Peligros en la predicación (#544)

Peligros que hay que evitar al predicar el evangelio

Dos artículos de una serie de diecinueve publicada en
la revista Truth & Tidings en los años 1990. Los anteriores tratan de la importancia de la preparación, oración y presentación en la predicación.

 

Primera parte
Versión ampliada

Norman Crawford

 

La reticencia a escribir un artículo como éste se debe a que somos apenas vasos de barro y lo mejor que hemos aprendido son lecciones de gracia. Sin embargo hay una responsabilidad de obedecer 2 Timoteo 2.2: “Lo que has aprendido de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. De manera que tenemos que preguntarnos: “¿Qué tienes que no has recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” 1 Corintios 4.7. Con esta lección en humildad delante de nosotros, intentaré señalar riesgos en la predicación.

 

Predicar, pero no predicar el evangelio

Es  posible creer que tengo un buen mensaje evangélico pero a la vez dejar de predicar el evangelio. Puedo estar tan absorto en pensamientos periféricos que no hago mención del pecado, la cruz, la resurrección y la fe en Cristo. Cuando yo era muy joven prediqué cierta noche en una tienda sobre, “A todos los sedientos: Venid a las aguas”, Isaías 55.1. Un predicador veterano que la pasaba en los aserraderos en el bosque se me acercó después y dijo: “Cada vez que pienso tener un mensaje, debo probarlo. Si no incluye la ruina del hombre pecador, el remedio divino por la sangre preciosa y la responsabilidad de aceptar a Cristo, no es el evangelio”.

 

Abundar en ilustraciones, anéctodas y citas

A veces sí presentamos un mensaje realmente evangélico pero lo minimizamos por contar un exceso de historias, bíblicas o no, y experiencias personales. O, citamos abundantemente estrofas de himnos (o poesías) a expensas de citar la pura palabra de Dios. Todos estos elementos pueden enriquecer nuestra prédica si son relevantes al mensaje, pero si los abusamos pueden embotar la espada de dos filos que el  Espíritu quiere aplicar a los oyentes. Por supuesto, un relato en la Biblia puede ser una buena ilustración de alguna verdad, pero el relato en sí no es el evangelio.

 

Descontar la verdad primaria de la resurrección de Cristo

El evangelio que Pablo predicó en Corintio fue que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras … y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. No podemos hacer menos. Él fue declarado Hijo de Dios por la resurrección de entre los muertos. No es posible abarcar todo detalle del evangelio en un solo mensaje, ni debemos intentarlo (aun cuando sí procuramos cubrir el amplio espectro en una serie de viarias prédicas) pero dejar de poner la resurrección lado a lado con la cruz nos deja expuestos a la acusación de “predicar un Cristo muerto”.

 

 

 

suponer que el asunto no es el pecado

Suena llamativo decir: “La cuestión no es el pecado; la cuestión es Cristo”. Pero allí hay un error. Sin duda, el pecado condenador es rechazar a Cristo a la postre, pero éste corona a todo otro pecado. El asunto a ser enfatizado es el del pecado. Los pecadores no pueden comprender su condición a la luz de la santidad de Dios. Tenemos que proclamar la total depravación del corazón humano, y aun aquellos que han oído el evangelio toda la vida tienen que darse cuenta de que no son más que pecadores. Es mucho más fácil admitir que todos hemos pecado que confesar: “Soy culpable”. Sólo el Espíritu Santo puede conducir a una persona a esta convicción. Debemos proclamar la depravación porque los pecadores deben reconocer lo que son además de lo que han hecho.

 

Confundir el mero creer con la conversión

Cuando un pecador descubre que no puede obrar para ser salvo, el corazón humano es tan engañoso, Jeremías 17.9, que posiblemente él intentará sentir que cree, o aun “creer que cree”. Nuestra predicación nunca debe intentar decirle a uno cómo creer, o cuánto creer, u ocuparle en tener un debido tipo de fe. No es cómo él cree sino en Quién., no la clase “correcta” de fe, sino fe en la Persona correcta. Debemos predicar a Cristo, el Objeto de la fe, y no dejar que el inconverso se ocupe de lo que debe hacer sino de lo que ha hecho Él. La fe es nada más que el hisopo que aplica la sangre.

