Jueces (#764)

 

Seis  jueces

Una interpretación sencilla del libro de Jueces

Paul  Young, Coventry, Inglaterra

Precious Seed, Tomo 28, 1977

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Contenido

 

                                   I                           Ciclos y personajes

                                   II                          Fracaso por cuatro causas

                                   III                         Otoniel

                                   IV                         Aod

                                   V                          Barac

                                   VI                         Gedeón

                                   VII                        Jefté

                                   VIII                       Sansón  

 

I   Ciclos y personajes

1. De Josué a los jueces

Jueces es un libro lleno de lecciones espirituales, advertencias y estímulos para el creyente. Contiene a la vez muchos pensamientos preciosos sobre la persona y la obra del Salvador, Jesucristo. Jueces sigue al libro de Josué, y continúa con el recuento de aquel período en la historia de Israel entre la salida de Egipto y la formación de la monarquía.

Jueces es, sin embargo, muy diferente al libro de Josué. Este último es fundamentalmente un relato de victoria, unidad y espiritualidad en la historia de Israel. Bajo el liderazgo dinámico de Josué, Israel pone fin a sus marchas en el desierto y entra triunfantemente en la tierra prometida.

El tema subyacente en Jueces es, en cambio, uno de derrota, opresión, idolatría y fracaso de parte del pueblo de Dios. Excepciones hay, y hubo grandes victorias durante el período de los jueces, pero en general el cuadro es uno de fracaso.

2. Una historia que se repite

Un ciclo se repite varias veces a lo largo de este libro. Generalmente el ciclo es:

  1. El pueblo rechaza a Dios y se entrega a los ídolos.
  2. Dios permite que una nación extranjera se levante y conquiste la tierra
    o una parte de la misma; los israelitas se encuentran severamente afligidos.

iii. En su aflicción el pueblo se arrepiente y clama a Dios por salvación.

  1. En misericordia y amor Él levanta un libertador quien rescata
    al pueblo de Dios bajo la dirección divina.
  2. El pueblo, en la mayoría de los casos, sirve a Dios mientras vive
    el libertador —”el juez”— de turno.
  3. Muerto éste, y la lección olvidada, el ciclo comienza de nuevo.

3. Figuras útiles pero imperfectas

Hay seis jueces que nos llaman la atención. Son :

  • Otoniel, 1.12 al 15, 3.8 al 11
  • Aod, 3.12 al 30
  • Barac, capítulos 4 y 5
  • Gedeón, capítulos 6 al 8
  • Jefté‚ 10.6 al 18, 11 y 12
  • Sansón, capítulos 13 al 16

Todos son figuras de Jesucristo, nuestro Libertador. Fueron usados por Dios y sirven para ilustrar una u otra faceta de la persona y obra de nuestro Señor. Sin embargo, cada uno de estos señores adolecía de serios defectos.

Si nosotros queremos evitar el ciclo que se resume arriba, si queremos ganar la victoria sobre el pecado y la derrota en la carrera cristiana, no debemos mirar adentro ni a hombre alguno. Nuestro juez, nuestro gobernador y ejemplo, es aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo. La libertad del yo y de la opresión del enemigo de nuestras almas viene tan sólo cuando uno se despoja de todo peso y del pecado que asedia.

Que tengamos cada uno los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios; Hebreos 12.

Los otros jueces son:

  • Samgar, 3.31;
  • Abimelec, capítulo 9;
  • Tola, 10.1,2;
  • Jair, 10.3 al 5;
  • Ibzán, 12.8 al 10;
  • Elón, 12.11,12;
  • Abdón, 12.13 al 15.

En el libro de 1 Samuel, Elí y Samuel son llamados jueces.

II  Fracaso por cuatro causas

 

¿A qué se debe el contraste entre los tiempos del libro de Josué y los del libro de Jueces, y por qué fracasó el pueblo de Israel en esta etapa de su historia nacional? Vamos a presentar cuatro explicaciones y dar a cada una de ellas una aplicación espiritual al creyente en Cristo en el tiempo presente. Usted y yo tenemos que mantener una vigilancia constante, acaso el pecado y Satanás logren que nosotros fracasemos también.

1. La pérdida de liderazgo

“Murió Josué, hijo de Nun, siervo de Jehová, siendo de ciento diez años”, Josué 2.8.

Josué había sido un líder fuerte y espiritual. Bajo su dirección los hijos de Israel se quedaron cerca de Jehová. Hubo un cambio generacional cuando murieron éste y sus contemporáneos: “Toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel”, 2.10.

Israel comenzó a alejarse de Dios, buscando los ídolos paganos, y el bienestar nacional sufrió graves consecuencias. El pueblo había confiado excesivamente, y por demasiado tiempo, en sus líderes tradicionales; sin éstos, perdieron el rumbo. La generación nueva carecía de experiencia en el trato de Dios con los suyos y no sabía pararse sin el apoyo de otros.

De una manera parecida, el cristiano tiene que responder por su propia fe y no pensar que puede apoyarse sólo en las convicciones de otros. En Corinto había este mismo problema. Algunos decían ser de Pablo y otros de Apolos, pero el apóstol acusa a todos ellos de ser carnales. “¿Qué, pues, es Pablo?” prosiguió él mismo, “¿y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”.

Pero no termina allí la instrucción en 1 Corintios 3. La responsabilidad nuestra es que somos labranza y edificio de Dios, y templo de Dios también. Al creyente le toca demostrar en su propia actuación la relación particular que tiene con su Señor, viviendo la realidad de su fe personal.

Termina el capítulo en Corintios con decir que “todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios”.

 

2 El doble ánimo

La segunda razón detrás de la decadencia en ese tiempo fue la negativa del pueblo a dedicarse exclusivamente al Señor. El gran reto que Josué había lanzado en Josué 24.15 fue: “Escogeos hoy a quién sirváis”. Las alternativas que propuso fueron: los dioses del “otro lado del río;” los dioses de la tierra a la cual habían llegado; o, Jehová.

En aquella ocasión el pueblo respondió y dijo: “Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho grandes señales, y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos”.

Muy bien. Pero a la larga no fue así. Dentro de poco, el pueblo se arrepintió de esta resolución positiva y se prostituyó en el servicio de los dioses paganos. “Dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot”, Jueces 2.13.

El evangélico de hoy también ha hecho su elección y ha dicho que servirá al Señor. Sin embargo, él o ella debe velar siempre ante las tentaciones de Satanás y el pecado que nos asedia, acaso sea como Israel y se deje ser vencido por la idolatría.

Sin que esté consciente de lo que está sucediendo dentro de sí, uno puede dar el lugar prominente a las cosas terrenales, desplazando a Cristo. “Yo y mi casa serviremos a Jehová”, decidió Josué. “Sirviendo al Señor con toda humildad”, fue la experiencia real de Pablo. Que sean nuestro ejemplo.

3. La falta de separación

Los israelitas desobedecieron al no erradicar de la tierra prometida a los paganos que encontraron en ella. “Los hijos de Israel habitaban entre los cananeos, heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos”, Jueces 3.5. Dice el versículo anterior que estos pueblos estaban en Canaán “para probar con ellos a Israel, para saber si obedecerían a los mandamientos de Jehová, que él había dado a sus padres por mano de Moisés”.

No obedecieron. Al contrario, el 3.6 cuenta que los israelitas “tomaron de sus hijas por mujeres y sirvieron a sus dioses”. Fue un error de funestas proporciones. Estas naciones llegaron a ser un gran tropiezo, hasta el extremo de conquistar a Israel y subyugar a su pueblo por fuerza.

Nosotros, los creyentes en Cristo, debemos hacer caso de la advertencia que el pecado se desarrollará y nos gobernará si no lo desarraigamos de nuestras vidas. Perderemos la comunión viva con Dios y seremos de todos los hombres los más miserables.

Esto de desarraigar el pecado es para el creyente una tarea continua, espiritual y exigente, pero trae consigo el galardón de una comunión más íntima con nuestro Señor Jesucristo. Leemos en Romanos 8.13: “Si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. Y en Colosenses 3.5: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría”.

Lo que es cierto respecto al creyente en particular lo es también en cuanto a la asamblea donde uno se congrega. La herejía y el pecado jamás deben ser permitidos entrar en una iglesia de Dios. Si penetran, ellos destruyen la comunión verdadera, neutralizan el poder espiritual y debilitan el testimonio ante otros.

4. El egoísmo

La cuarta causa de la pobre condición de Israel en esa época era la falta de disciplina propia en el pueblo. La declaración triste al final del libro es que cada uno hacía lo que bien le parecía, Jueces 21.25. Llegaron a ser gente egoísta, buscando la satisfacción propia a espaldas de la ley de Dios.

La diferencia entre un cristiano y los demás es que el cristiano es Cristocéntrico y los no creyentes son egocéntricos. Uno tiene a Cristo en el centro de su vida y procura agradarle a él, mientras que aquellos que le desconocen buscan agradarse a sí mismos.

Como cristianos, no tenemos el derecho de hacer lo que bien nos parezca; nuestra obligación — por no decir nuestro privilegio — es ajustar nuestra conducta a la Palabra de Dios. Si se da lugar a la satisfacción propia, el resultado puede ser tan sólo el alejarse de Dios para vagar en las sendas del pecado.

Indudablemente ésta fue la experiencia de los hijos de Israel en el libro de Jueces.

 

 

 

 

III   Otoniel;
1.12 al 15, 3.8 al 11

 

“La ira de Jehová se encendió contra Israel, y los vendió en manos del … rey de Mesopotamia … Entonces clamaron los hijos de Israel a Jehová; y Jehová levantó un libertador a los hijos de Israel, y los libró; esto es, a Otoniel”.

1. El enemigo adentro

La historia había girado un círculo entero. Abraham el padre de Israel había sido llamado a salir de Mesopotamia y la cultura de Ur de los caldeos para ser peregrino en Palestina, la tierra que sería el hogar de sus descendientes, la nación de Israel. Ahora, siglos después, estos descendientes ocupan dicha tierra pero el rey de Mesopotamia les tiene subyugados. Fue consecuencia de los pecados que vimos en nuestro capítulo anterior. Lo que ellos han debido dominar, les domina a ellos.

De una manera parecida el creyente de hoy día ha sido llamado a salir del dominio del mundo y entrar en la Iglesia. Hay sólo estas esferas; Dios gobierna en la Iglesia y Satanás en el mundo. Tenemos que velar y asegurarnos que lo sucedido a Israel no resulte ser experiencia nuestra también.

Una vez llamados a dejar al mundo y seguir a Cristo, no debemos mirar atrás. Bien se ha dicho que Dios puso la Iglesia en el mundo, pero Satanás metió el mundo en la Iglesia. Este será el caso si nosotros los creyentes comprometemos nuestra posición de separación; lo que es de afuera — la manera de pensar y vivir del inconverso — se introducirá adentro y se impondrá. La obediencia día a día a la Palabra de Dios es la única manera de evitar esto.

