Principios financieros en la Biblia (#760)

 

Principios financieros en la Biblia

Harold Mackay, Estados Unidos

Traducido de la revista Missions, 1984.
 

Las secciones en este escrito son —

El Antiguo Testamento

                      Los tiempos apostólicos

                      Las enseñanzas paulinas

                      Convicciones personales

 

En la economía de este siglo el aspecto financiero de la vida se vuelve más y más complejo. Estamos viviendo en la época del computador. Esta complejidad se hace sentir en cuestiones espirituales además de esferas como los negocios y el hogar. Nunca antes en la historia del cristianismo se han dedicado tantos recursos monetarios a las actividades religiosas. Aun si nos limitamos a pensar en los esfuerzos cristianos que son evangélicos y sanos en la fe, las sumas que se mueven cada año son enormes.

¿Cómo se debe recaudar este dinero? ¿De dónde debe proceder? ¿Qué métodos deben usarse para dar soporte a la obra del Señor en todo el globo? Para el creyente que acepta las Escrituras como la autoridad única, tiene que haber en la Palabra de Dios una respuesta satisfactoria. Toda la Escritura es inspirada, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. [2 Timoteo 3.17]

 

EL ANTIGUO TESTAMENTO

La época de los patriarcas

Parece que la primera referencia al tema está en cuanto al diezmo que dio Abraham a Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo. Esto sucedió cuatrocientos años antes de que la ley fuese dada en el Sinaí. Es evidente que el diezmo—como también el matrimonio y la pena de muerte para el homicida—procede de principios divinos, y no tiene su origen en la ley de Moisés. Jacob, el nieto de Abraham, prometió a Dios la décima parte de todos sus ingresos, y esto da lugar a la pregunta interesante de quién iba a recibir este diezmo en el caso que Jacob cumpliera su promesa. [Génesis 14.20, Hebreos 7.1 al 4, Génesis 28.2]

De estos hechos, ¿podemos concluir aseguradamente que una revelación inicial había indicado que la décima parte pertenecía a Dios? Parece que estatutos y leyes fueron promulgados para los patriarcas pero no incorporados en el registro inspirado. Leemos que Dios dijo, “Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.” [Génesis 26.5]

Reglamentos bajo el régimen mosaico

Israel como nación era una teocracia con Dios como gobernador, y el pueblo fue instruido que el diezmo le pertenecía a él. Establece la ley de Moisés: “El diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová. Y si alguno quisiere rescatar algo del diezmo, añadirá la quinta parte de su precio por ello. Y todo el diezmo será consagrado a Jehová.” [Levítico 27.30 al 32]

Se emplearían estos aportes en la manutención de los levitas, quienes ministraban en relación con el tabernáculo. Les fueron asignados también cuarenta y ocho ciudades y suburbios para sus residencias. A su vez, los sacerdotes recibían para su alimentación una parte específica de determinadas ofrendas. [Números 1.21,24, Deuteronomio 26.12, Números 35.1 al 8, Josué 14.3 al 5, 21.1 al 42, Levítico 2:3,10, 5.13, 6.16 al 18, 26 al 29, 7.8 al 10, 31, 36, Números 1.8 al 20]

La construcción del tabernáculo y el templo fue financiada por los aportes voluntarios de los hijos de Israel. El mantenimiento y la renovación de estos edificios fueron costeados por el impuesto de medio siclo que se gravaba por cabeza de cada persona mayor de veinte años de edad. [Éxodo 35.4 al 9, 36.2 al 7, 1 Crónicas 29.1 al 9 y 16, Éxodo 30.12 al 16, 2 Crónicas 24.6 al 14]

Se habla de Abraham, Aarón y Moisés como profetas, pero ese oficio parece haber tenido una proyección nacional solamente desde Samuel en adelante. Desde ese entonces los profetas jugaron un papel importante en la vida de la nación, desempeñando un ministerio de reprensión, reformación y revelación del futuro de la nación. [Génesis 20.7, Éxodo 7.1, Deuteronomio 18.15, 34.10, 1 Samuel 3.20, Hechos 3.24 con 13.20]