 

Aceptar que “Estoy esperando que Dios me salve”

Debemos predicar la incapacidad de un pecador, que él es débil, pero también tenemos que predicar la responsabilidad personal. Hay gente que afirma que han procurado ser salvos y Dios no les ha salvado. Es otro engaño del corazón humano para poner la cosa al revés y acusar a Dios si perecen. Él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, 2 Pedro 3.9. Quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, 1 Timoteo 2.4. Sin embargo estamos obligados a insistir en Isaías 55.6, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado”, y Lucas 13.24, “Esforzaos a entrar por la puerta estrecha”. Cuando los discípulos estaban en la tempestad en el mar de Galilea, el Señor descendió de la montaña y caminó con ellos, pero “quería adelantárseles”, Marcos 6.48, o “hacía como iba a pasarlos”. Fue cuando clamaron en su necesidad que Él se acercó para salvarlos.

 

Confundir la propiciación y la sustitución

Todo predicador tiene que entender claramente la diferencia entre la propiciación – la satisfacción infinita que la obra de la cruz ha dado al trono de Dios – y la sustitución que uno debe experimentar personalmente. Es muy grato decir que la obra de Cristo es tan perfecta y completa que “el mundo sea salvo por Él”, Juan 3.17. Estamos en el deber de predicar que los sufrimientos infinitos de Cristo han dado satisfacción infinita por toda acusación contra el mundo entero, pero si el pecador no lo toma para sí, no conocerá la obra de la sustitución. Yo no digo a los inconversos, “Cristo murió por ti”, sino más bien, “Cristo murió por los impíos”,  “El Hijo del Hombre vino a buscar a salvar a lo que se había perdido” Si saben que son impíos y están perdidos, podrán decir: “Él murió por mí”. Al ser así, un alma es nacida de Dios, Juan 1.13. Nos dice el Espíritu Santo: Apártate sin estorbar, esta obra es mía.

 

 

 

Predicar la elección a los inconversos

Hay personas que insisten en que quieren ser salvos pero no están seguros de ser elegidos y creen que tienen que esperar para saberlo. Esto es un resultado desastroso de predicación o enseñanza errada. Ningún pecador busca a Dios por su propia iniciativa, Romanos 3.11. El mismo deseo de ser salvo es prueba de que Dios por su Espíritu y su Palabra ha llamado y está esperando que el irregenerado reciba a su Hijo. Al no perdonar aun a su propio Hijo, Él ha hecho todo lo que el amor y el poder pueden hacer. Cualquier cosa menos que un evangelio de “todo aquel que cree” no es un evangelio de la Biblia. ¿Cómo jamás podría un una persona aprender antes de salva si es uno de los elegidos? Nunca se predica la elección a los que están fuera de la puerta. Puede ser conocida y apreciada sólo por los que están puerta adentro.

 

Confundir una experiencia con una conversión

Impedimos la salvación de un oyente si hacemos que se centre en su propia experiencia en vez de la realidad de lo que Cristo ha hecho. Las descripciones de largas y angustiosas luchas en el alma pueden causar que el inconverso se ocupe de una experiencia subjetiva en vez de Cristo. Si un israelita mordido, Números 21.9, no quitaba la vista de sí para poner la mirada de fe en la serpiente, él no era sanado. El Señor usó esta “mirada” como un cuadro de la fe. Mirar no es ocuparse de los ojos que ven sino de Aquel que fue levantado en la cruz, Juan 3.14.

 

Describir el infierno y el lago de fuego
en lenguaje ajeno a la Biblia

Es imposible exagerar la suerte de aquellos que sufren el castigo del fuego eterno pero tenemos que tener cuidado de no valernos de la mera imaginación al describirlo. El lenguaje en la Escritura es llano, gráfico y claro. No vamos a confundirlo con terminología y descripciones que son naturales y terrenales. No es cierto que podemos comprenderlo con algo que hemos visto en nuestra experiencia terrenal.

 

Proyectar un estilo severo o regañón

Semejante actitud es exactamente lo opuesto a la del Salvador que dijo: “Soy manso y humilde de corazón”, Mateo 11.29. No asuma nunca una actitud de superioridad sobre la concurrencia. ¡Prediquemos con profunda compasión y con amor tierno por las almas! “El que gana almas es sabio”, Proverbios 11.30. Un evangelista que las gana atrae y lleva los corazones al Salvador.