2. La lucha ganada

Al igual que el Señor Jesús, Otoniel procedió de la tribu de Judá. Era sobrino del gran Caleb, 1.13, 3.9. En el primer capítulo de Jueces él manifiesta su fuerza y coraje al tomar el pueblo de Quiriat-sefer para recibir el premio que Caleb había prometido. Este fue el privilegio de tomar como esposa a Acsa, la hija de ese gran hombre. Ahora, Quiriat-sefer significa “la ciudad de libros”, impartiendo la idea de preparación y conocimientos. Otoniel conquistó la sabiduría para recibir su esposa.

Cuánto más el Señor Jesucristo conquistó la sabiduría para recibir la esposa suya, la Iglesia. ¿No es cierto que a la edad de los doce años Él confundió a los sabios? A lo largo de su ministerio terrenal contestó sabiamente (o negó a polemizar) a los estudiosos que intentaban confundirle.

Finalmente, su muerte en la cruz contradijo toda sabiduría humana. Esta dice, “Sálvate”, pero nada tiene que ver con el plan de Dios para la salvación, Marcos 15.30. Del todo sabio Él, Jesús puso a un lado toda sabiduría humana para recibir por esposa a los que por sabiduría no conocían a Dios.

 

3. Una fuerza invisible

Otoniel estaba bien preparado para su ministerio, por cuanto leemos que “el Espíritu de Jehová vino sobre él”, 3.10. Esto se dice de cuatro de los libertadores en Jueces, y señala que Dios les aprobaba. Nos hace recordar el bautismo del Señor Jesús cuando el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma, Marcos 1.10. Con el Espíritu de Jehová sobre él, Otoniel condujo al pueblo de Dios a triunfar sobre el rey de Siria y los ejércitos de Mesopotamia. La tierra de Israel tuvo reposo por espacio de cuarenta años; luego murió Otoniel.

Mesopotamia nos habla del mundo del cual nos hemos apartado por el poder de Cristo. Confiemos en Él para no saber más de sumisión al poder de la mundanalidad. Otoniel nos señala a Uno que nacería de la tribu de Judá, cuyo nombre sería Jesús, porque salvaría a su pueblo de sus pecados.

IV  Aod; 3.12 al 30

 

“Jehová les levantó un libertador, a Aod … Así fue subyugado Moab …”

1. La herencia de Lot

Muerto Otoniel, el pueblo se había olvidado de Dios. Eglón, rey de Moab, encabezó un ejército de moabitas, amonitas y amalecitas (pueblos paganos en la tierra de Canaán), “y tomó la ciudad de las palmeras” (Jericó), 3.13. Los hijos de Israel le sirvieron a él por dieciocho años.

Sin embargo, Jehová escuchó de nuevo el clamor de Israel y esta vez levantó a un benjamita, Aod, quien sería un asesino zurdo. Aod se presentó ante Eglón una vez que había liquidado el impuesto de rigor, y con un puñal escondido mató al opresor. Aod huyó a Seriat, 3.26, y sonó la trompeta para juntar a los israelitas. Ellos mataron a diez mil moabitas, “todos valientes y todos hombres de guerra”. Esta vez fue por ochenta años que Israel estaba libre de la opresión extranjera.

Debemos tener presente que los moabitas y amonitas eran descendientes de Lot, como indica Génesis 19.37,38. Eran de la misma carne que los descendientes de Abraham. Para ampliar esta idea de los hijos de Moab y Amón como representantes de los deseos carnales, leemos que Eglón era hombre gordo (“grueso”), y gordo a tal extremo que el puñal de su asesino se quedó escondido en su carne. Además perecieron los diez mil “valientes y hombres de guerra”.

2. La carne contra el espíritu

Es claro, entonces, que Moab es una figura de la carne en el sentido espiritual de este término. “Lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, … no proviene del Padre”.

El Señor Jesús conocía la victoria constante sobre la carne, por cuanto era sin pecado y ningún espíritu carnal había en Él. Su tentación en el desierto y sobre el templo es evidencia de esto.

Nosotros también tenemos el privilegio de experimentar victorias sobre la carne al reposar en la obra consumada en el Calvario. Siendo salvos, no andamos conforme a la carne sino conforme al Espíritu. “Los que viven conforme a la carne no pueden agradar a Dios”, Romanos 8.8. La victoria absoluta sobre estos deseos vendrá cuando el cuerpo de la humillación nuestra sea transformado a la semejanza del cuerpo de gloria de Cristo. Realizado esto, estaremos para siempre con Él.

V  Barac;
capítulos 4 y 5

 

Jabán rey de Canaán, con Sísara a la cabeza de sus tropas, había conquistado Israel, y con mujer …”novecientos carros herrados oprimió a los israelitas veinte años.

1. “Es indecoroso que una

No es coincidencia que en aquel período de debilidad espiritual en la historia de la nación una profetisa, Débora por nombre, moraba en el monte de Efraín, “y los hijos de Israel subían a ella a juicio”. Dios ha dado al varón y a la mujer responsabilidades distintas que deben cumplir.

El liderazgo nacional y la adoración pública corresponden al varón, y es una señal de decadencia espiritual cuando se confunde la parte de cada cual y los varones abandonan su responsabilidad ante Dios. ¿No había hombre en Israel que podía juzgar el pueblo o conducirles en batalla contra los canaanitas?

Barac ha podido ser el candidato. Dios le comisionó para servicio y le dio la promesa de victoria sobre Sísara y las huestes de Canaán. No obstante, Barac rehusó salir adelante salvo que fuera acompañado por Débora. En otras palabras, le puso condiciones a Dios antes de aceptar servirle, no dándose cuenta de que cuando Dios comisiona a uno para su servicio, Él da a la vez el poder para servirle.

Muy diferente fue el caso del Señor Jesucristo cuyo amor fue tan grande que le condujo a morir en la cruz del Calvario. Dijo Él: “Heme aquí; envíame a mí”, y, “No lo que yo quiero, sino lo que tú”. Jesús no estipuló condición alguna y por esto recibió gran gloria y honra una vez realizada la obra de redención. Como creyentes no debemos imponerle condiciones a Dios si aspiramos servirle. Nos toca proceder, confiando osadamente en sus promesas.

2. “Príncipe de la potestad del aire”

Barac intentó un servicio condicional y como consecuencia perdió el honor que hubiera sido suyo al haber servido de corazón entero. Débora les acompañó a él y a los hombres de Israel; se logró una gran victoria y se eliminó la subyugación a los carros herrados de los canaanitas.

Sin embargo, fue otra mujer, una llamada Jael, que recibió el reconocimiento definitivo, 4.21. Ella mató al capitán de las huestes del enemigo, metiéndole una estaca por las sienes mientras él dormía. A Barac y sus hombres les fue negado el triunfo final, y a Débora también.

Los primeros dos invasores, Mesopotamia y Moab, nos han hablado del mundo del cual hemos sido llamados y la carne sobre la cual podemos ganar la victoria. Canaán, el tercer invasor, habla de Satanás, el que puede sujetar a los hombres con cadenas de hierro. Nuestra victoria sobre el diablo está asegurada por la muerte y resurrección de Jesucristo; el poder del Salvador es el único que puede soltar a hombres y mujeres de la servidumbre de Satanás.

Él nos dio vida a nosotros, cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Anduvimos en ellos en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos. Éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo. Efesios 2.

VI   Gedeón;
capítulos 6 al 8

 

Ahora Gedeón, el cuarto libertador y la bandera de Jehová.

1. “Lo menospreciado escogió Dios”

Los madianitas, junto con los amalecitas y otros, habían conquistado la tierra y gobernado sobre Israel durante siete años. Tan severa fue la opresión que muchos entre el pueblo de Dios se refugiaron en cuevas y cavernas. Cuenta el relato que los invasores eran “grande multitud como langostas;” eran innumerables, dice, y venían a la tierra para devastarla, no dejando a Israel con qué comer.

Puede darse el caso en la vida del creyente que él o ella tenga dificultades y que encuentre un problema en “grandes multitudes como langostas”. En estas circunstancias, uno quiere tener por delante Isaías 59.19: “Vendrá el enemigo como río, mas el espíritu de Jehová levantará bandera contra él”.

Israel estaba gravemente empobrecido bajo Madián y clamó a Dios para salvación. Dios envió un libertador en la persona de Gedeón. A primera vista parecía ser una elección inadecuada, ya que este hombre se encontraba escondido por temor del opresor, sacudiendo un poco de trigo. Pero Jehová le miró y le dijo: “Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas”.

Gedeón titubeó y protestó que era el menor en una familia pobre. No obstante su debilidad, temor, pobreza y falta de proyección, fue escogido y Dios confirmó la selección al consumir con fuego la carne y los panecillos de su ofrenda, 6.21.

Jesús también nació en circunstancias estrechas y creció en hogar pobre. No experimentó las riquezas de este mundo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza”, Mateo 8.20. Dios no nos avalúa según nuestra posición en este mundo, sino por nuestra obediencia y dedicación al servicio suyo.

2. “Yo y mi casa serviremos a Jehová”

El problema inmediato para Gedeón no fue el de los madianitas sino la idolatría en casa. Era preciso atender a esta situación para estar en condiciones de servir en una esfera más amplia. Así que, una noche eliminó la arboleda de la familia y el altar de Baal en la misma, erigiendo en su lugar un altar nuevo como ofrenda a Jehová.

Ahora estaba preparado para reunir al pueblo de Dios, y ellos acamparon a la fuente de Harod, 7.1. Pero la hueste fue demasiado numerosa para el Señor; Dios no le daría la victoria a un ejército tan grande, acaso Israel se jactara de poder propio. A veintidós mil de los miedosos se les permitió volver a la seguridad relativa del hogar, la familia y los amigos.

Esto nos hace reconocer que el creyente no debe ser medroso; sino por nada afanoso, al decir de Filipenses 4.6. Quedaron diez mil, pero eran todavía muchos para la obra de Dios, de manera que se despacharon a todos los que, al beber del arroyo, se manifestaron descuidados. Ahora había tan sólo trescientos, y se ha podido preguntar, “¿Qué es esto para tantos?” Pero leemos en 1 Juan 4.4 que “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”. El principio divino es: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”, Zacarías 4.6.

3. “Donde dos o tres …”

Hasta este punto Gedeón contaba con dos señales de una victoria por delante, que eran los dos ejercicios con el vellón, 6.36 al 40. Una tercera confirmación le fue dada cuando se introdujo furtiva mente en el campamento de los madianitas y escuchó la conversación de los guardas, 7.9 al 14.

Gedeón, confiado de triunfo, armó a sus trescientos hombres de trompetas, cántaros y teas, y los dividió en tres grupos en derredor del campamento. Al recibir la seña, gritaron: “¡Por Jehová y por Gedeón!” Los madianitas huyeron en terror y confusión.

Fue una gran victoria; Dios había escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte,
1 Corintios 1.27. Hoy día muchas congregaciones del pueblo de Dios se encuentran reducidas en número y se les hace difícil continuar, pero pueden consolarse y animarse al considerar esta historia. Como en los días de Gedeón, así en nuestro tiempo: el mismo Señor puede hacer grandes hazañas.