El que escribe este artículo no tiene conocimiento de nada que indique una instrucción específica para el sostén de este ministerio, como había en relación con los sacerdotes y levitas. Parece que los profetas recibieron hospitalidad de individuos en su ministerio ambulante, como vemos en la historia de Eliseo en Sunem. Saúl habló de no tener pan para el vidente, y uno entiende que la costumbre era de ministrar a estos videntes con aportes de dinero, bienes o alimentos. [2 Reyes 4.8 al 10, 1 Samuel 9.5 al 9]

Conclusiones

Ahora, los principios financieros que parecen surgir de estos datos en el Antiguo Testamento son:

  1. La obra del Señor era costeada por el pueblo del Señor.
  2. Aquellos que ministraban a Dios eran mantenidos por ciertas contribuciones obligatorias (el diezmo) y por ofrendas voluntarias.
  3. La fidelidad en relación con el diezmo traía la bendición de Dios, y la infidelidad se denunciaba como robar a Dios.

En cuanto al tercer punto, citaremos dos pasajes: Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto. [Proverbios 3.9,10] ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado… en vuestros diezmos y ofrendas… Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme en esto … si no os abriré las ventanas de los cielos… [Malaquías 3.8 al 10]

Algunos objetan al primero de los principios mencionados. Ellos hacen referencia a que los israelitas pedían a los egipcios antes de abandonar su territorio, y al hecho de que Ciro y Darío, reyes persas, contribuyeron a la reconstrucción del templo en Jerusalén. [Éxodo 11.2,3, 12.35,36, Esdras 6.4 al 9]

En el primer caso, era simplemente cuestión de solicitar compensación por los servicios prestados durante muchos años de servidumbre a Faraón y su pueblo. En el segundo caso, los monarcas de Persia no estaban haciendo más que pagar una indemnización mínima por la destrucción del templo, el saqueo de Jerusalén y la asolación de la tierra de Israel por los invasores gentiles. [2 Crónicas 36.17 al 20]

 

LOS TIEMPOS APOSTOLICOS

 

Llegando ahora al Nuevo Testamento, encontramos que nuestro Señor cumplía escrupulosamente con los deberes legales en relación con el mantenimiento del templo. Mandó a Pedro que tomara una moneda de la boca de un pez para cancelar con ella el gravamen correspondiente. En sus propios viajes de ministerio, Él y sus discípulos aceptaban la hospitalidad de los que les atendían en sus hogares.

Los amigos les servían de sus bienes, y estas entradas se guardaban en un fondo común, o “la bolsa.” Al comisionar a los Doce y los Setenta, les instruyó a seguir prácticamente el mismo procedimiento. [Mateo 17.24 al 27, 26.6, Lucas 7.36, 11.37, Juan 2.2, 12.1,2, Lucas 3, Juan 12.6, 13.29, Mateo 10.9 al 14, Lucas 10.1 al 8]

El libro de Hechos es el manual inspirado de asuntos misioneros dado a la Iglesia. Es el registro del avance del Evangelio, la difusión del mensaje y la constitución de iglesias locales durante los treinta años siguientes al Pentecostés. Es dudoso que otro lapso compara­ble haya visto semejante progreso en la comunicación de la verdad; Pablo dijo que el evangelio había llegado a todo el mundo, y se predicaba en toda la creación que está debajo del cielo. [Colosenses 1.6,23]

Uno se sorprende, pues, ante la ausencia total en este relato de dos elementos que ocupan un lugar prominente en muchos esfuerzos misioneros hoy día: ¡los llamados para más obreros, y las solicitudes por más fondos! Ambos se destacan por su ausencia en la historia de la labor apostólica.

Poco se dice en Hechos de los Apóstoles sobre las finanzas, aun cuando los muchos viajes y la gran obra de Pablo y sus consiervos debieron requerir elevadas sumas. Claro está que el nivel de costos en el primer siglo no era nada parecido al nivel del siglo en curso, pero tampoco lo serían los ingresos ni el número de los creyentes y congregaciones.