 

Pensar que un alto volumen es poder

Otros escritos en esta serie han tratado ampliamente la presentación del mensaje, pero un peligro que amerita mención aquí es el de descuidar el uso de la voz. Algunos hablan en voz tan baja que el auditorio no les oye. Otros exhiben exageradas peculiaridades de estilo que distraen la atención del oyente. Y, no pocos truenan tanto que a veces uno no capta lo que están diciendo, ¡o no quiere intentar captarlo en otra ocasión! Cada cual tiene su modo de hablar, pero lo ideal es que cada cual tenga sus varios modos de hablar – normalmente, en voz moderada.

 

 

 

Segunda parte

David Oliver

 

Tener algo que decir y unas palabras agradables, Eclesiastés 12.10, para asegurarse de que sean recibidas es comunicación, pero la predicación es más que comunicación, mucho más que hablar en público y muy diferente de entretener o presentar un acto. La predicación es tener un mensaje de Dios y entregarlo al oyente. 1 Pedro 4.11: “hable conforme a las palabras de Dios”.

Si la adoración es un privilegio diferente de cualquier otro y la oración es una oportunidad diferente de cualquier otra, entonces la predicación es una responsabilidad diferente de cualquier otra. La predicación del evangelio fluye a través del corazón del predicador y conecta el corazón de Dios con el del inconverso.

Como resultado de una habilidad natural y la instrucción, los actos públicos y la oratoria pueden comunicar exitosamente. La habilidad y los conocimientos pueden aportar a la predicación, pero la predicación puede ser eficaz solamente por el poder de Dios. Los evangelistas de la antigüedad “han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo”, 1 Pedro 1.12. El mayor peligro en la predicación, entonces, debe ser el de obstruir la obra del Espíritu Santo.

 

Sentirse exento de depender de la obra del Espíritu

 

De alguna manera la predicación debe ser como caminar por una cuerda floja sin una red de seguridad, sin recurrir a otro poder que el poder de Dios. Solamente por la habilitación divina se puede predicar el mensaje como debe ser predicado, Colosenses 4.3. La predicación sin la debida preparación de mente es hacer la obra del Señor negligentemente. Con todo, tener un mensaje de Dios para los oyentes es mucho más que tener pasajes, apuntes y una presentación ordenada. La oración a favor de los oyentes es de importancia primaria. La dependencia del Espíritu expresada en oración y en dar prioridad a la palabra de Dios es esencial. Las ilustraciones pueden ayudar; la experiencia es de valor inestimable; la personalidad puede ser útil; la facilidad de expresión puede aportar. Pero, depender de cualquiera de estos en la predicación del evangelio es letal.

 

Impedir la obra del Espíritu de instruir e invitar

 

Refiriéndose al Espíritu, el Señor dijo: “Convencerá al mundo de pecado”, Juan 16.8. Él acusa la consciencia. Es su punto de contacto con el pecador. Dejar de predicar la ruina del hombre, insistir en la santidad de Dios y enfatizar la culpabilidad del pecador – todo esto significa moverse fuera de la corriente de la obra del Espíritu. Ni nuestro estilo ni nuestra presentación deben ser ofensivos, y una prédica con estos elementos ofenderá. Aunque no podemos insistir en el tiempo o la profundidad de convicción, no habrá conversiones genuinas sin convicción engendrada por el Espíritu. No podemos producirla, pero debemos predicar para ofrecer material que Él puede usar.

El Espíritu de Dios instruye la mente. Cuando el Hijo del Hombre siembra la Semilla, aquellos que responden han entendido la verdad de la Palabra de Dios, Mateo 13.23. Nuestros pensamientos deben ser lo más convincentes como sea posible, nuestras palabras tan comprensibles que sea posible y nuestra presentación la más clara posible. Si confundimos al oyente, no estamos marcando el paso del Espíritu Santo de Dios.

Que no haya duda en la mente del oyente acerca del tema central del evangelio. Lo hemos defraudado si él sale de la reunión sin entender que Cristo solamente es el remedio divino para la necesidad de su alma, que la obra de Cristo es suficiente, él puede valerse de ella, y la fe personal en el Señor Jesucristo da la confianza de salvación. Muchos de los mejores mensajes del evangelio que yo he escuchado me han encantado por su sencillez. Se presentó la salvación como cosa enteramente disponible al oyente. Por supuesto, la claridad no salvará a los perdidos, pero ayudará al Espíritu en su obra.