Gedeón y los trescientos persiguieron a los madianitas hasta el otro lado del Jordán. Leemos, 8.4, que estaban “cansados, mas todavía persiguiendo”. No abandonaron la empresa fácilmente porque querían ver la derrota completa y definitiva de este enemigo. De una manera parecida, nosotros como cristianos, “habiendo acabado todo”, debemos estar firmes, Efesios 6.13.

4. “No es de todos la fe”

Los moradores de Sucot y Peniel despreciaron a Gedeón cuando pasó por sus aldeas, negándole alimentos y burlándose de su banda. Por esto, una vez terminada la campaña, él volvió para ejecutar juicio sobre esa gente ofensiva. Destruyó a los hombres de Peniel y derrumbó su torre, y a los de Sucot él les trilló con espinos y abrojos.

Nuestro Señor fue despreciado y desechado entre los hombres; fue objeto de escarnio y a él ninguno le dio. Ahora su gran obra de la redención está completa, y pronto volverá cual Juez de todos aquellos que le han menospreciado.

Para completar su obra, Gedeón tenía que matar a Zeba y Zalmuna, quienes habían destruido la familia de este libertador. La descripción que estos reyes habían dado de la familia fue: “Como tú, así eran ellos; cada uno parecía hijo de rey”, 8.18.

La descripción es hermosa y debe aplicarse igualmente a la vida y carácter del creyente. Nuestra conducta, conversación y manera de vivir debe asemejarse a la del Señor Jesucristo, quien a su tiempo se mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores. Seremos como Él de veras; le veremos como Él es, y reinaremos con Él en gloria y majestad.

5. “Al conocimiento, dominio propio”

Realizadas estas hazañas, Gedeón fue hecho gobernador sobre Israel. Pero, tristemente, no pudo guardarse victorioso sobre sí entre su pueblo. Mandó a construir un ídolo en su pueblo natal de Ofra, y todo Israel venía a adorar ante este efod. “Fue tropezadero a Gedeón y a su casa”, 8.27.

Con todo, la tierra tuvo descanso por cuarenta años. Los hechos postreros de Gedeón contrastan con los de Jesucristo, quien no sólo salva sino guarda, y nos guardará por la eternidad. El que en Él cree tiene la gran confianza de estar eternamente seguro en los brazos de su Libertador.

VII   Jefté;
10.6 al 12.7

 

Los amonitas habían gobernado sobre la tierra por dieciocho años y en su angustia los hijos de Israel clamaron a Jehová por su libertad, pero la respuesta que recibieron fue: “Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción”, 10.14.

1. “Despreciado y desechado entre los hombres”

Pero el pueblo de Dios persistió en su rogativa y empezó a manifestar arrepentimiento verdadero, quitando de entre sí a los dioses ajenos. Y Jehová “fue angustiado a causa de la aflicción de Israel”. El resultado fue que los israelitas en Galaad se juntaron para resistir una iniciativa en su contra de parte de los amonitas. Pero, no podían salir a la batalla por no contar con un líder, y en esta gran necesidad acudieron a Jefté.

Jefté era hombre esforzado y valeroso, 11.1, idóneo para dirigir un ejército. Pero era hijo de una ramera. Él había sido rechazado por sus hermanos, quienes no querían que tuviese voz ni voto en Galaad. Por esto Jefté había huido y se habían juntado con él hombres ociosos.

El Señor Jesús (poderoso de veras, porque sin Él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho, Juan 1.3), es un contraste. Fue concebido del Espíritu Santo y nació de una virgen. Pero Él también fue rechazado por sus hermanos y contemporáneos; leemos en Mateo 13.57 que ellos se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: “No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa”. Él no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos. Su rechazamiento definitivo tuvo lugar en el Calvario, donde dio su vida por los pecados del mundo.

Anteriormente, sólo los ociosos habían seguido a Jefté, pero ahora en desespero le buscaban los galaaditas para que dirigiera la batalla. Muchos en el día de hoy buscan a Jesús en oración sólo cuando perciben una necesidad o como un último recurso.

El Salvador está rechazado aún. Tristemente, esto es cierto a veces en cuanto a los mismos creyentes que piensan en muchas cosas antes de recurrir a su Señor.

2. “Vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

Jefté asumió la responsabilidad, y antes de entrar en la batalla hizo voto: “Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto”, 11.30,31. Jefté ganó la batalla, derrotando a veinte ciudades con muy grande estrago.

Vuelto él a casa, su voto apresurado le trajo dolor y aflicción, porque su hija única fue la primera en salir a felicitarle. ¡Ella tenía que ser ofrecida sobre el altar por cuanto Jefté había abierto su boca ante Jehová! Él hizo su voto sin reflexionar en las consecuencias.

Jesús sabía bien las consecuencias terribles del propósito suyo de ir a redimir a la humanidad del pecado. Sabía que el costo sería la agonía, el sufrimiento, el vituperio y la muerte de cruz, pero de buena voluntad prosiguió en obediencia a su Padre. Los creyentes nunca deben ser apresurados en lo que prometen ante Dios; nos incumbe acercarnos a la presencia suya en una actitud santa, reverente y seria.

Jefté juzgó seis años a Israel, y al morir fue sepultado en una de las ciudades de Galaad.

 

VIII   Sansón;
capítulos 13 al 16

 

Sansón es el sexto juez, esta vez al cabo de un cautiverio bajo los filisteos que duró cuarenta años.

1. “Él salvará a su pueblo”

Como en el caso del Señor Jesús, su nacimiento fue predicho a sus padres. Manoa y su esposa de la tribu de Dan no habían tenido hijos. El ángel de Jehová se les apareció y les anunció: “He aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza, porque el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos”, 13.5.

Sansón nació conforme había sido profetizado, y el Señor le bendijo. Tuvo gran fuerza e hizo grandes hazañas por el Espíritu de Jehová, quien “comenzó a manifestarse en él en los campamentos de Dan”, 13.25. El Espíritu le hizo apto a matar un león en el camino, 14.6, a matar a treinta hombres en Ascalón, 14.19, y luego a mil con la quijada de un asno, 15.16.

2. “El que piensa estar firme …”

La caída de este hombre vino cuando Dalila le sedujo a revelarle el secreto de su fuerza. Su motivo, como el de Judas Iscariote, fue el dinero. Dalila traicionó a Sansón por una suma grande, 16.5, pero Jesús fue traicionado por meramente treinta piezas de plata, Mateo 26.15. Así, los filisteos tomaron preso a Sansón, le quitaron los ojos y se burlaron de él. Con todo, Jehová le dio fuerza para destruir la casa y un elevado número de filisteos, muriendo el israelita juntamente con ellos.

Sansón ganó victorias importantes sobre los filisteos en sus veinte años como juez, pero la subyugación definitiva de esa gente vino en los tiempos de David.

3. “¡Quítate de delante de mí, Satanás!”

Sansón conoció la bendición de la fuerza habilitadora del Espíritu de Dios, pero era susceptible al pecado. Dos veces reveló sus secretos a mujeres seductoras, y la segunda vez le costó su juramento de nazareo y, a la postre, su vida. Fue víctima de su propia necedad.

El Señor Jesús no era susceptible al pecado de ninguna manera, por cuanto era perfecto, recto y puro en todas las cosas. A diferencia de Sansón, Él no murió como consecuencia de errores propios, sino en amor se dio por los pecados del mundo. “Me amó, y se entregó a sí mismo por mí”, Gálatas 2.20.

***

“¿Qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté … que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de su debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”.

“Todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”. Hebreos 11.

El olivo,  la higuera  y  la  vid

La  parábola  de  Jotam,  Jueces  capítulo  9

D.R.A.

Ver

Los árboles figuran en las Sagradas Escrituras desde la historia del Edén hasta la descripción de la ciudad celestial. A veces es el árbol sin nombre que está plantado junto a las aguas y a veces la retama en el desierto. Árboles nombrados específicamente los hay muchos: el cedro, la palma, el mirto y el sauce son ejemplos.

El pasaje que más trata de árboles es la parábola de Jotam, hijo de Gedeón, en Jueces capítulo 9. Él menciona los tres árboles más representativos de la Biblia e indica mucho de su significado.

Fueron los árboles una vez a elegir rey, cuenta él a su pueblo que se había vuelto a la servidumbre bajo un hombre impío. Ofrecieron el cargo a tres candidatos potenciales, pero ninguno aceptó:

     El olivo no pudo dejar su aceite con el cual honra a Dios y a los hombres.

     La higuera no pudo dejar su dulzura ni su buen fruto.

     La vid no pudo dejar su mosto que alegra a Dios y a los hombres.

La zarza, en cambio, se atrevió a ofrecer sombra y también desafió a los majestuosos cedros. He aquí (entre otras aplicaciones de la parábola) una figura de los anticristos que fingen estar en condiciones de dar sombra contra el calor de la ira de Dios. No es ella ni son los cedros que darán la sombra en la tipología espiritual, ya que aun los cedros serán derribados como la zarza de Jotam quería. Son figura de la confianza propia de Israel, y su suerte está dicha en Isaías 11.1: “Consuma el fuego tus cedros”.

Es Jesucristo, el Manzano entre los árboles silvestres de este mundo, que da la sombra según consta la amada en el Cantar de los Cantares. Es bajo la sombra de ese verdadero Deseado que la esposa consigue el fruto dulce a su paladar. Hasta que Él venga, el pobre mundo tendrá que oir las ofertas de las zarzas, sabiendo que la tierra está condenada a producir espinos y cardos como consecuencia del pecado.

El olivo, la higuera y la vid representan diferentes facetas del pueblo de Israel. A la vez, dan sendas lecciones al cristiano en cuanto a su responsabilidad delante de Dios y los hombres, y es esto que más nos interesa:

  • en el olivo vemos el privilegio espiritual del creyente
  • en la higuera vemos el efecto de la vida cristiana dentro de uno mismo
  • en la vid vemos el gozo y esperanza del creyente

 

I — EL OLIVO

 

El olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres?

El árbol

El olivo prospera cuando sus raíces alcanzan la arena debajo de la superficie, donde consigue los minerales que su fruto requiere. El Monte de los Olivos, por ejemplo, es una serie de colinas de piedra caliza. Si el olivo no alcanza las piedras, sus hojas serán pocas y su fruto inútil. Este árbol no da fruto por siete años y luego exige otro tanto hasta que comienza a producir en cantidad. Una vez bien arraigado, crece y produce en abundancia. Sobrevivió el diluvio del Génesis. Las ramas se tuercen, se enlazan y se envejecen hasta dar la apariencia de ser desgastadas. Pero el árbol está verde siempre. Aguanta el descuido de años, acepta poda sin fin, y produce.