El historiador inspirado restringe su referencia a las provisiones materiales, haciendo sólo menciones pasajeras de su anfitrión en Jerusalén, un tal Mnasón; de la bondad de los nativos de Malta en su trato a los evangelistas “con no poca humanidad;” y del hecho de que a veces Pablo trabajaba con sus manos para la manutención suya y de sus compañeros. La residencia de Pablo durante sus dos años en Roma se describe como una casa alquilada. [Hechos 21.16, 28.1,2, 18.3, 20.33 al 35, 28.30]

Para más información sobre el tema de la manutención de la obra y los obreros del Señor en el primer siglo, tenemos que dirigirnos a las epístolas. De los cinco escritores de ellas, Santiago y Judas no hacen mención alguna del tema. Pedro se circunscribe a una exhortación en pro de la hospitalidad— “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones” —y una advertencia a los ancianos a no ser motivados por ganancia deshonesta en su atención a la grey de Dios. [1 Pedro 4.9, 5.2]

Juan, en sus tres epístolas, se refiere al asunto una sola vez, felicitando a Gayo por la ayuda que prestaba a los siervos de Cristo que llegaban de visita; ellos salieron por amor del Señor, sin aceptar nada de los gentiles. Algunos hermanos dudan que este comentario tenga que ver con que el siervo del Señor acepte ayuda financiera de los mundanos, pero así es que entienden el pasaje los expositores de reconocida capacidad. [3 Juan 5 al 8]

Con tan poca información aportada por Pedro, Santiago, Juan y Judas, queda para Pablo, el mayor de los evangelistas-misioneros, proveernos de mayor luz en sus cartas inspiradas.

 

LAS ENSEÑANZAS PAULINAS

 

Es de las epístolas del apóstol Pablo que espigamos la gruesa parte de lo que sabemos de las políticas y prácticas en cuestiones financieras en la Iglesia primitiva. La escasez de información resalta el hecho de que en los tiempos apostólicos el mayor énfasis estaba sobre el aspecto espiritual de la obra y no sobre lo material. Aparte de algunas referencias al tema esparcidas en sus diferentes cartas, Pablo dedica sólo tres capítulos entre cien en sus epístolas al asunto que nos ocupa. Los tres son 1 Corintios 9  y  2 Corintios 8 y 9.

No obstante, una búsqueda diligente nos proveerá de algunos datos interesantes e instructivos tocantes al financiamiento de la obra del Señor en el primer siglo. Con miras a la claridad, los presentaremos bajo cuatro encabezamientos: su ejemplo, sus experiencias, sus exhortaciones y su explicación.

El ejemplo de Pablo

Cuando consideramos el ejemplo de Pablo en este asunto de la manutención, no logramos encontrar referencia alguna de parte suya a su propia necesidad, inmediata o futura, ni encontramos una sola solicitación de fondos para la obra del Señor.

Una vez suplida la necesidad, él reclamó suavemente a algunos por su falta, pero eso fue todo. Sus ojos estaban sobre su Maestro, y sabía que “la Omnipotencia tiene sus servidores en todas partes.” Así, podía manifestar ese espíritu de santa independencia del hombre, cosa que conocen sólo los que dependen enteramente de Dios. Si en Corinto algunos estaban cuestionando que fuera apóstol, entonces él se negaría a aceptar soporte de ellos, confiando en que el Señor utilizaría otros canales. [1 Corintios 16.17, 2 Corintios 11.9, Filipenses 2.30, 4.10, 2 Corintios 11.7 al 12, 12.13 al 18]

Pablo estaba dispuesto a trabajar físicamente para atender a sus propias necesidades y las de sus consiervos en aquellos primeros días cuando las iglesias eran pocas. Uno se pregunta si quizás Epafrodito habría seguido el ejemplo de Pablo en esto cuando éste estaba bajo custodia en la casa alquilada. [Hechos 20.33 al 35, 1 Tesalonicenses 1.9, 2 Tesalonicenses 3.8 al 10, Filipenses 2.25 al 30, Hechos 28.30]

Las experiencias de Pablo

Es un estudio fascinante y provechoso ver cómo una experiencia de Pablo se relaciona con otra en sus viajes para hacer conocer el evangelio de Dios. Considerando el aspecto financiero de sus labores, resaltan estos pocos hechos:

