prácticos sobre la oración

  • a quién: Padre nuestro que está en los cielos, Mateo 6.9
  • qué: todos los hombres, los reyes y todos los que están en eminencia,
    vivir quieta y reposadamente, 1 Timoteo 2.1
  • cómo: creyendo, Mateo 21.22
  • estorbo: Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado, Salmo 66.18. Pedís mal, para gastar en vuestros deleites, 4.3.
  • resultado: la oración eficaz del justo puede mucho, Santiago 5.16

 

La que tenía dos monedas

 

Lectura   Lucas 20.45 al 21.6

Valores   En Lucas 21 la mujer se está sacrificando; está dando hasta donde le duele. El Señor Jesús la emplea como ilustración para enseñar valores a sus discípulos; a saber, que difieren entre sí los valores del cielo y de la tierra. Él va a enseñar la lección aprendida por Samuel en 1 Samuel 6, “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.

Lucas tiene mucho que decir sobre este tema; por ejemplo, en el capítulo 7 una mujer pecadora unge los pies del Señor, en el 10 María está a los pies de Jesús y en el 12 un fariseo y un publicano oran en el templo. En el relato de la mujer con dos monedas y los versículos circundantes hay lecciones sobre valores y encontramos tres valuaciones de parte del Señor Jesús.

  • 20.45 al 47 los escribas   Eran hombres llenos de una importancia propia, pero la evaluación del Señor en el v. 47 es que “recibirán mayor condenación”.
  • 21.1 al 4 los ricos   La evaluación divina en el v. 3 es: “Esta viuda pobre echó más que todos”. La lección a ser aprendida es que Dios nos da recursos para que llevemos a cabo los propósitos suyos.
  • 21.5,6 hermosas piedras   Los hombres cuestionaban, pero el dictamen del Señor fue: “No quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida”. La lección a ser aprendida es que los logros humanos son pasajeros en el mejor de los casos.

Escribas   El Señor Jesús advierte contra los escribas, hombres que se creían muy importantes y deseaban puestos de prominencia y popularidad, a quienes se les agradaba ser respetados y admirados. Hay muchos como ellos en la sociedad hoy en día. Como el agricultor rico en Lucas 12, vivían por las cosas de este mundo, sin tomar en cuenta la eternidad y sin reconocer que esta vida es una preparación para la venidera. No comprendieron que, al final de la vida sobre la tierra, lo único que cuenta es una relación con Jesucristo. Estaban viviendo para esta vida, sus ambiciones estaban en lo terrenal y en un deseo de lograr estas metas ellos “devoran las casas de las viudas”, v. 47.

El hombre no ha cambiado; todavía hay los que viven para el presente sin pensar en una preparación para la eternidad. Sus ambiciones se enfocan en la tierra, y en su ambición de lograr estas metas pueden explotar a los débiles, los vulnerables y cualquiera. Esto no debe caracterizar al cristiano, quien debe vivir en con miras a la eternidad. La única pregunta que tendrá relevancia para evaluar el éxito al final es, “¿Qué ha hecho con el Señor Jesús?” Somos hechos para vivir eternamente, pero muchos, como los escribas, la pierden todo en un momento. Éstos tenían sus prioridades, sus valores, pero estaban enteramente equivocados acerca de qué es importante. La posición, la fama, las riquezas, el placer, la influencia y la popularidad al final de la vida no son nada si uno no tiene a Cristo.

Se ha dicho que cuando uno vive por la eternidad, sus valores cambian. Siendo cristianos, somos embajadores de Cristo y estamos sobre la tierra en una asignación temporal lejos del cielo y nuestro hogar. ¿Vivimos de esta manera? ¿Nos preparamos para la eternidad?

Hombres ricos, viuda pobre    Al hablar acerca de los escribas, Jesús levantó los ojos y vio a los ricos (parecidos a estos escribas), v. 1, y también “a una viuda muy pobre”. Vio a los ricos “que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas” y se fijó en que esto no les dolía porque echaron de lo que les sobraba. Marcos registra que algunos echaban mucho y otros menos.

Él también tomó nota de la ofrenda, el sacrificio, de aquella mujer. Posiblemente su casa había sido devorada por estos escribas. Contaba con sólo dos blancas para dar, pero de buena gana dio todo lo que tenía. Es dar por sacrificarse. David lo conocía y dijo en 2 Samuel 24.24: “No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuestan nada”.  La evaluación del Señor en el v. 3 fue: “Esta viuda pobre echó más que todos”. De nuevo tenemos una estimación diferente, una discrepancia entre los valores del Señor y los de los hombres. Los hombres miraron lo que se había dado y, en lenguaje de Marcos 12, “muchos ricos echaban mucho”. La evaluación del cielo es diferente; el Señor tomó nota de lo que no se había echado y sentenció sobre esta base; la mujer le había dado a Dios todo lo que podía.

En este incidente podemos aprender el principio de sacrificarse al dar, la prueba de los recursos. Si al final de la vida lo único que importa, la única pregunta que vale, es qué hemos hecho con el Señor Jesús, entonces en el tribunal de Cristo otra pregunta importante es qué hemos hecho con lo que Dios ha dado. Nos ha dado recursos – dones, talentos, oportunidades, energía, relaciones, tiempo, dinero — ¿pero los utilizamos para el bien nuestro o para realizar el propósito por el cual Dios nos hizo? La respuesta a esta pregunta determinará nuestro galardón, nuestro lugar, en la eternidad.

Dios nos ha hecho todos diferentes y nos ha dado recursos diferentes. La viuda contaba con marcadamente menos bienes terrenales que los señores ricos, pero en los cálculos divinos ella dio más. Lo que importa no es quiénes somos o qué recursos hemos aportado, sino qué hacemos con ellos. El Señor Jesús enseña más sobre este tema en Mateo 6.19, “No os hagáis tesoros en la tierra … sino haceos tesoros en el cielo … Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

La viuda ha podido preguntarse si valía la pena. “Tengo sólo dos blancas, ¿y qué es esto en comparación con lo que otros tienen?” O, “los escribas y los fariseos se aprovecharán de esto para sí, y no para la gloria de Dios”, pero ella percibía su aporte como para Dios y el Señor estaba al tanto.

Hermosas piedras    Al salir del templo el Señor Jesús y sus discípulos, se le llamaron la atención a que “estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas”, v. 5. Los historiadores y escritores de la época cuentan la magnificencia de este edificio conocido como el templo de Herodes. Mientras los discípulos se ocuparon de aquello, el Señor Jesús hizo saber que “no quedará piedra sobre piedra”, 21.6. Dentro de pocas décadas las legiones romanas iban a destruirlo de un todo.

Otra vez, la lección a ser aprendida es que los logros humanos son pasajeros en el mejor de los casos. A la luz de esto, ¿en qué confiamos? ¿Qué recibe nuestro afecto? Nabucodonosor llegó a apreciar esta verdad, y dijo en Daniel 4.30: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” Pero dijo Dios: “El reino ha sido quitado de ti”. El rico de Lucas 12 confiaba en sus propios logros, diciendo dentro de sí: “Muchos bienes tienes guardados por muchos años”, pero Dios intervino.

Si los logros humanos son falibles y pasajeros, ¿en qué debemos confiar o qué debemos estimar? Salmo 20.7: “Estos confían en la carne, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria”. Salmo 125.1: “Los que confían  en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve.”

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