Sin embargo, Job habla en el 15.33 del que “derrama su flor como olivo”. Es apta la figura, porque ni una flor en cien produce fruto, a saber, aceitunas. La Biblia habla poco de la fruta pero mucho del aceite que se hace de ella. Esto, como los otros datos, nos ayuda a entender el significado de los versículos que citaremos. De flor a fruto a su aceite hay un proceso largo, y mucha de la apariencia inicial no llega a ser una realidad. Una de las consecuencias de la desobediencia de Israel iba a ser que “… tendréis olivos … mas no te ungirás con el aceite, porque tu aceituna se caerá”, Deuteronomio 28.40.

Por supuesto, el aceite de olivo se hace con exprimir ese fruto, cosa que tiene buenas aplicaciones en el campo espiritual para el que quiera proseguir con ese hilo de pensamiento.

Las Escrituras

La primera mención del olivo está en relación con la restauración de la tierra después del diluvio. El juicio había pasado; una nueva vida comenzaba; la hoja de olivo en boca de la paloma que dio evidencia de ella, Génesis 8.11, cual símbolo del aspecto espiritual de un pueblo nuevo. El cuervo del arca se conformó con la pudrición; la paloma (figura del Espíritu Santo según consta Juan 1.32) encontró lo suyo en la hoja apenas brotada del árbol que había pasado por las aguas de la muerte.

David se encontraba “como olivo verde en la casa de Dios”, Salmo 52.8, cuando confiaba en la misericordia de Dios eternamente y para siempre. Jeremías por su parte habla del “olivo verde, hermoso en su fruto y su parecer”, 11.16, y Oseas de una gloria “como la del olivo”, 14.6. En los cantos graduales un concepto de la bienaventuranza es que los hijos sean como plantas de olivo alrededor de la mesa, Salmo 128.3.

El producto del olivo figura como alimento y como remedio. No era sólo que el israelita tenía que dejar la gavilla de granos en el rincón del campo cuando recogía su cosecha (como hizo Booz para la necesitada Rut), sino que el mandamiento en Deuteronomio 24.20 es parecido: “Cuando sacudes tus olivos, no recorrerás las ramas que hayas dejado tras ti; serán para el extranjero, para el huérfano y para la viuda”. Una evidencia del abandono de Israel sería que le quedarían apenas dos o tres frutos de olivo en la punta de la rama; Isaías 17.6. No habiendo dado a los demás, tendría que conformarse con rebuscos escuálidos.

El símbolo

El olivo es figura de la posición que uno guarda, del privilegio de pertenecer y permanecer. Con razón los árboles acudieron primeramente al olivo, porque es el menos circunstancial de los tres. Habla de lo que uno es, y no de cómo esté. Sólo el olivo dijo: “En se honra [1] a Dios y [2] a los hombres”.

Romanos 11.17,18 lo dice mejor. El que está en Cristo ha sido “hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo”. Y, “No sustentas tú a la raíz, sino la raíz [del olivo] a ti”.

Israel

El olivo presenta la historia espiritual de Israel.

Bien ha dicho otro que Dios siempre ha dejado para sí algún testimonio entre ese pueblo suyo en los tiempos del más severo castigo. Así es que los profetas, al hablar de lo que sucedería con la nación a causa de su desobediencia, pueden usar como figura la vid cortada y la higuera sacada, pero nunca el olivo desarraigado. Aun Jeremías en su referencia a la suerte del olivo verde dice que Dios encendería fuego sobre él con su voz estrepitosa para quebrar sus ramas, 11.16, pero nada dice de destruir la mata.

¿A qué se refiere? A que la nación de Israel sería juzgada, apartada y disciplinada por no haber cumplido su misión espiritual ante Dios y entre los pueblos de la tierra. Dios la había plantado cual testigo suyo, concediendo raíces profundas y cuidando en toda suerte de adversidad. Había permitido largos años de desarrollo, pero no recibió aceite; las aceitunas se habían decaído y las flores derramadas.

Es esta, pues, la figura que el apóstol Pablo emplea en Romanos 11 a partir del versículo 16: “Si la raíz es santa, también lo son las ramas …” Se refiere, parece, a la figura de Jeremías y habla de las ramas desgajadas. Dios manifestó su “severidad para con los que cayeron”, ordenando su destierro a Babilonia y Asiria. La nación perdió su identidad, el pueblo perdió su testimonio, y quienes contaban con la herencia espiritual perdieron temporalmente la bendición espiritual. Para ver cuán lejos estaban en los años posteriores a Jeremías, uno puede leer, por ejemplo, el libro de Ester. De oración, nada se dice; de separación del pagano, casi no se habla; de comunión con Dios, nada se cuenta.

Pero el olivo no fue sacado por las raíces. Ha recibido por el momento unas ramas silvestres, injertadas al tronco original. “Los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa de Cristo Jesús por medio del evangelio”, Efesios 3.6. Viene el día cuando las ramas naturales de Israel serán injertadas de nuevo, “pues poderoso es Dios para volverlos a injertar”, Romanos 11.23,24. Esto se refiere, por supuesto, a la restauración de Israel en el milenio.

El olivo habrá sobrevivido, la herencia espiritual se habrá quedado y la nación arrepentida florecerá bajo el reino del Mesías, después de haber sido castigada muy severamente en la gran tribulación. “Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo”, Oseas 14.6. Esto se cumplirá después del testimonio de los testigos en la tribulación, y “estos dos testigos son los dos olivos …”, Apocalipsis 11.4. ¿Dos olivos? Sí, de ellos habló Zacarías en el capítulo 4 de su profecía, al decir que son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová”.

Nosotros

Al hablar así a la aplicación a Israel, parecería que hemos desatendido a la figura del olivo en relación con el privilegio espiritual del creyente en Cristo. ¿Qué del olivo para nosotros, los participantes del llamamiento celestial? Somos las ramas silvestres. “Tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo”, Romanos 11.17. Estamos acostumbrados a que el jardinero tome el tallo de una mata fina y lo injerte en el tallo de una mata rústica. Dios, en cambio, nos tomó a nosotros que no éramos pueblo, y en soberana gracia nos puso en un lugar de mayor bendición que otros habían tenido. “Tú por la fe estás en pie”, prosigue el apóstol. “No te ensoberbezcas, sino teme”.

Hemos hablado del olivo como figura de la vida nueva después del juicio. Las aguas pasaron sobre nuestro Salvador cuando fue sumergido bajo las ondas y olas de la ira divina, ganando para sí un pueblo propio. No la pudrición de la vida vieja, sino la hoja de olivo es la que debemos evidenciar ante el Espíritu enviado a nuestros corazones. Salimos de las aguas del bautismo para andar en novedad de vida.

Raíces profundas, sustento peculiar, vida y prosperidad en la adversidad, flor è fruto è aceite. Así es el olivo verde en la casa de Dios, ¿y así somos nosotros?

El aceite del cual se habla en ambos Testamentos es casi siempre el aceite de olivo. Ejemplos: en las lamparillas del tabernáculo (con sus despabiladeras, dicho sea de paso); el aceite del Espíritu en las lámparas de cinco doncellas que cabecearon en Mateo 25; el aceite del candelero nuestro para alumbrar “a todos los que están en casa;” el aceite del bien con que ungir a muchos enfermos espirituales, como hacía el Señor con los enfermos físicos y como nos enseña Santiago en el 5.14; el aceite de la adoración, ungiendo a nuestro Señor al estilo de “una mujer de la ciudad” que preveía el día de su sepultura.

Esta es nuestra herencia espiritual. Es la evidencia de vida y privilegio. Es nuestro olivo con que honrar a Dios y a los hombres. Israel como nación no perdió su herencia, pero perdió el disfrute de ella. Así es la enseñanza de Romanos 11. El creyente de esta dispensación no perderá su salvación, pero bien puede perder el disfrute práctico y diario de ella: el gozo del Señor en uno mismo y el privilegio de servir a los demás.

Es de dos filos — para el creyente y para el inconverso — la advertencia del versículo 22: “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permanecieses en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado”. ¿Cortado para perder la salvación eterna? No. Las ramas infructíferas fueron “desgajadas” para su reincorporación posterior a la raíz santa que tiene todo verdadero hijo de Dios. “La raíz del asunto se halla en mí”, exclamó Job. Gracias a Dios que la tenemos, si en verdad Cristo es nuestro Salvador. ¿Pero la flor, el fruto y el aceite?

 

II — LA HIGUERA

 

Respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto …?

Frustrados en su intento a bajar el olivo al nivel suyo, los árboles monteses procuraron seducir a la higuera. Pero este árbol había tomado a pecho el consejo de Proverbios 1.10: “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas”. Al responder, la higuera no hizo mención específica de su doble deber — ante Dios y ante los hombres — pero habló de un doble ministerio: dulzura y buen fruto. Si el lector desea aplicar la parábola de Jotam a la diversidad de dones y responsabilidades entre el pueblo del Señor, podrá seguir este pensamiento con provecho.

El árbol

La flor aparece en la primavera antes de abrirse las hojas, y si el higo verde no se queda en las ramas viejas hasta que las hojas se abran, no habrá fruto. Si no se cultiva la tierra durante este proceso, el higo no se desarrolla. Por esto leemos en Proverbios que “quien cuida la higuera comerá su fruto”, 27.18, y por esto el viñador en Lucas 13 pidió plazo para cavar alrededor de su mata y cuidarla. No es como el olivo que vive solo por centenares de años; la higuera se degenera rápidamente al no ser atendida.

La primera fruta está lista en junio y dos meses después uno puede cosechar los primeros higos de las ramas nuevas. La mata primitiva requiere polinización de parte de insectos que viven en higos inútiles. Quizás los higos malos de Jeremías eran estas últimas. (“La otra cesta tenía higos muy malos, que de malos no se podían comer”, 24.1). Esta necesidad de polen y buen cultivo ayuda a entender expresiones bíblicas tales como las higueras con brevas, la flor caduca y la higuera que deja caer sus higos en el viento.

Se solía sacar los higos y guardarlos en pacas, y así se hace todavía en ambientes primitivos. Su estima como alimentación era tal que se usaban como obsequio. Abigail, por ejemplo, presentó una ofrenda de higos a David cuando supo de la maldad dicha por su marido necio, 1 Samuel 25.18. El egipcio hambriento en el campo fue revivido con higos secos y pasas en racimo antes de testificar a David acerca de los amalecitas, 1 Samuel 30.12. Los que escriben sobre las costumbres palestinas dicen que otro uso importante era (¿es?) como medicina. Ciertamente, una cataplasma de higos fue el remedio recomendado por Isaías cuando Dios acordó sanar a Ezequías de su grave enfermedad. “Y tomándola, la pusieron sobre la llaga, y sanó”, 2 Reyes 20.7.

La hoja es grande y se usa todavía como envoltura.