  1. En sus viajes Pablo era atendido por el pueblo del Señor. [Romanos 16.23, 1 Corintios 16.6]
  2. Cuando iba de un lugar a otro, era “encomendado” por la asamblea de la localidad. [Hechos 15.3, Romanos 15.24, 2 Corintios 1.16]
  3. Las iglesias locales suministraban sus necesidades, como hacían también los creyentes individualmente. [2 Corintios 1.11, 11.7 al 12, Filipenses 4.14 al 19, 1 Corintios 16.17, 2 Timoteo 1.16 al 18]
  4. El conocía temporadas de abundancia y de escasez, como también ocasiones cuando era tomado en cuenta, o cuando era desatendido en sus necesidades. [Filipenses 4.11,12, 1 Corintios 16.17, 2 Corintios 11.9, Filipenses 2.30, 4.10]

Las exhortaciones de Pablo

Pablo no hacía mención de sus propias necesidades ni solicitaba fondos para atender a las mismas; pero era cumplido en su responsabilidad hacia los creyentes en cuanto a la administración de sus bienes materiales. A menudo les exhortaba sobre el uso de sus recursos en el servicio del Señor. Es interesante observar que sus exhortaciones no iban dirigidas a los siervos para que confiasen en el Señor, sino al pueblo de Dios para que le dieran a Dios.

Sus exhortaciones podrían ser clasificadas de esta manera:

  • a ser hacendosos: “ocuparse en buenas obras.” [Tito 3.13,14]
  • a la liberalidad: “dadivosos, generosos.” [Romanos 12.8, 1 Timoteo 6.17 al 19, Hebreos 13.16]
  • a la constancia: “cada primer día de la semana, cada uno de vosotros …” [1 Corintios 16.1 al 3]
  • a la caridad: “que nos acordásemos de los pobres.” [Romanos 15.25 al 27, 12.13, Gálatas 2.10, Efesios 4.28]
  • a la hospitalidad: “no os olvidéis de la hospitalidad.” [Romanos 12.13, 1 Timoteo 3.2, 5.10, Tito 1.8, Filemón 22, Hebreos 13.2]
  • a la responsabilidad: “encamínales con solicitud, de modo que nada les falte.” [Gálatas 6.6, Filipenses 4.3, 1 Timoteo 5.17,18, Tito 3.13]

La explicación de Pablo

Desde el comienzo la Iglesia primitiva manifestaba un interés genuino por los pobres entre el pueblo de Dios. Las congregaciones de los gentiles en Macedonia y Acaya recogieron una contribución generosa para los hermanos judíos que estaban en necesidad en Jerusalén, y la enviaron con Pablo, quien fue acompañado de un hermano —no nombrado en el relato— escogido por las iglesias. [Gálatas 2.10, etc., Romanos 15.25 al 28, 2 Corintios 8.18 al 21]

Este es el tema de 2 Corintios 8 y 9, capítulos que nos presentan instrucción de mucho valor sobre cómo el cristiano debe dar al Señor. Sin embargo, no lo trataremos aquí, por cuanto nuestro tema no es la ofrenda sino el soporte de la obra y los obreros del Señor.

1 Corintios 9

El tema de la manutención se desarrolla ampliamente en 1 Corintios 9, y proponemos analizar ese capítulo ahora.

  1. Los privilegios de un apóstol, 9.1 al 6:
    • recibir un soporte adecuado
    • vivir una vida de casado, 9.5
    • ser exonerado del trabajo manual
      como su medio de sostén, 9.6
  2. La provisión para el siervo:
    • una nación provee para el soldado en su ejército, 9.7
    • un viñador come del fruto del viñedo a su cargo, 9.7
    • un pastor toma de la leche de su rebaño, 9.7
    • al buey, libre de bozal, le es permitido comer de los granos que trilla, 9.8 al 10
    • la justicia común enseñaría que el portador de bendiciones espirituales amerita ser reembolsado con suministros temporales, 9.11
    • igual trato debe ser acordado a todos los obreros, 9.12
    • los sacerdotes y levitas vivían del diezmo, las ofrendas y las primicias, 9.13 [Deuteronomio 18.1 al 5]
    • el Señor ha establecido que los que anuncian el evangelio, vivan del evangelio, 9.14.
  3. La práctica que Pablo usó en Corinto, 9.15 al 18: Habiendo esta­blecido su derecho de ser mantenido por aquellos a quienes predicó el evangelio en Corinto, el apóstol explica por qué no ejercía ese derecho, sino recibía su manutención de creyentes en otras partes, y trabajaba por su propia cuenta. Una responsa­bilidad (una mayordomía) especial le había sido encomendada, de manera que no tenía otra alternativa; tenía que predicar el evangelio. El galardón sería suyo sólo en la medida en que fuera más allá de lo le era exigido, a saber, al predicar el evangelio gra­tuitamente. [2 Corintios 11.7 al 9, 12.13, Hechos 18.1 al 3, 1 Corintios 9.17]