En Mateo 22.9 el rey les mandó a sus siervos: “Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis”. Comparando esto con Lucas 14.17, “Venid, ya que todo está preparado”, se ve que el Espíritu invita a los pecadores. Imagínese a uno de aquellos siervos invitando a una persona y diciéndole a la vez que posiblemente él no sea uno de los escogidos para estar en las bodas. Su comisión fue de invitar a todos cuantos hallara.

Hablar al inconverso de la elección confunde el evangelio totalmente. El mensaje de Dios al mundo es a “el que quiera”, Apocalipsis 22.17. Él invita por medio del evangelio y cada pecador debe entender claramente su responsabilidad de esforzarse a entrar, Lucas 13.24. El tal no puede esperar “el movimiento del agua” ni esperar “que tenga oportunidad”. La invitación de Dios es la de venir en el tiempo aceptable y colaboramos con la obra del Espíritu al poner en la mano del pecador la responsabilidad de aceptar “tan grande salvación”.

 

Interferir en la obra del Espíritu
de obligar y convertir

 

La parábola de la gran cena es similar a la de la fiesta de bodas, pero contrasta la obra del Siervo con la de los siervos. Solamente el Espíritu Santo tiene la comisión de obligar a los pecadores a venir a Cristo, Lucas 14.23. Aplicar presión indebida interrumpe la obra suya. Los llamados emocionales están en la misma clase que las hojas a ser firmadas para oración, la insistencia de creer y las invitaciones a pasar al frente del salón para confesar. El moderno método evangelístico de “acudir al altar” sigue el patrón de Charles Finney, un renombrado evangelista del siglo 19. Su banco de “los ansiosos” comunicaba que los pecadores “deberían entregarse de todo corazón de una vez”.

Si bien la Biblia insiste que la salvación es para todo aquel que cree, también dice que el nuevo nacimiento no es de voluntad de sangre sino de Dios, Juan 1.13. Oramos por los perdidos y predicamos a ellos, pero insistir en que entren es obra del Espíritu Santo. El eunuco fue salvo cuando Felipe le señaló a Cristo en conversación, Hechos 8.31 a 35. No obstante, sea en conversación personal o en nuestras iniciativas públicas, no podemos forzar las almas a venir; sería interferir con la obra del Espíritu. Aclaramos lo que está en juego, señalamos la urgencia de la salvación y prestamos toda la ayuda necesaria para entender el mensaje, pero solamente Él puede convertir el alma.

Y, el Espíritu convence el alma. Pablo usó el ejemplo de la creación: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”, 2 Corintios 4.6. Así como el Espíritu se movía sobre la faz de las aguas en Génesis 1.2, también Él se mueve en producir luz y vida. Solamente Él puede causar que resplandezca la luz del evangelio, 2 Corintios 4.4. Los pecadores se confundirán si se les dice que esperen una revelación de Cristo. El mensaje divino para ellos es creer en, mirar a, venir a y recibir a Cristo, pero el predicador sabe que únicamente el Espíritu de Dios puede revelar a Cristo al pecador. No lo hace a una persona impenitente. Solamente Él sabe cuándo por fin el inconverso se ha sometido a Dios. Si uno no es salvo, estamos en lo cierto al concluir que todavía está resistiendo a Dios.

Cuando el pecador se arrepiente, la luz brilla por el poder del Espíritu de Dios. Predicamos la propiciación al inconverso. Es decir, nuestra prédica declara que la obra de Cristo fue paga suficiente para satisfacer a Dios y proveer la salvación para todo pecador. Pero el Espíritu de Dios revela la sustitución. Cuando el ama “descubre” de la verdad de la Escritura que Cristo satisface su necesidad, que sus padecimientos fueron por los pecados suyos, que “Jesús murió por mí”, la fe opera. Es salvo.

Nos regocijamos en la gran verdad de la sustitución y testificamos que “Él murió por mí”. Pero enseñar al pecador que el Señor Jesucristo fue su Sustituto, “Él murió por ti”, es asumir la obra del Espíritu Santo. Nuestro privilegio y responsabilidad es predicar a Cristo; la prerrogativa del Espíritu Santo es revelarlo al pecador. Entonces, el que meramente había “aprendido” la sustitución ve la salvación como una experiencia propia o una realidad. Para él debe haber más que Cristo y su obra realizada. La clave de la salvación, razona él, está en el creer. Al interferir en la obra del Espíritu, aumentamos la oscuridad en el que no es salvo.

 

 

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