El higo se siembra generalmente entre las vides, como en nuestro país se acostumbra sembrar la mata de café o cacao debajo de un banano. No es extraño, pues, que el Sagrado Libro hable muchas veces de la higuera en asociación con la vid; por ejemplo, en la parábola que veremos en un momento, el hombre tenía “una higuera plantada en su viña”. En los países cálidos y tumultuosos del Medio Oriente es costumbre sentarse debajo de estos árboles en busca de sombra y tranquilidad

Las Escrituras

La primera mención es la de los delantales de Adán y Eva. Veamos otros casos:

  • La paz y prosperidad se expresan en sentarse cada uno debajo de su vid y su higuera,
    1 Reyes 4.25, Isaías 36.16, Miqueas 4.4 y Zacarías 3.10.
  • La fruta temprana en la mata es un símbolo de bendición por venir. “La higuera ha echado sus higos”, exclamó el amado en el Cantar. Dios habló de los días buenos de Israel “como la fruta temprana de la higuera” cuando bendijo a los patriarcas en Oseas 9.10.
  • La fruta temprana caída de la mata es símbolo de esperanzas frustradas. Por la rebelión de Judá, por ejemplo, no quedarían higos en la higuera y se caería la hoja, Jeremías 8.13.
  • La presencia de la higuera es evidencia de aprobación divina; su ausencia, de castigo. Dios prometió en Deuteronomio dar a la nación una tierra de higueras. Siglos después, Joel y otros profetas lamentaron la pobreza del pueblo rebelde, protestando que “pereció la higuera”.
  • Jehová le mostró a Jeremías una cesta de higos buenos y otra de higos malos. Los buenos eran figura de los israelitas que serían guardados en el destierro a Babilonia, al estilo de Daniel y sus tres compañeros: “Pondré mis ojos sobre ellos para bien …” Los higos malos eran sus paisanos que se quedarían para perderse en las naciones paganas, “hasta que sean exterminados de la tierra que les di a ellos y a sus padres”.

Ahora, en el Nuevo Testamento encontramos tres referencias mayores a la higuera, y son de parte de nuestro Señor directamente.

  • En Lucas 13 hay el caso del hombre que por tres años buscó fruto en su higuera, y no lo halló. “Córtala”, dijo, pero el viñador quería cavar alrededor de ella un año más.
  • Cuando Jesús subía a Jerusalén, según leemos en Mateo 21 y Marcos 11, tuvo hambre por la mañana. Al ver una higuera sin fruto, “hojas solamente”, pronunció la sentencia severa: “Nunca jamás nazca de ti fruto”. Y se secó la higuera.
  • La parábola que Él contó es corta: “Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca”, Mateo 24.32, Lucas 21.29.

Muy llamativa es la declaración de Jesús a Natanael: “Te vi debajo de la higuera”, Juan 1.47,51. El Señor preguntaría luego si acaso se recogen higos de los abrojos, y Santiago cambia la figura, como veremos, preguntando si la higuera produce aceitunas. El último libro de la Biblia vuelve a la idea del higo inmaduro, y así leemos en Apocalipsis 6.13 de las estrellas que van a caer como la higuera deja caer sus higos [no polinizados] cuando es sacudido por un fuerte viento.

El símbolo

Si el olivo representa el privilegio espiritual, la verdadera herencia de los santos en luz, la higuera representa el producto de éste. Es símbolo de lo que uno es por dentro. Veremos que las Escrituras asocian la higuera con la vid; ambos hablan de fruto en la vida cristiana, pero la higuera presenta el fruto adentro y la vid el fruto afuera.

Jotam se refirió a su dulzura y buen fruto. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Si el lector estudia esa lista en Gálatas 5.22, verá que especifica cualidades netamente internas y otras que se evidencian más en la conducta con otras personas. Estas, en el lenguaje de Santiago, son la religión pura y sin mancha. Es cuestión de “visitar a los huérfanos y a las viudas”, pero es “delante de Dios el Padre”. Pero la higuera se presta al abuso. Adán y Eva se interesaron por las hojas en un intento vano por cubrirse. El Señor se fijó en la higuera en las afueras de Jerusalén, que era “hojas solamente”.

Israel

Dicho esto, llegamos a Israel. La higuera es figura de su historia religiosa; no el pueblo como tal, ni la nación política, sino el judaísmo.

El Señor le dijo de Natanael: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Le dijo a Natanael: “Cuando estabas bajo la higuera, te vi”. Él conocía la higuera israelita: ceremonia, tradición, prejuicio. Debajo de esa higuera — dentro de ese sistema — había uno que otro que era verdadero israelita, en quien no había el engaño que tipificaba a la masa de ese pueblo. Sabía discernir a los Natanael, los Simeón y las Ana. El verdadero israelita vería mayores cosas que una higuera estéril. Vería el cielo abierto y la comunión entre Dios y el Hijo del Hombre; véase Juan 1.50.

Pablo guardó su lícito amor para con sus “parientes según la carne, que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas”. Pero, “no todos los que descienden de Israel son israelitas”, Romanos 9.3,4,6, y esto fue lo que el Señor decía al distinguir entre la higuera y el hombre debajo de ella.

Haremos mención de otro pasaje donde hay esta idea. Es Gálatas 6.6: “A todos los que andan conforme a esta regla [una nueva creación], paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios. ¿Acaso todo Israel no sea de Dios? En un sentido sí, pero ahora no el viejo Israel religioso, sino la familia de la fe, la que procede de la cruz de Cristo.

Hablemos de Israel en el pasado

“Cierto hombre tenía una higuera plantada en una viña”, comienza el relato en Lucas 13.6. Allí está Israel, la higuera para el dulce fruto, plantada en la viña para dar gozo. Tres años buscaba ese divino Hombre algún fruto de ese árbol tan bien situado. Él había venido a lo suyo [este mundo], pero los suyos [los judíos] no le recibieron; Juan 1.11. Los tres años de su ministerio terrenal estaban por terminarse; Él había advertido que haría sus milagros “hoy y mañana” pero el tercer día terminaría su obra, Lucas 13.32. Pero alguien pidió plazo, y así fue que sólo en el cuarto año el hacha fue puesta a la raíz de ese árbol nacional, dejando el tronco. Se ha sugerido que ese “año” adicional caducó cuando Esteban presentó al Sanedrín el Mesías verdadero, ganando por su sinceridad una pedrada mortífera. Diremos que cayó el hacha al Israel religioso en el año 70. Es dudoso que los soldados romanos bajo Tito hayan dejado en su lugar una sola piedra del templo de Herodes. Sucedió lo que había temido el perverso Caifás: Vinieron los romanos, destruyeron el lugar santo y la nación; Juan 11.40.

“¿Cómo se secó en seguida la higuera?” fue la pregunta atónita en otra ocasión, Mateo 21.20, y bien ha podido hacerse la misma pregunta al ver cómo de un día a otro el judaísmo fue dispersado. Solamente a partir de 1948 se ha podido volver a ejercer el judaísmo dentro de un Estado judío.

Hablemos de Israel en el futuro

Las ramas viejas dieron hojas solamente. Pero cuando vemos que está tierna la rama nueva — el judaísmo deseoso de reunir a los suyos — y brotan las hojas, sabemos que el verano está cerca. Algunos estudiosos preguntan si las hojas no serán el celoso Medio Oriente en derredor de Israel; aquellos países se han despertado de su letargo, afirmando hoy día su nacionalismo como no hacían en siglos. La mata vive, y esta vez habrá fruto antes de que estas hojas se envejezcan y caigan. Queda mucho por realizarse en el ciclo, pero el proceso ha comenzado.

La incredulidad y el materialismo predominan todavía en Israel, y falta toda la gran tribulación hasta que el pueblo unido, arrepentido y restaurado llore cada familia aparte, preguntando al Pastor, “¿Qué heridas son estas en tus manos?” Zacarías 13.6. Por el momento, el Israel político (que veremos en la vid) está dando oportunidad al reavivamiento del Israel religioso pero incrédulo. Su verano vendrá una vez pasado el amargo invierno, y ahí el lenguaje del esposo en el Cantar: “Levántate, oh amiga mía, y ven. Porque he aquí ha pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue … la higuera ha echado sus higos”.

Una vez que la Iglesia vuelva a esta tierra para celebrar la cena de las bodas del Cordero, la religión pura y sin mácula de Israel florecerá de nuevo. Templo y ofrendas habrá, como cuentan los capítulos 42 y 43 de Ezequiel. Estas ceremonias milenarias no serán para anticipar la obra de Cristo, como eran las del Antiguo Testamento, sino para conmemorarla. “Alégrate y gózate, porque Jehová hará grandes cosas … Los árboles llevarán su fruto, la higuera y la vid darán sus frutos”, Joel 2.21,22. “En aquel día, dice Jehová de los ejércitos”, hablando del milenio, “cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera”, Zacarías 3.10.

Ya no será un Natanael dudoso (“¿De Nazaret puede salir algo de bueno?”) debajo de la higuera, sino el Israel sin engaño. [Vosotros] “veréis el cielo abierto”, le dijo Jesús a aquél en representación de su pueblo, “y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el hijo del Hombre”. Es una referencia a la comunión entre Israel sobre la tierra y la Iglesia en la Nueva Jerusalén por encima de la tierra, en el milenio al cual nos hemos referido ya, consecuencia de la obra del Calvario.

Nosotros

La higuera es, entonces, símbolo de la religión verdadera (los higos) y de la falsa (las hojas sin higos). De allí la pregunta tan aguda de Santiago 3.12: “¿Acaso la higuera produce aceitunas?” Las aceitunas representan la posición espiritual, y los higos la condición en un momento dado. Es cierto que las hojas son útiles para la sombra, pero veremos que ésta es la experiencia culminante de la carrera cristiana, y no la vía fácil al principio.

Acordémonos que el proverbio afirma que es quien cuida la higuera, y no quien la tenga, que comerá de su fruto. Tengamos muy presente que la característica peculiar de la higuera: ella produce su fruto primeramente y luego echa sus hojas. Es como si la vestidura del árbol, la apariencia, fuera tan sólo la consecuencia de haber dado su “dulzura y buen fruto”. La religión, como el mundo la conoce, es mera forma. Adán estaba mal; la conciencia le redargüía y él pensaba que podía encubrir su condición con valerse de esas hojas cuando no podía comer de los frutos del huerto santo.

“Dulzura y buen fruto”, fue lo que la higuera de Jotam vio cómo su responsabilidad. El higo, hemos visto, se usaba tanto como alimento [dulzura] como medicina [buen fruto]. El Señor estableció la prueba de los que profesan su nombre: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen … higos de los abrojos?” Mateo 7.16. ¿La higuera produce aceitunas? ¿La vid higos? La respuesta a cada una de estas preguntas puede ser tan sólo No. Con ellas en mente, estamos en condiciones de trazar un paralelo con la parábola de Jotam:

  • Los abrojos de la zarza no dan higos, porque son figura de la carne pecaminosa.
  • El olivo no da higos, porque es figura de nuestro privilegio por ser de Cristo, y no de nuestro estado espiritual día a día.
  • La vid no da higos, sino es la higuera que produce la dulzura y el buen fruto en el alma.

“Mi alma deseó los primeros frutos” [de la higuera], Miqueas 7.1. Cuando Israel se quejó en Cades, en el desierto de Zin, su mal estado de alma se expresó en una protesta que: “No es lugar de sementera, de higueras”, Números 20.5.