Posiblemente sus detractores se valían de su negativa de aceptar esta forma de comunión de los corintios, alegando que él sabía que no era un apóstol legítimo y por lo tanto no tenía derecho del sostén que le correspondía a un apóstol. La posición peculiar de Pablo debe ser tomada en cuenta si esta porción del capítulo va a ser enseñada doctrinalmente. Sin embargo, consideremos ahora la aplicación de lo que hemos tratado, apelando a las Escrituras y nuestra convicción personal.

Principios bíblicos

  1. La obra y los obreros del Señor deben ser mantenidos por el pueblo del Señor.
  2. Los cristianos deben dar de sus entradas con adoración, regular, liberal, alegre, proporcional (o sea, en función de sus ingresos), voluntaria y directamente. [1 Corintios 16.2, 2 Corintios 9.6,7, Mateo 6.1 al 4, Filipenses 4.18]
  3. Los que reciben un ministerio espiritual tienen una responsabi­lidad clara en cuanto al aspecto material hacia el evangelista, el pastor y el maestro. [1 Corintios 1.9 al 11, 9.14, 2 Timoteo 5.17,18, Gálatas 6.6]
  4. Los siervos del Señor tienen derecho de recibir este soporte en sus labores. [1 Corintios 9.1 al 6]
  5. A los obreros ambulantes les corresponden hospitalidad y ayuda en sus viajes. [3 Juan 5 al 8, Tito 3.13,14]
  6. La divulgación de las necesidades y las solicitudes para fondos no gozan de ninguna aprobación bíblica ni ejemplo apostólico.
  7. Aquellos obreros que desean aumentar su eficacia e incrementar su galardón pueden hacerlo dedicándose a predicar el evangelio gratuitamente.

 

CONVICCIONES PERSONALES

 

Tengo casi sesenta años en la vida cristiana, y casi todos ellos en la obra del Señor. Ha sido mi privilegio servir de anciano en una asamblea, ser anfitrión en mi hogar, y trabajar por fuera en el servicio del Señor. Así, tengo ciertas convicciones propias y firmes en cuanto a cómo la manutención de la obra y los obreros puede honrar a Dios y ajustarse a las Sagradas Escrituras. Estas opiniones mías no llevan autoridad alguna, y su peso es solamente el de la experiencia propia, convicción personal y recomendación humilde.

Ellas son:

  1. Solicitar fondos de los inconversos (del “mundo”) está en contra de las Escrituras, carece de lógica, deshonra a Dios, y es una señal de derrota y fracaso de parte del pueblo del Señor.
  2. Recurrir al cobro de tasas, cuotas, promesas o cualquier aporte obligatorio es un abandono del principio escriturario de ofrendar voluntariamente.[2 Corintios 3.8,12, 9.7]
  3. Convenir en cuanto a un sueldo o una garantía de fondos es abandonar la senda de la fe y arriesgar la libertad de uno mismo como siervo de Cristo. [1 Corintios 7.23]
  4. Dar publicidad directa o indirectamente a la necesidad que uno tenga, sea de parte del siervo mismo o de un intermediario, es socavar el principio de la confianza directa en el Señor en oración.
  5. Si fuera asunto de prescindir enteramente de contribuciones espasmódicas dadas bajo presión o por solicitudes sentimentales, y conocer únicamente los aportes sistemáticos de todo el pueblo del Señor, habría financiamiento amplio para la obra del Señor.

