El pariente redentor (#705)

 

El  pariente  redentor

 

Harold St John, 1878-1957
Malvern, Gran Bretaña

 

Aquel hombre no descansará hasta que concluya el asunto, Rut 3.18

 

Todos hemos leído en el último capítulo del libro de Rut del pariente cercano de Noemí que confesó que no estaba dispuesto ni capacitado para redimir a Rut, y de otro pariente, el noble Booz, que proclamó a los ancianos de la ciudad: “He adquirido … todo lo que fue de Elimelec … para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad …” Una comprensión adecuada del hermoso relato es imposible si el Espíritu Santo no nos ha enseñado algo del vengador y el redentor. Son temas básicos en el Antiguo Testamento, como también características comunes en las leyes de muchos pueblos.

La raza nuestra está expuesta a la pobreza, esclavitud y muerte. Podemos perder lo que poseemos, podemos caer en servidumbre, o podemos ser llamados inesperadamente a abandonar este mundo de un todo. Si fuera posible quitar estas sombras de sobre la humanidad, nuestro planeta sería sin duda un paraíso restaurado. Y, fue con el fin de enfrentar esta triple miseria que Dios envió a Cristo. Hay tres “espejos del Calvario” que nos permiten captar algo de la manera triunfante en que Él enfrentó y abolió estos enemigos.

El vengador de sangre, con la provisión de seguridad para el ciudadano acechado que alcanzara una ciudad de refugio, ha sido la ilustración acertada para múltiples presentaciones del Evangelio. Nos limitaremos aquí a decir que esas ciudades de refugio eran de una importancia enorme en Israel, ya que el estatuto al respecto figura en Números 35, Deuteronomio y Josué 20.

Tres disposiciones

  • El primer artículo en la Ley del Pariente Redentor lo encontramos en Levítico 25.25: “Cuando tu hermano empobreciere, y vendiere algo de su posesión, entonces su pariente más próximo vendrá y rescatará lo que su hermano hubiere vendido”.
  • El segundo caso está en los supuestos de 25.39,47: (a) “Cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti …;” (b) “… tu hermano que está junto a él [un extranjero] empobreciere, y se vendiere al forastero o extranjero …”
  • Finalmente, el tercer artículo de esa Ley se encuentra en Deuteronomio 25.5,6, donde leemos: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer, y hará con ella parentesco. Y el primogénito que ella diere a luz sucederá en el nombre de su hermano muerto, para que el nombre de éste no sea borrado de Israel”.

En esta tercera disposición vislumbramos el mensaje de que el pariente redentor podrá levantar una simiente aun cuando parece que la muerte ha triunfado. La resurrección es siempre la respuesta que Dios da a las victorias pasajeras de Satanás.

Otra ilustración

Basta una ojeada a la concordancia de mi lector para que nos demos cuenta de la frecuencia de la mención de la redención y el redentor en los Salmos y la profecía de Isaías. No nos extenderemos hasta allí en este momento.

Jeremías es otro que emplea el rescate de la heredad para ilustrar la bendición divina en circunstancias que por el momento son desastrosas. Él relata que su primo hermano le instó a comprar de él cierta parcela, diciendo: “Tuyo es el derecho de la herencia, y a ti corresponde el rescate”. El profeta lo hizo desde la cárcel donde estaba preso: “Le pesé el dinero; diecisiete siclos de plata”.

Resulta que esto fue para ilustrar la gran bendición que habrá sobre Israel en su restauración todavía futura: “Así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo. Y poseerá heredad …”, 32.42.

¡Hablaremos en un momentito de nuestro “Jeremías divino” que pesó desde la cárcel del Calvario la plata de un rescate mayor!

Bien sabemos que Dios le ha dado al hombre la tierra cual heredad suya. “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres”, Salmo 115.16. Pero, la invasión del dragón en el Edén y su conquista de Eva, le costó al hombre su herencia, libertad y vida. Sólo un Pariente redentor ha podido restaurar la heredad, reponer la libertad y renovar el parentesco. Vayamos, pues, la los espejos del Calvario.

Herencia, libertad y parentesco

Restauración        En su Epístola a los Efesios Pablo alude tres veces a la herencia restaurada: “… el Amado en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”, 1.7. “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida”, 1.14. “… al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”, 4.30.

Sabemos que la redención ha sido perfeccionada con respecto al pasado y el futuro, pero para el presente su recuperación es sólo en derecho y no en pleno disfrute. Estamos ante un caso, por decirlo así, donde un acreedor se ha posesionado de una hacienda sobre la cual tenía hipoteca. Recibe plena satisfacción de la deuda, pero no quiere desocupar el inmueble. Obviamente, es un caso donde las autoridades tienen que venir y efectuar el desalojo.

La situación hoy día es de esa naturaleza. Cristo ha satisfecho al tribunal celestial, cancelando en dinero de buena ley todos los reclamos de la justicia santa y redimiendo así nuestras almas. Pero todavía esperamos la palabra suya que nos permitirá el pleno goce de su obra: “Gemimos dentro de nosotros mismo, esperando la adopción, la redención de nuestros cuerpos”, Romanos 8.23.

Mientras tanto, en medio de debilidad, dificultad y pobreza, estamos sobremanera felices, ya que nos regocijamos acá en todo lo que Cristo es, y entraremos allá en todo lo que Él tiene.

Reposición            El Evangelio proclama la libertad repuesta para todo aquel que abraza sus provisiones. “Ninguno … podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate”, Salmo 49.7, pero Cristo sí ha roto nuestras esposas, librándonos para siempre de la servidumbre bajo el antiguo amo.

Romanos 6 revela esta emancipación en siete declaraciones:

  • a fin de que no sirvamos más al pecado 6
  • el que ha muerto ha sido justificado del pecado 7
  • consideraos muertos al pecado 11
  • no reine pues el pecado en vuestro cuerpo mortal 12
  • el pecado no se enseñoreará de vosotros 14
  • y libertados del pecado 18
  • habéis sido libertados del pecado 22

Aquí no hay salvedades, ni en cuanto a la libertad ni en cuanto a los beneficiarios. Ningún hijo de Dios queda fuera de sus cláusulas; el pequeño Benjamín es tan favorecido como el mayor Judá. En las figuras del Progreso del Peregrino, Vuelve-Atrás, Fiel y Cristiano, todos tres, gozan de la misma gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Renovación           La tercera diadema que Cristo ostenta en su tiara es que ha renovado nuestro parentesco. Ha repuesto las relaciones rotas de nuestra raza. La muerte no sólo nos separó de Dios sino nos alejó también de nuestro prójimo. Hoy día los hombres miran de reojo el uno al otro porque están conscientes de la sombra que nos oscurece. Nuestro glorioso Pariente puso en desbandada la muerte y quitó la sombra que echaba; su resurrección de entre los muertos, y nuestra unión con él, nos constituye en simiente suya con una descendencia que redunda en alabanza eterna al Redentor.

 

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