Sentarse debajo de la vid y la higuera no es solamente un cuadro del reposo milenario de Israel; es a la vez un cuadro del reposo del alma que viene con la obediencia al Señor Jesús. Veamos el renombrado pasaje al final de Mateo 11, que tantas veces queremos obsequiar exclusivamente al inconverso:

  • Para quien no es salvo aún, la invitación es: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.
  • Para quien ya encontró ese descanso, hay el reposo en Cristo como Señor de su vida, sentado debajo de la Higuera nuestro: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.

 

III — LA VID

El árbol

La vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres?

La vid corriente por naturaleza propia crece horizontalmente en el suelo, “… una vid de mucho ramaje, de poca altura”, Ezequiel 17.6. Es territorial; o sea, desea ocupar espacio a expensas de otras matas. “No sembrarás tu viña con semillas diversas, no sea que se pierda todo, tanto la semilla que sembraste como el fruto de la viña”, Deuteronomio 22.9. Es de tallo tan débil que este mismo profeta preguntó retóricamente: “¿Tomarán de ella madera para hacer alguna obra? ¿Tomarán de ella una estaca para colgar en ella alguna cosa?” 15.3.

La preparación de un viñedo normalmente comenzaba por quitar las piedras del flanco de una colina y construir muros con ellas; un muro podría ser más de lo necesario, simplemente como manera de guardar aparte la mucha piedra. Si no, “Sus altares son como montones en los surcos del campo”, Oseas 12.11. Pero hacía falta una torre, o una choza de piedra, para el guardián y también un vallado de zarzas para impedir la entrada de animales. Job protestó descuido en esto, afirmando que la vida del impío es como uno que “edificó su casa como la polilla, y como enramada que hizo el guarda”, 27.18.

Se levantaban las ramas una vez desarrolladas, para ser podadas en primavera. Se quitaba todo pámpano (el pimpollo de la vid) que no lleva fruto, y se podaban los demás para que llevasen fruto de nuevo; Juan 15.2.

Las uvas maduras se recogían en cestas y se llevaban al lagar, una especie de molino cavado generalmente como pozo en piedra. Las uvas se exprimían con los pies del “pisador de las uvas”, al decir de Amós 9.13. Leemos del canto de estos lagareros en Isaías y Jeremías. El mosto en fermentación se guardaba en sacos de piel de cabra, como bien sabemos por la parábola de Mateo 9.17, o en grandes tinajas de arcilla.

Una descripción de la industria la tenemos en Marcos 12: “Un hombre (a) plantó una viña, (b) la cercó de vallado, (c) cavó un lagar, (d) edificó una torre, y (e) la arrendó a unos labradores”. Si la lista es deficiente, será porque (i) omite lo de Isaías 5 sobre la ladera fértil que hay que despedregar, y (ii) sólo los acomodados arrendaban a labradores.

Una lista de productos de la vid, todos ellos prohibidos a los nazareos, se encuentra en Números 6.3,4, “desde los granillos hasta el hollejo:” vino, vinagre de vino, licor de uvas, uvas frescas y uvas secas. (Estamos suponiendo aquí que la sidra se refiere al zumo de otras frutas).

Las Escrituras

La arqueología y la historia hacen saber que el cultivo de la uva comenzó en Egipto, pero la primera mención en las Escrituras antecede a ese país: “Comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña … y se embriagó”, Génesis 9.20,21. Melquisedec “sacó pan y vino”, 14.18, para gozar de comunión con Abraham. El copero de Faraón soñaba que veía una vid, tres sarmientos y racimos maduros de uvas. La bendición que Jacob deseaba para su hijo Judá fue: “Atando a la vid su pollino, y a la cepa el hijo de su asna, lavó en vino su vestido, y en la sangre de uvas su manto”.

Los cananeos practicaban la vinicultura, ya que los espías enviados por Moisés llegaron a esa tierra en el tiempo de las primeras uvas. Por cierto, por la abundancia de la cosecha el sitio se llamaba Valle de Escol, o de Racimo; Números 13.20, 24. Los espías cortaron un sarmiento, ¡el cual trajeron dos en un palo! Desde luego, Moisés había dicho en Deuteronomio 6.11 que en Canaán los israelitas encontrarían viñas y olivares que ellos no habían plantado.

El lamento sobre Moab, expresado siglos más tarde, nos da en síntesis el significado de la vid en tiempos bíblicos: “Lloraré por ti, oh vid de Sibma; tus sarmientos pasaron el mar; sobre tu cosecha y sobre tu vendimia vino el destruidor. Y será cortada la alegría y el regocijo de los campos fértiles … y de los lagares haré que falta el vino; no pisarán con canción”, Jeremías 48.32,33.

La industria estaba reglamentada. Nos hemos referido ya a la asociación de la vid con otras matas. Adicionalmente, la tierra se dejaba libre de siembra cada séptimo año en Israel, con libre acceso para los pobres del pueblo. Era reposo para Jehová. “Así harás con tu viña y con tu olivar”, Éxodo 23.10,11, Levítico 25.3. Se abandonaba el viñedo de un todo improductivo: “Señores de naciones pisotearon sus generosos sarmientos”, Isaías 16.8. La mata seca se quemaba para hacer carbón: “Es puesta en el fuego para ser consumida; sus dos extremos consumirá el fuego, y la parte en medio se quemó”, Ezequiel 15.4. De una vez nuestro lector piensa en las palabras de su Señor: “Los recogen, y los echan en el fuego”, Juan 15.6.

No nos olvidemos de las uvas y pasas, 1 Samuel 25.18, 30.12, 2 Samuel 16.1. Abigail le regaló a David cien racimos de uvas pasas para su tropa. Siba le regaló otro tanto, junto con higos secos y un cuero de vino. “Sustentadme con pasas [una paca de higos]”, fue el anhelo de la esposa en Cantares 2.5 en su deseo de sentarse bajo la sombra de su deseado.

Cristo tomó para sí el título de la vid verdadera, Juan 15.1. Tres parábolas de Jesucristo se basan en la vid (y otra en el vino, un tema que no nos interesa por el momento):

  • El reino de los cielos es semejante a un hombre que contrató obreros para su viña; Mateo 20.1 al 6
  • Un hombre le dijo a cada uno de sus dos hijos: Vé hoy a trabajar en mi viña; Mateo 21.28 al 32
  • Un hombre envió sus siervos a los labradores de su viña, para que recibiesen sus frutos. Ellos los mataron, y él por fin envió a su hijo, pero a éste también le mataron; Mateo 21.33

El símbolo

La vid simboliza la recepción de bendición y su concurrente transmisión a otros. Como mata, es inconsecuente, pero produce mosto que debe alegrar a Dios y a los hombres. Depende de la ladera fértil; está expuesta a sus enemigos naturales; crece horizontalmente y abraza lo que encuentre; requiere y responde a la disciplina de la poda; requiere y recompensa la vigilancia del viñador.

Aun cuando no estamos abundando en este escrito sobre el vino en sí, debemos señalar que el fruto de la vid (a diferencia de la aceituna y el higo) se caracteriza de ser sobremanera provechoso o dañino según uno lo emplee. Cierto autor ha señalado estos contrastes:

  • Puede alegrar el corazón, como puede trastornar la mente; Salmo 104.15, Isaías 28.7
  • Es apto para el banquete, pero puede resultar en embriaguez; Eclesiastés 10.19, Isaías 5.11
  • Es una expresión de la más elevada comunión, y también puede llevar el hombre a la ruina moral; Génesis 14.18, 9.21
  • Fue rechazado por Juan el Bautista pero provisto por obra de Jesús mismo; Lucas 1.15, Juan 2.9
  • Fue rechazado por Jesús como estupefaciente de la mente pero aceptado como calmante de los nervios; Marcos 15.23, Juan 19.29

Israel

La vid presenta la historia de Israel como nación. Destaca el hecho de que era el pueblo escogido y favorecido de Dios.

¿Cómo mejor comenzar esta sección de nuestro escrito que citar el Salmo 80? “Hiciste venir una vid de Egipto; echaste las naciones, y la plantaste. Limpiaste sitio delante de ella, e hiciste arraigar sus raíces, y llenó la tierra. Los montes fueron cubiertos de su sombra, y con sus sarmientos los cedros de Dios. Extendió sus vástagos hasta el mar, y hasta el río sus renuevos”.

O, si el lector prefiere, Isaías 5: “Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar … La viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya”.

La nación ocupó la Tierra Santa y gozó de toda suerte de bendición divina. Cumplió en esa etapa de su historia lo que había sido prefigurado en el enorme racimo que los espías sacaron de Escol. Pero Ezequiel 19.10 al 14 capta la esencia de lo que pasó a la nación: “Tu madre fue como una vid en medio de una viña, plantada junto a las aguas, dando fruto y echando vástagos a causa de las muchas aguas. Ahora está plantada en el desierto, en tierra de sequedad y de aridez”. “La langosta devoró vuestros muchos huertos y vuestras viñas, y vuestros higuerales y vuestros olivares; pero nunca os volvisteis a mí, dice Jehová”, Amós 4.9.

Enfatizamos que estamos hablando de Israel como una nación, un ente político, y no como los judíos como un pueblo, ni al “Israel de Dios”.

El impío Caifás entendía la conveniencia política de que un hombre muriera por el pueblo, y no que toda la nación perezca, Juan 11.50, pero la nación rechazó a su Mesías. Os es necesario nacer de nuevo, había advertido Él a Nicodemo, pero sólo uno que otro Nicodemo creyó para vida eterna. La nación, como nación, pereció. Sin embargo, puede haber dos sentidos en lo que sigue en Juan 11: “Jesús había de morir … para congregar en uno a los hijos de Dios”. De que se refiere a judío y gentil, no hay duda, y así afirma Efesios 2: “… crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre”. Pero puede haber también una referencia velada a la reconstruida nación de Israel en el futuro, ya no dividido en dos bandas y dispersado, sino “congregados en uno” cual hijos de Dios.

Volvamos, entonces, al Salmo 80: “Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora; mira desde el cielo, y considera, y visita esta viña, la planta que plantó tu diestra, y el renuevo que para ti afirmaste. Quemada a fuego está, asolada; perezcan por la reprensión de tu rostro. Sea tu mano sobre el varón de tu diestra, sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste. Así no nos apartaremos de ti; vida nos darás, e invocaremos tu nombre”.

Así será; el Varón que Israel había visto sólo como experimentado en quebranto, Isaías 53.3, será para ellos el Varón de arroyos de agua y sombra de gran peñasco, 32.2.

“En aquel día cantad acerca de la viña del vino rojo … Jacob echará raíces, florecerá y echará renuevos Israel, y la faz del mundo llenará de fruto”, Isaías 27.2,6. En ese reino milenario (llamado sorprendentemente “nuevos cielos y nueva tierra”) los israelitas plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. Según los días de los árboles serán los días del pueblo de Dios; Isaías 65.21,22. “Los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di”, ha dicho Jehová según el último versículo de la profecía de Amós. ¡El que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente, y todos los collados se derretirán!