Estos aportes sistemáticos deben realizarse en plazos fijos. [1 Corintios 16.2] La porción que corresponde al Señor debe ser puesta aparte de una manera definitiva cada semana o en otras ocasiones específicas. Esto puede ser por una segregación física del dinero o por el depósito en una cierta cuenta bancaria u otro lugar seguro. Una vez hecho esto, los fondos pertenecen al Señor [Hechos 5.3,4], y su desembolso debe ser bajo la dirección suya. Esto requiere oración y ejercicio, cosa que enriquece la vida espiritual. Los más felices en la iglesia son aquellos que invierten con y para Dios.

Estos aportes sistemáticos deben realizarse en proporción a los ingresos o bienes de uno.

Si todo el pueblo de Dios diera un porcentaje así, habría abundancia. El diezmo se daba voluntariamente mucho antes de ser obligatorio bajo la ley. Si algunos consideran que una décima parte es un patrón demasiado asociado con la ley, ¡ellos podrían actuar bajo la gracia y dar la quinta parte! Se nota que por lo regular aquellos que protestan el diezmar, y piadosamente proclaman que todo pertenece al Señor, en realidad dan mucho menos que el diezmo.

La proporción que el Nuevo Testamento establece es según uno haya prosperado. [1 Corintios 16.2] Los creyentes con ingresos bajos sacrificarían mucho al dar una parte en diez, quedándose con sólo nueve. Los que ganan mucho podrían vivir con mucho menos que el 90%, y querrán dar al Señor una parte mayor que la décima. [2 Corintios 12 al 14]

  1. Ahora, algunos dan liberalmente fuera de las asambleas que se congregan al nombre del Señor Jesucristo. Ellos harían bien en considerar estos hechos:
    1. La mayoría de los esfuerzos evangelísticos ajenos a estas asambleas tienen acceso a vastos recursos, y de estos muy poco, o nada, llega a las obras auspiciadas por las congregaciones donde se respetan los principios a los cuales me refiero. Se emplean métodos financieros que no serían tolerados por un momento en la mayoría de las asambleas. ¿Mi mano debe proveer para lo que mi boca condena? “Pero, ¡hermano, son buenas obras!” Sí, pero “lo bueno es a menudo enemigo de lo mejor.”
    2. Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo. [1 Timoteo 5.8] Este principio o concepto se aplica a lo espiritual además de lo natural. La responsabilidad hacia “los suyos” incluiría sin duda:
  • las necesidades de la asamblea a la cual uno pertenece
  • las obras o los proyectos auspiciados por esa congregación
  • los obreros encomendados por ésa
  • los proyectos auspiciados por otras congregaciones de las mismas convicciones.

Esto no es sectarismo; es responsabilidad fiscal en la esfera espiritual.

  1. Si todos en las asambleas enviaran su dinero a las actividades fuera de ellas, ¿por cuánto tiempo tendríamos iglesias locales obedientes a los principios y prácticas del Nuevo Testamento? Si las tales asambleas son dignas de nuestra participación en ellas, ¿no son dignas de nuestro apoyo bondadoso?
  1. En estos días de superficialidad espiritual, es mucho más fácil para los creyentes reaccionar a las solicitudes que emplean alta presión que buscar en oración la dirección divina en cuanto a la distribución de los fondos que son del Señor. Pero si uno prescinde de este ejercicio de esperar en Dios, el dador se está robando a sí mismo de una comunión bendita y fructífera con su Señor, y del gozo de saber que ha sido dirigido por él en su ministerio fiscal. Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel. [1 Corintios 4.2]
  2. El siervo de Cristo que abandona la senda de la entera dependen­cia de Dios, de hacer saber sus necesidades a él no más, pierde aquella independencia del hombre que es su herencia inestimable. Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. [Salmo 11.8,9]

Además, ese siervo se priva del gozo y la confianza que proceden de la convicción que Dios ha escuchado y contestado su petición y ha hecho la provisión correspondiente. Los que andan por fe a lo mejor tendrán que conformarse con menos ingresos aquí, pero habrá reconocimiento y galardón en un día venidero. [1 Corintios 9.17,18, 2 Timoteo 4.7,8]

 

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