Nosotros

En la vid vemos tipificado el gozo y la esperanza del creyente en Cristo. Es figura del fruto manifiesto en la vida cristiana.

Él es la vid verdadera, no sólo en contraste con la de Israel que no había cumplido su misión de ser una bendición a los demás pueblos, sino en ser quien sustenta a los suyos cual pámpanos. Todo pámpano [creyente] que en Él no lleva fruto, lo quita; y todo aquel que lleva fruto, lo limpia, para que lleve más fruto. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco nosotros, si no permanecemos en Él. Permaneciendo, llevamos mucho fruto; separados de él, nada podemos hacer. (Juan 15.1 al 5)

Nuestro Padre es el labrador, y la norma expuesta en 1 Corintios 9.7 es: “¿Quién planta viña y no come de su fruto?” Por esto Hebreos 12: ¿Qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Si nos deja sin disciplina, entonces somos bastardos, y no hijos. Esto nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.

La esposa en el Cantar comenzó su confesión de alejamiento y descuido con reconocer que la habían puesto a guardar las viñas, pero no había guardado la suya propia. Cantares 1.6. “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”, fue la exhortación del amado en el 2.15. El lenguaje correspondiente en el Nuevo Testamento sería tal vez: “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”, 2 Corintios 7.1. El proverbista pasó junto a la viña del hombre falto de entendimiento, y por toda ella habían crecido los espinos. Así vendrá, dijo él, necesidad y pobreza; Proverbios 24.30 al 34.

Pero volvamos a lo positivo. Sin duda fue la vid que Jacob tenía en mente al hablar de su hijo José como rama fructífera. Nos indica (i) lo que hizo posible su prosperidad, (ii) lo que resultó de ella para otros:

  • rama fructífera junto a una fuente,
  • cuyos vástagos se extienden sobre el muro.

Este lenguaje al final del Génesis 49 expresa la idea que sugerimos ya: La vid simboliza la recepción de bendición y su concurrente transmisión a otros. Cuando Moisés volvió a bendecir a José (o, mejor dicho, a las tribus procedentes de éste) en Deuteronomio 33, él también aludió a la vid sin nombrarla. Moisés quería para el pueblo de Dios:

 

  • los más escogidos frutos del sol, con el rico producto de la luna,
  • el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos,
  • las mejores dádivas de la tierra y de su plenitud

Y cuán llamativo es que haya terminado aquella serie figurativa de bendiciones con la mención de:

  • la gracia del que habitó en la zarza, 33.16.

La zarza, o arbusto espinoso, de Deuteronomio 33.16 es la del Éxodo 3.1 al 5. El que habitó en aquel arbusto que no fue consumido, frente al monte de Horeb, es Dios entre su pueblo. De las zarzas al estilo de aquélla de la parábola de Jotam no se vendimian uvas, afirmó el Señor Jesucristo en Lucas 6.44, ya que es la de la maldición de Génesis 3.18.

Ahí está la alternativa para el hijo de Dios:

  • la zarza que es la carne, cual espinos y cardos del campo de este mundo y su afán de usurpar el señorío; o,
  • la zarza que es la vid, nada en sí como árbol pero productor del mosto que alegra a Dios y a los hombres.

Que seamos pámpanos que dependen de la Vid verdadera, manifestando la gracia de Aquel que habita en la zarza que jamás será consumida.

 

El fin de todo el discurso es este (Habacuc 3.17): ·  Aunque la higuera no florezca, · ni en las vides haya frutos, ! aunque falte el producto del olivo

con todo · yo me alegraré en Jehová, · y me gozaré del Dios de mi salvación.

O sea, aun si no hay en los demás la evidencia del fruto, y gozo y el privilegio que corresponden al pueblo del Señor, y aun reconociendo que uno mismo ha faltado, no nos entreguemos a “las zarzas” de este mundo, sino ocupémonos con nuestro Dios y Salvador.

Dos nietos

Jonatán y Finees, Jueces 17 al 20

W.P.W. McVey; Australia; Counsel tomo 22

Ver

En Jueces capítulos 17 al 20 encontramos una lección provechosa basada en dos hombres emparentados entre sí — parece que eran primeros de segundo grado — quienes eran muy diferentes el uno al otro en su respuesta a la ley de Dios y su impacto sobre el pueblo de Dios. El uno era Jonatán, nieto de Moisés. El otro era Finees, nieto de Aarón.

Tengamos presente que Moisés y Aarón eran los hermanos que condujeron a Israel de Egipto; por lo tanto sus respectivos nietos han debido vivir en los primeros años de la colonización de Canaán y cronológicamente antes de la mayoría de los acontecimientos registrados en el libro de Jueces. Nos entristece ver casos tan flagrantes de idolatría e inmoralidad manifestándose tan poco después de la muerte de Moisés, varón de Dios, pero la explicación es sencilla: “Cada uno hacía lo que bien le parecía”.

Podríamos esperar que el nieto de Moisés, aun si sólo por preservar el prestigio de la familia, seguiría escrupulosamente la ley de Jehová. A la vez podríamos temer que Finees haya podido heredar algo de la debilidad moral que su abuelo desplegó en relación con la adoración del becerro de oro en el desierto. Pero la realidad fue al revés, mostrándonos una vez más que la gracia no se consigue por herencia humana.

 

“Los hijos de Dan levantaron para sí la imagen de talla; y Jonatán … hijo de Moisés, él y sus hijos fueron sacerdotes en la tribu de Dan, hasta el día del cautiverio de la tierra”, Jueces 18.30. Los judíos estaban del todo conscientes de la deshonra que Jonatán había hecho a la memoria de su abuelo, y procuraban encubrirla con escribir su nombre como Manasés en este versículo. En el idioma hebreo la diferencia entre Moisés y Manasés es de una sola letra. Sin embargo, la evidencia abrumadora es que se trata de su nieto pródigo.

De ninguna manera ha sido Moisés el único hombre sobresaliente cuya prole ha dejado de seguir a Dios para ir en pos del mundo. Quizás Satanás escoge a los hombres piadosos como blanco especial para sus ataques; si no logra lo suyo con una generación, lo intenta con el siguiente. Con el correr de los años tenemos que clamar continuamente por nuestras familias, pidiendo que sean para Dios y su servicio.

Pero en el reino espiritual los eventos no siguen una ecuación como en la matemática o una fórmula como en la química. En otras palabras, no podemos decir que determinado volumen de oración o cantidad de enseñanza siempre va a producir los mismos resultados, aun dentro de una misma familia. Con todo, el bienestar espiritual de nuestros hijos, y de los hijos de ellos, debe causar ejercicio de corazón mientras vivamos.

 

Para entender los antecedentes del pecado de Jonatán, tenemos que conocer la historia de Micaía y su madre que comienza al principio de Jueces capítulo 17. Fueron ellos que proveyeron esa imagen tallada que figura en el versículo ya citado.

Hubo un hombre del monte de Efraín, que se llamaba Micaía, el cual dijo a su madre: “Los mil cien siclos de plata que te fueron hurtados, acerca de los cuales maldijiste, y de los cuales me hablaste, he aquí el dinero está en mi poder; yo lo tomé”. Entonces la madre dijo: “Bendito seas de Jehová, hijo mío”. Y él devolvió los mil cien siclos de plata a su madre; y su madre dijo: “En verdad he dedicado el dinero a Jehová por mi hijo, para hacer una imagen de talla y una de fundición; ahora, pues, yo te lo devuelvo”. Mas él devolvió el dinero a su madre, y tomó su madre doscientos siclos de plata y los dio al fundidor, quien hizo de ellos una imagen de talla y una de fundición, la cual fue puesta en la casa de Micaía. Y este hombre Micaía tuvo casa de dioses, e hizo efod y terafines, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote. Jueces 17.1 al 5.

La forma de adoración que este hombre y su madre desarrollaron era descarada idolatría, con el nombre de Dios puesto como etiqueta. Estos dos eran hasta cierto punto como aquellos de 2 Reyes 17.41: “Temieron a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos”. Una vez que Jonatán llegó al escenario, él ha debido condenar rotundamente lo que vio, pero gustosamente se incorporó en la parodia y llegó a ser el actor principal.

He aquí una mujer que podría llamar a su hijo Micaía, que quiere decir “uno que es como Jehová”, pero a la vez encaminarle en la adoración de ídolos. Ella maldecía y bendecía con la misma fluidez, y todo en el nombre del Señor. Dedicó dinero a Jehová pero lo utilizó para hacer imágenes. No sólo condujo a su hijo a la idolatría, sino involucró a su nieto a la vez.

Micaía conocía poco de la ley de Jehová. Él ha debido saber que al robar su madre, no sólo pecaba contra ella, sino contra el Señor también. Por lo tanto, tenía dos cuentas que saldar: devolver el dinero a su madre más una quinta parte, y hacer una ofrenda por el pecado ante Jehová al pedirle perdón a él; Levítico 6.2 al 7.

Parece que la casa de Micaía en el monte Efráin no estaba lejos de Silo, donde estaba en uso el arca de Jehová en esa época. Pero no le interesaba a Micaía. La ley decía, “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, pero él tuvo “casa de dioses”, nombró a uno de sus hijos como sacerdote y luego contrató a Jonatán a desempeñar este papel.

Había un joven de Belén de Judá, de la tribu de Judá, el cual era levita, y forastero allí. Este hombre partió de la ciudad de Belén de Judá para ir a vivir donde pudiera encontrar lugar; y llegando en su camino al monte de Efraín, vino a casa de Micaía. … Micaía le dijo: Quédate en mi casa, y serás para mí padre y sacerdote; y yo te daré diez siclos de plata por año, vestidos y comida. Y el levita se quedó. Jueces 17.7 al 10

Y para colmo Micaía afirmó: “Ahora sé que Jehová me pros-perará”.

Ahora, a este candidato no le vamos a llamar un sacerdote. No lo era ni podría ser, porque los sacerdotes procedían de la familia de Leví. Sacerdote para la casa de Micaía, podría ser; para la casa de Dios, nunca. Cual levita, ha debido estar ocupado en la rutina en Silo asignada a esos señores en vez de vagar “donde pudiera encontrar lugar”.

Le picaban los pies y la palma de la mano. Estaba a gusto con el sueldo en casa de Micaía hasta que encontró algo mejor.

Vente con nosotros, para que seas nuestro padre y sacerdote. ¿Es mejor que seas tú sacerdote en casa de un solo hombre, que de una tribu y familia de Israel? Y se alegró el corazón del sacerdote, el cual tomó el efod y los terafines y la imagen, y se fue en medio del pueblo. Jueces 18.19,20

Viajó hacia el norte y se ubicó, con todo su aparato religioso, en la ciudad de Dan, la cual llegaría a destacarse por su idolatría. Sería en esta ciudad, muchos años más tarde, que Jeroboam levantaría unos de sus becerros de oro como iniciativa política para disuadir el pueblo a adorar en la casa de Dios en Jerusalén. “Esto fue causa del pecado; porque el pueblo iba a adorar delante de uno hasta Dan … E hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví”, 1 Reyes 12.30,31. Cuánto de la culpa por este curso de eventos años más tarde podemos asignar a Jonatán, no nos atrevemos decir, pero sin duda fue él que llevó los ídolos a Dan en primera instancia, provocando la extensión de la idolatría de una sola casa a toda una tribu en Israel.

No debemos concebir la historia de Micaía y Jonatán como un mero incidente secundario en los días de los Jueces. Los elementos esenciales del relato requieren poca modificación como para ser descriptivos del cristianismo moderno, donde una sorprendente mezcla de verdad y error trae a la mente el compromiso y acomodo en la casa de Micaía.

Así como esa gente vinculaba el nombre de Jehová a la adoración de ídolos, hay ahora millones que nombran a Cristo pero confían en iconos y altares, crucifijos y amuletos para protección y salvación. Otros tienen dioses mentales en vez de metales. Son producto de su propio pensamiento y deseo, los cuales intervienen entre ellos y el Dios vivo ante el cual comparecerán un día. Que todos presten atención al lamento de Micaía un vez que se había desaparecido todo su bagaje: “Tomasteis mis dioses que yo hice … ¿Qué más me queda?” 18.24.

Jonatán el levita asumió el rol de sacerdote, percibiendo estipendio para colmo. Vemos en esto un cuadro de la práctica común en el cristianismo de darle al reverendo o pastor una posición sacerdotal, cosa contraria el Sagrado Libro. En algunos lugares se les denominan sacerdotes a exclusión de los demás, cuando en la economía novotestamentaria todo el verdadero pueblo del Señor puede tomar ese nombre; 1 Pedro 2.5,9.

Las clases privilegiadas, los derechos especiales y las funciones exclusivas son ajenas a la legítima cristiandad y le priven al hijo de Dios de su derecho inherente como miembro del cuerpo de Cristo. Se oye hablar de que hay varios creyentes en alguna cierta parte, pero no pueden “celebrar la santa comunión” porque no hay un religioso “ordenado” o “autorizado” para administrarla. Es consecuencia de un arreglo clero – laico donde el reverendo, pastor, etc. se convierte en sacerdote. Nos trae a la mente a Coré, un hombre que a quien le correspondía un ministerio cual levita que era, pero no el de sacerdote. Su ambición sacerdotal le costó la vida, Números 16.10.

 

Pero queremos dejar ese cuadro triste y ver a Finees. No sólo tenía las credenciales de sacerdote, sino “tuvo celo por su Dios”, Números 25.13. Es uno de aquellos piadosos del Antiguo Testamento acerca de quienes no leemos nada en su contra.

Se unieron asimismo a Baal-peor, y comieron los sacrificios de los muertos. Provocaron la ira de Dios con sus obras, y se desarrolló la mortandad entre ellos. Entonces se levantó Finees e hizo juicio, y se detuvo la plaga; y le fue contado por justicia de generación en generación para siempre. Salmo 106.28 al 31

Esto de “contado por justicia” es lenguaje que asociamos con Abraham, así como “se levantó … y se detuvo” es lenguaje que asociamos Moisés, Salmo 106.23.

Hay una mención de Finees antes de los cuatro relatos donde jugó un papel clave. Él está asociado con ciertas familias que volvieron a Jerusalén después del exilio: “Los primeros moradores que entraron en sus posesiones en las ciudades fueron israelitas, sacerdotes, levitas y sirvientes del templo. … Finees hijo de Eleazar* fue antes capitán sobre ellos —los que guardaban las puertas del tabernáculo— y Jehová estaba con él”, 1 Crónicas 9.1,20.
[* Eleazar era, por supuesto, hijo de Aarón; 6.3.]

Este grupo hacía mucho más que abrir y cerrar portones. Ellos guardaban la santidad de la casa de Dios en cuanto a quiénes entraban en ella. Números 3.32 hace entender que este hombre heredó de su padre la responsabilidad principal. Tal vez parezca una función rutinaria, pero veremos que no fue tal cosa en Sitim, cuando una ola de inmoralidad e idolatría inundó el campamento de Israel. La crisis trajo a la superficie lo mejor en Finees; él puso coto al asunto “e hizo expiación por los hijos de Israel”, Números 25.13.

Es importante notar la secuencia de los eventos en Números 25.

Los israelitas tenían a Canaán a la vista; Sitim era su último campamento antes de entrar. Este detalle hace especialmente reprensible su racha de idolatría. Sabemos por los capítulos inmediatamente anteriores que Balaam quiso maldecirles, pero Jehová volvió la iniciativa en bendición. Frustrado en su deseo de atacar de frente, Balaam les incitó a adorara a Baal-peor, dios de los moabitas según el 31.16 y Apocalipsis 2.14. De modo que “el pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab”, 25.1.

Estas fiestas bacanales con tanta conducta sensual arrastraron a los hombres de Israel; se “juntaron” con Baal-peor. La retribución divina cayó y miles murieron. Además, Jehová dispuso la muerte de los cabecillas y que sus cadáveres fuesen exhibidos públicamente como advertencia. Y, no obstante estas evidencias de desaprobación de parte de Dios, un varón “trajo una midianita a sus hermanos, a ojos de Moisés y toda la congregación de los hijos de Israel, mientras lloraban ellos a la puerta del tabernáculo de congregación”. Esto fue más de lo que Finees podía tolerar. Era perversidad salir del campamento con fines inmorales, pero peor era traer a una mujer extraña dentro del campamento, y hacerlo en esa precisa oportunidad era gesto de abierto desafío de la autoridad divina.

Si aquella pareja pensaba que podían actuar a espaldas de la ley porque él era hijo de un jefe de familia en Israel y ella hija de un príncipe en Madián, 25.14,15, les quedaba una gran sorpresa. En los ojos de Finees, ellos habían comprometido la seguridad del campamento y lo habían profanado, y él por su posición estaba en el deber de enfrontarles. Bien sabía por qué se habían introducido en la tienda, y él entró también y les traspasó con una lanza.

¡Qué asombro santo habrá entrado en el pueblo de Dios al saber lo que hizo este hombre! ¡Qué respeto para Finees cuando se detuvo la plaga! Jehová pronunció: “Yo establezco mi pacto de paz con él … pacto de sacerdocio perpetuo”.

Ahora Números 31, donde leemos de las consecuencias de lo anterior. Moisés recibe la orden de hacer venganza de los hijos de Israel contra los madianitas antes de morir. Finees encabeza un ejército relativamente pequeño “con los vasos del santuario, y con las trompetas en su mano para tocar”. Sería una guerra santa y Finees cargaba trompeta en vez de lanza.

El uso de estas trompetas, delineado en Números capítulo 10, trae a la mente 1 Corintios 14.8: “Si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” Podemos estar seguros de que no habría incertidumbre al sonar Finees su trompeta. Él guardaba el recuerdo del mal que los madianitas habían hecho a su pueblo, y tenía un mandato claro del Señor a vengar aquello. En nuestros tiempos no hay necesidad mayor que aquélla de líderes con una clara comprensión de lo que Dios requiere y una voluntad de practicarlo y predicarlo. No nos viene a la mente nada más patético que ver a personajes eclesiásticos que manifiestan ignorancia e inmoralidad. ¿Pero acaso no era así en los días de nuestro Señor? ¿No hablaba Él de ciegos guiando a ciegos?

Josué 22. Llegamos ahora a una situación que concernía a los israelitas no más. Había una grave amenaza de guerra entre las tribus dentro de Canaán y otras que se habían ubicado al este del río. Estas últimas —las dos tribus y media— habían decidido construir un altar al lado este del Jordán, no como lugar de sacrificio ni centro de adoración, sino como un recuerdo a ellos mismos y a sus hijos del santuario nacional donde todo Israel debería sacrificar a Jehová. Sin embargo, las otras tribus tildaron esta iniciativa como un acto de apostasía y rebelión contra el Señor, y “se juntó toda la congregación … en Silo para pelear contra ellos”.

Afortunadamente, prevalecieron mejores criterios. Se nombró a Finees a encabezar una delegación para discutir el asunto con representantes del otro grupo. Este era un papel nuevo para nuestro protagonista; ahora no era cuestión de hacer guerra, sino de evitarla. Ahora no usó lanza ni trompeta, sino oídos dispuestos a conocer los hechos. No era cuestión de quiénes habían construido el altar, sino con qué motivos.

Convencido de que todo estaba claro y que los motivos eran puros, él se presentó en Silo para informar a sus hermanos. Todo terminó felizmente. Vemos que en guerra y en diplomacia Finees actuaba con el bien del pueblo de Dios como uno de sus fines.

Jueces 20. Finees llegó a ser el sumo sacerdote, representando a Israel delante de Dios. Sobre su pecho llevaba el Urim y Tumin, por medio de los cuales discernía la voluntad divina. Le encontramos consultando a Dios en este capítulo, así como consultaba a hombres en Josué 22. En una ocasión anterior podía evitar una guerra, pero en este caso la guerra ya estaba en marcha.

El relato es asqueroso. Una pandilla de sinvergüenzas violan a una mujer y ella muere en Gabaa, 19.25; su marido, un levita, parte el cadáver en pedazos y los distribuye en Israel. La nación se enfurece y jura venganza. Pero surgen lealtades de tribu y los benjamitas se unen para defender la ciudad. Se estalla una guerra civil.

Concluimos que los benjamitas no tenían razón alguna, queriendo defender lo que no se puede justificar. Pero fueron ellos que triunfaron en las primeras confrontaciones. ¿Y no es así a menudo, tanto en la esfera eclesiástica como en el mundo en general?

Pero, “la alegría de los malos es breve”, Job 20.5. Las derrotas iniciales provocaron un examen de conciencia en las otras tribus, y uno se pregunta si tal vez habían actuado superficialmente en su consulta en la casa de Dios. Pero por fin vinieron en gran angustia con sacrificios y oraciones, lágrimas y ayuno, y a través de Finees Jehová les dio promesa de éxito. Es la última referencia a Finees en secuencia cronológica y la única mención de un sumo sacerdote en todo el libro de Jueces.

Al leer los capítulos finales de Jueces y darnos cuenta del deterioro grave en la adoración y moralidad del pueblo, aun dentro de tres generaciones de la salida de Egipto, no podemos evitar hacer comparaciones con la situación en nuestros propios tiempos. Pero debemos llevar en mente que la época que produjo a Jonatán, nieto de Moisés, también produjo a Finees, nieto de Aarón. El uno vivió para sí y el otro para Dios; el uno promocionó la adoración de ídolos, el otro llevó en alto la ley de Jehová; el uno se hundió en el olvido, el otro es honrado aún por Dios y por hombres. Así, oremos que, no obstante todas las dificultades de estos últimos días, figuren los Finees entre nuestros hijos y también los hijos de nuestros hijos.

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